sábado, 20 de julio de 2019

BHAGAVAD GITA - Capitulo 11 (Con apuntes de: W.Q. JUDGE y R. Crosbie)



VISIÓN DE LA FORMA DIVINA COMO INCLUYENDO A TODAS LAS FORMAS 

ARJUNA: 

“Mi ilusión se ha desvanecido con las palabras que, para la paz de mi alma, tú has expresado concernientes al misterio de Adhyātman, el espíritu. Pues, de ti he escuchado, en toda su extensión, oh tú, cuyos ojos son como las hojas del loto, el origen y disolución de las cosas existentes, y también de tu majestad inagotable. Es como si tú te hubieras descrito a ti mismo, ¡Oh poderoso Señor! Lo que yo deseo ahora, entonces, es ver tu divina forma, ¡Oh soberano Señor! Por lo tanto, ¡Oh Señor!, si tú crees que puede ser contemplada por mí, muéstrame, ¡oh Maestro de devoción!, tu inagotable Yo.” 

KṚṢṆA: “Contempla, ¡oh hijo de Pṛthā!, mis formas, por cientos y millares, de divinas y diversas clases, de muchas conformaciones y estilos. Contempla a los Ādityas, Vasus, Rudras, Aśvines y los Maruts, y ve entonces cosas maravillosas jamás vistas antes, oh hijo de Bharata. Aquí dentro de mi cuerpo, contempla, ¡oh Guḍākeśa!, todo el Universo animado e inanimado, reunido aquí en lo uno, y todas las demás cosas que has deseado ver. Pero como con tus ojos naturales no eres capaz de verme, Yo te daré el ojo divino. ¡Contempla, pues, mi soberana fuerza y poderío!” 

SAÑJAYA: Oh rey, habiendo así hablado Hari1, el poderoso Señor de misterioso poder, le mostró al hijo de Pṛthā su forma suprema;con múltiples bocas y ojos y muchas apariencias maravillosas; con múltiples ornamentos divinos; múltiples armas celestiales levantadas; adornado con celestiales guirnaldas y ropajes; ungido con celestes ungüentos y perfumes y lleno de toda cosa maravillosa, el eterno Dios cuyo rostro está vuelto en todas las direcciones. Y la gloria y el esplendor de este Ser poderoso, pueden ser comparados con el brillo arrojado por mil soles que se alzaran juntos en el cielo. Habiendo así contemplado el hijo de Pāṇḍu, dentro del cuerpo del Dios de dioses, todo el Universo en su inmensa variedad. Y así abrumado con el asombro, Dhanañjaya2, el poseedor de las riquezas, con el pelo erizado, inclinó su cabeza ante la Deidad, y así con las palmas de sus manos juntas3 se dirigió a Él: 

ARJUNA: “Yo contemplo dentro de tu ámbito, ¡oh Dios de dioses!, todos los seres y todas las cosas de todas las clases. Veo al Señor Brahmā sobre su trono de loto, a todos los Ṛṣis y las Serpientes celestiales4. Yo te veo a ti por todas partes, con formas infinitas, y teniendo muchos brazos, estómagos, bocas y ojos. Pero no logro descubrir ni tu principio, ni tu mitad, ni tu final, ¡oh Señor Universal, forma del universo! Te veo coronado con una diadema y armado con mazo y con cakra5, toda una gran masa de esplendor, arrojando dardos de luz hacia todas partes, difícil de contemplar, brillando en cada dirección con luz inmedible, como el ardiente fuego o el resplandeciente Sol. 
Tú eres el supremo Ser inagotable, el fin de todo esfuerzo, incambiante; el Supremo Espíritu del Universo, el nunca flaqueante guardián de la eterna ley: Yo te estimo Puruṣa6, te veo sin comienzo, sin mitad, y sin final, de infinito poder y con armas innumerables. 

El sol y la luna son tus ojos; tu boca flamea fuego, te veo sobre el Universo entero, dominándolo con tu majestad. El espacio, y el cielo y la tierra, y cada punto alrededor de las tres regiones del Universo, están llenas de ti solamente. El triple mundo está lleno de miedo, ¡oh tú, Espíritu poderoso!, al contemplar tu maravillosa forma de terror. De la asamblea de los dioses veo algunos volar a ti para tomar refugio, mientras otros atemorizados y con las palmas juntas, te cantan alabanzas; las huestes de los Mahāṛṣis y los Siddhas, grandes sabios y santos, te aclaman diciendo: ‘svasti’7, y te glorifican con los más excelentes himnos. Los Rudras, los Ādityas, los Vasus y todos los seres: los Sādhyas, Viśvas, los Aśvines, los Maruts y Uṣmapas, las huestes de Gandharvas, los Yakṣas, y los Siddhas8, todos están de pie contemplándote con asombro. Todos los mundos, al igual que Yo, están aterrorizados de contemplar tu gigantesca forma maravillosa, ¡oh tú de poderosos brazos!, con tus múltiples bocas y ojos, con tus muchos estómagos y colmillos prominentes. Y viéndote a ti así, tocando los cielos, resplandeciendo con semejante gloria, con tu boca expandida y resplandecientes ojos abiertos, mi alma más interna queda atribulada y pierdo entonces ambos: la firmeza y la tranquilidad, ¡Oh Viṣṇu! Contemplando tus terribles dientes y tu rostro como el ardor de la muerte, no puedo ver ni el cielo ni la tierra; no encuentro paz; ten pues misericordia, ¡oh Señor de los dioses, tú que eres el Espíritu del universo! 

