Según su nombre indica, el plano mental es el dominio propio de la conciencia cuando actúa como pensamiento.
En el plano de la inteligencia, no en función por medio del cerebro, sino en su propio mundo, libertada de las ligaduras del espíritu—materia físico. La palabra inglesa man (hombre) viene de la sánscrita man, raíz del verbo que significa pensar.
Así man (hombre significa pensador, designándose al hombre por la inteligencia como su más característico atributo.
En inglés encontramos únicamente la palabra mind (mente) para designar a la vez la propia conciencia intelectual y los efectos producidos sobre el cerebro físico por las vibraciones de la conciencia.
Pero debemos considerar ahora la conciencia intelectual como entidad distinta, como individualidad y ser real.
Las vibraciones de su vida son pensamientos son imágenes y no palabras.
Esta individualidad es Manas, el Pensador (I) (De la palabra Manas se deriva el nombre técnico: plano manásico, traducido por plano mental. Le podemos llamar el plano de la inteligencia propiamente dicha, para distinguir sus actividades de las de la inteligencia operante en la carne)
Es él yo que revestido de la materia de las subdivisiones superiores del plano mental trabaja bajo las condiciones que esa materia le impone.
Sobre el plano físico se revela su presencia por las vibraciones que transmite al cerebro y al sistema nervioso.
Estos órganos responden a las vibraciones de su vida por las vibraciones simpáticas; pero a causa de la densidades sus materiales, no pueden reproducir sino una parte muy débil de las vibraciones recibidas, y aún de manera muy imperfecta.
Del mismo modo que la ciencia afirma la existencia de una inmensa serie de vibraciones del éter, serie de la cual sólo percibimos un fragmento, el espectro solar luminoso, el aparato físico del pensamiento, el cerebro y el sistema nervioso, no pueden pensar sino un pequeño fragmento de la inmensa serie de vibraciones mentales emitidas por el Pensador en su propio mundo.
Los cerebros muy receptivos responden a un grado que convenimos en denominar gran potencia intelectual; y los excepcionalmente receptivos responden a lo que se llama genio.
En fin, los cerebros excepcionalmente inertes responden solamente al grado denominado idiotez.
Cada uno de nosotros envía a su cerebro millones de ondas mentales a las que el órgano puede responder por la densidad de sus materiales; y lo que se llama poder mental de un hombre está en relación directa con esta sensibilidad.
Antes de estudiar al Pensador convendrá considerar el mundo que ocupa, es decir, el plano mental mismo.
El plano mental es el que sigue al astral.
No está separado de él sino por la diferencia de los materiales, lo mismo que el plano astral del plano físico.
Podemos así repetir en la comparación del plano mental y del astral lo ya dicho al comparar el plano astral y el plano físico.
La vida sobre el plano mental es más activa que en el astral y la forma en él es más plástica. El espíritu—materia se halla mucho más vitalizado y sutil que la materia del mundo astral.
El átomo más sutil de materia astral contiene en su cubierta esferoidal innumerables agregados de la materia mental más densa, de suerte que la disgregación del átomo astral pone en libertad una cantidad de materia mental de variedades muy densas.
En tales condiciones, se comprenderá que es muy activa la acción de las fuerzas vitales sobre este plano, puesto que la masa que ha de mover es infinitamente menor.
La materia está animada de un movimiento continuo e incesante, toma forma al menor estremecimiento de vida, y se adapta sin vacilación a los menores matices de esas vibraciones.
La substancia mental, como se la ha llamado, hace aparecer denso, pesado y empañado al espíritu—materia astral, tan maravillosamente luminoso cuando se le compara con la materia física.
Pero la ley de analogía conserva todo su valor, y será para nosotros un hilo conductor a través de esta región súper—astral, lugar que es nuestro lugar de nacimiento, nuestra verdadera patria, aunque lo ignoremos, presos como estamos en un país de destierro, y a pesar también de la extravagancia que reviste a nuestros ojos la descripción de esta región gloriosa.
Aquí también, como en los dos planos inferiores, hay siete subdivisiones del espíritu—materia; y aquí también, estas variedades forman innumerables combinaciones de toda clase de complejidad, constituyendo los sólidos, los líquidos, los gases y los éteres del plano mental.
Esto no es más que una manera de hablar, porque la palabra sólido parece absurda aun hablando de las formas más sustanciales de la materia mental, y no tenemos otros calificativos de los que se basan sobre las condiciones físicas.
Bástenos comprender, por lo demás, que este plano sigue la ley y orden general de la naturaleza, que apareja para nuestro globo una base septenaria; y que las siete subdivisiones de su materia decrecen en densidad con relación unas a otras como los sólidos, los líquidos, los gases y los éteres; y que la séptima y última subdivisión se hallan exclusivamente compuesta de los más sutiles átomos mentales.
Estas subdivisiones se clasifican en dos grupos, a los que se les ha dado el nombre no muy apropiados y al primer intento ininteligible, de: “no formal” y “formal” (I) (En sánscrito Arupa y Rupa. —Rupa significa forma, envoltura, cuerpo.)
Las cuatro subdivisiones inferiores constituyen el segundo grupo, y los tres superiores el primero.
Esta agrupación es necesaria porque hay una distinción muy real, aunque es muy difícil de definir.
Estas regiones corresponden en la conciencia humana a las mismas divisiones de la inteligencia, como se verá más claramente luego.
Quizás se podría expresar mejor semejante distinción diciendo que, en las cuatro subdivisiones inferiores, las vibraciones de la conciencia dan origen a formas, imágenes o representaciones, apareciendo cada pensamiento como una forma viva; mientras que en las tres subdivisiones superiores, aunque la conciencia también produce vibraciones, parece más bien emitirlas como una ola poderosa de energía viva que no se incorpora en imágenes distintas mientras está en esa región superior, sino que engendra formas múltiples, ligadas entre sí por una condición común, desde que penetra en los mundos inferiores.
