viernes, 10 de mayo de 2019

LA EVOCACIÓN MÁGICA DE APOLONIO DE TYANA





UN CAPÍTULO DE ÉLIPHAS LEVI.1

TRADUCIDO POR LA SEÑORA BLAVATSKY

[Spiritual Scientist, Boston, Volumen III, 4 de noviembre de 1875, páginas 104-105]


Ya hemos dicho que en la Luz Astral las imágenes de personas y cosas se conservan. Es también en esta luz que pueden ser evocadas las formas de aquellos que ya no están en nuestro mundo, y es a través de esos medios que se efectúan los misterios de la nigromancia que son tan reales como son negados.
                Los Cabalistas, que han hablado del mundo de los espíritus, simplemente han relacionado lo que han visto en sus evocaciones.
                Eliphas Lévi Zahed (estos nombres hebreos traducidos son Alfonso Luis Constant), que escribe este libro, ha evocado y ha visto.
Digamos primero que los maestros han escrito sobre sus visiones o intuiciones en lo que han llamado la luz de gloria.

Leemos en el libro hebreo, La Revolución de las Almas 2, que hay almas de tres clases: las hijas de Adan, las hijas de los ángeles y las hijas del pecado. Hay también, de acuerdo con el mismo libro, tres clases de espíritus: espíritus cautivos, espíritus errantes, y espíritus libres. Las almas son enviadas en parejas. Hay, sin embargo, almas de hombres que nacen solas, y cuyas compañeras son mantenidas cautivas por Lilith y Naemah, las reinas de Strygis3; estas son las almas que tienen que hacer futuras expiaciones por su imprudencia, al asumir un voto de celibato. Por ejemplo, cuando un hombre renuncia desde la niñez al amor de la mujer, él hace a la esposa que estaba destinada para él la esclava de los demonios de la lujuria. Las almas crecen y se multiplican en el cielo así como los cuerpos en la tierra. Las almas inmaculadas son la prole de la unión de los ángeles.
Nada puede entrar en el Cielo, excepto aquello que es del cielo. Tras la muerte, entonces, el espíritu divino que animaba al hombre, regresa solo al Cielo, y abandona en la tierra y en la atmósfera dos cadáveres. Uno, terrenal y elemental, el otro, aéreo y sideral, el primero ya sin vida, el segundo aún animado por el movimiento universal del alma en el mundo (Luz Astral), pero destinado a morir gradualmente, absorbido por los poderes astrales que lo produjeron. El cadáver terrenal es visible: el otro es invisible a los ojos de los cuerpos vivos terrestres, y no pueden ser percibidos excepto por las influencias de la luz astral o translúcida, que comunica sus impresiones al sistema nervioso, y afecta así al órgano de la vista, como para hacerle ver las formas que se preservan, y las palabras que están escritas en el libro de la vida vital.

Cuando un hombre ha vivido bien, el cadáver astral o espíritu se evapora como un puro incienso, al remontarse hacia las regiones más altas; pero si un hombre ha vivido en el crimen, su cuerpo astral, que le mantiene prisionero, busca de nuevo el objeto de las pasiones y deseos para reanudar la trayectoria de su vida. Atormenta los sueños de jovencitas, se baña en el vapor de la sangre derramada, y planea sobre los lugares donde los placeres de su vida revoloteaban; observa continuamente los tesoros que poseyó y ocultó; se agota en infelices esfuerzos para fabricarse órganos materiales y vivir más. Pero las estrellas le atraen y le absorben, siente que su inteligencia se debilita, pierde gradualmente su memoria, todo su ser se disuelve... sus viejos vicios se le aparecen como encarnaciones, y le persiguen bajo monstruosas formas; le atacan y le devoran... El miserable infeliz así pierde sucesivamente todos los miembros que le servían en sus pecaminosos apetitos; entonces muere una segunda vez y para siempre, porque pierde entonces su personalidad y su memoria. Las almas, que están destinadas a vivir, pero que no han sido completamente purificadas, permanecen por un período de tiempo más corto o más largo cautivos en el cuerpo Astral, donde son refinados por la luz ódica que busca asimilarlos a sí misma y disolverlos. Es para librarse ellos mismos de este cuerpo que las almas que sufren a veces entran en los cuerpos de personas vivas, y permanecen allí un rato en un estado que los Cabalistas llaman Embrionario.