Los hijos de Dhṛtarāṣṭra, con todos sus gobernantes de hombres, como Bhīṣma, Droṇa y también Karṇa, y nuestros principales guerreros, parece como si se precipitaran ellos mismos impetuosamente en tus terribles bocas y tus colmillos; algunos se ven atrapados entre tus dientes, y sus cabezas aplastadas. Tal como las rápidas corrientes de agua de los ríos en crecida corren a encontrarse con el océano, igualmente corren estos héroes humanos a arrojarse en tus llameantes bocas. Como enjambres de insectos, arrastrados por el poderoso impulso de encontrar la muerte en el fuego, igualmente estos seres con su crecida fuerza se arrojan en tus bocas para su propia destrucción. 
Tú envuelves y te tragas todas estas criaturas por todas partes, lamiéndolas con tus labios flameantes; llenando el Universo con tu esplendor, tus agudos rayos queman, ¡oh Viṣṇu! Reverencia a ti, ¡oh mejor de los dioses! ¡Seme propicio! Yo busco conocerte, oh tú, el Uno Primero, porque yo no conozco tu obra.” 

KṚṢṆA: “Yo soy el Tiempo cumplido, que aquí vengo a la destrucción de estas criaturas; y excepto tú, ninguno de estos guerreros aquí alineados por rangos, logrará vivir. Por lo tanto, ¡levántate!, ¡gana fama! ¡Derrota al enemigo y goza el reino plenamente crecido! Y, porque ellos ya han sido muertos por mí, sé tan sólo mi agente inmediato, ¡oh tú, el uno ambidiestro9! No te turbes. Mata a Droṇa, Bhīṣma, Jayadratha, Karṇa y todos los otros héroes de la guerra que igualmente ya están muertos por mí. Lucha, porque tú conquistarás todos tus enemigos.” 

SAÑJAYA: Y cuando el de la diadema resplandeciente10 oyó estas palabras de boca de Keśava11, él saludó a Kṛṣṇa con las palmas de ambas manos y temblando de miedo se dirigió a él en tonos fallidos y se postró aterrorizado ante él. 

ARJUNA: “El Universo, ¡oh Hṛṣkeśa12!, está justamente deleitado con tu gloria y está pleno de celo por servirte; los malignos espíritus están asustados y huyen en todas direcciones, mientras que las huestes de santos se inclinan en adoración ante ti. Y por lo tanto, ¿no deberían ellos adorarte, ¡oh poderoso Ser!, porque eres más grande que Brahmā, y eres el primer Hacedor? ¡Oh tú, eterno Dios de dioses! ¡Oh habitación del Universo! Tú eres el Ser uno indivisible, y también el no-ser, eso que es lo supremo. Tú eres el primero de los dioses, el más antiguo Espíritu; tú eres el receptáculo supremo y final13 de este Universo; tú eres el Conocedor y aquello a ser conocido, y eres la mansión suprema; y por ti, ¡oh tú de forma infinita!, está este universo llamado a emanar de nuevo. Tú eres Vāyu, Dios del viento, eres Agni, Dios del fuego, Yama, Dios de la muerte, Varuṇa, Dios de las aguas; tú eres la Luna; eres Prajāpati, el progenitor y el abuelo, eso eres tú. ¡Salve!, ¡Salve a ti! ¡Salve a ti mil veces repetidas! ¡Y una y otra vez, Salve a ti! ¡Salve a ti! ¡Salve a ti por delante! ¡Salve a ti por todas partes, oh tú que eres el Todo! ¡Infinitos son tu fuerza y tu poderío; tú incluyes todas las cosas; por lo tanto, tú eres todas las cosas!” “Y habiendo sido yo ignorante de toda tu majestad, te tomé por un amigo, y te he llamado ‘Oh Kṛṣṇa, Oh hijo de Yadu, Oh amigo’, y cegado por mi afecto y mi presunción, a menudo te he tratado a ti sin respeto, en el juego y en la recreación, en el reposo, en tu asiento, y en tus comidas, y también en privado y en público; y todo esto yo te pido, oh Ser inconcebible, que perdones.” 

“Tú eres el padre de todas las cosas animadas e inanimadas;; tú eres llamado a ser honrado por encima del gurú mismo, y mereces ser adorado; no hay nadie igual a ti, ¿y cómo entonces pudiera haber en los triples mundos uno superior a ti, oh tú de poder sin rival? Por lo tanto, yo me inclino y con mi cuerpo postrado, te imploro, ¡oh Señor!, por tu misericordia. Perdona, ¡oh Señor!, como el amigo perdona al amigo, como el padre perdona al hijo, como el amante a la persona amada. Yo estoy complacido de haber contemplado lo que nunca fue visto antes,y sin embargo, mi corazón está abrumado por el pavor; ten pues misericordia, oh tú que eres la morada del Universo; quiero verte como te veía antes con tu diadema sobre tu cabeza, tus manos armadas con el mazo y el cakra; asume de nuevo, ¡oh tú de los mil brazos y de la forma universal, tu forma de brazos cuádruples14!” 

