Este término significa literalmente: lugar o sitio del deseo, y sirve, como ya se ha dicho, para designar una parte del plano astral, una región separada del resto de ese plano, no como lugar distinto, sino como el estado consciente especial en que se encuentran los seres que hay en él (I)
(Los indos llaman a este estado Pretaloka, el lugar de los Pretas. Un preta es el ser humano que ha perdido su cuerpo físico, pero que no se ha despojado del vestido de la naturaleza animal.
No puede ir muy lejos con ese vestido, y queda preso en él hasta que sobreviene la disgregación.)
Contiene los seres humanos privados del cuerpo físico por el golpe de la muerte, destinados a sufrir ciertas transformaciones purificatorias antes de entrar en la vida pacífica y feliz propia del hombre verdaderamente dicho, del alma humana. (I) (El alma es el intelecto humano, el lazo entre el Espíritu Divino en el hombre, y su personalidad inferior. Es el Ego el individuo, el Yo que se desarrolla por la evolución. En el lenguaje teosófico es Manas, el Pensador. La inteligencia, tal como se concibe de ordinario, es la energía del Manas que obra a través de las limitaciones del cerebro físico.)
Esta región representa y engloba las condiciones atribuidas a los diferentes estados intermedios, infiernos o purgatorios, que todas las grandes religiones consideran como residencia temporal del hombre tras el abandono de su cuerpo físico y antes de su entrada en el cielo.
No contiene lugar alguno de tortura externa, porque el infierno eterno, en el que creen algunos sectarios de espíritu estrecho, no es sino una pesadilla de la ignorancia, del odio y del miedo.
Comprende sin embargo, a decir verdad, condiciones de sufrimiento, temporales y purificadoras, efectos de causa que ha realizado el hombre durante su vida terrestre.
Son así tan naturales y tan inevitables como las consecuencias de nuestras derrotas en el mundo, porque vivimos en un universo regido por leyes, según las cuales, todo germen debe fructificar según su especie.
La muerte en nada cambia la naturaleza mental y moral del hombre, y el cambio de estado al pasar de un mundo a otro destruye su cuerpo físico pero deja al hombre tal cual era.
El estado Kamaloka se encuentra en cada una de las subdivisiones del plano astral, de suerte que podemos considerar el Kamaloka como comprendido de siete regiones que se designarán a continuación: primera, segunda, y tercera región, y así hasta la séptima contando de abajo hacia arriba. (I) (Estas regiones se numeran frecuentemente de arriba abajo. Esto importa poco, y aquí se numeran de abajo hacia arriba según el método adoptado en esta obra.)
Se ha visto ya que entran en la composición del cuerpo astral materiales tomados de todas las subdivisiones del plano; pero la recombinación especial de estos materiales es lo que separa a los hombres de una región de los de otra, aunque los de una misma región pueden comunicarse entre sí.
Las siete regiones de las subdivisiones correspondientes al plano astral, difieren en densidad, y la densidad de la forma exterior de la entidad purgatorial determina la región se encuentra limitada.
Estas diferencias en el estado de la materia impiden el paso de una región a otra.
Las gentes de una región no pueden comunicarse con las de otra, como el pez no puede comunicarse con el águila.
El medio necesario para la vida de uno sería fatal para la vida del otro.
Al morir el cuerpo físico, el doble etéreo, con Prana y los demás principios, todo el hombre por consiguiente, menos el cuerpo denso, se retira del tabernáculo de carne (término que designa perfectamente la envoltura exterior del ser.)
Todas las energías vitales que irradian al exterior vuelven al interior reunidas con Prana; su retirada se manifiesta por el sopor que invade a los órganos físicos de los sentidos.
Los órganos están prestos a servir como siempre; pero el ser interior que gobierna, el que ve por ellos, él oye, toca, siente y gusta, se va; sin él, solo son los sentidos simples agregados de materia, viva, es verdad, pero sin poder alguno de percepción.
Lentamente el sueño del cuerpo se retira, envuelto en el doble etéreo y absorto en la contemplación del panorama de su vida pasada, que se desarrolla ante él, a la hora de la muerte, hasta en sus menores detalles.
En ese cuadro están todos los sucesos de su vida, grande y pequeños.
Ve sus ambiciones realizadas o fallidas, sus esfuerzos, triunfos, derrotas, amores y odios.
La tendencia predominante del conjunto surge claramente; el pensamiento director de la vida se afirma y se imprime profundamente en el alma, señalando la región en donde pasará la mayor parte de su existencia póstuma.
Solemne es el instante en que el hombre, frente a frente de su vida, oye salir de labios de su pasado el augurio de su porvenir.
En breve espacio de tiempo se ve como es, reconoce el fin de su vida y sabe que la ley es poderosa, justa y buena.