La más íntima analogía que se puede encontrar para la concepción que se trata de exponer es la de los pensamientos abstractos y los concretos. La idea abstracta de un triángulo no tiene forma, pero sirve para designar todas las figuras limitadas por tres líneas rectas, cuyos ángulos suman dos rectos.
Tal idea, condicionada, pero sin forma, al proyectarse en el mundo inferior, dará origen a una infinita variedad de triángulos, rectángulos, isósceles, escálenos, de colores y dimensiones variados, que satisfagan todas las condiciones; triángulos concretos con propia y definida forma.
Es impotente la palabra para mostrar claramente la diferencia entre las dos maneras de actuar la conciencia en ambas regiones; porque las palabras son símbolos de imágenes, pertenecen a las operaciones del mental inferior en el cerebro y se basan exclusivamente sobre sus operaciones.
Mientras que la región “sin forma” pertenece a la razón pura, que jamás trabaja en los estrechos límites del lenguaje.
El plano mental es el que refleja la Inteligencia Universal en la Naturaleza, el plano que, en nuestro pequeño sistema, corresponde al de la Gran Inteligencia en el Cosmos (I) (Mahat, el tercer Logos o la Inteligencia Divina creadora; El Brahmâ de los indos, el Mandujusri de los buddhistas del Norte., el Espíritu Santo de los cristianos)
En sus regiones superiores existen todas las ideas arquetipos que se hallan actualmente en vías de evolución concreta; y en sus regiones inferiores esas ideas se elaboran en formas sucesivas para reproducirse enseguida en el mundo astral y en el físico.
La materia del plano es susceptible de combinarse al impulso de vibraciones mentales, y puede formar cuantas combinaciones sea capaz de imaginar el pensamiento.
De la misma manera que el hierro puede convertirse en arado para el labrador o en espada para el guerrero, la materia mental puede modelarse en formas que aprovechen o perjudiquen.
La vida del Pensador, en vibración continua, modela la materia que le rodea, y su obra se educa a la voluntad que la engendra.
En esta región el pensamiento y la acción, el propósito y el hecho son la misma cosa.
El espíritu—materia es el esclavo dócil de la vida y se adapta espontáneamente a cada impulso creador.
Por su velocidad y sutilidad, estas vibraciones que modelan en pensamientos—formas la materia del plano mental, dan también nacimiento a exquisitas coloraciones constantemente cambiantes: ondas de tintes varios como las irisadas del nácar, pero etéreas y luminosas en grado incomparable, que resbalan sobre todas las superficies y penetran todas las formas, de modo que cada una de ellas ofrece una armonía de colores tornasolados, vivos, luminosos y delicados, como no se conocen en la tierra.
Las palabras son incapaces de expresar la exquisita belleza y brillo de las combinaciones de esa materia sutil, trémula de vida y de movimiento.
Todos los videntes que lo atestiguan, indos, buddhistas, y cristianos hablan con éxtasis de su gloriosa belleza y confiesan que son incapaces de describirla.
Parece que toda descripción, por hábiles que sean sus términos, no sirven sino para rebajarla.
Los pensamientos—formas juegan naturalmente un papel considerable entre las criaturas vivas que actúan en el plano mental.
Asemejase a las que hemos hallado en el mundo astral, salvo que son mucho más luminosas, más brillantemente coloreadas, más vigorosas, más persistentes y más vitalizadas.
A medida que las cualidades intelectuales superiores se señalan más claramente en quién las engendra, presentan un contorno más definido y tienden a una singular perfección geométrica, al mismo tiempo que ha una pureza de luz y de color no menos admirable.
No hay necesidad de decir que, en el estado actual de la humanidad, las formas nebulosas e irregulares predominan como producto habitual de inteligencias mal dirigidas.
No obstante, también se encuentran en el plano astral pensamientos artísticos de rara belleza, y así no es extraño que los pintores, después de entrever un instante su ideal en sueños, se impacienten por no poder expresar su radiante belleza con los colores de este mundo.
Estos pensamientos—formas están constituidos por la esencia elemental del plano.
Las vibraciones del pensamiento modelan la esencia elemental en forma adecuada, de la que el pensamiento es vida animadora.
Encontramos aquí, pues, los elementos artificiales idénticos, en su modo de formación, a los del mundo astral, todo lo que se ha dicho en el capítulo II sobre su generación e importancia, puede repetirse a propósito de los elementales del plano mental; pero hay que tener en cuenta la responsabilidad adicional adquirida, a consecuencia de la mayor fuerza y de la permanencia característica de los elementales de este mundo superior.
La esencia elemental del plano mental está formada por la Mónada en el estado de descendencia que precede inmediatamente a su entrada en el mundo astral.
Constituye entre las cuatro subdivisiones inferiores del plano mental el segundo reino elemental.
Las tres subdivisiones superiores, “sin forma”, están ocupadas en el primer reino elemental.
Aquí el pensamiento produce en la esencia elemental irisaciones brillantes, corrientes coloreadas y relámpagos de fuego vivo, en vez de incorporarse en formas definidas.
La esencia elemental toma, por decirlo así, su primera lección de actividad orgánica, de acción combinada; pero no reviste aún las limitaciones definidas de las formas.
En las dos grandes divisiones del plano mental viven inteligencias innumeras, cuyo cuerpo inferior está formado de materia luminosa y de la esencia elemental del plano:
Seres Resplandecientes que guían el proceso del orden natural y dirigen las legiones de entidades inferiores de que ya se ha hablado, pero sometidos a su vez, en sus múltiples jerarquías, a los Soberanos Señores de los siete elementos (I) (Estos seres son los Arupa Devas y los Rupas Devas de los indos y buddhistas, los Señores de los cielos y la tierra de los zoroástricos, los Arcángeles y Ángeles de los cristianos y mahometanos.)
Son, como se imagina comúnmente, seres de gran conocimiento, de inmenso poder y de esplendente aspecto; criaturas radiantes y brillantísimas con mil cambiantes parecidos al arco iris de los colores celestes.
