UN CAPÍTULO DE ÉLIPHAS LEVI.1
TRADUCIDO POR LA SEÑORA BLAVATSKY
[Spiritual Scientist, Boston, Volumen
III, 4 de noviembre de 1875, páginas 104-105]
Ya hemos dicho que en la Luz
Astral las imágenes de personas y cosas se conservan. Es también en esta luz
que pueden ser evocadas las formas de aquellos que ya no están en nuestro
mundo, y es a través de esos medios que se efectúan los misterios de la
nigromancia que son tan reales como son negados.
Los
Cabalistas, que han hablado del mundo de los espíritus, simplemente han
relacionado lo que han visto en sus evocaciones.
Eliphas
Lévi Zahed (estos nombres hebreos traducidos son Alfonso Luis Constant), que
escribe este libro, ha evocado y ha visto.
Digamos primero que los maestros
han escrito sobre sus visiones o intuiciones en lo que han llamado la luz de gloria.
Leemos en el libro hebreo, La Revolución de las Almas 2,
que hay almas de tres clases: las hijas de Adan, las hijas de los ángeles y las
hijas del pecado. Hay también, de acuerdo con el mismo libro, tres clases de
espíritus: espíritus cautivos, espíritus errantes, y espíritus libres. Las
almas son enviadas en parejas. Hay, sin embargo, almas de hombres que nacen
solas, y cuyas compañeras son mantenidas cautivas por Lilith y Naemah, las
reinas de Strygis3; estas son las almas que tienen que hacer
futuras expiaciones por su imprudencia, al asumir un voto de celibato. Por
ejemplo, cuando un hombre renuncia desde la niñez al amor de la mujer, él hace
a la esposa que estaba destinada para él la esclava de los demonios de la
lujuria. Las almas crecen y se multiplican en el cielo así como los cuerpos en
la tierra. Las almas inmaculadas son la prole de la unión de los ángeles.
Nada puede entrar en el Cielo, excepto aquello que es del cielo. Tras
la muerte, entonces, el espíritu divino que animaba al hombre, regresa solo al
Cielo, y abandona en la tierra y en la atmósfera dos cadáveres. Uno, terrenal y
elemental, el otro, aéreo y sideral, el primero ya sin vida, el segundo aún
animado por el movimiento universal del alma en el mundo (Luz Astral), pero
destinado a morir gradualmente, absorbido por los poderes astrales que lo
produjeron. El cadáver terrenal es visible: el otro es invisible a los ojos de
los cuerpos vivos terrestres, y no pueden ser percibidos excepto por las
influencias de la luz astral o translúcida, que comunica sus impresiones al
sistema nervioso, y afecta así al órgano de la vista, como para hacerle ver las
formas que se preservan, y las palabras que están escritas en el libro de la
vida vital.
Cuando un hombre ha vivido bien, el cadáver astral o espíritu se
evapora como un puro incienso, al remontarse hacia las regiones más altas; pero
si un hombre ha vivido en el crimen, su cuerpo astral, que le mantiene
prisionero, busca de nuevo el objeto de las pasiones y deseos para reanudar la
trayectoria de su vida. Atormenta los sueños de jovencitas, se baña en el vapor
de la sangre derramada, y planea sobre los lugares donde los placeres de su
vida revoloteaban; observa continuamente los tesoros que poseyó y ocultó; se
agota en infelices esfuerzos para fabricarse órganos materiales y vivir más.
Pero las estrellas le atraen y le absorben, siente que su inteligencia se
debilita, pierde gradualmente su memoria, todo su ser se disuelve... sus viejos
vicios se le aparecen como encarnaciones, y le persiguen bajo monstruosas
formas; le atacan y le devoran... El miserable infeliz así pierde sucesivamente
todos los miembros que le servían en sus pecaminosos apetitos; entonces muere
una segunda vez y para siempre, porque pierde entonces su personalidad y su
memoria. Las almas, que están destinadas a vivir, pero que no han sido
completamente purificadas, permanecen por un período de tiempo más corto o más
largo cautivos en el cuerpo Astral, donde son refinados por la luz ódica que
busca asimilarlos a sí misma y disolverlos. Es para librarse ellos mismos de
este cuerpo que las almas que sufren a veces entran en los cuerpos de personas
vivas, y permanecen allí un rato en un estado que los Cabalistas llaman
Embrionario.
Estos son los fantasmas aéreos evocados por los nigromantes. Estas son
las larvas, substancias muertas o moribundas, con las que uno se sitúa en
relación, normalmente no pueden hablar excepto por los pitidos en nuestros
oídos, producidos por los temblores nerviosos de los que ya he hablado, y
normalmente sólo razonan al reflejarse en nuestros pensamientos o sueños.
