Muchos, quizá la mayor parte de los que lean el título de este libro, se
sentirán desde luego contrarios suyo, negando que exista nada valedero que con
justicia pueda llamarse "Cristianismo Esotérico." Existe la idea muy
extendida, y por tanto popular, de que no hay tal enseñanza oculta relacionada
con el Cristianismo, y que los Misterios, ya sean Menores o Mayores, eran
puramente una institución pagana. El nombre mismo de "Los Misterios de
Jesús", tan familiar a los oídos de los cristianos primitivos, causará
sorpresa a sus modernos sucesores y si se les dijese que expresan una
institución especial y definida de la Iglesia de los primeros siglos se
provocaría en ellos una sonrisa de incredulidad.
Se ha asegurado, efectivamente, en son de alabanza, que el Cristianismo no
tiene secretos, que lo que tiene que decir, lo dice a todos, y que lo que tiene
que enseñar, lo enseña a todos. Se supone que sus verdades son tan sencillas
"que un hombre cualquiera, aun siendo tonto, no incurrirá en errores
respecto a ellas." El "sencillo Evangelio" se ha convertido en
una frase sacramental.
Es, pues, necesario probar con toda claridad que, por lo menos en la
Iglesia Primitiva, el Cristianismo no iba a la zaga de ninguna de las otras
grandes religiones, por lo que hace a la posesión de un aspecto oculto, y que
guardaba, como tesoro inapreciable, los secretos que sólo se revelaban a pocos
escogidos para sus Misterios. Pero antes conviene considerar esta cuestión del
lado oculto de las religiones, y ver por qué debe existir tal aspecto para que
la religión pueda ser fuerte y estable; pues de este modo se verá que su
existencia en el Cristianismo es lógica y procedente, y las referencias que en
tal sentido se hacen en los escritos de los Padres Cristianos, aparecerán
sencillas y naturales y de ningún modo sorprendentes e ininteligibles, y si,
como hecho histórico, la existencia de este esoterismo es demostrable, se probará a la vez que,
intelectualmente considerado, es una necesidad.
La primera cuestión que tenemos que plantear es la siguiente: ¿Cuál es el
objeto de las religiones?
Se dan al mundo por hombres más sabios que la masa
humana, a la cual se dirigen con el objeto de apresurar su evolución. Para
hacer esto con eficacia, tienen que llegar a los individuos e influir sobre ellos.
Ahora bien; todos los hombres no se encuentran en el mismo nivel de evolución,
pudiendo considerarse ésta como una escala ascendente, con individuos colocados
en todos sus peldaños. Los más altamente desarrollados se hallan muy por encima
de los que lo están menos, tanto por lo que hace a la inteligencia como al
carácter, variando en cada grado la capacidad, así para comprender como para
obrar. Es, por tanto, inútil dar a todos la misma enseñanza religiosa; lo que
ayudaría al hombre intelectual, sería totalmente incomprensible para el
estúpido, al paso que lo que pondría en éxtasis a un santo, no haría mella
alguna en el criminal. Por otra parte, si la enseñanza es apropiada a las
gentes de poca inteligencia, resulta intolerablemente grosera e indigesta para
el filósofo, al paso que la que redimiese al criminal, sería por completo
inútil al santo. Sin embargo, todos los tipos necesitan una religión, a fin de
que cada cual pueda lograr una vida más elevada que la que tiene, y ningún tipo
o grado debe ser sacrificado al otro.
La religión debe ser tan graduada como la
evolución, porque de lo contrario no podrá realizar su objetivo.
Preséntase luego" la cuestión siguiente: ¿De qué modo tratan las
religiones de apresurar la evolución humana? Las religiones se proponen
desenvolver la naturaleza moral y la intelectual, y ayudar a la naturaleza
espiritual a desarrollarse.
Considerando al hombre como un ser complejo, procuran tocar cada punto de
su constitución, y por lo tanto, buscar mensajes propios para cada cual,
enseñanzas adecuadas a los seres humanos más diversos. Así, pues, las
enseñanzas deben adaptarse a las mentes ya los corazones a que se dirigen. Si
una religión no alcanza y domina la inteligencia, si no purifica e inspira las
emociones, fracasa en su objeto respecto a la persona interesada.
No sólo se dirige de este modo a la inteligencia y a las emociones, sino
que trata, como se ha dicho, de estimular el desarrollo de la naturaleza
espiritual. Responde a ese impulso interno que existe en la humanidad y que
siempre está impeliendo a la raza hacia adelante. Porque en lo más hondo del
corazón de todos -a menudo cubierta por condiciones transitorias, ahogada
muchas veces por intereses y ansiedades apremiantes- existe la constante
aspiración hacia Dios. "Así como el ciervo busca jadeante el arroyo, así
el hombre siente anhelos por la Divinidad" (1). La aspiración se
interrumpe por un tiempo y el anhelo parece desvanecido. Ocurren en la
civilización y en el pensamiento fases en que este grito del espíritu humano
por lo divino -buscando su origen como el agua busca su nivel, según el símil
de Giordano Bruno-, este anhelo del espíritu humano por lo que es de su misma
especie en el universo, de la parte por el todo, parece acallado, destruido;
pero no obstante, el ansia vuelve a mostrarse, y otra vez lanza el espíritu el
mismo grito.
