DOMINIO DE LA MENTE - Meditación
FORMACIÓN DEL CARÁCTER
Consideremos ante todo la cuestión del renacimiento y lo que significa el discipulado para que el
hombre pueda escogerlo deliberadamente por su futuro sendero en la vida. Ya vimos cuáles eran
las diferentes etapas de la acción. Al principio, egoísta sin otro móvil que satisfacer las
inclinaciones de la naturaleza inferior y gozar del fruto. Después, por medio de la práctica del
Karma-Yoga, aprende el hombre a obrar, no ya por egoísmo, sino porque es su deber el
cumplimiento de la acción, identificándose así con la Ley y tomando parte consciente en la gran
obra del mundo.
Por fin, la tercera etapa consiste en efectuar la acción no tan sólo como un deber,
sino como el gozoso sacrificio de entregar todo cuanto posee el hombre.
Al llegar a esta etapa le es
posible quebrantar los lazos del deseo y librarse del renacimiento, pues le mueve a renacer el deseo
de los goces y acciones que puede disfrutar y cumplir en la tierra. Todo el que va en pos de algún
ideal mundano, que tiene por meta de su existencia algún objeto terrenal, está evidentemente ligado
por el deseo, y mientras desee algo que la tierra pueda darle, habrá de volver a la tierra. Todo
cuando perteneciente a la transitoria vida física sea capaz de atraerlo, será también capaz de ligarlo,
porque todo atractivo cautiva al alma y la empuja al lugar en donde le quepa satisfacer su deseo. La
naturaleza anímica del hombre es tan semejante a la divina, que aún la misma energía del deseo
tiene de por sí poder bastante para la acción. El hombre obtiene cuanto desea, aunque no
inmediatamente, sino a su debido tiempo, cuando la naturaleza de las cosas lo prescribe; y por esto
se ha dicho repetidas veces que el hombre es dueño de su destino, y que el universo le dará todo
cuanto pida.
Por lo tanto, ha de recibir los resultados de su deseo en aquella parte del universo a
que la cosa deseada pertenezca, y si desea algo terreno, a la tierra ha de venir para satisfacerlo.
Además, también conducen al hombre al renacimiento aquellos deseos que hallan satisfacción en
los mundos astral y mental, los cuales son igualmente transitorios. Por ejemplo, si un hombre pone
su deseo en los goces y delicias del cielo (svarga) y con la esperanza de disfrutarlos rehúsa los
goces terrenos, los disfrutará en tiempo y sazón oportunos como consecuencia de su conducta; pero
siendo el svarga o mundo celeste también transitorio, habrá de volver a la tierra una vez disfrutados
sus goces. Por esta razón se llama "sendero de la Luna" el que toma el hombre deseoso de las
venturas celestes, y se dice que "la luna es la puerta del svarga".
Así vemos que todo deseo, haya
de satisfacerse en la tierra o en cualquier otro mundo transitorio, obliga al alma al renacimiento, y
por ello se ha dicho que sólo puede libertarse el alma cuando "rompe los lazos del corazón." Si el
hombre elimina todo deseo, alcanzará la pura y simple liberación sin necesidad de ejecutar insignes
proezas ni haber llegado a una muy elevada etapa de evolución ni tener educidas todas las divinas
cualidades latentes en la conciencia humana ni encaramarse a las altísimas cumbres en donde
moran los Maestros y Auxiliadores del género humano.
Logrará tan sólo una liberación
esencialmente egoísta que lo coloque más allá del mudable mundo y quebrante cuantos lazos le
atan a la rueda de nacimientos y muertes; pero no lo capacitará para ayudar en modo alguno a sus
hermanos a romper los lazos que los sujetan. Será una liberación individual y no colectiva, por la
que el hombre transciende la humanidad y la deja abandonada a sus esfuerzos. Sé que muchas
gentes no tienen en la vida otro anhelo que la propia liberación, sin importarles nada la de los
demás.
Esta clase de liberación es, según queda dicho, muy fácil de alcanzar, pues únicamente
requiere el reconocimiento de la fragilidad de las cosas terrenas y la innanidez de las ambiciones
por que diariamente se afana el hombre mundano. Pero en último término, esta egoísta e individual
liberación también es transitoria, pues sólo dura un manvántara a cuyo término es preciso volver a
las esferas de actividad. Deja al alma libre de las ataduras de la tierra; pero en un futuro ciclo habrá
de renacer para dar un nuevo paso hacia el fin realmente divino del hombre: la evolución de la
individual conciencia en la conciencia colectiva que ha de aleccionar, auxiliar y guiar a los mundos
futuros. Otras almas hay, más nobles y generosas, que alegremente rompen los lazos del deseo, no
para eludir las dificultades de la vida terrena, sino para ponerse en condiciones de seguir el alto y
nobilísimo sendero del discipulado, tras los pasos de los grandes Seres que facilitaron camino a la
humanidad. Dichas almas Van en busca de Maestros propicios a aceptar por discípulos a quienes
para el discipulado se dispongan con el propósito de no liberarse tan sólo ellos personalmente ni de
esquivar las tribulaciones, sino de llegar a ser auxiliares, maestros y salvadores de la humanidad,
restituyendo al mundo lo que de sus precursores Maestros recibieron.
