martes, 30 de abril de 2019

IMAGINACIÓN Y REALIDAD




La imaginación es una facultad que sobrepasa los niveles de la observación y del razonamiento; es por excelencia la facultad que construye puentes en el mundo mental y aún en el físico. Es en realidad un poder Divino, pues crea en la mente cosas que luego pueden materializarse en una u otra forma. Observamos con los sentidos, si bien no es esta una actividad puramente sensoria puesto que la mente entra en toda observación. Cuando miramos una superficie, digamos las paredes de un edificio, y formamos una imagen o cuadro en tres dimensiones, esa imagen está construida con los elementos de las impresiones que recibimos de esa superficie. Tenemos las impresiones de línea, color, altura, anchura, textura, etc., que se fotografían primero en nuestra visión y luego en nuestro cerebro; pero la perspectiva del con junto nos la da la mente. Así tenemos el uso de la imaginación en la observación misma de las cosas; de otra manera todo lo que obtendríamos no sería más que fragmentos in conexos de impresiones.
            
La imaginación no es idéntica en todos sus aspectos con la visualización. Esta última es más bien un enfoque adecuado; cuando lo gramos enfocar correctamente podemos producir una imagen perfectamente clara, como lo sabe todo fotógrafo. Pero la imaginación incluye la captación de ideas más elevadas y sutiles que parecen estar subyacentes o presidir invisiblemente sobre lo percibido en el primer plano, y la materialización de esas ideas. Es con la imaginación que penetramos más allá de la línea divisoria entre lo conocido y lo desconocido; no hasta el corazón de lo desconocido, o toda su inmensidad, pero si hasta su horizonte cercano donde las cosas existentes allí son apenas tenues sombras que sentimos a medias, pero que llegarán a revelársenos bajo la simple luz de la objetividad. Sentimos algo que parece manifestarse ante nuestra visión, asumiendo forma objetiva. Es con la imaginación que percibimos un trasfondo, y grados de diferencia que traen ante la vista nuevas figuras y contornos. La imaginación se requiere para percibir una analogía entre procesos situados distantemente y ver en ellos reflejos de una relación común invisible. También es con la imaginación que podemos captar en cualquier medida la naturaleza interna de una cosa, guiados por sus señales y manifestaciones externas.
            
Si consideremos el proceso del raciocinio, todo razonar, todo pensar es hacer explícitas las relaciones que están implícitas en las diversas cosas o hechos observados; pero es con la imaginación con la que construimos un edificio y armamos un todo de partes diferentes. La palabra misma “imaginación” implica la creación de imágenes. Todo pensamiento se mueve por medio de imágenes. Aún si pensamos en una abstracción, un símbolo matemático, por ejemplo, también asume una forma o figura en nuestras mentes. Así puede decirse que la imaginación es superior al raciocinio, porque crea y no meramente registra. Para que levante un edificio que se sostenga sobre el terreno de los hechos, tiene que marchar mano a mano con su hermana más prosaica: la mente lógica.
            
¿Qué sucede, exactamente, cuando imaginamos? Imaginamos con base en impresiones recibidas, concernientes a cosas que oímos, vemos, tocamos, olemos, gustamos y sentimos. Claro que estamos recibiendo constantemente nuevas impresiones. Pero cuan do tratamos de crear, seleccionamos algunas experiencias y las elaboramos arreglando en otra forma los elementos de esas experiencias. El material no es nuevo, o sea original, pero lo que configuramos con ese material es nuevo.
            
Cuando hablamos de la imaginación como de un don especial, un atributo noble, pensamos naturalmente en la imaginación y las proezas de los genios. La imaginación es la que da alas a la mente. Hablando en verdad, creamos con la imaginación y la voluntad a la vez. Ellas son las dos facultades por cuyo medio son posibles las más grandes proezas en todo campo; son las gemelas celestes, como dos espléndidas curvas que se unen en una bella cúspide. En el campo de los descubrimientos científicos, en toda literatura grande e inspiradora en toda forma de arte creador, podemos ver la obra de la imaginación en un interminable despliegue de sombras y expresiones posibles.
            
Existe aquello que puede llamarse la imaginación científica, que siempre ha desempeñado un gran papel en el logro de nuevos descubrimientos e inventos. Ejemplo notorio, el inalámbrico y la radio. Antes del invento del inalámbrico por Marconi, hubiera sido sorprendente hablar de que hay en el espacio algo, ya sea éter u otro elemento, capaz de conducir ondas en torno del globo, y que esas ondas podían transformarse y retransformarse en sonidos audibles a enormes distancias. ¿Cómo llegó Marconi al concepto de su invento? Tuvo que imaginar primero la posibilidad de viaje de ciertas ondas a través del espacios estando familiarizado con el fenómeno de las ondas; y luego la de que un tipo de ondas se transformara en otro, habiendo visto la similaridad entre los movimientos de unas y otras ondas. Juntó varios elementos de experiencias previas en un nuevo orden, de modo de producir un nuevo efecto. El inalámbrico fue posible como materialización de la forma construida por la imaginación de Marconi, claro que después de diversas pruebas e incidentes físicos.
            
La teoría de la relatividad, de Einstein, es un caso notorio de hipótesis imaginativa. Ciertas partes de ella no son aceptables sobre la base de un razonamiento con base en nuestra experiencia práctica, pues cuando habla de espacio curvo y de universo finito está adelantando proposiciones totalmente ajenas a nuestra experiencia. No obstante, su teoría ofrece el mejor método que la Ciencia ha encontrado hasta ahora para explicar y predecir fenómenos. Se sostiene porque ha respondido a las numerosas pruebas prácticas a que ha sido sometida.
            
La naturaleza de la imaginación debe estar de acuerdo, naturalmente, con la naturaleza de la persona que imagina. Por tanto hay muchas clases diferentes de imaginación. El lunático, por ejemplo, forma imágenes de cosas fantásticas de toda suerte, que son las creaciones de una imaginación desordenada y enfermiza. Un enamorado imagina, diríamos, o puede percibir, una gracia y belleza divina en el objeto de su amor. Debido a una sensibilidad agudizada ve lo que otros no pueden ver, y hasta algo que él mismo posiblemente no había visto antes o no verá después. Un poeta usa otro tipo más de imaginación atribuyendo a las cosas externas toda clase de sentimientos humanos y reacciones a menudo muy maravillosas.
Puede argüirse justificadamente que cualquier cosa que no hemos experimentado nos otros mismos, sino que sólo la hemos imaginado, es meramente una proyección de nosotros mismos; que con una mente condicionada proyectamos algo a lo cual le atribuimos una existencia independiente u objetiva. ¿Hasta qué punto es nuestra imaginación, pues, una creación real, y hasta qué punto es meramente una proyección de uno mismo?
            
¿Le es posible a un ciego congénito, por ejemplo, imaginar los gloriosos colores de un atardecer, por muy vivida y comprensiva mente que se le describan esos colores? El no puede interpretarlos sino en términos de tacto o quizá de fragancia, y por tanto todo el cuadro aparecerá ante él en términos extrañamente engañosos. Cuando se nos presenta o se nos describe algo completamente fuera del campo de nuestra experiencia, es casi imposible para nosotros visualizarlo como es. Por eso parecería imposible imaginar una fragancia enteramente nueva, una que hasta entonces no hubiéramos olido jamás. Claro que uno puede imaginarse porciones de varias fragancias conocidas entremezcladas, pero eso no sería una nueva fragancia, hasta entonces desconocida, que la Naturaleza pueda producir o que pueda ser elaborada sintéticamente por procesos químicos. Es obvio, pues, que la imaginación tiene sus limitaciones definidas.
            
Esa limitación es evidente con respecto a cualquier idea o cosa perteneciente a un plano más allá de nuestra visión normal o de aquel en que operan nuestros, sentidos. Todo lo que pertenece al lado subjetivo de la Naturaleza, a distinción del objetivo, todo lo que se relaciona con la consciencia del hombre, pide el uso de la imaginación. Si queremos conocer la relación de lo visto con lo no visto; si deseamos tener siquiera un concepto fragmentario y parcial fuera del muy limitado campo en que se mueven los sentidos, tenemos que recurrir a la facultad de formar imágenes. ¿Cómo podríamos darnos siquiera leve cuenta de la índole o de los procesos de la consciencia de un mineral, de una planta, de un animal, o hasta de otro ser humano, excepto por medio de una comprensión simpática? Aún entonces, no podemos imaginar lo que otra persona piensa o siente, saliéndonos de lo que nosotros mismos hemos pensado o experimentado, ya sea consciente o subconscientemente. Podemos seguir los movimientos de un animal y, por identificación en pensamiento con ese animal, imaginarnos nosotros mismos como haciendo esos movimientos, y así ver cómo es afectada nuestra consciencia por esta imaginación.
            
Supongamos que alguien trata de describir la naturaleza de una experiencia que ha tenido. ¿Cómo comprenderemos esa experiencia? Sólo podemos hacer uso de una imaginación basada en nuestra propia experiencia. Tal imaginación puede ser inexacta y fracasar en darnos una comprensión fiel de la experiencia de esa persona. Pero es la única facultad que tenemos para ese propósito, si bien al utilizarla podemos hacernos sensitivos a la descripción como una placa foto gráfica, tal como podemos en verdad hacerlo hacia cualquier objeto o persona presente ante nosotros, y de este modo reflejar en nosotros la experiencia relatada, o la persona o cosa, según el caso. Normalmente a ese intento se le describiría como un esfuerzo de la imaginación. Pero ahí la imagen es un espejo de lo que se presenta al conocimiento de la consciencia; ahí la imaginación es pasiva y no activa.
            
La imaginación no sólo tiene sus limitaciones sino también sus peligros definidos. Con respecto a lo oculto, a lo que está oculto en un estado puramente subjetivo, la imaginación puede fácilmente ser mero anhelo. En ese caso es una proyección de lo que ya está en nosotros como en un estado de ensueño. El ocultismo no significa cargar con un cúmulo de antojos favoritos. La imaginación puede ser volátil, errática, desquiciada y hasta enferma y mórbida. Vemos ejemplos tales en muchos tipos de personas sicopáticas, en locos que sufren de ilusiones torturantes de su propia inventiva. Hasta en la vida ordinaria, cuando el elemento personal entra en algún recuerdo, afecta las líneas y sombras de la impresión hecha por los acontecimientos mismos, cobra y exagera sus diferentes partes, y así tuerce y deforma todo el cuadro.
            