Llenos de real majestad respiran tranquila energía y tienen expresión de fuerza irresistible.
Aquí se presenta al espíritu la descripción del gran vidente cristiano cuando habla de un arcángel poderoso:
“Había un arco iris sobre su cabeza; su rostro se parecía al sol y sus pies a dos columnas de fuego” (I) (Apocalipsis, X- I.)
Sus voces son como sonido de profundas aguas, como eco de la armonía de las esferas.
Son los guías del orden natural y mandan a legiones inmensas de elementales del mundo astral.
De suerte que sus cohortes persiguen incesantemente la obra de la naturaleza con regularidad y precisión infalibles.
En el plano mental inferior hay numerosos Chelas que trabajan en su cuerpo mental (2) (Cuerpo ordinariamente llamado Mayavi Rupa o forma ilusoria, cuando este dispuesto para funcionar independientemente en el mundo mental.) Libertados temporalmente de la envoltura física.
Cuando el cuerpo carnal está sumergido en profundo sueño, el Pensador, el hombre real, puede escaparse de él a fin de trabajar libre de trabas en esta región superior.
De ahí qué, al obrar directamente sobre la esfera mental de sus semejantes, les sugiera buenos pensamientos, presentándoles ideas nobles, y los pueda ayudar y confortar más viva y eficazmente que a través de la prisión del cuerpo físico.
Percibe más claramente sus necesidades y puede así socorrerlos de manera más perfecta.
Su mayor privilegio y su más intenso goce consiste en ayudar a sus hermanos que luchan, sin que tengan conocimiento de sus servicios ni la menor idea del poderoso brazo que les aligera el yugo, de la dulce voz, que muy por lo quedo los consuela en sus penas.
Ni se les ve ni se les reconoce.
En la tarea ayuda a amigos y enemigos con igual placer y la misma libertad, repartiendo entre los hombres las diversas corrientes bienhechoras dimanantes de los grandes Protectores de las superiores esferas.
También se hallan algunas veces en esta región las formas gloriosas de los Maestros, aunque generalmente residan en las subdivisiones más elevadas del mundo “sin forma”.
También descienden hasta este plano en ciertas épocas otros Grandes Seres, cuando la compasión requiere de su parte que se manifiesten en planos inferiores.
Sean humanas o no, estén en su cuerpo o fuera de él, la comunicación es prácticamente instantánea entre las inteligencias que funciona conscientemente en este plano, porque se produce con la rapidez del pensamiento.
Las barreras del espacio han perdido su fuerza de separación, y para ponerse en contacto un alma con otra basta con dirigir su atención hacia ella.
La comunicación no sólo es rápida, como se acaba de decir, sino que es igualmente completa si las almas se encuentran en el mismo grado de evolución.
Las palabras no pueden impedir o aminorar la comunicación; el pensamiento pasa de uno a otro ser, o, mejor dicho, cada ve el pensamiento tal como lo concibe el otro
Las verdaderas barreras entre las almas son las diferencias de evolución.
El alma menos evolucionada no conoce en el alma que lo está más, sino aquello que puede percibir, y es evidente, y es evidente que sólo la más adelantada tiene conciencia de esa limitación, puesto que la otra recibe todo lo que puede contener.
Cuanto más evolucionada está un alma, más conciencia tiene de lo que la rodea y más íntimamente se aproxima a la realidad; pero el plano mental tiene también sus velos de ilusión, aunque menos numerosos y más transparentes que los del mundo físico.
Cada alma está rodeada de su propia atmósfera mental, y como todas las impresiones le llegan a través de esta atmósfera, todas están más o menos expuesta a las ilusiones cuanto más transparente, pura y menos teñida por la personalidad esté su atmósfera.
Las tres subdivisiones superiores del plano mental son la morada del Pensador, que reside en una u otra según su grado de evolución.
La inmensa mayoría evolucionada en grados diversos, vive en él ínfimo de esos tres niveles.
Un número comparativamente reducido de almas vigorosamente intelectuales habita en el segundo nivel.
Empleando una frase más aplicable al plano físico que al plano mental, diremos que el Pensador asciende a ese segundo nivel cuando en él prepondera la materia más sutil de esa región, y de este modo opera el cambio necesario.
No hay naturalmente ascensión, propiamente hablando, ni cambio de lugar; ocurre sólo que el Pensador comienza a percibir vibraciones de esa materia sutil, que provoca en él una respuesta, pudiendo él mismo desde entonces emitir fuerzas que hagan vibrar esas tenues partículas.
Es indispensable que el estudiante se familiarice con el hecho de que su ascenso en la escala de la evolución no implica cambio alguno de lugar, sino sencillamente mayor aptitud para recibir las impresiones.
Todas las esferas están en torno a nosotros, sean la astral, la mental, la búdica, la nirvánica, o ya se trate de mundos más elevados aún, hasta la vida del Ser Supremo.
No tenemos necesidad de movernos para encontrarlas, pues están aquí mismo; pero nuestra grosera percepción nos aparta de ellas con mayor lejanía que si estuvieran a muchos miles de kilómetros.
No tenemos conciencia de lo que nos afecta, de lo que provoca en nosotros vibraciones de respuesta.
A medida que nos hacemos más receptivos, que nos organizamos con materia más delicada, entramos en contacto con los mundos más sutiles.
Al hablar, pues de la ascensión de un nivel a otro, significamos que tejemos nuestros vestidos con materiales más sutiles y que podemos recibir a través de ellos los—contactos de mundos semejantes.
Más profundamente significa esto, que en él Yo envuelto por todos esos vestidos, los poderes divinos pasan del estado latente al activo y emiten al exterior las vibraciones sutiles de su vida.
El Pensador que ha alcanzado este segundo nivel, tiene plena conciencia de lo que le rodea y recuerda su pasado.
Conoce los cuerpos que le revisten, por medio de los cuales está en contacto con los planos inferiores y puede influir determinadamente sobre esos cuerpos y dirigirlos.