Estos son los fantasmas aéreos evocados por los nigromantes. Estas son las larvas, substancias muertas o moribundas, con las que uno se sitúa en relación, normalmente no pueden hablar excepto por los pitidos en nuestros oídos, producidos por los temblores nerviosos de los que ya he hablado, y normalmente sólo razonan al reflejarse en nuestros pensamientos o sueños.
Pero para ver estas extrañas formas uno debe ponerse en una condición excepcional, tomando parte inmediatamente del sueño y la muerte; es decir, uno debe magnetizarse a sí mismo y alcanzar un tipo de sonambulismo lúcido y despierto. La Necromancia, entonces, obtiene resultados reales, y las evocaciones de magia son capaces de producir apariciones verdaderas. Hemos dicho que en el gran agente mágico, que es la Luz Astral, se preservan todas las impresiones de las cosas, todas las imágenes formadas, ya sea por sus rayos o por sus reflejos; es en esta luz en la que se nos aparecen  nuestros sueños, es esta luz la que intoxica a los locos y barre su debilitado juicio en la persecución de los más fantásticos fantasmas. Para ver sin ilusiones en esta luz es necesario alejar los reflejos mediante un poderoso esfuerzo de voluntad y atraer a uno mismo sólo los rayos. Soñar despierto es ver en la Luz Astral, y las orgías del Sabbath de las brujas, descritos por tantos brujos en sus juicios criminales, no se les presentan de cualquier otra manera. A menudo los preparativos y las substancias empleadas para llegar a este resultado eran horribles, como hemos visto en los capítulos dedicados a los rituales; pero los resultados nunca eran dudosos. Cosas del aspecto más abominable, fantástico e imposible eran vistas, oídas y tocadas...

En la primavera del año 1854, fui a Londres para escapar de ciertos problemas familiares y dedicarme, sin interrupción, a la ciencia. Tenía cartas de presentación para eminentes personas interesadas en manifestaciones supernaturales. Vi a varias, y encontré en ellas, combinada con mucha educación, bastante indiferencia o frivolidad. Inmediatamente me pidieron milagros, como harían con un charlatán. Estaba un poco desanimado, para decir la verdad, lejos de estar dispuesto a iniciar a otros en los misterios de la magia ceremonial, siempre había temido por mí mismo las ilusiones y fatigas de la misma; además, estas ceremonias requerían materiales a la vez caros y difíciles de obtener juntos. Yo, por tanto, me zambullí en el estudio de la Alta Cábala, y no pensé más en los adeptos ingleses hasta que un día, entrando en mi alojamiento, encontré una nota con mi dirección. Esta nota contenía la mitad de una carta, cortada en dos, y sobre la que reconocí, inmediatamente, el carácter del Sello de Salomón y un pedazo muy pequeño de papel sobre el que estaba escrito lo siguiente con lápiz: “Mañana a las tres en punto, delante de la Abadía de Westminster, la otra mitad de la carta os será presentada.” Acudí a este singular encuentro. Un carruaje esperaba en el lugar. 

Yo llevaba en mi mano, con aparente indiferencia, mi mitad de la carta, se aproximó un sirviente, y abriendo la puerta del carruaje, me hizo una señal. En el carruaje había una dama de negro cuyo sombrero estaba cubierto por un velo muy grueso; ella me indicó por señas que tomara asiento a su lado, a la vez que me mostraba la otra mitad de la carta que yo había recibido. El lacayo cerró la puerta, el carruaje echó a andar, y la dama habiéndose levantado el velo percibí a una persona cuyos ojos eran brillantes y extremadamente penetrantes en su expresión. “Señor”, me dijo, con un acento inglés muy marcado, “sé que la ley del secreto es muy fuerte entre los adeptos; un amigo de Sir Bullwer Lytton, que os ha visto, sabe qué experimentos se os han pedido, y que vosotros habéis rehusado satisfacer su curiosidad. Quizás no teníais las cosas necesarias, os deseo mostrar un gabinete completo de magia, pero os demando de antemano el más inviolable secreto. Si no hacéis esta promesa por vuestro honor ordenaré al cochero que os lleve a vuestra casa.” Prometí lo que se me requería, y demuestro mi fidelidad al no mencionar ni el nombre, ni las características, ni la residencia de esta dama, que pronto reconocí como una iniciada, no precisamente de primer grado, sino de uno muy alto. Tuvimos varias largas conversaciones, en el curso de las cuales ella insistía constantemente en la necesidad de experimentos prácticos para completar la iniciación. Ella me mostró una colección de trajes e instrumentos mágicos, incluso me prestó algunos libros curiosos que yo necesitaba; en breve, ella decidió probar en su casa el experimento de una evocación completa, para la que me preparé durante veintiún días, mediante la observación escrupulosa de las prácticas indicadas en el capítulo XIII del “Ritual.”

