domingo, 31 de marzo de 2019

EL LADO OCULTO DEL CRISTIANISMO (Final)





(b) EL TESTIMONIO DE LA IGLESIA

Algunos, quizá, admitirán sin dificultad que los Apóstoles y sus sucesores inmediatos tenían de las cosas espirituales un conocimiento más profundo que el corriente entre la masa de fieles que les rodeaban; pero serán pocos, probablemente, los que estén dispuestos a dar un paso más y abandonar el círculo encantado, aceptando los Misterios de la Iglesia primitiva como el depósito de su sagrado saber. Sin embargo, hemos visto a San Pablo cuidando a San Timoteo y dándole instrucciones para que a su vez iniciase a otros que debían oportunamente transferirla para que pasase de mano en mano.
Consta, pues, la provisión de cuatro generaciones sucesivas de maestros, mencionados en las Escrituras mismas, las cuales generaciones sobrevivieron con mucho a los escritores de la Iglesia primitiva que dan testimonio de la existencia de los Misterios; pues de ellos los hay discípulos de los mismos Apóstoles, si bien las declaraciones más terminantes son las de aquellos que se hallan separados de los Apóstoles por un escalón intermedio. Ahora bien; cuando estudiamos los escritos de la Iglesia primitiva, nos encontramos con alusiones que sólo son inteligibles, admitiendo la existencia de los Misterios, y más adelante hallamos declaraciones de que los Misterios existían. Esto debía esperarse, teniendo en cuenta el punto en que el Nuevo Testamento deja la cuestión; pero siempre es satisfactorio ver que los hechos responden a la previsión.

Los primeros testigos son los llamados Padres apostólicos, discípulos de los Apóstoles; pero quedan muy pocas obras suyas, y éstas son discutidas. No habiendo sido escritas con el carácter de controversia, sus declaraciones no son tan categóricas como las de los escritos posteriores. Sus cartas tienen por objeto animar a los creyentes. Policarpo, obispo de Esmirna y discípulo, lo mismo que Ignacio, de San Juan (1), manifiesta confianza en que las personas a quienes se dirige estén bien versadas en las Sagradas Escrituras y en que nada os sea oculto; pero a mí aún no se ha concedido este privilegio" (2), escribe, a lo que parece, antes de obtener la iniciación completa. 

Barnabas habla de comunicar "alguna parte de lo que yo mismo he recibido" (3), y después de exponer la interpretación mística de la Ley, declara que "nosotros, pues, entendiendo rectamente Sus mandamientos, los explicamos como el Señor quería”. (4) Ignacio, obispo de Antioquía y discípulo de San Juan (5) dice de si mismo que "todavía no soy perfecto en Jesucristo, pues comienzo ahora a ser discípulo y os hablo como a mis condiscípulos" (6) , y se refiere a ellos como “iniciados en los misterios del Evangelio por Pablo, el santo, el mártir” (7).

También dice: "¿No podría yo escribiros cosas más llenas de misterio? Temo hacerlo, sin embargo, porque quizá os causara daño, pues no sois más que niños. Perdonad me en este particular, no sea que, incapaces de soportar tan pesada carga, seáis aplastados por ella. Yo mismo, aunque ligado (por Cristo) y capaz de comprender cosas del cielo, las jerarquías angélicas y las diferentes clases de ángeles y huestes, la diferencia entre poderes y dominios y las variedades de tronos y autoridades, el poder de los eones, la preeminencia de querubines y serafines, la sublimidad del Espíritu, el reino del Señor, y sobre todo la incomparable majestad del Dios Omnipotente, aunque versado en estas cosas, sin embargo, estoy muy lejos de ser perfecto y de ser un discípulo como Pablo o Pedro" (8) . 

Este pasaje es interesante, porque demuestra que la organización de las jerarquías celestiales era uno de los asuntos que se enseñaban en los Misterios. Además habla del Sumo Sacerdote, el Hierofante, "que es el encargado del sancta sanctorum y el único a quien se han confiado los secretos de Dios" (9).
Nos encontramos en seguida con San Clemente de Alejandría y con su discípulo Orígenes, los dos escritores de los siglos II y III, que dicen más acerca de los misterios de la Iglesia primitiva. Aunque la atmósfera general está llena de alusiones místicas, estos dos son claros y categóricos en sus declaraciones de que los Misterios eran una institución reconocida.

Ahora bien; San Clemente, que era discípulo de Panteno, habla de éste y de otros dos, que, según conjeturas, eran probablemente Taciano y Teodoto, como "guardianes de la tradición de la bendita doctrina emanada directamente de los Santos Apóstoles Pedro, Santiago, Juan y Pablo" (10), mediando, por tanto, sólo un eslabón entre él y los Apóstoles.

El fue el jefe de la Escuela catequística de Alejandría en el año 189 de nuestra Era, y murió en 220. Orígenes, discípulo suyo, nació en 185, y fue quizá el más sabio de los Padres, y un hombre de la más rara belleza moral. Estos son los testigos de quienes hemos recibido las declaraciones más importantes acerca de la existencia de Misterios definidos en la Iglesia primitiva.

La Stromata o Misceláneas de San. Clemente constituye la fuente de nuestra información acerca de los Misterios en su tiempo. El mismo habla de estos escritos como de una "miscelánea de notas gnósticas con arreglo a la verdadera filosofía" (11); y también loS califica de memorándum de las enseñanzas que él mismo había recibido de Panteno. El pasaje es instructivo: "El Señor... nos permitió comunicar sus Misterios divinos y esa santa luz a aquellos que pueden recibirlos. El no descubrió, ciertamente, a los muchos lo que a los muchos no pertenecía, sino a loS pocos, a quienes él sabía que pertenecían, a los que eran capaces de recibirlos o de amoldarse a ellos. Pero las cosas secretas se confían a la palabra, no a la escritura, como hace Dios. y si alguno dice (12) que está escrito "que nada hay secreto que no deba ser revelado, ni nada oculto que no deba ser descubierto", que sepa también de nosotros que el que oye en secreto, hasta lo secreto le será manifestado. Esto es lo predicho por tal oráculo. 

Y para aquel que es capaz de observar en secreto lo que se le da, será descubierto como verdad lo que está velado; y lo que está oculto a los muchos, aparecerá manifiesto a los pocos. . . Los Misterios se revelan místicamente; lo que se habla puede estar en la boca del que habla; pero más bien que en su voz está en su intención... Estas memorias mías son deficientes si se las compara con aquel espíritu lleno de gracia que tuve el privilegio de escuchar. Pero serán una imagen para representar el arquetipo en la mente de aquel que haya sido tocado con el Tirso." Será oportuno explicar aquí que el Tirso era la vara que llevaban los Iniciados, con la cual tocaban a los candidatos durante la ceremonia de la Iniciación. Tenía un significado místico que simbolizaba la médula espinal y la glándula pineal en los Misterios Menores, y una Vara, conocida de los Ocultistas, en las Mayores. Por tanto, el decir "aquel que fue tocado con el Tirso", era exactamente lo mismo que decir "aquel que fue iniciado en los Misterios." Clemente prosigue: “Nosotros declaramos que no hacemos la explicación completa de las cosas secretas; lejos de esto, sólo suscitamos la memoria de ellas, ya sea porque hemos olvidado algo, ya sea que nos propongamos evitar que se olviden. 

