sábado, 19 de enero de 2019

Realidad de la vida suprafísica



A quienes solo estén acostumbrados a las vulgares y un tanto materialistas ideas del siglo, les parecerá difícil el realizar la condición de plena conciencia fuera del cuerpo físico. 
Todo cristiano, cualquiera que sea su secta, está obligado a creer en la existencia del alma; pero si le indicamos la posibilidad de que esta alma pueda tener realidad visible fuera del cuerpo, bajo determinadas condiciones, el noventa por ciento responderán desdeñosamente diciendo que no creen en almas, porque semejante idea es tan sólo una reminiscencia de las vanas supersticiones medievales. Si no obstante apreciáramos tan sólo en mínima parte la obra de las cohortes de protectores invisibles y aprendiéramos a corresponder a ella, nos libraríamos de las trabas opuestas por las ideas dominantes en este punto y trataríamos de alcanzar la gran verdad (ya evidente para muchos de nosotros) de que el cuerpo físico es sencillamente el vehículo o vestidura del hombre real. 

El cuerpo se desecha para siempre al morir; pero también puede dejarse temporalmente cada noche durante el sueño; porque dormir no es otra cosa que actuar el verdadero hombre en su cuerpo astral, fuera del físico. Vuelvo a repetir que esto no es mera suposición ni tampoco ingeniosa hipótesis. Muchos de nosotros somos capaces de realizar cotidianamente, con plena conciencia, este acto de magia elemental, pasando a voluntad de uno a otro plano. Es evidente que a quienes tal realizan, debe de parecerles grotescamente absurda la irreflexiva afirmación de que es completamente imposible realizarlo. Sucede en esto lo mismo que si le dijésemos a un hombre que es imposible que se quede dormido, y que si cree dormir es porque está alucinado. 

 Ahora bien: el hombre que todavía no ha desenvuelto el eslabón entre las conciencias física y astral, es incapaz de salir voluntariamente de su denso cuerpo orgánico, o por lo menos de recordar lo que le ha sucedido fuera de él; pero no obstante, cierto es el hecho de que lo abandona cada vez que duerme y que los clarividentes pueden notar la presencia del espíritu flotante sobre el cuerpo o vagando en torno de él a mayor o menor distancia según el caso. El espíritu que carece de todo grado de desenvolvimiento, permanece comúnmente flotando informe muy cerca de su cuerpo físico, poco menos dormido que éste, como entresoñoliento, no siendo posible apartarlo de la inmediata vecindad del cuerpo físico, sin riesgo de producir una turbación que lo despierte. 

Según evoluciona el hombre, su cuerpo astral va definiéndose con mayor conciencia y llega a ser su más cómodo vehículo. En las personas instruidas y cultas es ya muy considerable el grado de conciencia, y por poco desarrollo espiritual que un hombre tenga, se halla tan en sí mismo en el cuerpo astral como en el físico. Pero aunque durante el sueño sea plenamente consciente en el plano astral y capaz de moverse en él a su albedrío, no infiere aún que está en disposición de sumarse a la cohorte de protectores. Muchos de los que se hallan en aquella situación psíquica, están de tal modo aferrados a su círculo de pensamientos (generalmente continuación de los iniciados en las horas de vigilia), que se parecen a los hombres cuya atención, abstraída en un solo ensueño, los separa de cuanto sucede alrededor. En cierto modo conviene que así sea, porque en el plano astral hay no algo, sino mucho espantoso y amedrentable para quien carece del valor proveniente del pleno conocimiento de la verdadera naturaleza de cuanto pueda ver. 

Algunas veces llega el hombre a salir gradualmente por sí mismo de esta inferior condición y despierta en el mundo astral, viéndolo tal como es; pero por lo común permanece en estado de soñolencia, hasta que algún activo le coge por la mano y lo despierta. Sin embargo, no debe tomarse muy a la ligera esta responsabilidad, porque si es relativamente fácil lograr que un dormido despierte en el plano astral, no hay medio práctico de restituirlo al estado de sueño físico sino por la nociva acción de la influencia mesmérica. 

Así es que antes de que un activo despierte a un dormido, debe aquel estar plenamente convencido de que éste se halla en disposición de dar buen empleo al sobreañadido poder que ha de ponerse en sus manos, y también de que sus conocimientos y su valor son fianza de que ningún daño ha de sobrevenirle como resultado de su acción. Este despertar así realizado, pondrá al hombre en potencia de unirse, si quiere, a la cohorte de los protectores de la humanidad; pero hemos de tener muy en cuenta que esto no implica necesaria ni aun contingentemente la facultad de recordar durante la vigilia lo que se hizo en el sueño. 

Esta facultad ha de adquirirla el hombre por sí mismo, y en la mayor parte de los casos no llega a poseerla hasta años después y quizá ni en toda la vida. Felizmente, este vacío de memoria cerebral no impide en modo alguno la acción fuera del cuerpo físico; así es que ello sólo tiene importancia para la satisfacción de que un hombre conozca en vigilia las obras en que se empleó durante el sueño. 
Lo verdaderamente importante es que la obra se realice aunque no la recordemos.


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