domingo, 30 de septiembre de 2018

LA TEOSOFÍA COMO FILOSOFÍA



La Filosofía es una explicación de la Vida, cons­truida por la Mente y aceptada por el Intelecto. Sin una explicación que satisfaga a la razón, el hombre per­manece inquieto y desconforme. La inteligibilidad de la vida es una tortura para el pensamiento; no puede descansarse sobre la nebulosa de un remolino de fuer­zas y de eventos, de un hirviente caos, que arroja frag­mentos que no pueden acomodarse dentro de un gran todo. La Mente demanda imperativamente un orden, una sucesión, una conexión casual, un ritmo establecido de movimientos poderosos, una relación del pasado con el presente y del presente con el futuro. El más profundo instinto de la Mente del Hombre le hace comprender, y nunca quedará tranquilamente satisfecho hasta tanto no obtenga esta comprensión. Puede sufrir pacientemente, luchar con perseverancia, soportar heroicamente, si siente que hay un propósi­to, si ve una meta delante de sí. Pero si no puede vi­sualizar el camino, no conoce el final, es desviado por causas que no comprende y abofeteado por fuerzas que se arremolinan a su alrededor en la oscuridad, es capaz de irrumpir en una cruel rebeldía, en una rebe­lión salvaje y desperdiciar su fortaleza en acciones sin finalidad alguna. Ajax, combatiendo en la oscuridad, en su frené­tica apelación a los Dioses:

Si nuestro destino es la muerte,
Danos la luz, y déjanos morir

es un símbolo de la humanidad, debatiéndose en la os­curidad de la ignorancia y clamando apasionadamente a "cualquier Dios que pudiera haber", enviarles la luz, aunque esta significara la muerte.

TRES BASES PARA LA FlLOSOFIA


El hombre ha luchado por comprender los miste­rios de la existencia, mediante acercamientos desde uno de los tres puntos de vista opuestos entre sí:

(1) Todo proviene de la Materia, la Existencia Una, y ésta, con su energía inherente, produce todas las formas, y da nacimiento a la vida a través de ellas. Como dice el Profesor Tyndall en su famoso Belfast, debemos "ver a la materia como la promesa y la potencia de cada una de las formas de vida". El pensamiento es el resultado de la actividad de ciertas combinaciones en la materia: "El cerebro produce los pensamientos", di­ce Karl Vogt, "tal como el hígado produce la bilis". Con la disolución de la forma la vida se esfuma, y es tan inútil preguntarse adonde está "ella", como pre­guntar a dónde está la llama cuando se apaga la vela. La llama era solamente el resultado de la combustión, y con el cese de ésta, la llama debe necesariamente ce­sar. Toda la filosofía materialista está edificada sobre esta base.

(2) Todo proviene del Espíritu, mente pura, la Existencia Una, y la materia es simplemente una crea­ción del Espíritu, embebido en pensamiento. Realmen­te, no hay materia; es una ilusión, y si el Espíritu se eleva por sobre esta ilusión, es libre, autosuficiente y omnipotente. Se imagina separado, y es separado; imagina obje­tos, y está rodeado de ellos; imagina penas, y sufre; imagina placeres, y disfruta. Si se sumergiera en sí mis­mo, todo el Universo se disiparía como un sueño, sin "dejar atrás ni una brisa". Todas las Filosofías idealísticas están construidas sobre esta base, con un cuidado mayor o menor en su desarrollo.

(3) Espíritu y Materia son dos aspectos de la Exis­tencia Una, del Todo, que proviene del Uno conjun­tamente, unido e inseparable durante la manifestación, como la parte posterior y el frente de la misma cosa, sumergiéndose en la Unicidad otra vez al cierre del período de manifestación. En el Todo existe simultáneamente todo lo que fue, lo que es y lo que será, en un Eterno Presente. En esta totalidad, surge una VOZ, que es una PALA­BRA, un LOGOS, Dios manifestándose a sí mismo. Esta PALABRA separa del Todo aquellas ideas que él selecciona para Su futuro Universo, y las orde­na dentro de Sí de acuerdo con su Voluntad; se limi­ta a Sí mismo por su Propio pensamiento, creando de esta manera el "Círculo no se Pasa" del Universo en formación, ya sea un Sistema Solar, un conglomerado de Sistemas Solares, un conglomerado de Conglomera­dos, etc. Dentro de este Círculo, están las Ideas, siempre ini­ciadas eternamente por el Movimiento incesante que es la Vida Una, dentro de la Quietud, que es lo opues­to y que soporta a todo. El Movimiento es la Raíz del Espíritu, que será, al manifestarse, el Tiempo, o los cambios en la Conciencia; la Quietud es la Raíz de la Materia, el Eter omnipresente, inmóvil, sustentador de todo, omnipenetrante, que al manifestarse será el Espacio. Toda la filosofía Teosófica está asentada sobre la base de Espíritu y Materia como dos aspectos mani­festados del Uno, el Absoluto, fuera del Tiempo y el Espacio.[1] La forma de exponer estas verdades difiere mucho con el pensador. H. P. Blavatsky las ha expuesto con gran fuerza, pero con algo de oscuridad en el lenguaje, al comienzo de "La Doctrina Secreta". Bhagavan Das hace unas afirmaciones singularmente profundas y lú­cidas en su "Ciencia de la Paz" donde postula al Ser y al No-Ser -o Espíritu y Materia- y a la relación entre ellos, como la gran Trinidad, lo Ultérrimo del Pen­samiento que se resuelven en el Uno.

TRIPLICIDAD

El LOGOS se muestra a Sí Mismo en Su Universo o Sistema bajo tres aspectos - o "Personas de la Trini­dad Cristiana" - que son Voluntad, Sabiduría (o Amor­ Conocimiento) y Creatividad (o Actividad). La Mónada Humana es un fragmento de su Divino Padre, y se reproduce en sí estos tres aspectos, que se manifiestan en el Hombre como Espíritu. Por lo tanto, la Voluntad espiritual humana, siendo parte de la Vo­luntad Una, es un poder irresistible, cuando el Espíritu realiza su unificación con el LOGOS. Nada en la Natu­raleza puede estar velado a la Sabiduría espiritual hu­mana. Todo podrá lograr la Creatividad espiritual humana. Es este último aspecto de la Trinidad humana el que puede construir todo lo que la Sabiduría puede concebir y la Voluntad determinar. Como el Intelecto en los mundos más sutiles y la Mente en el más bajo, se extiende en el cosmos para conocer, para compren­der. Por aquello cuya "naturaleza es conocimiento", el Hombre se entera de todo lo que está afuera de él, el No-Ser de la frase Hindú. 

Hemos visto que, mediante el uso de cuerpos, el Hombre puede conocer el universo exterior, y su con­ciencia conocer sus alrededores, comenzando, para usar la terminología de Mr. Myer, con su propia tierra, como conciencia planetaria, y puede extenderse al univer­so como conciencia cósmica. La razón demanda esto como una verdad necesaria, no porque haya sido testi­ficada por genios gigantes espirituales, sino porque hay zonas en la conciencia planetaria que son inteligibles, sin causa e inalcanzables, a menos de tener una con­ciencia cósmica que las distinga y hacia la cual tienda. 

La Religión, el Arte, el Amor inegoísta y autosacri­ficado son, como se los ha llamado, sub-productos y tonterías, si nosotros no somos más que mosquitos de un día que bailan al brillo del sol y se desparraman con la tormenta; si construimos civilizaciones con trabajos y sufrimientos infinitos, para que perezcan; si todo lo que deja como impreciso registro la humanidad es un planeta helado danzando en el espacio hasta su aniqui­lación, la aburridora e inútil labor que siempre requiere renovación y cuyos resultados son siempre destruidos. Para la filosofía Teosófica, el Hombre es una Inteli­gencia espiritual eterna, cuyas raíces están en Dios y cuyas incontables actividades desarrollan sus propios poderes inherentes, que nadie puede aniquilar, a menos que él mismo deje de lado alguno por no tener más uti­lidad para él, y aún así queda en la Memoria Eterna. Para un ser así, los universos solo son juguetes ins­tructivos, que sirven para su educación, y que puede romper en pedazos sin perturbar su serena ecuanimi­dad, porque ellos son medios hacia una finalidad. 

El universo, como un molinete que muele nada, torna una carga a la existencia y un eterno castigo la vida, sin de­jarnos siquiera a alguien que Impone la carga para po­der mover su piedad, o un Juez a quien pudiéramos recurrir para aliviar el castigo. La Teosofía ve al Hombre como un Poder en desa­rrollo, que va de fortaleza en fortaleza, errando solo aquello que debe de aprender, y sufriendo solo aquello que puede proporcionarle una Vida fuerte, radiante, gozosa y victoriosa, cuyo "crecimiento y esplendor no tiene límites". Filosóficamente considerado, el Hombre, como todo lo demás, está compuesto de sólo dos factores: Espíritu y Materia. Los diversos cuerpos, que la ciencia oculta describe, son, desde el punto de vista filosófico, su envoltura material. Constituyen en su totalidad, su Cuerpo, simplemente. El Hombre es una Inteligencia Espiritual en un Cuerpo. Sus constituyentes, o formas de materia física, emocional, mental, intelectual, in­tuicional o espiritual no son más afines a este estudio de lo que lo son los sólidos, líquidos, gases y éteres que componen el cuerpo físico del hombre.