Yo bien sé que muchas cosas se nos han borrado con el transcurso del tiempo, se nos han desvanecido por no estar escritas... Hay, pues, algunas cosas de que no hacemos memoria; ¡el poder de que estaban dotados los hombres benditos era tan grande!"
Este es un caso frecuente entre aquellos que son enseñados por los grandes Seres, porque Su presencia estimula y pone en actividad poderes que están normalmente latentes y que el discípulo no puede despertar si no es ayudado. "Hay también algunas cosas que, desatendidas largo tiempo, al fin se han desvanecido; otras se borran desapareciendo por completo de la mente, por no ser tarea fácil para los inexpertos el retenerlas: éstas las hago revivir en mis comentarios. Algunas cosas omito deliberadamente, haciendo uso de una prudente selección, pues temo escribir lo que me guardo de hablar, no por falta de buena voluntad -lo cual sería culpable- sino por miedo que mis lectores tropiecen, interpretándolas en sentido erróneo; esto equivaldría, como dice el proverbio, a "entregar una espada a un niño". 
Es imposible que lo escrito deje de llegar a manos de alguien, aunque yo no lo publique. Y por más vueltas que se dé a la única voz de la escritura, nada responderá ésta al que le pregunte, más allá de lo escrito; pues se requiere necesariamente la ayuda de alguno, bien sea del que escribió o de otro que haya seguido sus pasos. Algunas cosas apuntará mi tratado; en otras se extenderá; otras apenas serán mencionadas. Hablará imperceptiblemente, mostrará en secreto y demostrará en silencio" (13).

Este pasaje solo basta para probar la existencia de una enseñanza secreta en la Iglesia primitiva. 
Pero no es el único que encontramos. En el capitulo XII de este mismo Libro I, titulado "Los Misterios de la Fe no son para todos", Clemente declara que, pues otros además de los sabios pueden leer su obra, “es forzoso encerrar en un Misterio la sabiduría hablada que enseñó el Hijo de Dios”. 
Se requería lengua purificada en el que hablaba, oídos purificados en el que oía. "Tales eran los obstáculos en el camino de mi escrito. Y aún ahora temo, como vulgarmente se dice, "echar margaritas a puercos, para que las pisoteen y se vuelvan contra nosotros y nos destruyan." Porque es difícil poner de manifiesto las palabras realmente puras y transparentes que se refieren a la verdadera luz, a oyentes groseros y sin instrucción. Apenas podría encontrarse cosa más risible que ésta para las muchedumbres, así como, por el contrario, nada más admirable e inspirador para las naturalezas nobles. Los sabios no profieren con su boca lo que razonan en consejo. "Lo que recibáis al oído -dijo el Señor- proclamad lo en las casas" ; ordenando así adquirir las tradiciones secretas del verdadero conocimiento y explicarlas clara y terminantemente; y conforme se las reciba al oído, transmitirlas a quien es debido. 

Mas no nos ordena comunicar a todos sin distinción el sentido de lo que se le dice en parábolas. Por tanto, sólo consigo en las memorias un bosquejo que contiene la verdad muy esparcida, para que pueda escapar a la penetración de aquellos que recogen las semillas como los grajos; mas si tropiezan con un buen cultivador, cada una de ellas germinará y producirá grano."
Clemente pudo haber añadido que "proclamar en las casas" significaba proclamar o explicar en la asamblea de los Perfectos, de los Iniciados, y en modo alguno predicar en alta voz a la multitud en las calles.

En otra parte dice que los que "todavía son ciegos y mudos, y no tienen entendimiento, ni la visión penetrante y serena del alma contemplativa. . . deben permanecer fuera del coro divino. . . Por lo cual, conforme al método de ocultación, la Palabra realmente sagrada y divina, la más necesaria para nosotros, guardada en la urna de la verdad, se señalaba por los egipcios en lo que ellos llamaban el adyta y por los hebreos en el velo. Sólo a lo consagrados. . . les era dado penetrar allí. Platón también consideró ilícito que "los impuros tocasen lo puro." De aquí que las profecías y oráculos se expongan en enigmas, y que los Misterios no sean manifestados libremente a todos sin distinción, sino sólo después de ciertas purificaciones e instrucciones previas" (14). Después discurre largamente sobre los símbolos, explicando los pitagóricos, los hebreos y los egipcios (15), y luego observa que el hombre ignorante y sin instrucción no los comprende. "Pero los gnósticos los entienden. 

Por tanto, no conviene que todas las cosas sean expuestas sin discreción a todos indistintamente, ni que los beneficios de la sabiduría sean comunicados a los que ni aun en sueños han sido purificados en el alma (pues no es permitido transmitir al primero que llega lo que se ha adquirido con tan penosos esfuerzos); ni son los Misterios de la Palabra para ser entregados al profano." Los pitagóricos y Platón, Zenón y Aristóteles tenían enseñanzas exotéricas y esotéricas. Los filósofos establecieron los Misterios; pues "¿no era más beneficioso para la santa y bendita contemplación de las verdades el que permaneciesen ocultas?" (16). 

Los Apóstoles también probaban el "que se velasen los Misterios de la Fe", "pues hay una instrucción para los perfectos", aludida en la Epístola a los Colosenses, I, 9-11 y 25-27. "Así, pues, de una parte están los Misterios que permanecieron ocultos hasta el tiempo de los Apóstoles, y que fueron transmitidos por ellos conforme los recibieron del Señor, los cuales, velados en el Antiguo Testamento, fueron manifestados a los santos. Y de otra parte están "las riquezas de la gloria del misterio en los gentiles", que es fe y esperanza en Cristo; a lo que él llamó en otro lugar el "cimiento." Cita a San Pablo para demostrar que este "conocimiento no pertenece a todos", y dice, refiriéndose a la Epístola a los Heb., V y VI, que "había ciertamente entre los hebreos algunas cosas reveladas que no estaban escritas"; y luego se refiere a San Barnabas, quien dice de Dios "que ha puesto en nuestros corazones la sabiduría y el entendimiento de Sus secretos", y añade que "a pocos es dado el comprender estas cosas", mostrando así un "rasgo de la tradición gnóstica." "Por lo que la instrucción que revela las cosas ocultas es llamada iluminación; pues solamente el maestro levanta la tapa del arca " (17) . Más adelante, refiriéndose a San Pablo, comenta su indicación a los romanos de que él "llevará con abundancia la bendición de Cristo" (18), y añade que así designa él "el don espiritual y la interpretación gnóstica, que, entretanto, desea participarles de palabra como "la plenitud de Cristo, según la revelación del Misterio, sellado desde tiempos eternos, y ahora manifestado por las Escrituras proféticas . . .” , (19) . Pero sólo a pocos de ellos es mostrado lo que son esas cosas contenidas en los Misterios.


Con razón, pues, dice Platón en las epístolas, tratando de Dios: "Nosotros estamos obligados a hablar en enigmas, a .fin de que, si la tableta viene a caer, por cualquier accidente marítimo o terrestre, en poder de alguno, permanezca ignorante el que lea" (20).
Después de un maduro examen de los escritores griegos y de una detenida investigación filosófica, declara San Clemente que la Gnosis "comunicada y revelada por el Hijo de Dios, es sabiduría. . . y la Gnosis misma es lo que, de unos en otros, ha llegado hasta unos pocos, transmitida por los Apóstoles, sin consignarla en escritura alguna” (21). Hace San Clemente una extensa relación de la vida del Gnóstico, el Iniciado, y termina diciendo: "Basta lo dicho para los que tienen oídos; pues no es necesario descubrir el misterio, sino sólo indicar lo suficiente para que lo perciban aquellos que participan del conocimiento" (22) .

