A quienes solo estén acostumbrados a las vulgares y un tanto materialistas ideas del
siglo, les parecerá difícil el realizar la condición de plena conciencia fuera del cuerpo
físico.
Todo cristiano, cualquiera que sea su secta, está obligado a creer en la existencia
del alma; pero si le indicamos la posibilidad de que esta alma pueda tener realidad
visible fuera del cuerpo, bajo determinadas condiciones, el noventa por ciento
responderán desdeñosamente diciendo que no creen en almas, porque semejante idea
es tan sólo una reminiscencia de las vanas supersticiones medievales.
Si no obstante apreciáramos tan sólo en mínima parte la obra de las cohortes de
protectores invisibles y aprendiéramos a corresponder a ella, nos libraríamos de las
trabas opuestas por las ideas dominantes en este punto y trataríamos de alcanzar la gran
verdad (ya evidente para muchos de nosotros) de que el cuerpo físico es sencillamente
el vehículo o vestidura del hombre real.
El cuerpo se desecha para siempre al morir;
pero también puede dejarse temporalmente cada noche durante el sueño; porque dormir
no es otra cosa que actuar el verdadero hombre en su cuerpo astral, fuera del físico.
Vuelvo a repetir que esto no es mera suposición ni tampoco ingeniosa hipótesis.
Muchos de nosotros somos capaces de realizar cotidianamente, con plena conciencia,
este acto de magia elemental, pasando a voluntad de uno a otro plano. Es evidente que a
quienes tal realizan, debe de parecerles grotescamente absurda la irreflexiva afirmación
de que es completamente imposible realizarlo. Sucede en esto lo mismo que si le
dijésemos a un hombre que es imposible que se quede dormido, y que si cree dormir es
porque está alucinado.
Ahora bien: el hombre que todavía no ha desenvuelto el eslabón entre las conciencias
física y astral, es incapaz de salir voluntariamente de su denso cuerpo orgánico, o por lo
menos de recordar lo que le ha sucedido fuera de él; pero no obstante, cierto es el hecho
de que lo abandona cada vez que duerme y que los clarividentes pueden notar la
presencia del espíritu flotante sobre el cuerpo o vagando en torno de él a mayor o menor
distancia según el caso.
El espíritu que carece de todo grado de desenvolvimiento, permanece comúnmente
flotando informe muy cerca de su cuerpo físico, poco menos dormido que éste, como
entresoñoliento, no siendo posible apartarlo de la inmediata vecindad del cuerpo físico,
sin riesgo de producir una turbación que lo despierte.
Según evoluciona el hombre, su
cuerpo astral va definiéndose con mayor conciencia y llega a ser su más cómodo
vehículo. En las personas instruidas y cultas es ya muy considerable el grado de
conciencia, y por poco desarrollo espiritual que un hombre tenga, se halla tan en sí
mismo en el cuerpo astral como en el físico. Pero aunque durante el sueño sea
plenamente consciente en el plano astral y capaz de moverse en él a su albedrío, no
infiere aún que está en disposición de sumarse a la cohorte de protectores. Muchos
de los que se hallan en aquella situación psíquica, están de tal modo aferrados a su
círculo de pensamientos (generalmente continuación de los iniciados en las horas de
vigilia), que se parecen a los hombres cuya atención, abstraída en un solo ensueño, los
separa de cuanto sucede alrededor. En cierto modo conviene que así sea, porque en el
plano astral hay no algo, sino mucho espantoso y amedrentable para quien carece del
valor proveniente del pleno conocimiento de la verdadera naturaleza de cuanto pueda
ver.
Algunas veces llega el hombre a salir gradualmente por sí mismo de esta inferior
condición y despierta en el mundo astral, viéndolo tal como es; pero por lo común
permanece en estado de soñolencia, hasta que algún activo le coge por la mano y lo
despierta. Sin embargo, no debe tomarse muy a la ligera esta responsabilidad, porque si
es relativamente fácil lograr que un dormido despierte en el plano astral, no hay medio
práctico de restituirlo al estado de sueño físico sino por la nociva acción de la influencia
mesmérica.
Así es que antes de que un activo despierte a un dormido, debe aquel estar
plenamente convencido de que éste se halla en disposición de dar buen empleo al
sobreañadido poder que ha de ponerse en sus manos, y también de que sus
conocimientos y su valor son fianza de que ningún daño ha de sobrevenirle como
resultado de su acción.
Este despertar así realizado, pondrá al hombre en potencia de unirse, si quiere, a la
cohorte de los protectores de la humanidad; pero hemos de tener muy en cuenta que esto
no implica necesaria ni aun contingentemente la facultad de recordar durante la vigilia
lo que se hizo en el sueño.
Esta facultad ha de adquirirla el hombre por sí mismo, y en la
mayor parte de los casos no llega a poseerla hasta años después y quizá ni en toda la
vida. Felizmente, este vacío de memoria cerebral no impide en modo alguno la acción
fuera del cuerpo físico; así es que ello sólo tiene importancia para la satisfacción de que
un hombre conozca en vigilia las obras en que se empleó durante el sueño.
Lo
verdaderamente importante es que la obra se realice aunque no la recordemos.
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