Luego de roto el lazo magnético entre el cuerpo denso y el etéreo, estos asociados de toda una vida se separan, y salvo en casos excepcionales, el hombre cae en apacible inconsciencia.
La calma y el respeto deben presidir la conducta de quienes rodean el lecho del moribundo, a fin de que un silencio solemne facilite el examen de su pasado al alma que se va.
Los gritos y lamentos ruidosos producen sobre ella penosa impresión y pueden perturbar el mantenimiento de su impresión.
Es desde luego a la vez impertinente y egoísta interrumpir por el disgusto de una pérdida personal, la calma que le debe ayudar y apaciguar.
La religión ha prescripto sabiamente oraciones para los agonizantes, porque mantienen la calma y provocan aspiraciones desinteresadas que ayudan al moribundo.
Como todo pensamiento amante, contribuyen a defender y proteger.
Algunas horas después de la muerte, unas treinta y seis por regla general, el hombre se retira del cuerpo etéreo.
Este último, abandonado a su vez como cadáver inerte, queda cerca del cadáver denso y comparte con él su suerte.
Si el cuerpo denso se entierra, el doble etéreo flota sobre la tumba, disgregándose lentamente; y la penosa impresión que muchas personas experimentan al visitar los cementerios, se debe en gran parte a la presencia de los cadáveres etéreos en descomposición.
Por el contrario, cuando se quema el cuerpo, el doble etéreo se dispersa rápidamente, porque pierde su punto de apoyo y su centro de atracción física.
Esta es una de las razones, entre otras muchas, para preferir la cremación a la inhumación, como medio de disponer de los cadáveres.
La retirada del hombre de su doble etéreo va acompañada de la retirada de Prana, que vuelve desde entonces al gran depósito de la vida universal; mientras que el ser humano, presto a pasar a Kamaloka, sufre una recomposición de su cuerpo astral, por lo que éste podrá someterse a las transformaciones purificadoras que necesita la liberación del hombre mismo. (I) (Esta recomposición determina lo que los indos llaman Yätanä o cuerpo de sufrimiento; o bien en caso de hombres perversos, que tengan en su cuerpo astral preponderancia de elementos densísimos, el Dhruvam, o cuerpo fuerte.)
Durante la vida terrestre, los diversos estados de la materia astral se mezclan con la formación del cuerpo astral, como hacen los sólidos, los líquidos y los gases en el interior del cuerpo físico.
La recomposición del cuerpo astral después de la muerte, apareja la separación de esos materiales por orden de densidad, en una serie de envolturas o capas concéntricas, la más sutil dentro y la más densa fuera, estando cada capa formada por la materia de una sola subdivisión del plano astral.
El cuerpo astral viene a ser, pues, un conjunto de siete capas superpuestas, un séptuple estuche de sustancia astral, donde puede decirse muy bien que el hombre está preso, pues solo la ruptura de esas capas le ha de libertar.
Se comprenderá ahora la importancia capital de la purificación del cuerpo astral durante la vida terrestre.
El hombre queda detenido en cada una de esas subdivisiones del Kamaloka hasta que la envoltura de materia de esa subdivisión esté suficientemente disgregada para permitirle pasar a las subdivisiones siguientes.
Además, según la actividad conscientemente desplegada por el ser durante su vida en tal o cual estado de la materia astral, se encontrará despierto y consciente en la región que le corresponda después de su muerte; o bien no hará sino pasar, inconscientemente, absorto por sueños agradables y quedar retenido durante el tiempo que en aquel estado exija la disgregación mecánica de su envoltura.
El hombre espiritualmente desarrollado, que ha purificado su cuerpo astral hasta el punto de que los elementos estén tomados tan sólo de la materia más sutil de cada subdivisión del plano, no hará sino atravesar el Kamaloka sin detenerse en él.
Su cuerpo astral se disgregará con rapidez extrema y quedará sin disgusto en el lugar que su destino le asigne, según el grado de evolución que haya alcanzado.
Un hombre menos evolucionado, pero cuya vida haya sido pura y sobria, que no haya estado apegado a las cosas de la tierra, atravesará el Kamaloka con vuelo menos rápido; soñará pacíficamente, inconsciente de lo que lo rodee, mientras su cuerpo mental vaya desechando sucesivamente las diversas capas astrales, y despertará por fin al alcanzar las moradas celestes.
Otros, menos desarrollados todavía, despertarán después de haber atravesado las regiones inferiores del plano astral, readquiriendo conciencia en la división que corresponda a su actividad consciente durante la vida terrestre, pues el ser se despierta al contacto de las impresiones familiares, aunque las reciba entonces directamente por el cuerpo astral sin auxilio del cuerpo físico.