Considerando San Clemente la Escritura formada de alegorías y de símbolos para que permanezca oculto su sentido, a fin de estimular la investigación y de preservar al ignorante del peligro (23) , limita la instrucción superior a los sabios, como era natural. "Nuestros gnósticos han de ser profundamente instruidos" (24), dice. "Ahora bien, los gnósticos deben ser eruditos" (25). Los que habían adquirido aptitud por una educación previa, podían penetrar el conocimiento más profundo; pues, aunque "un hombre puede ser creyente sin instrucción, así también afirmamos que es imposible que un hombre sin instrucción pueda comprender las cosas que se declaran en la fe" (26). "Algunos que se consideran naturalmente dotados, no quieren aprender ni la filosofía ni la lógica, y aun más, ni siquiera la ciencia natural. Piden solamente la fe desnuda. . . Así también llamo verdaderamente instruido a aquel que todo lo somete a la piedra de toque de la verdad, de suerte que extrayendo lo que hay utilizable en la geometría, en la música, en la gramática y en la misma filosofía, pone su fe a cubierto de todo género de asaltos. . .
¡Cuán necesario es para el que desea participar del poder de Dios, tratar los asuntos intelectuales filosóficamente!" (27).

"El gnóstico se aprovecha de las ramas del saber como ejercicios auxiliares preparatorios" (28). ¡Tan lejos estaba San Clemente de pensar que la enseñanza del cristianismo podía ajustarse a la ignorancia de las gentes que carecían de instrucción! “El que esté versado en todo linaje de sabiduría será preeminentemente un gnóstico" (29) . Así, al paso que daba la bienvenida al ignorante y al pecador, y encontraba en el Evangelio lo que respondía a sus necesidades, consideraba que sólo los instruidos y los puros eran candidatos a propósito para los Misterios. "El Apóstol llama a la fe común el cimiento, y algunas veces la leche (30), distinguiéndola así de la perfección gnóstica"; sobre ese cimiento debía construirse el edificio de la Gnosis, y al alimento de los niños debía sustituir el de los hombres. No había dureza ni desprecio alguno en la distinción que hacía, sólo sí el reconocimiento sabio y reposado de los hechos.

Aun el candidato bien preparado, el discípulo instruido y educado, podía únicamente alimentar esperanzas de avanzar paso a paso en las profundas verdades reveladas en los Misterios. Esto aparece claramente en sus comentarios sobre la visión de Hermes, en los cuales hace asimismo algunas alusiones sobre los métodos para leer las obras ocultas. "¿No le dio también el Poder que apareció a Hermes en la Visión, en la forma de la Iglesia, el libro que ella deseaba hacer conocer a los elegidos, para que lo transcribiese? y, según él dice, lo transcribió a la letra, sin encontrar el modo de completar las sílabas. Lo que significaba que la Escritura es clara para todos, leída en su sentido vulgar, y que ésta es la fe que ocupa el lugar de los rudimentos. De aquí también el empleo de la expresión figurada "leyendo conforme a la letra", al paso que, según sabemos, la declaración gnóstica de las Escrituras, cuando la fe ha alcanzado una posición avanzada, se halla en la lectura con arreglo a las silabas. . . 

Ahora bien: que el Salvador enseñó a los Apóstoles la interpretación oral de lo escrito (las escrituras) es cosa que también se nos ha transmitido, impreso por el poder de Dios en corazones nuevos, conforme a la renovación del libro. Así, los griegos de mayor reputación dedican el fruto del granado a Hermes, de quien dicen ellos que es lenguaje, por razón de interpretarlo, pues el lenguaje encubre mucho. . . Por tanto, no sólo es tan difícil adquirir la verdad a los que leen sencillamente, sino que, según demuestra la historia de Moisés, aun a los que tienen la prerrogativa de su conocimiento, no les es concedido el contemplarla inmediatamente. Hasta que nos acostumbremos a fijar la mirada, como los hebreos en la gloria de Moisés, y como los profetas de Israel en la visión de los Ángeles, no seremos nosotros capaces de mirar frente a frente los esplendores de la verdad" (31).

Podríamos hacer mayor número de citas, pero bastan las consignadas para dejar establecido el hecho de que San Clemente conocía los Misterios de la Iglesia, habiendo sido iniciado en ellos, y que escribió para instrucción de los que, a su vez, fueren iniciados en los mismos.
El siguiente testigo es su discípulo Orígenes, aquella luz, resplandeciente entre todas, por su sabiduría, su valor, su santidad, su devoción, su mansedumbre y su celo, cuyas obras siguen siendo minas de oro de donde el estudiante puede extraer tesoros de conocimiento.
En su famosa controversia con Celso, los ataques dirigidos al Cristianismo le pusieron en el caso de defender la posición cristiana con frecuentes referencias a las enseñanzas secretas (32).

Había alegado Celso, como punto de ataque, que el Cristianismo era un sistema secreto. Orígenes lo refuta diciendo que, si bien ciertas doctrinas eran secretas, muchas otras eran públicas, y que este sistema de enseñanza, exotérico y esotérico a la vez, adoptado por Cristianismo, era también de uso general entre los filósofos. El lector debe observar en el pasaje que sigue, la diferencia entre la resurrección de Jesús, considerada desde el punto de vista histórico, y el “misterio de la resurrección”:
"Además, puesto que él (Celso) llama frecuentemente a la doctrina cristiana un sistema secreto (de creencias), debemos impugnar este punto también, pues casi todo el mundo está más versado en lo que predican los cristianos que en las opiniones favoritas de los filósofos. Porque, ¿quién hay que ignore la declaración de que Jesús nació de una virgen, y que fue crucificado, y que su resurrección es un artículo de fe para muchos, y que se anuncia la celebración de un juicio general, en el cual los malos serán castigados, conforme lo merezcan, y los buenos serán debidamente recompensados? y, sin embargo, el Misterio de la resurrección, por no ser comprendido, se convierte para los incrédulos en objeto de ludibrio. En tales circunstancias, el hablar de la doctrina cristiana como sistema secreto, es del todo absurdo. Mas el que deba haber ciertas doctrinas, no dadas a conocer a la multitud, las cuales son (reveladas) después de enseñadas las exotéricas, no es cosa peculiar del Cristianismo solo, sino que corresponde también a los sistemas filosóficos, en donde unas verdades son exotéricas y otras esotéricas. Algunos de los oyentes de Pitágoras se contentaban con su ipse dixit, mientras que a otros se enseñaba en secreto aquellas doctrinas que no se consideraban propias para ser comunicadas a oídos profanos y no preparados. Por otra parte, no por ser mantenidos en el secreto los Misterios celebrados en toda la Grecia y en los países bárbaros, han sufrido descrédito alguno; así, pues, en vano trata él de calumniar las doctrinas secretas del Cristianismo, dado que no comprende exactamente su naturaleza" (33).