Pero para ver estas extrañas formas uno debe ponerse en una condición
excepcional, tomando parte inmediatamente del sueño y la muerte; es decir, uno
debe magnetizarse a sí mismo y alcanzar un tipo de sonambulismo lúcido y
despierto. La Necromancia, entonces, obtiene resultados reales, y las
evocaciones de magia son capaces de producir apariciones verdaderas. Hemos
dicho que en el gran agente mágico, que es la Luz Astral, se preservan todas
las impresiones de las cosas, todas las imágenes formadas, ya sea por sus rayos
o por sus reflejos; es en esta luz en la que se nos aparecen nuestros sueños, es esta luz la que intoxica
a los locos y barre su debilitado juicio en la persecución de los más
fantásticos fantasmas. Para ver sin ilusiones en esta luz es necesario alejar
los reflejos mediante un poderoso esfuerzo de voluntad y atraer a uno mismo
sólo los rayos. Soñar despierto es ver en la Luz Astral, y las orgías del
Sabbath de las brujas, descritos por tantos brujos en sus juicios criminales,
no se les presentan de cualquier otra manera. A menudo los preparativos y las
substancias empleadas para llegar a este resultado eran horribles, como hemos
visto en los capítulos dedicados a los rituales; pero los resultados nunca eran
dudosos. Cosas del aspecto más abominable, fantástico e imposible eran vistas,
oídas y tocadas...
En la primavera del año 1854, fui a Londres para escapar de ciertos
problemas familiares y dedicarme, sin interrupción, a la ciencia. Tenía cartas
de presentación para eminentes personas interesadas en manifestaciones
supernaturales. Vi a varias, y encontré en ellas, combinada con mucha
educación, bastante indiferencia o frivolidad. Inmediatamente me pidieron
milagros, como harían con un charlatán. Estaba un poco desanimado, para decir
la verdad, lejos de estar dispuesto a iniciar a otros en los misterios de la
magia ceremonial, siempre había temido por mí mismo las ilusiones y fatigas de
la misma; además, estas ceremonias requerían materiales a la vez caros y
difíciles de obtener juntos. Yo, por tanto, me zambullí en el estudio de la
Alta Cábala, y no pensé más en los adeptos ingleses hasta que un día, entrando
en mi alojamiento, encontré una nota con mi dirección. Esta nota contenía la
mitad de una carta, cortada en dos, y sobre la que reconocí, inmediatamente, el
carácter del Sello de Salomón y un pedazo muy pequeño de papel sobre el que
estaba escrito lo siguiente con lápiz: “Mañana a las tres en punto, delante de
la Abadía de Westminster, la otra mitad de la carta os será presentada.” Acudí
a este singular encuentro. Un carruaje esperaba en el lugar.
Yo llevaba en mi
mano, con aparente indiferencia, mi mitad de la carta, se aproximó un
sirviente, y abriendo la puerta del carruaje, me hizo una señal. En el carruaje
había una dama de negro cuyo sombrero estaba cubierto por un velo muy grueso;
ella me indicó por señas que tomara asiento a su lado, a la vez que me mostraba
la otra mitad de la carta que yo había recibido. El lacayo cerró la puerta, el
carruaje echó a andar, y la dama habiéndose levantado el velo percibí a una
persona cuyos ojos eran brillantes y extremadamente penetrantes en su
expresión. “Señor”, me dijo, con un acento inglés muy marcado, “sé que la ley
del secreto es muy fuerte entre los adeptos; un amigo de Sir Bullwer Lytton,
que os ha visto, sabe qué experimentos se os han pedido, y que vosotros habéis
rehusado satisfacer su curiosidad. Quizás no teníais las cosas necesarias, os
deseo mostrar un gabinete completo de magia, pero os demando de antemano el más
inviolable secreto. Si no hacéis esta promesa por vuestro honor ordenaré al
cochero que os lleve a vuestra casa.” Prometí lo que se me requería, y demuestro
mi fidelidad al no mencionar ni el nombre, ni las características, ni la
residencia de esta dama, que pronto reconocí como una iniciada, no precisamente
de primer grado, sino de uno muy alto. Tuvimos varias largas conversaciones, en
el curso de las cuales ella insistía constantemente en la necesidad de
experimentos prácticos para completar la iniciación. Ella me mostró una
colección de trajes e instrumentos mágicos, incluso me prestó algunos libros
curiosos que yo necesitaba; en breve, ella decidió probar en su casa el
experimento de una evocación completa, para la que me preparé durante veintiún
días, mediante la observación escrupulosa de las prácticas indicadas en el
capítulo XIII del “Ritual.”