Todas las Escrituras sagradas
del mundo aluden al discipulado. Uno de los ideales de todas las almas de alta evolución que en
este mundo externo anhelan unirse con la Divinidad, es encontrar un Maestro aleccionador de
hombres. En todas las Escrituras está expresada esta idea. Todos los Upanishadas mencionan el
Gurú, a cuya búsqueda y hallazgo se convierte la atención del aspirante a discípulo. Trataremos
ahora de las cualidades que es necesario adquirir para entrar en el discipulado y lo que es preciso
practicar antes de obtener éxito en el hallazgo del Maestro. Expondremos lo que se ha de llevar a
cabo en la vida cotidiana, aprovechada para el caso como una escuela en donde aprender las
preliminares lecciones y capacitarse para ser dignos de tocar los Pies de los grandes Maestros que
le confieran el verdadero renacimiento simbolizado en todas las religiones exotéricas por una u otra
ceremonia externa, no tan sagrada en sí misma como por lo que simboliza.
En el hinduismo vemos
que la frase "dos veces nacido" significa que el hombre no sólo nació de sus padres carnales, sino
que volvió a nacer al dar el Maestro nuevo nacimiento a su alma. Desgraciadamente, esto sólo está
hoy simbolizado, en la generalidad de los casos, por la iniciación que confiere la familia del gurú o
el padre del iniciado cuando éste llega a ser lo que en el mundo profano se llama "el dos veces
nacido". Pero en otro tiempo y también actualmente en algunos casos, se efectúa una verdadera
iniciación, esencia de la ceremonia externa, que no se contrae al ingreso en una casta social, sino
que es el realmente divino nacimiento conferido por un potente Maestro delegado por el sumo y
único Iniciador de la humanidad.
La historia nos habla de estas iniciaciones en el pasado y
sabemos que todavía existen en el presente. Hay testimonios históricos de su realidad. En muchos
templos de la India subsisten las criptas de las antiguas iniciaciones, y aunque el vulgo profano
ignora su situación, allí están accesibles todavía a quienes se muestran dignos de entrar en ellas.
También Egipto tuvo sus criptas de iniciación, sobre algunas de las cuales se yerguen hoy robustas
pirámides que las ocultan a la vista de las gentes. Las últimas iniciaciones conferidas en Egipto y
Grecia, según nos dice la historia, entre las cuales se cuentan algunas de insignes filósofos, se
celebraron en los templos de iniciación, conocidos del mundo profano. Para entrar en estos templos
no valía el conocimiento científico, sino que era necesario cumplir ciertas condiciones vigentes
desde la más remota antigüedad y perpetuadas hoy día tal como entonces existieron.
La historia no
sólo atestigua la realidad de la iniciación, sino también la del iniciado. Al frente de las principales
religiones figuraron hombres extraordinarios que dieron las Escrituras a los fieles, bosquejaron la
fe exotérica y sobresalieron de entre sus prójimos por la espiritual sabiduría que les dio intuición
para ver lo oculto y atestiguar lo que habían visto. Es característica de todos los grandes Maestros,
que no arguyen, sino que proclaman; no discuten, afirman; no infieren las conclusiones por lógicos
procedimientos, sino que las alcanzan por espiritual intuición. Hablan siempre con autoridad
corroborada por sus propias palabras, y los hombres reconocen ingenuamente la verdad de sus
enseñanzas, aunque sean demasiado elevadas para los entendimientos vulgares, porque en el
corazón de todo hombre palpita el espiritual elemento que el Maestro evoca, y este elemento
responde a la verdad de la espiritual declaración, por más que la inteligencia no sea lo bastante
aguda para discernir la realidad de lo que ve el Espíritu.
Los insignes maestros, instructores y
filósofos de que nos habla la historia fueron iniciados muy superiores al ordinario nivel de la
humanidad. Siempre existieron y todavía existen hoy estos iniciados. ¿Cómo podría la muerte
posar su descarnada mano en quienes vencieron a la vida y a la muerte y dominan toda inferior
naturaleza? Trascendieron la evolución humana en el transcurso de pasados milenios, y unos
proceden de nuestra misma humanidad y otros de humanidades anteriores a la nuestra. Algunos
vinieron de otros planetas cuando la actual humanidad estaba todavía en la infancia; y otros
surgieron cuando esta humanidad había recorrido suficientes etapas de evolución para producir de
su seno iniciados que la auxiliasen. La muerte ya no tiene imperio alguno sobre el hombre que ha
recorrido este sendero y alcanzado su meta, y por lo tanto, no es posible que deje de existir. Su
presencia en la historia fuera suficiente prueba de que siguen existiendo, aún sin el testimonio de
año en año creciente de cuantos los encuentran y los conocen y a Sus pies aprenden las lecciones.
Porque en nuestros mismos días hay quienes, uno tras otro, entran en el antiguo y estrecho sendero,
sutilísimo como filo de navaja de afeitar, que conduce al portal del discipulado y capacita al
hombre para recorrer el altísimo Sendero del Discipulado.