Los que hayan vivido en el seno de las pasiones animales despertarán en la región que corresponda a esas pasiones, pues cada hombre se coloca exactamente en el sitio que él mismo se asigna.
El caso de supresión brusca de la vida física por accidente, suicidio, asesinato o muerte repentina bajo cualquier forma que sea, merece atención especial, porque difiere de la muerte ordinaria que sigue al agotamiento de las energías vitales por vejez o enfermedad.
Si la víctima es pura y de tendencias espirituales, será objeto de protección especial y dormirá tranquilamente hasta el término de su existencia física normal.
Pero si es de otro modo, quedará consciente, aunque incapaz de darse cuenta de que ha perdido su cuerpo físico, y obsesionada a veces durante algún tiempo por la escena fatal de horrores a que no puede sustraerse.
En todo ese tiempo quedará en la región del plano astral con la que esté en relación por la zona más externa de su cuerpo astral.
Para un alma semejante, la vida regular del Kamaloka comienza cuando ha agotado la trama de su existencia terrestre normal; y tiene conciencia muy viva de los objetos físicos astrales que la rodean.
Un asesino ejecutado por su crimen, continúa (según el testimonio de uno de los Maestros que instruyeron a H. P. Blavatsky) viviendo y reviviendo en Kamaloka la escena del crimen y los sucesos siguientes, repitiendo sin cesar su acto diabólico, volviendo a pasar por todos los terrores de la prisión y del suplicio.
Del mismo modo, un suicida repetirá automáticamente los sentimientos de desesperación y temor que precedieron a su crimen, y renovará casi indefinidamente con lúgubre persistencia el acto fatal y la lucha de la agonía.
Una mujer muerta el llamas, presa de terror loco después de esfuerzos desesperados para escaparse, creó tal tempestad de emociones tumultuosas, que cinco días después luchaba todavía desesperadamente viéndose rodeada de llamas y rechazando violentamente todos los esfuerzos que se hacían para tranquilizarla.
Otra mujer, en cambio, ahogada en una tempestad, murió con el corazón tranquilo y lleno de amor, teniendo a su niño en brazos, más allá de la muerte pudo ser observada, durmiendo sosegadamente y soñando con su marido y sus hijos que se le aparecían en dichosas visiones tan límpidas como la realidad.
En los casos más comunes, la muerte por accidente es un desventaja real, resultado de alguna falta grave (1) (No es necesario por una falta cometida en la vida presente. La ley de casualidad se estudiará con detenimiento en el capítulo IX); pues el hecho de tener plena conciencia en las regiones inferiores del Kamaloka, estrechamente unidas a la tierra, entraña inconvenientes y hasta peligros.
El hombre está absorto por proyectos e intereses que han ocupado su vida y tiene conciencia de la presencia de las gentes y de las cosas que a ello se refieren.
Se siente casi irresistiblemente lanzado a efectuar todos sus esfuerzos para influir en negocios a que sus pasiones y sentimientos le atan todavía.
Se encuentra, pues, ligado por sus deseos al mundo físico, aunque ha perdido ya todos los órganos habituales de actividad.
El único medio para llegar a la paz en apartar resueltamente su pensamiento de la tierra y fijarlo en cosas más altas; pero el número de los que tienen valor para tal esfuerzo es comparativamente muy reducido, a pesar de los auxilios que siempre ofrecen los trabajadores del plano astral, cuya tarea consiste en ayudar y guiar a los que han dejado este mundo (I) (Estos trabajadores son discípulos de algunos de los Grandes Maestros que guían y ayudan a la humanidad y que tienen el deber especial de socorrer a las almas necesitadas de asistencia.)
Con frecuencia esas almas sufrientes, incapaces de soportar su inacción forzada, buscan la ayuda de un sensitivo con el que puedan relacionarse para ocuparse una vez más en los negocios terrestres.
A veces también, obsesionando a algún médium disponible, se esfuerzan en emplear su cuerpo para sus propios fines.
Contraen así grandes responsabilidades para lo por venir.
No sin razón oculta la Iglesia nos enseña esta oración: “De guerra, de asesinato y muerte repentina, líbranos Señor:”
Podemos ahora considerar una a una las subdivisiones del Kamaloka para formarnos idea de las condiciones que el hombre separa, en este estado intermedio, por los deseos que nutre durante su vida física.
Porque es preciso recordar que la suma de vitalidad en cualquiera de las capas, y por consiguiente el período de la detención correspondiente, dependen de la suma de energía comunicada durante la vida terrestre al género de materia astral de la que esa capa se compone.
Si las pasiones más bajas han sido activas, la materia astral más densa, fuertemente vitalizada predominará en cantidad.