KṚṢṆA: “Por deferencia a ti, ¡oh Arjuna!, por mi poder divino te he mostrado mi suprema forma, el Universo, resplandeciente, infinito, primario, y que no ha sido visto por ningún otro más que tú. Ni por el estudio de los Vedas, ni por las dádivas de limosnas, ni por los ritos sacrificiales, ni por hechos, ni por las más severas mortificaciones de la carne, puedo yo ser visto en esta forma por ningún otro más que por ti, ¡oh el mejor de los Kurus! Habiendo así contemplado mi forma tan terrible, no te turbes, ni dejes que tus facultades te confundan, sino que con tus temores apaciguados y con felicidad en tu corazón, contempla de nuevo esta otra forma mía.” 

SAÑJAYA: Y así, Vāsudeva15, habiendo hablado, reasumió su forma natural, y en esta forma más suave, el Gran Uno tranquilizó de inmediato los temores del aterrorizado Arjuna. 

ARJUNA: “Y ahora que te veo en tu plácida forma humana, ¡oh Janārdana!, a quien oran los mortales, mi mente ya no está atribulada, y vuelvo a estar auto-controlado.” 

KṚṢṆA: “Tú has visto esta forma mía que es difícil de ver y que aun los dioses están ansiosos de contemplar. Pero yo no he de ser visto, ni siquiera como te me he mostrado a ti, ni por el estudio de los Vedas, ni por las mortificaciones, ni por las dádivas, ni por los sacrificios. A mí ha de acercárseme y de vérseme y conocérseme por medio de la devoción que me tiene a mí por objetivo. Aquél cuyas acciones son para mí, y que me estima como la meta suprema, que es sólo mi servidor, sin apegos a los resultados de la acción, y libre de enemistad hacia criatura alguna, viene a mí, oh hijo de Pāṇḍu.” Y así, en la Upani􀜈ad, llamada la sagrada Baghavad Gita, en la ciencia del Supremo Espíritu, en el libro de la devoción, en el coloquio entre el santo Kṛṣṇa y Arjuna, está el Capítulo Undécimo, de nombre— 

VISIÓN DE LA FORMA DIVINA COMO INCLUYENDO A TODAS LAS FORMAS.

 NOTAS

1- Hari, un epíteto de Kṛṣṇa, significando que él tiene el poder de quitar y eliminar toda dificultad.
2- Arjuna.
3- Esta es la manera hindú de salutación.
4- Estas son las Uragas, que se dicen ser serpientes. Pero debe referirse, sin embargo, a los grandes Maestros de Sabiduría, que fueron siempre llamados Serpientes.
5- Dentro de las armas humanas esta sería llamada el disco, pero aquí significa las rotantes ruedas de voluntad y de poder espiritual.
6- Puruṣa, la Persona Eterna. El mismo nombre es dado al hombre por los hindúes.
7- Se supone que este grito se da para beneficio del mundo, y tiene ese significado.
8- Todos estos nombres hacen referencia a diferentes clases de seres celestes, algunas de las cuales son llamadas en la literatura teosófica, “elementales”;; los otros están explicados por H. P. Blavatsky en su Doctrina Secreta.
9- Arjuna era famoso arquero, quien podía usar el celestial arco, Gāṇḍīva, igualmente bien con cualquiera de sus manos.
10- Arjuna llevaba una brillante tiara.
11- Kṛṣṇa, uno de sus nombres.
12- Kṛṣṇa, uno de sus nombres.
13- Esto es, aquello en que se desvanece todo el Universo a la hora de su disolución final.
14- Arjuna había estado acostumbrado a ver a Kṛṣṇa en su forma de cuatro brazos, no sólo en las imágenes que le fueron mostradas en su juventud, sino también cuando Kṛṣṇa vino a la encarnación y por lo tanto, podía mostrar su forma de cuatro brazos sin causar temor.
15- Un nombre de Kṛṣṇa.

COMENTARIO AL CAPITULO XI

Intitulado: “La Visión de la Divina Forma como incluyendo a Todas las Formas”, este capítulo, al igual que todos los demás, ha de ser aplicado al individuo mismo, pues, no obstante que aquí se haga constante referencia a muchas clases de seres, con sus variados grados de conciencia y de poder, se presenta una clara indicación de que cada Ego Divino es, primeramente, el Yo y contiene, dentro de su ser, cada elemento que existe en el Universo. En este capítulo, Arjuna comienza diciendo lo siguiente: “Mi ilusión ha sido despejada por tus palabras, que tú, para la paz de mi alma has ido pronunciando en lo que concierne al misterio de Adhyātman, el Espíritu”. 