Uno tras otro entran en él en nuestros
días, y por consiguiente, pueden confirmar la verdad de las antiguas Escrituras y recorrer el
Sendero etapa por etapa. Pero, veamos qué cualidades requiere la entrada en el Sendero. La
primera es el dominio mental que, por lo menos en cierta medida, debe poseerse antes de que sea
posible en algún modo el discipulado. Expliquemos, ante todo, lo que significa dominio mental,
qué es la mente y quién la ha de dominar. La generalidad de las gentes identifican con su Yo la
mente o inteligencia consciente, y cuando un hombre dice: "pienso, siento, conozco", transpone, si
bien se indaga, los límites de su conciencia vigílica y resume en el pensar, sentir y conocer todas
las características de su individualidad.1 Pero quienes han estudiado cuidadosamente la
constitución del hombre saben que la mente no es el Yo, sino una de sus cualidades, o mejor dicho,
instrumentos de actividad en el mundo.
A fin de comprender con mayor claridad lo que significa el
dominio de la mente y cómo es posible dominarla, veamos antes qué entendemos por autodominio
en el seglar hombre del mundo, y advertiremos que dista mucho de parecerse al autodominio como
cualidad para el discipulado. Cuando decimos que un hombre es dueño de sí mismo significaremos
que su mente es superior a sus pasiones y emociones, que la voluntad, la razón y el discernimiento
prevalecen contra la naturaleza inferior, y el hombre es capaz de resistir el embate de la tentación,
diciendo: "No cederé.
No consentiré que la pasión me arrastre por el empuje de los sentidos que no
son ni más ni menos que los caballos uncidos a mi carro. Yo soy el auriga y no les dejaré galopar
por el camino que se les antoje." Cuando un hombre habla y obra de tal suerte, decimos que es
dueño de sí mismo. Este es el ordinario sentido de la frase, y por cierto que supone una admirable
cualidad, una etapa por la que todo hombre ha de pasar.
El indisciplinado, enteramente sujeto a los
sentidos, tiene, en verdad, mucho que hacer antes de adquirir esta cualidad de autodominio en la
vida social; pero el discipulado exige mucho más. Al hablar de hombres de voluntad firme y de
voluntad débil, significamos que los de voluntad firme, en caso de verse en las ordinarias
tentaciones y dificultades de la vida, procederán con arreglo a su razón y buen juicio, guiados por
el recuerdo de pasadas experiencias y los resultados que derivaron de ellas. Entonces decimos que
un hombre así tiene recia voluntad, que no es juguete de las circunstancias ni presa de los
impulsos, que no se parece a un buque zarandeado por las corrientes ni sacudido por los vientos,
sino que más puede compararse al buque gobernado por un piloto consciente de su deber, que
utiliza vientos y corrientes para dar al buque el rumbo que le conviene, y se sirve del timón de la
voluntad para que el buque navegue en la dirección determinada. Verdaderamente, la diferencia
entre una voluntad recia y otra floja indica el grado de desenvolvimiento individual, pues según el
hombre adelanta en su camino es más capaz de dirigir desde el interior todas sus acciones.
Recuerdo "que H. P. Blavatsky, en uno de sus escritos acerca de la individualidad, dice que ésta se reconoce en el hombre y se echa de menos en los animales inferiores al observar el modo de
actuación de uno y otros en determinadas circunstancias. Si rodeásemos a unos cuantos animales
silvestres de las mismas circunstancias, todos ellos obrarían de igual manera, porque sus actos
dependen de las circunstancias y son incapaces de modificarlas o equilibrarlas en correspondencia
con un deliberado propósito de acción. Todos obran de la misma manera. Conociendo la índole del
animal y las circunstancias en que está colocado, podréis inferir de los actos de unos cuantos los de
todos los de su especie. Esto denota evidentemente la ausencia de individualidad. Pero si se trata de
cierto número de hombres, no podremos asegurar de antemano que todos obren de la misma
manera en igualdad de circunstancias, porque según el desenvolvimiento del individuo, así variará
su conducta, aún siendo iguales las circunstancias. Cada individuo es diferente de los demás, y por
lo tanto, obra diferentemente. Tiene voluntad propia, y en consecuencia elige distinto
procedimiento.
El hombre abúlico tiene menos individualidad, está menos desarrollado y no va
muy adelante en el camino de la evolución. Ahora bien; suponiendo que el hombre haya adquirido
el autodominio en la vida ordinaria y tenga robustecida la voluntad, puede entonces dar un nuevo
paso más allá del dominio de la naturaleza inferior por la superior y conocer algo de la creadora
potencia del pensamiento, es decir, algo más de lo que el pensamiento es para el ordinario hombre
del mundo, pues requiere ciertos conocimientos filosóficos. Si, por ejemplo, estudia las obras
capitales de los filósofos índicos, aprenderá en ellas lo que intelectualmente se entiende por
potencia creadora del pensamiento; y desde luego advertirá que hay algo tras lo que llama su
mente, porque si el pensamiento tiene fuerza creadora, si el hombre puede engendrar pensamientos
por medio de la mente, debe de haber algo que los genere y esté oculto tras la mente de que brotan
los pensamientos.