Es imposible negar que en este importante pasaje coloca Orígenes, de un modo claro, los Misterios Cristianos en la misma categoría que los del mundo pagano, y reclama el que no se convierta en asunto de ataque contra el Cristianismo lo que no se considera como un descrédito para otras religiones.

Continuando su polémica con Celso, declara que las enseñanzas secretas de Jesús fueron conservadas en la Iglesia; y al contestar a la comparación que hace Celso de "los Misterios internos de la Iglesia de Dios" con el culto egipcio de los animales, se refiere en particular a las explicaciones que dio aquél a sus discípulos acerca de sus parábolas. "No he hablado todavía de la observancia de todo lo que está escrito en los Evangelios, cada uno de los cuales contiene mucha doctrina difícil de comprender, no solamente para la multitud, sino aun para los más inteligentes, en lo cual hay que incluir una profundísima explicación de las parábolas que Jesús predicó a "los de fuera", de cuyo significado reservaba la exposición completa para aquellos que habían dejado atrás la etapa de la enseñanza esotérica y acudían a él privadamente en la casa. Y cuando se llegue a comprender esto, será de admirar la razón por qué se dice que algunos están "fuera" y otros "en la casa" (34).

Se refiere también con precaución a la "montaña" que ascendió Jesús, de la cual descendió para ayudar a "los que no podían seguirle hasta donde iban sus discípulos" (35). Se aludía a "la Montaña de la Iniciación", frase mística muy conocida, pues Moisés hizo también el tabernáculo con arreglo al modelo "que se le enseñó en la montaña" (36). Más adelante vuelve Orígenes a hacer referencia a lo mismo, al decir que, cuando Jesús estaba en la "Montaña", se mostró en su apariencia real muy diferente de como lo veían los que no podían "seguirle a lo alto" (37).

Del propio modo observa Orígenes en su comentario del Evangelio de Mateo, Cap. XV, y al ocuparse en el episodio de la mujer siro-fenicia: "Y quizá también entre las palabras de Jesús las hay que puedan darse a modo de panes sólo a los más racionales, como a hijos; y otras, cual si fueran mendrugos de la gran casa y de la mesa de los bien nacidos,
que podrán ser empleadas por algunas almas a manera de perros”.

Lamentándose Celso de que los pecadores fuesen llevados al seno de la Iglesia, contesta Orígenes que la Iglesia tenía medicinas para los que estaban enfermos, así como el estudio y el conocimiento de las cosas divinas para los que disfrutaban de salud. A los pecadores se enseñaba a no pecar, y sólo cuando se veía que habían progresado y que se habían "purificado por el Verbo", "entonces, y no antes, los invitamos a participar de nuestros Misterios. Porque nosotros hablamos la sabiduría entre aquellos que son perfectos" (38) .

Los pecadores acuden para curarse: "Pues hay ayudas en la divinidad del Verbo para sanar los enfermos. . . Otras hay también que exhiben a los puros de alma y cuerpo la "revelación del Misterio", que se mantuvo secreto desde el principio del mundo, pero que ahora se ha hecho manifiesto por los escritos de los profetas y por la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual aparición es patente a todos los perfectos, e ilumina su razón para el verdadero conocimiento de las cosas" (39). Tales apariciones de seres divinos se verificaban, como hemos visto, en los Misterios paganos, y los de la Iglesia tuvieron a su vez iguales gloriosos visitantes. "Dios el Verbo", dice, "fue enviado como médico para los pecadores, y como instructor de los Misterios Divinos para los que están ya purificados y no pecan más (40). "La sabiduría no penetrará en el alma de un hombre bajo, ni morará en un cuerpo sumido en el pecado"; por tanto, estas enseñanzas más elevadas se dan sólo a los "atletas de la piedad y de todas las virtudes."

Los cristianos no admitían a los impuros a este conocimiento, sino que decían: "Quienquiera que tenga manos limpias y, por tanto, eleve a Dios manos santas. . . venga a nosotros. . .quienquiera que esté puro, no sólo de toda suciedad, sino también de lo que se considera como transgresiones menores, sea abiertamente iniciado en los Misterios de Jesús, que sólo se dan a conocer con propiedad a los santos y a los puros." Por esto, antes que empezase la ceremonia de la Iniciación, el Hierofante, que era aquel que actuaba como Iniciador con arreglo a los preceptos de Jesús, hacía la proclamación significativa "a los que han sido purificados en su corazón: Que aquel cuya alma no ha tenido conciencia de mal alguno en mucho tiempo, especialmente desde que se entregó
a la purificación del Verbo, oiga las doctrinas que fueron expuestas por Jesús a Sus discípulos genuinos en privado."

Esta era la entrada en la “iniciación de los sagrados Misterios para los que estaban ya purificados” (41). Sólo éstos podían aprender las realidades de los mundos invisibles; sólo ellos podían entrar en los sagrados recintos, en donde, como antaño, eran ángeles los instructores, y en donde el conocimiento se comunicaba por medio de la vista además de la palabra. Es imposible que deje de llamar la atención la diferencia de tono entre estos cristianos y sus modernos sucesores. Para aquellos, la pureza perfecta de vida, la práctica de la virtud, el cumplimiento de la Ley divina en todos los pormenores de la conducta externa, la completa rectitud eran -lo mismo que para los paganos-, sólo el principio del sendero en lugar del bien. En los tiempos actuales se considera que la religión ha logrado gloriosamente su objeto, cuando ha formado al Santo; en los tiempos primitivos dedicaba sus elevadas energías a los Santos, y cogiendo a los puros de corazón, los conducía a la Visión Beatífica.

De nuevo se hace patente este mismo hecho de la enseñanza secreta, cuando discute Orígenes los argumentos de Celso sobre la cordura de sostener las costumbres de abolengo, que se fundaban en la creencia de que "las diversas partes de la tierra fueron asignadas desde el principio a distintos Espíritus directores, quedando así distribuidas entre ciertos Poderes gobernantes, en cuya forma se llevaba el gobierno del mundo" (42).

Después de censurar Orígenes las deducciones de Celso, prosigue: "Pero como creemos probable que este tratado caerá en manos de algunos de los que están acostumbrados a investigaciones más profundas, nos aventuraremos a exponer algunas consideraciones más hondas, que encierran una perspectiva mística y secreta respecto a la distribución original de las varias partes de la tierra entre diversos Espíritus directores" (43). Dice que Celso no comprendió los motivos más profundos del arreglo de los asuntos terrestres, de los cuales da razón la misma historia de Grecia. Cita luego el Deuteronomio, XXXII, 8-9: "Cuando el Altísimo dividió las naciones, cuando dispersó a los hijos de Adán, estableció los términos de los pueblos conforme al número de los Ángeles de Dios; y la parte del Señor fue su pueblo Jacob, o Israel la cuerda de su heredad." Esta es la versión de los Setenta, no la de la traducción inglesa autorizada, pero es muy significativo que la denominación del "'Señor" se considerara correspondiente sólo al Ángel Gobernador de los judíos, y no al "Altísimo", esto es, a Dios. Este concepto ha desaparecido por ignorancia, y de aquí la impropiedad de muchas declaraciones relativas al "Señor", al ser aplicadas al " Altísimo", como, por ejemplo, la consignada en el libro de los Jueces, I, 19.

