sábado, 8 de diciembre de 2018

Sabiduría Antigua (Parte IV)




El plano astral es la región del universo vecina, si podemos emplear esta palabra, del plano físico. 

En el plano astral la vida es más activa y la forma más plástica que en él físico. 
El espíritu –materia se encuentra allí, por lo tanto, más altamente vitalizado y más sutil que en todos los grados del mundo físico. En efecto: según hemos visto ya, el último átomo físico que constituye el éter más sutil, tiene como envoltura innumerables agregados de la materia astral más grosera. Se dice la palabra vecino la cual es muy impropia, porque sugiere la idea de que los planos del universo están dispuestos en zonas concéntricas de modo que al término de uno señale el principio del otro; cuando más bien son esferas concéntricas penetradas mutuamente y separadas entre sí, no por oposición, sino por diferencia de constitución; lo mismo que el aire y el agua y el éter en el sólido más denso, la materia astral penetra en toda la sustancia física. El mundo astral está sobre nosotros, bajo nosotros, alrededor de nosotros y también nos atraviesa. Vivimos y nos movemos en él, pero es intangible, invisible, silencioso e imperceptible, porque estamos separados de él por la presión del cuerpo físico, y las partículas físicas son demasiado densas para vibrar bajo la acción de la materia astral. En este capítulo vamos a estudiar el aspecto general del plano astral, dejando a un lado, para considerarlas separadamente, las condiciones especiales que presenta la vida de ese plano con relación a los seres humanos que lo atraviesan llenándolo de la tierra al cielo. 

 El espíritu—materia del plano astral tiene subdivisiones análogas a las del plano físico que acabamos de describir en el capítulo dedicado a dicho plano. Encontraremos aquí, como en el plano físico, innumerables combinaciones que forman los sólidos, los líquidos, los gases y los éteres astrales. Pero en este plano la mayoría de las formas materiales tienen, cuando se las compara con las formas del plano físico, un brillo y una traslucidez que les ha valido el epíteto impropio, pero que aceptado por el uso no hemos de cambiarlo. Como no hay nombres especiales para las subdivisiones del espíritu—materia astral, podemos emplear las designaciones terrestres. La idea esencial que hemos de fijar, es lo que los objetos astrales son combinaciones de materia física, y que la disposición del mundo astral se asemeja muchísimo a la de la tierra, estando constituida en gran cantidad por los dobles astrales de los objetos físicos. 

Una particularidad, sin embargo, detiene y desconcierta al observador poco acostumbrado, en parte, a causa de la traslucidez de los objetos astrales, y en parte también a consecuencia de la naturaleza misma de la visión astral (la conciencia está menos sujeta en la materia astral sutil que en su prisión terrestre); toda cosa es transparente: en anverso y el reverso, lo interior y lo exterior, son visibles al mismo tiempo. 
Hace falta mucha experiencia para ver correctamente los objetos, y aquel que ha desarrollado la visión astral sin estar todavía al corriente de su empleo, se expone a ver todas las cosas trastocadas y a cometer los más disparatados yerros. Otra característica sorprendente, que desconcierta a veces al principiante, es la rapidez con que cambian de contornos las formas astrales, sobre todo las que no se relacionan con ninguna matriz terrestre. Una entidad astral puede modificar su aspecto por completo con pasmosa rapidez, porque la materia astral toma forma bajo cada impulso del pensamiento, y la vida retoca constantemente esa forma para darse nueva expresión. Cuando la gran oleada de vida de la evolución de la forma atraviesa de alto a bajo el plano astral, constituyendo sobre este plano el tercer reino elemental, la Mónada atrae a su alrededor combinaciones de materia astral, y da esas combinaciones, conocidas con el nombre de esencia elemental, una vitalidad particular y la propiedad característica de tomar forma instantáneamente bajo el impulso de las vibraciones mentales. Esa esencia elemental forma muchísimas variedades en cada subdivisión del plano astral. Podemos formarnos una idea de ello suponiendo el aire visible; fenómeno producido por un gran calor que hiciese la atmósfera perceptible bajo la forma de ondas vibrantes, y que nos pareciera animado de un movimiento ondulatorio continuo iluminando de cambiantes colores como los del nácar. 

 Esa misma atmósfera elemental responde sin cesar a las vibraciones del pensamiento, del sentimiento y del deseo. Las formas surgen en ella bajo el impulso de esas fuerzas como las burbujas en el agua hirviente. La duración de la forma así engendrada depende de la fuerza de impulsión que la origina; la nitidez de sus contornos, de la precisión del pensamiento; y su coloración, de la cualidad del mismo. (Intelectual, religioso, pasional, etc.) Los pensamientos vagos e inconsistentes que engendran con frecuencia las inteligencias poco desarrolladas, reúnen en torno de ellos, cuando llegan al mundo astral, nubes difusas de esencia elemental que van de aquí para allá atraídas por otras nubes de análoga naturaleza, se detienen en el cuerpo astral de las personas cuyo magnetismo bueno o malo los atrae y se disuelven al fin después de cierto tiempo para reintegrarse en la atmósfera general de esencia elemental. Mientras conservan su existencia separada, son entidades vivas que tienen por cuerpo la esencia elemental y por vida animadora un pensamiento. Se les da entonces el nombre de elementales artificiales o pensamientos—formas. 

 Los pensamientos claros y precisos tienen forma definida, un contorno firme y limpio y su aspecto varía al infinito. Están modeladas por la vibraciones del pensamiento de un modo análogo al de las figuras que encontramos en el plano físico determinadas por las vibraciones del sonido. Las figuras vocales y las figuras mentales ofrecen gran analogía entre sí, porque la naturaleza, a pesar de su infinita variedad, es en cuanto a sus principios muy económica y reproduce los mismos procedimientos operatorios en todos los planos sucesivos a su imperio. Esos elementales artificiales, claramente delimitados, tienen una vida más larga y más activa que sus hermanos nebulares, y ejercen una acción muchísimo más poderosa sobre el cuerpo astral, y a través de él sobre el mental, de aquellos de donde han salido. Originan por su contacto vibraciones análogas a ellos y los pensamientos se extienden así de inteligencia a inteligencia sin necesidad de expresión física. Además pueden dirigirse por el pensador hacia la persona que desea alcanzar, y su potencia depende de la fuerza de su voluntad y de la intensidad de su potencia mental. 

 En los hombres de cultura media, los elementales artificiales creados por el sentimiento o el deseo son más vigorosos y precisos que los creados por el pensamiento. Así, una explosión de ira dará una potente fulguración roja, claramente dibujada, y una cólera sostenida engendrará un peligroso elemental de color rojo, puntiagudo, dentellado, pero bien organizado para dañar. El amor, según su cualidad, determinará formas más o menos admirables de color y de dibujo, que podrá ofrecer todos los tonos desde el carmín hasta los matices más exquisitos y delicados del rosa, semejantes a los pálidos reflejos de la aurora o del crepúsculo, en nubes difusas o en formas protectoras de vigorosa ternura. Comúnmente las amantes oraciones de una madre afectan formas angélicas cerca del hijo, que apartan de él las influencias perniciosas que sus propios pensamientos pudieran atraer. Un rasgo característico de esos elementales, es que dirigidos por la voluntad hacia determinada persona, están animados de la tendencia a cumplir la voluntad del ser que los crea. Un elemental protector se colocará cerca de su objeto, buscando todas las oportunidades de alejar el mal, de atraer el bien, no conscientemente, sino por espontáneo impulso que lleva por la línea de menor resistencia. Del mismo modo, un elemental animado por un pensamiento malo, gravitará alrededor de su víctima espiando la ocasión para dañarle. 