El poder, fuerza o potencia creadora del pensamiento, por cuyo medio es capaz
el hombre de disciplinar e influir en su mente y en las ajenas, basta para demostrar que algo hay
superior a la mente, algo que, por decirlo así, es inseparable de ella y que de ella se vale por
instrumento. Estas reflexiones infunden en el estudiante que se esfuerza en la comprensión de su
propio ser, la conjetura de que no es tan fácil como parece dominar la mente, pues los
pensamientos brotan de ella espontáneos sin que él los excite ni provoque, y muchos de ellos son
contrarios a su voluntad. Invaden su mente toda especie de quimeras y fantasías que le repugnan,
pero se ve incapaz de rechazarlas. Está forzado a rozarse con pensamientos que prevalecen en su
mente y no están sujetos a su dominio ni autoridad.
Entonces se pregunta: ¿de dónde vienen estos
pensamientos? ¿cómo actúan? ¿cómo se les puede dominar? Poco a poco aprende que muchos de
los pensamientos venidos a su mente, provienen de las mentes de otros hombres, y que, en cambio,
él influye en las ajenas con los que engendra en la suya, de lo cual infiere que de la índole de sus
pensamientos le alcanza mayor responsabilidad de la que hubiera podido suponer. Si figuraba que
tan sólo con la palabra influía en las mentes ajenas y que únicamente con el ejemplo de sus
acciones afectaba a las acciones de los demás. Pero, según adelanta en su aprendizaje, se va
convenciendo de que hay una invisible energía, dimanante del hombre pensante, que influye en las
mentes de los demás hombres. La ciencia moderna nos dice algo de esto y en el mismo sentido,
pues no sólo reconoce la transmisión del pensamiento entre dos cerebros sin necesidad de palabra
hablada o escrita, sino también reconoce que en el pensamiento hay algo tangible, observable,
parecido a una vibración que levanta otras vibraciones, aunque no se oiga palabra alguna. La
ciencia ha descubierto que el pensamiento puede transmitirse silenciosamente de una a otra
persona sin externa comunicación, o como dice el profesor Lodge, sin medios materiales2 de
comunicación. Siendo esto así, todos nos estamos afectando mutuamente por medio del
pensamiento sin que medien palabras ni actos.
El pensamiento que hemos engendrado irradia para afectar las mentes ajenas, al paso que los pensamientos de los demás influyen en nuestra mente. Entonces advertimos que la inmensa mayoría de las gentes piensan muy poco por sí mismas,
aunque les parecen pensamientos propios los que reciben de quienes los engendran. En realidad,
las mentes de los hombres se asemejan por lo general a los mesones o posadas en donde los
caminantes se albergan durante una noche. Los pensamientos entran y salen de su mente, sin que
de por sí influya gran cosa el hombre en el pensamiento que recibe, lo alberga y luego se marcha.
Pero nosotros debemos pensar deliberadamente, con el propósito de transmutar nuestro
pensamiento en acción. ¿Por qué es tan valiosa esta disciplina mental que regula y refrena el
pensamiento y rechaza los provenientes de ajenas mentes? ¿Por qué debe ser ésta una condición
del discipulado? Porque cuando el hombre se convierte en discípulo, son mucho más poderosos sus
pensamientos y se acrecienta y vigoriza su individualidad hasta el punto de que todos sus
pensamientos tienen reduplicada vitalidad y energía para influir en las mentes de los hombres del
mundo.
Con el pensamiento se puede matar a un hombre o sanarlo de una enfermedad.
Con el
pensamiento es posible influir en una muchedumbre o forjar una visible ilusión que engañe y
extravíe a quienes candorosamente la vean. Por lo mismo, si tanto poder adquiere el pensamiento
cuando se acrecienta la individualidad, y si el discipulado significa el rápido incremento de la
individualidad, de modo que un hombre pueda realizar en pocas vidas lo que de otra manera
tardaría milenios en conseguir, es necesario que antes de conferirle estos amplios poderes, sepa
dominar sus pensamientos, resistir cuanto de maligno haya en ellos y no albergar más que lo puro,
benéfico y útil.
Por lo tanto, el dominio de la mente es una condición del discipulado, pues antes de
que el hombre adquiera el supletorio poder mental dimanante de las enseñanzas del Maestro, debe
dominar el instrumento engendrador de los pensamientos, a fin de ser capaz de engendrar los que
quiera y ninguno brote sin su consentimiento. Sé que a muchos les parecerá difícil la cuestión que
vamos considerando, y acaso pregunten: ¿Qué es esta individualidad siempre creciente, que
desenvuelve la voluntad y adquiere dominio mental y que, sin embargo, no es la mente, sino
superior a la mente? Probaré de emplear un símil tomado del mundo externo para representaros
imaginativamente el desenvolvimiento de la individualidad y la manera como crece. Supongamos
que estáis en una atmósfera saturada de vapor de agua tan caliente y tenue, que fuese invisible y
pareciera aire. Diríais que nada, sino aire, hay en aquella atmósfera.
Pero si un químico toma una
porción de aquel ambiente saturado de vapor de agua y lo enfría, aparecerá una neblina que poco a
poco se irá condensando hasta resolverse en gotas de agua donde antes parecía no haber más que
aire. Este símil puede servirnos para explicar la formación de la individualidad. Del invisible Ser
de quien todo procede surge una tenue neblina que se separa del diáfano vapor circundante y poco
a poco se va condensando hasta resolverse en la gota individual a la que consideramos como
unidad. Del Todo procede lo separado y distinto que, si bien uno en naturaleza y esencia con el
Todo, está separado por sus condiciones y se individualiza entre el conjunto.