Él había percibido que el Yo Uno anima todas las formas de todo tipo; que el poder sostenedor, igual que el poder percibidor, está dentro de cada forma existente; pero él deseaba ver y comprender la forma o contenedor del Yo; en otras palabras, los medios por los cuales el Yo Uno se enfocaba, por así decirlo, en las innumerables formas de existencia. Kṛṣṇa le da la clave a la respuesta en una sentencia: “Aquí, en mi cuerpo, contempla ahora, Oh Guḍākeśa, todo el universo animado e inanimado reunido aquí en uno y también todo lo demás que tú deseas ver. Pero como con tus ojos naturales no eres capaz de verme, te daré el ojo divino”. Aquí, se hace evidente que el cuerpo del que hablaba Kṛṣṇa era un cuerpo espiritual, ya que requería el uso de un ojo divino para verlo y también que Arjuna no podía percibir la más alta forma, a menos que él mismo poseyera semejante visión. La palabra cuerpo implica forma y sustancia y en esta relación habrá de significar la más alta y concebible materia o sustancia primordial, la que para nosotros ha de ser comprendida como “luminosidad y energía”, la fuente de toda luz y de todo poder. 

Las palabras: “la Divina forma como incluyendo todas las formas”, implica que no hay más formas que las incluidas en la Divina forma, de lo cual puede deducirse que el sustrato de cada forma es la misma sustancia primordial de la que se habla en este capítulo como: “la forma divina” y de que cada ser posee una forma divina la cual contiene dentro de sí potencialmente todo poder y todo elemento. En esta antigua enseñanza puede encontrarse la verdadera base de la evolución o sea un desenvolvimiento de adentro hacia afuera. Las porciones descriptivas de este capítulo pueden ser mejor comprendidas si el estudiante lleva en mente que la Gītā, como la tenemos hoy en nuestro idioma, es una versión del Sánscrito, siendo, este último, un idioma científico cuyas letras tienen un valor numérico, con un correspondiente sonido y significado; mientras que nuestro idioma es el de un pueblo guerrero y mercader, con una gran pobreza de términos para todo lo que esté más allá de lo físico. Uno no cometerá, por lo tanto, el error de pensar que tales descripciones son debidas a infantilismos o a una imaginación ignorante, sino que en realidad son debidas a un conocimiento de poderes, fuerzas, seres y estados de conciencia. 

Sañjaya (el registrador del diálogo) nos dice: “Hari (Kṛṣṇa) el poderoso Señor de la fuerza misteriosa, le mostró al hijo de Pṛthā (Arjuna) su forma suprema, con multitud de bocas y ojos, numerosos ornamentos divinos y muchas armas celestes levantadas; adornada con guirnaldas y mantos celestiales, ungida con perfumes y ungüentos, llena de toda cosa maravillosa, el eterno Dios cuyo rostro está vuelto en todas direcciones”. “El eterno Dios” es el Percibidor dentro de la divina forma;; el “rostro […] vuelto en todas direcciones” es la “forma divina”, que, como un espejo esférico, refleja todas las cosas. Todas las diferenciaciones de substancias ocurren dentro de la forma divina y cada diferenciación necesita su propio modo peculiar de expresión y sus apariencias, correspondiendo así a las “bocas”, “ojos”, y “formas maravillosas”. 

Se ha dicho de muy antiguo que “la Deidad geometriza”. Todas las formas evolucionan de adentro hacia fuera. Desde el “punto” cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no está en ninguna parte, una radiación empieza idéntica en todas direcciones y establece una circunferencia; una esfera dentro de la cual la actividad del “punto” está particularmente confinada. Dicho “punto”, extendiéndose horizontalmente, se convierte en un diámetro, dividiendo la esfera en dos hemisferios, positivo y negativo, estableciendo así una base para acción y reacción. Una extensión más del punto verticalmente a la circunferencia, divide la esfera en cuatro partes, representables en una superficie plana como una cruz dentro del círculo. 

Recordando que estas extensiones del “punto” o centro, son líneas de fuerzas procedentes del centro y tendientes a retornar a él, podemos concebir, entonces, el comienzo de una revolúción de la esfera en donde los extremos de las líneas verticales y horizontales se extienden, la una sobre la otra, formando, primero, la cruz con asas y, finalmente, el cuadrado dentro del círculo, en realidad un cubo o una figura de seis lados dentro de la esfera. Si al cubo se le mira de cualquiera de los lados, nos dará la apariencia de cuatro ángulos que, si pudiéramos concebir como siendo puntos luminosos equidistantes del centro brillante, podrían verse como una estrella de cuatro puntas, el signo y símbolo del reino animal. Si pudiéramos imaginar a Arjuna como viendo dentro de la “divina forma” todas las líneas vivientes de fuerza y las formas por ellas producidas, la estrella de cuatro, cinco y seis puntas y las figuras poliédricas, todas en movimiento y de una maravillosa brillantez luminosa con muchos colores y representando las actividades de cada ser de todo grado dentro del universo, podríamos tal vez obtener una leve concepción de las partes descriptivas que hay en este capítulo. 