Todo estaba listo el 24 de julio, nuestra intención era evocar el fantasma del divino Apolonio e interrogarle sobre dos secretos, de los cuales uno me concernía a mí, y el otro le interesaba a la dama. Al principio su intención era asistir a la evocación, con un íntimo amigo; pero en el último momento le falló el coraje, y como tres personas o una son estrictamente requeridas para los ritos mágicos, me quedé solo. El gabinete preparado para la evocación estaba dispuesto en la torre pequeña, cuatro espejos cóncavos estaban adecuadamente dispuestos, y había una especie de altar, cuya parte superior de mármol blanco estaba rodeada por una cadena de hierro magnetizado. Sobre el mármol blanco estaba tallado y dorado el signo del pentagrama, y el mismo signo estaba trazado en diferentes colores sobre una piel de cordero blanca y fresca, que estaba extendida sobre el altar. En el centro del bloque de mármol, había un pequeño brasero de cobre, que contenía carbón de olmo y madera de laurel; otro brasero estaba situado ante mí, sobre un trípode. Yo estaba vestido con una toga blanca, algo parecida a aquellas usadas por nuestros sacerdotes católicos, pero más larga y más detallada, y llevaba sobre mi cabeza una corona de hojas de verbena entrelazadas en una cadena de oro. En una mano sostenía una espada desnuda, y en la otra el Ritual. Encendí los dos fuegos, con las sustancias requeridas y preparadas, y comencé al principio en voz baja, para ir subiéndola gradualmente, las invocaciones del Ritual. 

El humo se extendía, la llama parpadeaba y hacía bailar todos los objetos que iluminaba, de repente se apagó. El humo ascendía blanco y lento desde el altar de mármol. Parecía como si hubiera detectado un pequeño temblor de un terremoto, mis oídos pitaban y mi corazón palpitaba rápidamente. Añadí algunas ramillas y perfumes al brasero, y cuando la llama ascendió, vi claramente, ante el altar, una figura humana, más grande que el tamaño normal, que se descomponía y se fundía. Recomencé las evocaciones y me situé dentro de un círculo que había trazado antes de la ceremonia entre el altar y el trípode; vi entonces el disco de espejos delante de mí, y que estaba detrás del altar iluminándose gradualmente, y una blanquecina forma se desarrollaba, creciendo y pareciendo aproximarse, poco a poco, llamé tres veces a Apolonio, a la vez que cerraba los ojos, y cuando los abrí de nuevo, había un hombre delante de mí, completamente envuelto en un sudario, que me parecía más gris que blanco; su cara era fina, triste y sin barba, que no parecía comunicarme la idea que me había formado previamente de Apolonio. 

Experimenté una sensación de extraordinario frío, y cuando abrí la boca para preguntar al fantasma, me fue imposible articular sonido. Entonces puse mi mano sobre el signo del Pentagrama, y dirigí hacia él la punta de la espada, ordenándole mentalmente con esa señal, que no me asustara sino que me obedeciera. Entonces la forma se tornó confusa, y de repente desapareció. La ordené reaparecer; entonces la sentí pasar a mi lado, como un suspiro, y algo tocó la mano en la que sostenía la espada, sentí mi brazo rígido inmediatamente, así como el hombro. Pensé que entendía que esta espada ofendía al espíritu, y la clavé en el círculo cerca de mí. La figura humana reapareció entonces, pero sentí una debilidad tal en mis miembros, y tal cansancio apoderarse de mí, que andé un par de pasos para sentarme. Tan pronto como estuve en mi silla, caí en un profundo sueño, acompañado de sueños, de los cuales, al volver en mí, sólo tenía un vago y confuso recuerdo. Durante varios días mi brazo estuvo rígido y dolorido. La aparición no me había hablado, pero parecía que las preguntas que había deseado preguntarle, se habían contestado ellas mismas en mi mente. A la de la dama, una voz interior me contestó “’¡Muerto!” (concernía a un hombre del que ella deseaba tener alguna información). Y en lo que concernía a lo que yo quería saber, si la reconciliación y perdón sería posible entre dos personas, en las que pensé, el mismo eco interior despiadadamente contestó “¡Muertos!”

