Toda idea, inclusive toda emoción, que brota
dentro de nosotros, busca una expresión natural, porque tiene en sí, en algún
grado, el impulso vital sobre el que ha escrito el científico y filósofo
Bergson. Representa un impulso vital, y la vida crea en todo plano su propio
instrumento para transformar su potencialidad inherente: su propia forma que
exprese lo que contiene. Cuando ninguna otra fuerza extraña desvía de su curso
las fuerzas empeñadas en esta expresión, la idea encuentra su recta
incorporación. La expresión puede ser en el nivel mental, en el emocional, o en
el físico, en palabras o en gestos. Dentro de estos últimos pueden clasificarse
los movimientos de la danza, porque cada movimiento es expresivo, ya sea un
movimiento estudiado o un movimiento espontáneo, si tiene ritmo, si fluye en
una figura especial y da una impresión total o integral. Toda persona
desarrolla gestos y posturas, inconscientes en su mayoría, como podemos
observarlo en la vida corriente, debido a esa acción natural dentro de la
persona.
Cuando
la idea es bella en el verdadero sentido, es decir de acuerdo con una norma
verdadera (aunque en esta cuestión no se pueden trazar normas), la expresión o
gesto será también bello. Pero cualquier fuerza extraña a la expresión de la
idea, como la que se introduce cuando la persona es ego-consciente,
inmediatamente rompe o perturba el flujo de esas fuerzas de la idea, que si se
dejaran solas crearían la forma adecuada, la forma que una idea toma por su
propia iniciativa cuando desciende al nivel físico, ya sea en palabras, en
movimientos, o en alguna obra de arte, se asemeja a la acción de un instinto.
La idea, que cuando es bella tiene a la par los aspectos de pensamiento y sentimiento,
creará una forma adecuada y fiel si esa forma resulta de la fuerza creadora de
la idea, o sea si a la idea se la deja crear su forma propia, su propia
incorporación, a la manera como un instinto natural encuentra su propio camino,
sus propios medios para cumplirse.
Asociamos
cualquier clase de pauta con una mente, y por tanto podemos preguntar: ¿Hay una
mente operando en los procesos de la vida, velada en el instinto, si bien no es
la mente de la entidad que demuestra ese instinto? En todo proceso de la vida
está la Mente Divina o Universal: la mente de un matemático puro aplicada a la
construcción del universo fenomenal, construcción que es continua o de momento
a momento.
Es
la vida la que crea, como enseñaron los Upanishads hace largo tiempo; y el
mejor efecto es un efecto natural, porque es integral; y este se produce cuando
la idea pura está libre para trazar su propio camino hacia la forma de
manifestarse. Como podemos ver en el plano físico en la estructura del cerebro
físico, del ojo o del oído, la construcción es perfecta cuando se deja libre a
la Naturaleza, la cual no ha agotado todavía su inventiva sino que está todavía
en el proceso de sacar a luz un inagotable almacén.
El
individuo que aspira a dar expresión a una idea desempeña mejor su papel cuando
está pasivo a ella, en el sentido de estar puramente sensitivo a ella, sin
introducir ningún elemento positivo o personal, ajeno a esa idea; así se
convierte en un canal para la auto-creación, mediante la cual, la idea se
vierte en su forma apropiada. Esto implica que debe estar, abierto y limpio el
terreno para que la idea fluya en los detalles de su expresión. Dicho en otras
palabras, deben estar fácilmente disponibles el material que busca expresarse, los
enlaces y asociaciones necesarios en los medios de usar el material, y la
necesaria plasticidad o técnica.