Pero ni uno ni otro pueden producir impresión, a menos que haya en el cuerpo astral de la persona a quien se dirigen algún elemento susceptible de vibrar acorde con ellos facilitando su fijación. Si no encuentra en esa persona materia análoga para ello, entonces, por una ley de su misma naturaleza, vuelven a lo largo de la trayectoria que han recorrido, siguiendo la estela magnética que han dejado tras si y caen sobre su propio creador con una fuerza proporcional a la de su proyección. Conocidos son los casos en que un pensamiento de odio mortal, impotente para alcanzar a quien iba dirigido, a causado la muerte de su proyector. 
En cambio los pensamientos saludables, dirigidos a una persona indigna, recaen como bendiciones sobre aquel que los engendra. La comprensión, siquiera rudimentaria, del mundo astral, obrará como poderoso estímulo del buen pensamiento. Hará nacer en nosotros la noción de una gran responsabilidad respecto a los pensamientos, las emociones y los deseos que hemos desencadenado en esa región. Hay muchas fieras, que desgarran y devoran, entre los pensamientos de que el hombre puebla el plano astral. 

Pero por ignorancia y no sabe lo que hace. Uno de los fines que se propone la enseñanza teosófica levantando parcialmente el velo del mundo desconocido, es dar a los hombres una base más firme de conducta, una apreciación más racional de las causas sólo visibles por sus efectos en el mundo terrestre. Pocas doctrinas hay más importantes por su alcance moral que esta doctrina de la creación y dirección de los pensamientos—formas, o elementales artificiales. Por ella aprende el hombre que el pensamiento no le afecta exclusivamente, que sus pensamientos no le afectan a él solo, sino que en cada instante de su vida pone en libertad, en el ambiente, ángeles y demonios de cuya creación es responsable y de cuya influencia se le pedirá cuenta. Al conocer la ley regularán los hombres su pensamiento en concordancia de la misma. Si en vez de considerar los elementales artificiales separadamente, los tomamos en conjunto, comprenderemos sin dificultad la importante acción que ejercen en la producción de los sentimientos nacionales y de la raza, y por lo tanto en la formación de los prejuicios. Todos crecemos en una atmósfera en que pululan elementales acopiadores de ciertas ideas. Los prejuicios nacionales, la manera nacional de considerar las cosas, los tipos nacionales de sentimiento y de pensamiento, todo eso obra sobre nosotros desde que nacemos y aun antes de nacer. Todo lo vemos a través de esa atmósfera que refracta más o menos los pensamientos y en la que vibra nuestro propio cuerpo astral acordonándose con ella. 

De ahí que la misma idea sea apreciada diferentemente por un indo, un inglés, un español o un ruso. 
Las concepciones fáciles para uno son casi inabordables para otro. Estamos todos dominados por nuestra atmósfera nacional, es decir, por esa porción del mundo astral que más inmediatamente nos rodea. 
Los pensamientos de los demás, vaciados así en el mismo molde, obran sobre nosotros y provocan vibraciones sincrónicas, refuerzan los puntos de concordancia que nos rodean y afinan y suavizan las divergencias. Esa influencia continua, sufrida por medio de nuestro cuerpo astral, nos imprime el sello nacional y traza en nuestras energías mentales los canales por donde se deslizarán más fácilmente. 
Día y noche esas corrientes influyen sobre nosotros y la misma inconsciencia en que nos hallamos sobre su acción nos la hace más afectiva. Como la mayoría de las gentes tiene más receptividad que iniciativa, reproduce así automáticamente los pensamientos que hasta ellos llegan. Y de esa manera se alimenta y refuerza la atmósfera nacional. Cuando el hombre comienza a ser sensible a las influencias astrales ocurre, a veces que se abate de pronto, o se siente por lo menos exaltado por un terror completamente inexplicable y casi irracional, que arroja sobre él una fuerza capaz de paralizarle. 

Toda resistencia es inútil contra ello y no puede por lo menos de indignarse quien la sufre. La mayoría de los hombres han debido experimentar más o menos, en tal caso, ese temor indefinible, ese dolor, al aproximarse un invisible no sé qué, el sentimiento de una presencia misteriosa, de no estar solo. Este sentimiento procede, en parte, de una hostilidad que anima al mundo elemental natural contra la raza humana, hostilidad debida a la reacción sobre el astral de las fuerzas destructoras puestas en juego por la humanidad en el plano físico. Pero es también atribuible a la presencia de elementales artificiales de naturaleza hostil, engendrados por el pensamiento del hombre. Los pensamientos de odio, envidia, venganza, rencor, mala intención y descontento se producen por millones, de suerte que el plano astral esta lleno de elementales artificiales cuya vida consiste en tales sentimientos. ¡Qué oleadas de desconfianza y de suspicacia nos encontramos también, como veneno arrojado por el ignorante contra todos los que por su maneras o su aspecto tienen para él algo raro y poco común! La ciega desconfianza respecto de todo forastero, el desdeñoso menosprecio hacia naturales de otras comarcas, contribuyen también a las malas influencias del mundo astral. 

 Tales pensamientos crean día y noche en el plano astral legiones ciegamente hostiles, y el choque sobre nuestro propio cuerpo astral engendra ese sentimiento de terror vago, resultante de las vibraciones antagónicas que se sienten sin poder comprenderlas. Además de los elementales artificiales, el mundo astral contiene una población densa, en la que se omiten, como lo hacemos aquí, los seres humanos desembarazados de su cuerpo físico por la muerte. Encontramos aquí innumerables legiones de elementales naturales o espíritus de la naturaleza, divididos en cinco clases: del éter, del fuego, del aire, del agua y de la tierra. Los cuatro últimos fueron llamados por los ocultistas de la Edad Media: salamandras, silfos, ondinas y gnomos. Es inútil decir que otras dos clases complementan el septenario; pero no nos interesan por ahora, puesto que aun no se manifiestan. Estos son los verdaderos elementales o criaturas de los elementos tierra, agua, aire, fuego y éter. Estos seres tienen por misión realizar las actividades que se refieren a sus elementos respectivos. Constituyen los canales a través de los que las energías divinas operan en medios diversos; y son en cada elemento la expresión viva de la ley. A la cabeza de cada una de esas divisiones se encuentra un Ser superior (I) (llamados deva o dios por los indos. —El estudiante querrá conocer, sin duda, los nombres sánscritos de los cinco dioses de los elementos manifestados. Helos aquí: Indra, señor del Akasha o éter del espacio. Agni, señor del fuego. Pavana, señor del aire. 