El alma individual del
hombre es la individualización del único Yo y se desenvuelve por las experiencias que adquiere en
los centenares de vidas que una tras otra pasa en este mundo. Lo que llamamos mente no es más
que una leve actuación de la individualidad en el mundo de materia. Así como la ameba para
alimentarse alarga una porción de su cuerpo y después de tomar la partícula nutritiva retrae otra
vez la parte alargada que contiene el alimento, con el cual se nutre, así la individualidad sume en el
mundo físico una pequeña porción de sí misma para adquirir experiencias a modo de alimento, y
retraerla luego en la llamada muerte para asimilarse la adquirida experiencia.
La mente es la
porción de individualidad sumida en el mundo físico; pero la conciencia individual es mayor que la
mente, a que suele llamarse inteligencia. Todas las experiencias adquiridas por el hombre en el
pasado se almacenan en la conciencia. Todo el conocimiento logrado antes de entonces se atesora
en la conciencia causal, o sea la del hombre verdadero. Al nacer colocamos una pequeña parte de
nuestra individualidad en disposición de acumular nuevas experiencias que la acrecienten; y en
cada vida, su ampliada conciencia procura influir en aquella porción de su ser, sumida en el mundo
físico. Lo que llamamos voz de la conciencia es la del Yo superior que habla al inferior con
propósito de guiarle en su ignorancia con la sabiduría que vida tras vida fue adquiriendo. Pero se
interpone una dificultad con relación a la mente inferior.
Leemos en el Bhagavad Gita que al hablar
de la mente inferior, le dice Arjuna a Krishna: "Porque la mente es en verdad inquieta ¡oh!
Krishna. Es impetuosa, violenta y a la sujeción rebelde. La juzgo de tan difícil en freno como el
viento" 3. Ciertamente es así, y todos sabemos que es tan difícil de dominar como el viento. Todo el
que se esfuerza en disciplinar la mente sabe cuán inquieta, impetuosa y violenta es y cuánto cuesta
dominarla. Pero el Señor bendito le responde a Arjuna: "Sin duda, ¡oh! armipotente, que inquieta y
rebelde al yugo es la mente; pero a subyugarla bastan el esfuerzo sostenido y la carencia de
pasiones." 4. No hay otro medio. La práctica constante. Nadie puede efectuarla por otro. Ningún
Maestro puede cumplirla por vosotros. Cada cual debe realizarla y entretanto no será posible hallar
al Maestro. Inútilmente clamaréis por hallarle si no seguís el camino trazado por todos los grandes
Maestros para llegar a Sus Pies.
Vemos que Shri Krishna, el potente Maestro, el Avatara, expone lo
que ha de hacerse y dice que se puede hacer. Y cuando un Avatara dice que se puede hacer, da a
entender que puede hacerlo quien quiera, porque sabe hasta dónde llegan las fuerzas de los
hombres puestos por El en el mundo. Y si empeña su divina palabra de que es posible el
vencimiento, ¿nos atreveremos a decir que no podemos hacerlo y desmentir con ello a Dios?.
Krishna dice que conseguiremos dominar la mente por "constante práctica", esto es, que en la vida
cotidiana y en los negocios mundanos, comenzaremos a refrenar la turbulenta mente y sujetarla a
nuestra voluntad. Si probáis a pensar fijamente durante un momento, notaréis que todos los demás
pensamientos se desvanecen y podréis enfocar la cuestión en el punto que deseéis. Así, escoged un
asunto y pensad firme y sostenidamente en él. Para esta disciplina mental tienen los indos la
inmensa ventaja de las tradiciones de raza, la herencia física a ellas subordinada y la educación
durante la niñez y la juventud que los acostumbra o debe acostumbrarlos a disciplinar la mente.
A
un occidental le es mucho más difícil esta disciplina, porque nadie la enseña en Europa ni América,
ni forma parte, como en Oriente, de la educación religiosa, por lo que las gentes propenden a
mariposear de uno en otro objeto. La costumbre (poniendo por ejemplo un caso baladí) de leer
periódicos, acaso tres o cuatro cada día, es una de las más graves dificultades contra la disciplina
mental. El lector pasa velozmente de uno a otro asunto y se le llena la cabeza con la multitud de
telegramas que empujan la mente de Inglaterra a Francia, a España, a Kamskatcha, a Nueva
Zelanda y a los Estados Unidos, pasando por todos los países de Europa. Después vienen otra clase
de noticias. Las declaraciones de los políticos, las idas y vueltas de los personajes conspicuos, las
crónicas de teatros y deportes, los sucesos del día anterior.
Nadie se figura el daño que acarrea el
consumo de las energías mentales en estas frívolas materias; y sin embargo, hay quienes leen cada
día media docena de periódicos, diluyendo de esta suerte las fuerzas de su mente y
acostumbrándose a diluidas de modo que no son capaces de concentrarlas en un punto fijo.
Además, se pierde con ello un tiempo precioso que estaría mejor empleado en más valiosas
ocupaciones. No quiere esto decir que el hombre del mundo haya de ignorar lo que en el mundo
ocurre; pero basta leer un solo periódico para enterarse de las noticias de mayor interés, y quien
sepa leer un periódico no empleará mucho tiempo en quedar al corriente de todos los sucesos de
capital importancia que le señalen la cotidiana marcha del mundo.
