sábado, 24 de noviembre de 2018

Sabiduría Antigua (Parte II)



El hombre posee el vodg (Nous) o inteligencia real, el soloy (Logos) o parte racional y el akoyoc (alogos) o parte irracional; las dos primeras forman cada una Triada nueva, y presentan así la división septenaria más elaborada. El hombre era considerado también como poseedor de tres vehículos: el cuerpo físico, el cuerpo sutil y el cuerpo cruciforme o auyoelong (Augoeides), que “es el cuerpo causal o vestido Kármico del alma, donde se acumula su destino, o mas bien todos los gérmenes de la causalidad pasada. 

 Esta es aquí el “alma hilo”, como se le llama a veces, el cuerpo que pasa de encarnación en encarnación”. (Ibíd., Pág. 284.) En cuanto a la reencarnación: “de acuerdo con todos los adeptos a los misterios en todos los países, los órficos creían en ella”. (Ibíd., Pág. 292.) Mr. Mead cita en apoyo de su aserto numerosos testimonios y demuestra que Platón, Empédocles, Pitágoras y otros enseñaron tal doctrina. Únicamente por la virtud podían los hombres ligarse de la “Rueda de las vidas”. Taylor, en las notas a sus “Obras Selectas de Plotino”, cita un pasaje de Damascio a propósito de las enseñanzas de Platón sobre lo que hay más allá del Uno, la Existencia In-manifestada: “Parece, en verdad, que Platón nos lleva inefablemente a través del Uno como intermediario hasta lo Inefable más allá del Uno, que es actual objeto de nuestra discusión. 
 Llega por una ablación del Uno, como llega al Uno por una ablación de las demás cosas... Lo que está más allá del Uno debe honrarse con perfectísimo silencio... 

El Uno, en verdad, quiere existir por sí mismo sin ningún otro. Pero lo Desconocido más allá del Uno es absolutamente inefable, y confesamos que no podemos conocerle ni ignorarle, aunque está recubierto por nosotros de un velo de súper ignorancia. Por consecuencia, estando próximo de Eso, el Uno está por sí obscurecido: pues estando próximo del principio inmenso, si se me permite decirlo así, está en cierto modo en el santuario de ese silencio verdaderamente místico... El principio está por encima del Uno y de todas las cosas, porque es más sencillo que cada uno de ellos” (páginas 341 – 343). 

Las escuelas pitagóricas, platónica y neoplatónica tienen tantos puntos de contacto con el pensamiento indo y budista que es evidente su derivación de una fuente única. R. Garbe, en su obra Die Samkhya Philosophie (III. Págs. 85-105) señala esos puntos, y su opinión puede resumirse así: Lo más sorprendente es la semejanza __o mejor dicho, la identidad— de la doctrina del Uno o del Único en los Upanishads y en la escuela de Elea. 

La doctrina de Xenófanes sobre la unidad de Dios y del Cosmos y sobre la inmutabilidad del Único, y más aún la de Parménides, que consideraba la realidad como atributo exclusivo del Único increado, indestructible y omnipotente, mientras que todo lo que es múltiple y está sujeto a cambio sólo es apariencia, y enseña además que ser y pensar no son sino una misma cosa; semejantes doctrinas son completamente idénticas a la enseñanza esencial de los Upanishads y a la filosofía Vedanta de donde se derivan. 

 En época más remota todavía, la opinión de Tales, de que todo lo existente ha salido del agua, se parece sorprendentemente a la doctrina védica, según la cual el universo salió del seno de las aguas. Más tarde Anaximandro adoptó como origen de todas las cosas una Substancia eterna, infinita e indefinida de donde proceden todas las substancias definidas y a la que vuelven; hipótesis idéntica a la que se encuentra en el fondo de la filosofía Sankhya, a saber, la Prakriti, fuera de la cual se desarrolla todo el aspecto material del Universo. Y la frase célebre expresa la opinión característica de la doctrina Sankhya de que todas las cosas se modifican continuamente, sin cesar, bajo la actividad incesante de las tres gunas. Empédocles, a su vez, enseño un sistema de trasmigración y evolución idéntico en suma al Sankhya, y así su teoría de que nada puede venir a la existencia si de antemano no existe, presenta una identidad aun más estrecha con una de las doctrinas características de la citada filosofía. 