Por más que aparezca esta tendencia olvidada y deshecha en algún
tiempo, vuelve a levantarse potente una vez y otra con persistencia
inextinguible, se repite en una y otra ocasión, sin que importe las veces que
se la reduzca al silencio, y de este modo prueba que es una tendencia inherente
a la naturaleza humana, un constituyente indestructible de la misma. Los que
declaran en son de triunfo "que está muerta", la encuentran de nuevo frente
a frente con vitalidad no disminuida. Los que construyen sin tener esto en
cuenta, ven más tarde sus bien construidos edificios resquebrajados como si
hubiesen sufrido un terremoto.
Los que creen que ha desaparecido, ven las más extravagantes supersticiones
suceder a su negación. Y de tal modo forma parte integrante de la humanidad,
que el hombre quiere obtener una respuesta cualquiera a sus preguntas; prefiere
una respuesta, aunque sea falsa, al mutismo. Si no puede encontrar verdades
religiosas, adoptará errores religiosos, antes que quedarse sin religión, y
aceptará los ideales más toscos e incongruentes, antes que admitir que el ideal
no existe.
La religión, pues, responde a este anhelo, y apoderándose del constituyente
de la naturaleza humana que lo produce, lo educa, lo vigoriza, lo purifica y lo
guía hacia su propia finalidad: la unión del espíritu humano con lo divino, a
fin de “que Dios pueda estar todo en todos" (2).
La cuestión que después se nos presenta en nuestro estudio es: ¿ Cuál es el
origen de las religiones?
A esta pregunta se han dado dos contestaciones en los
tiempos modernos: la de los autores de mitología comparada y la de los que se
inspiran en la comparación de las religiones positivas. Unos y otros apoyan sus
contestaciones en el mismo fundamento de hechos admitidos. La investigación ha
probado de un modo incuestionable, que las religiones del mundo son, de un modo
notorio, similares en sus enseñanzas principales, en la ostentación de poderes
sobrehumanos y de una elevación moral extraordinaria de sus fundadores, en sus
preceptos éticos, en el empleo de medios para ponerse en contacto con los
mundos invisibles y en los símbolos con que expresan sus creencias
fundamentales. Esta semejanza, que en muchos casos llega a la identidad,
prueba, según ambas escuelas, un origen común.
Pero sobre la naturaleza de este origen común están en desacuerdo las dos
escuelas. Los mitólogos sostienen que el origen común es la común ignorancia, y
que las doctrinas religiosas más elevadas son sencillamente expresiones
refinadas de las crudas y bárbaras conjeturas de salvajes, de hombres
primitivos, al considerarse a sí mismos ya lo que les rodeaba.
Animismo, fetichismo, culto de la naturaleza, culto del sol; éstos son los
constituyentes de la primitiva arcilla, de la cual se ha desarrollado el lirio
espléndido de la religión. Krishna, Buda, Lao- Tse, Jesús, son, aunque altamente
civilizados, los descendientes directos de los curanderos rotativos de las
primitivas tribus salvajes (3). Dios es una fotografía compuesta de los
innumerables dioses que personificaban las fuerzas de la naturaleza y así
sucesivamente.
Todo esto se resume en la frase: Las
religiones son ramas de un tronco común: la ignorancia humana.
Los religiólogos consideran, por su parte, que todas las religiones han
tenido su origen en las enseñanzas de Hombres Divinos que dan de tiempo en
tiempo a las diferentes naciones del mundo aquella parte de las verdades
fundamentales de la religión que las gentes son capaces de asimilar, enseñando
siempre la misma moralidad, inculcando el empleo de medios semejantes,
aplicando los mismos y significativos símbolos. Las religiones salvajes -el
animismo y las demás- son degeneraciones, los resultados de la decadencia,
descendientes desfigurados y empequeñecidos de verdaderas creencias religiosas.
El culto del sol y las formas puras del culto a la naturaleza fueron en su
tiempo religiones nobles, altamente alegóricas, y llenas de profunda verdad y
conocimiento.
Los grandes Instructores -según se alega por los indos, por los budistas y
por algunos religiólogos, tales como los teósofos- constituyen una perenne
Fraternidad de hombres que se han elevado por encima de la humanidad, que
aparecen en ciertas épocas para iluminar al mundo y que son los custodios espirituales
de la raza humana. Esta opinión puede resumirse en la frase: “Las religiones
son ramas de un tronco común: la Sabiduría Divina”.
Esta Sabiduría Divina es llamada la Sabiduría, la Gnosis, la Teosofía, y
algunos hombres, en diferentes épocas del mundo, han querido determinar de tal
modo su creencia en esta unidad de las religiones, que han preferido el nombre
ecléctico de teósofos a cualquiera otra designación más estrecha.
El valor relativo de la contienda de estas dos opuestas escuelas debe juzgarse
por la fuerza de las pruebas que cada una aduce. La apariencia de la forma
degenerada de una noble idea puede asemejarse mucho a la del producto refinado
de una idea grosera, y el único método para decidir entre la degeneración y la
evolución, sería el examen, a ser posible, de antecesores remotos intermedios.