Necesitamos reconocer estos peligros y limitaciones a fin de realizar que nuestras ideas acerca de la naturaleza de la consciencia en los planos superiores y cualquier cosa que percibamos con esa consciencia, se exponen a ser sumamente parciales, aunque represen ten alguna verdad. Siempre sucede que la visión de una persona asume la forma de su acondicionamiento particular, En las experiencias religiosas, la forma y el colorido, se parados del contenido activo de tales experiencias, casi siempre provienen de elementos de la fe y de las leyendas que han moldeado el pensamiento del experimentador. Cuando hablamos de Dios, del Nirvana, del Atman, etc., no hay palabras que cubran estas realidades, ni aún siquiera la posibilidad de pensamientos justos acerca de ellas, y meramente estamos creando imágenes de acuerdo con nuestra naturaleza y capacidad.
            
El hombre, cuando piensa en Dios crea una imagen a semejanza de si mismo. El Dios de un salvaje, por ejemplo, está limitado por la imaginación del salvaje. Esas limitaciones se aplican a toda cosa que trascienda nuestra experiencia, ya sea Dios o la cuarta dimensión. ¿Cuántas personas pueden en verdad visualizar la cuarta dimensión en su consciencia cerebral, aunque puedan deducir su existencia por analogías? Sólo es posible alcanzar la verdad perteneciente a los niveles más finos del ser, a los planos superiores de la consciencia, cuando la mente se ha librado absolutamente de toda especie de acondicionamiento, de toda clase de prejuicios y predilecciones.
            
Al tratar de imaginar el estado llamado Nirvana, probablemente imaginamos un estado de bienaventuranza y paz, semejante a algo que hemos experimentado, y luego lo elevamos conceptualmente, por una serie de peldaños mentales, a una potencia mayor. Usamos las palabras como los símbolos en álgebra, y las elevamos hasta cierto punto. La substancia de nuestro pensamiento se basa en la experiencia pasada, pero se la envuelve en un número de palabras y símbolos para indicar los aspectos generales del concepto o quizá sólo la dirección que el concepto representa. El Señor Buddha describió el Nirvana como ni Ser ni no-Ser. ¿Qué podemos sacar de esa declaración, conforme a nuestra experiencia? Así sucede con todas las cosas que están completamente más allá de nosotros. Se dice que cuando la gente le hablaba de estas cosas, El permanecía callado. Nosotros formulamos algo que, no es sino un mero rótulo o símbolo de la Realidad y nos con tentamos con el símbolo.
            
Sin embargos tenemos que reconocer que no podemos abstenemos de la creación de imágenes en nuestros procesos mentales. Seria una forma muy rigurosa de Tapas (palabra sánscrita que significa un esfuerzo vehemente y consumidor) negarse uno todo pensamiento excepto la observación de lo que existe. No podemos abstenemos de prever los problemas de la vida práctica para vivir inteligentemente. Sería necio detener el proceso de apreciación imaginativa representado por la música, la literatura y la ciencia. ¿Por qué, entonces, sólo en lo referente a la comprensión del hombre y de la Naturaleza habríamos de rehusar el mirar más allá de lo inmediato, restringiendo así lo verdadero a lo inmediato? La imaginación nos eleva a superiores niveles de pensamiento y así nos inspira a vivir más fina, más noble y más bellamente. Es la imaginación la que ensancha la mente más allá de sus herméticos recintos, la saca de sus surcos, y la guía hacia aquellos lejanos horizontes donde nos da la bienvenida una luz muy diferente a esa luz opaca de la experiencia cotidiana.
            
Necesitamos imaginación, y necesitamos también salvaguardias contra esos peligros y excesos en los que nuestras experiencias pasadas, y nuestros gustos y aversiones, causan estragos en nuestro pensamiento. Lo que imaginamos debemos sostenerlo tan ligeramente como el científico avanzado sostiene hoy sus teorías, y, lo mismo que él, debemos estar listos a someterlas a toda prueba práctica. Sería bueno no estar demasiado ciertos ni presumir de conocer muy íntima mente verdades y estados del ser que están más allá de nuestro alcance. La intensidad de emoción y vivacidad puede ser para nosotros un índice de validez: pero la vivacidad no depende solamente de la verdad intrínseca de la experiencia sino también de nuestras reacciones personales, las que a su vez dependen de nuestros deseos conscientes e inconscientes, de nuestras aspiraciones y expectativas.
            
La objetividad es un requisito en el científico, y la necesita igualmente el ocultista científico. Pureza de vida; exactitud de observación; firmeza en el raciocinio y cuidadosa definición del pensamiento; precisión en el uso del lenguaje, y veracidad en todas las cosas, inclusive en la conducta; eliminación de todo parcialismo y prejuicio; dominio de si mismo en todo respecto; la impersonalidad o desapego que nace de la anchura y universalidad de simpatía; gracia y exactitud hasta en las acciones físicas; todas estas cosas las necesita el hombre que quiera percibir solamente lo Real con su imaginación libre. Tenemos que hacer de nosotros mismos un Stradivarius viviente, con perfecta resonancia y tono para la música del Espíritu.
            
En la antigua Escuela Pitagórica las matemáticas y la música constituían dos partes de una sola disciplina empleada para impartir verdades universales. La imaginación de lo Bello, por medio de la ciencia-arte de la música, se desarrollaba lado a lado con la rigurosa lógica de las matemáticas. 
Estas dos ciencias tienen leyes que gobiernan su desarrollo. Se ha dicho que un análisis del universo y de su construcción revelará un pensamiento matemático. Aún está por descubrirse cómo el sonido, o vibración, en formas rítmicas, melódicas y armoniosas, subyace en la evolución del universo. Pero el concepto de que el sonido o vibración es la base de la arquitectura universal, está implícito en el vocablo “Logos”. También en la Escuela de Pitágoras se hacía mucho énfasis en la vida sencilla, abstemia y bella. Era esencial que todo estudiante viviera una vida pura, sobria y controlada. Además habla de dedicarse al estudio de la Sabiduría Divina por amor a ella misma y no como un medio para un fin personal. Se le enseñaba a acercarse a la Sabiduría por medio de una mentalidad bellamente modelada por la práctica de las matemáticas y la música.



La Sabiduría Divina es Teosofía y si Dios usó la imaginación para crear, nosotros también estamos obligados a usarla, a fin de comprender Su Sabiduría. Tenemos que apelar a ella para comprender aquellas cosas que pertenecen al arte y poesía de la creación. En la Teosofía hay el intento de trazar un esquema, naturalmente muy fragmentario, del universo; pero ese esquema tenemos que llenarlo con nuestro pensamiento. Existen descripciones que nos dan una idea de lo que puede significar para nosotros la perfección, y que así nos permiten construir en una imagen de belleza el tipo de perfección que nosotros mismos podemos alcanzar individualmente. Tenemos que estirar nuestra consciencia para obtener una vislumbre de algunas de las glorias de esos mundos superiores, a los que todavía no tenemos accesos Todo esto no puede ser malo mientras lo que busquemos no sea un fin personal, sino la Verdad, lo Bueno y lo Bello, aunque nos equivoquemos en seguir el medio dorado, el camino de perfecto equilibrio, libre, tanto de exceso como de defecto.
            
Podría preguntarse si hay algún valor en que alguien que haya experimentado cosas que están fuera de nuestro alcance, nos las describa. La respuesta debe ser afirmativa, si esas descripciones nos dan una visión del todo del cual nuestras experiencias son parte. Pues solamente a la luz del todo podemos percibir la importancia de la parte. El todo se nos revela “como en un espejo oscuramente”, a fin de permitirnos examinar la parte que tenemos al frente, en vez de dejarnos en el eclipse de una ignorancia total. Nuestra consciencia se mueve apenas en un pequeño arco del círculo completo, y la Teosofía nos revela la naturaleza de ese círculo, e ilumina un poco las extensiones del arco. Las impresiones que nos formamos de las cosas que están más allá de nuestro alcance cotidiano tienen que ser como bocetos, y sin embargo, si somos prudentes y cautos pueden representar una verdad en ese modo fragmentario. Pueden servir de base para un cuadro que continuaremos pintando por largo tiempo. Aún si esa base no nos da sino un sentido del inmenso valor del cuadro, tiene su lugar en el proceso de nuestra comprensión.
            
Más aún, una descripción de una verdad que todavía no hemos realizado, puede servir de guía a una imaginación que de otra manera vagaría en el yermo, y así ayudarnos a obtener una idea de la dirección que debemos seguir. Nuestra imaginación se ensancha, no meramente por el crecimiento de nuestra capacidad mental (de la capacidad de recordar experiencias pasadas y de saber un creciente número de cosas que pueden reordenarse de nuevas maneras), sino también por el crecimiento de la sensibilidad a todo lo que nos rodea en el mundo en que estamos. Estamos en un rinconcito de un ilimitado cosmos viviente, y apenas muy poco de ese rincón está en verdad abierto a nuestra experiencia actual. En cuanto al resto, que yace oculto en profundidades inconmensurables, podemos sentir vagamente ciertos aspectos de nuestro vecindario inmediato, pero son un fragmento infinitesimal de lo que es posible sentir aún con relación a ellos. De manera similar, las ideas que tenemos acerca de la naturaleza de las cosas en su interminable diversidad, no son sino polvo precioso de un infinito almacén.
            
Si comparamos la sensibilidad de un salvaje con la de un hombre culto, la diferencia es mucho mayor de lo que podríamos imaginar. Esa diferencia es cuestión de crecimiento que no puede lograrse en el decurso de una sola vida; un crecimiento en riqueza de ideas y sentimientos con relación a toda clase de cosas. Hay un continuo crecimiento de sensibilidad en el proceso de la evolución, que podemos acelerar muchísimo, aumentando así el caudal de nuevas experiencias, tanto en volumen como en variedad. Cada individuo va desenrollando, como si dijéramos, desde su porción subjetiva, una cinta cada vez más sensitiva, sobre la cual se registran todas las cosas externas en forma de percepciones y sensaciones. A medida que más y más de esta cinta va descendiendo dentro de la consciencia física, hay una nueva y cada vez mayor capacidad para registrar las vibraciones que vienen del mundo externo y una interpretación de esas vibraciones en formas de nuevas experiencias subjetivas.
            
Hay otra razón para que una descripción de lo que hay del otro lado pueda ser de valía para nuestra limitada consciencia física. Lo que conocemos con las partes más sutiles de nosotros -y conocemos algo con ellas- puede, por un tirón magnético desde este lado, por la creación de una gravitación, superar los obstáculos para que ese conocimiento llegue á la consciencia física. Cuando aquí abajo llegamos a una verdad que toca la consciencia espiritual, ello no es sino el recuerdo o reconocimiento de una verdad que hemos conocido en otra parte y más de cerca.
            
Todos los intentos por imaginar cosas que están más allá de nuestra experiencia actual, es obvio que desarrollan nuestra capacidad para saber. Nuestros sentimientos, nuestras experiencias y nuestras impresiones, todo modo de percibir, y la manera como el mundo externo nos afecta, todo esto crece continuamente, y al reunir así más y mejor material, nuestras ideas e ideales crecen a la par en belleza y en veracidad.
            