“Yo soy el Tiempo que ha llegado a maduración, manifestándose para la destrucción de todas estas criaturas”. “Tiempo llegado a maduración” significa la consumación de todos los ciclos; porque todo lo que comienza en el tiempo, termina en el tiempo; cada acción tiene su propio ciclo o período de retorno, o sea de reacción; porque es la acción y las acciones las que producen los ciclos y estas últimas varían desde una duración momentánea hasta aquella de una “gran era”;; ya que esas acciones han sido producidas por entidades separadas, por clases enteras de seres o por la colectividad de las acciones de muchos seres de todo grado concernientes a cualquier sistema particular de evolución. 

La referencia general que aquí se hace es a la impermanencia de todas las formas o combinaciones de ellas. El cambio es necesario para el progreso, porque sin cambio sólo habría estancamiento; de aquí la constante desintegración y también re-integración de elementos en las siempre cambiantes relaciones y formas, todas traídas a la existencia por los requerimientos del Percibidor, el Hombre Real dentro de uno, quien es el único sobreviviente a través de todos los cambios. “Tú eres el Ser uno indivisible y también el no-ser, eso que es supremo”. Esta declaración sólo puede ser comprendida por cada uno aplicándola a sí mismo. Ya sabemos que no somos nuestros cuerpos, porque estos constantemente cambian, en tanto que nosotros permanecemos siendo la misma identidad a través de todos los cambios. Tampoco somos nuestras “mentes”, nosotros cambiamos de opiniones dondequiera que encontramos la ocasión de hacerlo; si fuéramos nuestras mentes, no podríamos llevar a cabo nuestros cambios de opinión y, aún más, resulta muy claro que el “cambio” no puede ver el “cambio”; solamente aquello que es permanente puede ver el cambio. 

Esa permanencia es lo Real, el Hombre inmortal o, como dice la Voz del Silencio: “El Hombre que fue, que es y que será, para quien la hora nunca suena”. Cada uno es el Yo, el Percibidor; el no-ser y sin embargo, es la causa y sostén del ser; tal como lo dice la Gītā en este capítulo, “tú eres el Conocedor y aquello a ser conocido”, “tú eres el receptáculo real y supremo de este Universo”, el recogedor de toda experiencia cuando este Universo se disuelva. Porque al final del Gran Ciclo, que incluye todos los ciclos menores, los seres retornan al estado primordial, pero con la adición de la experiencia ya ganada. La próxima gran oleada de evolución procederá sobre la base del conocimiento adquirido por todos los seres envueltos. 

“Habiendo sido ignorante de tu majestad, te tomé por un simple amigo y te he llamado a ti: ‘¡Oh Kṛṣṇa, Oh hijo de Yadu, Oh amigo!’ y, cegado por mi afecto y mi presunción, te he tratado, a menudo, sin el debido respeto en el juego, en el recreo, en el reposo, en tu sillar, en tus comidas, en privado y en público; por todo esto yo te pido, Oh ser inconcebible, que me perdones.” Kṛṣṇa ha de ser considerado no sólo como el representante del Yo en todos los seres, sino como al Ser Divino encarnado en una forma humana. Arjuna había pedido ver “la divina forma” y, al haberla visto, cayó en congoja ante su grandeza y gloria, percatándose de que se había comportado con Kṛṣṇa como si fuera un ser humano igual a él, aunque mucho más sapiente; por lo tanto busca el perdón de este último por su presunción, pidiéndole a Kṛṣṇa que reasuma la forma a la cual él estaba acostumbrado. Aquí, en esta antigua escritura sagrada, se describe el fatal error que repite, una y otra vez, la humanidad al fallar en reconocer a un maestro divino cuando éste aparece dentro de ellos en el aspecto humano. 

Buddha, Jesús y muchos otros antes y después de ellos, fueron tratados por sus contemporáneos como seres humanos ordinarios, movidos por intenciones similares a la del resto de los humanos. Ellos fueron antagonizados por los intereses establecidos, ya fueran religiosos o de cualquier otro tipo, porque las doctrinas que ellos enseñaron eran destructivas de las netas y rígidas conclusiones sobre las que esos intereses habían sido establecidos; sus discursos y obras llamados a instruir, a iluminar y a beneficiar, fueron siempre interpretados como violaciones a la ley, a las costumbres y a las tradiciones y fueron frecuentemente caracterizados como de naturaleza criminal. 

Aún entre sus más inmediatos discípulos, pudo ser encontrada la sospecha, la duda, los celos, el miedo, el resentimiento y el interés propio, ninguno de los cuales hubiera podido existir si es que la naturaleza real del maestro hubiera sido comprendida. Estas condiciones impidieron una legítima relación entre maestro y discípulo, que es tan necesaria al último si es que él ha de beneficiarse plenamente de esa relación. Es verdad que todos los discípulos aprendieron algo a pesar de sus defectos, pero, es también verdad que la falta de percepción intuitiva de la naturaleza divina de sus maestros, fue el factor más importante en el fracaso de esos discípulos de verdaderamente transmitir las enseñanzas que ellos habían recibido; porque esa carencia cerró la puerta dentro de ellos mismos a través de la cual habría de venir la iluminación divina. 