 Las doctrinas de Anaxágoras y de Demócrito están en muchísimos puntos en íntima conformidad con las doctrinas indas, especialmente las ideas del segundo sobre la naturaleza y el papel de los dioses. Lo mismo puede decirse de Epicuro, sobre todo respecto de algunos detalles. Pero sobre todo en las doctrinas de Pitágoras encontramos más íntima y frecuente identidad en la enseñanza y en la argumentación, y la tradición explica esas analogías diciendo que el mismo Pitágoras visitó la India y aprendió en ella su filosofía. En tiempos más recientes vemos que algunas ideas notoriamente sankhyas y budistas juegan un papel preponderante en el pensamiento gnóstico. 

 El extracto siguiente de Lausen, citado por Garbe (Pág. 97), nos ofrece un ejemplo: “El budismo, en general, establece una distinción clarísima entre el Espíritu y la Luz, no considerando a esta última como inmaterial. Sin embargo, se encuentra también en esta religión una enseñanza que se aproxima mucho a la doctrina gnóstica. Según esa enseñanza, la Luz es la manifestación del Espíritu en la materia, en la que la Luz puede aminorarse y totalmente obscurecerse. En este último caso la Inteligencia acaba por caer en completa inconsciencia. De la Suprema Inteligencia se dice que no es Luz ni No-luz, ni Obscuridad ni No-obscuridad, puesto que todas esas expresiones indican relaciones entre la Inteligencia y la Luz, relaciones que no existen desde el origen; y únicamente cuando más tarde la Luz envuelve a la Inteligencia, le sirve de intermediaria en sus relaciones con la Materia. Síguese de ahí que la Teoría budista atribuye a la Suprema Inteligencia el poder de engendrar la Luz fuera de sí, y en esto están también de acuerdo el budismo y el gnosticismo.” Garbe observa aquí, que la concordancia entre los puntos examinados del gnosticismo con los de la filosofía Sankhya, es más completa todavía que con el budismo. 

 Así, mientras esa manera de ver las relaciones entre la Luz y el Espíritu pertenece a una fase muy reciente del budismo, y no forma el carácter esencial del mismo, la filosofía Sankhya, por el contrario, enseña con precisión y claridad que el Espíritu es Luz. Más recientemente aún, la influencia del pensamiento Sankhya se encuentra claramente notada en los neoplatónicos, hasta el punto de que la doctrina del Logos o del Verbo, aunque no de origen Sankhya, revela en sus detalles que fue tomada de la India, donde tan preponderante papel en el sistema brahmánico desempeña la concepción de Vach, el Verbo divino. Pasando a la religión cristiana, contemporánea de los sistemas gnóstico y neoplatónico, encontraremos sin esfuerzo la mayoría de las básicas enseñanzas que nos son familiares. El triple Logos aparece en la Trinidad. El primer Logos, fuente de toda vida, es el Padre; el segundo, dualístico, es el Hijo, el Dios-hombre; y el tercero, la Inteligencia creadora, él es Espíritu Santo, que al moverse en las aguas del caos da existencia a los mundos. Luego vienen los “siete espíritus de Dios” y las cohortes de ángeles y arcángeles. 

 Es indiscutible la Existencia Una de donde todo procede y a donde todo vuelve, cuya naturaleza nadie puede descubrir. Pero los grandes doctores de la iglesia católica postulan siempre la insondable Divinidad incomprensible, infinita, y, por lo tanto, necesariamente Una e indivisible. El hombre está hecho a “imagen de Dios”. Es, pues, triple en su naturaleza: espíritu, alma y cuerpo. Es la morada de Dios, el templo de Dios, el templo del Espíritu Santo; frases que son eco fiel de la enseñanza inda. 

 En el Nuevo Testamento la doctrina de la reencarnación está más fácilmente admitida que claramente enseñada. Así, Jesús, al hablar de San Juan Bautista, declara que es Elías “que debe venir”, haciendo alusión a las palabras de Malaquias: “Yo os enviaré a Elías el profeta”. Y más adelante, en otro lugar, a una pregunta acerca de que la venida de Elías había de preceder a la del Mesías, contesta: “Elías ha venido ya y ellos no le han conocido”. Vemos a los discípulos sobrentender una vez más la reencarnación cuando preguntan si un hombre nace ciego en castigo de sus pecados, Jesús, en su respuesta, no rechaza la posibilidad del pecado prenatal; se contenta con no considerarlo como causa de la ceguera en aquel caso. La frase tan notable del Apocalipsis (III. 12): “A quien venciere, le haré columna en el Templo de mi Dios, y no saldrá jamás fuera”, se ha considerado como significativa de la liberación de la reencarnación. 