Prevé las dificultades y obstáculos que le aguardan como resultado de una conducta descuidada en vidas anteriores, y se esfuerza en infundirles la energía necesaria para el cumplimiento de su tarea.
La dirección en que ha de emplearla se deja sentir a veces en la conciencia inferior como una fuerza imperiosa e impulsiva que vence toda resistencia y le traza al ser una línea de conducta cuyas razones no aparecen claras a la confusa visión de los vehículos astral y mental.
Los hombres que realizaron grandes acciones nos dan frecuente testimonio de ello, cuando afirman haber tenido conciencia de una irresistible fuerza interior que los movía, poniéndolos en a imposibilidad de obrar de otra manera.
Y es que entonces obraban como hombre reales.
El Pensador, el hombre exterior, obra conscientemente a través de sus cuerpos, que desempeñan en este momento su verdadero papel de vehículo de la individualidad.
A medida que la evolución se cumpla, todos alcanzarán estos altos poderes.
En el tercer nivel, el más elevado de la región superior del plano mental, residen los Egos de los Maestros y sus discípulos o Chelas, los Iniciados.
La materia de está región predomina desde luego en el cuerpo del Pensador.
En el seno de esta región, foco de las más sutiles energías mentales, ejercen los Maestros su benéfica tarea en pro de la humanidad, vertiendo a torrentes sobre las regiones inferiores el ideal sublime, el pensamiento inspirador, el anhelo de fe sincera, todas las fuerzas espirituales e intelectuales de que tan necesitado se halla el hombre.
Cada fuerza allí engendrada irradia en multitud de direcciones como de un foco luminoso, y las almas más nobles y puras pueden recibir con mayor facilidad sus auxiliadoras influencias.
Un descubrimiento sorprende de los secretos de la naturaleza; una nueva melodía embelesa el oído de un gran músico; la resolución de un problema largo tiempo meditado, se ofrece a la mente del filósofo sublime; una energía nueva de esperanza y de amor caldea el corazón del filántropo infatigable; y sin embargo, aún entonces se creen abandonados los hombres y sin auxilio, a pesar de que sus mismas frases; “Se me ha ocurrido este pensamiento,
“Me ha venido esta idea”, “He sido sorprendido por este descubrimiento”, atestiguan inconscientemente la verdad de que su Yo no ignora, aunque sea invisible a los ojos del cuerpo.
Pasemos ahora al estudio del Pensador y de su vehículo, tales como se les encuentra en el hombre que habita en la tierra.
Se llama cuerpo mental el de que está revestida la conciencia y por el cual se encuentra condicionada en las cuatro subdivisiones inferiores del plano mental.
Este cuerpo está constituido por combinaciones de la materia de las cuatro subdivisiones.
Al acercarse una nueva encarnación, el Pensador, el Individuo, que es la verdadera alma humana cuya formación se explicará al fin del capítulo, irradia una porción de su energía en vibraciones que atraen alrededor de él una envoltura de materia formada por las cuatro subdivisiones inferiores de su propio plano.
La materia atraída corresponde a la naturaleza de las vibraciones emitidas; los elementos más sut6iles responden al llamamiento de las vibraciones más rápidas y toman forma bajo su influencia; y las combinaciones más groseras responden a las vibraciones más lentas.
Como un hilo metálico que vibra espontáneamente, respondiendo a otro hilo del mismo peso y de la misma tensión, pero que permanece mudo a vibraciones de hilos diferentes, las materias de diversos órdenes se armoniza en correspondencia con los diversos órdenes vibratorios.
La naturaleza, pues, del cuerpo mental del Pensador está exactamente determinada por las vibraciones que él emite; y ese cuerpo se llama mental inferior, o Manas inferior, porque está constituido por la materia de las subdivisiones inferiores del plano mental, y condiciona al Pensador en sus operaciones ulteriores.
Las sutilísimas y rapidísimas energías necesarias para mover esa materia y obtener una respuesta, no se pueden manifestar sino a través de ella.
El Pensador está forzosamente limitado y condicionado en su expresión.
Esta es la primera de las cárceles en que se encierra durante su vida encarnada, y mientras sus energías funcionan en ella, se encuentra excluido en gran parte de su propio y más elevado mundo, porque su atención se fija en las energías que tienden al exterior y su vida se proyecta con ellas en el cuerpo mental inferior, designando con términos de vestidos, estuche, envoltura o vehículo: expresiones significativas de que el Pensador no es el cuerpo mental, sino que construye ese cuerpo y se sirve de él para expresar de sí mismo en la región mental inferior.
No hay que olvidar que las energías del Pensador, en proceso de exteriorización, atraen cerca de él la materia más densa del plano astral para formar su cuerpo astral, y que durante la encarnación de su vida, las energía que se manifiestan a través de los estados inferiores de la materia mental, se convierten muy fácilmente por ella en vibraciones lentísimas a las que responde la materia astral, vibrando continuamente los dos cuerpos de acuerdo hasta llegar a compenetrarse estrechamente.
Cuanto más se asimilan las combinaciones de materia densa por el cuerpo mental, más íntima se hace esa unión, por lo que ambos cuerpos se clasifican juntamente y aun se consideran como único vehículo (I) (Así el teósofo habla de Kama—Manas para designar la inteligencia que trabaja en y con la naturaleza del deseo, afectando la naturaleza animal y afectada por ella.
Los vedantinos clasifican ambos cuerpos juntos y consideran él yo como funcionante en el Manomayâkosha, envoltura compuesta del mental inferior de las emociones y de las pasiones. El psicólogo europeo hace del sentimiento una de las secciones de la triple división del intelecto, e incluye en los sentimientos las emociones y las sensaciones)
Al abordar el estudio de la reencarnación veremos la capital importancia de este hecho.
El tipo del cuerpo mental del hombre que desciende a una encarnación nueva, se determina por el grado de evolución del mismo hombre.