¿En dónde encontramos el material para cualquier concepto ideal? En nuestra experiencia, desde luego. Tomemos como ejemplo las figuras geométricas, un punto y una línea recta. No existe en ninguna parte un punto sin longitud, anchura, altura o profundidad; ni existe en verdad una línea recta. Estos son simplemente conceptos ideales, basados en la línea y el punto que conocemos. Son cosas crudas que conocemos, pero de ellas abstraemos la cualidad de la línea y del punto, y luego refinamos el concepto hasta el grado máximo posible. Por medio de la imaginación trazamos, aunque vagamente, un límite en alguna parte, y a eso lo llamamos el punto geométrico y la línea recta geométrica. Tales conceptos ideales son la base de las matemáticas, que han demostrado su valor en todos los desarrollos de la Ciencia moderna, en sus inventos y en los milagros que ha realizado. La Ciencia se apoya totalmente en hechos matemáticos.
            
En el Ocultismo, que es un conocimiento del Universo, que abarca la naturaleza de la vida y de la consciencia lo mismo que la de la materia, nos ocupamos no sólo de medidas y cantidades sino también de estados y cualidades. Pero como algunas de estas cualidades se manifiestan por grados, también subimos por peldaños en nuestra imaginación hasta el límite con el cual identificamos cierto estado definido.
            
Lo ideal es siempre una creación de la imaginación. Al principio hay que crearlo del material existente, reunido por la parte más elevada y sensitiva de nuestra Inteligencia. Con este material se construye un ideal cuya contemplación es atractiva. Gradualmente el ideal crece en belleza y poder a medida que el material con que está construido se hace más rico, más delicado y de mejor calidad. Cuando pensamos en un Hombre Perfecto -ya sea el Cristo o cualquier otro Gran Ser- la imagen que formamos es más bella, más digna y serena e inspiradora, a medida que somos capaces de realizar en nosotros mismos más de esas cualidades.
            
Así como las matemáticas se basan en conceptos últimos y limitadores, también necesitamos conceptos de moralidad para formar el cimiento para construir un sistema ético perfecto. Nuestros ideales de Belleza, Virtud y Bondad son el cimiento de cualquier moralidad genuina (no meramente convencional) que poseamos. La Bondad pertenece a la esencia de la Moral; la Belleza, a la esencia del arte; y sobre tales conceptos ideales de Bondad y Belleza basamos nuestro conocimiento del verdadero arte y de la verdadera moralidad. Cuando creamos un ideal y lo investimos de las cualidades más elevadas que hemos sentido o experimentado en la parte más sensitiva de nuestra consciencia, estamos en realidad reconociendo su valor y haciéndonos más sensibles a ellas. Al contemplar ideales de pureza, serenidad, belleza, virtud, bondad, etc., y fijar toda nuestra atención en ellos, experimentamos más plenamente la naturaleza de esas cualidades.
            
Huelga decir que cualquier concepto sobre una realidad abstracta tal como la de nuestro propio ser superior está inmensamente coloreado por la índole de nuestra propia Imaginación, y por tanto de nuestra propia índole. No es posible que tengamos un concepto del Ego espiritual distinto a nuestro concepto de sus cualidades. Cuando pensamos en ese Ego, tenemos que pensar no en una forma, un rasgo, una peculiaridad sine en las cualidades que deben pertenecer a la naturaleza y consciencia del Ego. Al Ser superior sólo puede “sentírsele”, si es el Ser espiritual; y cualquier imaginación desprovista de ese “sentimiento” no puede darnos la realidad de él. Un hombre que no haya sentido algo de la cualidad de la belleza no será capaz de tener ninguna idea de la belleza. Un hombre que en toda su vida no haya sentido ni una partícula de simpatía o bondad hacia alguien, no será capaz de formarse una idea de esas cualidades si le habláramos sobre ellas. De ahí que para que nuestras ideas de las cosas correspondan en algún grado con la realidad, deben tener un poco de la cualidad de esa realidad, y ese poco debe ser cuestión de experiencia. Así pues la efectividad, poder y valor de nuestra imaginación dependen de la cualidad que somos capaces de impartirle a cualquier acto de imaginación.
            
Cuando se trata de un concepto sobre el Ser más elevado -la Mónada- es sólo por medio del máximo refinamiento de la imaginación que podemos esperar alcanzar siquiera la más vaga, idea de las cualidades que pertenecen a él. La Mónada es indivisible y primaria, así como la línea recta o el punto son algo primario que no puede refinarse o idealizarse más. No podemos ir más allá de esa sencillez y absolutividad que es la Mónada; pero podemos tener alguna tenue y distante idea de ella cuando somos suficientemente puros para reflejarla en nosotros mismos, porque ella es una parte de nosotros: nosotros mismos en la más profunda realidad. Podemos por lo menos enviar los rayos de nuestra inteligencia y de nuestra imaginación en la dirección en que ella existe, por oscura que sea. Si no podemos tocar la realidad misma si podemos, con la saeta de nuestra imaginación, trazar una marca que indica la dirección de ese punto supremo.
            
La imaginación debiera operar menos sobre la base de experiencias pretéritas, y guiarse más por otra facultad con la cual debiera aliarse en el proceso de abstraer las cualidades o la esencia con que creamos nuestros conceptos ideales. Miramos un cuadro, lo analizamos en todas sus partes, y sentimos y decimos que es bello. Pero, ¿con qué hemos percibido la belleza? Esa valuación no se basa en alguna clase de raciocinio, sino que viene de algo más sutil que la mente, de una fuente más elevada y oculta. Cuando miramos o tocamos un objeto, obtenemos cierta sensación muy diferente de la sensación o magnetismo perteneciente a cualquier otro objeto. La cosa no puede en realidad sentirse con una imaginación que sólo puede trabajar a base de experiencias pasadas, ni puede sentirse con la razón, ni ser observada con cualquier otra facultad de la mente. La cualidad, naturaleza, vida o esencia de una cosa -ya sea un metal, un árbol, un trozo de madera, un cuadro, un animal, un ser humano- solamente puede sentirse subjetivamente con aquella facultad superior, a la que sólo podemos llamar Intuición, una forma de conocimiento directo.
            
Hablé de tratar de imaginar una fragancia enteramente nueva. ¿Cómo puede ser posible, igualmente, imaginar una melodía enteramente nueva, no una modificación o semblanza de otras melodías conocidas, sino algo que produzca un efecto enteramente nuevo? Es posible mediante la facultad de la Intuición o Buddhi, crear cosas que son enteramente nuevas: pues cuando se desarrolla la facultad, crea centros en la consciencia de donde emergen ideas que son nuevas y veraces, y porque son veraces son también bellas. La intuición juega realmente un papel en las estimaciones de nuestra consciencia, mucho mayor de lo que generalmente se supone. Es una facultad que aún no hemos desarrollado, y por tanto tenemos poca idea de todo su alcance y posibilidades estando todavía apenas en la etapa del desarrollo mental. Pero aún ahora, y más de lo que nos damos cuenta, se infiltran en la mente ideas de la consciencia intuicional o Búddhica.
            
Se ha dicho que la naturaleza del Ser es conocimiento. Ser, conocer y gozar son los tres aspectos del Espíritu o Ser Divino, de acuerdo con la filosofía India. Esa facultad que llamamos Buddhi es conocimiento en su naturaleza misma, de modo que toda actividad suya expresa una verdad oculta. Lo que ella capta es la esencia, lo “aquello” de las cosas, y no meramente lo que ellas parecen ser. Cuando la mente está perfectamente sosegada y cesa de hacer imágenes que no son sino prejuicios, deformaciones o preconceptos, cuando se ha convertido en un espejo perfecto ni convexo ni cóncavo, es capaz de reflejar esa verdad que es la naturaleza misma del Espíritu. Podrá crear, moverse y funcionar a la luz de esa verdad.
            
Podemos entrenar nuestra consciencia hasta ese punto en que todo movimiento, toda simple construcción suya, sea un ejemplo de Belleza; y la Belleza perfecta es siempre una revelación de la Verdad. Así como cada curva en el espacio sigue una ley o ecuación matemática, así también todo movimiento de belleza incorpora una ley que es la fórmula y el carácter de su ser. La Belleza consiste en su fidelidad a la ley. De ahí que antes de que nuestra imaginación pueda moverse espontáneamente por caminos de Verdad y Belleza, tiene que ser una imaginación que se mueva de acuerdo con una ley no impuesta desde fuera, sino inherente en ella misma; no ha de ser una imaginación operada por acondicionamiento previo, sino una imaginación que sea ley de si misma, en el sentido de que en su naturaleza misma esté operando una ley secreta, que es la Sabiduría de Dios
            
Cuando no hay deformación ni falsedad en la naturaleza de una persona, entonces con seguridad no puede haber falsedad en su imaginación, y lo que ella conciba será por su propio impulso libre. Cualquier cosa sujeta a compulsión se corrompe y ya no es pura. Por tanto, una naturaleza pura tiene que ser una naturaleza inherentemente libre, es decir, incondicionada; entonces toda modalidad de funcionamiento de esa naturaleza ha de resultar en una expresión de la Verdad.
            
Lo que podemos hacer con la imaginación depende mucho de su adiestramiento. Nuestras instituciones educacionales necesitan incluir en sus pénsums el entrenamiento científico de la imaginación del niño, sin darle ningún sesgo, excepto en dirección hacia la Verdad y la Belleza. Hasta ahora el desarrollo y adiestramiento de la imaginación no se ha considerado como un arte educacional, excepto quizá entre artistas. Parte del entrenamiento que necesitamos es el de libertarnos de toda clase de deformaciones que hemos aceptado como parte de nuestro ser normal. Somos incapaces de pensar recta y fielmente, pues, como se ha dicho, la mente es el matador de lo Real”. Mas es posible controlar de tal modo el funcionamiento de la mente que se la convierta en un espejo cada vez más claro, que refleje cuanto de la Verdad nos sea posible en nuestro actual estado de desarrollo.
            
Lo que podamos hacer con la imaginación depende de la pureza de nuestra vida y de nuestros motivos; de lo ‘veraces, bellos y sensibles que seamos. ¿Es nuestra imaginación la de una mente terrenal, teñida por el deseo? En tal caso sólo reflejará nuestra relación con la tierra. No es suficiente imaginar simplemente; tiene que ser recta imaginación. El primer paso en el Noble Octuple Sendero es la recta imaginación, lo mismo que el recto pensar y la recta resolución, y tenemos que afirmarnos en esa rectitud si queremos que nuestra imaginación provenga de la mente celestial, una emanación de Atma-Buddhi, que puede escudriñar todas las cosas con su pura luz interior.
            