Varuna, señor del agua. Kshiti, señor de la tierra), jefe de un ejército poderoso, inteligencia suprema y directora de la demarcación de la naturaleza que los elementales de la clase considerada administran y en donde realizan sus energías. Agni, el dios del fuego, es, por lo tanto, una entidad espiritual superior que preside las manifestaciones del fuego en todos los planos del universo y ejerce su administración por medio de las legiones de elementales del fuego. Una vez conocida la naturaleza de esos seres y los métodos que permiten dirigirles, se hacen posibles y comprensibles los llamados milagros u obras mágicas, que atraen de cuando en cuando la atención de la prensa. El procedimiento es el mismo, ya se admita francamente como resultado de las artes mágicas, ya se atribuya a los espíritus. Existen personas que pueden tomar en sus manos una braza de carbón encendido sin experimentar daño alguno. 

El fenómeno de la levitación (suspensión de un cuerpo grave en el aire sin sostén visible) y el que consiste en andar sobre el agua, pueden efectuarse con el auxilio de los elementales del aire y del agua respectivamente, aunque se emplee con frecuencia otro método. Como los elementos entran en la constitución del cuerpo humano y uno de ellos predomina en él según la naturaleza de la persona, todo ser está relación con los elementales, y aquellos que particularmente le son favorables predominan en el mismo. 
Las, consecuencias de este hecho, frecuentemente observable, se atribuyen por el vulgo a la “suerte”. 
Se dice que una persona “tiene buena mano” para los cuidados de las plantas, para encender el fuego o para encontrar manantiales, etc. La naturaleza, con sus fuerzas ocultas, nos advierten a cada paso; pero somos muy tardos en recibir sus indicaciones. La tradición oculta muchas veces una verdad en un proverbio o en una fábula; pero nosotros hemos pasado ya, según parece, la edad de todas esas “supersticiones”. Encontramos igualmente en el plano astral espíritus de la naturaleza—este nombre les cuadra mejor que el de elementales—que se ocupan de la construcción de formas en los reinos mineral, vegetal, animal y humano. Hay espíritus de la naturaleza que dirigen las energías vitales en las plantas, que construyen los cuerpos, molécula por molécula, en el reino animal, y que presiden la construcción del cuerpo astral de los minerales, las plantas y los animales, así como de la construcción del cuerpo físico humano. 

Tales son la hadas y los silfos de las leyendas, “los seres pequeños” que juegan tan gran papel en la demótica o folklore en cada nación, los niños encantadores e irresponsables de la naturaleza, fríamente relegados por la ciencia en manos de las nodrizas. Día vendrá en que los sabios más esclarecidos de futuras épocas los restituyan al lugar que les corresponde en el orden natural; pero entre tanto el poeta y el ocultista creen en su existencia, uno por la intuición de su genio y otro por la visión de sus sentidos internos ampliamente desarrollada. La multitud se burla de ambos, del segundo sobre todo; pero no importa: la sabiduría se rehabilitará un día por sus hijos. La circulación activa de las corrientes de vida en el doble etéreo de las formas minerales, vegetales y animales, despierta poco a poco de su estado latente la materia astral implicada en su constitución atómica y molecular. Semejante materia empieza a vibrar muy débilmente primero en los minerales. La Mónada de la Forma ejerce su poder organizador y atrae sobre sí algunos materiales con cuya ayuda los espíritus de la naturaleza construyen el cuerpo astral mineral, masa difusa sin organización precisa. En el reino vegetal, el cuerpo astral se encuentra más organizado y comienza a manifestarse su característica especial: la sensación; así pueden observarse en la mayoría de las plantas, sensaciones sordas y difusas de bienestar o de enfermedad, que son el resultado de la actividad creciente del cuerpo astral. Las plantas gozan vagamente del aire, del sol y de la lluvia, que buscan como a tientas, mientras se alejan cuando esas condiciones son nocivas. 

Unas buscan la luz, otras la oscuridad, responden a las excitaciones y se adaptan a las condiciones externas; en fin, en algunos tipos más elevados, aparece definido el sentido del tacto. En el reino animal, el cuerpo astral está más desarrollado, y en los individuos superiores alcanza una organización bastante clara para mantener su conexión durante cierto tiempo después de la muerte del cuerpo físico, y para tener existencia independiente en el plano astral. Los espíritus de la naturaleza que presiden la construcción del cuerpo astral animal y humano han recibido el nombre especial de elementales del deseo (I) (Se les llama kamadevas, dioses del deseo) Porque están poderosamente animados por deseos de toda clase que introducen continuamente en la constitución de los cuerpos astrales del hombre y de los animales, las variedades de esencia elemental análogas a las de que su propia forma está compuesta, de suerte que esos cuerpos adquieren, como parte integrante de su estructura, los centros sensoriales y las diversas actividades pasionales. Esos centros se excitan a la actividad por los impulsos que reciben de los órganos físicos densos y se trasmiten a través de los órganos físicos etéreos hasta el cuerpo astral, y mientras los centros astrales no son atacados, el animal no experimenta ni placer ni dolor. Herid una piedra y no expresará dolor; contiene moléculas físicas densas y etéreas, pero no tiene cuerpo astral organizado. 

 El animal, en cambio, siente dolor inmediatamente al choque, porque posee centros astrales de sensación, que los elementales del deseo han tejido con su propia naturaleza. Como en la obra de esos elementales sobre el cuerpo astral interviene una nueva consideración, terminaremos desde luego la revista de habitantes del plano astral, antes de pasar al examen de la forma astral humana más compleja. Según acabamos de decir, el cuerpo del deseo (I) (Kamarupa es el nombre teosófico del cuerpo astral, de Kama, deseo, y rupa, forma.), O cuerpo astral de los animales lleva en el plano astral existencia independiente, aunque efímera, así que la muerte destruye su envoltura física. En los países “civilizados” esos cuerpos astrales animales contribuyen muchísimo al sentimiento general de hostilidad de que se ha hablado más arriba. La matanza organizada en los mataderos y la afición al deporte de la caza, lanzan todos los años al mundo astral millones de seres llenos de horror, de temor y de aversión hacia el hombre. 

El número comparativamente mínimo de los seres a quienes se deja morir en paz, se pierde entre las innumeras legiones de los asesinados; y las corrientes que engendran, arrojan del mundo astral sobre las razas humanas y animales influencias que tienden a acrecentar su división porque de un lado suscitan el temor y la desconfianza “instintivas” y de otro la propensión a la crueldad. Semejantes sentimientos se han excitado sobremanera hace algunos años por los métodos fríamente meditados de tortura científica, conocidos con el nombre de vivisección; métodos cuyas crueldades sin cuento han introducido nuevos horrores en el mundo astral por su reacción sobre los culpables, agregando al mismo tiempo el abismo que separa al hombre de sus “pobres parientes”. Independientemente de lo que podemos llamar la población normal del mundo astral, encuéntrense en él transeúntes llevados por su trabajo y que no podemos por menos de mencionar. 