PENSAMIENTO-PODER


Siendo el Pensamiento la manifestación de la Crea­tividad, o el tercer aspecto de la triplicidad humana, la filosofía Teosófica lo aplica para apurar la evolución. La aplicación de las leyes generales de la evolución de la mente al apuro de la evolución de una conciencia en particular, se le llama Yoga en el Este. La pala­bra significa "unión", y se usa para indicar la unión consciente de lo particular con lo universal, y los es­fuerzos que se realizan en ese sentido. Los métodos de Yoga son puramente científicos, ya que el conocimiento de las leyes de la evolución mental e intelectual se han obtenido por la observa­ción y se han establecido por la experimentación. Se ha probado, y puede volver a probarse en cualquier momento, que el pensamiento concentrado en una idea, incorpora esa idea como parte del carácter del pensador, y por lo tanto el ser humano puede crear en sí mismo cualquier cualidad deseable, sustentán­dola por medio de un pensamiento atento o meditación. El juego descuidado del Pensamiento sobre ideas no deseables es un peligro activo, que crea una ten­dencia hacia tales ideas no deseables, y conduciendo a acciones que las corporifican. La "Acción" es una triplicidad; el deseo las concibe, el pensamiento las planifica y finalmente se corporifican. Este acto final a menudo se precipita por circunstancias favorables, cuando el deseo ha sido fuerte y el pensamiento ha delineado completamente su realización. 

La acción mental precede a la física, y cuando una persona ha holgazaneado con el pensamiento con la idea de una acción buena o dañina, puede de pronto encontrarse realizándola en el mundo manifestado aún antes de que se dé cuenta lo que está haciendo; cuando la compuer­ta de la oportunidad se abre, la acción mental escapa hacia la física. La actividad mental concentrada puede dirigirse hacia los cuerpos mental, emocional o físico, recreán­dolos en una magnitud proporcional a la energía, per­severancia y concentración empleadas. Todas las Es­cuelas de Curación, como la Ciencia Cristiana utili­zan este poderoso medio para obtener resultados, los que dependen de los conocimientos de los practican­tes como también de la fuerza que emplean y del me­dio en que se realizan, o sea el cuerpo de los pacien­tes. Innumerables éxitos prueban la existencia de las fuerzas que se manejan, y los fracasos no prueban que no existan tales fuerzas, sino solamente que su manipulación no ha sido adecuada, o que no ha sido evo­cada bastante para la tarea que se realiza. Siendo reconocido el poder del pensamiento en la Teosofía filosófica como el Creador Uno, se lo consi­dera trabajando en la Evolución, y planificando para la evolución de la conciencia humana el admirable método de la Reencarnación bajo la ley de Acción y Reac­ción, llamada Karma en el Oriente.

REENCARNACIÓN


Ya se ha explicado el objetivo del Hombre de to­mar cuerpos, o encarnación; hemos visto que sus tres cuerpos superiores constituyen su vestidura permanente, y que éstos se desarrollan y crecen con el desarrollo de su conciencia. Hemos visto también que los tres cuerpos inferio­res son temporarios, que existen por un ciclo de vida definido que se pasa en los tres mundos: la tierra, el mundo intermedio y el cielo. Al retornar a la tierra, asume nuevos cuerpos; esto es Reencarnación. La necesidad de esto yace en la comparativa densidad de la materia con la cual están compuestos los mundos inferiores; los cuerpos hechos con ella sólo pueden crecer y expandirse dentro de ciertos límites, mucho más estrechos de aquellos que corresponden a los cuerpos más sutiles. Impulsados más allá de éstos por el constante desarrollo de la conciencia, pierden su elasticidad y no pueden usarse más; además se po­nen viejos por esta constante tendencia, y se desechan. Cuando la Conciencia, al final de un ciclo de creci­miento, se ha establecido definitivamente a sí misma en la nueva etapa de evolución, necesita cuerpos nue­vos a medida de la expresión de sus poderes mejorados. Si esto no hubiera sido dispuesto así en el Plan, seríamos como chicos encerrados en una armadura de acero, y confinados en el crecimiento por la falta de expansión. Los chicos crecen, a pesar de sus vestimen­tas, y les proporcionamos otras. Nosotros crecemos más allá de nuestros cuerpos, y nuestro Padre, el LOGOS nos da otros nuevos. 

El método es muy simple; se planta la semilla de la conciencia divina en el suelo de la vida humana; nutrida por dicho suelo, que es la experiencia, estimulada por el rayo solar del regocijo, expendida por la lluvia de las penas, se dilata y germina en una planta, en flores y frutos, hasta que logra parecerse a su árbol padre. Dicho sin metáforas: el Espíritu humano, la vida germinadora, entra en el bebe de un salvaje, que tiene escasa inteligencia y ningún sentido moral. Vive allí durante cuarenta o cincuenta años, dominada por de­seos, robos, asesinatos; finalmente es asesinado. Pasa por el mundo intermedio, se encuentra con muchos viejos enemigos, sufre, ve vagamente que su cuerpo ha sido asesinado por haber él asesinado a otros, y llega a alguna vaga conclusión acerca de la inconveniencia de matar, lo que queda muy tenuemente impreso en su conciencia; disfruta los resultados de algún tenue acto de amor que haya realizado. Vuelve con algo más de conocimientos de los que tenía en su primera encarnación. Esto se repite una y otra vez, hasta que gradual­mente pero en forma definida llega a la conclusión de que el asesinato, los robos y otras acciones semejantes causan infelicidad, y que el amor y la amabilidad traen felicidad. Ha adquirido una conciencia, aunque no mucha, y ésta es fácilmente sobrepasada por cualquier deseo fuerte. 

Los intervalos entre nacimientos son al principio muy cortos, pero se alargan gradualmente, a medida que se incrementa el poder de su pensamiento, hasta que se establece la ronda normal de los tres mundos. En el primero, gana experiencia; en el segundo, sufre por sus errores, y en el tercero disfruta los resultados de sus buenos pensamientos y emociones, y también aquí elabora la totalidad de sus buenas experiencias mentales y morales transformándolas en facultades mentales y morales. En este mundo celestial, estudia luego sus vidas pasadas, y sus sufrimientos, debidos a sus errores, lo cual le proporciona conocimientos, y consecuentemente poder. "Cada pena que he sufri­do en un cuerpo, se transformó en un poder que apro­veché en el próximo"[2]. Su estadía en el tercer mundo incrementa la riqueza y extensión de sus logros, a me­dida que progresa. Finalmente, se acerca el final de su largo peregri­naje; entra en el Sendero, pasa por las grandes Iniciaciones y alcanza la perfección humana[3]

La Reencarnación ha sido trascendida, porque ha espiritualizado materia para su propio uso, y en tanto la use, ella no lo cegará ni lo regirá. Echando un vistazo a esta larga serie de vueltas de la rueda de Nacimientos y Muertes, el hombre pue­de tener un sentimiento de fastidio. Pero ha de recor­darse que cada período de vida es nuevo para el que la vive. Hay un sabio ordenamiento mediante el cual el hombre olvida su pasado, al menos hasta que sea sufi­cientemente fuerte como para soportarlo, y decir re­gocijadamente como Goete "volvemos bañados y fres­cos". No hay sentido de fastidio en la criatura, que salta gozosa a encontrarse con su nueva experiencia, sino un sentido de agradable vitalidad, de deseo gozo­so y de regocijo siempre fresco. Un alma desgastada por lo ya recorrido que entrara en el cuerpo de una criatura, con el peso de la memoria pasada de luchas y desatinos, de amores y odios, sería un mal inter­cambio para el regocijo de una niñez saludable. Cada vida es una nueva oportunidad, y si hemos desperdiciado una vida, tenemos siempre "otra chan­ce". 