La imaginación debe convertirse en una facultad cuyos rayos puedan proyectarse hacia el cielo, hasta el arquetipo y las maravillas de la Mente Divina. Debe ser como el moderno radar, un rayo que pueda recorrer el espacio para descubrir esas formas ocultas que están envueltas en las tinieblas, que rodean lo que actualmente llamamos nuestra visión. Algún día seremos capaces de proyectar los rayos de la Verdad que llevamos dentro, y para la cual nada es impenetrable, de tal modo que conoceremos la naturaleza de cada cosa como es. En la consciencia del Atman, al convertirnos en canales de su influencia aún aquí abajo, podremos ver todas las cosas bajo una luz que revela sus riquezas ocultas. Todas las cosas del universo nos revelarán entonces su significado, y podremos conocer ese significado y regocijarnos en él.

N. SRI RAM



¿Qué es la Verdad?





"¿Qué es la Verdad,?" preguntó Pilatos a uno que debía conocerla, si las pretensiones de la Iglesia Cristiana son, aún aproximadamente, correctas. Sin embargo, él permaneció en silencio. Así, la verdad que no divulgó, se quedó sin revelarse tanto para sus seguidores como para el gobernante romano. El silencio de Jesús en esta y en otras ocasiones, no impide a sus actuales acólitos actuar como si hubiesen recibido la Verdad última y absoluta y de ignorar el hecho de que se les proporcionó ciertas Palabras de Sabiduría que contenían una porción de la verdad, la cual se ocultaba en parábolas y dichos hermosos aunque obscuros. 1

Esta actitud condujo, gradualmente, al dogmatismo y a la afirmación. Dogmatismo en las iglesias, en la ciencia y en todas partes. Las verdades posibles, vagamente percibidas en el mundo de la abstracción, análogamente a aquellas inferidas mediante la observación y el experimento en el mundo de la materia, se imponen, bajo la forma de revelación Divina y autoridad Científica, a las muchedumbres profanas, excesivamente atareadas para pensar con su propia cabeza. Sin embargo, la misma pregunta quedó en suspenso desde los días de Sócrates y Pilatos, hasta nuestra edad de negación completa. ¿Existe algo de verdad absoluta en las manos de algún grupo o de algún ser humano? La razón responde: "que no puede ser posible." En un mundo tan finito y condicionado como es el del ser humano, no hay espacio para la verdad absoluta tocante a ningún tema. Sin embargo, existen verdades relativas y debemos libar de ellas lo mejor que podamos.

En cada edad han habido Sabios que han dominado el absoluto; pero sólo podían enseñar verdades relativas; ya que, aún, ninguna prole de mujer mortal, en nuestra raza, ha divulgado, ni pudo haber divulgado, la verdad completa y final a otro ser humano, en cuanto todo individuo debe encontrar este conocimiento final en sí mismo. Como no hay dos mentes absolutamente idénticas, cada una debe recibir la iluminación suprema mediante sus esfuerzos, en consonancia con sus capacidades y no por conducto de una luz humana. 
La cantidad de Verdad Universal que el sumo adepto viviente puede revelar, depende de la capacidad asimilativa de la mente a la que está imprimiendo, la cual no puede ir más allá de su habilidad receptiva. Tantos hombres, tantas afirmaciones, es una verdad inmortal. El sol es uno; sin embargo, sus rayos son incontables y los efectos producidos son benéficos o maléficos según la naturaleza y la constitución de los objetos sobre los cuales brilla. La polaridad es universal, pero el polarizador yace en nuestra conciencia. Nosotros, los seres humanos, asimilamos la verdad suprema de manera más o menos absoluta, en proporción al ascenso de nuestra conciencia hacia ella. Todavía, la conciencia humana es simplemente el girasol de la tierra. La planta, añorando los rayos cálidos, sólo puede dirigirse hacia el sol y circunvalar a su alrededor siguiendo la trayectoria de la estrella inasequible: sus raíces la mantienen anclada al suelo y mitad de su vida transcurre en la sombra [...]

Sin embargo, cada uno de nosotros puede alcanzar, relativamente, el Sol de la Verdad aún en esta tierra y asimilar sus rayos más cálidos y directos a pesar del estado diferenciado en que puedan tornarse después de su largo viaje a través de las partículas físicas del espacio. A fin de alcanzar esto, existen dos métodos. En el plano físico podemos usar nuestro polariscopio mental y, analizando las propiedades de cada rayo, escoger el más prístino. Para arribar al Sol de la Verdad, en el plano de la espiritualidad, debemos trabajar con ahínco para el desarrollo de nuestra naturaleza superior. Sabemos que, al paralizar, gradualmente, dentro de nosotros, los apetitos de la personalidad inferior, sofocando, entonces, la voz de la mente puramente fisiológica, la cual depende y es inseparable de su medio o vehículo: el cerebro orgánico; el ser animal en nosotros puede hacer espacio a lo espiritual y, una vez levantado de su estado latente, los sentidos y las percepciones espirituales más elevadas crecen y se desarrollan en nosotros, en proporción y pari passu con el "ser divino." Esto es lo que los grandes adeptos, yogis orientales, místicos occidentales, han hecho siempre y aún continúan haciendo.

Además, sabemos que, salvo pocas excepciones, ningún hombre de mundo, ni ningún materialista, creerá jamás en la existencia de tales adeptos o aún en la posibilidad de este desarrollo espiritual o psíquico. "El incauto del pasado, en su corazón pronunció que no existe ningún Dios," el individuo moderno dice: "No hay adeptos en la tierra, éstos son simplemente el producto de vuestra imaginación desquiciada." Al estar conscientes de esto, nos apresuramos a reafirmar a nuestros lectores Santo Tomases. Les rogamos que se dediquen a la lectura de otros artículos de esta revista más compatibles con sus intereses: los misceláneos ensayos sobre el Hilo-Idealismo por varios autores.2

Desde luego, la revista Lucifer trata de satisfacer a sus lectores de cualquier "escuela de pensamiento," demostrándose igualmente imparcial hacia el teísta y el ateo, el místico y el agnóstico, el cristiano y el gentil. Nuestros artículos de fondo, los Comentarios relativos a La Luz en el Sendero, etc., no se dirigen a los materialistas; sino a los teósofos o a esos lectores conscientes, en su corazón, de la verdadera existencia de los Maestros de Sabiduría. Y si bien la verdad absoluta no se alberga en la tierra y se debe buscar en regiones más elevadas, aún en este irrisorio y pequeño globo rotante existen ciertas cosas que la filosofía occidental aún no ha, ni siquiera, imaginado.

Volviendo a nuestro tema: sigue que aunque "la verdad abstracta general, es la bendición más preciosa," por el momento, igualmente para muchos de nosotros como para Rousseau, tenemos que satisfacernos con verdades relativas. En realidad, en la mejor hipótesis, somos un pobre grupo de mortales que siempre siente pavor aún frente a una verdad relativa, en cuanto podría devorarnos junto a nuestros preconceptos anodinos. En la vertiente de una verdad absoluta, la mayoría de nosotros no logra verla, así como no alcanza a llegar a la luna en bicicleta. En primer lugar, porque la verdad absoluta es tan inconmovible como la montaña de Mahoma, la cual rehusó molestarse para el profeta, el cual tuvo que ir a ella. Debemos seguir su ejemplo si queremos acercarnos a ésta aún a distancia. En segundo lugar, porque el reino de la verdad absoluta no es de este mundo; y nosotros estamos demasiado identificados con éste. Y, finalmente, porque a pesar de que en la fantasía del poeta, el ser humano es:

[...] El abstracto
De toda perfección, que la obra
Del cielo ha modelado [...],
en realidad es una triste mezcla de anomalías y paradojas, un globo inflado con su propia importancia, con todo tipo de opiniones contradictorias y con facilidad aceptadas. Es a la vez una criatura arrogante y débil; quien, y si bien en un constante temor de alguna autoridad terrenal o celestial
[...] como un mono iracundo
Juega tales trucos fantásticos delante del Cielo elevado
Que hace sollozar a los ángeles.

Ahora bien, como la verdad es una joya polifacética, cuyos aspectos son imposibles de percibir todos a la vez y como no existen dos hombres, a pesar de su ansia por discernir la verdad, capaces de ver, siquiera una de estas facetas de manera similar, ¿qué podemos hacer para ayudarlos a percibirla? Visto que el ser físico, cuyas ilusiones lo limitan y obstaculizan por todos lados, no puede alcanzar la verdad mediante la luz de sus percepciones terrenales, os decimos que desarrolléis vuestro conocimiento interno. Desde el período en el cual el oráculo délfico dijo al investigador: "Hombre, conócete a ti mismo," no se ha enseñado una verdad más grande o más importante. Sin tal percepción, el ser humano permanecerá, para siempre, ciego a muchas verdades relativas por no mencionar la absoluta. 

El hombre debe conocerse a sí mismo: adquirir las percepciones interiores que nunca engañan, antes de que domine alguna verdad absoluta. La verdad absoluta es el símbolo de la Eternidad y ninguna mente finita podrá jamás asir lo eterno. Por lo tanto, ninguna verdad podrá descender a ella en su totalidad. Para alcanzar el estado durante el cual el ser humano la ve y la percibe, debemos paralizar los sentidos del hombre externo de arcilla. Se nos dirá que ésta es una tarea complicada y, en tal coyuntura, la mayoría de las personas preferirá, indudablemente, satisfacerse con verdades relativas. Sin embargo, aún el acercarse a las verdades terrenales exige, en primer lugar, amor hacia la verdad por la verdad misma, de otra manera no se le podrá reconocer. ¿Quién ama a la verdad, en esta edad, por la verdad misma? ¿Cuántos, entre nosotros, están preparados a buscarla, aceptarla y ponerla en práctica, en una sociedad en que cualquier cosa que tenga éxito debe construirse en las apariencias y no en la realidad, en el egocentrismo y no en el valor intrínseco? Estamos completamente conscientes de las dificultades que se interponen en el camino para recibir la verdad. La doncella de belleza celestial desciende sólo al terreno que le conviene, el suelo de una mente imparcial, sin prejuicios e iluminada por la pura Conciencia Espiritual y ambos son raros habitantes en las tierras civilizadas. 

En nuestro siglo de vapor y de electricidad, en el que el ser humano vive a una velocidad febril, dejándole muy poco tiempo para la reflexión, por lo general se deja ir a la deriva, de la cuna a la tumba, clavado a la cama de Procuste de las usanzas y convencionalidades. Ahora bien, el convencionalismo puro y simple es una mentira congénita, ya que, en cada caso, es una "simulación de los sentimientos según un patrón recibido" (definición de F. W. Robertson) y donde hay alguna simulación, no puede haber ninguna verdad. Aquellos obligados a vivir en la atmósfera sofocante del convencionalismo social y que, aún cuando deseen y añoren aprender, no osan aceptar las verdades que anhelan por temor al Moloch feroz llamado sociedad, saben muy bien cuán honda es la observación de Byron según el cual: "la verdad es una joya que se encuentra en una gran profundidad, mientras, en la superficie de este mundo, se sopesan todas las cosas mediante las falsas escalas de la costumbre."