Algunos de ellos vienen de nuestro propio mundo terrestre, mientras otros vienen de regiones elevadas. Entre los primeros, muchos son Iniciados de diversos grados, algunos de ellos miembros de la Gran Logia Blanca, la Hermandad del Thibet o del Himalaya, como se la llama frecuentemente (I) (Algunos miembros de esta Logia han dado origen a la Sociedad Teosófica), mientras que otros pertenecen a diferentes logias ocultas extendidas por el mundo, cuyo color característico varía desde el blanco hasta el negro pasando por todos los matices del gris (II) (Los ocultistas desinteresados, consagrados por completo al cumplimiento de la voluntad divina, o que trabajan por adquirir esas virtudes, se llaman blancos. Los egoístas que trabajan contra el fin divino se llaman negros. La abnegación que irradian el amor y la devoción caracterizan a los primeros; y el egoísmo, el odio y la arrogancia son los signos de los segundos. Entre ambos hay clases cuyo motivo es mixto, que no han comprendido claramente la necesidad de evolucionar hacia el Ser Único o hacia el Yo separado. A estos les llamamos grises, y se dirigen a uno u otro de ambos grupos indicados.) 

Todos son hombres que viven en un cuerpo físico y que han aprendido a despojarse a voluntad de su envoltura corpórea para obrar, en plena conciencia, en su astral. Los hay de todos los grados de saber y virtud; benéficos y malhechores, fuertes y débiles, pacíficos y terribles. Encontramos aquí además muchos aspirantes jóvenes, no iniciados todavía, que aprenden a servirse de su vehículo astral y que se ocupan en obras de beneficencia o de maleficio, según el sendero que se disponen seguir. Se encuentran igualmente en este plano simples psíquicos y otros soñolientos, errando a la ventura mientras sus cuerpos físicos duermen o se hallan en trance. Viene, en fin, la multitud de hombres ordinarios. Millones de cuerpos astrales flotan así inconscientes del mundo que los envuelve, a una distancia mayor o menor de los cuerpos físicos profundamente dormidos. En cada una de esas formas astrales, la conciencia humana se repliega sobre sí misma absorta en sus pensamientos, retirada, por decirlo así. En lo íntimo de su seno astral. 

 Como veremos muy pronto, el ser consciente de su vehículo astral, se escapa cuando el cuerpo duerme, y pasa al cuerpo astral; pero permanece inconsciente de lo que le rodea hasta que el cuerpo astral está bastante desarrollado para funcionar independientemente del cuerpo físico. Alguna vez se puede ver en este plano a un discípulo (Chela) que ha franqueado el umbral de la muerte, y se prepara a una reencarnación inmediata bajo la dirección de su Maestro. Goza evidentemente de plena conciencia, y trabaja como los demás discípulos que tan sólo se separan de su cuerpo físico dormido. Veremos que en cierto grado le esta permitido al discípulo reencarnar inmediatamente después de la muerte. Debe entonces esperar en el mundo astral una ocasión favorable para renacer. Los seres humanos ordinarios, en vías de reencarnación, pasan igualmente a través del plano astral como se indicará luego. No tiene ninguna relación consciente con la vida general del plano; pero las actividades pasionales y sensorias de su pasado determinaron una afinidad entre ellos y algunos elementales del deseo, y estos últimos se agrupan a su alrededor favoreciendo la construcción del nuevo cuerpo astral para la existencia terrestre que se prepara. Pasemos al examen del cuerpo astral humano durante el período de existencia física. Estudiaremos su naturaleza y su constitución al mismo tiempo que sus relaciones con el mundo astral; y para ello consideraremos sucesivamente: 

A) el cuerpo astral de un hombre poco evolucionado; 
B) el de un hombre medianamente evolucionado; y 
C) el de un hombre espiritualmente desarrollado. 

A) —El cuerpo astral de un hombre poco evolucionado forma una masa nebulosa mal organizada e imprecisa. Contiene materiales (materia astral y esencia elemental) tomados de todas las subdivisiones del plano astral, pero con predominio de los elementos procedentes del astral inferior; de suerte que es denso y de textura gruesa, a propósito para responder a todas las excitaciones relativas a las pasiones y a los apetitos. Los colores engendrados por los ritmos vibratorios de esos materiales son compactos, cenagosos y sombríos. Los matices dominantes son: rojo oscuro y verde sucio. Ningún cambiante, ni chispazo alguno hay en esos cuerpos astrales. Las diversas pasiones se manifiestan en forma de vagas oleadas pesadísimas, o muy violentas, como relámpagos. Así la pasión sexual producirá una oleada de carmín sucio, y la ira un relámpago rojo siniestro. El cuerpo astral es mayor que el físico, y se extiende 25 a 30 centímetros alrededor de aquél, en el caso que consideramos. 

Los centros de los órganos sensorios claramente señalados, actúan cuando les afecta desde fuera; pero en reposo, las corrientes vitales son apáticas, y el cuerpo astral permanece inerte e indiferente porque no recibe excitación de los mundos físico ni del mundo mental (I) (El estudiante reconocerá aquí el predominio de la guna Tâmasica, la cualidad de tinieblas o inercia de la naturaleza) 

 Característica constante del estado primitivo es que la actividad se determina más bien por excitación externa que por iniciativa interna del ser consciente. Para que una piedra se mueva es preciso empujarla; una planta crece bajo la acción de la luz y de la humedad; y un animal se hace más activo cuando le aguijonea el hambre. El hombre poco desarrollado necesita excitarse de una manera análoga. Es menester que la inteligencia haya evolucionado parcialmente para que empiece a tomar la iniciativa de la acción. Los centros de las facultades superiores (I) (Las siete ruedas. Estos centros se llaman así por el aspecto giratorio que presentan, parecido a las ruedas de fuegos artificiales cuando se ponen en movimiento); emparentados con el funcionamiento independiente de los sentidos astrales, apenas son visibles. En este grado, el hombre necesita toda suerte de sensaciones violentas para su evolución, a fin de sacudir su naturaleza y ejercitarse en la actividad. Los choques violentos, tanto de placer como de dolor, procedentes del mundo externo, son necesarios para despertar y aguijonear la acción que tanto más se acrecienta y favorece, cuanto más numerosas y violentas sean las sensaciones. En este estado primitivo, la calidad importa poco: la cantidad y el vigor son condiciones esenciales. La moralidad del hombre dimanará de sus pasiones. 

Un leve movimiento de abnegación en sus relaciones con la esposa, con el hijo o el amigo, constituirá el primer paso en el camino ascendente. Este movimiento provocará vibraciones en la materia más sutil del cuerpo astral, y atraerá hacia él mayor proporción de esencia elemental de la misma naturaleza. El cuerpo astral renueva constantemente sus materiales por influencia de las pasiones. Apetitos, deseos y emociones. Todo buen impulso fortifica las partes más sutiles de ese cuerpo, expulsa algunos elementos groseros y permite la recepción de materiales más delicados, atrayendo sobre sí elementales de naturaleza benéfica, que ayudan a favorecer el proceso de renovación. Todo mal impulso produce en cambio efectos contrarios; tiende a fortificar los elementos groseros, a expulsar los elementos sutiles, hace entrar en el cuerpo astral materiales impuros y atrae elementales que favorecen el proceso de deterioro. 