La Reencarnación es esencialmente un Evange­lio, buenas noticias, porque pone un final a la desesperación, promueve el esfuerzo, se solaza con la pro­clamación del éxito final y asegura la permanencia de cada fragmento, de cada semilla, de cada bondad en nosotros, con tiempo suficiente para que el menos evolucionado florezca en perfección. Su valor como explicación de la vida es indecible. El criminal, el más bajo y vil, el más pobre y peor espécimen de la raza es un alma-niña, que viene en un cuer­po salvaje a la civilización en la cual no encaja siguien­do sus propios instintos, pero la cual le proveerá un campo para su rápida evolución si sus mayores lo to­man de la mano y lo guían firme y suavemente. El está todavía en la etapa en que el hombre medio estaba hace algo así como un millón de años, y evolucionará en el futuro como ha evolucionado en el pasado. No hay diferencias sino parciales con quienes están situados en forma diferente a él; sólo hay diferencias de edades. Las desigualdades internas entre los hom­bres no tienen por qué ocasionarnos más tensiones, o sean las diferencias entre el que tiene una forma her­mosa y el deforme, entre el enfermo y el sano, entre el genio y el tonto, entre el santo y el criminal, entre el héroe y el cobarde. En verdad, ellos han nacido así, trayendo al mundo esas desigualdades que no han podido trascender. Pero ellos son, o más jóvenes en experiencia, o han llegado a ser lo que son bajo las leyes de la naturaleza. Las debilidades desaparecerán a su debido tiempo, presentándoseles oportunidad tras oportunidad. 

Cada altura estará abierta para que la escale, y contará con la energía necesaria para hacerlo. El conocimiento de la Reencarnación nos guía, como veremos en la Sección V, para lidiar con los problemas sociales. Nos muestra también cómo han evolucionado los instintos sociales, porqué el autosacrificio es la ley de la evolución para el hombre y cómo podemos planificar nuestra futura evolución bajo las leyes naturales. Nos enseña que las cualidades que han evolucionado desde la experiencia terrenal vuelven a la tierra para el servicio al hombre, y como cada esfuerzo que se realiza da plenos resultados bajo leyes inequívocas. Dándoles el tiempo suficiente, pone en las manos de los hombres el poder de elaborar su destino a voluntad, y de crear de acuerdo con sus ideales. Señala un futuro de poder y sabiduría siempre crecientes, y racionaliza nuestras esperanzas de inmortalidad. Hace del cuerpo el instrumento del Espíritu en lugar de su dueño, y elimina el miedo de que, así como el Espíri­tu necesita también un cuerpo físico para nacer a la existencia, también puede perecer cuando se le priva del cuerpo a la hora de morir. Como dice Hume, es la única teoría sobre la inmortalidad a la cual tiene acceso el filósofo. La memoria de las vidas pasadas tiene asiento en el intelecto, no en la Mente, o sea en el individuo per­manente, no en la persona mortal. Vimos en la Sección 1 que los cuerpos inferiores perecen, y que se constru­yen nuevos para ingresar en el nuevo período de vida. Ellos no han pasado por las experiencias de las vidas pasadas. 
¿Cómo, entonces, podrían gravarse en su memoria? El hombre que recuerda sus vidas pasadas, debe ser consciente del cuerpo astral, adonde reside dicha memoria, y aprender también a enviar hacia abajo la memoria hacia la conciencia cerebral. Esto puede ha­cerse mediante la práctica de la Yoga, y el hombre pue­de desentrañar y leer el registro imperecedero del pasado. 

Tenemos el hábito de ver a la Reencarnación des­de el punto de vista de la naturaleza mortal del hom­bre, viendo de esta manera una sucesión de vidas, que describimos como "reencarnaciones". Pero es bueno también considerar la cuestión desde el punto de vista del Hombre Eterno, la Mónada, manifestándose como el triple Espíritu. Visto de esta manera, la Reencarnación desapare­ce, a menos que digamos que un árbol reencarna en ca­da primavera, cuando desarrolla hojas nuevas, o que el hombre reencarna cuando se pone un traje nuevo. La personalidad, que nos aparece como algo tan importante, es sólo un nuevo conjunto de hojas, o un traje nuevo. El Hombre se reconoce como Uno, a través de la no quebrada continuidad de conciencia, con una identidad única y con una memoria ininte­rrumpida. Los días de vida mortal no tienen más en­tidad que la larga sucesión de días mortales tiene para nuestra conciencia física. Nos levantamos a la mañana y atravesamos intereses siempre renovados, y cada nuevo día trae sus propios placeres y sus pro­pias aflicciones, que pasamos con deleite. El hecho de que nuestro cuerpo físico siempre está cambiando no nos perturba ni un poquito. Por encima de esto, somos lo mismo. En la vida más larga es igual; somos lo mismo el Espíritu siempre vivo y siempre activo. Cuando nos damos cuenta de esto, las aflicciones y el fastidio se van, por cuanto los vemos como perte­necientes a algo que no es nosotros. Detenerse en el centro fijo y ver a la rueda girar desde allí es muy refrescante y útil. Si alguno de mis lectores se siente cansado, lo invito a ver por un ins­tante este Lugar de Paz.

LA LEY DE ACCION Y REACCION

La reencarnación se lleva a cabo bajo la Ley de Acción y Reacción - Karma. La palabra Karma sig­nifica acción, y hemos visto anteriormente que cada acción es una triplicidad. Los Hindúes, que han estudiado sicología duran­te miles de años, analizan las acciones como constitui­das por tres factores: el pensamiento, estimulado por el deseo, las planifica y les da forma; la voluntad (o el deseo) dirige juntas a las energías mentales hacia su cumplimiento; el acto en sí toma forma en el mundo mental. Está entonces listo para su manifestación, y presiona hacia afuera, hacia la corporificación. Es ex­pulsado al mundo físico cuando el pensador puede crear la oportunidad mediante su voluntad-poder, o cuando la oportunidad se presenta por sí. Entonces sale precipitado como un acto visible. 

Todo el proceso es visualizado por los Hindúes como una unidad triple, que es llamado "Karma", acción. Es necesario comprender esto con claridad para poder captar las tres leyes subsidiarias que afec­tan el destino futuro. Pero primeramente es necesario darse cuenta que el Karma es una ley de la naturaleza, y no una disposición arbitraria que puede cambiarse a volun­tad, y que produce resultados, pero no recompen­sas ni castigos. Una ley de la naturaleza no es una disposición, sino una relación, una secuencia inva­riable. No recompensa ni castiga, pero produce resultados invariables, y por lo tanto, predecibles. Puede establecerse, en general, que: Allí donde A y B estén en cierta relación entre sí, se producirá C. Supongamos que objetamos a C; debemos mante­ner a A y B fuera de esta relación. La naturaleza no dice "Usted debe tener C". Usted debe tenerlo si A y B están en cierta relación entre ellos. Pero si po­demos mantener A y B fuera de tal relación por algún dispositivo - por la interposición de alguna fuerza o algún obstáculo - C no aparecerá. Consecuentemente, cuanto mejor entendamos a la Naturaleza, mejor seguiremos nuestro camino por las sinuosidades de sus leyes. Cada una de sus leyes es una fuerza que capacita al hombre que comprende, y una fuerza compulsiva para el ignorante. Somos per­fectamente libres para balancear dichas fuerzas una contra otras, para neutralizar aquellas que están con­tra nuestros propósitos, dejando libres las que los cum­plen. Se dijo con verdad: "La naturaleza se conquista por la obediencia". 

El hombre ignorante es su esclavo y su, juguete; el conocedor es su conquistador y su rey. El Karma es una Ley de la Naturaleza; compele al ignorante, pero deja en libertad al sabio. Las tres ex­presiones subsidiarias de ella que más influyen en nues­tro destino son: "El Pensamiento construye el carác­ter"; "El deseo atrae sus objetos y crea la oportunidad para atraparlos"; "La acción ocasiona un medio am­biente favorable o desfavorable, según haya producido felicidad o desgracia a otros".

(1) Al tratar el Pensamiento-Poder ya hemos visto a la primera; cualquiera que decidiera pasar cinco mi­nutos todas las mañanas con un pensamiento tranquilo sobre cualquier virtud que no posea después de un tiempo, la duración dependerá de la quietud y fortale­za de su pensamiento- hallará esa virtud, reforzán­dolo en ella.

(2) Un deseo fuerte y firme ocasiona su cumpli­miento, lo que se ve con frecuencia dentro del límite de una vida; una ojeada a varias sucesivas evidencia a esta ley sin duda alguna.

(3) Aquellos que hacen felices a los demás, cose­chan felicidad para sí mismos; la felicidad se logra no buscándola, y siempre elude a quienes tratan de lo­grarla más apasionadamente. Esto, una vez más, sur­ge con mayor claridad pasando revista a varias vidas; aquél que ha ocasionado una felicidad general nacerá en circunstancias de prosperidad, en tanto que quien ha desparramado desdicha, aparecerá en un medio ambiente desafortunado. Pero la ley opera en forma tan exacta. “El pensamiento construye el carácter"­ que si ha ocasionado felicidad con motivos egoístas, su egoísmo dará por resultado una naturaleza mise­rable, aún rodeado de todo lo que hace placentera la vida

"Aunque los molinos de Dios muelen despacio, muelen muy fino;
Aunque El se detiene y espera con paciencia, muele todo con exactitud".