Este principio tiene aplicación a través de todas las regiones del Kamaloka, de suerte que el hombre, durante su misma vida, puede darse cuenta exactísima del porvenir inmediato que se prepara cada día siguiente a la muerte.
La primera división, la más inferior, contiene las condiciones que responden a los diferentes géneros de “infiernos” descritos por los libros santos indos y buddhistas.
Es preciso comprender que el hombre, al pasar de uno a otro de esos estados purgativos, no se desembaraza realmente de las pasiones y de los viles deseos que le han llevado allí.
Semejantes elementos persisten, porque son parte integrante de su carácter y quedan latentes, como en germen, en la mente, para estallar y formar su naturaleza pasional cuando esté pronto a renacer en el mundo físico.
Su estancia en la más baja región del Kamaloka se debe exclusivamente a la presencia, en su cuerpo Kámico, de gran proporción de materia perteneciente a esta región; y queda prisionero en ella hasta que la capa de que se compone está suficientemente disgregada para permitir al hombre ponerse en contacto con la región inmediata superior.
La atmósfera de ese lugar es sombría, pesada, triste, deprimente en grado inconcebible; parece impregnada de todas las influencias más opuestas al bien.
Tal es su carácter esencial, engendrado por los mismos cuyas malas pasiones le han llevado a ella.
Todo deseo y sentimiento hórrido encuentra allí los materiales más adecuados para su expresión.
No falta nada de lo que puede haber en un lugar más infecto, sin contar con que todos los horrores que se ocultan a la vida física se manifiestan allí en toda su espantosa desnudez.
El carácter repugnante de esta región acrecentase por el hecho de que, en el mundo astral, la forma de adapta al carácter.
El hombre presa de pasiones malsanas tiene, pues, todo el aspecto de lo que es.
Los apetitos bestiales dan al cuerpo astral aspecto bestial, y las terribles formas, semi—humanas, semi—animales, son la vestidura más adecuada a las almas parecidas a las bestias.
En el mundo astral nadie puede ser hipócrita ni disimular sus malos pensamientos bajo el velo de apariencia virtuosas.
Todo lo que es un hombre, se ofrece en su forma y en su aspecto exterior, irradiando belleza cuando su pensamiento es noble, y infundiendo fealdad cuando es vil.
Se comprenderá, pues fácilmente, cómo los Maestros, tales como Buddha, con la visión infalible de aquellos a quienes todos los mundos están abiertos, pudieron describir lo que veían en esos infiernos con un lenguaje de terrible realismo, que parece increíble a los lectores de hoy, porque olvidan que las almas, una vez libertadas de la materia grosera y poco plática del mundo físico, se aparecen bajo la forma que les corresponde, teniendo exactamente el aspecto de lo que son en verdad.
En este mismo mundo de aquí abajo, un facineroso envilecido tiene por lo general aspecto repugnante.
¿Qué habrá de esperar, pues, de la materia astral plástica, que se adapta al menor impulso de los deseos criminales?
Es completamente natural, pues, que un hombre tal revista forma horrible y que se manifieste con verdadero lujo de odiosas transformaciones.
Conviene recordar que la población de ese abismo del Kamaloka se compone de la escoria de la humanidad; asesinos, bandidos, criminales de todo género, borrachos, libertinos; en una palabra, de todo lo más vil del género humano.
Nadie se encuentra allí, con la conciencia despierta a lo que le rodea a no ser un culpable de un crimen brutal, de una crueldad obstinada y persistente, o víctima de algún vicio abyecto.
Las únicas personas de carácter más elevado que sin embargo se encuentran retenidas allí por algún tiempo, son los suicidas que poniendo fin a sus días intentaron sustraerse a los castigos terrestres.
No hacen sino agravar su situación.
No se encuentran allí, naturalmente, todos los suicidas, porque el suicidio puede haberse efectuado por motivos muy diversos; se encuentran los que cobardemente quisieron evitar las consecuencias de sus propias acciones.
Aparte de la lobreguez del lugar y de las compañías abyectas que encuentra, el hombre mismo es allí el creador inmediato de su propia miseria.
Como no experimenta otro cambio que la pérdida de su velo corporal, manifiesta sus pasiones con toda su fealdad original y su brutal desnudez.
Llenos de apetitos feroces e insaciables, inflamados de venganza, odio y concupiscencias que no pueden satisfacer, por falta de órganos, las almas vagan furiosas y ávidas a través de aquél lúgubre ambiente.
Se congregan en los peores lugares de la tierra, cerca de las casas de lujuria, de los sitios de embriaguez, excitando los concurrentes asiduos a esos lugares a la deshonestidad y a la violencia, buscando el momento de obsesionarlos y llevarlos a los mayores excesos.