 En el caso que consideramos, las potencias morales e intelectuales del hombre son de tal modo embrionarias, que podemos decir que la construcción de su cuerpo astral y su modificación se cumple más bien en él que por él. Esas operaciones dependen antes de circunstancias externas que de su propia voluntad; pues como acaba de decir, el carácter distintivo de su ínfimo grado de evolución estriba en que el hombre está moviendo desde el exterior por medio de su cuerpo, y no desde el interior mediante su inteligencia, Así denota considerable progreso el que el hombre pueda moverse por su voluntad, por su propia energía, por su iniciativa, en vez de moverse por el deseo, es decir, por la respuesta a una atracción o a una repulsión externa. Durante el sueño, el cuerpo astral, que sirve de envoltura al ser consciente, se desliza fuera del organismo físico, dejando juntamente dormidos el cuerpo denso y al etéreo. Pero en este grado, la conciencia del hombre no está despierta todavía en su cuerpo astral, porque no puede encontrar nada parecido a los contactos violentos que le estimulan cuando está en forma física. Sólo los elementales de naturaleza densa pueden afectarle, provocando en su envoltura astral vibraciones difusas que se reflejan en el cerebro etéreo y denso, donde determinan los sueños de sexualidad bestial. En el cuerpo astral flota inmediato al cuerpo físico, retenido por su poderosa atracción, y no puede alejarse de él. 

B) — En el hombre medianamente desarrollado desde el punto de vista moral e intelectual, el cuerpo astral manifiesta inmenso progreso respecto del tipo anterior. Sus dimensiones son más considerables, sus materiales de naturaleza diversa mejor escogida, y las esencias, más sutiles, dan al conjunto cierta potencia luminosa; mientras que la expresión de las emociones superiores determina en él admirables corrientes de color. La forma del cuerpo es menos vaga y ondulante que en el caso anterior; es clara, precisa, y reproduce la imagen de su poseedor. Este cuerpo astral está evidentemente en camino de ser un vehículo práctico para uso del hombre interior, vehículo límpido y establemente organizado, apto al mismo tiempo para funcionar, prestar servicio y mantenerse independientemente del cuerpo físico. No obstante su gran plasticidad, tiene forma determinada, a la que vuelve invariablemente así cesa el esfuerzo que ha modificado su aspecto. 
Su actividad es constante y está en vibración perpetua, revistiendo tonos cambiantes que varían al infinito. Las “ruedas” son más claramente visibles, aunque no funcionen todavía (I) (Notarán aquí la preponderancia de la guna rajásica o cualidad—pasional de la naturaleza.) 

Esta forma astral responde vivamente a todos los contactos que lleguen a ella a través del cuerpo físico, y la afectan igualmente las influencias internas procedentes del ser consciente. La memoria y la imaginación estimulan, pues, el cuerpo astral, y éste, a su vez, pone el cuerpo físico en actividad en vez de estar movido exclusivamente por él como en el caso anterior. La purificación sigue siempre la misma marcha: expulsión de elementos inferiores por la producción de vibraciones contrarias, y asimilación de materiales más sutiles en reemplazo de los eliminados. Pero en el caso presente, el desarrollo moral e intelectual del hombre coloca esta construcción casi enteramente en sus propias manos, puesto que las excitaciones de la naturaleza exterior no le balancean de un lado para otro, sino que razona, juzga y resiste o cede según lo que estima bueno. Por el ejercicio de su pensamiento conscientemente dirigido puede afectar profundamente a su cuerpo astral, cuyo perfeccionamiento prosigue desde entonces con rapidez creciente. Y para llegar a ese resultado no es necesario que el hombre comprenda con exactitud el modus operandi, como para ver tampoco necesita comprender las leyes de la luz.

ANNIE BESANT

domingo, 2 de diciembre de 2018

LA META DE LA EVOLUCIÓN




No me inspira mucha confianza el título "La Meta de la Evolución", pues reconozco que únicamente puedo exponer algunas suposiciones forjadas en mi imaginación, debido a que la mente finita es incapaz de calibrar exactamente el plan de Dios. Sólo cabe estudiar la historia, investigar las condiciones actuales, conocer algo de las tendencias naturales y raciales y seguir lo más lógicamente posible los diversos pasos y etapas. 
Lo único que podemos hacer es comenzar desde la sólida base de los hechos y conocimientos adquiridos, luego reunirlos y establecer sobre ellos una hipótesis respecto a lo que pueda ser la probable meta. 

No es posible ir más allá.En charlas anteriores, sobre el tema de la evolución, como mencioné en la primera, nos ocupamos de conjeturas y posibilidades. Sabemos ciertas cosas y comprobamos verdades, pero las conclusiones de la ciencia, tan mencionadas y repetidas hace cuarenta años, ya no se consideran como hechos ni se emplean o promulgan tan drástica y enfáticamente como antes. La ciencia descubre que su conocimiento es muy relativo. Cuanto más capta y conoce el hombre, mayor es el horizonte que se abre ante él. Los científicos se están aventurando en los planos sutiles de la materia y, por lo tanto, en los reinos de lo no comprobado, y si recordamos, la ciencia había negado hasta ahora su existencia. 

Estamos trascendiendo la esfera de la llamada materia sólida" y entrando en esos reinos que se infieren al hablar de los "centros de energía", de la "fuerza positiva y negativa", de los "fenómenos eléctricos", donde se resalta cada vez más la cualidad de la sustancia. Cuanto más adelante miramos, más amplias son nuestras conjeturas y tentativas; al tratar de justificar la telepatía, el psiquismo y otros fenómenos, más nos internamos en el reino de lo subjetivo y subconsciente, y nos vemos obligados a expresarnos en términos de cualidad o energía. Si logramos explicar lo poco común, lo inexplicable, y cerciorarnos de la realidad de lo oculto, llegaremos a establecer una condición casi paradójica, y gradualmente convertiremos lo subjetivo en lo objetivo. El tópico que consideraré ahora nos afecta íntimamente, se refiere al logro, por el hombre, de esa conciencia grupal que es su meta, y las expansiones de la pequeña conciencia hasta llegar a la altura de esa conciencia superior que la circunda. 

Recordarán que al explicar la diferencia entre la autoconsciencia, la conciencia grupal y la conciencia de Dios, expuse el ejemplo de que en el pequeño átomo de sustancia del cuerpo físico -esa minúscula vida centralizada que contribuye a la constitución de la forma humana- teníamos la analogía de la autoconsciencia del ser humano; que la vida del cuerpo físico, considerando cada uno de sus sectores como una totalidad, es para esa pequeña célula que se basta a sí misma, lo que la conciencia grupal es para nosotros; que la conciencia del verdadero hombre, la entidad animadora del cuerpo, es para ese átomo lo que la conciencia de Dios para nosotros, siendo tan lejana como inexplicable. Si ampliamos este concepto del átomo del cuerpo y su relación con el hombre, el pensador, hasta considerar al átomo humano como una unidad dentro del cuerpo mayor, comprenderemos la radical diferencia entre estos tres estados de conciencia. Hay una analogía muy interesante entre la evolución del átomo y la del hombre (y supongo, por lo tanto, que también debe haberla respecto a la evolución de la Deidad planetaria y del Logos solar) en los dos métodos de desenvolvimiento. Vimos que el átomo tiene su propia vida atómica, y que cada átomo de sustancia del sistema solar, análogamente, es en sí un minúsculo sistema con un centro positivo o sol central, y los electrones o centros negativos, giran en sus órbitas a su alrededor. 