Las pruebas que presentan los creyentes en la Sabiduría, son de esta clase: que
los fundadores de las religiones, juzgados por los anales de sus enseñanzas,
estaban muy por encima del nivel de la humanidad ordinaria; que las Escrituras
de las religiones contienen preceptos morales, ideales sublimes, aspiraciones
poéticas, declaraciones filosóficas profundas, a las que ni tan siquiera pueden
compararse en hermosura y elevación los escritos posteriores de las mismas
religiones; esto es, que lo antiguo es más elevado que lo nuevo, en vez de ser
lo contrario; que no puede mostrarse caso alguno del proceso refinador y
progresivo, que se dice es el origen de las religiones actuales, al paso que
pueden exhibirse muchos ejemplos de degeneración de enseñanzas puras; que aun
entre los salvajes, si sus religiones se estudiasen con cuidado, se
encontrarían muchas huellas de ideas elevadas, ideas que desde luego se vería
que están por encima de la capacidad productora de los salvajes mismos.
Esta idea ha sido explayada por M. Andrew Lang; quien, a juzgar por su
libro The Making of Religion, debe ser clasificado entre los religiólogos
comparativos en lugar de
entre los mitólogos comparativos. Señala la existencia de una tradición
común, la cual, dice, no ha podido ser evolucionada por los salvajes mismos,
por ser hombres cuyas creencias ordinarias son de las más rudas y cuyas mentes
están poco desarrolladas. Las deidades que adoran son, en su mayor parte, verdaderos
demonios; pero detrás de esto, más allá de todo esto, existe una Presencia
nebulosa, pero superior, pocas veces o nunca nombrada, pero que se vislumbra
como origen de todo, como poder, amor y bondad, demasiado amante para causar
terror, demasiado buena para necesitar súplicas. Es evidente que semejantes
ideas no pueden haber sido concebidas por los salvajes entre los cuales se
encuentran, y son testigos elocuentes de las revelaciones de algún gran.
Instructor -de quien generalmente puede también descubrirse alguna tradición
confusa que fue un Hijo de la Sabiduría y que comunicó algunas de las
enseñanzas en una época remotísima.
La razón y verdaderamente, la justificación del punto de vista de los
mitólogos comparativos, es patente. Encuentran en todas direcciones formas
inferiores de creencias religiosas existentes en tribus salvajes, formas que se
ven acompañadas de la falta general de civilización. Considerando al hombre
civilizado como evolucionado del salvaje, ¿qué cosa más natural que atribuir la
religión civilizada a una evolución de la no civilizada ? Esta es la primera
idea evidente. Sólo un estudio ulterior más profundo puede demostrar que los
salvajes de hoy no son el tipo de nuestros antecesores, sino la descendencia
degenerada de grandes troncos civilizados de antaño, y que el hombre en su
infancia no fue abandonado para que creciera sin educación, sino que fue criado
y enseñado por sus hermanos mayores, que fueron sus primeros guías, así en lo
que se refiere a la religión, como a la civilización en general. Esta opinión
se halla sustanciada por hechos como los que Lang aduce, dando margen a la
cuestión: ¿Quiénes eran esos hermanos mayores de quienes habla la tradición en
todas partes?
Avanzando más en nuestra investigación, tropezamos luego con esta
otra cuestión: ¿A qué gentes se dieron las religiones? Y aquí nos encontramos
desde luego con la dificultad con que ha tenido que tropezar todo fundador de
una religión, dificultad que se refiere al objeto primario de la religión
misma, el apresuramiento de la evolución humana, con su corolario de que todos
los grados de la humanidad en evolución debían tenerse en cuenta por él. Los
hombres se hallan en todos los grados desarrollados; hay hombres de
inteligencia elevada, pero también los hay de una mentalidad de las menos
desarrolladas; en un sitio encuéntrase una civilización compleja y altamente
evolucionada, en otro una constitución sencilla y ruda. Aun en medio de una
misma civilización, se ven los tipos más variados, los más ignorantes y los más
educados, los más pensadores y los más superficiales, los más espirituales y
los más abyectos, y, sin embargo, a cada uno de estos tipos hay que llegar, y
cada uno tiene que ser auxiliado tal como es. Si la evolución es una verdad,
esta dificultad es inevitable, y el Instructor divino tiene que hacerle frente
y resolverla, porque de lo contrario su obra resultaría un fracaso. Si el
hombre evoluciona como evoluciona todo lo que le rodea, estas diferencias de
desarrollo, estos diversos grados de inteligencia, tienen que ser una
característica de la humanidad en todas partes, y cada religión del mundo debe
atender a ella.