Siendo el Karma el resultado, en un tiempo determinado, de todos los pensamientos, deseos y acciones pasados, manifestados en nuestro carácter, oportuni­dades y medio ambiente, limita nuestro presente. Si somos mentalmente perezosos, no podemos volvernos brillantes de golpe; si tenemos pocas oportunidades, no podemos siempre crearlas; si somos tullidos, no po­demos ser sanos. Pero según lo que creemos, así po­dremos cambiar. Nuestros pensamientos, deseos y acciones presentes, cambian nuestro futuro Karma día a día. Además, es bueno recordar, especialmente si es­tamos frente a un desastre venidero, que el Karma de­trás nuestro está tan mezclado como lo están nuestros pensamientos, deseos y acciones. Una revisión todos los días demostrará que contie­ne algunos pensamientos buenos y algunos malos, algu­nos deseos nobles y algunos no tanto, algunas acciones amables y otras lo contrario. Cada clase tiene su efec­to: las buenas, haciendo buen Karma, y las malas, lo contrario. Es decir que, cuando afrontamos una desgracia, es que tenemos detrás nuestro una corriente de fuerza que nos ayuda a superar el caso, y otra que nos debilita. Una de ellas puede ser mucho más fuerte, en el sentido de ayudar o de impedir, y en este caso, el es­fuerzo que realicemos sólo jugará un papel secundario en cuanto a los resultados. Pero a menudo las dos fuer­zas están más o menos balanceadas, y entonces un buen esfuerzo en el presente puede definir la situa­ción. 

El conocimiento del Karma debería, consecuentemente, reforzar los esfuerzos, y no paralizarlos, como desgraciadamente ocurre con aquellos que conocen poco del asunto. Nunca debe de olvidarse que el Kar­ma, por ser una ley de la Naturaleza, nos deja toda la libertad que seamos capaces de tomarnos. Hablar de "la interferencia del Karma" es hablar sin sentido, ex­cepto si se quiere significar la interferencia por la gra­vitación. En este sentido, podemos interferir con am­bos, tanto como podamos. Si nuestros músculos están debilitados por la fiebre, podemos hallarnos imposibilitados de subir la escalera en contra de la gravitación; pero si son suficientemente fuertes, podremos subir gozosamente, desafiando a la gravitación a dejarnos en la habitación de abajo. Así es con el Karma. Una vez más, la Naturaleza no ordena hacer esto o aquello; mantiene invariables las condiciones bajo las cuales las cosas pueden hacerse o no. Está en nosotros encontrar las condiciones que nos capacitarán para tener éxito, y en este caso todas sus fuerzas trabajarán con nosotros y acompañarán nuestros deseos. "Acallara tu vagón a una estrella", dice Emerson, y la fuerza de la estre­lla arrastrará al vagón hasta el lugar asignado. Hay otro punto de vista práctico que es de supre­ma importancia. Podemos, en el pasado, haber realiza­do alguna fuerza kármica especial de maldad tan fuerte que somos incapaces de superarla con cualquier acción que realicemos ahora. 

En estas circunstancias, estamos impulsados a hacer el mal, aunque nuestro deseo sería hacer el bien, y nos sentimos como la paja al viento. No importa; igual tenemos recursos. Cuando llega la tentación al mal, podemos encararla de una de estas dos formas: sintiendo que debemos ganar, podemos te­ner una ganancia supina, forjando de esta manera un eslabón más en la mortal cadena del mal. Pero el cono­cedor del Karma dice "Yo he creado esta odiosa debi­lidad por incontables concesiones a los bajos deseos; es­tablezco contra ella la forma más elevada del deseo, la Voluntad, y me rehúso a caer". En la batalla contra la tentación, el hombre se esfuerza etapa tras eta­pa, hasta que puede caer en la acción, aunque no en la Voluntad. Para los ojos del mundo, ha caído, y es víctima sin esperanza de su esclavitud. A los ojos del conocedor del Karma, en su lucha, ha desechado mu­cha de la cadena que todavía lo ata. Un poco más de estas "caídas", y se romperá la cadena y quedará libre. Un hábito creado por muchos deseos equivocados no puede destruirse por un solo esfuerzo del deseo correc­to, excepto que esos raros casos en los cuales el Dios interno se despierta, y con un solo toque de la fiera Voluntad Espiritual, quema las cadenas. Tales casos de "conversión" son conocidos, pero la mayor parte de estos hombres siguieron un largo sendero. Cuando más entendamos al Karma, más resulta un poder en nuestras manos, en lugar de un poder que nos ata. Quizá aquí, más que en cualquier otra cosa, puede decirse que "saber es poder".

ANNIE BESANT





[1] Ver, para mayor extensión de este tema, la Sección VI: "Unos pocos detalles sobre Sistemas y Mundos".
[2] Edward Carpenter, Hacia la Democracia, "La lucha del Hombre con Satán".
[3] Ver Sección IV "El Sendero de Perfección y el Hombre Divino". 

sábado, 29 de septiembre de 2018

LA VISION DIVINA DE LA NATURALEZA

 En nuestro empeño de comprender el sentido de la vida, he puesto como punto primero “La Visión Divina del Hombre” y, como tercero y último, “La Visión Divina de Dios”, colocando entre los dos “La Visión Divina de la Naturaleza”.

La palabra “Naturaleza” nos trae la idea de lo que no es Dios y de lo que no es Hombre. Cuando nos abandonamos a la contemplación del mundo en el aspecto que nos mueve en nuestras emociones más hondas elevándonos con aspiraciones religiosas, usamos de la palabra “Dios” para describir nuestro concepto de la majestad infinita de las cosas; de igual manera, cuando se nos representa la tragedia del Hombre, pensamos en el “Hombre” como diferente de “Dios”. Y de la Naturaleza, pensamos como el mundo de las cosas inanimadas y que no participa de la condición de Dios ni del Hombre.

En el uso corriente de la palabra, designamos por naturaleza el cielo, el mar, los bosques, las selvas y cuando decimos que ansiamos huir hacia la naturaleza, entendemos que es apartarnos de donde los hombres tienen sus residencias. Algunas veces usamos también la palabra Naturaleza como indicando la vida en su forma sub-humana de plantas y animales. Hay, sin embargo, otra tercera aplicación de la palabra Naturaleza, que emplea, con especialidad, el científico, cuando se refiere al proceso de la Eternidad en la cual existimos. Cuando contempla las estrellas y los planetas, cuando llega a la comprobación de poderosas fuerzas cósmicas activas, usa también la palabra Naturaleza para incluir en ella la totalidad del proceso de evolución.

¿Qué es esa Naturaleza que nos rodea por todos lados, de la cual formamos parte y que, en ocasiones, nos domina en forma tan definitiva que nos sentimos completamente impotentes enfrente de ella? Si abordamos este tema desde el punto de vista del conocimiento moderno personificado por la ciencia, diremos que la Naturaleza es un proceso mecánico. Todos los fenómenos naturales, afirma el científico, son el resultado de fuerzas que empezaron con el principio del tiempo. Si la Tierra gira sobres su eje, es porque la Tierra recibió de la nebulosa original, en la que empezó su condensación, un movimiento giratorio. Si en el agua, expuesta al aire, aparece una vida bacterial, dice el científico que es “natural”, pues al existir gérmenes en el aire nada tiene de extraño que se propaguen en el agua al encontrar en ella un medio a propósito.

En términos generales puede decirse que la actitud que adopta el modernista, respecto a este problema, es la de afirmar que es algo mecánico; no tan completamente, sin embargo, que no tropecemos, de vez en cuando, con algún científico que sospeche que el misterio de la Naturaleza no quede bien explicado con sólo enunciar esa sentencia. Permitidme que os de la descripción que ofrece Huxley de un proceso natural y encontraréis que, con visión intuitiva, le asalta la sospecha de que tal vez la Naturaleza no sea, en definitiva, tan mecánica como se pudiera creer.

“El estudiante de la Naturaleza admira más y se sorprende menos a medida que se hace familiar con sus operaciones; y de entre todos los constantes milagros que le ofrece su observación, tal vez lo que más fuertemente reclamará su admiración será el desarrollo de una planta o de un animal desde su embrión –observad los huevos, recién puestos, de una salamandra o de una lagartija. Son un minúsculo esferoide en el que el microscopio más potente no revelará sino un ser sin estructura, conteniendo un fluido viscoso con gránulos en suspensión. ¡Pero qué extrañas posibilidades yacen dormidas en ese globo semifluido! Que una moderada cantidad de calor llegue a esa cuna acuosa y en aquella sustancia plástica se operarán cambios tan rápidos y, al mismo tiempo, tan regulares y tan intencionados en su sucesión que pueden compararse a los que toma una informe masa de arcilla en las manos de un hábil modelador, como si con una llana invisible, aquella masa se dividiese y subdividiese en proporciones cada vez más pequeñas hasta quedar reducido a un agregado de gránulos del tamaño justo para construir los más sutiles tejidos del naciente organismo. Y parece, entonces, como si un dedo delicadísimo trazase la línea que ocupará la espina dorsal y modelase el contorno del cuerpo, acusando la cabeza en un extremo y la cola en el otro, formando lados y miembros de acuerdo con las proporciones de la salamandra, por un procedimiento tan artístico que, después de observado el proceso durante algunas horas, llega uno a aceptar la creencia de que, con una más sutil ayuda que la que puede proporcionarnos el microscopio acromático, veríamos el oculto artista, con su plan delante, afanándose con hábil manipulación en completar su obra”[2].