Tal es la vida interna del átomo, su aspecto autocentrado. Observamos también que se está estudiando el átomo bajo un nuevo aspecto, el de la radiactividad, y que en muchos casos se evidencia una activa radiación. Es imposible decir a dónde nos llevará este descubrimiento, porque el estudio de la sustancia radiactiva está todavía en su infancia y poco se sabe de ella. Muchas enseñanzas primitivas de la ciencia de la física han sido alteradas por el descubrimiento del radio, y cuanto más descubren los científicos, tanto más se evidencia (como ellos mismos se dan cuenta) que estamos en vísperas de grandes descubrimientos y de profundas revelaciones. A medida que evoluciona y se desarrolla el ser humano, se observan dos etapas: la primitiva o etapa atómica, en la cual el hombre sólo se interesa por sí mismo y su propia esfera de actividad, donde la autocentralización es la ley de su ser. Es una etapa de la evolución necesariamente protectora. 
El hombre puramente egoísta se ocupa principalmente de sus cosas. En una etapa posterior, la conciencia del hombre comienza a expandirse, su interés trasciende la esfera personal y llega un período en que tantea en busca del grupo al cual pertenece. Esta etapa corresponde a la de radiactividad. 

Desde ese momento el hombre ya no es sólo una vida exclusivamente autocentrada, sino que empieza a afectar definitivamente su medio ambiente, aparta la atención de su propia vida personal egoísta y busca su centro superior. De un simple átomo que es, se convierte en un electrón y queda bajo la influencia de la gran Vida central, la cual lo sujeta dentro de su esfera de influencia. Si esto es así, etapas análogas transcurrieron en la vida de la Deidad planetaria, y quizás explique las vicisitudes y acontecimientos que ocurren en el planeta. Creemos que los asuntos del mundo se deben a la actividad humana. Se considera, por ejemplo, la guerra mundial como resultado de errores y debilidades humanas. Quizás sea así, porque sin duda pudieron contribuir a su estallido las condiciones económicas y las ambiciones humanas; pero tal vez fue consecuencia del cumplimiento del propósito de esa gran Vida central, cuya conciencia aún no alcanzamos y que tiene Sus propios planes, propósitos e ideales, y probablemente también esté experimentando con la vida. 
En Su vasta escala y nivel elevado, este Espíritu planetario aprende a vivir, a establecer contacto y a expandir  Su conciencia; en realidad va a la escuela como ustedes y yo. Lo mismo puede suceder en el sistema solar y con acontecimientos de tanta magnitud que escapan completamente a nuestra comprensión. 

Quizás, los acontecimientos del sistema solar deriven de que se están llevando a cabo los planes de la Deidad o Logos, esa Vida central, fuente energetizadora de todo cuanto existe en el sistema solar. Constituye una interesante línea de pensamientos, y no produce ningún daño el conjeturar si su efecto consiste en darnos una amplia visión, inspirar mayor tolerancia o infundir un intenso e inteligente optimismo, no lo sé. Habiendo visto que las dos etapas de actividad, atómica y radiactiva, caracterizan la evolución de todos los átomos del sistema solar, veamos ahora cuáles son los diferentes desenvolvimientos que parecen esperarse a medida que evoluciona la conciencia en el átomo humano. 

Concentremos la atención sobre este tipo humano de conciencia, porque es la evolución central de este sistema solar. Cuando los tres aspectos de la vida divina se unen -la vida o espíritu inmanente, la forma material o vehículo sustancial, y el factor actividad inteligente- se producen ciertos resultados específicos y el gradual desarrollo de determinado tipo de conciencia; la adquisición de una cualidad síquica, el efecto de la vida subjetiva sobre la forma material; la utilización de la forma para fines específicos, y el logro de ciertas cualidades por la entidad que mora internamente. La verdadera naturaleza de la vida central, sea Dios u hombre, se manifestará durante un ciclo de vida, solar o humano. Lo mismo sucede en el hombre y probablemente también en el Logos planetario y, por lo tanto, en el Logos solar. 

Consideremos ahora los diferentes desenvolvimientos en relación con los cuatro tipos de átomos, el de la sustancia, el humano, el planetario y el cósmico. Uno de los primeros y más importantes desarrollos será la consciente respuesta a toda vibración y contacto, es decir, la capacidad de responder al no-yo en cada plano. Permítanme ilustrar. Podría reunir un auditorio de personas sin cultura y analfabetas y repetirles lo que he dicho hoy y no entenderían, pero podría darles una charla como la que di hace diez años sobre conceptos estrictamente evangélicos, y obtendría una rápida respuesta. No tiene aquí cabida lo bueno y lo malo, sino la diferencia de capacidad, las distintas categorías y tipos de hombres en las diversas etapas de evolución, para responder al contacto y la vibración. Significa sencillamente que ciertas personas están en una etapa a la que puede llegarse mediante un llamado emocional, en lo que se refiere a su propia salvación personal, pues están todavía en la primitiva etapa atómica. Existe otra etapa que incluye a esa, pero permite a la persona responder también a un llamado más intelectual, que proporciona cierto interés y satisfacción en charlas como éstas, y significa investigar cuestiones que conciernen al grupo. Ambas etapas son correctas. 

Podemos considerar este asunto desde otro ángulo. Es muy posible conocer personajes, hombres y mujeres de talento, sin que lleguen a impresionarnos, al pasar a su lado, ni reconocerlos, perdiendo así lo que podrían darnos. Esto sucedió en Palestina con el Cristo hace dos mil años. ¿Por qué? Porque no somos lo suficientemente talentosos para responder a ellos. Carecemos de algo, de manera que somos incapaces de comprender o sentir su particular vibración. He oído decir, y creo que es verdad, que si Cristo volviera a la Tierra y caminara entre los hombres como entonces, podría vivir con nosotros día tras día y no advertiríamos la diferencia entre Él y otras personas buenas y altruistas. Aún no hemos cultivado la capacidad de responder a lo divino que existe en nuestros hermanos. Sólo vemos lo malo y lo burdo, reconocemos principalmente sus fallos y somos aún insensibles hacia las personas más evolucionadas. 

Otro desarrollo consistirá en poder actuar conscientemente en todos los niveles del ser. Ahora actuamos conscientemente en el plano físico y pocos pueden hacer lo mismo en el siguiente nivel sutil, el astral (palabra que me desagrada, pues no imparte verdadero significado a nuestra mente) o plano emocional, donde el hombre está activo fuera del cuerpo físico, en las horas de sueño, e inmediatamente después de la muerte. Pocos seres humanos pueden actuar con la conciencia plenamente despierta en el nivel mental y menos aún en el espiritual. El objetivo de la evolución es que actuemos conscientemente con plena continuidad de conocimiento en los planos físico, emocional y mental. Ésta es la gran realidad que alcanzaremos algún día. Entonces sabremos que hacemos cada hora del día, no sólo doce o catorce horas de las veinticuatro. Actualmente no sabemos dónde está nuestra verdadera entidad pensante mientras dormimos. Desconocemos sus actividades y las condiciones ambientales. 