De este modo nos encontramos con una situación tal, que no puede haber una
sola y misma enseñanza religiosa ni aún para una misma nación, y, por tanto,
menos aún para una civilización ni para el mundo todo. Si no hubiese más que
una enseñanza, un gran número de aquellos a quienes se dirige escaparían a su
influencia. Si se hace a propósito para los de inteligencia limitada, de
moralidad elemental, de percepción obtusa, a fin de auxiliarles y educarles de
suerte que pueda evolucionar, se dará una religión por completo inservible:
para aquellos hombres que, viviendo en la misma nación y formando parte de la
misma sociedad, tengan percepciones morales finas y delicadas, una inteligencia
brillante y sutil y una espiritualidad desarrollada. Pero si, por el contrario,
esta última clase es la que ha de ser ayudada, si se da a la inteligencia una
filosofía que pueda considerar admirable, si las percepciones morales delicadas
han de refinarse más, si los albores de la naturaleza espiritual han de llegar
a la plenitud del día perfecto, entonces la religión será tan espiritual, tan
intelectual y moral, que al ser predicada a la otra clase, no hará mella alguna
ni en sus mentes ni en sus corazones; será para ellos una serie de frases sin
sentido, incapaces de despertar sus inteligencias embrionarias, ni de darles
motivo alguno para una conducta que les ayude a desarrollar una moralidad más
pura.
Considerando, pues, estos hechos respecto de la religión, teniendo en
cuenta su objeto, sus medios, su origen, la naturaleza y diversidad de
necesidades de las gentes a quienes se dirige, reconociendo la evolución de las
facultades espirituales, intelectuales y morales del hombre, y la necesidad de
que cada cual sea educado con arreglo al estado de evolución que ha alcanzado,
tenemos como consecuencia inevitable, que forzosamente se requiere una
enseñanza religiosa, diversa y graduada que responda a las diferentes exigencias
y auxilie a cada hombre conforme a su estado anímico.
Hay todavía otra razón para que la enseñanza esotérica sea necesaria
respecto a cierta clase de verdades. Es un hecho evidentísimo, en lo que se
refiere a esta clase, que "saber es poder."
La pública promulgación de una filosofía profundamente
intelectual, suficiente para educar inteligencias altamente desarrolladas, y
para atraer las mentes elevadas, no puede perjudicar a ninguno. Puede
predicarse sin vacilación, pues no atrae al ignorante, el cual se aparta de
ella considerándola seca, dura y sin interés. Pero hay enseñanzas que tratan de
la constitución de la naturaleza, que explican leyes recónditas y arrojan luz
en procesos ocultos, cuyo conocimiento implica dominio sobre energías
naturales, a quienes se puede dirigir a ciertos fines, como lo hace el químico
con el producto de los elementos con que trabaja. Semejante conocimiento puede
ser muy útil a los hombres de gran desarrollo, aumentando su capacidad para
servicio de la especie humana. Pero si este conocimiento se hiciese público,
podría ser y sería mal empleado, como lo fue el conocimiento de venenos sutiles
en la Edad Media por los Borgias y otros. Pasaría a manos de gente de
inteligencia poderosa, pero de deseos no refrenados, hombres impelidos por
instintos de separatividad, que buscan el beneficio de sus yo separados, ya
quienes nada importa el bien común. Estos serían atraídos por el deseo de
obtener poderes que los elevasen por encima del nivel general, poniendo a
merced suya a la humanidad ordinaria, y se lanzarían a adquirir los
conocimientos que colocan a sus poseedores en una jerarquía sobrehumana.
Con su
posesión se harían aún más egoístas, afirmándose en sus sentimientos de
separación; su orgullo sería alimentado, y su inclinación al apartamiento se
pronunciaría más; y de este modo serían inevitablemente impelidos en la senda
diabólica, el Sendero de la Izquierda, cuya meta es el aislamiento y no la
unión. Y no sólo se perjudicarían ellos en su naturaleza interna, sino que se
convertirían en una amenaza para la Sociedad, que ya sufre bastante por obra de
los que tienen más desarrollada la inteligencia que la moral. De aquí arranca
la necesidad de conservar ciertas enseñanzas ocultas para aquellos que
moralmente no están aún en disposición de recibirlas, y esta necesidad se
impone a los Instructores que pueden comunicar semejantes conocimientos.
Ellos desean darlos a los que están dispuestos a emplear los poderes que
confieren, en pro del bien general, para apresurar la evolución humana, pero se
retraen de comunicarlos a quienes los habrían de aplicar en su propio
engrandecimiento y a costa de los demás.
Y no se trata de una simple teoría, según los Anales Ocultos que dan los
detalles aludidos en el Génesis VI y sig. Estos conocimientos eran dados en
aquellos remotos tiempos y en el Continente de los Atlantes, sin ninguna
condición rigurosa respecto de la elevación moral, pureza y desinterés de los
candidatos. Los calificados intelectualmente para ello eran enseñados, lo mismo
que se enseña la ciencia ordinaria en los tiempos modernos. La publicidad, tan
imperiosamente exigida hoy, se concedió entonces, dando por resultado que los
hombres se convirtieran en gigantes del conocimiento, pero también en gigantes
de la maldad, hasta que la tierra gimió bajo sus opresores, y el grito de la
humanidad pisoteada vibró a través de los mundos. Entonces vino la destrucción
de los Atlantes, la sumersión de aquel vasto continente bajo las aguas del
Océano, algunos de cuyos particulares consignan las Escrituras hebreas en el
relato del diluvio de Noé, y las Escrituras indas del lejano Oriente en el
relato de Vaivasvata Manu.