Aquí tenemos un ligero atisbo de una nueva visión de la Naturaleza al borde de cuyo descubrimiento casi llegó Huxley. En efecto; si miráis la creación a vuestro alrededor, por ejemplo, en el decorado de los animales, especialmente de los pájaros, no podréis substraeros al sentimiento de la existencia de un artista detrás de todo ello y de que la Naturaleza es ese artista exquisito; comprenderéis que la Naturaleza no puede ser únicamente mecánica, pues hay tan proporcionada belleza en las cosas naturales, tal cualidad de belleza creativa que es la desesperación del artista.

Todos conocemos la explicación del no-mecanismo de la Naturaleza que nos dan las religiones. Se nos dice que Dios creó las cosas y, de ahí, que todo cuanto existe debe manifestar la mano de Dios. En los antiguos tiempos, en Grecia, postulaban que el universo era la expresión de la Razón Divina, a la cual daban el nombre de Logos. De igual manera, en la India antigua el Buddhismo, religión que excluye una Divinidad o creador, señalaban el proceso de la Naturaleza en sentido inteligente e idealístico y una Ley o Dharma eterno “que opera hacia la Justicia” y que está obrando desde el principio del tiempo.

Pero al llegar al hinduismo como religión, encontramos, de modo perfectamente determinado, el concepto de que toda la creación, eso que llamamos evolución, es la obra de un Creador que trabaja para edificar; así que, lo que llamamos Naturaleza no es una mera ocurrencia, sino un propósito planeado y definido.

Permitidme que cite aquí, tomándolo de uno de los antiguos libros hindúes, la manera con que relata el mito de la gran historia de la creación. De igual manera que encontramos en el Génesis un ensayo, en forma de mito, de lo que significa la Naturaleza y cómo, detrás de ello, existe un constructor que trabaja, también en la India antigua  encontramos en forma gráfica, una manifestación de la idea de Uno que construye y destruye y construye de nuevo. Este poderoso personaje se llama Prajâpati, el “Señor de las criaturas”. Voy a citarlos las finas y concisas palabras de este mito del constructor que vive detrás de cuanto existe.

“En el principio, en verdad, el Universo no existía. Entonces deseó Prajâpati: ‘Pueda ser yo más de uno; pueda yo reproducirme’. Labró practicando austeridad.
Cansado por el trabajo y la austeridad, creó primeramente a Brahman, la Triple Sabiduría.
Descansando sobre este cimiento, nuevamente practicó austeridad.
Creó las aguas de Vachla palabra-. Llenó así todo lo existente.
Deseó: ‘Pueda yo reproducirme por esas aguas’. Se infiltró en las aguas con aquella Triple Sabiduría. De ello salió un huevo. Él lo tocó.
‘Que exista; que exista y se multiplique’, dijo.
Todo este universo aparecía en la sola forma de agua.
Deseó: ‘Pueda ser él más de uno; pueda él reproducirse a sí mismo’.
Trabajó y practicó austeridad, creó la espuma.
Se dio cuenta de que ‘Esto aparece diferente; ya está convirtiéndose en más de uno; debo trabajar fuertemente’.
Agotado por el trabajo y austeridad creó la arcilla, el barro, el suelo salitroso y la arena; guijarros, rocas, minerales, oro, plantas y árboles; con ellos vistió la tierra.
Habiendo creado estos mundos deseó: ‘Pueda yo crear tales criaturas que sean más en esos mundos’.
Por su mente entró en comunicación con la palabra; se sintió en preñez, creó los Todo-dioses; los colocó en las regiones”[3].

A través de estas antiguas ideas es como volvemos a un concepto de la Naturaleza, del cual nos habíamos separado largo tiempo atrás, cuando construíamos nuestra moderna civilización y es el de que la Naturaleza es ética. Creemos que nuestros códigos de ética pueden sólo provenir de la experiencia humana; puesto que somos hombres damos por sentado que el bien y el mal pueden sólo llegar a nuestro conocimiento enseñados por otros hombres que trataron de vivir rectamente y que sufrieron por vivir en forma desviada. Pero en antiguos tiempos, por ejemplo en Grecia, se consideraba a la Naturaleza como el maestro de lo que es bueno y malo. Afirmaban que los planetas se mueven como lo hacen, porque hay un impulso justo y otro impulso injusto en el movimiento de un planeta. Esta misma base moral en los fenómenos naturales la hallamos en un mito emocionante y sencillo de la India antigua.

No estaría de más que llegase aquí vuestra atención acerca de que el hindú antiguo lo mismo que el moderno tiene, respecto a lo que llamamos “mal”, una actitud que difiere en algo de lo que encontramos generalmente en el Oeste. La actitud corriente de la cristiandad es la de que, si existe un diablo, lo mismo que sea un diablo cósmico que miríadas de pequeños diablillos, todos ellos existen contra la voluntad de Dios y deben, por consiguiente, se destruidos. El hindú ve en el “mal” lo que los místicos llaman “el lado oscuro del bien”. Síguese de aquí que no debéis sorprenderos cuando los demonios funcionan al lado de los ángeles y de los hombres, ni tampoco cuando veis que el Señor de las criaturas, Dios mismo, está en perfectas relaciones de amistad con los demonios.

1º Los triples descendientes de Prajâpati, ángeles, hombres y demonios vivían como estudiantes con su padre Prajâpati.

Habiendo acabado sus estudios, dijéronle los ángeles: “Señor: decidnos algo”. Él les contestó con la sílaba “Da”. Dijo entonces: “¿Habéis comprendido?”. Ellos contestaron: “Hemos comprendido: nos dijiste, Dâmayata; dominaos”. Dijo Él: “Sí; habéis comprendido”.

2º Dijéronle entonces los hombres: “Señor, decidnos algo”. Él les contestó con la misma sílaba “Da”.

Dijo Él entonces: “¿Habéis comprendido?”, contestaron: “En verdad hemos comprendido, nos dijiste Datta; dad”. Dijo Él: “Sí; habéis comprendido”.

3º Dijéronle entonces los demonios: “Señor, decidnos algo”. Les dijo la misma sílaba “Da”. Dijo entonces: “¿Habéis comprendido?” Contestaron: “En verdad, hemos comprendido; nos dijiste Dayadhvam; sed generosos”. Dijo Él: “Sí; habéis comprendido”.

La voz divina del trueno repite la misma Da Da Da, es decir: dominaos, dad, sed generosos; por consiguiente que se divulgue esta tríada. “Autodominio; Ofrenda; Generosidad”.[4]
No me atrevo a asegurar cuál de los dos conceptos que nos presentan acerca de la naturaleza del trueno sea la más importante para nosotros como seres humanos; si el de la ciencia que nos dice que es una descarga eléctrica o el de los hindúes, quienes afirman que la voz del trueno nos dice que seamos fuertes en dominarnos, que seamos caritativos y bondadosos.

Hubo un tiempo en la historia del mundo en la que los hombres creyeron que la Naturaleza toda tenía un sentido ético, y en la que los elementos en su manifestación nos daban lecciones; el sol salía y después se ponía, no para su propio beneficio, sino para enseñarnos algo del misterio de Dios. Este concepto de la naturaleza ética de cuanto existe, lo encontramos vagamente vislumbrado en algunos poetas, entre ellos especialmente Wordworth, cuando, por ejemplo, habla de sus sentimientos y dice:

La más ínfima flor puede a mi ver
Despertar pensamientos harto profundos para las lágrimas.

En esto “las lágrimas en las cosas”; la sabiduría de las cosas sobre las que nos hablan los antiguos hindúes en algunos de sus magníficos himnos en alabanza de los fenómenos de la Naturaleza, en el Rig Veda, en alabanza del Sol visible que nos da calor y vida; del Sol oculto que nos impulsa a todos los hombres a desdoblar nuestra divina naturaleza interior, en alabanzas de los vientos, de las tempestades, del fuego, de los relámpagos, y en alabanza de ese admirable y exquisito ser Ushas, la Virgen Aurora. Nos hemos apartado tanto de la Naturaleza en los días actuales, que cuando leemos estos antiguos cantos, exclamamos que son sólo imaginaciones poéticas; y, sin embargo, me queda el recelo de que sean algo más que imaginación poética. Porque, ¿qué queremos decir con esta frase? Podremos pronunciarnos sobre ello cuando primero definamos qué es imaginación y qué es poesía. Tal vez entonces sabremos que cuando los sabios y los videntes miraban al Sol y recibían el influjo de su mística grandeza y percibían su fuerza poderosa actuando sobre ellos, tenían con su intuición una visión de una verdad mucho más profunda que la que cualquiera de los manuales de física o de astronomía pueden darnos al presente.