 Los escritos de algunos Padres de la Iglesia abogan con mucha claridad a favor de una corriente creencia en la reencarnación. Algunos pretenden que enseñan únicamente la preexistencia del alma; pero semejante opinión no me parece corroborada por los textos. La unidad de enseñanza moral no es menos sorprendente que la identidad de las concepciones del universo y los testimonios de todos los que, fuera de su prisión de carne, llegan a la libertad de las esperas superiores. Es claro que ese cuerpo de enseñanza primordial fue confiado a guardas inteligentes que lo enseñaron en las escuelas y formaron los discípulos. La identidad de esas escuelas y su disciplina se evidencia al estudiar su enseñanza moral, las condiciones impuestas a los discípulos y los estados mentales y morales a que llegaban. En el Tao Teh Ching encontramos una distinción mordaz entre las diversas categorías de estudiantes: “Los estudiantes de la clase más elevada, cuando oyen hablar del Tao, lo practican sinceramente. 

 Los de la clase media, tanto parecen seguirle como abandonarle; y los estudiantes de la clase inferior, cuando oyen hablar de él, se ríen grandemente.” (S. B. of East, XXXIX. Op. cit. XLI-i). En el mismo leemos: El sabio pone su propia persona la última, hallándola, sin embargo, la primera. La trata como extraña, y sin embargo la preserva. ¿No es por carencia de fin personal y privado por lo que tales fines se realizan? (VIII. 2.). Está desprovisto de vanidad y por eso brilla; no tiene presunción y por eso se le distingue; no se vanagloria y se le reconoce mérito; no se muestra suficiente y por eso adquiere superioridad; y porque está libre de toda lucha, nadie puede luchar contra él. (XXII.2.) No hay crimen mayor que alimentar la ambición; ni calamidad más grande que estar descontento de la propia suerte; ni falta más gravísima que el deseo de obtener. (XLVI.2.) Para los que son buenos (conmigo), soy bueno, y también para los que no lo son; así (todos), por ser sinceros. (XLIX.I.) 

 El que posee abundantemente todos los atributos (del Tao) aseméjase a un niño. Los insectos venenosos no le morderán, las fieras no le acometerán y las aves de rapiña no le tocarán. (LV.I.). Tengo tres cosas preciosas que estimo y guardo con el mayor cuidado. La primera es la dulzura; la segunda, la economía; y la tercera, no codiciar lo de otro... La dulzura está segura de vencer aún en el combate, manteniéndose con firmeza. El cielo salvará al que la posee, pues (precisamente) su dulzura le protegerá (LXVII.2-4.) En los indos había discípulos escogidos, considerados como dignos de instrucción especial, a quienes el “Gurú” transmitía la enseñanza secreta, mientras que las reglas generales de la vida moral pueden recopilarse en las Leyes de Manu. Los Upanishads, el Mahabharata y muchos otros tratados: “Que se diga lo que es verdad y lo que agrada; que no se profiera ni verdad desagradable ni falsedad agradable: tal es la ley eterna. (Manu, IV. i38.) No haciendo mal a ningún ser se acumulan poco a poco méritos espirituales (IV.238.) 
 Para ese hombre dos veces nacido que no ocasiona el menor daño a los demás seres creados, no habrá daño alguno (de ninguna parte) el día en que se liberte de su cuerpo. (VI.40.) Aquel que sufre con paciencia las injurias, no insulta a nadie ni se hace a consecuencia de su cuerpo (perecedero) enemigo de ninguno. El que no responde con cólera a la cólera, con su pensamiento fijo en el Yo buscando en el Yo su refugio, purificados por el fuego de la sabiduría, muchos entran en mi Ser. (Bhagavad Gita, IV. io) 