Algún día utilizaremos y aplicaremos cada minuto del día. Otro de los propósitos de la evolución tiene triple finalidad: coordinar el propósito o voluntad, el amor y la energía. Esto aún no se ha hecho. 
Ahora desplegamos mucha energía inteligente, pero es rara la persona cuya vida está animada por un propósito central que cumple indesviablemente, animada e instigada por el amor que actúa mediante la actividad inteligente. Sin embargo, llegará el momento en que habremos expandido nuestra conciencia en tal medida y estaremos tan activos internamente que seremos radiactivos. Entonces llevaremos a cabo un definido propósito, resultado del amor, y lograremos nuestro objetivo a través de la inteligencia. 
¿No es esto lo que hace Dios? En nuestra actual etapa de desenvolvimiento somos, sin duda alguna, inteligentes, pero aún amamos muy poco. Algo de amor sentimos por nuestros amigos, conocidos y algo más por nuestra familia, pero prácticamente nada sabemos sobre amor grupal. 

No obstante, es verdad que hemos llegado a una etapa en la que podemos responder parcialmente cuando los grandes idealistas de la raza hablan del amor grupal y sentimos que es algo que quisiéramos ver realizado. Es bueno recordar que cuanto más reflexionamos sobre tales líneas definidamente altruistas, tanto más construiremos cosas de mayor valor y desarrollaremos lenta y laboriosamente los rudimentos de una verdadera conciencia grupal, muy lejos aún de la mayoría de nosotros. Existen otros desarrollos en el proceso evolutivo, de los cuales podría hablarse, pero tan distantes actualmente que prácticamente son inconcebibles, a no ser que poseamos un cerebro capaz de pensar en forma abstracta. 

Existe una etapa en que se trasciende el tiempo y el espacio, por ejemplo cuando la conciencia del grupo en todo el planeta sea nuestra conciencia, y cuando resulte muy fácil establecer contacto con la conciencia de un amigo en la India, África o cualquier otra parte, como si estuviera aquí; la distancia y la separación no serán barreras para el intercambio. Sus síntomas pueden observarse en la capacidad con que algunas personas se comunican telepáticamente o practican la psicometría. Aceptemos dedicar algunos momentos a visualizar esta meta distante e imaginarnos lo que realizará el Logos de aquí a millones de años, pero es de importancia más vital tener una idea de la etapa inmediata y comprender lo que podemos esperar, en conexión con el proceso evolutivo durante los próximos milenios. Consideremos esta idea. Sabemos que existen en el mundo tres corrientes principales de pensamiento, la científica, la religiosa y la filosófica. 
¿En qué consisten? La línea científica de pensamiento incluye todo cuanto concierne a la materia, el aspecto sustancia de la manifestación. Se ocupa de la objetividad, lo material, tangible y visible, literalmente, de lo que puede ser comprobado. El pensamiento religioso concierne a la vida en la forma, al retorno del espíritu a su origen, a lo adquirido por medio de la forma y al aspecto subjetivo de la naturaleza. 

El orden filosófico atañe a lo que podríamos llamar utilización de la inteligencia por la vida inmanente, a fin de que la forma se adapte adecuadamente a sus necesidades. Consideremos a este respecto ciertos desarrollos que cabe esperar en el futuro inmediato, recordando que cuanto digo sobre el particular, son meras sugerencias y en modo alguno declaraciones dogmáticas. Para la mayoría de los pensadores es evidente que habiendo comenzado la ciencia el estudio de la radiactividad, está al borde de descubrir la naturaleza del poder del átomo mismo; probablemente antes de mucho tiempo la energía de la materia atómica podrá ser controlada para todo propósito concebible, calefacción, iluminación y aquello que yo podría denominar la motivación de todo lo que se lleva a cabo en el mundo. Algunos sabemos que hace cincuenta años, un investigador llamado Keely, estuvo a punto de descubrir esa fuerza en Estados Unidos, pero no se le permitió dar su descubrimiento al mundo debido al peligro que implicaba. 

Los hombres son demasiado egoístas y no puede confiárseles la distribución de la energía atómica. 
Ese descubrimiento probablemente irá a la par del desarrollo de la conciencia grupal. Sólo cuando el hombre sea radiactivo y capaz de trabajar y pensar en términos grupales, podrá utilizar sin peligro el poder latente en el átomo. Todo en la naturaleza está bellamente coordinado y nada puede descubrirse ni utilizarse antes del momento oportuno. Sólo cuando él hombre sea altruista se le podrá confiar el formidable poder de la energía atómica. No obstante, creo que podemos esperar que la ciencia dé grandes pasos en la comprensión de la energía atómica.Paralelamente a su evolución, podemos esperar que el ser humano llegue a dominar el aire. Hay en el sistema solar un plano, esfera o nivel vibratorio, llamado en algunos libros esotéricos el plano intuitivo, y en la literatura oriental el plano búdico, cuyo símbolo es el aire. Así como el hombre comienza, mediante el desarrollo de la intuición, a penetrar en el plano búdico, también la ciencia ha emprendido la conquista del aire, cuyo dominio será cada vez mayor a medida que el hombre vaya desarrollando la intuición. Podemos esperar algo más (y ya se está reconociendo), y es el desarrollo de la capacidad de ver la materia sutil. En todas partes nacen niños que pueden ver más que ustedes y yo. 

Me refiero a algo que se basa estrictamente en el terreno material y concierne al ojo físico. 
Es la visión etérica, que consiste en ver la materia refinada del plano físico o éter. En California, estudiantes y científicos efectuaron trabajos interesantes. El doctor Frederick Finch Strong ha hecho un gran trabajo en este sentido y enseña que el ojo físico es capaz de ver etéricamente, y que su visión etérica es función normal del ojo. ¿Qué traerá el desarrollo de esta facultad? Hará que la ciencia rectifique definidamente su punto de vista respecto a los planos sutiles. Si en los próximos cien años la visión normal del hombre percibe ciertos aspectos y formas de vida consideradas hoy imaginarias, se desvanecerá para siempre el burdo materialismo que nos ha caracterizado durante tanto tiempo. Si lo ahora invisible llega a verse, ¿quién puede decir hasta dónde será posible llegar en el transcurso del tiempo? Además, la evolución propende a la síntesis. 

Si descendemos a la materia y a la materialización, tenemos heterogeneidad; si ascendemos hacia el espíritu, llegamos a la unidad, de modo que en el mundo religioso podemos esperar la unidad. Existe hoy mayor tolerancia que hace cincuenta años, y se acerca rápidamente el momento en que la gran unidad fundamental de todas las religiones, de que cada credo es una parte necesaria de un gran todo, será reconocida por los hombres de todas partes, y en este reconocimiento tendremos la simplificación de la religión. 