La Visión Divina de la Naturaleza se abre por varios cauces, pero de ellos escogeré sólo cuatro como representación de cuatro temperamentos, de cuatro avenidas por las cuales podemos acercarnos a tan magnífica visión.

Una es por la reverencia hacia la Naturaleza. Esta avenida de la adoración de la Naturaleza es, por decirlo así, la más antigua. Encontramos en todos los pueblos primitivos un sentimiento de algo misterioso en la Naturaleza que debe ser adorado. 
El salvaje que ignora que el trueno es una descarga eléctrica, adora al trueno, adora al volcán, aún ignorando cuál es la causa de la erupción; nada tiene que ver que, por el momento, desconozca las leyes de la Naturaleza; el punto capital en que fijarse es el de que el salvaje adopta una actitud de profunda reverencia; que se desposee de su personalidad, y que, aunque por corto tiempo, ve aquello que está fuera de sí mismo “como es”. Mira a la Naturaleza con miedo, pues, en verdad, la Naturaleza es aterradora. 

La Naturaleza es, sin duda, atemorizante; y no es cosa liviana, aún para el salvaje; desposeerse de la naturaleza salvaje y caer prosternado en adoración, ante algo que tan digno es de ser profundamente adorado. Pero no es sólo el salvaje quien reverencia la Naturaleza, ya que es característico en las más adelantadas civilizaciones que, cuanto mayor cultura alcanzaron los hombres, más fuertemente sienten, por intuición que en la Naturaleza vive el instinto de un Fuerte Poder, de una Fuerte Sabiduría. Los más elevados entre los hombres también adoran la Naturaleza. A pesar de que poseen un claro conocimiento científico de lo que la Naturaleza sea, cuando vitalizan la parte más alta de su naturaleza, comprenden que las rocas y la nubes tienen otro significado para ellos y que les impele a una máxima admiración. No creo que exista, en inglés, una expresión más brillante de la adoración de la Naturaleza que el poema de Tennyson “El más alto Panteísmo”, donde, escribiendo para el mundo moderno, trata de expresar cuál es el sentimiento de aquellos más evolucionados que han alcanzado su más completo desarrollo.

El sol, la luna, las estrellas, los mares, las colinas y los llanos
¿No son todas estas cosas, oh alma, la visión de Aquél que reina?
¿No es la visión Él, por más que Él no sea tal y como parece?
Los sueños son verdaderos mientras duran, y... ¿no vivimos en sueños?
La tierra, las sólidas estrellas, el peso del cuerpo y de sus miembros,
¿no son la señal y el símbolo de tu separación de Él?
Oscuro es el mundo para ti: tú mismo eres la razón del por qué;
Pues, ¿no es Él todo menos aquello que tiene el poder de sentir “yo soy yo”?

La gloria te rodea, la gloria está fuera de ti; y tú cumples tu destino
Trocándolo a Él en fragmentarios destellos y ahogando Su esplendor en lobreguez.
Háblale, pues, que Él te escucha y el Espíritu puede hallarse con el Espíritu.
Él está más junto a ti que el aliento y más cerca que las manos y los pies.
Dios es la ley, dicen los sabios; regocijémonos, oh Alma,
Que si Él truena por la ley, el trueno es todavía Su voz.
La ley es Dios, dicen algunos; y el ignorante: No hay Dios;
Y es que nuestro ingenio sólo alcanza a ver cómo el palo derecho se trunca al sumergirlo en la alberca;
Y el oído del hombre no alcanza a oír;
Y el ojo del hombre no acierta a ver;
Mas si alcanzáramos a ver y a oír, ¿no sería Él esta visión?

Y a lo largo de este sendero de la adoración de la Naturaleza, empieza uno a dar los primeros pasos en ese viaje hacia la gloriosa Divina Visión de la Naturaleza.
Hay una segunda avenida por la cual acercarnos y es el estudio de la Naturaleza, usando, por ejemplo, del estudio que pone hoy a nuestro alcance la ciencia moderna. Propendemos a creer que la ciencia nos privará de ese sentimiento de reverencia. Jamás podrá la ciencia privarnos de ese sentimiento de reverencia, siempre que la ciencia, en la cual nos apoyamos, posea el conocimiento verdadero y completo. Nunca la ciencia nos robará la fe. No puede existir conflicto entre la Fe y la Razón, aunque puede haber divergencias entre la fe y las razones. 

Presentad una razón y la ciencia se revela; presentadla justa, y la ciencia y lo más elevado del hombre empiezan a sentir ese sentimiento de reverencia. Ese es nuestro caso, el de los teósofos, quienes sentimos profundamente que, a medida que conquistamos más ancho campo de conocimiento en los varios departamentos de la ciencia, más amplia es la visión que tenemos de la Obra Divina. Para nosotros, toda visión de las ciencias en su moderno afán de llegar al conocimiento, es una ayuda para una más completa comprensión del poderoso evolucionar del universo. Lo mismo es la biología que la astronomía, la física que la química; sea cual fuere el estudio, si profundizáis en él lo bastante, llegaréis a la visión de la Mente Divina en su actividad.
Este es uno de los aspectos más hondamente inspiradores que nos trae el estudio de la Naturaleza y es que, al comprenderla, la comprensión de su vigoroso proceso nos lleva a una máxima reverencia. Permitidme que os cite la comprensión que de la Naturaleza tenía, hará de ello unos 70 años, Tomás Erskine, de Linlathen, un anciano escocés. No existía, en aquel tiempo, la centésima parte del conocimiento que tenemos actualmente de la Naturaleza, y, sin embargo, sin más recursos que los que la ciencia de entonces ofrecía, llegó a la admirable conclusión que vais a oír:

“Evidentemente nos encontramos en el centro de un proceso, y la lentitud del proceso de Dios en el mundo material nos prepara, o debe prepararnos, para algo parecido en el mundo moral; en forma tal que debemos permitirnos confiar en que Él, que ha usado edades sin cuento en la formación de un pedazo de arenisca roja, no habrá limitado a unos setenta años el perfeccionamiento del espíritu humano.

¡Qué prodigiosa lección nos da el examen de las rocas en la Naturaleza! Otra lección, en la cual ya se aprovecha la mayor expansión a que ha llegado la ciencia, la encontramos en los conocidos versos de W. H. Carruth, profesor de ciencia:

CADA UNO EN SU LENGUA

Un vapor ígneo y un planeta,
Un cristal y una célula,
Un pez viscoso y un saurio,
Y cavernas donde habiten los hombres trogloditas;
Luego un principio de orden y belleza,
Y una faz que se torna apartándose del terruño;
A esto llaman algunos Evolución
Y otros llaman a esto Dios

Neblina en el lejano horizonte,
El cielo suave e infinito,
El colorido rico y sazonado de los trigales
Y los patos silvestres cerniéndose en lo alto,
Y tanto en las tierras altas como en las bajas
El encanto de las candelarias
Unos llaman a esto Otoño
Y otros le llaman Dios

Cual vienen las mareas sobre la playa cóncava
Cuando apenas la luna nueva empieza a brillar,
Así vienen del místico océano
Que borbotean y azotan, en nuestros corazones;
Así vienen del místico océano
Cuyo borde no ha hollado pie jamás;
Y a esto hay quien llama Anhelos
Más otros llaman a esto Dios.

Un centinela que quedó helado cumpliendo con su deber
Una madre que muere de hambre por sus hijitos,
Sócrates que bebe la cicuta
Y Jesús sobre la cruz;
Y, así, millones de seres que humildes y anónimos
Se afanan en la senda dura y recta;
A esto llaman algunos Consagración,
Más otros llaman a esto Dios.

Ciertamente en estas palabras del poeta científico hallamos una revelación de la Naturaleza, cuando llegamos a ella con la más aguda y profunda inteligencia.
Otra posible visión de la Naturaleza es la que sentimos amándola.

Establezco la diferencia entre la reverencia y el amor por la Naturaleza, porque en la reverencia sentida hacia ella hay, como si dijéramos, una barrera entre el Hombre que adora y la Naturaleza que es adorada. Pero cuando llegamos al amor de la Naturaleza, siente el Hombre un deleite en su parentesco con el cielo, con las nubes y los animales; cada pequeña cosa en la Naturaleza habla de fraternidad, de ternura, de lo que siente un hermano menor por el mayor. Es este sentimiento de amor exquisito el que encontramos constantemente en Wordsworth. Aunque algunas veces resulta prosaico, y por algunos tildado de pesado, queda siempre en preeminente lugar entre los poetas ingleses porque, a través de todos sus poemas, hay una intensa confianza en la Naturaleza y algo, a manera de eslabón, que une a la Naturaleza con el hombre.
Fue Wordsworth quien, el primero, atisbó el sorprendente misterio de dos tipos de almas entre los hombres; el alma de los mares y el alma de las montañas. 