Que el lector mire a su alrededor; que estudie los relatos de viajeros de fama mundial, que tenga presente las observaciones conjuntas de pensadores literarios, los datos científicos y estadísticos. Que elabore, en su vista mental, un esbozo general de la imagen de la sociedad, de la política, de la religión y de la vida moderna. Que recuerde las usanzas y las costumbres de todas las razas cultas y naciones bajo el sol. Que observe el comportamiento y la actitud moral de la gente en los centros civilizados europeos y americanos y hasta del lejano oriente y de las colonias, en cualquier lugar donde el hombre blanco ha transportado los "beneficios" de la llamada civilización. Ahora bien, después de haber pasado revista a todo esto, que se detenga y reflexione y luego que nombre, si puede, aquel El Dorado bendito, aquel lugar excepcional en el globo, donde la Verdad es la invitada de honor, mientras la Mentira y el Engaño son los marginados so pena de ostracismo; y constatará que no puede. Pero nadie podrá, a menos que esté preparado y determinado a agregar su fragmento a la masa de falsedades que reina suprema en cada departamento de la vida nacional y social. "¡La Verdad!" clamó Carlyle, "la verdad, a pesar de que los cielos me aplasten por seguirla y no la falsedad, no obstante que todo el reino celestial fuese el premio de la Apostasía." Estas son nobles palabras. Sin embargo, ¿cuántos piensan y osarían hablar como Carlyle, en nuestro siglo XIX? ¿Acaso no prefiere, la gigantesca y pasmosa mayoría, el "paraíso de los perezosos," el país del egoísmo cruel? Esta es la mayoría que se retira llena de pánico ante el esbozo más nebuloso de cada nueva verdad impopular, inducida por un simple miedo cobarde, no sea que el señor Harris denunciara y la señora Grundy condenara a sus paladines a la tortura infligida por su lengua asesina, la cual desmenuza gradualmente.

El Egoísmo es el primogénito de la Ignorancia y el fruto de la enseñanza según la cual: por cada recién nacido se "crea" una nueva alma, separada y distinta del Alma Universal. Este Egoísmo es la pared inexpugnable entre el Ser personal y la Verdad. Es la madre prolífica de todos los vicios humanos, la mentira nace de la necesidad de disimular, mientras la hipocresía procede del deseo de encubrir la mentira. Es el hongo que crece y se refuerza con la edad en cada corazón humano en el cual ha devorado todos los mejores sentimientos. El egoísmo mata todo impulso noble en nuestras naturalezas y es la deidad que no teme, por parte de sus acólitos, la falta de fe o la deserción. Por lo tanto, vemos que reina supremo en el mundo y en la llamada sociedad de rango. Consecuentemente, vivimos, nos movemos y existimos en esta deidad de la oscuridad bajo su aspecto trinitario de Engaño, Hipocresía y Falsedad, llamado RESPECTABILIDAD.

¿Es esto Verdad de Hecho o es calumnia? Podéis dirigiros hacia cualquier dirección y discerniréis que, desde el escaño más alto de la escala social hasta el más bajo, el engaño y la hipocresía operan para beneficio del querido Ego en toda nación y en cada individuo. Sin embargo, las naciones, por acuerdo tácito, han determinado que los motivos políticos egoístas deberían llamarse: "noble aspiración nacional, patriotismo", etc.; mientras el ciudadano los considera, en su círculo familiar, como "virtud doméstica." A pesar de todo, el Egoísmo, que alimenta el deseo de extensión territorial o la competencia comercial a expensas del prójimo, jamás se podrá considerar como una virtud. Vemos que al Engaño perpetrado con panegíricos y a Fuerza Bruta, el Jachin y el Boaz de todo Templo Internacional de Salomón, se le llama Diplomacia, mientras nosotros les damos su nombre adecuado. ¿Deberíamos aplaudir al diplomático que, postrándose ante estas dos columnas de gloria nacional y de política, pone su simbolismo masónico en práctica diariamente: "esta casa mía se establecerá a la fuerza (astuta)" y obtiene, con el engaño, lo que no puede alcanzar a la fuerza? La siguiente calificación del diplomático: "destreza o habilidad en asegurarse las ventajas" para su propio país a expensas de otros, no puede alcanzarse diciendo la verdad; sino hablando de manera astuta y engañosa. Por lo tanto, la revista Lucifer llama a esta acción una Mentira viviente y ostensible.

Sin embargo, no es solamente en la política donde, la costumbre y el egoísmo han avenido a llamar virtud al engaño y a la patraña, recompensando a aquel que sabe mentir mejor en público. Cada una de las clases, en la sociedad vive en la MENTIRA y se derrumbaría sin ella. La aristocracia culta y temerosa de Dios, estando prendada del fruto prohibido como cualquier plebeyo, se ve obligada a mentir constantemente a fin de encubrir lo que le gusta llamar sus "pecadillos," al paso que la Verdad los considera inmoralidad burda. La sociedad de la clase media rebosa de falsas sonrisas, palabras mentirosas y engaños mutuos. Para la mayoría, la religión se ha convertido en un sutil velo arrojado sobre el cadáver de la fe espiritual. El patrón va a la iglesia para engañar sus sirvientes; el cura hambriento, predicando lo que ya ha cesado de creer, embauca a su obispo, el cual, a su vez, burla a su Dios. Diarios políticos y sociales podrían adoptar como lema, la pregunta inmortal de George Dandin, y aún beneficiarse: Lequel de nous deux trompe-t-on ici? "A quiénes de nosotros dos engañamos?—"Aún la ciencia, en un tiempo la tabla de salvación de la Verdad, ha cesado de ser el templo del Hecho escueto. 

Casi todos los científicos se esfuerzan sólo para imponer a sus colegas y al público, la aceptación de alguna idea personal predilecta, de alguna teoría recién elaborada, que dará lustre y fama a su nombre. Un científico está tan pronto a suprimir evidencias que podrían dañar una hipótesis científica corriente, como un misionero en tierras paganas o un predicador en su patria, persuade a su congregación de que la geología moderna es una mentira y la evolución es puramente una vanidad y una aberración del espíritu.

Esta es la situación en el año 1888. ¡Aún, ciertos periódicos nos atacan por verlo en colores más tétricos!

La mentira se ha extendido a tal extremo—apoyada por costumbres y convencionalismos—que hasta la cronología obliga a la gente a mentir. Los sufijos A.C. y D.C., añadidos después de las fechas por los hebreos y los paganos, en tierras de Europa y Asia, así como por materialistas y agnósticos o como por cristianos en casa, son—una mentira usada para sancionar otra Mentira.

Entonces, ¿dónde podemos encontrar, siquiera, la verdad relativa? Si ya en el lejano siglo de Demócrito le apareció bajo la forma de una diosa que yacía en el fondo de un pozo tan profundo que daba poca esperanza para su liberación; en las actuales circunstancias tenemos cierto derecho a creer que se esconda por lo menos, en un lugar tan lejos, como el lado siempre invisible y oscuro de la luna. Quizá ésta sea la razón por la cual, a todos los defensores de las verdades ocultas se les tilda de lunáticos. Pase lo que pase, en ningún caso y bajo ninguna amenaza, la revista Lucifer jamás será obligada a gratificar alguna mentira universal, tácitamente reconocida y universalmente practicada, pero se atendrá al hecho puro y simple, tratando de pregonar la verdad dondequiera que se encuentre y bajo ninguna máscara de cobardía. El fanatismo y la intolerancia podrán considerarse actitudes ortodoxas y congruentes, mientras el fomentar los prejuicios sociales y las predilecciones personales a expensas de la verdad, podrán reputarse como un comportamiento sabio a seguir a fin de asegurarse el éxito de una publicación. Que así sea. Los editores del Lucifer son Teósofos y su apotegma ya se escogió: Vera pro gratiis (La verdad sobre todo).

Están muy conscientes de que las libaciones y los sacrificios del Lucifer a la diosa Verdad no dejan un humo dulce y rico en el olfato de los señores de la prensa, ni el brillante "Hijo de la Mañana," emite un dulce aroma en sus orificios nasales. Se le ignora, cuando no se abusa; ya que veritas odium paret. Hasta sus amigos están empezando a detectar faltas. No entienden por qué no puede ser una revista puramente teosófica o, en substancia, por qué se niega a ser dogmática y fanática. En lugar de dedicar cada línea de sus columnas a las enseñanzas teosóficas y ocultas, abre sus páginas "a la publicación de los más grotescos, herogéneos elementos y doctrinas conflictivas." Esta es la acusación principal, a la cual contestamos ¿y por qué no? La teosofía es conocimiento divino y el conocimiento es verdad. Por lo tanto, cada hecho verdadero, cada palabra sincera, es parte integrante de la teosofía. La persona versada en la alquimia divina o que haya alcanzado sólo un vislumbre de la verdad, encontrará y extraerá esta última, tanto de una declaración errónea como de una correcta. A pesar de lo pequeño que sea un fragmento de oro en un montón de basura, es siempre el noble metal y vale la pena rescatarlo aun cuando se requiera un poco de trabajo adicional. Como se ha dicho, a menudo es tan útil saber lo que una cosa no es como aprender lo que es. 

El lector común difícilmente podrá esperar encontrar algún hecho en una publicación sectaria bajo todos sus aspectos, en favor y en contra, ya que, de una forma u otra, su presentación ha de ser, seguramente, influenciada y las escalas tenderán a inclinarse hacia el lado al cual se dirige la proclividad del editor. Por lo tanto, quizá una revista teosófica sea la única publicación donde se pueda esperar encontrar, al menos, la verdad y los hechos imparciales, aún siendo aproximativos. La verdad escueta se refleja en Lucifer bajo sus múltiples aspectos; ya que de sus páginas no se excluye a ninguna filosofía y a ninguna concepción religiosa. Además, como toda filosofía y religión, a pesar de lo incompleto, lo inadecuado y hasta de lo insensato que ocasionalmente algunas de ellas pueden ser, debe estribar en alguna verdad y en algún hecho, el lector tiene la oportunidad de comparar, analizar y escoger, entre las varias filosofías que aquí se discuten. Lucifer ofrece tantas facetas de la Unica joya universal en conformidad con su espacio limitado y dice a sus lectores: "Escoged, en este día, a quien serviréis: ¿ya sea a los dioses que estaban del otro lado de la inundación que sumergió a los poderes del razonamiento humano y al conocimiento divino, o a los dioses de los Amorites de la costumbre y de la falsedad social o aún, al Señor del Ser (superior), el brillante destructor de los poderes lóbregos de la ilusión? Seguramente, la mejor filosofía es aquella que tiende a disminuir en lugar de incrementar, el total de la miseria humana.