Después refiere Orígenes la historia de la Torre de Babel, y continúa diciendo: "Más sobre estos asuntos muy místicos puede decirse, con lo cual tiene relación lo siguiente: "Es conveniente tener secreto de rey", Tobías, XII, 7, a fin de que la doctrina de la entrada de las almas en los cuerpos (no la de la trasmigración de un cuerpo a otro) no pueda ponerse delante de las inteligencias vulgares, ni lo que es santo sea echado a los perros, ni las margaritas a los puercos. Pues tal proceder sería impío y equivalente a hacer traición a las declaraciones misteriosas de la sabiduría de Dios. . . Basta, sin embargo, presentar en la forma de una narración histórica lo que se desea que contenga un significado secreto bajo el ropaje de la historia, para que los que son capaces, puedan
desentrañar por sí mismos lo que se relaciona con el asunto" (44). Luego desarrolla más extensamente el relato de la Torre de Babel y dice: "Ahora bien, si alguno tiene capacidad para ello, entienda que lo que asume la forma de historia, contiene algunas cosas que son literalmente verdad, al paso que encierra un significado más profundo. . ." (45).

Después de esforzarse en demostrar que el "Señor" era más poderoso que los otros Espíritus directores de las diferentes partes del mundo, y que sometió a su pueblo a la penalidad de vivir bajo el dominio de los otros poderes, reclamándolo luego en unión de todas las naciones menos favorecidas que podían ser redimidas, Orígenes concluye diciendo: "Según hemos observado anteriormente, debe entenderse que hacemos estas indicaciones con un significado oculto para señalar el error de los que aseguran. . .” (46) como hizo Celso.

Indica Orígenes que "el objeto del Cristianismo" es que nos hagamos sabios" (47), y luego prosigue: "Si leéis los libros escritos después del tiempo de Jesús, veréis que aquellas multitudes de creyentes que oyen las parábolas, están por decirlo así, "fuera", y sólo son dignas de las doctrinas esotéricas, al paso que los discípulos aprenden en privado la explicación de las parábolas. Pues privadamente mostraba Jesús todas las cosas a sus discípulos, estimando como superiores a la multitud a los que deseaban conocer su sabiduría. Y promete a los que creen en El, enviarles hombres sabios y escribas. . . También Pablo, en el catálogo de "Charismata", suministrado por Dios, colocó en primer término "el Verbo de Sabiduría"; en segundo, como inferior a ella, "la palabra de conocimiento"; mas en tercero, y aun debajo, "la fe". Y como consideraba "el Verbo" superior a los poderes milagrosos, coloca por ende "el obrar milagros" y "los dones curativos" en lugar inferior a los dones del Verbo (48).

El Evangelio ayudaba ciertamente al ignorante, "pero el haber sido educado, el haber estudiado las mejores opiniones y el ser sabio no son impedimentos para el conocimiento de Dios, sino por el contrario, una ayuda" (49). Por lo que hace a los no inteligentes, "trato de hacerlos adelantar cuanto puedo, si bien no desearía construir la comunidad cristiana con semejantes materiales. Pues busco con preferencia a los más hábiles y agudos, porque son capaces de comprender el significado de las sentencias difíciles" (50) . Aquí vemos francamente determinada la antigua idea cristiana de completo acuerdo con las consideraciones expuestas en el Cap. I de este libro. El ignorante tiene puesto en el Cristianismo, mas éste no fue destinado para ellos solamente, sino que tiene también enseñanzas profundas para los "hábiles y agudos."

En consideración a éstos hace un trabajo ímprobo para demostrar que las Escrituras judías y cristianas tienen significados secretos, ocultos bajo el velo de narraciones cuyo sentido externo las hace tan repelentes como absurdas; y así alude a la serpiente y al árbol de la vida y "a las demás declaraciones subsiguientes, las cuales podrían conducir por sí mismas, aún al más cándido lector, a la creencia de que todas estas cosas tienen, no sin razón, un significado alegórico" (51). Destina muchos capítulos a estos significados alegóricos y místicos, ocultos detrás de las palabras del Antiguo y Nuevo Testamento, y declara que Moisés y los egipcios producían historias cuyo sentido era secreto (52). "El que lee ingenuamente las narraciones" -este es el canon general de interpretación de Orígenes- "y desea además prevenirse contra el error a que ellas pudieran inducirle, deberá ejercitar su juicio, tratando de distinguir a qué declaraciones debe prestar su asentimiento, y cuáles debe aceptar en sentido figurado, y procurar descubrir la intención de los autores de tales invenciones, para hacerse cargo de las manifestaciones en que no debe creer, por haber sido escritas para satisfacción de determinadas personalidades solamente. y hemos dicho esto por vía de anticipación a toda la historia referida en los Evangelios acerca de Jesús" (53). Una gran parte de su Libro Cuarto está dedicada a poner en claro las explicaciones místicas de los relatos de las Escrituras. 

El que desee conocer el asunto debe leerlo. En el libro De Principiis expone Orígenes, como enseñanza corriente en la Iglesia, "que las Escrituras fueron redactadas por el Espíritu de Dios, y que tienen, no sólo el sentido que a primera vista parece, sino también otro que se escapa a la observación de la mayor parte de la gente. Pues aquellas palabras que están escritas, son las formas de ciertos Misterios, e imagen de cosas divinas. Respecto de lo cual existe la opinión en toda la Iglesia de que la totalidad de la leyes ciertamente espiritual; pero que el significado espiritual que la ley encierra no es conocido de todos sino sólo de aquellos a quienes es concedida la gracia del Espíritu Santo por medio de la palabra de sabiduría y conocimiento" (54). Los que recuerden lo ya citado, verán en la "palabra sabiduría" y en la "palabra de conocimiento", las dos instrucciones místicas típicas: la espiritual y la intelectual.

En el libro cuarto De Principiis, explica Orígenes a la larga su manera de ver a propósito de la interpretación de la Escritura. Tiene un "cuerpo", que es el sentido común e histórico; un "alma", el sentido figurado que hay que descubrir con el ejercicio del intelecto; y un "espíritu", el significado íntimo y divino, que sólo pueden conocer los que tienen "la mente de Cristo". Considera que se han introducido en la historia cosas incongruentes e imposibles, para estimular al lector inteligente y obligarle a buscar una explicación más profunda, al paso que la gente sencilla continuará leyendo sin apreciar las dificultades (55).

El cardenal Newman, en su libro Arians of the Fourth Century, hace algunas observaciones interesantes sobre la Disciplina Arcani; pero con el escepticismo profundamente arraigado del siglo XIX, no pudo creer por completo en las "riquezas de la gloria del Misterio", o, lo que es más probable, no concibió, ni por un momento, la posibilidad de la existencia de realidades tan espléndidas. Era él, sin embargo, un creyente en Jesús, y las promesas de Jesús fueron claras y definidas: "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Aun un poquito de tiempo y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, y vosotros también viviréis.
En ese día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros" (56). La promesa fue ampliamente cumplida, pues El vino a ellos y los instruyó en Sus Misterios; entonces le vieron ellos, aunque el mundo no le vio más, y reconocieron a Cristo en sí mismo y la vida de Cristo como la suya propia.