 El supremo gozo para el yogui, cuyo manas (la inteligencia) está en calma, cuya naturaleza pasional está apaciguada, es estar sin pecado y ser como un Brahman. (VI.27.). El hombre que no tiene resentimientos con ningún ser, el hombre amigo y compasivo, sin apegos, sin egoísmos, equilibrado en el placer y en el dolor, amante de perdón, que siempre está atento, es armonioso, y dueño de sí. Y el que ha consagrado su pensamiento (manas) y su corazón (buddhi), ese amigo mío, me es querido en verdad.” (XII. 13-14.) Pasemos a Buda. Le encontramos rodeado de arhats a quienes transmite enseñanzas secretas. Su doctrina pública nos enseña que: El sabio, por la sinceridad, la virtud y la pureza, se transforma en una isla que marea alguna puede sepultar. (Udanavarga, IV. 5) El sabio en este mundo conserva preciosamente la fe y la sabiduría, que son sus grandes tesoros, y rechaza toda otra riqueza. (X.9.) Quien alimente rencor contra los que le quieren mal, jamás podrá ser puro; y en cambio, quien no lo alimenta, pacifica a los que le odian. Como el odio es fuente de miseria para la humanidad, el sabio no conoce el odio. (XIII.12.). Triunfad de la ira no encolerizándonos, triunfad del mal por el bien, triunfad de la mentira por la verdad (XX.18.) 

 El Zoroastrismo enseña a loar a Ahura-Mazda. Dice: “¿Lo hermosísimo, lo puro, lo inmortal, lo brillante, todo esto es bueno. Honremos al espíritu bueno, al reino bueno, la ley buena, y la buena sabiduría. (Yasna, XXXVII.) Que el contento, la bendición, la inocencia y la sabiduría de los puros descienda a este lugar. (Ibíd., LIX.) La pureza es el mejor bien. Los dichosos son los más puros en pureza (Ashem vohu.) Todos los buenos pensamientos, las buenas palabras, las buenas acciones se realizan con conocimiento. Todos los malos pensamientos, las malas palabras, y las malas acciones se realizan sin conocimiento. (Mispa Kumata.)” (Extractos del Avesta en Ancient Iranian and Azoroastrian Morals, por Dhunjibhoy Jamsetji Medhora.) Los hebreos tuvieron sus “escuelas de profetas” y en su Cábala y obras exotéricas encontramos las enseñanzas morales aceptadas: “¿Quién subirá la cuesta del Señor y se mantendrá en su santo lugar? El que tenga limpios el corazón y las manos, el que no esté henchido de vanidad ni jure en falso (PS. XXIV.3, 4.) ¿Qué exige de ti el Señor, sino obrar justamente, ser misericordioso e ir humildemente con tu Dios? (Mich VI.8.) Los labios de la verdad se afirmarán para siempre, pero una lengua embustera sólo durará un instante. (Prov. XII. 19.) ¿Por ventura no es ésta la abstinencia que escogí? : rompe las ataduras de impiedad, desata los pesados haces, despacha libres a aquellos que están quebrantados y quebranta todo yugo. Parte con el hambriento tu pan y a los pobres y peregrinos mételos en tu casa; cuando vieres al desnudo cúbrelo y no desperdicies su carne (Is. LVIII. 6,7.)” 

 También el maestro cristiano tenía enseñanzas secretas para los discípulos y les hacia esta recomendación: “No arrojéis a los perros lo que es sagrado, ni echéis margaritas a los puercos.” (Mat.VII.6.) Para la enseñanza pública podemos tomar las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña así como los siguientes preceptos: “Más yo os digo: Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen, y rogad por los que os persiguen y calumnian... Sed, pues, perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto. (Mat.V. 44, 48.) El que halle su alma la perderá, y el que perdiere su alma por mí la hallará. (X.39.). Cualquiera, pues, que se humillare como este niño éste es el mayor en el reino de los cielos. (XVIII.4.) Mas el fruto del espíritu es: caridad, gozo, paz, paciencia benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad. Contra esas cosas no hay ley. (Galátas. V.22, 23.) Amaos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios y quien ama nace de Dios y le conoce. (Juan, IV.7.) 