De todos modos, hay posibilidad de elección que es el único motivo por el cual hemos abierto nuestras páginas a todo género de colaboradores, por lo tanto: se encuentran los conceptos de un clérigo cristiano quien cree en su Dios y en el Cristo; pero rechaza las interpretaciones malignas y los dogmas impuestos de su iglesia ambiciosa y orgullosa, en concomitancia con las doctrinas del hilo-idealista que niega a Dios, al alma y a la inmortalidad, no creyendo en nada salvo en sí mismo. Los materialistas más empedernidos encontrarán hospitalidad en nuestra revista; sí, hasta aquellos que no tuvieron ningún escrúpulo en llenar las páginas con escarnios y observaciones personales sobre nosotros, abusando las doctrinas teosóficas que tanto queremos. Cuando una revista de libre pensamiento, editada por un ateo, inserte un artículo de un místico o de un teósofo en el cual se elogien sus conceptos ocultos y el misterio de Parabrahman aunque el editor se limite a expresar sólo algunas observaciones casuales, diremos que el Lucifer ha encontrado un rival. Cuando un periódico cristiano o de los misioneros, acepte un artículo de un libre pensador que se burle de la creencia en Adán y su costilla, acogiendo la crítica al cristianismo—la fe de su editor—en manso silencio, entonces, habrá alcanzado un nivel digno del Lucifer y se podrá decir que ha arribado al grado de tolerancia donde se puede equiparar con alguna publicación teosófica.

Sin embargo, mientras que ninguno de dichos órganos cumpla con esto, son todos sectarios, fanáticos, intolerantes y jamás podrán tener una idea de la verdad y de la justicia. Pueden lanzar alusiones contra el Lucifer y sus editores, sin afectar a ninguno de los dos. En realidad, los editores de tal revista están orgullosos de dicha crítica y acusación ya que atestiguan la ausencia absoluta de fanatismo o arrogancia de algún tipo en la teosofía, el resultado de la belleza divina de las doctrinas que predica. Desde luego, como se ha dicho, la teosofía concede una audiencia y una justa oportunidad a todos. Considera que ninguna concepción, si es sincera, está completamente exenta de verdad. Respeta a los hombres pensantes, sin importar a la clase de pensamiento que puedan pertenecer. Está siempre dispuesta a impugnar las ideas y las concepciones capaces de crear simplemente confusión sin beneficiar la filosofía, deja a sus divulgadores libres de creer, personalmente, en lo que quieran y rinde justicia a sus ideas cuando son buenas. De hecho, las conclusiones o las deducciones de un escritor filosófico, pueden ser totalmente antitéticas a las nuestras y a las enseñanzas que exponemos. A pesar de esto, sus premisas y afirmaciones pueden ser muy correctas y cabe que otras personas se beneficien de la filosofía opuesta, aun cuando nosotros la rechazamos, creyendo que tenemos algo más elevado y más próximo. En todo caso, ahora se ha clarificado nuestra profesión de fe y todo lo que se ha dicho en las páginas anteriores justifica y explica nuestra conducta editorial.

Al resumir la idea concerniente a la verdad absoluta y relativa, cabe repetir sólo lo que ya hemos dicho. Fuera de cierto estado mental altamente elevado y espiritual durante el cual el Hombre es Uno con la Mente Universal—lo más que él podrá captar en cualquier religión o filosofía serán verdad o verdades relativas. Aun cuando la diosa que se alberga en el fondo del pozo, saliera de su lugar de cautiverio, no podría transmitir al ser humano más de lo que él puede asimilar. Entretanto, todos nosotros podemos sentarnos en las inmediaciones del pozo, cuyo nombre es Conocimiento y, atisbando en las profundidades, esperar ver, al menos, el reflejo de la hermosa imagen de la Verdad en las aguas oscuras. Sin embargo, según la observación de Richter, esto presenta un cierto peligro. Por supuesto, de vez en cuando, alguna verdad puede reflejarse, como en un espejo, en el sitio donde estamos observando, recompensando, entonces, al paciente estudiante. Pero el pensador alemán agrega: "He oído que algunos filósofos en pos de la Verdad, a fin de tributarle un homenaje, han visto su propia imagen en el agua, acabando por adorar a ésta en lugar de la verdad."[...]

A fin de evitar tal calamidad, la cual se ha abatido sobre todo fundador de escuela religiosa o filosófica, los editores se dedican, con esmero, a no ofrecer al lector sólo esas verdades que encuentran reflejadas en sus cerebros personales. Entregan al público una amplia gama de elección y rechazan mostrar fanatismo e intolerancia, que son las indicaciones principales a lo largo de la senda del sectarismo. A la par que dejamos el margen más extenso posible para el cotejo, nuestros oponentes no pueden esperar encontrar sus caras reflejadas en las aguas prístinas de nuestro Lucifer, sin que las acompañen ciertas observaciones o una justa crítica referente a los aspectos prominentes de sus doctrinas, si contrastan con las concepciones teosóficas.

Sin embargo, todo esto se circunfiere dentro de la revista pública y abarca sólo el aspecto meramente intelectual de las verdades filosóficas. En lo que concierne a las creencias más espirituales y casi podríamos decir religiosas, ningún verdadero teósofo debería degradarlas sometiéndolas a la discusión públicas, sino que debería atesorarlas y esconderlas en las reconditeces del santuario más interno de su alma. Tales creencias y doctrinas no deberían exponerse imprudentemente porque corren el riesgo inevitable de que las personas indiferentes y críticas las traten de forma áspera, profanándolas. Ni deberían incorporarse a ninguna publicación excepto como hipótesis ofrecidas a la consideración del público pensante. Las verdades teosóficas, una vez que transcienden un cierto límite de especulación, es mejor que permanezcan escondidas al público; ya que "la prueba de las cosas no vistas" no es una prueba salvo para aquel que la ve, la oye y la percibe. No debe arrastrarse fuera del "Sanctum Sanctorum," el templo del Ego divino e impersonal o el Yo que se alberga dentro; ya que, mientras la percepción de todo hecho externo puede ser, como ya hemos demostrado, en la mejor de las hipótesis, sólo una verdad relativa, un rayo de la verdad absoluta puede reflejarse únicamente en el espejo inmaculado de su propia llama, nuestra Conciencia Espiritual superior. ¿Cómo puede, la oscuridad (de la ilusión), comprender la Luz que brilla dentro de ella?

BLAVATSKY

Lucifer, Octubre de 1888

Notas

1 Jesús dice a los "Doce": "A vosotros se os da el misterio del Reino de Dios, sin embargo, para ellos que están fuera, todas las cosas se les expresan en parábolas, " etc. 
(Marcos iV. II.)

2 Véase el breve artículo "Autoconcentrismo" tocante a la misma "filosofía," o el ápice de la pirámide Hilo-Idealista en este número. Es una carta de protesta que el erudito Fundador de la Escuela en cuestión nos envió para impugnar un error nuestro. Se queja por el hecho de que "acopiamos" su nombre con los de Spencer, Darwin, Huxley y otros, en lo concerniente al asunto del ateísmo y del materialismo; ya que el Doctor Lewins considera estas luces de las ciencias psicológicas y físicas excesivamente fatuas, "transigentes" y débiles para merecerse el honorable título de ateos o aún agnósticos.


domingo, 28 de abril de 2019

CRISTIANISMO ESOTÉRICO - SACRAMENTOS (Continuación)




Vamos ahora a aplicar estos principios generales a ejemplos concretos, donde veremos cómo explican y justifican los ritos sacramentales que en todas las religiones se encuentran.

Será suficiente a nuestro propósito examinar tres de los siete 'Sacramentos usados en la Iglesia Católica. De ellos, dos son reconocidos como obligatorios por todos los cristianos, si bien los protestantes extremados los despojan de su verdadero carácter, atribuyéndoles solamente una importancia declaratoria y conmemorativa, en vez de su valor sacramental, a pesar de lo cual, las personas que de entre ellos están inspiradas de una devoción real y sincera, granjean algo de su influencia benéfica, aun negándolo en teoría. El tercero de los que vamos a estudiar, no es reconocido, ni siquiera nominalmente, como Sacramento por las Iglesias Protestantes, no obstante presentar los signos esenciales de tal sacramento, según se exponen en la definición del catecismo de la Iglesia Anglicana antes citado (1) . El primero en que vamos a ocuparnos, es el Bautismo; el segundo la Comunión; el tercero el Matrimonio. El haber colocado al matrimonio fuera de la dignidad de sacramento, ha degradado mucho su alto ideal; y en gran parte ha sido causa de esa flojedad de su vínculo que tanto deploran los hombres pensadores.

El Sacramento del Bautismo se encuentra en todas las religiones, no sólo al comienzo de la vida terrestre, sino también, y más generalmente, como ceremonia de purificación. En nuestros días, lo mismo que en la antigüedad, para dar ingreso en una religión a cualquier individuo, sea adulto o recién nacido, existe un rito de que es parte esencial el rociarlo con agua. El Reverendo Dr. Giles se expresa así: "La idea de emplear el agua como emblema de limpieza espiritual es demasiado obvia, para que cause sorpresa la antigüedad de la ceremonia. El Dr. Hyde, en su tratado sobre la Religión de los Antiguos Persas, XXXIV, 406, cuenta que prevalecía en este pueblo, y añade: "No usan ellos de la circuncisión para los niños, sino sólo del Bautismo o lavatorio para purificar las almas. Llevan el niño al templo, y presentándolo al sacerdote, lo colocan frontero al sol y al fuego; terminada la ceremonia, lo tienen por más sagrado que antes. Lord dice que para tal propósito llevan el agua en la corteza de la encina este árbol es, a la verdad, el haum de los Magos. A veces proceden de distinto modo, sumergiendo al niño en un gran receptáculo lleno de agua, según Tavernier. Después de esta ablución o bautismo, el sacerdote pone al niño el nombre designado por sus padres" (2) . 

Algunas semanas después del nacimiento de un niño hindú, se verifica una ceremonia, de la cual es parte rociarlo con agua. Tales aspersiones son comunes a todos los actos del culto hindú. Williamson cita autoridades que prueban la existencia del Bautismo entre los egipcios, persas, tibetanos, mogoles, mejicanos, peruanos, griegos, romanos, escandinavos y druidas (3) . Algunas de las plegarias que se recitan, son muy delicadas: "Entre en tu cuerpo esta agua azul celestial y quede en él, para que destruya y arroje de ti todo lo malo y adverso que antes del principio del mundo te fue dado." "¡Oh, niño! recibe el agua del Señor del mundo, vida nuestra: ella lava y purifica; borren estas gotas el pecado que antes de la creación del mundo te fue dado, pues todos nosotros a su poder nos hallamos sometidos."