Experimentado el peligro de permitir que seres impuros se apoderasen del
conocimiento que es poder, los grandes Instructores impusieron condiciones
rigurosas en lo que respecta a la pureza, desinterés y dominio propio a todos
los candidatos a tales enseñanzas. Ellos rehúsan claramente comunicar
conocimientos de esta naturaleza a ninguno que no consienta en someterse a una
rígida disciplina, encaminada a suprimir toda separación de sentimientos e
intereses. Ellos miden la fuerza moral del candidato aún más que su desarrollo
intelectual, pues la enseñanza misma desarrolla la inteligencia al paso que
refrena la naturaleza moral. Es preferible que los Grandes Seres sean atacados
por los ignorantes a causa de su supuesto egoísmo en reservar conocimientos, a
que precipiten al mundo en una nueva catástrofe como la atlante.
Tales son las razones que justifican la necesidad de un aspecto oculto en
todas las religiones. Cuando de la teoría se pasa a los hechos, ocurre
naturalmente preguntar: ¿Ha existido este aspecto Oculto en el pasado, formando parte de las religiones
del mundo? La contestación debe darse inmediatamente y sin vacilar en sentido
afirmativo; toda gran religión ha tenido una doctrina secreta, declarándose el
depósito del conocimiento místico teórico y del conocimiento místico práctico u
oculto.
La explicación mística de la enseñanza popular era pública, y se
presentaba en alegrías, dando un significado aceptable a las toscas narraciones
ya las pueriles y poco racionales historias. Tras del misticismo teórico, como
igualmente tras del misticismo popular, existía el misticismo práctico; una
enseñanza espiritual oculta, la cual se comunicaba solamente bajo condiciones
definidas, condiciones conocidas y públicas, que cada candidato tenía que
cumplir. San Clemente de Alejandría menciona esta división de los Misterios.
"Después de la purificación –dice-, vienen los Misterios Menores, en los
cuales hay algún fundamento de instrucción y de preparación que sirven de
preliminar para lo que ha de venir después: los Grandes Misterios, en los
cuales nada se deja de enseñar acerca del universo, quedando sólo el contemplar
y comprender la naturaleza de las cosas" (4) .
Imposible es disputar esta actitud a las antiguas religiones. Los Misterios
de Egipto fueron la gloria de aquel país, adonde se dirigían los hijos más
esclarecidos de Grecia, tales como Platón, para ser iniciados en Sais y en
Tebas por los Maestros de Sabiduría. Los Misterios de Mithra en Persia, los
Misterios de Orfeo y de Baco, los Misterios Menores de Eleusis, y los de
Samotracia, de Escitia, y de Caldea, son conocidos y aun familiares, al menos
en el nombre. El valor de los Misterios Eleusinos, a pesar de su extrema
atenuación, fue grandemente alabado por los hombres más eminentes de Grecia,
tales como Píndaro, Sófocles, Isócrates, Plutarco y Platón.
Se les consideraba especialmente útiles con relación a la existencia post
mortem, porque el iniciado aprendía lo que aseguraba su dicha futura. Sopater
alegaba además, que la iniciación establecía un parentesco entre el alma y la
Naturaleza divina; y en el himno esotérico a Demetrio se hacen encubiertas
referencias al santo niño Jacco y a su muerte y resurrección, según se las
consideraba en los Misterios (5).
De Jámblico, el gran teúrgico de los siglos III y IV de nuestra Era, puede
aprenderse mucho acerca del objeto de los Misterios. La teurgia era magia,
"la última parte de la ciencia sacerdotal" (6), y se practicaba en
los Grandes Misterios para evocar la aparición de seres superiores. La teoría
en que se fundaban estos Misterios, puede exponerse en breves palabras. Existe
UNO, anterior a todos los seres, inmutable, que mora en la soledad de su propia
unidad. De AQUELLO arranca el Dios Supremo, el Engendrado por Si Mismo, el
Bien, el Origen de todas las cosas, la Raíz, el Dios de Dioses, la Causa
Primera que se desenvuelve en luz (7). De El surge el Mundo Inteligente o
universo ideal, a que pertenece la Mente Universal, el Nous, y los Dioses
incorpóreos e intelectuales.
De El procede el Alma del Mundo, a la cual corresponden las “formas divinas
intelectuales que están presentes en los cuerpos visibles de los Dioses"
(8) . Luego siguen varias jerarquías de seres sobrehumanos: Arcángeles,
Archones (Gobernantes) o Cosmocratores, Ángeles, Demonios, etc. El hombre es un
ser de un orden inferior, cuya naturaleza está relacionada con aquellos, a los
cuales es capaz de conocer; este conocimiento se adquiría en los Misterios y
conducía a la unión con Dios (9).
Estas doctrinas se explicaban así en
los Misterios: "la emanación de todas las cosas del Uno, su vuelta hacia
el Mismo, y la completa dominación de El" (10) .