A fin de vencer esta moderna propensión a desperdigar el pensamiento, conviene acostumbrarse a concentrar cada día durante un
rato la atención en determinado asunto, y para ello nada más a propósito que la lectura habitual y
diaria de algunas páginas de un libro que trate de las más graves cuestiones de la vida, con
preferencia de las espirituales, fijando la mente en la lectura, sin consentir que de ella se desvíe. En
caso de involuntaria distracción, es preciso volver de nuevo al mismo punto que se estaba leyendo,
y repetir la lectura para disciplinar la mente, hasta que por la perseverancia en el ejercicio quede
dominada y siga el camino trazado por la voluntad. Aún en los asuntos mundanos es sumamente
ventajosa esta disciplina, pues el hombre capaz de poner sus cinco sentidos y fijar la atención en lo
que hace, tiene mayores probabilidades de éxito que el distraído y descuidado, de suerte que el
dominio de la mente no sólo le servirá de preparación a la más alta vida que le espera, sino que le
abrirá paso en este bajo mundo.
La constante práctica de la disciplina mental en los asuntos de la
profesión mundana conducirá poco a poco al dominio de la mente, que es una de las condiciones
del discipulado. Una vez logrado este dominio, no será difícil dar un nuevo paso y emprender el
ejercicio de la meditación, que consiste en el deliberado y formal ejercicio de la mente en la
concentración y fijeza del pensamiento. Es preciso hacer todos los días este ejercicio para
estimular, el automatismo de cuerpo y mente, es decir, la formación del hábito, pues lo que
diariamente se practica acaba por hacerse con el tiempo sin esfuerzo alguno. La meditación puede
ser de índole devocional y de índole intelectual, y el hombre prudente se dispone al discipulado
practicándolas ambas. Fijará su pensamiento y concentrará su mente en el divino ideal, en el
Maestro de sabiduría a quien, si por de pronto desconocido, espera encontrar al fin. Manteniendo
ante él éste perfecto ideal, fijará en él su mente concreta en la hora de la meditación, anhelando
alcanzarlo con fijo e indesviable pensamiento.
Así desarrolla la mente y la va disciplinando cada
vez con mayor dominio de modo que principie a reflejar en sí mismo su ideal y a acercarse algún
tanto a él. Esta es una de las creadoras fuerzas de la mente, porque el hombre se convierte en lo que
piensa, y si cada día reflexiona sobre el ideal de perfección humana, se aproximará poco a poco a
este ideal. Después advertirá que al fijar con firmeza la mente en este ideal, anhelando lograrlo y
ponerse en contacto con él, se apacigua y aquieta su mente inferior, y el mundo exterior se
desvanece de su conciencia, de suerte que la conciencia superior, la conciencia individual, brote,
por decirlo así, de su interior y se conozca a sí mismo. Porque cuando la mente inferior está
apaciguada y ha conseguido aquietarla, se asemeja el hombre a un lago cuyas tranquilas aguas no
conturban vientos ni corrientes.
De la propia suerte que la superficie de un lago tranquilo es a
manera de espejo clarísimo sin sombra alguna, en donde se refleja el sol de los cielos, así también
la conciencia superior se refleja en el espejo de la apaciguada mente inferior. Entonces conoce el
hombre, no ya por autoridad ajena, sino por propio convencimiento, que es algo más que la mente
intelectual, que su conciencia es superior a la transitoria conciencia de la mente, y le es posible ir
identificándose con la conciencia superior y percibir siquiera momentáneamente la majestad del
Yo. Conviene recordar que las Escrituras de las principales religiones enseñan que el verdadero
hombre es la conciencia superior, no la inferior, y así dice el Chhandogyopanishad: "Tú eres
Brahmán." "tú eres Aquel." Y los budistas repiten: "Tú eres Buddha." Pero por mucho que
especuléis intelectualmente sobre estas afirmaciones, no os será posible tener real conciencia de su
verdad hasta que por la meditación convirtáis la mente inferior en el espejo donde se refleje la
superior.
Prosiguiendo la meditación llegaréis a indentificaros con vuestro verdadero ser y
reconoceréis el significado de la famosa frase: "el reino de Dios está en vosotros", con que el
insigne Maestro afirmaba la inherente divinidad del hombre. Cuando así se hace por meditación
continuada, día tras día, mes tras mes y año tras año, va infundiéndose este conocimiento poco a
poco en nuestra entera vida. Primeramente se contraerá al rato de meditación y luego se extenderá
hasta presidir todas las circunstancias de la vida ordinaria. Alguien preguntará: "¿Cómo puedo yo
tener conciencia de mi divinidad si estoy atareado en los negocios del mundo? ¿Cómo ser
consciente de lo superior cuando lo inferior está en plena actividad?" Sin embargo, cabe responder
que si un devoto se inclina ante el altar de su veneración, ofreciendo un ramo de flores, su
pensamiento no estará fijo en las flores, sino en la Divinidad a quien las ofrece.
El cuerpo está
empleado en la ofrenda material de las flores, mientras que la mente está concentrada, no en las
flores, sino en el objeto de la ofrenda. Las manos cumplen con su deber y ofrecen perfectamente
las flores, aunque el pensamiento esté puesto en la Divinidad. Así, en el mundo de los negocios,
puede ofrecer cada cual las flores del deber en una vida de constante actividad y cotidiano trabajo.