Como en el estudio del cuerpo astral, podemos examinar en el cuerpo mental tres tipos de hombres diversamente evolucionados: A), un individuo no evolucionado; B), un individuo medianamente desarrollado; C), un individuo espiritualmente evolucionado.
A) En el individuo no evolucionado es casi imperceptible el cuerpo mental, porque sólo consta de una pequeñísima cantidad de materia mental sin organización, tomada principalmente de las subdivisiones ínfimas del plano.
Sufre casi exclusivamente la influencia de los cuerpos inferiores; y las tormentas astrales desencadenadas por el contacto de los objetos sensibles determinan en él vibraciones de poca intensidad.
Así, cuando no está estimulado por esas vibraciones astrales, queda casi inerte y aun responde con pereza al estímulo.
No engendra interiormente ninguna actividad definida, y sólo los choques del mundo exterior pueden provocar una respuesta clara.
Cuanto más violentas son, tanto más contribuyen al progreso del hombre, pues cada vibración responsiva acelera el desarrollo embrionario del cuerpo mental.
Los placeres tumultuosos, la cólera, la ira, los sufrimientos, el terror, todas estas pasiones producen terribles torbellinos en el cuerpo astral y suscitan débiles vibraciones en la materia del cuerpo mental.
Estas vibraciones provocan un comienzo de actividad en la conciencia mental y la estimulan a añadir gradualmente cierta actividad propia a las impresiones recibidas de fuera.
Hemos visto que el cuerpo mental está tan íntimamente unido con el astral, que ambos obran como un cuerpo único; pero las facultades mentales nacientes añaden a las pasiones astrales cierta fuerza y cierta cualidad que no se manifiestan cuando esas pasiones obran como fuerzas puramente animales.
Las impresiones en el cuerpo mental duran más que las efectuadas en el astral, y aquél las reproduce de una manera consciente.
Aquí comienzan la memoria y la imaginación.
Esta facultad se despierta poco a poco, a medida que las imágenes del mundo externo obran sobre la sustancia del cuerpo mental y modelan sus materiales a su propia semejanza.
Tales imágenes, nacidas del contacto de los sentidos, atraen a ellas la materia mental más densa y pueden reproducirse a la voluntad por los nacientes poderes de la conciencia.
Esta reserva de imágenes acumuladas tiende a estimular la actividad interiormente engendrada, por el deseo de experimentar una vez más, por medio de los órganos externos, las vibraciones que han dejado un recuerdo agradable y evitar las que determinaron disgusto.
El cuerpo mental comienza desde entonces a excitar al astral, y a reanimar en él los deseos que en el animal duermen mientras no se despiertan por un estímulo físico.
Por esto encontramos en el hombre poco evolucionado el continuo anhelo de placer que no se nota jamás en los animales; la codicia, crueldad y doblez desconocidas en el reino inferior. Los poderes conscientes del pensamiento, puestos al servicio de los sentidos, hacen del hombre un bruto más peligroso y feroz que ningún otro, y las fuerzas más profundas y sutiles inherentes al espíritu—materia mental prestan a la naturaleza pasional una violencia y agudeza que no se encuentran en las razas inferiores.
Pero estos excesos llevan en sí mismos, gracias a los sufrimientos de que son causa, el germen de su propia corrección.
Estas penosas experiencias obran sobre la conciencia y provocan imágenes nuevas sobre las que la imaginación actúa, estimulando a la conciencia a resistir a ciertas vibraciones que le llegan del mundo exterior por mediación de su cuerpo astral, y entonces comienza a emplear su voluntad para< retener el impulso de las pasiones en vez de abandonarse a ellas.
Una vez en juego estas vibraciones de resistencia, atraen al cuerpo mental combinaciones sutilísimas de materia mental, expulsando las combinaciones groseras que vibran en respuesta a las notas pasionales del cuerpo astral.
Gracias a esta lucha entre las vibraciones provocadas por las imágenes pasionales y las vibraciones contrarias debidas a la reproducción imaginativa de experiencias penosas de otro tiempo, se desenvuelve el cuerpo mental, empieza a tener organización definida y a ejercer una iniciativa cada vez mayor frente a las actividades externas.
Mientras la vida terrestre se aplica a cosechar experiencias, la vida intermedia se emplea en asimilar, como veremos detalladamente en otro capítulo, esas mismas experiencias.
De suerte que a cada nueva vuelta a la tierra, el Pensador se encuentra en posesión de mayor conjunto de facultades para construir su cuerpo mental.
Así, el hombre no evolucionado, esclavo de sus pasiones, se transforma en medianamente evolucionado, cuya inteligencia es campo de batalla donde las pasiones y las potencias mentales luchan con fortuna diversa y con fuerzas casi iguales.
En este período, el hombre evoluciona gradualmente hacia la dominación de su naturaleza inferior.
B) En el hombre medianamente evolucionado es más vigoroso y de mayor tamaño el cuerpo mental.
Revela cierta organización y contiene bastante cantidad de materia de la segunda, tercera y cuarta subdivisiones del plano mental.
La ley general que rige la construcción y transformación del cuerpo mental podrá estudiarse aquí con algún provecho, aunque esté basada sobre el mismo principio que ya vimos operando en los reinos inferiores de los mundos astral y físico.
El ejercicio vigoriza y la inacción atrofia y acaba por destruir.
Cada vibración provocada en el cuerpo mental determina en la región afectada una modificación de sus elementos constitutivos.
La materia que no puede vibrar al unísono se elimina y reemplaza por materiales convenientemente tomadas de la reservas verdaderamente inagotables que se encuentran alrededor.
Cuanto más se repite un conjunto de vibraciones, más se desarrolla la región afectada del cuerpo mental; de ahí, dicho sea de paso, el perjuicio que irroga al cuerpo mental la especialización exagerada de sus energías.
Este error de método en la utilización de fuerzas determina un desarrollo desigual y desequilibrado del cuerpo mental.