La sofocante atmósfera que se observa en esos sitios se debe en gran parte a la presencia de esas entidades ligadas a la tierra, poseídas de pasiones abyectas y de infames deseos.
Los médium, a menos que no tengan carácter noble y puro, son principalmente el objeto de sus ataques.
Con frecuencia, faltos de voluntad, debilitados por el abandono pasivo de su cuerpo a la ocupación temporal de otras entidades desencarnadas, quedan poseídos por esos seres malos y arrastrados a la intemperancia y a la locura.
Los asesinos ejecutados, llenos de terror, de odio y de venganza in—saciados, renuevan sin cesar su crimen por impulso maquinal y reproducen mentalmente los terribles sucesos, envolviéndose en una atmósfera de pensamientos—formas (formas creadas) de crimen.
Llevados hacia cualquiera, alimentan sentimientos de odio o de venganza e incitan a cometer el crimen que meditan.
Se verá a veces, en esta región, aun asesino constantemente seguido por su víctima, a cuya angustiosa presencia no puede sustraerse, forma inerte que persigue sus pasos con persistencia inquebrantable, a pesar de los esfuerzos que haga aquél para desembarazarse de ella.
Y la víctima, a menos que no tenga carácter vil, es inconsciente, y su propia inconsciencia contribuye a acrecentar el horror en el culpable a quién persigue maquinalmente.
Aquí también encontramos el infierno del vivisector, pues la crueldad atrae el cuerpo astral los materiales más densos y las combinaciones más repugnantes de la materia astral.
Vive entre las formas de sus mutiladas víctimas, gimientes, trémulas, aullantes, vivificadas no por las almas de los mismos animales, sino por la vida elemental estremecida de odio contra el sacrificador.
Este mismo, con regularidad automática, repite sus nefastos experimentos, consciente de su horror, imperiosamente lanzado a infligir de nuevo el tormento por la costumbre contraída en su vida terrestre.
Antes de abandonar esta triste región recordaremos que no hay en ella castigos arbitrariamente infligidos por lo exterior, sino que son inevitable efecto de las causas que ha puesto en juego cada uno.
Durante su vida física, esos hombres cedieron a los más viles impulsos, atrajeron y asimilaron a su cuerpo astral los materiales que únicamente pueden vibrar en respuesta a esos impulsos.
Ahora, pues, ese cuerpo que ellos mismos construyeron, se convierte en prisión de su alma y ha de caer arruinado antes de que logre evadirse de él.
¿El borracho no tiene forzosamente que vivir aquí abajo, en su repugnante cuerpo físico, abrazado por el alcohol?
Pues la misma ley le obligará vivir en Kamaloka, en su cuerpo astral no menos repugnante.
La semilla sembrada se recoge según su especie; tal es la ley en todos los mundos y nadie puede sustraerse a ella.
A decir verdad, el cuerpo astral no es allí ni más escandaloso ni más horrible que cuando el hombre vivía sobre la tierra y producía en torno a él una atmósfera fétida por sus emanaciones astrales; pero las gentes de la tierra no se daban cuenta de su fealdad, porque astralmente son ciegas.
Cuando consideramos, además, a esos desgraciados que son nuestros hermanos, podemos consolarnos pensando que sus sufrimientos son temporales y que dan a la vida del alma una lección sumamente necesaria.
Bajo la reacción de las leyes de la naturaleza que violó, aprende la existencia de estas leyes y la miseria que inevitablemente dimana de no observarla en la vida y conducta del hombre.
La naturaleza no nos economiza nada; pero en último término sus lecciones son elocuentes, porque aseguran nuestra evolución y conducen al alma a la conquista de la inmortalidad.
Pasemos a una región menos sombría.
La segunda subdivisión del mundo astral puede considerarse como reproducción astral del mundo físico.
Con efecto, la materia de esta región predomina en la composición en la composición del cuerpo astral de los objetos materiales, así como en la mayoría de los hombres.
Ninguna región esta más estrechamente relacionada con el mundo físico.
La mayoría de los “muertos” residen aquí durante cierto tiempo y gran número de ellos tienen aquí plena conciencia.
Se interesaron por la nimiedades y trivialidades de la existencia, se apegaron a las fruslerías; muchos se dejaron dominar por su naturaleza inferior y murieron llevados vivos sus apetitos, deseos y goces físicos.
Cómo tal fué el empleo de sus energías vitales, edificaron su cuerpo astral con materiales que responden con facilidad a los contactos físicos.
Después de la muerte, este cuerpo astral sólo puede retenerlos en la proximidad de objetos terrestres.
Estas gentes son, en su mayoría, descontentos, ambiciosos, inquietos, con más o menos sufrimiento según su intensidad de los deseos que no pueden satisfacer.