Ofrecerá las flores del deber con cuerpo y mente, pero el espíritu, el verdadero hombre, estará fijo
en la meditación, aunque escrupulosamente cumpla sus deberes en la vida social.
En cuanto sepáis
separar la conciencia superior de la inferior, de abstraeros de vuestra mente, y vayáis adquiriendo
poco a poco la facultad de proseguir las actividades mentales sin perder el real "yo soy" en ellas, la
mente cumplirá en todo y por todo con sus peculiares deberes mientras el Yo permanezca a
superior nivel. Nunca dejaréis el intérrimo santuario por muy atareada que sea vuestra vida en el
mundo de los hombres. Así se dispone el hombre para el discipulado. Consideremos ahora otra
etapa, a la que llama el aspecto intelectual de la meditación, relacionado con la gradual y
consciente formación del carácter. De nuevo acudiré al gran tratado de Yoga-Karma, cuyo texto
son las enseñanzas de Shri Krishna en el Bhagavad Gita.
En la estancia XVI hallaréis la larga
enumeración de las cualidades que el hombre debe desarrollar para nacer con ellas en el futuro. Las
llama Shri Krishna, condiciones o cualidades divinas, y así le dice a Arjuna: "Mas no temas ¡oh!
Pandava. Tú naciste en condición divina." Ahora bien; si queréis nacer con estas cualidades en
futuras vidas, preciso es que comencéis a cultivarlas en la presente. Si anheláis traerlas con
vosotros a una vida, debéis irlas vigorizando en sucesivas vidas anteriores. El hombre del mundo
que desee saber cómo formar su carácter, no tiene para ello mejor procedimiento que ir
adquiriendo en la vida diaria por la meditación combinada con la acción, las divinas propiedades o
cualidades enumeradas en el Bhagavad Gita. Consideremos, por ejemplo, la pureza, una de dichas
cualidades. ¿Cómo puede el hombre adquirirla?
Pues resolviéndose a que la pureza forme parte del
objeto de meditación hasta comprender en qué consiste. Nunca debe consentir que le manchen
pensamientos impuros; ninguna acción impura ha de contaminarle; debe ser puro en la triple
modalidad de pensamiento, palabra y obra. Esta es la triple cuerda del deber y está representada,
según ya os dije, por el triple cordón del brahmán. Todas las mañanas piensa en la pureza como
virtud deseable que debe adquirir, y cuando se mezcla en los asuntos del mundo lleva consigo la
memoria de su meditación. Vigila sus acciones y no consciente que ningún acto impuro manche su
cuerpo.
No comete acción impura durante el día, porque anda muy cuidadoso en cuanto hace, de
modo que nada impuro pueda tocarle. Vigila también sus palabras. No pronuncia ninguna impura
ni en sus conversaciones interpone temas obscenos. Jamás consiente que su lengua se manche con
torpes insinuaciones. Todas sus palabras son puras, de modo que pueda pronunciarlas en presencia
de su Maestro, cuya vista descubre la más tenue sombra de impureza que el ojo mortal no
advertiría. Cuidará de que todas sus palabras sean las más puras de cuantas puedan brotar de sus
labios y nunca se ensuciará ni tampoco a los demás, con palabra o frase alguna que entrañe
groseras sugestiones. Sus pensamientos serán puros. No tolerará que invadan su mente
pensamientos deshonestos, y si alguno se acerca lo rechazará sin demora en el momento en que se
acerque. Y como sabe que no se acercarán, a menos que haya en su mente algo que los atraiga, la
purificará de modo que ningún torpe pensamiento penetre en ella. Así vigila durante todo el día su
conducta sobre este concreto punto de la pureza.
Asimismo, puede tomar la veracidad por objeto
de su meditación matutina. Pensará en la veracidad, en su valía en el trato social, en los negocios
del mundo y en su propio carácter, de suerte que en sus ordinarias relaciones nunca cometerá una
acción que parezca contraria a la verdad ni pronunciará palabra alguna que induzca a error. No sólo
evitará la mentira, sino también la inexactitud, que es una variante de la falsedad. Relatar
inexactamente lo que se ha visto es mentir. Toda exageración o disimulo de un relato, todo cuanto
no se ajuste a la verdad del hecho referido y tenga siquiera sombra de inveracidad, no es propio de
quien aspire al discipulado. Igualmente debe ser veraz en pensamiento, de modo que cuanto piense
sea todo lo más verídico posible sin asomo de falsedad que manche su mente. Lo mismo cabe decir
de la compasión. Meditará en esta virtud por la mañana y procurará ejercitarla durante el día. Será
benévolo con cuantos le rodeen y servirá con todo su poder a la familia, amigos y vecinos.
Doquiera vea una necesidad acudirá a remediarla. Doquiera vea una aflicción se apresurará a
consolarla.
Doquiera vea una miseria se esforzará en aliviarla. Practicará la compasión además de
pensar en ella, y así la incorporará a su carácter. Análogamente con la fortaleza. Pensará en cuán
noble es el varón fuerte a quien las circunstancias no son poderosas para abatir ni desalentar, que
no se engríe en el éxito ni se acobarda en el fracaso, que no está a merced de las vicisitudes de la
vida, hoy triste porque las cosas le son adversas y mañana alegre porque le son favorables.