Además, aquellos Seres eran evocados y aparecían algunas veces para
enseñar, otras para elevar y purificar con Su mera presencia. "Los Dioses
-dice Jámblico-, benévolos y propicios, comunican su luz a los teúrgicos con
profusión no envidiada, atrayendo sus almas, procurando unirlos a sí y
acostumbrándoles, aun viviendo en el cuerpo, a separarse de él y a dirigirse
hacia su eterno principio inteligente" (11). Porque "teniendo el alma
una vida doble, la una en unión con el cuerpo y la otra separada de él"
(12) , es de todo punto necesario conocer el modo de separarla, a fin de que
así pueda unirse con los Dioses por medio de su parte intelectual y divina, y
aprender los genuinos principios del conocimiento y las verdades del mundo de
la inteligencia (13) . "La presencia de los Dioses nos comunica,
realmente, la salud del cuerpo, la virtud del alma, la pureza de la
inteligencia y, en una palabra, eleva todo nuestro ser a su naturaleza propia.
Exhibe lo que no es cuerpo como cuerpo a los ojos del alma, por medio de los
del cuerpo" (14) . Cuando aparecen los Dioses el alma obtiene "la
libertad de las pasiones, una perfección trascendental, y una energía más excelente en todos conceptos, participando
del amor divino y de una alegría inmensa" (15) .
De este modo alcanzamos una vida divina y nos hacemos divinos en realidad
(16) .
El punto culminante de los Misterios era la conversión del Iniciado en un
Dios, ya fuese por la unión con un Ser divino fuera de él, ya por la
realización del Yo divino en él. Esto se llamaba éxtasis, estado al cual el
Yogi llamaría Samadhi elevado, para lo cual ha de hallarse el cuerpo grosero en
estado de trance, efectuando entonces el alma libertada su unión con el Gran
Ser. El "éxtasis no es una facultad, sino un estado del alma, en el cual
se transforma de tal modo, que percibe lo que antes estaba oculto para ella.
Tal estado no será permanente hasta que nuestra unión con Dios sea irrevocable;
aquí, en la vida terrestre, el éxtasis no es más que un relámpago... el hombre
puede dejar de ser hombre y convertirse en Dios; pero no puede ser Dios y
hombre al mismo tiempo" (17). Plotino declara que había alcanzado este
estado, "pero sólo tres veces por entonces."
Proclo enseñaba también que la única salvación del alma era volver a su
forma intelectual, con lo que escapa del "círculo de generación y del
mucho vagar", y alcanza el verdadero Ser: "la energía simple y
uniforme del período de identidad, en vez del período de excesivo y vago
movimiento que se caracteriza por la diferencia." Esta es la vida que
buscaban los iniciados por Orfeo en los Misterios de Baco y Proserpina, y éste
es el resultado de la práctica de las virtudes purificadoras o catárticas (18).
Tales virtudes eran necesarias pata los Misterios Mayores, porque se
referían a la purificación del cuerpo sutil, en el que actuaba el alma cuando
se hallaba fuera del cuerpo grosero.
Las virtudes políticas o prácticas pertenecían a la vida ordinaria del
hombre, y hasta cierto punto se exigían antes que pudiera ser candidato para
una Escuela como la que se ha descrito. Luego venían las virtudes catárticas,
por cuyo medio el cuerpo sutil, el de las emociones y de la mente inferior, era
purificado; en tercer lugar, lo intelectual, perteneciente al Augoeides, o la
forma de luz del intelecto; después lo contemplativo o paradigmático, por medio
de lo cual se realizaba la unión con Dios. Porfirio escribe: “Aquel que actúa
con arreglo a las virtudes prácticas, es un hombre digno; pero aquel que actúa
con arreglo a las virtudes purificadoras, es un hombre angélico o también un
buen demonio. Aquel que actúa con arreglo a las virtudes intelectuales tan
sólo, es un Dios; pero aquel que actúa con arreglo a las virtudes
paradigmáticas, es el Padre de los Dioses" (19).
Dábase también mucha instrucción en los Misterios por medio de las
jerarquías de arcángeles y otras; y de Pitágoras, el gran maestro, que fue
iniciado en la India, y que dio el "conocimiento de las cosas que
son" a sus discípulos juramentados, se dice que poseía tal conocimiento de
la música, que la podía emplear para el dominio de las pasiones más salvajes
del hombre y para el esclarecimiento de sus mentes. De esto presenta Jámblico
ejemplos en su Vida de Pitágoras. Parece probable que el título de Theodidaktos
dado a Amonio Saccas, el maestro de Plotino, se refería menos a la sublimidad
de sus enseñanzas que a la instrucción divina que recibió en los Misterios.
Algunos de los símbolos que se usaban son explicados por Jámblico (20), el
cual recomienda a Porfirio que aparte de su pensamiento la imagen de la cosa
simbolizada y procure alcanzar su significado intelectual. Así,
"cieno" significaba todo lo que era corporal y material; el
"Dios sentado sobre el loto" significaba que Dios trascendía el cieno
y el intelecto simbolizado por el loto, y estando sentado, se hallaba
establecido en Si Mismo. Si se le presentaba "navegando en un barco",
implicaba Su gobierno sobre el mundo, y así sucesivamente (21) . Respecto de
este uso de símbolos Proclo observa que "el método de Orfeo tenía por
objeto revelar cosas divinas por medio de símbolos, método común a todos los
escritores de cosas divinas" (22)
La Escuela pitagórica en la Gran Grecia, fue cerrada hacia el final del
siglo VI antes de Cristo, debido a la persecución del poder civil, pero
existían otras comunidades que conservaban la tradición sagrada (23). Mead
declara que Platón la acomodó a la inteligencia, a fin de ponerla a cubierto de
una profanación mayor, y que los ritos eleusinos conservaron algunas de sus
formas, aunque habían perdido su sustancia.