Tertuliano, en un pasaje cuya cita hemos hecho ya (4), refiere el uso muy generalizado del Bautismo entre gentes no cristianas, y otros Padres de la c Iglesia hacen igual indicación.
En la mayor parte de las comuniones religiosas se acompañan todas las ceremonias con una forma menor del bautismo, empleándose el agua como símbolo de la purificación, lo cual responde a la idea de que ningún hombre debe ejercitar los  actos del culto, sin que antes haya purificado su corazón y su conciencia, siendo la ablución externa símbolo de la interna limpieza. En las Iglesias Griega y Romana se coloca, próximo a cada puerta, un receptáculo de agua bendita, para que los fíeles, al entrar, mojen sus dedos y hagan con ellos el signo de la cruz sobre Su frente antes de dirigirse hacia el altar. A este propósito dice Robert Taylor: "Las pilas bautismales de nuestras iglesias protestantes, y, apenas hay necesidad de decirlo, los pequeños depósitos de agua bendita colocados a la entrada de nuestras capillas católicas, no son imitaciones, sino una continuación, (más interrumpida, de la misma aqua minaria o amula, que el erudito Montfaucon, en sus Antiquities, manifiesta haber sido vasos de agua santa, colocados por los paganos a entrada de sus templos, para rociarse con ella al poner pie en los sagrados edificios" ( 5) .

Así en el Bautismo de recepción inicial en la Iglesia, como en esas otras abluciones menores, el agente material empleado es el agua, el gran fluido limpiador de la naturaleza, y por tanto, el símbolo más apropiado de la purificación. Sobre esta agua se pronuncia en el ritual anglicano un mantra, representado por la plegaria "Santificad esta agua para el lavado místico del pecado", después de lo cual se añade la fórmula "En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Amén” Esta es la Palabra de Poder, a la que acompaña el Signo de Poder: la Señal de la Cruz hecha sobre la superficie del agua, La Palabra y el Signo comunican al agua, según hemos explicado, una propiedad que antes no tenía, por lo que con razón se la llama "agua bendita." Los poderes tenebrosos no se aproximarán a ella; y esparcida sobre el cuerpo, hará experimentar una sensación de paz, e infundirá nueva vida espiritual. Cuando se bautiza un niño, la energía espiritual comunicada al agua por la Palabra y el Signo, refuerza en él la vida del espíritu; y como de nuevo se pronuncia sobre él la Palabra de Poder y se traza el Signo sobre su frente, sus cuerpos sutiles experimentan las consiguientes vibraciones, y 'el requerimiento hecho para la guarda de esta vida, así santificada, surte sus efectos a través del mundo invisible. El Signo es a la vez purificador y protector: purificador por la vida que por su medio se vierte; protector por las vibraciones que produce en los cuerpos sutiles. Estas vibraciones forman una muralla defensiva contra los ataques de las influencias hostiles de los mundos invisibles, y cada vez que se toca el agua bendita y se pronuncia la Palabra y se hace el Signo, la energía se renueva, y se refuerzan las vibraciones, cosas potentes en los mundos suprafísicos, y como portadoras de ayuda reconocidas.

En la Iglesia primitiva iba el Bautismo precedido de una preparación muy esmerada, pues los que en ella ingresaban, eran, por la mayor parte, conversos de otras religiones. Pasaba el converso por tres grados de instrucción definidos, en cada uno de los cuales permanecía hasta que había dominado sus enseñanzas, siendo después admitido en la Iglesia, mediante el Bautismo. Sólo cuando esto se había efectuado El le enseñaba el Credo, no confiado jamás a la escritura ni recitado en presencia de infiel alguno, pues era señal de reconocimiento, mostrando la situación del que, al pronunciarlo, daba testimonio de ser miembro bautizado de la Iglesia.

Cuán verdaderamente se creía por aquellos tiempos en la gracia que el Bautismo transmitía, pruébalo la costumbre, al fin muy extendida, de bautizarse en el lecho de muerte.
Hombres y mujeres del mundo, ciertos de la realidad de este Sacramento, pero remisos en abandonar tos placeres para llevar vida inmaculada, retardaban la celebración del rito hasta que la muerte sobre ellos extendía su mano, entonces se apresuraban a recibirlo, para gozar de los beneficios de su gracia, y pasar a otra vida limpios y puros, y llenos de espiritual energía. Contra tal abuso lucharon algunos de los grandes Padres de la Iglesia, y lucharon con éxito. Cuéntase una original anécdota, por uno de ellos referida, si mal no recordamos, por San Atanasio, que fue hombre de ingenio cáustico, no ajeno al empleo de la sátira para hacer comprender a sus oyentes la locura y perversidad de su conducta. Refirió una vez a su auditorio que había tenido una visión en que se sintió aproximar a la puerta del cielo, donde se encontró con San Pedro, que, como guardián suyo, estaba en ella. En vez de complaciente sonrisa, mostróle el Santo adusto ceño, y encarándosele, dijo:" Atanasio, ¿por qué estás continuamente enviándome esos sacos vacíos, sellados con esmero, pero que nada contienen?" Es éste uno de los dichos agudos que la antigüedad cristiana nos ofrece, cuando los fieles tenían por realidades estas cosas, y no por meras formas, como con demasiada frecuencia hoy día se tienen.

La costumbre del Bautismo infantil creció por grados en la Iglesia, y de aquí que la instrucción que en los primeros tiempos precedía al Bautismo, pasase a ser preparatoria de la Confirmación cuando ya despiertas inteligencia y mente, podían hacerse cargo de las promesas bautismales y ratificarse en ellas. Y es de considerar racional la recepción del niño en la Iglesia, si se reconoce que la vida del hombre discurre por los tres mundos, y que el Espíritu y el Alma que han venido a habitar el cuerpo recién nacido, lejos de ser inconscientes y faltos de entendimiento, son conscientes, inteligentes y poderosos en los mundos invisibles. Justo será y correcto el dar la  bienvenida al "Hombre del corazón que está encubierto" (6) a su ingreso en la nueva etapa de su peregrinación, y el atraer hacia el vehículo que ha de habitar y conformar para su servicio, las influencias mas socorridas. Si los ojos de los hombres se abrieran, como antaño los del criado de Elíseo, sin duda serían el monte lleno de caballos y de carros de fuego rodeando al profeta de Dios (7) .

Vengamos ahora al segundo de los Sacramentos elegidos para nuestro estudio, el de la Eucaristía, símbolo del eterno Sacrificio ya explicado, pues el sacrificio de la misa que la Iglesia Católica celebra diariamente en todas partes, es imagen de aquel Sacrificio eterno, mediante el cual los mundos fueron creados y por siempre jamás son sostenidos. Deber es ofrecerlo diariamente, por cuanto la existencia de su arquetipo es perpetua, y porque con este rito toma parte el hombre en la obra de la Ley de Sacrificio, identificándose con ella, reconociendo su naturaleza obligatoria, y cooperando voluntariamente en su labor universal. Para que tal identificación sea completa, es necesario participar del Sacramento de modo material; mas las personas devotas que mentalmente se asocian a él, aun sin tener intervención física en el acto, pueden granjear muchos de sus beneficios, y contribuir al aumento de las influencias que por su mediación se difunden.

Esta gran función del culto cristiano pierde su fuerza y significado cuando se la considera nada más que como simple conmemoración de un sacrificio pasado, como alegoría pictórica despojada de la profunda verdad que le da vida, como rompimiento de pan y derrame de vino sin participación alguna en el Sacrificio eterno. Así mirada, se la convierte en mera corteza, en pintura muerta, en vez de realidad viviente. "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión  (comunicación; la participación) de la sangre de Cristo? dice San Pablo en I, Corintios, X, l6-. "El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" y continúa indicando que todos los que comen de un sacrificio, se hacen copartícipes de una común naturaleza, y se juntan en un cuerpo especial unido al ser que se halla presente al sacrificio, y participante de su esencia propia. Trátase en esto de un hecho del mundo invisible, del cual habla el Apóstol con la autoridad del que lo conoce. Seres invisibles vierten su esencia en las substancias que se emplean en el rito sacramental, y los que de estas substancias participan -las cuales son asimiladas por el cuerpo, entrando a formar parte de sus componentes- quedan, por lo tanto, unidos a aquellas entidades cuya esencia en ellas se vertió, y así participarán de una común naturaleza.

Esto es cierto aun respecto al alimento ordinario, tomado de manos de otra persona, pues, parte de su naturaleza, su magnetismo vital se mezcla con el propio nuestro. Cuánto más cierto, pues, será, cuando el alimento ha sido de propósito y solemnemente impregnado con magnetismos superiores que afectan a los cuerpos sutiles a la vez que al físico! Si queremos comprender el significado y el uso de la Eucaristía, debemos comprobar estos hechos de los mundos invisibles, para ver en ella un lazo entre lo celestial y lo terreno, así como también un acto del culto universal, una cooperación, una asociación con la Ley de Sacrificio; pues de otro modo pierde el Sacramento la parte más esencial de su importancia. El uso de pan y vino para materiales de este sacramento -al igual que el agua en el Bautismo-, es muy general y muy antiguo. Los persas ofrecían a Mithra pan y vino, y en el Tibet y en Tartaria se hacían ofertas semejantes. Jeremías habla de las tortas y libaciones que en Egipto ofrecían a la Reina del Cielo los judíos que profesaron el culto de aquella nación ( 8) .
En el Génesis se lee que Melchisedech, el Rey Iniciado, presentó pan y vino para bendecir a Abraham (9). En los diversos Misterios de Grecia se empleaba el pan y vino; y William-son habla también de su uso entre mejicanos, peruanos y druidas (10).

El pan es el símbolo general del alimento que construye ­el cuerpo, y el vino es símbolo de sangre, considerada como el fluido de vida, "porque la vida de la carne está en la sangre" (11). De aquí que se diga de los miembros de una familia que participan de la misma sangre; y ser de la sangre de una persona significa ser pariente suyo. De aquí, también, las antiguas ceremonias del "pacto de sangre":  cuando una persona extraña ingresaba en una familia o tribu, se transfundía a sus venas algunas gotas de sangre de uno de los individuos de la colectividad de que se tratase, o bien aquella la bebía generalmente mezclada con agua, considerándose la desde este momento como si hubiese nacido en la familia o tribu, como si fuese de su propia sangre. De modo semejante participan los fieles que tocan la Eucaristía, del pan y el vino, símbolos del cuerpo y sangre de Cristo, es decir, de Su naturaleza y de Su vida, con lo que quedan hechos de su parentela, o en otros términos, unos con El. La palabra de Poder es la fórmula “Este es Mi Cuerpo”, "Esta es Mi Sangre." Por medio de ella se verifica el cambio que en seguida vamos a considerar: la transformación de las substancias empleadas en vehículos de espirituales energías. 