Relato estos dos hechos exactamente como sucedieron, no forzándolos sobre la fe de nadie. 
El efecto de este primer experimento sobre mí, fue algo inexplicable, no volví a ser el mismo hombre...
Repetí dos veces en el transcurso de los días siguientes, el mismo experimento. El resultado de estas otras dos evocaciones, fue la revelación de dos secretos cabalísticos, que podrían, si fueran conocidos por todos, cambiar a corto plazo los cimientos y leyes de la sociedad entera... no explicaré mediante qué leyes fisiológicas, ví y toqué; simplemente afirmo que vi y toqué, que vi clara y distintamente, sin soñar y que eso es suficiente para demostrar la eficacia de las ceremonias mágicas...
No acabaré este capítulo sin notar la curiosa creencia de ciertos Cabalistas, que distinguen la muerte aparente de la real, y creen que raramente suceden simultáneamente. De acuerdo a su historia, la mayor parte de las personas enterradas están vivas, y muchas otras, que creemos que viven, están en realidad muertas. Locura incurable, por ejemplo, sería, de acuerdo con ellos, una incompleta pero real muerte, que deja el cuerpo terrenal bajo el exclusivo control del cuerpo astral o sideral. 
Cuando el alma humana experimenta un trauma demasiado violento para soportarlo, se separa del cuerpo y deja en su lugar el alma animal, o en otras palabras; el cuerpo astral, que hace del despojo humano algo en un sentido menos vivo que incluso un animal. Las personas muertas de esta clase pueden ser fácilmente reconocidas por la completa extinción de los sentidos emocionales y morales; no son malos, no son buenos; están muertos. Estos seres, que son las setas venenosas de la especie humana, absorben tanto como pueden la vitalidad de los vivos, eso es por lo que su cercanía paraliza el alma y envía un escalofrío al corazón. Estos seres cadavéricos demuestran todo lo que ha sido dicho de los vampiros, esas espantosas criaturas que se levantan por la noche y beben la sangre de los cuerpos sanos de personas que duermen. ¿No hay algunos seres en cuya presencia uno se siente menos inteligente, menos bueno, a menudo incluso menos honesto? ¿No apaga su cercanía toda la fe y el entusiasmo, y no os atan a ellos mediante vuestras debilidades, y os esclavizan mediante vuestras inclinaciones malvadas, y os hacen perder gradualmente todo el sentido moral en una tortura constante?

COMENTARIOS EXPLICATORIOS

Se sabe tan poco en los tiempos modernos de la Antigua Magia, su significado, capacidades, literatura, adeptos y resultados, que no puedo permitir que lo que precede salga sin unas palabras de explicación. Las ceremonias y parafernalia tan exactamente descritas por Lévi, están calculadas y se hicieron con la intención de engañar al lector superficial. Forzado por un irresistible impulso a escribir lo que sabía, pero temiendo ser peligrosamente explícito, en este ejemplo, como en cualquier lugar por todos sus trabajos, él magnifica detalles sin importancia y miente sobre cosas de mayor importancia. El verdadero Cabalista Oriental no necesita preparación, ni disfraces, aparatos, coronas o armas guerreras: estos pertenecen a la Cábala Judía, que tiene la misma relación con su prototipo simple Caldeo como las ceremoniosas observancias de la Iglesia Católica Romana con la sencilla adoración de Cristo y sus Apóstoles. En las manos del verdadero adepto de Oriente, una simple vara de bambú con siete nudos, complementada con su inefable sabiduría e indómita fuerza de voluntad, es suficiente para evocar espíritus y producir los milagros autentificados por el testimonio de una multitud de testigos sin prejuicios. 

En esta sesión de Lévi, al aparecerse el fantasma, el audaz investigador vio y oyó cosas, que en su relato de la primera prueba, son completamente suprimidas, y en el de las otras simplemente insinuadas. Sé esto de autoridades que no pueden ser cuestionadas.
Suponed que los críticos de poca monta del Banner y del “ir-Religio”, que, cada semana se ocupan de disparar sus pequeñas pistolas de juguete a los Espíritus Elementales evocados en su literatura por el coronel Olcott y yo misma, intentaran alguna de las más simples ceremonias dadas a los neófitos, para afilar sus dientes de sabiduría con ellas, antes de asumir divertir e instruir al mundo con su ingenio y sabiduría. Disparad a lo lejos, buenos amigos, os divertís vosotros mismos y no herís a nadie más.



NOTAS:
1.- [Capítulo XII de su Dogme et ritual de la Hautre Magie, páginas 276-292, de la 6ª edición. Paris 1920.- Compilador]
2.- Se hace aquí referencia al Commentarius in librum Zeniutha. Tractatus de revolutionibus animarum, de Isaac ben Solomon Loria, que puede ser encontrado en el segundo volumen de la Kabbala Denudata de Knorr von Rosenroth, etc.; el primer volumen de este trabajo apareció en Sulzbach, y el segundo en Frankfurt.
3.- Una palabra aplicada por los Valaginianos y los Orientales a un cierto tipo de espíritu elemental poco evolucionado.- Ed [H.P.B.]


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