"Los neo-platónicos fueron los herederos de Pitágoras y de Platón, y
sus obras deben ser estudiadas por todos los que quieran comprender algo de la
grandeza y hermosura guardada en los Misterios para el mundo.
La misma Escuela pitagórica puede servir como tipo de la disciplina que se
imponía. Sobre este punto, Mead, da muchos pormenores interesantes (24), y
observa que: "Los autores de la antigüedad están de acuerdo en que esta
disciplina había logrado producir los más altos ejemplares, no sólo de castidad y purísimos sentimientos, sino también de una
sencillez de maneras, de una delicadeza y de una afición a propósitos serios
que nadie ha igualado jamás. Esto es admitido hasta por los escritores
cristianos." Los discípulos de la escuela externa hacían vida común de familia,
y a ellos se refiere la cita anterior.
En la escuela interna había tres grados: el
primero, de oyentes, que estudiaban durante dos años en silencio, haciendo cuanto podían para profundizar la enseñanza; el segundo, de
matemáticos, que aprendían geometría y música, y la naturaleza del número, de
la forma, del color y del sonido; el tercer grado era de físicos, a quienes se
enseñaba la cosmogonía y la metafísica.
De aquí se pasaba a los verdaderos Misterios.
Los que aspiraban a ingresar en la escuela, debían tener "reputación
intachable y ánimo contento."
La gran identidad entre los métodos y los objetivos perseguidos en estos
diversos Misterios y los de Yoga en la India, es cosa patente, para el
observador más superficial. No debe suponerse por esto que las naciones de la
antigüedad obtuviesen sus conocimientos de la India; todas los adquirían por
igual de la fuente única, la Gran Logia del Asia Central, la cual enviaba sus
Iniciados a las diferentes naciones. Todos ellos enseñaban la misma doctrina, y
seguían sistemas idénticos, conducentes a los mismos fines. Pero existían
frecuentes comunicaciones entre los iniciados de los diversos países, y un
lenguaje y un simbolismo comunes. Así Pitágoras vivió entre los indos,
recibiendo una elevada cultura; y más tarde siguió sus pasos Apolonio de Tiana.
También fueron completamente indas, así en la forma como en el fondo, las
últimas palabras de Plotino: "Ahora procuro retrotraer mi Yo interno al Yo
Todo" (25).
Entre los indos se mantenía con todo rigor el deber de enseñar el
conocimiento supremo sólo a los dignos. "El misterio más profundo del fin
del conocimiento... no es comunicable sino a un hijo o a un discípulo, cuya
mente esté tranquila" (26). También, después de un bosquejo del Yoga,
leemos: "¡Levantaos! ¡Despertad! ¡Habiendo encontrado a los Grandes, oíd!
Es tan difícil andar por la senda como por el cortante filo de una navaja. Así
dicen los sabios" (27). El instructor es necesario, porque la sola
enseñanza escrita no basta. El "fin del conocimiento" es conocer a
Dios -no es sólo creer en El, sino convertirse en uno con El-, no es sólo
adorarlo desde lejos. El hombre debe comprender la realidad de la Existencia
divina, y después conocer -no ya creer vagamente y esperar-, que su propio Yo
más íntimo es uno con Dios, y que el objeto de la vida es realizar esta unidad.
La religión debe guiar al hombre a esa realización; de lo contrario,
valdría tanto "como hacer sonar bronces o címbalos" (28).
Así también se aseguraba que el hombre debía aprender a abandonar el cuerpo
grosero: "Separe el hombre su alma de su propio cuerpo con firmeza, como
un tallo de hierba de
su vaina" (29) . ¡Y se escribió!: "En la áurea y más elevada
envoltura mora el inmaculado e inmutable Brahman; El es la radiante y blanca
Luz de luces, conocida de los que conocen el Yo" (30) . "Cuando el
vidente mira al Creador de color de oro, al Señor, al Espíritu, cuya matriz es
Brahman, entonces, habiendo desechado el mérito y el demérito, alcanza,
inmaculado y sabio, la unión más alta" (31).
Tampoco los hebreos carecían de conocimientos secretos y de Escuelas de
Iniciación.
La reunión de profetas en Najoth, presidida por Samuel (32) ,
constituía una Escuela de éstas, y la enseñanza oral era transmitida entre
ellos. Escuelas semejantes existían en Bethel y Jericó (33) ; y en la
Concordance de Cruden (34) hay la interesante nota siguiente: "Las
Escuelas o Colegios de los profetas son las primeras (escuelas) de que se nos
da noticia en la Escritura; donde los hijos de los profetas, esto es, sus discípulos,
llevaban una vida retirada y austera, de estudio y meditación, instruyéndose en
la ley de Dios. . . A estas Escuelas o Sociedades de los profetas sucedieron las
Sinagogas." La Kabbala, que contiene la enseñanza semipública, es, tal
cual hoy se conoce, una compilación moderna, siendo parte de ella obra del
Rabbi Moisés de León, que murió en 1305 de la Era Cristiana. Consta de cinco
libros: Bahir, Zohar, Sepher Sephiroth, Sepher Yetzirah y Asch Metzareth; y se
asegura que habían sido transmitidos oralmente de tiempos muy antiguos -según se considera la antigüedad históricamente.