Procurará ser quien es, siempre equilibrado y firme; y cuando actúe en el mundo practicará la
virtud de la fortaleza. Si le sobreviene la tribulación, pensará en lo Eterno donde no hay
turbulencia. Si sufre quebrantos de material fortuna, pensará en la riqueza de la sabiduría que nadie
le puede arrebatar. Si la muerte le roba a un amigo, considerará que el alma viviente no muere, y
que el cuerpo es sólo el vestido desechado por el alma de puro inútil y que tomará otro de suerte
que vuelva a gozar de la compañía de su amigo. Así son todas las demás virtudes, como la
subyugación, la apacibilidad y el valor. Sobre todas ellas puede meditar y practicarlas, aunque no
todas a la vez, pues no hay hombre en el mundo capaz de meditar diariamente en todas.
Se han de
ir tomando una tras otra hasta incorporarlas al carácter. Esforzaos en la meditación y en el ejercicio
de la virtud meditada sin perdonar tiempo ni trabajo, porque todo cuanto en este punto hagáis lo
haréis para la eternidad, y vale la pena de tener paciencia en el tiempo cuando se extiende la
eternidad por delante. Todo cuanto ganéis lo ganaréis para siempre.
La meditación de por sí y la
práctica por sí sola son insuficientes para la formación del carácter. Es indispensable combinarlas.
Ambas deben formar parte de la vida diaria, y de esta suerte se edifica un noble carácter. El
hombre así disciplinado, que ha hecho cuanto le ha sido posible y empleado pensamiento, tiempo y
fatiga en capacitarse para hallar al Maestro, seguramente lo hallará, o más bien el Maestro le
hallará a él, y se manifestará a su alma. La ceguedad y la ignorancia forjan la errónea idea de que
los Maestros quieren permanecer ocultos. La ilusión hace creer que Ellos se esconden
deliberadamente de la vista de los hombres para dejarlos entregados a sus tropiezos sin prestarles
auxilio y guía. No obstante, lo cierto es que por mucho que anheléis hallar al Maestro, tiene El un
anhelo mil veces más intenso de encontraros y ayudaros. Al examinar el mundo de los hombres
ven los Maestros que se necesitan muchos auxiliadores y se encuentran pocos. Las multitudes
perecen en la ignorancia sin que nadie las ayude por falta de Maestros, y así necesitan éstos
discípulos que actúen en el mundo inferior debidamente aleccionados para consolar a los afligidos
y enseñar a los ignorantes. Siempre están los Maestros explorando el mundo para descubrir almas
anhelosas y dispuestas a recibir auxilio. Siempre están en busca de quienes se hallen prontos a
recibirlos y no les cierren las puertas de su corazón, pues si el corazón del hombre está cerrado a
pestillo y cerrojo, no entrará el Maestro, pues no quiere nunca violentar las puertas para entrar a la
fuerza. Si un hombre obra a su antojo y cierra las puertas de su corazón, nadie sino él mismo podrá
abrirlas. Las cerramos con el cerrojo do los deseos mundanos, de los apetitos terrenos, del pecado,
de la indiferencia y la desidia.
Pero el Maestro permanece en espera de que la puerta se abra para
cruzar el dintel e iluminar la mente. Acaso preguntéis: ¿Cómo conocen los Maestros entre las
miríadas de hombres quiénes son aptos para recibirlos y obrar para Ellos?. A esta pregunta se le ha
dado alegórica respuesta: Así como un hombre puede ver desde la cumbre de una montaña la luz
que brilla en una choza del valle, a pesar de las tinieblas circundantes, así también el alma
dispuesta para el discipulado irradia su luz entre las sombras del mundo que la rodea y la descubre
el Vigilante desde la cumbre de la montaña. Por lo tanto, debéis encender la luz de vuestra alma
para que el Maestro la vea, porque está vigilando y a vosotros toca dar la señal a fin de que sea
vuestro Maestro y os guíe en el camino.
Comprenderéis mejor la gran necesidad de auxiliadores
para terminar la obra que todavía nos aguarda, si os explico cuál ha de ser la labor del discípulo;
pero por de pronto recordad que el Maestro vigila, espera y desea encontraros y enseñaros; que en
vuestra mano está atraerlo a vosotros y que únicamente vosotros podéis consentir que venga a
vosotros. El llamará a las puertas de vuestro corazón; pero vosotros habéis de decirle que entre. Y
si seguís el camino que acabo de trazaros, si paso a paso aprendéis a dominar la mente, a meditar y
construir el carácter, enunciaréis así la triple palabra que mueve al Maestro a manifestarse.
Cuando
esta palabra resuena en el silencio del alma, el Maestro se presenta y el aspirante al discipulado cae
de hinojos a Sus pies.
ANNIE BESANT
________________________________________________
1 Este es el fundamento del sistema filosófico de Descartes resumido en el famoso apotegma:
cogito, ergo sum (pienso, luego existo) que identificaba el Yo con la mente.-N.deI T..
2 La palabra "materiales," se contrae aquí a la acepción física
3 Bhagavad Gita Estancia 6:34.
4 Bhagavad. Gita Estancia 6:35.
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