A medida que nos adentramos en la Naturaleza y aprendemos a amarla, llega a nosotros una impresión de completa hermandad como del niño hacia la madre, del hermano hacia la hermana, del amigo hacia el amigo y ello hace posible en nosotros una nueva visión, una Divina Visión de la Naturaleza.

Llegamos a la cuarta avenida por la cual acercarnos a la Visión Divina y es por el remodelado de la Naturaleza. ¿Me preguntarais que qué entiendo yo por el remodelado de la Naturaleza? ¿Cómo podremos remodelar la Naturaleza, ya que la Naturaleza es la Naturaleza y, tal vez, haya una Divinidad detrás de sus obras? ¿En qué forma puede el hombre, por consiguiente, remodelar la Naturaleza? Eso es precisamente lo que el hombre hace como artista. Cuando el hombre ha contemplado numerosas puestas de sol, con su naturaleza artística muy despierta y luego, bajo la inspiración de una puesta de sol especial, pinta un cuadro, no vierte en él la Naturaleza que ve o que vio y que, con mucha mayor exactitud podría reproducir una cámara fotográfica; y su creación en el cuadro, aunque reproduzca una puesta de sol de la Naturaleza que jamás es la misma ni un segundo, es la creación de una Naturaleza permanente que no cambia.

Es la misión del Artista, en cada departamento del Arte, sorprender lo transitorio y dejar reproducido el tipo permanente, el “Arquetipo” que Platón diría. Y, de ahí, que cuando pinta o compone o esculpe, o crea una danza o escribe un poema –la forma del arte en el cual se especializa no tiene importancia- remodela la Naturaleza. Permitidme que os explique la manera cómo la Naturaleza ha sido remodelada por un hombre: me refiero a Wagner y la manera cómo ha descrito la Naturaleza. Tomemos, para ejemplo, los murmullos de la selva de Sigfrido. En esos murmullos de la selva, no encontramos los murmullos de las selvas de todas partes: por eso, cuando el verano ha desaparecido con sus hojas, cuando el mundo está frío y helado, los murmullos de la selva, de Wagner, nos harán sentir nuevamente el verano; cuando nos compenetramos con la significación de la música-naturaleza de Wagner sentimos que él nos da la selva eterna, el eterno fuego o el agua eterna; cuando oímos el llamamiento de Donner y los vapores se esparcen a su alrededor y las “esencias elementales” del agua surgen presurosas en respuesta a la música, nos abrimos al aspecto de la Naturaleza que pudiéramos llamar permanente.

Artista es quien es capaz de remodelar la Naturaleza y ofrecernos aquello que dura eternamente perfecto e inseparable de nuestra vida imperecedera. Esto es lo que quiero decir al afirmar que la obra del artista es el remodelado de la Naturaleza.
Sea cual sea nuestro camino de acercamiento a la Naturaleza por adoración o por amor, por estudio o por remodelado, empezamos a descubrir en ella ciertos poderosos misterios, y, de entre éstos, uno que es fácil de descubrir es su formidable poder que algunas veces se nos presenta como brutal. Cuando Tennyson contempla la Naturaleza, la encuentra muy “solícita para el tipo” y muy cruel para el individuo. 

Ocurre a veces que cuando os encontráis en presencia de uno de los formidables aspectos de la Naturaleza –el Niágara, los Himalayas, un temporal en el mar- sentís que todo es poder, poder brutal ante el cual para nada cuenta el hombre. Pero trascended esta etapa y empezaréis a sentiros uno con ese poder. Sentiréis que el Niágara os habla de un poder de Niágara dentro de vosotros; que las grandes cordilleras os hablan de un poder y una paz semejante al suyo; el temporal del mar os explicará el misterio de vuestras propias tempestades de amor y desesperación. La Naturaleza liberta de nuestro interior el sentimiento de poder.

Al observar la Naturaleza a través de la visión de adoración, de estudio, o por cualquier otro medio por el cual tratemos de comprenderla de acuerdo con nuestro temperamento, empezamos a sentir el ritmo de la vida; el conocimiento de la Teosofía nos hace comprensible este ritmo de la vida; cómo llega la vida, se reviste de una forma, crece y, cuando ha alcanzado el límite de su desarrollo, se extingue para, pasado un tiempo marcado, volver de nuevo. Estas renovadas entradas y salidas de la vida nos indican algo de su gran ritmo, de los cíclicos procesos de las cosas; de cómo la Naturaleza tiene su ley cíclica y cómo los mismos ciclos, se encuentran en el hombre, ya que el ritmo es universal en todo. Un paso más y llegamos a la certeza de que ese ritmo no es mecánico, algo así como un hado triturador, sino una Danza de Vida, esa admirable Danza de Shiva el Destructor, el primer aspecto de Dios, del que nos habla la tradición hindú. Shiva, siendo el poderoso Destructor, sólo destruye para dar a la vida oportunidades de construir de nuevo. De ahí que nos revele Shiva el inmenso ritmo de la vida, en el que se contiene los elementos de júbilo, de expresión de creación y de liberación.

Por todos estos caminos empieza el hombre a sentir el misterio de la Naturaleza. Entonces “naturalmente” –y empleo este término deliberadamente ya que muestra el proceso lógico de cuanto es-, el hombre empieza a cambiar como ser humano viviente. Su primer cambio consistirá en la certeza de que la Naturaleza es algo lleno de vida, pues al mirar a las nubes, a los montes y a las olas no verá en ellos solamente la materia. Son vidas que se han ocultado indescriptiblemente en la materia. En los antiguos tiempos, en la India, decían los hombres, al mirar alborear el día: “Esta es Ushas, el alba niña”; eso sentirán hacia la Naturaleza aquellos que sigan la senda descrita. En todas sus manifestaciones percibirán esa misteriosa condición de vida.

A medida que su alma se vaya abriendo a esas salidas y puestas de sol, casi llegará a ver detrás de ellas la alegría de los ángeles; las miríadas de tallitos de hierba cuando el sol juega con ellos, las criaturas de la tierra y el aire, hasta las rocas que le rodean con su apariencia insensible, todo les traerá la sensación una misteriosa unidad de la vida. Y al haber recibido algo de la revelación del sentido de la vida, sentirán algo de su poder oculto. Creemos que sólo en los libros, los poemas y los Evangelios es donde podemos encontrar una explicación de lo que representamos para nosotros mismos; pero si no nos compenetramos con la Naturaleza, con la debida actitud en el corazón y la mente, las mismas luchas que observamos en la Naturaleza, entre la vida y la muerte, nos darán explicación de esos idénticos procesos de vida y muerte dentro de nuestros propios corazones. Siempre se mostrará la Naturaleza dispuesta a decirnos algo de nuestras ocultas posibilidades.

Voy a mencionar tres de los grandes poetas que tiene Inglaterra y veréis cómo ellos nos han ayudado a comprender algo de la Visión Divina de la Naturaleza. Con razón se ha dicho que:

“Wordsworth reunió la totalidad del mundo, del hombre y la Naturaleza en un nuevo lazo de vida emotiva; Keats reveló de nuevo la creación visible ataviada con una nueva Magia de belleza; Shelley veía por doquier el invisible espíritu del universo y aquellos que se sentían capaces de seguirle en su potente vuelo se encontraban cogidos en regiones más allá de la carne y hasta del tiempo y del espacio”.
No es una experiencia trivial acompañar a Shelley, mirar una nube y sentir la vida que está detrás de ella. Y precisamente lo que muchas gentes encuentran difícil en Shelley es que no aborda las cosas “tales como son”, sino que se concentra en las ideas divinas que están detrás de las cosas. La misma dificultad se presenta en la comprensión de la pintura de Watts y no está de más el recordar que habiéndosele hecho la observación de la dificultad que ofrecía su pintura, contestó: “Yo pinto ideas, no cosas”. Así, pues, cuando hayáis aprendido a mira más allá de las cosas y a poneros en comunicación con las ideas, empezaréis a sentir como vuestra la Visión Divina de la Naturaleza. Entonces se os presentará la Naturaleza de un modo nuevo y recibiréis de ella el mensaje completo de vida.

Hay también que dominar la Naturaleza. Dije más arriba que la Naturaleza es brutal; si nos consideramos como fragmentos infinitesimales de su proceso estamos perdidos. Dije también que el artista puede remodelar la Naturaleza. Tenemos que aprender el misterio de dominarla, de la misma manera que, al crear su música del Fuego, dominó Wagner, no sólo el fuego de nuestra Tierra, sino el de todo el Universo. Si miráis atentamente a Regent Street y Piccadilly en sus momentos de congestionamiento, tal vez os sintáis asqueados; pero si pintáis Regent Street o Piccadilly, los habréis visto “con los ojos más abiertos”, los habréis dominado transformándolos en su totalidad hasta fijarlos definitivamente en vuestro interior, no como sitios de sensualidad, superficialidad y lujuria, antes, por el contrario, como lugares admirables, tales como lo son, en efecto, en el Plan Divino. Tal sucede con el artista cuando compone, esculpe o crea alguna cosa, en una palabra. Entonces domina a la Naturaleza y, consiguientemente, se emancipa de su servidumbre.