Todo estaba listo el 24 de julio, nuestra intención era evocar el
fantasma del divino Apolonio e interrogarle sobre dos secretos, de los cuales
uno me concernía a mí, y el otro le interesaba a la dama. Al principio su
intención era asistir a la evocación, con un íntimo amigo; pero en el último
momento le falló el coraje, y como tres personas o una son estrictamente
requeridas para los ritos mágicos, me quedé solo. El gabinete preparado para la
evocación estaba dispuesto en la torre pequeña, cuatro espejos cóncavos estaban
adecuadamente dispuestos, y había una especie de altar, cuya parte superior de
mármol blanco estaba rodeada por una cadena de hierro magnetizado. Sobre el
mármol blanco estaba tallado y dorado el signo del pentagrama, y el mismo signo
estaba trazado en diferentes colores sobre una piel de cordero blanca y fresca,
que estaba extendida sobre el altar. En el centro del bloque de mármol, había
un pequeño brasero de cobre, que contenía carbón de olmo y madera de laurel;
otro brasero estaba situado ante mí, sobre un trípode. Yo estaba vestido con una
toga blanca, algo parecida a aquellas usadas por nuestros sacerdotes católicos,
pero más larga y más detallada, y llevaba sobre mi cabeza una corona de hojas
de verbena entrelazadas en una cadena de oro. En una mano sostenía una espada
desnuda, y en la otra el Ritual. Encendí los dos fuegos, con las sustancias
requeridas y preparadas, y comencé al principio en voz baja, para ir subiéndola
gradualmente, las invocaciones del Ritual.
El humo se extendía, la llama
parpadeaba y hacía bailar todos los objetos que iluminaba, de repente se apagó.
El humo ascendía blanco y lento desde el altar de mármol. Parecía como si
hubiera detectado un pequeño temblor de un terremoto, mis oídos pitaban y mi
corazón palpitaba rápidamente. Añadí algunas ramillas y perfumes al brasero, y
cuando la llama ascendió, vi claramente, ante el altar, una figura humana, más
grande que el tamaño normal, que se descomponía y se fundía. Recomencé las
evocaciones y me situé dentro de un círculo que había trazado antes de la
ceremonia entre el altar y el trípode; vi entonces el disco de espejos delante
de mí, y que estaba detrás del altar iluminándose gradualmente, y una
blanquecina forma se desarrollaba, creciendo y pareciendo aproximarse, poco a
poco, llamé tres veces a Apolonio, a la vez que cerraba los ojos, y cuando los
abrí de nuevo, había un hombre delante de mí, completamente envuelto en un
sudario, que me parecía más gris que blanco; su cara era fina, triste y sin
barba, que no parecía comunicarme la idea que me había formado previamente de
Apolonio.
Experimenté una sensación de extraordinario frío, y cuando abrí la
boca para preguntar al fantasma, me fue imposible articular sonido. Entonces
puse mi mano sobre el signo del Pentagrama, y dirigí hacia él la punta de la
espada, ordenándole mentalmente con esa señal, que no me asustara sino que me
obedeciera. Entonces la forma se tornó confusa, y de repente desapareció. La
ordené reaparecer; entonces la sentí pasar a mi lado, como un suspiro, y algo
tocó la mano en la que sostenía la espada, sentí mi brazo rígido
inmediatamente, así como el hombro. Pensé que entendía que esta espada ofendía
al espíritu, y la clavé en el círculo cerca de mí. La figura humana reapareció
entonces, pero sentí una debilidad tal en mis miembros, y tal cansancio apoderarse
de mí, que andé un par de pasos para sentarme. Tan pronto como estuve en mi
silla, caí en un profundo sueño, acompañado de sueños, de los cuales, al volver
en mí, sólo tenía un vago y confuso recuerdo. Durante varios días mi brazo
estuvo rígido y dolorido. La aparición no me había hablado, pero parecía que
las preguntas que había deseado preguntarle, se habían contestado ellas mismas
en mi mente. A la de la dama, una voz interior me contestó “’¡Muerto!”
(concernía a un hombre del que ella deseaba tener alguna información). Y en lo
que concernía a lo que yo quería saber, si la reconciliación y perdón sería
posible entre dos personas, en las que pensé, el mismo eco interior
despiadadamente contestó “¡Muertos!”
Relato estos dos hechos exactamente como sucedieron, no forzándolos
sobre la fe de nadie.
El efecto de este primer experimento sobre mí, fue algo
inexplicable, no volví a ser el mismo hombre...
Repetí dos veces en el transcurso de los días siguientes, el mismo
experimento. El resultado de estas otras dos evocaciones, fue la revelación de
dos secretos cabalísticos, que podrían, si fueran conocidos por todos, cambiar
a corto plazo los cimientos y leyes de la sociedad entera... no explicaré
mediante qué leyes fisiológicas, ví y toqué; simplemente afirmo que vi y toqué,
que vi clara y distintamente, sin soñar y que eso es suficiente para demostrar
la eficacia de las ceremonias mágicas...