Aun el mismo Arjuna, el leal y devoto discípulo como siempre lo fue, había fallado en percibir la naturaleza maravillosa de su maestro. Y no fue hasta que el maestro, por su propio poder y favor, causó que se abriera “el divino ojo” en Arjuna, que la habilidad de ver dentro de ese plano de sustancia fue ganada. Es lógico suponer que Arjuna había arribado, por su inconmovible confianza y devoción constante, a ese estado de desarrollo donde semejante ayuda era merecida. Estaría bien que los estudiantes de Teosofía consideraran si es que ellos no habrían hecho un error similar con Aquellos que trajeron el mensaje de la Teosofía al mundo Occidental y, como tal, mantuvieron cerrada la única puerta a través de la cual la ayuda directa podía haber venido. 

En la última porción del capítulo Kṛṣṇa dice: “Yo no soy visible ni siquiera como me he mostrado a ti, ni por el estudio de los Vedas (escrituras sagradas), ni por las mortificaciones, ni por las limosnas que se dan, ni por los sacrificios. Yo soy sólo alcanzable y visible y conocible, en verdad, por medio de esa devoción que me tiene a mí sólo como el objetivo”. Lo siguiente, que fue escrito por uno de los Maestros, puede servir de explicación para el párrafo anterior. “Īśvara, que es el espíritu en el hombre, permanece intocado por todo problema, obra, fruto de las obras o por los deseos, cuando una firme posición ha sido asumida, teniendo en vista como fin alcanzar la unión con el espíritu, a través de la concentración, Él (ese espíritu) viene en ayuda del yo inferior y lo eleva gradualmente a planos superiores”. Esa “firme posición” y concentración son una y la misma cosa; ello significa la devoción de toda una Vida, un actuar por y como el Yo de todas las cosas. “Aquel cuyas acciones son para mí sólo, que me estima a mí como la meta suprema, que es mi solo servidor, sin apegos a los resultados de la acción y es libre de animosidad hacia toda criatura, ese ciertamente viene a mí, Oh hijo de Pāṇḍu.”

domingo, 7 de julio de 2019

LA VIDA DEL FUNDADOR DEL BUDISMO


La historia de la vida del Fundador del Budismo es una de las más bellas que jamás se han referido; pero ahora sólo puedo dar un muy ligero bosquejo de ella. Los que deseen leerla tal como merece y debe ser referida, esto es, en brillantes y melodiosos versos, deben leer “La Luz de Asia”, por Sir Edwin Arnold. Verdaderamente, no existe exposición alguna tan hermosa de los principios de esta gran religión como la que Sir Edwin Arnold ha dado en los incomparables versos de su bello poema, y si tengo la fortuna de introducir en este gran libro alguno que todavía no sea conocido, seguramente el lector me lo agradecerá.

Resumiendo, pues, el gran Fundador del Budismo fue el Príncipe Siddartha Gautama de Kapilavastu, ciudad situada a unas cien millas del nordeste de Benarés en la India, a cuarenta millas de los picos inferiores de las montañas de los Himalayas. Era hijo de Suddhodana, el rey de los Sakyas, siendo su esposa la Reina Maya. Nació en el año 623 A. de C., y su nacimiento está rodeado de encantadoras leyendas, del mismo modo que lo están los nacimientos de todos los demás grandes instructores. Se cuenta que tuvieron lugar grandes prodigios, como, por ejemplo, que apareció una magnífica estrella, del mismo modo que más tarde se dijo con respecto al nacimiento de Cristo. Su padre, el rey, como era natural en un monarca hindú, había mandado hacer el horóscopo del niño inmediatamente después de su nacimiento, resultando de la predicción del mismo, que su destino debía ser de un alcance muy notable y trascendental. 

Fue predicho que tenía ante sí una gran elección que hacer, y que podía sobrepujar a todos los hombres de su época, siguiendo una de las dos líneas que tenía a su elección. O podía convertirse en un rey de un poder temporal mucho más extenso que el de su padre, un Señor de señores o Emperador de toda la Península Inda, tal como sólo de vez en cuando ha sucedido en la historia, o podía abandonar por completo todos los privilegios anexos a su real estirpe y convertirse en un asceta errante consagrado a perpetua pobreza y castidad. Pero, que si elegía este último destino, sería además el más grande instructor religioso que el mundo había conocido jamás, y que los millares de hombres que le seguirían en su camino, serían machismo más numerosos que los súbditos de cualquier reino de la tierra.

No debe causarnos sorpresa alguna que el rey Suddhodana se impusiese algo ante la idea de que su hijo primogénito pudiera llevar esta vida de mendigo, y que desease que su real descendencia se perpetuara y engrandeciera. Así, pues, se esforzó desde un principio en dirigir la elección del Príncipe hacia las líneas temporales con predilección a las espirituales; y puesto que conocía que la aceptación de la vida espiritual sería muy probablemente determinada por la vista de las penas y sufrimientos humanos, así como por el deseo de remediarlos, decidió (así lo cuenta la historia) apartar de la vista del Príncipe todo lo que pudiese sugerir estos tristes pensamientos. Se dice que decidió que el Príncipe no debía conocer nada de cuanto se refiere a la decrepitud y a la muerte, y que ordenó que se le colocara en medio de las diversiones y placeres temporales, así como que se le enseñase a dedicarse a fomentar la gloria y el poder de la real casa. 