El cardenal Newman confiesa la existencia de una tradición secreta transmitida por los Apóstoles, pero la cree constituida por las doctrinas cristianas divulgadas más tarde, olvidándose de que aquellos de quienes se había declarado que no eran todavía aptos para recibirla, no eran paganos, ni aun siquiera catecúmenos que estuviesen sometidos a instrucción, sino individuos que comulgaban plenamente dentro de la Iglesia Cristiana. De aquí que declare que esta tradición secreta fue más tarde "autorizadamente divulgada y perpetuada en forma de símbolos", incorporándose la "en los credos de los primitivos Concilios" (57). Pero como las doctrinas de los credos se encuentran claramente expresadas en los Evangelios y en las Epístolas, tal posición es completamente insostenible, pues todas ellas habían sido ya predicadas al mundo en general, y los miembros de la Iglesia estaban ciertamente bien instruidos en todas. Las repetidas declaraciones sobre el secreto pierden, pues, todo sentido, si se las explica de este modo. El cardenal dice, sin embargo, que lo que "no se haya hecho auténtico de este modo, ya se trate de informaciones proféticas, ya de comentarios sobre los pactos hechos por Dios con el hombre, está, por las circunstancias del caso, perdido para la Iglesia" (58). Esto es muy probable, y de hecho mucha verdad en lo que se refiere a la Iglesia, mas no por eso ha de considerarse imposible el adquirir de nuevo su posesión.

Comentando a Ireneo, que en su obra Contra las Herejías sostiene con gran empeño la existencia de una Tradición Apostólica en la Iglesia, el cardenal escribe: "Pasa él luego a hablar de la claridad y evidencia de las tradiciones conservadas en la Iglesia, como informadoras de la verdadera sabiduría de los perfectos de que habla San Pablo, y que los Gnósticos pretendían poseer. Y, a la verdad, aun sin pruebas formales de la existencia de una tradición apostólica y de su autoridad en los tiempos primitivos, es claro que ha debido existir una tradición, dado que los Apóstoles hablaban, y que sus amigos conservaban su recuerdo, como acontece a los demás hombres.

Es de todo punto inconcebible que no se hubiesen considerado en el caso de ordenar la serie de doctrinas reveladas de modo más sistemático que como las consignaron en las Escrituras, desde el momento en que sus convertidos se vieron expuestos a los ataques y falsedades de los herejes, a no ser que les estuviese prohibido hacerlo: suposición que no puede sostenerse.

Sus declaraciones, de tal manera producidas, se habrían conservado seguramente en unión de esas otras verdades secretas, pero menos importantes, a que San Pablo parecía aludir, y que, poco o mucho, reconocen los escritores primitivos, ya sea como concernientes a los tipos de la Iglesia Judía, ya sea como relativas a la suerte futura de la Cristiana. y semejantes recuerdos de la enseñanza apostólica serían evidentemente obligatorios para la fe de los que fueron instruidos en ellos, a menos que se suponga que, aunque provenían de instructores inspirados, no eran de origen divino" (59). En una parte de la sección que trata del método alegórico, escribe, refiriéndose al sacrificio de Isaac, etcétera, como "típico de la revelación del Nuevo Testamento": "Para corroborar esta observación, hay que hacer presente que parece haber habido (60) en la Iglesia una explicación tradicional de estos tipos históricos, proveniente de los Apóstoles pero conservada entre las doctrinas secretas, como peligrosa para la mayor parte de los oyentes; y por cierto que en la Epístola a los hebreos nos ofrece San Pablo un ejemplo de tal tradición, tanto por lo existente como por lo secreto (aunque se demuestre que es de origen judía), cuando deteniéndose primero e inquiriendo la fe de sus hermanos, les comunica, no sin vacilación, el propósito evangélico del relato de Melquisedec, al ser introducido en el libro del Génesis" (61).

Las convulsiones sociales y políticas que acompañaron la muerte del Imperio Romano, comenzaron a trabajar su enorme fábrica, y hasta los cristianos mismos se vieron envueltos en el torbellino de intereses egoístas puestos en lucha. Aún entonces encontramos referencias aisladas de enseñanzas especiales que se transmitían a los jefes e instructores de la Iglesia: conocimiento de las jerarquías celestes, instrucciones dadas por ángeles y otras por el estilo. Pero la falta de discípulos aptos fue causa de que los Misterios dejasen de tener la existencia de una institución conocida del público, y de que la enseñanza se diese cada vez con mayor sigilo a las almas más y más raras que, por su instrucción, devoción y pureza, se mostraban capaces de recibirla. Ya no se encontraban escuelas donde se diesen las enseñanzas preliminares, y con la desaparición
de éstas "se cerró la puerta."

Sin embargo, pueden rastrearse en el Cristianismo dos corrientes, cuyo origen eran los desvanecidos Misterios. Era una la corriente de instrucción mística, que emanaba de la Sabiduría, de la Gnosis, comunicada en los Misterios; la otra era la corriente de contemplación mística que formaba igualmente parte de la Gnosis, y que llevaba al éxtasis, a la visión espiritual. Empero divorciada esta última del conocimiento, rara vez alcanzaba el verdadero éxtasis, y tendía a extraviarse en el tumulto de las' regiones inferiores de los mundos invisibles, o a perderse en medio de la multitud abigarrada de las formas sutiles suprafísicas, asequibles como apariencias objetivas a la visión interna -prematuramente forzada por los ayunos, las vigilias y la atención intensa-, pero nacidas en gran parte de las emociones y pensamientos del vidente. Aun cuando las formas observadas no fuesen pensamientos exteriorizados, veíanlas a través de una atmósfera con torcida de ideas y creencias preconcebidas, razón por la cual no ofrecían la debida confianza. Esto no obstante, algunas de las visiones eran realmente de asuntos celestiales; Jesús se aparecía verdaderamente de vez en cuando a sus fervientes adoradores, y en ocasiones los ángeles iluminaban con su presencia las celdas de los monjes de ambos sexos y las soledades de los que se entregaban al arrobamiento y de los que pacientemente buscaban a Dios. El negar la posibilidad de tales hechos sería asestar golpes a la raíz misma de "las más firmes creencias" de todas las religiones, de las cuales también participan, por sus conocimientos, todos los Ocultistas: la comunicación entre los espíritus sumidos en la carne y aquellos otros más sutilmente revestidos; el contacto de mente con mente a través de las barreras de la materia; la manifestación de la Divinidad que anida en el hombre; la certidumbre de una vida más allá de las puertas de la muerte.

Echando una mirada sobre los pasados siglos, no encontramos época alguna en que el Cristianismo haya estado totalmente privado de misterios. "Probablemente hacia el final
del siglo quinto, en los momentos en que la filosofía antigua desaparecía de las escuelas de Atenas, fue cuando la filosofía especulativa del neoplatonismo hizo su morada definitiva en el pensamiento cristiano, mediante las falsificaciones literarias del Pseudo-Dionisio. Las doctrinas del Cristianismo estaban por aquel entonces tan firmemente establecidas, que la Iglesia podía contemplar sin inquietudes cualquiera interpretación mística o simbólica de ellas. El autor de la Theologica Mystica y de las demás obras que llevan el nombre del Areopagita, procede, pues, a desarrollar las doctrinas de Proclo, con muy ligeras modificaciones, dentro de un sistema de Cristianismo esotérico. Dios es el Uno que no tiene nombre, que está sobre toda esencia y aun por encima de la bondad misma. De aquí que la "teología negativa", que sube de la criatura a Dios, abandonando uno tras otro todos los atributos determinados, nos conduzca más cerca de la verdad. La vuelta a Dios es la consumación de todas las cosas y la meta indicada por las enseñanzas cristianas. Estas mismas doctrinas fueron predicadas con más fervor eclesiástico por Máximo el Confesor (580-622). Máximo representa acaso la última actividad especulativa de la Iglesia griega; pero la influencia de los escritos del Pseudo-Dionisio fue transmitida a Occidente en el siglo noveno por Erigena, de cuyo espíritu especulativo toman su origen tanto el escolasticismo como el misticismo de la Edad Media. Erigena tradujo a Dionisio al latín, juntamente con los comentarios de Máximo, y su sistema se funda esencialmente sobre el de aquellos. 