Algunos sufren de hecho una angustia real y en ella permanecen largo tiempo hasta que se limpian de sus concupiscencias terrenas.
Muchos de ellos prolongan inútilmente su estancia tratando de comunicarse con la tierra, de llevar a ella los intereses a que están ligados, a favor de los médium que les prestan el cuerpo físico, supliendo así la carencia del suyo propio.
De esta región proviene, en general, la vana charlatanería, tan conocida del que haya frecuentado las secciones espiritistas públicas—charla de portera y moralidad de la casa de huéspedes.
El elemento femenino está en mayoría.
Estas almas, ligadas a la tierra, tienen por lo general escasa inteligencia, y sus comunicaciones no revisten otro interés, para el que ya está convencido de la existencia del alma después de la muerte, que el que tendría su conversación en la tierra.
Además, como aquí abajo, esos desgraciados son tanto más afirmativos cuanto más ignorantes e imponen a sus fieles, como última concepción del mundo invisible, el conocimiento limitado que ellos mismos tienen.
Después de la muerte, como antes de ella,
Confunden las hablillas de su pueblo
con los grandes rumores del universo.
Se encuentran también en esta región las gentes que muertas con alguna preocupación tratan de comunicarse con sus amigos a fin de arreglar el asunto terrestre que les preocupa.
Si no logran manifestarse, o trasmitir su deseo a algún amigo bajo la forma de sueño, pueden ocasionar muchas molestias por golpes u otros ruidos hechos para atraer la atención o provocados inconscientemente por sus impacientes esfuerzos.
En tal caso, una persona competente hará obra de caridad comunicando con la entidad angustiada para saber lo que desea.
Esta intervención bastará en ocasiones para devolver la quietud amenazada.
En esta región, el alma está fácilmente expuesta a fijar su atención en la tierra, aunque no lo solicite espontáneamente.
Semejante flaco servicio lo hacen con demasiado frecuencia los tristemente apasionados y el ardiente deseo que de su querida presencia sienten los amigos que dejó en la tierra.
Los pensamientos—formas engendrados por estos sentimientos, se posan alrededor del alma y la despiertan de pronto cuando duerme apasiblemente.
Otras veces, cuando tiene conciencia, su atención queda violentamente atraída hacia la tierra de que debe alejarse.
En el primer caso, sobre todo, el egoísmo inconsciente de los amigos que hay en la tierra, perjudica a los muertos amados, de tal modo, que esos mismos amigos serían los primeros en lamentarlo si fueran conscientes.
Quizá la comprensión de los sufrimientos infligidos sin necesidad por esta causa a los que abandonaron la tierra, ayude a algunos a reconocer la autoridad de los preceptos religiosos que ordenan la sumisión a la ley divina y la represión del dolor excesivo y tumultuoso.
La tercera y la cuarta región del Kamaloka difieren poco de la segunda y pueden considerarse casi como etéreas.
La cuarta es más sutil que la tercera, pero las características generales de las tres regiones son las mismas.
Encontramos aquí almas de un tipo más evolucionado, y aunque estén retenidas en este lugar por la envoltura debida a la actividad de los interese terrestres, su atención se dirige por lo general hacia adelante y no hacia atrás.
Mientras no se les llama por fuerzas a los negocios de la vida física, pasan sin preocuparse de ellos.
Permanecen, sin embargo, accesibles todavía a las impresiones terrestres, y el interés cada día más débil que tienen por los asuntos mundanos puede despertarse por los clamores de aquí abajo.
Un gran número de personas instruidas y reflexivas que , no obstante, se dejaron absorber por los cuidados del mundo, tienen conciencia en esas regiones.
Se les puede obligar a comunicarse por los médium, pero es raro que busquen por sí mismos tal comunicación.
Sus palabras tienen con toda evidencia mayor valor que las que preceden de los de la segunda región.
No ofrecen, sin embargo, más interés que la conversación de esas mismas personas en su vida.
La iluminación espiritual no procede, por lo demás, del Kamaloka.
La quinta subdivisión del Kamaloka ofrece muchas características nuevas.
Su aspecto es claramente luminoso o radiante y muy atractivo para quien sólo está acostumbrado a los sombríos colores de la tierra, justificando el epíteto de astral, estrellado, que se da al conjunto del plano.
Aquí se encuentran todos los cielos materializados que tan importantes papel desempeñan en las religiones del mundo.
Las cacerías celestes del piel roja; en el Walhalla del escandinavo; el paraíso lleno de Huríes, del musulmán; la Nueva Jerusalén de oro y puertas de piedras preciosas, del cristiano; el cielo lleno de liceos, del reformador materialista; todos tienen aquí su sitio.