 La escuela de Pitágoras y la de los neoplatónicos perpetuaron la tradición en Grecia. Sabemos que Pitágoras adquirió parte de su saber en la India, así como Platón estudió y fue iniciado en las escuelas de Egipto. De las escuelas griegas tenemos informaciones muy precisas, más que de otra alguna de la antigüedad. La de Pitágoras tenía discípulos juramentados de una parte, y de otra una disciplina externa. El círculo interior pasaba por tres grados en cinco años de prueba. (Para más detalles, véase Orpheus, de G. R S. Mead, Págs. 263 y siguientes) La disciplina externa se describe así: “Es menester ante todo entregarnos a Dios por completo. Cuando un hombre reza, no debe pedir ningún beneficio particular, plenamente convencido de que recibirá lo que es justo y conveniente, según la sabiduría divina y no según el interés egoísta de sus deseos. (Diod. Sic. IX.4i.) Únicamente por su virtud llega el hombre a la bienaventuranza, y esto es privilegio exclusivo del ser racional. (Hippodamo, De Felicitate, II.284) En sí, por su propia naturaleza, el hombre no es bueno ni dichoso, pero puede serlo por la enseñanza de la verdadera doctrina (mathesios cai pronaias potideetai). (Hippo. Ibid.) El deber más sagrado es la piedad filial. “Dios derrama sus bendiciones sobre quien honra y reverencia al autor de sus días”, dice Pampelus. (De Parentibus, Orelli. Op. Cit., II.345.) La ingratitud con los padres es el mayor y más abominable crimen, escribe Perictiona (Ibid, 350), que se supone fue la madre de Platón. 

 La pureza y delicadeza de todas las obras pitagóricas eran notables. (Oelian, Hist., Var. XIV.19) En lo que respecta a la castidad y al matrimonio sus principios son de absoluta pureza. Al mismo tiempo, el gran maestro recomienda la castidad y la continencia, pero pide que los casados engendren antes de entregarse al celibato absoluto, a fin de que los hijos se procreen en condiciones de perpetuar la vida santa y la transmisión de la ciencia sagrada. (Jámblico, Vit. Pythag.; y Hierocles AP. Stob. Serm. XLV.14.) Esto es en extremo interesante, porque encontramos la misma recomendación en el Manava Dharma Sastra, el famoso código indo... El adulterio se condenaba con gran severidad. (Jámb., Ibid.) Se prevenía además al marido que tratase a la mujer con extrema dulzura, porque la había tomado por compañera ante los dioses. (Véase Lascaulz. Zur Geschichte der Ehe bei den Griechen en las MEM. de l´Acad. De Baviere, VII.107 y siguientes). El matrimonio no era unión animal, sino lazos espirituales. Por eso, a su vez, la mujer debía amar al esposo más que a sí misma y obedecerle en todo. Es interesante hacer notar que los mejores caracteres de mujer que nos presenta la Grecia antigua, fueron formados en la escuela de Pitágoras, los mismos que los del hombre. Los autores antiguos dicen que esta disciplina logró formar, no sólo mejores ejemplos de castidad de pureza y de sentimiento, sino también de sencillez de modales, perfecta delicadeza y gusto sin precedentes para las cosas más serias. Esto está admitido hasta por los autores cristianos. (Véase Justino, XX.4...) Entre los miembros de la escuela, la idea de justicia presidía todas las acciones, observaban la más estricta tolerancia y la más perfecta compasión en sus mutuas relaciones; porque la justicia es el principio de toda virtud, según Polo (ap. Stob. Serm. VIII, edi. Schow, p.232.) 

 La justicia mantiene el alma en paz y en equilibrio. Es la madre del orden armónico en todas las comunidades, y la que engendra la concordia entre el esposo y la esposa, y el amor entre el amo y el siervo. Todo pitagórico estaba ligado por su palabra, debiendo, en fin, vivir el hombre de tal modo que estuviese dispuesto a morir en cualquier instante (Hipólito. Filos, VI. — Ibid. P. 263-267.) Interesante es la manera cómo se consideran las virtudes en las escuelas neoplatónicas. Se establece en ellas clara distinción entre la simple moralidad y el desarrollo espiritual. En otros términos, como dice Plotino, “el fin no está en ser inmaculado, sino en llegar a Dios”. El primer grado consistía en hallarse sin pecado al adquirir las “virtudes cívicas”, que hacen al hombre perfecto en su conducta (las virtudes físicas y éticas formaban los grados inferiores); la razón dirigía y embellecí entonces a la naturaleza irracional. 
 Luego venían las “virtudes catárticas” propias de la razón pura, libertadoras de los lazos de la generación; después las “virtudes teóricas”, que elevaban el alma al contacto de las naturalezas superiores a la suya; y finalmente las “virtudes paradigmáticas”, que le dan a conocer el verdadero ser. “Síguese de ahí que el que obra según las virtudes cívicas es un hombre justo, pero el que obra por las virtudes catárticas únicamente es un hombre demoníaco, o mejor un buen demonio. El que obra por las virtudes teóricas, ése es un Dios; y el que lo hace según las virtudes paradigmáticas, ése es el Padre de los dioses”. (Nota en La Prudencia intelectual, p.325-332.) Gracias a diversas prácticas, los discípulos aprendían a abandonar su cuerpo para elevarse a regiones superiores. 