La teología negativa es adoptada, y se declara que Dios es un Ser sin predicados, por encima de todas las categorías, y, por tanto, no impropiamente se le llama Nada (esto es, Ninguna Cosa). De esta Nada o esencia incomprensible surge eternamente la creación del mundo de las ideas o causas primordiales. Este es el Verbo o el Hijo de Dios, en quien existen todas las cosas, en tanto y en cuanto tienen existencia substancial. Toda existencia es una teofanía, y ,así como Dios es principio de todas las cosas, asimismo es su fin. Erigena enseña la restitución de todas las cosas bajo la forma de la adunatio o deificatio de Dionisio.

Estos son los contornos permanentes de lo que puede llamarse la filosofía del misticismo de los tiempos cristianos; y es de notar la poca variación con que son repetidos de una en otra edad" (62).
En el siglo once Bernardo de Clairvaux (1091-1153) y Hugo de San Víctor prosiguieron la tradición mística, así como Ricardo de San Víctor en el siglo siguiente, y San Buenaventura, el Doctor Seráfico, y el gran Santo Tomás de Aquino ( 1227 -1274 ) en el siglo trece. Tomás de Aquino dominó la Europa de la Edad Media, no menos por la fuerza de su carácter que por su sabiduría y piedad. Confirma la "Revelación" como una fuente de conocimiento, de la cual son la tradición y la Escritura los canales por donde discurre; la influencia del Pseudo-Dionisio, notoria en sus escritos, lo liga a los neoplatónicos. La segunda fuente es la Razón, y sus canales, la filosofía platónica y el sistema de Aristóteles: esta última una no buena alianza que hizo el Cristianismo, pues Aristóteles vino a ser un obstáculo para el avance del pensamiento más elevado, como se hizo manifiesto en las luchas de Giordano Bruno el pitagórico. Tomás de Aquino fue canonizado en 1323 ; y aun hoy es este gran domínico el tipo de la unión entre la teología y la filosofía, que fue la aspiración de su vida. Todos ellos pertenecen a la gran Iglesia de la Europa Occidental, y sostuvieron el derecho de aquella a ser considerada como transmisora de la sagrada antorcha del saber místico. 

Alrededor de ella surgieron también muchas sectas, calificadas de heréticas, y que profesaban, sin embargo, tradiciones verdaderas de la enseñanza secreta; los Cátaros y otros muchos fueron perseguidos por una Iglesia celosa de su autoridad y temerosa de que las perlas santas cayesen en manos profanas. En el mismo siglo también brilló Santa Isabel de Hungría por su dulzura y pureza, en tanto que Eckhart (1260-1329) da muestras de ser digno heredero de la escuela alejandrina. Eckhart enseñó que "La Deidad suprema es la Esencia absoluta (Wesen), incognoscible, no sólo para el hombre, sino para sí misma; es tinieblas y absoluta indeterminación: Nicht, en contraposición a Icht, o existencia definida incognoscible. Sin embargo, es la potencialidad de todas las cosas; y su naturaleza, a través de un proceso triádico, alcanza la conciencia de sí misma como Dios trino.
La creación no es un acto temporal, sino una necesidad eterna de la naturaleza divina. Eckhart se complace en decir:
"Yo soy tan necesario a Dios, como Dios me es necesario a mí. Dios se conoce y se ama a sí mismo en mi conocimiento y en mi amor" (63).

En el siglo catorce siguieron a Eckhart, Juan Tauler y Nicolás de Basel, "el Amigo de Dios en la Tierra". De ellos tomó origen la Sociedad de los Amigos de Dios, verdaderos
místicos y seguidores de la tradición antigua. Mead hace notar que Tomás de Aquino, Tauler y Eckhart siguieron al Pseudo-Dionisio, quien había seguido a Plotino, Jámblico y Proclo, los cuales habían seguido a su vez a Platón y a Pitágoras (64). Así están eslabonados los secuaces de la Sabiduría de todas las edades. Un "Amigo" fue probablemente el autor de Die Deutsche Theologie, libro de devoción mística que tuvo la curiosa suerte de ser aprobado por Staupitz, el Vicario General de los Agustinos, quien lo recomendó a Lutero, el cual lo aprobó también y lo publicó en 1516, como libro que debía colocarse en lugar inmediato a la Biblia y a los escritos de San Agustín de Hipona. Otro "Amigo" fue Ruysbroeck, a cuya influencia con Groot fue debida la fundación de los Hermanos de la Suerte Común o de la Vida Común, sociedad que será por siempre memorable, por contar entre sus miembros a aquel príncipe de los místicos, Tomás de Kempis (1380-1471), el autor de la inmortal Imitación de Cristo.

El aspecto intelectual del misticismo se exhibe en los dos siglos siguientes con más vigor que el estático -tan dominante en aquellas sociedades del siglo catorce- y aparecen el cardenal Nicolás de Cusa, Giordano Bruno, el mártir caballero andante de la filosofía, y Paracelso, el muy calumniado sabio, que derivó sus conocimientos, no de los canales griegos sino de la fuente directa original de Oriente.

El siglo décimo sexto vio nacer a Jacobo Bohme (1575-1624), el "inspirado chapucero", de cierto, un Iniciado en la oscuración, cruelmente perseguido por gentes incultas. Después apareció Santa Teresa, la muy oprimida y paciente mística española, y San Juan de la Cruz, llama viva de intensa devoción, y San Francisco de Sales. Sabia fue Roma al canonizarlos, más sabia sin duda que la Reforma, que persiguió a Bohme; pero el espíritu de la Reforma fue siempre acentuadamente contrario al misticismo: su hálito, como el sirocco, marchitó las hermosas flores del misticismo, por do quiera que pasara.

Roma, que, aunque canonizó a Teresa muerta, viva la fatigó sañudamente, trató de mala manera a Mme. de Guyon (1648-1717), verdadera mística, y a Miguel de Molinos (1627 -1696), digno de figurar al lado de San Juan de la Cruz, el cual mantuvo flagrante en el siglo diecisiete la elevada devoción del místico convertida a una forma especial pasiva: el "Quietismo".
En este mismo siglo se estableció en Cambridge la escuela de los platónicos, entre los cuales figura, como ejemplar notable, Henry More (1614-1687) ; asimismo son dignos de citarse Tomás Vaughan y Roberto Fludd, el Rosacruz. Constituyese también la Sociedad Filadélfica, apareciendo en actividad durante el siglo diez y ocho y William Law (1686-1761) y aun sobrepujando a St. Martin (1743-1803), cuyos escritos han fascinado a tantos espíritus estudiosos del siglo décimonono (65).
No debemos omitir a Christian Rosenkreutz (muerto en 1484), en cuyo nombre se fundó en 1614 la Sociedad mística de la Rosa Cruz, que sostuvo el conocimiento verdadero, y cuyo espíritu renació en el "Conde de San Germain", figura misteriosa que aparece y desaparece entre sombras, iluminada por los relámpagos amenazadores del último tercio del siglo diez y ocho. Místicos fueron también algunos cuáqueros, la muy perseguida secta de los Amigos, que buscaban los fulgores de la Luz Interna y procuraban siempre oír la Voz Intima. Muchos más místicos hubo, "de quien el mundo no fue digno", bien así como la sabía y encantadora Madre Juliana de Norwich, del siglo catorce: joyas de la Cristiandad, muy poco conocidas, pero que justifican al Cristianismo ante el mundo.