Acentuaremos y utilizaremos las grandes realidades centrales y pasaremos por alto las pequeñas y mezquinas diferencias de organización y explicación. Además, podemos esperar un interesante acontecimiento, en conexión con la familia humana, pero ¿qué ocurrirá cuando la conciencia grupal se convierta ampliamente en un objetivo consciente del hombre? El ser humano entrará en lo que el mundo religioso llama "el sendero". Entonces se controlará definidamente a sí mismo y procurará vivir la vida del espíritu, negándose a llevar una vida atómica autocentrada; buscará el lugar que le corresponde en el todo mayor, y lo descubrirá por medio del esfuerzo autoiniciado, para unificarse con ese grupo. 
Esto es lo que significa realmente las enseñanzas sobre el sendero, en las iglesias protestante, católica y budista, al que designan con los diversos nombres de Camino, el Noble Óctuple Sendero, el Sendero de Iluminación o de Santidad. Sin embargo, es el solo y único sendero, que brilla y brillará hasta el día perfecto. 

Además, es de esperar el desarrollo del poder de pensar en forma abstracta y el despertar de la intuición. 
A medida que las grandes razas se han ido sucediendo en el planeta, hubo siempre un desenvolvimiento ordenado y dirigido de los poderes del alma y una secuencia definidamente planificada. En la tercera raza raíz, la lemuriana, el aspecto físico del hombre llegó a una elevada etapa de perfección. Posteriormente en la gran raza que precedió a la nuestra, la atlante, que pereció en el diluvio, se desarrolló la naturaleza emocional. En la raza aria o quinta, a que pertenecemos, debe desarrollarse la mente concreta o inferior, y lo estamos haciendo década tras década. Algunos individuos comienzan también a desarrollar el poder del pensar en términos abstractos.Cuando esto suceda predominará cada vez más esa interesante y peculiar capacidad, evidenciada por algunas personas, denominada inspiración. No me refiero a la mediumnidad ni a la facultad mediumnica. No existe nada tan peligroso como el significado común del término "médium". 

El médium común es una persona negativa o de naturaleza receptiva, y por lo general tan superficialmente coordinada en su triple naturaleza, que una fuerza extraña puede utilizar su cerebro, sus manos o su cuerpo. Este fenómeno es muy común. Las escrituras automáticas, las planchetas y las sesiones espiritistas de orden inferior abundan en estos días y llevan a miles de personas a la insania y a los trastornos nerviosos. 
La mediumnidad es la distorsión de la inspiración, y cuando la mente humana llega a la etapa evolutiva en que el hombre está consciente y positivamente controlado por su propio yo superior, el Dios interno, entonces puede recibir inspiración. El regidor interno, el verdadero yo, puede controlar su cerebro físico por el contacto definido y permitir al hombre tomar decisiones y también comprender la verdad, independientemente de la facultad razonadora; este Dios interno le permite hablar, escribir y conocer la verdad sin valerse de la mente inferior; la verdad reside internamente. 

Cuando hagamos contacto con nuestro Dios interno, se nos revelará la verdad. Seremos conocedores. 
Esto es algo positivo, no algo negativo, y significa que nos ponemos en alineamiento directo y consciente con el yo superior o ego, sin permitir que se introduzca en la personalidad cualquier entidad o ánima pasajera. Aunque en la actualidad esto ocurre a veces, no es frecuente que el hombre común se ponga en contacto con su yo superior, lo cual sucede sólo en los momentos de elevado esfuerzo, en las crisis de la vida y como resultado de una larga disciplina y ardua meditación. Pero algún día regiremos nuestra vida, no desde el ángulo personal o egoísta, sino desde el Dios interno, que es revelación directa del Espíritu en el plano más elevado. Por último, diré hoy que la meta que tenemos por delante cada uno de nosotros, es el desarrollo de los poderes del alma o de la siquis, lo cual significa que todos vamos a ser síquicos. Sin embargo, no empleo esta palabra en el sentido que se le da comúnmente. La siquis es literalmente el alma interna o yo superior, que surge del triple yo inferior como la mariposa de la crisálida. Es la hermosa realidad que lograremos como resultado de nuestra vida o vidas terrenas. Los verdaderos poderes psíquicos nos ponen en contacto con el grupo. Los poderes del cuerpo físico que diariamente empleamos nos ponen en contacto con individuos; pero cuando hayamos desarrollado los poderes del alma y desplegado sus potencialidades, seremos verdaderos síquicos. Ahora bien, ¿cuáles son estos poderes? Sólo puedo enumerar algunos. 

Uno de ellos es controlar conscientemente la materia. La mayoría de nosotros controla conscientemente el cuerpo físico, que obedece nuestros mandatos en el plano físico. Algunos controlamos conscientemente el cuerpo emocional, pero pocos, la mente. La mayoría estamos dominados por nuestros deseos y pensamientos. Pero se acerca el momento en que controlaremos conscientemente nuestra triple naturaleza inferior. Entonces no existirá el tiempo para nosotros. Poseeremos continuidad de conciencia en los tres planos del ser -físico, emocional y mental-, que nos capacitará para vivir como el Logos en la metafísica abstracción del Eterno Ahora. Otro poder del alma es la psicometría. ¿Qué es la psicometría? 

Es la habilidad de tomar una cosa tangible que pertenece a un individuo y, por su intermedio, relacionarnos con él. La psicometría es la ley de asociación de ideas aplicada a la cualidad vibratoria de la fuerza a fin de obtener información. La raza será también clariaudiente y clarividente, que significa la capacidad de oír y ver con claridad y exactitud en los planos sutiles como lo hacemos en el plano físico. Entraña el poder de oír y ver todo cuanto atañe al grupo, es decir, en la cuarta y quinta dimensiones. No estoy lo bastante versada en matemáticas para explicar estas dimensiones y me confundiría considerarlas, pero me fue dado un ejemplo que puede aclarar toda la cuestión. Un pensador sueco me explicó que: "la cuarta dimensión es la facultad de ver a través y alrededor de una cosa. La quinta dimensión es la capacidad, por ejemplo, de tomar un ojo y por medio del ojo ponernos en relación con los demás ojos en el sistema solar. 

Ver en la sexta dimensión podría definirse como el poder de tomar un guijarro y por su intermedio ponerse en relación con todo el planeta. En la quinta dimensión, allí donde llevamos el ojo estamos limitados a determinada línea de manifestación, pero en la sexta dimensión, donde tomamos un guijarro, nos ponemos en contacto con todo el planeta". Todo esto se halla muy lejos de nosotros, pero interesa hablar de ello, porque es una promesa para todos y cada uno. No dispongo de tiempo para tratar los demás poderes ni puedo enumerarlos, entre ellos está incluida la curación por el tacto, la manipulación de fluidos magnéticos y la creación consciente por medio del color y el sonido. Todo cuanto realmente nos concierne. Por ahora es conocernos debidamente y procurar cada vez más que el regidor interno nos controle, lleguemos a ser radiactivos y desarrollemos la conciencia grupal.

ALICE BAILEY