Los rígidos devotos que se apegan desesperadamente a la “letra que mata”, encuentran aquí la satisfacción literal de sus deseos.
Gracias a su `potencia imaginativa, alimentada por la corteza estéril de los libros santos del mundo, construyen inconscientemente con materia astral los castillos en el aire en que sueñan.
Las creencias religiosas más extrañas encuentran aquí su realización informe y temporal, y los sectarios de las letras de todas las religiones, deseosos de su exclusiva salvación en el cielo más materialista que pueda imaginarse, encuentran satisfacción en este lugar que les conviene perfectamente, rodeados como se hallan de las mismas condiciones a las que ajustaron su fe.
Los religiosos y filántropos que no tuvieron otro propósito que ejecutar sus propios caprichos e imponer al prójimo su manera de ver, en vez de trabajar desinteresadamente por el acrecentamiento de la virtud y de la dicha humanas, se encuentran aquí a sus anchas y organizan reformatorios, asilos y escuelas con plena satisfacción personal; y en ocasiones se regocijan al meter mano astral en cualquier asunto terreno, a favor de un médium dócil al que dirigen con la mayor condescendencia.
Edifican astralmente iglesias, casas escuelas, reproduciendo los cielos materiales que ambicionaron, y aunque a la mirada clarividente puedan parecer sus construcciones imperfectas, y con algo dolorosamente grotesco, para ellos nada dejan de desear.
Los sectarios de una misma religión se reúnen y cooperan de maneras diferentes, formando comunidades que difieren entre sí tanto como las comunidades análogas de aquí abajo.
Cuando se les atrae hacia la tierra, buscan en general, correligionarios y compatriotas, no por afinidad natural, sino porque las barreras del idioma persisten en Kamaloka, como denotan los mensajes recibidos en los círculos espiritistas.
Las almas de esta región toman a veces vivo interés por las tentativas efectuadas para establecer comunicaciones entre este mundo y el suyo; y de ahí que de la religión inmediatamente superior provengan los espíritus guías de gran número de médium.
Esas almas saben generalmente que hay ante ellas una posibilidad de existencia más elevada, y que están destinadas a pasar, tarde o temprano, a mundos donde la comunicación con esta tierra no les será posible.
La sexta región del Kamaloka asemejase a la quinta, pero es mucho más sutil.
Se encuentra poblada principalmente de almas más evolucionadas, que acaban de gastar la envoltura astral, a través de la cual sus energías mentales se manifestaron en gran parte durante la vida física.
Su detención se debe al preponderante papel desempeñado por el egoísmo de su vida intelectual y artística, y a que prostituyeron sus talentos, de un modo refinado y delicado, en pro de la naturaleza sensible.
Les rodea todo cuanto de más bello en Kamaloka, porque su pensamiento creador modela la sustancia luminosa de su estancia pasajera en paisajes admirables, en palpitantes océanos de luz, en montañas con picos de nieve, en fértiles llanuras y en escenas de hechizante belleza, aun comparadas con lo más exquisito de la tierra.
Se encuentran igualmente aquí los devotos de las religiones, pero de tipo más elevado que de la subdivisión precedente, con sentimientos más justo de sus propias limitaciones.
Todos confían seguramente en dejar su estancia actual para pasar a más elevada esfera.
La séptima y superior subdivisión del Kamaloka, está ocupada casi exclusivamente por los intelectuales, hombres y mujeres, que tuvieron sobre la tierra vigorosos materialismo o estuvieron de tal modo sujetos a los medios por los cuales el mental inferior adquiere conocimientos en el cuerpo físico, que continúan persiguiendo esos conocimientos según el antiguo método, aunque con facultades más desarrolladas.
Recuerda uno instintivamente cuan hostil era Carlos Lamb a quién la idea de que en el cielo había de adquirir el conocimiento por “no sé que raro procedimiento de intuición” en vez de adquirirlo en “sus queridos libros”.
Más de un sabio vive durante años, y siglos a veces (según H. P. Blavatsky) en una verdadera biblioteca astral, recorriendo ávidamente todas las obras que tratan de su tema favorito, perfectamente satisfecho de su suerte.
Quienes concentraron toda su energía en una dirección cualquiera de investigación intelectual y abandonaron el cuerpo físico sin calmar su sed de conocimientos, continúan persiguiendo su objeto con infalible persistencia, unidos por ese trabajo al mundo físico.
Con frecuencia tales hombres son todavía escépticos en cuanto a las posibilidades superiores que les aguardan, retroceden ante la perspectiva de lo que les parece realmente una segunda muerte, la pérdida de la conciencia que precede al nacimiento del alma a la vida superior del cielo.