Sin embargo, aun guardando todo acatamiento a estos Hijos de la Luz, esparcidos por todas las centurias, nos sentimos forzados a reconocer en ellos la falta de aquella unión de aguda inteligencia y devoción elevada que producía la enseñanza de los Misterios; y mientras nos maravillamos de que hubiesen volado tan alto experimentamos cierto deseo de haber visto cómo se hubiesen desarrollado tan raras dotes bajo la influencia de aquella magnífica disciplina arcani.

Alfonso Luis Constant, más conocido por su pseudónimo de Eliphas Levi, ha expuesto con exactitud la pérdida de los Misterios y la necesidad de su restablecimiento. "Una gran desgracia sucedió al Cristianismo. La traición hecha a los Misterios por los falsos gnósticos -pues los gnósticos, esto es, aquellos que saben, eran los Iniciados del Cristianismo primitivo-, fue causa de que la Gnosis fuese rechazada y de que la Iglesia se hiciese extraña a las supremas verdades de la Kabbala, la cual contiene todos los secretos de la teología trascendental... Vuelvan a ser la ciencia más absoluta y la razón más elevada el patrimonio de los directores del pueblo; empuñen de nuevo el arte sacerdotal y el arte regio el doble cetro de las antiguas iniciaciones, y el mundo social saldrá otra vez del caos. No sigáis arrojando a las llamas las imágenes santas; no destruyáis más los templos: templos e imágenes son necesarios a los hombres; pero echad a los mercaderes de la casa de oración; que los ciegos no continúen siendo guías de los ciegos sino reconstruid la jerarquía de la inteligencia y de la santidad, reconociendo sólo a los que saben como instructores de los que creen" (66) .

¿Volverán las Iglesias actuales a la enseñanza mística, a los Misterios Menores, preparando así a sus hijos para el restablecimiento de los Misterios Mayores, atrayendo de nuevo a los Ángeles como Maestros, y logrando por Hierofante a Jesús, el Instructor Divino? De la contestación a esta pregunta depende el porvenir del Cristianismo.




Notas del capítulo 3

(1) Vol. I, El Martirio de Ignacio, cap. III. Las traducciones tenidas a la vista son las de la Biblioteca Ante Nicena de Clarke, compendio utilísimo de la antigüedad cristiana.
El número del volumen que aparece en primer término en las citas, es el volumen de esa serie.
(2) Ibid, Epístola de Policarpo, cap. XII.
(3) Ibid, Epístola de Barnabas, cap. I.
(4) Ibid, cap. X.
(5) Ibid, El Martirio de Ignacio, cap. I.
( 6) Ibid, Epístola de Ignacio a los Efesios, cap. III.
(7) Ibid, cap. XII.
(8) lbid, a los Tralianos, cap. V.
(9) Vol. I, a los Fíladelfos, cap. IX.
(10) Vol. IV. Clemente de Alejandría.Stromata, lib. I, cap. I.
(11) Vol. IV, Stromata, lib. I. cap. XXVIII.
(12) ¡Parece que aun en aquellos tiempos había quien hiciese objeciones a la enseñanza secreta de ciertas verdades!
(13) Vol. IV. Stromata, lib. I, cap. I.
(14) Stromata, lib. V, cap. IV.
(15) Ibid, cap. V-IV.
(16) Ibid, cap. IX.
(17) Stromata, lib. V, cap. X.
(18) Lug. cit. XV, 29.
(19) Lug. cit. XVI, 25 y 26. La versión citada difiere en las palabras, pero no en el sentido, de la versión inglesa autorizada.
(20) Stromata, lib. V, cap. X.
(21) Ibid, lib. VI, cap. VII.
(22) Ibid, lib. VII, cap. XIV.
(23) Stromata, lib. VI, cap. XV.
(24) Ibid. lib. VI. X.
(25) Ibid, lib. VI, VII.
(26) Lug. cit., lib. I. cap. VI.
(27) Ibid, cap. IX.
(28) Ibid, lib. VI, cap. X.
(29) Ibid. lib. I. cap. XIII.
(30) Vol. XII, Stromata, lib. V, cap. IV.
(31) Vol. XII, Stromata, lib. VI, cap. XV.
(32) El libro I. Origen Against Celsus, se encuentra en el vol. X de la Biblioteca Ante Nicena. Los libros restantes está en el volumen XXIII.
(33) Vol. X, Origen Against Celsus, lib. I, cap. VII.
(34) Ibid.
(35) Ibid.
(36) Ex. XXV, 40, XXVI, 30 y compárese en Heb. VIII, 5 y IX, 23.
(37) Origen Against Celsus. lib. IV, cap. XVI.
(38) Ibid, lib. III, cap. UX.
(39) Ibid, cap. LXI.
(40) Ibid, cap. LXII.
(41) Origen Against Celsus, cap. LX.
(42) Vol. XXIII, Origen Against Celsus, lib. V, cap. XXV.
(43) Ibid, cap., XXVIII.
(44) Origen Against Celsus, cap. XXIX.
(45) Ibid, XX, XI.
(46) lbid, cap. XXXII.
(47) lbid, cap. XLV.
(48) lbid, cap. XL VI.
(49) lbid, caps. XL VII-LIV ,
(50) Origen Against Celsus, cap. LXXIV.
(51) Ibid, lib. IV, cap. XXXIX.
(52) Ibid, Vol. X, lib. I, cap. XVII y otros.
(53) Ibid, cap. XLII.
(54) Vol. X, De Principiis. Prefacio, pág. 8.
(55) Ibid, cap. I.
(56) San Juan, XIV, 18-20.
(57) Lugar cit., cap. I, sec. III, pág. 55.
(58) Ibid, cap. I. sec. III, págs. 55-56.
(59) Lugar cit., cap. I, págs. 54-55.
(60) “Parece haber habido” es una expresión un tanto débil, después de lo dicho por Clemente y Orígenes, de lo cual se ha dado en el texto algunos ejemplos.
(61) Lugar cit.,.pág. 62.
(62) Artículo sobre “Misticismo” – Enciclopedia Británica
(63) Artículo citado - Enciclopedia Británica
(64) Orpheus, págs. 53 y 54.
(65) Debemos consignar aquí nuestro reconocimiento por el artícu1o de la Encyc. Brit. titulado "Misticismo", aunque esta publicación no salga responsable de las opiniones expresadas en ella.
(66) The Mysteries of Magic, trad. por A. E. Waite, páginas 58 y 60.


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