En la región continuamente ejercitada hay tendencia a la plétora, y tendencia a la atrofia en otras regiones acaso muy importantes.
El ideal está en perseguir un desarrollo general armónico y proporcionado; y para eso basta el análisis tranquilo de sí mismo y la justa adaptación de los medios a los fines. El conocimiento de esta ley permite explicar algunas experiencias muy conocidas y forja la esperanza en un progreso seguro.
Cuando se emprende un nuevo estudio o se introduce un cambio en el sentido de una más elevada moralidad en la evidencia, las primeras etapas están llenas de dificultades y a veces se abandona el esfuerzo porque parecen insuperables los obstáculos.
Al comienzo de una nueva empresa mental, cualesquiera que sea, todo el automatismo del cuerpo mental rehuye el esfuerzo.
Sus materiales, acostumbrados a vibrar de cierta manera, no pueden adaptarse a los nuevos impulsos.
La primera etapa del trabajo consiste, pues, principalmente, en realizar esfuerzos preliminares que, aunque no provoquen en el cuerpo mental vibraciones adecuadas, son cuando menos indispensables para que surjan las vibraciones armónicas, porque tienden a rechazar del cuerpo los antiguos materiales refractarios y a atraer combinaciones simpáticas.
En este tiempo el hombre no tiene conciencia de progreso alguno, sino de lo inútil de sus esfuerzos y de la resistencia inerte que encuentra; pero al cabo de cierto tiempo, si persiste, los materiales nuevamente adquiridos empiezan a funcionar recompensándole los esfuerzos que creyera estériles.
Finalmente, expulsados todos los materiales viejos y ya en función los nuevos, triunfa sin el menor esfuerzo y realiza su deseo..
El período verdaderamente crítico es el primer paso, o la primera etapa.
Pero si tenemos confianza en la ley, tan infalible en sus operaciones como todas la s de la naturaleza, y si renovamos con persistencia nuestros esfuerzos, debemos necesariamente triunfar.
El conocimiento de este hecho puede servirnos para animarnos en medio de las tribulaciones que de otro modo nos llevarían a la desesperación.
He ahí, pues, cómo el hombre medianamente desarrollado puede proseguir sus esfuerzos, descubriendo con gozo que a medida que resista más y más a las solicitaciones de la naturaleza inferior, pierden su poder sobre él, porque expulsa de su cuerpo mental todos los materiales que pueden producir vibraciones simpáticas.
Cuando el cuerpo mental sólo contenga las combinaciones más sutiles de las cuatro subdivisiones inferiores del plano mental, adquirirá la forma radiante y exquisitamente bella del estadio siguiente.
C) El hombre espiritualmente desarrollado ha eliminado ya del cuerpo mental las combinaciones groseras, de suerte que los objetos de los sentidos no encuentran materiales capaces de responder simpáticamente a sus vibraciones.
Este cuerpo mental sólo contiene combinaciones de las más sutiles, pertenecientes a las cuatro subdivisiones del mundo mental inferior; además, la substancia del tercero y cuarto súplanos entra por mucho en la composición de los dos primeros.
Es, pues, sensible a todas las operaciones superiores del intelecto, a las impresiones delicadas de las artes superiores y a todas las puras vibraciones de las emociones sublimes.
Un cuerpo tal permite al Pensador revestido de él, expresarse más completamente en la región mental inferior y en los mundos astral y físico.
Sus materiales pueden responder a una escala de vibraciones mucho mayor y los impulsos procedentes de arriba los moldean en un organismo más noble y más sutil.
Se aproxima el momento en que ése cuerpo este pronto pana trasmitir todas las vibraciones emitidas por el Pensador, susceptibles de expresión en las subdivisiones inferiores del plano. El Ego tendrá entonces el instrumento perfecto para desempeñar plenamente su papel en la región mental inferior.
A modificar en gran manera la educación moderna y hacerla más útil al Pensador que lo es actualmente, contribuirá una clara comprensión de la naturaleza del cuerpo mental.
Las características generales de este cuerpo dependen de las vidas anteriores del Pensador sobre la tierra; echo del que podremos convencernos íntimamente al estudiar la Reencarnación y el Karma.
El cuerpo está construido en el plano mental y sus materiales dependen de las cualidades que el Pensador ha acumulado en él como resultados de experiencias anteriores.
Todo lo que puede hacer la educación es dirigir los estímulos exteriores adecuados para despertar las facultades útiles que ya posee el Pensador; pero al mismo tiempo debe propender a la atrofia y desarraigo de las malas inclinaciones.
Favorecer el desenvolvimiento de las facultades innatas y no recargar la memoria con abrumador cúmulo de palabras: tal es el objeto de la educación verdadera.
La memoria no necesita cultivo como facultad distinta, porque depende de la atención, es decir, de la firma concentración del pensamiento sobre el objeto estudiado y de la afinidad natural que existe entre el objeto y la inteligencia del niño.
Si el objeto agrada, es decir, si la inteligencia tiene aptitudes en tal sentido, no hará falta la memoria para sostener la atención.
Por esto la educación, orientándose hacia las facultades innatas del niño, debe arraigar el hábito de la firme y sostenida concentración de la atención.
Pasemos ahora a la división “sin forma” del plano mental, a esa región que es la verdadera patria del hombre a través del ciclo de sus reencarnaciones.
En ella nace el alma incipiente, el Ego niño, individualidad embrionaria en el momento en que comienza su evolución humana propiamente dicha.
La forma del Ego, del Pensador, es ovoide, y por eso H. P. Blavatsky da el nombre de huevo áureo al cuerpo de Manas que persiste a través de todas las encarnaciones.
Está formado de la materia de las tres subdivisiones superiores del plano mental, es de exquisita finura y parece un velo desde su primera aparición.
A medida que se desarrolla se convierte en un objeto radiante de gloria y belleza suprema: “El Ser luminoso”, como justamente se le ha llamado (2) (Este es el Augoeides de los neoplatónicos, o el cuerpo espiritual de San Pablo)
¿Qué es, pues, el Pensador?