 Como una hierba se saca de su vaina, el hombre interior debía deslizarse de su cubierta exterior o corporal. El “cuerpo luminoso” o “cuerpo radiante” de los indos es el “cuerpo fusiforme” de los neoplatónicos, el en que el hombre se eleva para encontrar el yo, “que no puede percibirse ni por el ojo ni por la palabra ni por los demás sentidos (literalmente, Dioses), ni por la autoridad ni por los ritos religiosos. Sólo por la sabiduría serena, por la pura ciencia, se puede ver, en la meditación, al Único Indivisible. Ese yo sutil lo conocerá la inteligencia en que la quíntuple vía (los sentidos) esté dormida. La inteligencia de toda criatura está invadida por esas vías, pero en cuanto se purifica, se manifiesta el Yo en ella”. (Mundakopanishad, III. II, 8, 9.) Sólo entonces puede entrar el hombre en la región donde la separación no existe, donde las “esferas han cesado”. G. R. S. Mead, en su introducción a Plotino de Taylor, cita un pasaje de Plotino en que describe una región que es evidentemente el Turîya de los indos. “Ven igualmente todas las cosas, no las sometidas a la generación, sino aquellas en que reside la esencia. Se ven a sí mismos en las demás. 

 Todo es diáfano en ese lugar, nada obscuro ni resistente, y todo se ve por cada uno interiormente y de parte a parte. Como la luz encuentra en todas partes la luz, pues cada cosa contiene en sí todas las cosas, ve igualmente todo en cada una. De suerte que todas las cosas están en todas pares y que todo es todo. Del mismo modo cada una es todas. El esplendor en ese lugar es infinito. Porque todo allí es grande, incluso lo pequeño. El sol en ese sitio es al mismo tiempo todas las estrellas y cada una es a su vez el sol y todas las demás. En cada una, sin embargo, predomina una cualidad diferente, pues al mismo tiempo todas las cosas son visibles en cada una. Igualmente, en ese lugar, el movimiento es puro, porque el movimiento no esta trastornado por un motor que difiera de él mismo” (p. LXXIII). Descripción totalmente insuficiente, porque ésa es una región que ningún idioma humano puede describir. 

 Únicamente quien tuvo los ojos abiertos, pudo trazar esas líneas. Las concordancias que existen entre las religiones del mundo llenarían seguramente un gran volumen; pero el imperfecto esbozo que precede debe bastar como prefacio al estudio de la Teosofía, y como introducción a esta nueva y completa exposición de las verdades antiguas que alimentaron al mundo. Todas esas semejanzas revelan una fuente única, y esa fuente es la Hermandad de la Logia Blanca, la Jerarquía de los Adeptos que velan por la humanidad y la guían en su evolución. Ellas han conservado constantemente intactas esas verdades, y de cuando en cuando, según las necesidades de las épocas, las revelaron a los hombres. Frutos de mundos más elevados, de humanidades anteriores, productos de una evolución análoga a la nuestra __evolución que nos parecerá más inteligible a completar nuestro estudio— han venido en auxilio de nuestro globo, y desde los primeros tiempos hasta el presente, asistidos por la flor de nuestra humanidad, le han prodigado sus cuidados. Hoy también instruyen a discípulos ardorosos y los guían por el estrecho sendero. 

 Hoy también puede hallarlos quien los busque, llevando en la mano, como ofrenda inicial, la caridad, la devoción, el deseo desinteresado de saber a fin de servir. Hoy también ordenan la antigua disciplina y descubren los antiguos misterios. Las dos columnas de la Logia Blanca son el Amor y la Sabiduría, y a través de su angosta puerta pueden pasar únicamente los que han desembarazado sus espaldas del fardo del deseo y del egoísmo. Larga tarea nos aguarda. Comenzando por el plano físico, subiremos lentamente la escala del mundo; pero antes de entrar en este pormenorizado estudio, nos podrá ser útil echar una ojeada a vista de pájaro sobre la evolución y su objeto. Antes que comenzara a existir nuestro sistema, un Logos lo concibió todo en su inteligencia. Todas las fuerzas, todas las formas, todas las cosas que, cada cual a su hora, surgirán a la vida objetiva, todo está primeramente como idea en el pensamiento divino. 