El Príncipe habitaba un soberbio palacio rodeado por millas de magníficos jardines en el cual estaba realmente prisionero, aun cuando lo ignoraba. Estaba rodeado de cuanto podía contribuir a sus placeres bajo todos los aspectos: sólo se permitía que se le acercase lo joven y lo bello; cuantos estaban enfermos o sufrían de algún modo eran cuidadosamente apartados de su vista. Así pasó, al parecer, sus primeros años, confinado en este extraño, y, sin embargo, delicioso mundo. El muchacho creció hasta que llegó a la edad viril, y entonces fue desposado por Yasodhara, la hija del Rey Suprabuddha. Se creyó, al parecer, que este nuevo estado absorbería por completo la atención y la vida del Príncipe, y, sin embargo, está escrito que durante todo este tiempo surgían a intervalos en su mente recuerdos de otras vidas, y un confuso presentimiento de un gran deber no cumplido turbaba su reposo. Sin embargo, cuando fue llegado el momento, se casó y tuvo un hijo, Rahula. Pronto después de este suceso principió a aumentar su pena y disgusto, y parece ser que insistió en pasar al mundo exterior a fin de ver algo de la vida de los demás. 

Escrito está que de este modo se puso en contacto por vez primera con la decrepitud, con la enfermedad y con la muerte, y profundamente afectado a la vista de tales miserias tan comunes entre nosotros, aunque completamente nuevas y desconocidas para él, sintió una gran tristeza al contemplar el triste destino de sus semejantes. Viendo, además, cierto día a un santo ermitaño, se impresionó vivamente a la vista de su sereno y majestuoso aspecto, y comprendió que en este mundo había a lo menos uno que estaba por encima de los por otra parte generales males de la vida. Desde este momento su resolución de vivir la vida espiritual se hizo más y más firme, hasta que al fin llegó el instante en que, a la edad de veintinueve años, abandonó definitivamente su rango de príncipe, dejando todas sus riquezas en manos de su esposa e hijo, y se retiró a la selva para dedicarse a la vida ascética.

Como es muy natural, Gautama pertenecía, como su padre y todos los demás habitantes de la India, a la gran religión Hindú, y por lo tanto, se dirigió a los principales ascetas Brahmanes con el objeto de adquirir las instrucciones y los consejos que necesitaba en su nueva vida. Pasó un período de seis años entre estos instructores, con el objeto de aprender de ellos la verdadera solución del problema de la vida, y a fin de hallar un remedio a las miserias del mundo, sin poder encontrar cumplidamente lo que buscaba. La enseñanza de estos instructores parece haber sido siempre que sólo por medio del más rígido ascetismo, e imponiéndose las más duras privaciones, puede uno esperar escapar a las penas y sufrimientos que son la herencia de todos los hombres, y por lo tanto, Gautama ensayaba uno tras otros todos los sistemas hasta en sus más minuciosos detalles, aunque siempre con un ardiente deseo no satisfecho de encontrar algo más real y positivo. 

El riguroso y persistente ascetismo a que se entregó, quebrantó al fin su salud, y se cuenta que un día estuvo a punto de morir extenuado de hambre. Después que se hubo restablecido, comprendió que, si bien para hallar lo que buscaba podía el ascetismo ser un método bueno para ser practicado “fuera” del mundo, no era, sin embargo, este método el más apropiado para llevar la luz “al” mundo, y en consecuencia pensó que para ayudar a sus semejantes, debía cuando menos vivir el tiempo necesario para encontrar la verdad que les podía hacer libres. Parece ser que desde los primeros momentos observó la más altruista conducta. Aunque poseía todo cuanto podía hacer la vida feliz y apetecible, sin embargo, las mudas penalidades y miserias de tantos millones de infelices repercutían sobre él de una manera tan vívida, que mientras vivió, jamás le fue posible conocer la felicidad. No era para sí, sino para los demás, que deseaba hallar un medio para escapar a las miserias de la vida física. No era para sí, sino para los demás, que sentía la necesidad de una vida elevada que pudiese ser vivida por todos.

Viendo, pues, que todas las prácticas ascéticas eran ineficaces, las abandonó, dedicándose desde aquél momento a educar su mente en el ejercicio de la más elevada meditación. Colocóse inmediatamente debajo del árbol Bodhi, resuelto a obtener por el poder de su propio espíritu el conocimiento que buscaba. Sentado allí en profunda meditación, examina todas estas cosas, estudia profundamente en el corazón y causa de la vida, y se esfuerza en llevar su conciencia hasta un elevado nivel. Al fin, por medio de un poderoso esfuerzo, obtuvo lo que deseaba, y entonces vio desarrollarse ante sí el maravilloso esquema de la evolución, y el verdadero destino del hombre. Así se convirtió en Buda, el iluminado, disponiéndose entonces a compartir con sus semejantes el maravilloso conocimiento que había obtenido. Salió a predicar sus nuevas doctrinas, principiando con un sermón que todavía se conserva en los libros sagrados de sus discípulos. 