Ya lo hemos dicho: él Yo divino, limitado o individualizado en una forma sutil formada por materiales de la región “sin forma” del plano mental (3) (Es decir, él Yo cuando funciona en el estuche del Discernimiento; el Vignyânamayakosha, la clasificación vedan tina)
Esta materia, aglomerada alrededor de un rayo del Yo, de un rayo vivo de la Luz Una, que es la vida del universo, separa a ese rayo de su fuente en lo que concierne al mundo externo.
Lo envuelve como un velo traslúcido y lo transforma así en “un individuo”.
La vida que le anima es la vida del Logos, pero al principio todas las fuerzas de esa vida están latentes y veladas.
Todo está en él potencialmente en estado de germen, como el árbol en el germen minúsculo de la semilla.
Esta semilla está plantada en la tierra fecunda de la vida humana, a fin de que vivificadas las fuerzas latentes por el sol de la alegría y la lluvia de las lágrimas, pueden nutrirse con los jugos del mantillo vital que llamamos experiencia, y se desenvuelva en árbol potente a imagen del Señor que lo engendrara.
La evolución humana es la del Pensador.
Se reviste de cuerpos en los planos mental inferior, astral y físico.
Luego de gastados estos cuerpos a través de las vidas terrestres, astral y mental inferior, los deja sucesivamente en los diversos estados de ese ciclo de vida, a medida que pasa de un mundo a otro, pero acumulando siempre los frutos cosechados, para su aprovechamiento en cada plano.
Al principio, tan escasamente consciente como el cuerpo físico de un recién nacido, permanece como en soñolencia hasta que las experiencias obran sobre él desde lo exterior y le ayudan a despertar la actividad de alguna de sus fuerzas latentes.
Luego, poco a poco va desempeñando papel cada vez más importante en la dirección de su existencia; y finalmente, conseguida la madurez, toma su vida entre sus propias manos t adquiere siempre creciente imperio sobre su destino futuro.
De extrema lentitud es el crecimiento del cuerpo permanente que con la conciencia divina constituye lo que llamamos el Pensador.
Su nombre técnico es el de cuerpo causal, porque reúne en sí los resultados de todas las experiencias, los cuales obran como causas y modelan las existencias futuras.
El cuerpo causal es el único permanente de cuantos el hombre necesita en su encarnación.
Sabemos, en efecto, que los cuerpos físico, astral y mental inferior se reconstruyen en cada encarnación.
Cada uno de ellos, al desaparecer, trasmite su residuo al cuerpo inmediatamente superior, y todos los residuos se acopian en el cuerpo permanente.
Cuando el Pensador vuelve a encarnar, exterioriza sus energías, compuestas de sus frutos, sobre cada plano sucesivo y atrae sobre sí uno tras otros nuevos cuerpos en armonía con su propio pasado.
En, cuanto al acrecentamiento del cuerpo causal, es, como hemos dicho, extremadamente lento, porque sólo puede vibrar en respuesta a impulsos susceptibles de expresión en la sutilísima materia que lo compone.
Únicamente se asimila estos impulsos en la textura de su ser.
Las pasiones, que tan importante papel juegan en las primeras fases de la evolución humana, no pueden por lo tanto afectar directamente el crecimiento del cuerpo causal.
El Pensador sólo asimila las experiencias que pueden reproducirse por las vibraciones del cuerpo causal; y esas experiencias deben pertenecer a la región mental, con carácter sumamente intelectual o moral.
Además, su materia sutil no puede hallar en el plano físico ninguna vibración simpática.
Con un poco de reflexión comprenderá cada cual cuán pobre es su vida cotidiana en materiales útiles para el desarrollo de ese cuerpo sublime.
Y de la lentitud de la evolución proviene la tardanza en el progreso.
Cuando el Pensador sea bastante potente para manifestarse de un modo más completo en cada vida sucesiva, la evolución se efectuará a gigantescos pasos.
La persistencia en la iniquidad repercute sin embargo indirectamente sobre el cuerpo causal y retarda su crecimiento.
Efectivamente, parece que la prolongada perseverancia en el mal determina cierta incapacidad para responder a las opuestas vibraciones del bien.
El crecimiento se retrasa así durante un período considerable, aun después de haber cesado en la práctica del mal.
Para dañar directamente al cuerpo causal, hace falta una perversidad muy intelectual y sutil. El “pecado espiritual”, que mencionan las diversas Escrituras del mundo. Felizmente es un caso tan raro como el bien espiritual.
Ni uno ni otro se encuentran sino en los seres altamente evolucionados, que siguen el sendero de la derecha o el de la izquierda. (I) (El sendero de la derecha es el que conduce a la humanidad divina, al Adeptado puesto al servicio de los mundos.
El sendero de la izquierda lleva al Adeptado que intenta frustrar los progresos de la evolución en provecho de intereses individuales y egoístas. Se les llama también sendero blanco y sendero negro.)
La residencia del Pensador, del Hombre Eterno, es el quinto subplano, el nivel inferior de la región “sin forma” del plano mental.
Allí están las grandes masas de la humanidad, apenas despiertas, en la infancia de su vida.
El Pensador llega con lentitud al estado consciente, a medida que sus energías obran sobre los planos inferiores y adquieren en ellos experiencia.
Esta experiencia es absorbida al mismo tiempo que las energías exteriorizadas del Pensador, cuando a él vuelven cargadas con la cosecha de una vida.
El Hombre Eterno, él Yo individualizado, es el verdadero actor en cada uno de los cuerpos que le envuelven.
Su presencia da el sentimiento del Yo tanto al cuerpo como al intelecto, y el Yo es el principio que posee conciencia y por ilusión se identifica con aquél cuerpo en que despliega más activamente sus energías.
Para el hombre sensual él Yo es el cuerpo físico y el cuerpo de deseo; saca de ellos su gozo y los considera como a sí mismo porque su vida está en ellos.