 El Logos trazó entonces la esfera de manifestación en cuyo interior quería desplegar su energía; y se limitó a sí mismo para ser la vida de su Universo. A medida que observamos, vemos dibujarse gradualmente siete zonas sucesivas de diferente densidad. Siete grandes regiones aparentes, en cada una de las cuales nacen centros de energía, torbellinos de substancia cósmica que se separan entre sí. En fin, la separación y a condensación se efectúan, al menos en lo que respecta a nuestro sistema actual, y vemos ante los ojos un sol central, símbolo físico del Logos, y siete grandes cadenas planetarias, compuestas cada una de siete globos. Si limitamos ahora el campo de observación a la cadena de que forma parte nuestro mundo, la veremos recorrer oleadas sucesivas de vida, formando los reinos de la naturaleza: primero los tres reinos elementales; luego los reinos mineral, vegetal, animal y humano. Limitando nuestra mirada al globo terrestre y a las regiones que le rodean, observaremos la evolución humana, y veremos al hombre desenvolver su sí mismo su propia conciencia por medio de larga serie de ciclos vitales. Concentrando, en fin, nuestra mirada en un solo individuo, podemos seguir su crecimiento. Veremos que cada ciclo de vida contiene una triple división, y que está unido a todos los ciclos pasados cuyos resultados cosecha, y a todos los ciclos futuros, cuyos gérmenes siembra, por ley ineludible. De suerte que el hombre puede subir la pendiente en cada ciclo vital contribuyendo a elevarse en mayor grado de pureza, de devoción, de inteligencia y de utilidad, hasta llegar donde están los que llamamos Maestro, prontos a satisfacer a sus hermanos menores la deuda contraída con los Mayores. 

 Acabamos de ver que la fuente de que todo universo procede es un Ser Divino manifestado, al que la Sabiduría Antigua, bajo su forma moderna, da el nombre de Logos o Verbo. Este nombre está tomado de la filosofía griega; pero expresa perfectamente la idea antigua: La palabra salida del Silencio, La Voz, el Sonido por el que los mundos surgen a la existencia... Echemos desde luego una ojeada sobre la evolución del “espíritu—materia”, a fin de comprender mejor la naturaleza de los materiales que nos ofrece el plano del mundo físico. La posibilidad misma de la evolución yace en las potencialidades sumergidas y ocultas en el espíritu—materia de ese mundo físico. Todo el proceso de la evolución es un desarrollo gradual, espontáneamente impelido desde el interior y solicitado exteriormente por seres inteligentes que pueden retardar o acelerar la evolución, sin sobrepujar nunca la norma de las capacites inherentes a los materiales. Es, pues, necesario que nos formemos idea de esas etapas primordiales de llegar a Ser universal; pero como la tentativa de una dilucidación detallada nos llevaría más allá de los límites que nos impone este tratado elemental, debemos contentarnos con una breve exposición. Saliendo de las profundidades de la Existencia Una, del inconcebible e inefable Uno, un Logos se impone a sí mismo un límite, circunscribiendo voluntariamente la extensión de su propio ser, para determinarse en el Dios Manifestado. 

Al trazarse el límite de su esfera de actividad, delimita también el área de su universo; y en esta esfera nace, evoluciona y muere este universo que en el Logos vive, se mueve y encuentra su ser. La materia del universo es la emanación del Logos, y las fuerzas y las energías del universo son las corrientes de su vida. Es inmanente y penetrante en cada átomo, y sostén donde se desarrollan todas las cosas. Es el principio y el fin, la causa y el objeto, el centro y la circunferencia. Es el fundamento inquebrantable sobre lo que todo respira. Esta en todas las cosas y todas están en él. Él. He aquí lo que los guardianes de la Sabiduría Antigua nos han enseñado sobre el origen de los mundos manifestados. Por la misma fuente sabemos que el Logos se desarrolla en sí mismo, de sí mismo, en una triple forma. El primer Logos, fuente del ser. De el procede el segundo Logos, manifestando un doble aspecto, vida y forma, principio de dualidad; los dos polos de la naturaleza ante la cual se tejerá la trama del universo:
VIDA- FORMA, ESPIRITU- MATERIA, POSITIVO-NEGATIVO, ACTIVO RECEPTIVO, PADRE-MADRE DE LOS MUNDOS 

Continuará..

ANNIE BESANT

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