Los
instintos son fijos y repetidores, aún los bellos y maravillosos. Pero el
hombre se ha elevado a un nivel donde la expresión instintiva tiene que
combinarse con la variación y la originalidad. Tiene en si un poder, por ahora
latente, excepto en raros casos, para crear centros de acción instintiva en su
propia consciencia; es decir, para dar a luz ideas, cada una de las cuales
puede florecer en niveles inferiores en formas de belleza y maravilloso efecto;
efecto y belleza no creados por la mente del individuo, sino pertenecientes a
la idea misma. La obra creadora de todo maestro en arte, cuando podemos rastrear
su génesis, se verá que consiste en que concibe la idea en un momento de
inspiración y luego sigue la corriente natural de su desarrollo, representando
esa corriente en el medio que emplea sea cual sea. Esta es acción pura en un plano
de consciencia al que no obtienen entrada las influencias perturbadoras
provenientes del juego de la mente y de la materia a través del medio de la
sensación. Es acción desde su propio centro, de una consciencia integral que no
ha sido dividida por el apego a elementos de la personalidad que implican
atracciones y repulsiones.
Como
idea y forma están relacionadas naturalmente, la forma debe seguir la idea. Si
la forma es idealmente bella, la idea que es su ente subjetivo debe tener una
verdad poseedora de un valor singular, como criatura que es de la Realidad, del
Ser que es perfecto, diferente al Devenir que es evolución. La frase “idealmente
bello” se usa para diferenciar entre la cualidad verdadera, y lo que puede
considerarse como bello, lo cual varia según los individuos. Por la misma
razón, la expresión “forma pura” usada en el titulo de este capítulo es
preferible a la frase “forma bella”; porque el concepto de Pureza no deja la
latitud de comprensión e interpretación que se encuentra en el de Belleza. Nada
es ideal o verdaderamente bello que no sea puro, en el sentido estricto de la
palabra.
Verdad
en la idea, y Belleza en la forma son los correlativos internos y externos. Cada
uno da testimonio del otro. Son los dos aspectos, subjetivo y objetivo, de la
misma manifestación global.
Es
profundamente interesante anotar que Platón, en su visión de las Ideas llamó a
las Ideas “Formas”, mostrando así que puesto que cada idea, por subjetiva que
sea, tiene una individualidad, esa individualidad es la forma en el plano de
ideación; aún en ese plano nos encontramos ya en el mundo de las formas.
En
cualquier intento de crear lo idealmente bello aquí abajo en el nivel físico,
se tiene buen éxito en la medida en que la forma refleje el ideal. La visión y
la intuición del contemplador es guiada de la forma a la idea, por sutil,
distante e indefinible que sea; y de esta guía no se necesita que sea
consciente el creador de la forma, ocupado solamente en su creación. La guía es
por canales subconscientes, por sugestión, delicada e imperceptible. La idea
que está representada en la bella forma de un gesto, postura o movimiento, cómo
en la Bharata Natya, la danza clásica del Sur de India, o como en el ballet
Occidental, el cual busca líneas y formas idealmente bellas y por tanto ha
alcanzado una gracia pura y clásica incomparable con cualquier otro tipo de
danza occidental, no es necesariamente el sentimiento o acción o cosa que se
expresa en las palabras o leyenda que acompañan la danza. Las palabras pueden
cambiarse enteramente u omitirse, pero las formas tienen su propio valor
intrínseco, y sugerirán diferentes cosas a mentes diferentes: desde el punto de
vista de la idea que está tras de la forma, estas sugestiones a las mentes individuales
son diferentes acercamientos a la idea que, puesto que es abstracta, es sutil
como una verdad matemática, capaz de simbolizar diferentes hechos fenomenales.
La
creación de belleza ideal en una forma, ya sea de pensamiento, de palabras
música, escultura, pintura, arquitectura o danza, tiene este efecto: toca, en
quienes la contemplan o la escuchan, aquellos centros de consciencia que son
receptivos a la idea reflejada en la forma, y así ayuda a la consciencia a ser
activa en un plano más cercano a la Realidad, al que normalmente no alcanza, y
del cual desafortunadamente se ha excluido ella misma.
N. SRI RAM
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