Los políticos, los hombres de estado y los hombres de ciencia permanecen algún tiempo en esta región, despojándose lentamente de su envoltura astral, sujetos todavía a la existencia terrestre por el vivo interés que prestan a los movimientos en que tan gran papel desempeñaron y por el esfuerzo que hacen para efectuar astralmente aquellos proyectos que la muerte les impidió realizar.
Para todos, salvo para la ínfima minoría que no experimentó sobre la tierra un sólo movimiento de amor desinteresado o de aspiración intelectual, que vivió sin reconocer jamás algo elevado que su yo; para todos llega, tarde o temprano, un tiempo en que por fin se desatan las ligaduras del cuerpo astral.
El alma adquiere momentáneamente conciencia de lo que le rodea, conciencia semejante a la que sigue a la muerte física, pues se despierta por un sentimiento de felicidad intensa, inmensa, insondable, imposible de imaginar aquí abajo, de la felicidad del mundo celeste, del mundo a que por naturaleza pertenece el alma.
Pudo haber nutrido muchas pasiones viles y bajas, muchas codicias vulgares y sórdidas; pero ha visto resplandores de naturaleza más elevada, resplandores interrumpidos, esparcidos, de una región más pura.
Entonces, estos resplandores maduran por ser ya época de la cosecha, y los pobres y débiles recogen el fruto que les pertenece.
Por esto va el hombre muy lejos a recoger esa cosecha celeste, a fin de comerla y asimilarse sus frutos.
El cadáver astral, como se le llama a veces, o el cascarón astral de la entidad de que es parte, se compone de restos de las siete capas concéntricas anteriormente descritas, restos mantenidos en conjunto por la remanencia magnética del alma.
Cada capa o corteza, a su vez, se disgrega hasta reducirse a fragmentos esparcidos, que quedan sujetos, por la atracción magnética, a las capas que todavía subsisten.
Cuando todas quedan reducidas a semejante condición, incluso la séptima, la más interna, el hombre mismo escapa dejando tras sí esos restos.
El cascarón flota luego a través del mundo astral, repitiendo de una manera automática sus vibraciones acostumbradas, y a medida que el magnetismo remanente va perdiéndose, se descompone el cascarón cada vez más y acaba por disolverse del todo, restituyendo sus materiales al fondo común de la materia astral, como el cuerpo físico devuelve al mundo físico los elementos de que se componía.
El cascarón astral va de un lado a otro según las corrientes astrales, y si no esta muy descompuesto puede vitalizarse por el magnetismo de las almas encarnadas en la tierra, siendo así capaz de alguna actividad.
Absorbe el magnetismo como una esponja el agua, repitiendo con intensidad marcadísima las vibraciones a que ha estado acostumbrado en otro tiempo.
Semejantes vibraciones se ponen de manifiesto generalmente bajo la acción de algún pensamiento común al alma desaparecida y a sus amigos terrestres, y el cascarón, así vitalizado, puede desempeñar muy regularmente el papel de inteligencia comunicante.
Se distingue, sin embargo, aparte del empleo de la visión astral, por la repetición automática de los pensamientos familiares, así como por la carencia de toda idea original y de todo conocimiento adquirido después de la muerte física.
Así como las almas pueden hallar en su progreso obstáculos opuestos por los amigos ignorantes e irreflexivos, es posible, igualmente, que reciban socorro por esfuerzos sabios y bien dirigidos.
Por eso, todas las religiones, que conservan algún vestigio de la oculta sabiduría de sus fundadores, prescriben preces u oraciones fúnebres.
Estas oraciones, como las ceremonias que las acompañan, son más o menos eficaces según el conocimiento, el amor y la fuerza de voluntad que las anima.
Tienen por base el principio universal de la vibración, según la cual está construido, modificado y conservado el universo.
Los sonidos engendran vibraciones y modelan la materia astral en formas determinadas que el pensamiento anima por medio de las palabras.
Estos pensamientos—formas se dirigen hacia la entidad que está purgando, y obran sobre su astral precipitando su disolución.
Con la decadencia del saber oculto, estas ceremonias han venido a ser cada vez menos eficaces y hasta de utilidad casi nula.
Sin embargo, cuando se efectúan por un hombre de saber, ejercen la influencia apetecida.
Por lo demás, cada uno puede ayudar a sus muertos amados enviándoles pensamientos de amor y de paz, y haciendo votos por un rápido progreso a través del Kamaloka y por su liberación de las trabas astrales.
Que nuestros muertos no sigan solitarios su camino, sin el auxilio de nuestros pensamientos—formas más cariñosos, abandonados a los ángeles custodios que deben guiarlos y animarlos en su marcha hacia la dicha.
ANNIE BESANT
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