En la lengua de sus discípulos, el pâli (que para ellos es todavía la lengua sagrada, como lo es el latín para la Iglesia Católica), este primer sermón es conocido con el nombre de Dhammachakkappvattana Sutta, el cual ha sido traducido como significando “Poner en movimiento las ruedas del carro real del Reino de la Justicia”. En algunos libros de nuestros modernos orientalistas podéis hallar una traducción literal del mismo; pero si deseáis comprender el verdadero espíritu de lo que Buda dijo, entonces haréis bien en dirigiros al Libro Octavo del maravilloso poema de Sir Edwin Arnold. Si este poeta nos da el significado literal de cada palabra, tan exactamente como los demás eruditos orientales, es cosa que no puedo precisarlo; pero sí puedo decir, que da como ningún otro ha dado hasta ahora en inglés, el espíritu que compenetra esta gran doctrina oriental. He vivido en medio de este pueblo; he asistido a sus festividades religiosas y conozco los sentimientos de su corazón; y al leer “La Luz de Asia”, se presenta toda la escena ante mí, tan vívidamente como la he visto muchas veces, al paso que la ruda y pedantesca exactitud de los orientalistas, no presenta ningún eco de la mística música de Oriente.

Para decirlo en breves palabras, el Buda presentaba ante sus oyentes lo que él llamaba “El Sendero Medio”. Declaraba que los extremos, en cualquier sentido que fuesen, eran igualmente contraproducentes; decía, por una parte, que la vida del hombre del mundo, absorto por completo en sus negocios y persiguiendo sueños de gloria y poder, era de resultados perjudiciales y funestos, puesto que de este modo descuidaba por completo todo aquello que era realmente digno de estima y consideración. Pero por otra parte enseñaba también que el riguroso ascetismo que dice al hombre que debe renunciar por completo al mundo y que le aconseja que se dedique exclusiva y egoístamente a buscar los medios de separarse y escapar del mismo, era igualmente perjudicial y nocivo. Sostenía que el “sendero medio” de la verdad, y del deber, era el mejor y más seguro, y que si bien la vida consagrada exclusivamente a la espiritualidad, podía ser vivida por aquellos que estaban suficientemente preparados para ella, había, sin embargo, también una perfecta y verdadera vida espiritual posible para el hombre que todavía tenía su sitio y desempeñaba su misión en el mundo. Basaba su doctrina de una manera absoluta, sobre la razón y el sentido común. 

No pedía a nadie que creyese ciegamente, sino que, por el contrario, decía a todos que abriesen los ojos y mirasen en torno de sí. Declaraba que, a pesar de todas las miserias y sufrimientos del mundo, el gran esquema del cual el hombre forma parte, es un esquema de justicia eterna, y que la ley bajo la cual vivimos es una ley misericordiosa que sólo necesita que la comprendamos y que adaptemos nuestra conducta a la misma. Declaraba que el hombre mismo es la causa de sus sufrimientos, debido a que se deja dominar por el deseo, yendo constantemente tras aquello que es objeto de sus ansias, y que la felicidad y la satisfacción se pueden obtener más fácilmente limitando y restringiendo los deseos, que por medio del aumento de los honores y riquezas. Enseñó este “sendero medio”, por toda la India, con el más sorprendente éxito, durante un período de cuarenta y cinco años, y al fin murió, a los ochenta de su edad, en la ciudad de Kusinagara, el año 543 A. de C.

Las fechas que he dado más arriba son las de los anales orientales, y aunque los orientalistas europeos se negaban al principio a aceptarlas, tratando de probar que Buda vivió en una época mucho más cercana a la Era Cristiana, ulteriores investigaciones les han forzado a colocar esta época en una fecha más lejana, por cuyo motivo aceptan ahora que los anales originales son dignos de confianza. La historia y los edictos del gran Emperador budista Asoka han prestado un gran servicio para aclarar esta cuestión de cronología; y el Mahawanso de Ceilán nos da una cuidadosa y detallada relación que cuanto más se la investiga, tanto más verídica y digna de confianza demuestra ser. Actualmente, pues, las fechas relacionadas con la época en que vivió Buda son aceptadas sin oposición alguna. Por lo que se refiere a los detalles que acerca de la vida de Buda se nos dan, difícil es el decir hasta qué punto podemos confiar en su exactitud. 

Probablemente, la veneración y cariño de sus discípulos envuelve su memoria con una especie de velo o aureola legendaria, como ha sucedido con todos los demás grandes instructores religiosos. Sin embargo, nadie puede dudar de que poseemos una muy bella historia, que contiene la vida de un hombre muy santo, de una gran pureza de vida, y dotado de una maravillosa claridad de visión espiritual. Como dice Barthelemy St. Hilaire: “Su vida es absolutamente sin mancha. Su constante heroísmo iguala a su convicción; él es el modelo perfecto de todas las virtudes que predica; su abnegación, su caridad, su constante dulzura, jamás le abandonan ni por un solo instante... El prepara en el silencio su doctrina durante seis años de trabajo y meditación; él la propaga con el solo poder de la palabra y la persuasión durante más de medio siglo, y cuando muere en brazos de sus discípulos, es con la certidumbre del sabio que ha practicado las más nobles virtudes durante toda su vida, y que está seguro de haber encontrado la verdad”.

C. W. Leadbeater