Para el sabio, él Yo es la inteligencia, porque en el ejercicio de ella encuentra su alegría y en ella concentra su vida.
Un reducido número puede elevarse hasta las cumbres abstractas de la filosofía espiritual, para sentir como su Yo el Hombre Eterno cuyo recuerdo se extiende a través de las vidas pasadas y cuya esperanza abarca las futuras.
Los fisiólogos nos dicen que el dolor de un corte en un dedo no se siente realmente en donde la sangre fluye, sino en el cerebro, y que nuestra imaginación lo proyecta inmediatamente al exterior sobre la parte lesionada.
Dicen que es ilusoria la sensación de dolor en el dedo, pues la imaginación lo lleva al punto de contacto con el objeto que ocasiona la herida.
Así un hombre experimentará dolor en un miembro amputado, o mejor dicho, en el espacio que ese miembro ocupaba.
De un modo análogo él Yo único, el Hombre interior, experimenta sufrimiento o placer en los puntos de sus envolturas corporales que están en contacto con el mundo exterior; y considera su envoltura como a sí mismo, ignorando que esa sensación es ilusoria, y que él mismo es él único ser que obra y recoge la experiencia en cada vehículo.
Con arreglo a estos conceptos, consideramos ahora las relaciones entre el mental superior y el mental inferior, y su acción sobre el cerebro.
Manas, el Pensador, es decir, la mente verdadera, es única, y no otra que él Yo en el cuerpo causal, fuente de energía innumeras, de vibraciones infinitamente diversas que irradian en torno de él.
Las más elevadas y sutiles de estas vibraciones se manifiestan en la materia del cuerpo causal, la única bastante delicada para responderlas.
Ellas constituyen lo que llamamos la Razón Pura, cuyos pensamientos son abstractos y cuyo método de conocimiento es la intuición.
“Su verdadera naturaleza es conocimiento”, y reconoce así la verdad a primera vista por su conformidad con ella. Las vibraciones menos sutiles pasan al exterior, atrayendo la materia de la región mental inferior, y estas vibraciones constituyen el Manas inferior o mental inferior, que, por lo tanto, está constituido por las energías más groseras del mental superior, manifestadas en materia más densa.
Esto es lo que llamamos el intelecto, comprendiendo la razón, el juicio, la imaginación, la comparación y otras facultades mentales.
Sus pensamientos son concretos y tiene por método la lógica: discute, razona y deduce.
Estas vibraciones obran a través de la materia astral sobre el cerebro etéreo, y mediante éste sobre el cerebro físico denso, dando origen en él a otras vibraciones pesadas y lentas en reproducción de aquellas mismas.
Lentas y pesadas, porque las energías pierden mucho de su actividad, puesto que han de mover materia más pesada.
Esta aminoración de energía, cuando se inicia una vibración en un medio sutil para trasmitirse enseguida a un medio más denso, es cosa familiar para quien ha estudiado física.
Tocad un timbre al aire libre y suena claramente.
Tocadlo en un ambiente de hidrogeno, y las vibraciones del hidrogeno, al conmover a su vez las ondas atmosféricas aminorarán el sonido.
Las operaciones del cerebro, en respuesta a choques rápidos y sutiles del pensamiento, son igualmente débiles; y no obstante, constituyen lo que la mayoría de los hombres reconoce como estado consciente.
La importancia inmensa del funcionamiento mental de esa conciencia física proviene de que es el único intermediario por donde el Pensador puede recoger el fruto de la experiencia.
Mientras está dirigido por las pasiones, las sigue, y el Pensador, sin nutrición alguna no puede desarrollarse.
Y mientras está totalmente absorbida por las actividades mentales del mundo exterior, sólo puede despertar las energías más ínfimas del Pensador.
Únicamente el día en que este puede hacer sentir el verdadero objeto de su vida, comienza a llenar sus funciones más útiles y a recoger las experiencias que despiertan y nutren las energías más elevadas del Pensador.
A medida que éste se desenvuelve, se hace cada vez más consciente de sus propios poderes, así como de las operaciones de sus energías sobre los planos inferiores, y sobre los cuerpos cuyas energías actúan cerca de él.
Comienza, en fin, a esforzarse en influir en esos cuerpos, utilizando la memoria del pasado para guiar su voluntad; y produce entonces sobre ellos las impresiones que llamamos “conciencia”, si sé refieren a la moral, y “relámpagos de intuición”, si iluminan el intelecto.
Cuando estas últimas impresiones son bastante frecuentes para que se las pueda considerar como normales, designamos su conjunto con la palabra “genio”.
La evolución superior del Pensador está señalada por él más completo dominio que ejerce en lo sucesivo sobre sus vehículos inferiores, por su creciente susceptibilidad a su influencia, y por su contribución, siempre mayor, a su desarrollo.
Los que quieren colaborar deliberadamente en esta evolución pueden efectuarlo por una dirección metódica del mental inferior y de la naturaleza moral en esfuerzo constante y bien dirigido.
El hábito de un pensamiento sereno, sostenido y perseverante, sobre los objetos de meditación y estudio que no sean mundanos y exteriores, desenvuelve el cuerpo mental y lo mejora como instrumento.
El esfuerzo que tiende a cultivar el pensamiento abstracto es igualmente útil, porque eleva al mental inferior hacia el mental superior y atrae sobre sí los materiales más sutiles de su propia región.
Gracia a métodos semejantes todo hombre puede cooperar activamente a la evolución de su verdadero ser.
Cada progreso efectuado acelera los progresos siguientes.
Ningún esfuerzo se pierde, por mínimo que sea; todos producen efecto, y toda contribución recogida y trasmitida al interior se acopia en el tesoro del cuerpo causal para utilizarla ulteriormente.
Así la evolución, aunque lenta y llena de frecuentes soluciones de continuidad, va siempre en progreso, y la Vida Divina que sin cesar florece en cada alma, somete gradualmente todas las cosas a su imperio.
ANNIE BESANT
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