El signo de Poder es la señal de la cruz hecha con la mano extendida sobre el pan y el vino: ceremonia no siempre efectuada por los protestantes. Estas son las condiciones esenciales externas del Sacramento de la Eucaristía.
Importa mucho comprender el cambio que en este Sacramento se verifica, pues se extiende más allá de la magnetización que hemos explicado, aunque ésta también se realiza. Nos encontramos aquí con una particular muestra de una ley universal.

Toda cosa visible es para el ocultista la última expresión  -la física-, de una verdad invisible; toda cosa es expresión física de un pensamiento; un objeto cualquiera no es más que una idea exteriorizada y condensada. En suma: todos los objetos materiales del universo son ideas Divinas expresadas en materia física. Esto sentado, se hace evidente que la realidad de las cosas no reside en su forma externa, sino en su vida interna, en la idea que ha conformado y modelado la materia para hacerla expresión de sí misma. La materia de los mundos superiores, que es muy sutil y muy plástica, se amolda rápidamente a 1a idea, y cambia de forma tan pronto como el pensamiento cambia. Mas, conforme se desciende de mundo en mundo, la materia se va haciendo más densa y más pesada, siendo cada vez menos dispuesta para mudar las formas, lo cual Se verifica más y más lentamente hasta penetrar en el mundo físico, en el cual la lentitud de los cambios alcanza su mayor grado a causa de la resistencia que ofrece la extrema densidad de su materia. Con tiempo suficiente, sin embargo, aun esta pesada materia efectúa sus mudanzas bajo la presión de la idea que la anima, como puede observarse en los semblantes, donde acaba por grabarse la expresión de los pensamientos y emociones habituales. 

Esta verdad es fundamento de la que se llama doctrina de la Transubstanciación, sobre cuya inteligencia andan descaminados por modo extraordinario los protestantes en general. Mas éste es el signo de las verdades ocultas cuando se ofrecen al ignorante. La "substancia" que experimenta el cambio, es la idea que hace que una cosa sea lo que es. El “pan" no es mera harina y agua ; la idea que preside a la mezcla y manipulación del agua y de la harina, es realmente la "substancia" que lo hace "pan", y la harina y el agua son lo que en términos técnicos se llama los "accidentes", adaptaciones de materia que dan forma a la idea. Con una idea o substancia diferente la harina y el agua tomarían diferente forma, como lo hacen sin duda cuando son asimiladas por el cuerpo. En completa conformidad con este concepto, los químicos han descubierto que la misma especie y el mismo número de átomos químicos pueden coordinarse de bien distintas maneras, produciéndose, en consecuencia, cosas completamente diferentes en sus propiedades, aunque los materiales de que se compongan permanezcan inalterables. Estos "compuestos isoméricos" figuran entre los descubrimientos más interesantes de la química moderna. La ordenación de átomos semejantes presidida por ideas diferentes, da por resultado cuerpos distintos.

¿Cuál es, pues, el cambio de substancia en los materiales que en la Eucaristía se emplean? 
Ha cambiado la idea que moldea el objeto. En su condición normal, el pan y el vino son materias alimenticias, las cuales expresan ideas divinas relativas a la nutrición adecuada para la construcción de los cuerpos. La idea nueva es la de la naturaleza y vida de Cristo, adecuada a la construcción de la naturaleza y vida espiritual del hombre este es el cambio de substancia; el objeto permanece inalterable en sus "accidentes", en sus materiales físicos; pero la materia sutil con él relacionada, ha variado a impulsos de la trocada idea, y en virtud de tal mudanza, adquiere aquél propiedades nuevas que afectan a los cuerpos sutiles de los participantes, poniéndolos en el tono de la vida y  naturaleza de Cristo. De los "merecimientos" del participante depende la extensión que haya de alcanzar la consonancia.

Los participantes indignos, sometidos al mismo proceso, serán poderosamente  afectados; pues su naturaleza, que resiste él benéfico impulso, sufrirá quebranto, llegando hasta a romperse por la acción de fuerzas a las cuales es incapaz de responder, ni más ni menos que como se hace pedazos un objeto por efecto de vibraciones que es incapaz de reproducir.

El participante digno se hará uno con el Sacrificio, con el, Cristo, y en su consecuencia, quedará también unido a la Vida  divina, que es el Padre del Cristo; pues siendo así que el sacrificio, por lo que respecta a la forma, viene a ser la entrega de la vida que contiene separada de otras, para, que haga parte  de la Vida común, la ofrenda del aislado cauce para el curso de la Vida total, resultará que el que hace esta ofrenda y esta entrega efectúa, se volverá uno con Dios. Es donación de sí mismo, que a lo inferior se refiere, para formar parte de lo superior, cesión de la sombra carnal, instrumento de la voluntad separada, para constituirse en instrumento de la Voluntad del Todo: el presente de los "cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios" (12). Con razón, pues, enseña la iglesia que los que reciben la Eucaristía de manera adecuada, participan de la vida de Cristo, ofrecida por amor de los hombres. Transmutar lo más bajo en lo más alto, es el fin así de éste como de todos los demás Sacramentos. Los que a él se acercan, van buscando el permutar la fuerza inferior por la Superior, mediante su unión con esta última y aquellos que  conocen la verdad interna son capaces de comprobar la existencia  más elevada; cualquiera sea la religión a que pertenezcan, pueden llegar con el empleo de sus sacramentos a un completo contacto con la Vida divina que sostiene los mundos,  a condición solamente de que acudan a la ceremonia con la naturaleza receptiva, el acto de fe y el corazón abierto que son indispensables para que las posibilidades del Sacramento se conviertan en realidad.

El Sacramento del Matrimonio contiene las características de todo Sacramento tan clara y definidamente como el Bautismo y la Comunión. En él se exhiben lo mismo el signo externo que la gracia interna. El Material físico es el anillo -el círculo, emblema de lo perdurable-; la Palabra de Poder es la antigua fórmula: "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" ; el Signo de Poder es la unión de las manos que simboliza la unión de las vidas. Estas son las exterioridades esenciales del Sacramento.

La gracia interna es la unión de mente con mente, de corazón con corazón, lo cual hace posible la realización de la unidad de espíritu; sin ésta el Matrimonio no es tal Matrimonio, sino una mera conjunción temporal de cuerpos. La alegoría pictórica la forman la entrega y aceptación del anillo, la invocación de los sagrados nombres, el contacto de las manos.  'Si no se recibe la gracia interna, si los participantes no se abren a ella mediante el deseo de que se efectúe la unión íntima de sus respectivas naturalezas en toda su integridad, el Sacramento estará para ellos desprovisto de sus propiedades benéficas, quedando reducido solamente a una fórmula vacía.

Pero el Matrimonio tiene todavía una significación más profunda. Las religiones han proclamado a una voz que es la imagen en la tierra de la unión de lo terrenal con lo celeste, de la unión del hombre con Dios. Y no para en esto su significado, porque además  es imagen de la relación entre el Espíritu y la Materia, entre la Trinidad y el Universo. A tanto alcanza y tan hondo llega el sentido del ayuntamiento del hombre y la mujer en el Matrimonio.

En él figura el varón como representante del Espíritu -Trinidad de Vida- y la hembra como representante de la Materia - Trinidad de la substancia proveedora de la forma-. El uno da la vida, la otra la recibe y alimenta. Mutuamente se contemplan los dos, mitades inseparables de un todo, sin existencia separada. Así como Espíritu implica Materia, y Materia Espíritu, así también implica el esposo a la esposa, y la esposa al esposo.  La Existencia abstracta se manifiesta en dos aspectos, dualismo de Espíritu y Materia, no dependientes el uno del otro, sino venidos a la manifestación en unión mutua; de igual manera se manifiesta la humanidad bajo dos aspectos, marido y mujer, incapaces de existir separados, mas mostrándose conjuntos, pues no son dos, sino uno unidad. Así declaró Isaías a Israel: “Tu Hacedor es tu Esposo: Señor de huestes es Su nombre, Como el novio goza con la novia, así gozará tu Dios contigo" (13). Así escribió San Pablo que el misterio del Matrimonio representaba a Cristo ya la Iglesia (14).

Si imaginamos el Espíritu y la Materia en estado latente,  o lo que es igual, sin manifestarse, veremos que la producción no es posible; juntamente manifestados, concebimos la evolución. De modo semejante, cuando las dos mitades humanas no se manifiestan como marido y mujer, no es posible la producción de nueva vida. Han de unirse además, para que la vida acrezca en cada uno, para que su evolución sea más rápida, más veloces sus- progresos, en razón a que cada cual puede dar al otro una mitad, supliendo el uno lo que al otro le falta. Fundidos en uno, dan a luz las posibilidades espirituales humanas, y muestran a la vez al Hombre perfecto, en quien el Espíritu y la Materia están completamente desarrollados y equilibrados, al Hombre divino que en sí contiene marido y mujer, los elementos masculino y femenino de 1a naturaleza, a la manera que "Dios y Hombre forman un Cristo" (15).

Al estudiar el Sacramento del Matrimonio con este criterio, se comprende por qué las religiones lo han considerado lazo indisoluble, juzgando preferible el que unas cuantas parejas mal avenidas sufran durante un corto período, a que el  ideal del verdadero Matrimonio se rebaje de un modo permanente para todos. Las naciones elegirán si han de adoptar como ideal público del Matrimonio un vínculo celestial o terreno, si ha de procurarse con él la unidad espiritual o la unión meramente física: lo primero es la idea religiosa de la conjunción de ambos sexos, como Sacramento; lo segundo es la idea materialista de su contacto mediante un pacto ordinariamente soluble. El estudiante de los Misterios Menores debe siempre ver en él un rito sacramental.

ANNIE BESANT





Notas del capítulo 

(1) Véase: Antes, Páginas 204 y 205.
(2) Christian Records, pág. 129.
(3) The Great Law, págs. 161-166.
(4) Véase Antes, pág. 98,
(5) Diégesis, pág. 219,
(6) I. San Pedro, III, 4.
(7) Libro cuarto de los Reyes, VI, 17
(8) Jeremías, XLIV.
(9) Génesis XIV, 18-19
(10) The Great Law , págs. 177-181, 185.
(11) Levítico, XVII, II.
(12) Romanos, XII, 1.
(13) Isaías LIV. 5.-LXII. 5.
(14) Efesios, V. 23-32.
(15) Credo de Atanasio.