No acabaré este capítulo sin notar la curiosa creencia de ciertos
Cabalistas, que distinguen la muerte aparente de la real, y creen que raramente
suceden simultáneamente. De acuerdo a su historia, la mayor parte de las
personas enterradas están vivas, y muchas otras, que creemos que viven, están
en realidad muertas. Locura incurable, por ejemplo, sería, de acuerdo con ellos,
una incompleta pero real muerte, que deja el cuerpo terrenal bajo el exclusivo
control del cuerpo astral o sideral.
Cuando el alma humana experimenta un
trauma demasiado violento para soportarlo, se separa del cuerpo y deja en su
lugar el alma animal, o en otras palabras; el cuerpo astral, que hace del
despojo humano algo en un sentido menos vivo que incluso un animal. Las
personas muertas de esta clase pueden ser fácilmente reconocidas por la
completa extinción de los sentidos emocionales y morales; no son malos, no son
buenos; están muertos. Estos seres, que son las setas venenosas de la especie
humana, absorben tanto como pueden la vitalidad de los vivos, eso es por lo que
su cercanía paraliza el alma y envía un escalofrío al corazón. Estos seres cadavéricos
demuestran todo lo que ha sido dicho de los vampiros, esas espantosas criaturas
que se levantan por la noche y beben la sangre de los cuerpos sanos de personas
que duermen. ¿No hay algunos seres en cuya presencia uno se siente menos
inteligente, menos bueno, a menudo incluso menos honesto? ¿No apaga su cercanía
toda la fe y el entusiasmo, y no os atan a ellos mediante vuestras debilidades,
y os esclavizan mediante vuestras inclinaciones malvadas, y os hacen perder
gradualmente todo el sentido moral en una tortura constante?
COMENTARIOS EXPLICATORIOS
Se sabe tan poco en los tiempos
modernos de la Antigua Magia, su significado, capacidades, literatura, adeptos
y resultados, que no puedo permitir que lo que precede salga sin unas palabras
de explicación. Las ceremonias y parafernalia tan exactamente descritas por
Lévi, están calculadas y se hicieron con la intención de engañar al lector
superficial. Forzado por un irresistible impulso a escribir lo que sabía, pero
temiendo ser peligrosamente explícito, en este ejemplo, como en cualquier lugar
por todos sus trabajos, él magnifica detalles sin importancia y miente sobre
cosas de mayor importancia. El verdadero Cabalista Oriental no necesita
preparación, ni disfraces, aparatos, coronas o armas guerreras: estos
pertenecen a la Cábala Judía, que tiene la misma relación con su prototipo
simple Caldeo como las ceremoniosas observancias de la Iglesia Católica Romana
con la sencilla adoración de Cristo y sus Apóstoles. En las manos del verdadero
adepto de Oriente, una simple vara de bambú con siete nudos, complementada con
su inefable sabiduría e indómita fuerza de voluntad, es suficiente para evocar
espíritus y producir los milagros autentificados por el testimonio de una
multitud de testigos sin prejuicios.
En esta sesión de Lévi, al aparecerse el
fantasma, el audaz investigador vio y oyó cosas, que en su relato de la primera
prueba, son completamente suprimidas, y en el de las otras simplemente
insinuadas. Sé esto de autoridades que no pueden ser cuestionadas.
Suponed que los críticos de poca
monta del Banner y del “ir-Religio”, que, cada semana se ocupan de disparar sus
pequeñas pistolas de juguete a los Espíritus Elementales evocados en su
literatura por el coronel Olcott y yo misma, intentaran alguna de las más
simples ceremonias dadas a los neófitos, para afilar sus dientes de sabiduría
con ellas, antes de asumir divertir e instruir al mundo con su ingenio y
sabiduría. Disparad a lo lejos, buenos amigos, os divertís vosotros mismos y no
herís a nadie más.
NOTAS:
1.-
[Capítulo XII de su Dogme et ritual de la Hautre Magie, páginas 276-292, de la
6ª edición. Paris 1920.- Compilador]
2.- Se hace
aquí referencia al Commentarius in librum Zeniutha. Tractatus de revolutionibus
animarum, de Isaac ben Solomon Loria, que puede ser encontrado en el segundo
volumen de la Kabbala Denudata de Knorr von Rosenroth, etc.; el primer volumen
de este trabajo apareció en Sulzbach, y el segundo en Frankfurt.
3.- Una
palabra aplicada por los Valaginianos y los Orientales a un cierto tipo de
espíritu elemental poco evolucionado.- Ed [H.P.B.]
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