El doctor Wynn Westcott dice que la "tradición hebrea asigna a las partes
más antiguas del Zohar una fecha anterior a la construcción del segundo
Templo" ; y se dice que el Rabbi Simeón ben Jochai escribió algo de él en
el primer siglo de nuestra Era. El Sepher Yetzirah es mencionado por Saadjah
Gaon, que murió el año 940, como "muy antiguo" (35). Algunas
porciones de la antigua enseñanza oral han sido incorporadas a la Kabbala tal
como es ahora, pero la verdadera sabiduría arcaica de los hebreos permanece
bajo la custodia de unos pocos de los verdaderos hijos de Israel.
Breve como es este bosquejo, es suficiente para demostrar la existencia de
un aspecto oculto de las religiones del mundo, sin contar el Cristianismo; y
ahora podemos examinar la cuestión de si el Cristianismo era o no una excepción
de esta regla universal.
ANNIE BESANT
Notas del capítulo 1
(1) Salmos
XLI-II.
(2) I Cor. XV,
28.
(3) Entre los salvajes actuales, el médico o curandero es la personalidad
prominente; a las funciones propias de este cargo reúne las de adivino y
sacerdote de la tribu. Posee artes mágicas y se hipnotiza a si mismo, girando
rápidamente sobre los pies, hasta que cae al suelo desplomado. Así queda en condiciones
de ejercer la adivinación. A estos individuos alude el texto, pues suponen los
mitólogos que existían igualmente en los tiempos primitivos. - N. del T.
(4) Biblioteca Ante-Nicena, vol. XII. Clemente de Alejandría, Stromata,
lib. V, capítulo XI.
(5) Véase el artículo sobre
"Los Misterios", Encicl. Británica; novena edición.
(6) Psello, citado en Jámblico sobre los misterios. T. Taylor, pág. 343,
nota de la pág. 25, segunda edición.
(7) Jámblico, como ante, pág. 301.
(8) Ibid, pág 72.
(9) El artículo sobre "Misticismo" de la Enciclopedia Británica,
contiene lo siguiente sobre la enseñanza de Plotino (204-206 de la Era
cristiana). "El Uno (el Dios Supremo antes mencionado) se eleva por encima
del nous y de las “ideas”; trasciende por completo la existencia y no es
asequible a la razón. Permanece en reposo y lanza, por decirlo así, rayos de su
propia plenitud, una imagen de sí mismo, que es llamada nous, que constituye el
sistema de ideas del mundo intelectual. El alma es a su vez la imagen o producto
del nous, y el alma con su movimiento engendra materia corporal. El alma, de
esta suerte, hace frente a dos direcciones: al nous, del cual nace, y a la vida
material, que es su propia producción. El empeño ético consiste en repudiar lo
sensible; la existencia material misma es separación de Dios. . . Para alcanzar
la meta última hay que dejar atrás al pensamiento mismo, pues el pensamiento es
una forma de movimiento, y el deseo del alma es el reposo propio del Uno. La
unión con la divinidad trascendente no depende tanto del conocimiento o visión
como del éxtasis, unión, contacto."
El neoplatonismo es, pues, "en primer término, un sistema de completo
racionalismo; se presupone, en otras palabras, que la razón es capaz de tratar
todo el sistema de las cosas. Pero desde el momento en que se afirma que Dios
está por encima de la razón, el misticismo se convierte. en cierto sentido, en
el complemento necesario del racionalismo que pretende abarcarlo todo. Este
sistema alcanza su apogeo en un acto místico."
(10) Jámblico según Ante, pág. 73.
(11) Ibid, págs. 55 y 56.
(12) Ibid, págs. 118 y 119.
(13) Ibid, págs. 118 y 119.
(14) Ibid, págs. 96 y 100.
(15) Ibid, pág.
101.
(16) Ibid, pág.
330.
(17) G. R. S.
Mead, Plotino, pág. 42.
(18) Jámblico, pág. 304, nota de la pág. 134.
(19) G. R. S. Mead. Orpheus, págs. 285 y 286.
(20) Jámblico, pág. 364, nota de la pág. 134.
(21) Ibid, pág. 285 y siguientes.
(22) G. R. S.
Mead, Orpheus, pág. 59.
(23) Ibid, pág.
50.
(24) G. R. S.
Mead, Orpheus, págs. 263. 271.
(25) G. R. S.
Mead. Plotinus, pág. 20.
(26)
Shvetaishvatarapanishat, VI. 22.
(27)
Kathopanishat, III, 14.
(28) I Cor.,
XIII, I.
(29)
Kathopanishat, VI. 17.
(30)
Mundakopanishat, II. II, 9.
(31)
Mundakopanishat, III, I, 3.
(32) I Sam.,
XIX, 20.
(33) II Reyes,
II, 2, 5.
(34) Epígrafe
“School”
(35) Dr. Wynn
Westcott, Sepher Yetzirah, pág. 9.
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