El artista que conoce el profundo misterio de la creación, puede sentirse como uno de los Liberados en vida, y, como consecuencia, todo poderoso y gran Instructor que se haya liberado, es, forzosamente, un Artista. ¿Habéis reparado cuán intensamente artístico es Cristo en todas sus parábolas y en su manera de presentar las cosas? El poderoso fundador del Buddhismo era un poeta exquisito; tal vez desconocierais este aspecto del Señor Buddha como el gran poeta de Oriente, pero sus criaturas están llenas de versos compuestos por Él. Todos los Grandes Maestros son, en su esencia, artistas; de ahí que consideren creadores a los hombres, enseñándoles en su venida lo que nosotros llamamos su “camino”, llega el hombre a ser el sumo sacerdote de la Naturaleza.

¿Cómo poder describir la naturaleza de hombre que ha alcanzado la Visión Divina? Así como todo sacerdote humano que se ha consagrado a la Visión Divina es un mediador entre Dios y el Hombre sin que nada altere a qué Dios se ofrecen los sacrificios, de igual manera nos es posible a hombres y mujeres, como vosotros y yo, servir de intermediarios entre la Naturaleza y todos sus humildes representantes. 
Las rocas ansían fuertemente, como fuertemente ansía el hombre; las plantas tienen sus propias aspiraciones y la Naturaleza toda, que es la personificación de la Vida Divina, siente vagamente una aspiración hacia un gran Redentor. La planta está hambrienta de Él; cuanto para nosotros aparece sólo como materia, sueña en el día en que, liberado de esa materia, recibirá, en el concierto del Plan Divino, una completa encarnación en la Vida Divina. Cuando alguien ha descubierto en esa forma la visión de la Naturaleza, su vida se ha fundido tan completamente con ella, con la planta, con los árboles, que, lentamente, todas las cosas empiezan a sentir que él es su gran sacerdote y que hace llegar hasta Dios algo de sus deseos.

Culminando en lo admirable y lo exquisito, cuando paseamos por los campos y admiramos la Naturaleza, nos muestra la vida que las más pequeñas plantas y los animales más pequeños, y las nubes, se inquietan por sentir a través nuestro, desean hacernos su sacerdote máximo para que, en esa forma, puedan unirse a vosotros en vuestras ofrendas. Algo de esta condición de sumo sacerdote nos presenta Jacobo Stephens en su delicado poema “Las cosas pequeñas”.

¡Oh seres insignificantes que huís acobardados
y morís en silencio y desesperación
Menudos seres que lucháis y os malográis
y caéis en agua, tierra y aire.
Inofensivas alimañas todas, que sois asustadas y entrampadas,
Gazapos y ratones, oíd nuestra oración!
Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores,
Corderos, colorines y liebres,
Perdonadnos en nuestras deudas,
¡Oh insignificantes criaturas de la tierra!

El hombre que ama la Naturaleza puede pasear por los bosques y los prados y, aunque entristecido por tanto sufrimiento como el hombre ha infligido a los animales y por la fealdad con que ha deformado el aspecto exterior de la Naturaleza, puede hacerle llegar bendiciones que Dios derrama sobre ella. Este es uno de los grandes descubrimientos que reciben aquellos que aman la Naturaleza.

Aun existe otro sorprendente descubrimiento y es el saber que podéis ser los redentores de la humanidad. ¿Cuál es el alcance de esta palabra “redentor”? Puede significar muchas cosas; pero mi opinión es que su característica principal es la de que un redentor es aquel que liberta la humanidad del cautiverio. Esto es precisamente lo que hacéis en relación con vuestros semejantes cuando empezáis a buscar y a conseguir la Visión Divina. Porque, desde aquel momento, si sois un verdadero artista, si, como artistas, comprendéis los misterios íntimos del Arte, cuando creáis, creáis para los demás. Cuando un poeta, dando expresión a lo más dolorido de su ser, escribe un soneto, no sólo alivia su mal, sino el de millares de seres que lo leen después. Cuando un místico escribe un himno de devoción, hace que otros sientan en sí esa misma devoción. Cuando un músico portentoso, viviendo en sus concepciones abstractas, describe con su música cosas que rebasan la posibilidad de descripción, es como si nos cogiera por la mano y nos transportase a un nuevo mundo. En todo momento, quien ha vivido con la Naturaleza, es capaz de libertar a sus iguales, y, entonces, llega a vosotros la Naturaleza como una madre, como un hermano, como una hermana, como un amigo, y os conduce a vuestro Amado, ese Ideal que habéis levantado delante de vosotros mismos.

Comprendéis, entonces, que todo cuanto habéis realizado, todo cuanto habéis sentido por vuestro Amado, es para el hombre. Y quedáis admirados ante el hecho sorprendente de que cuando llegáis a dar forma a lo real, a la interna Naturaleza de las cosas como en el arte, no tiene consistencia la frase de “el arte por el arte”. Lo que conseguimos es siempre para beneficio del mundo, y como lo más allegado a vosotros es el hombre, por amor al hombre realizáis cuanto hacéis. Todos vuestros actos abren de par en par las puertas interiores por las que dais libertad al hombre, a la planta, al animal, al ángel. Este es uno de los grandes e indescriptibles regocijos que trae al hombre la Visión Divina de la Naturaleza. No es sólo el sumo sacerdote; es, al mismo tiempo, el guardián de la prisión, puesto que las llaves están en su mano y liberta a su antojo la Naturaleza Divina que existe en la roca, en la planta y en el animal.

De este modo, y etapa tras etapa, aquel que ha encontrado la Visión Divina asciende a la Divinidad. La vida se rodea de una felicidad inexplicable y toda felicidad es una experiencia que se nos confía para la felicidad de los demás; entonces, para él, una puesta de sol es una escritura sagrada, una sinfonía, un evangelio. ¿De qué otra manera puede él describir estas cosas indescriptibles, sino mediante la vida que trata de vivir?
Finalmente llega una experiencia que alcanza el que está en el umbral de la Divinidad. El poder de esa poderosa Naturaleza, de la cual somos insignificantes fragmentos, revierte hacia él, y él, que s sólo un fragmento, se compenetra con el todo, y la chispa se identifica con la Llama. Y así vosotros, aun siendo deleznables seres humanos, uncidos a la esclavitud de la muerte, podéis afirmaros y vivir, sin embargo, entre los hombres, alumbrándolos pasajeramente con el poder de la inmortalidad. ¿Puede ser esto posible? Pues esto es, precisamente, lo que sucede; y, como prueba, no puedo ilustrar mis afirmaciones de mejor manera que citándoos el poema de Jorge W. Russell (A. E..) donde, al describir la niñez de Apolo, nos dice lo que la Naturaleza le canta:

Ya el árbol de capullos amarillos, verdes y azules que se abren en la medianoche, a lo lejos derrama sus místicos perfumes sobre ti.

Ya las estrellas hundidas bajo las montañas y los valles su vida renuevan y las diminutas fontanas florecen en arco iris para ti.

Del mismo modo que vemos el sol, la luna y las estrellas sobre las aguas pasajeras, así se refleja el encanto de la vida en ti.

En el aire diamantino, el astro sol resplandeciente, arrojó a lo alto su alada radiación, toda su gloria enjoyada tenía para ti.

Y el fuego divino que arde en todas las cosas, que anhela volver a su hogar y descansar de nuevo, retorna de sus errantes extravíos, otra vez a ti.

Quien ha conseguido esa Visión de la Naturaleza suspira para elevar a su nivel a toda criatura de Dios. De ahí que todos cuanto aman la Naturaleza no pueden separarse del hombre: ansían que el hombre, que todos los hombres, sean liberados, y, cuantos aman la Naturaleza, ansían que sus inspiraciones lleguen a la ciudad, a sus bajos fondos, y conseguir que el poder creador de Dios, sentido en la actualidad tan débilmente por el hombre irrumpa en su plenitud en todos los días de su vida.
Cuán sorprendente es el misterio que la vida nos revela al enseñarnos que toda la majestad del mundo es nuestra, y que todas sus alegrías están, en cierto modo, ocultas en nosotros. La Naturaleza nos las ha dado a todos y, para encontrarlas, bastará con que busquemos la Visión Divina de la Naturaleza. Con la Visión Divina llega la unión con el Hombre, con Dios, con la Naturaleza y la realización de esa verdad, indescriptible de que Todo vuelve al Todo.

C. Jinarâjadâsa






[1] Conferencia dada el 15 de mayo de 1927 en “Queen’s Hall”, en Londres.
[2] Lay Semons, capítulo “Origen de las especies”.
[3] Shatapatha Brâhmana, VI, II S.B.E.
[4] Brihad Aranyaka Upanishad v.2 S.B.E.