KARMA - YOGA. PURIFICACIÓN
Cuando, hace dos años, hablé por vez primera en este sitio, os expuse el sistema de construcción
del Kosmos en conjunto, las diferentes etapas de su evolución y los métodos, por decido así, de la
vasta serie de fenómenos. El año pasado traté de la evolución del Yo en el hombre, distintamente
de la evolución del Yo en el Kosmos, procurando demostraros cómo, envoltura tras envoltura, va
adquiriendo el Yo experiencia y adueñándose de sus vehículos inferiores, de suerte que tanto en el
hombre como en el universo, lo mismo en el individuo que en el Kosmos, el Yo propende a unirse
con el eterno y único Yo de quien procede. Pero a veces, discutiendo acerca de estos elevados
asuntos, me han objetado algunos en los siguientes términos: "
¿Qué importancia tiene todo esto en
la conducta de los hombres del mundo, rodeados como estamos de las necesidades de la vida, de la
actuación del mundo fenoménico, continuamente substraídos del pensamiento en el único yo,
continuamente obligados por nuestro karma a tomar parte en estas múltiples actividades? ¿De qué
sirven, por lo tanto, las superiores enseñanzas sobre la conducta de los hombres y cómo es posible
que los del mundo se eleven a tan alta vida?"
De este asunto voy a tratar en las actuales
conferencias. Procuraré demostraros que el hombre del mundo, sujeto a las obligaciones de familia,
con deberes sociales que cumplir, con todas las actividades de la vida del siglo, puede, no obstante,
disponerse a la unión con el Yo y recorrer los primeros pasos en el sendero que le ha de conducir al
Supremo. Procuraré trazaros los pasos de este sendero, de modo que, empezando por la vida que
un hombre cualquiera pueda llevar en la actualidad, colocándome en el punto de vista donde la
mayor parte de vosotros estáis ahora, reconozcáis la posibilidad de alcanzar una meta, de hallar un
sendero que comienza aquí, en la vida de la familia, del municipio y de la nación, pero que termina
en un punto mucho más allá de todo pensamiento y deja por fin al viajero en su sempiterna patria.
Tal es el objeto de estas cuatro conferencias y el camino en que confío me acompañéis.
Para mejor
comprender el tema, echemos una ojeada al transcurso de la evolución, a su significado y objeto,
pues si vemos el conjunto, siquiera a vista de pájaro, podremos apreciar el enlace de los pasos que
uno tras otro vamos a recorrer. Sabemos que el Uno se ha diversificado en varios. Observando las
primarias tinieblas que todo lo envolvían, echamos de oír en ellas un susurro que exclama: "Me
multiplicaré." Esta multiplicación engendra el universo y cuantos seres en él existen. En esta
voluntad que de multiplicarse tiene el "Uno sin segundo", vemos la fuente de la manifestación,
reconocemos el primordial germen del Kosmos. Y al considerar el origen del universo, la compleja
multiplicad resultante de la primaria y simple unidad, observamos también que cada una de estas
manifestaciones fenoménicas ha de ser imperfecta, pues si todo fenómeno requiere limitación, no
puede por menos de ser inferior al Uno y en consecuencia imperfecto de por sí.
Con esto
comprendemos el por qué de la variedad y de la vasta multiplicidad de los separados seres
vivientes, y también nos damos cuenta de que la perfección del universo manifestado estriba
necesariamente en esta misma variedad, porque el Uno es como un sol que por doquiera difunde
sus rayos, cuya totalidad constituye la perfecta iluminación del universo. Así, cuanto más
numerosos, admirables y variados sean los objetos, más aproximada imagen, aunque todavía imperfecta, será el universo de Aquel de quien procede. El primer esfuerzo de la evolucionante
vida consiste en establecer existencias aparentemente separadas, de modo que, vistas desde fuera,
parezcan varias, y contempladas en su esencia reconozcamos que es Uno el Yo de todas ellas.
Teniendo esto presente, comprenderemos que en el proceso de la múltiple individualidad, el
individuo se manifiesta como débil y limitado reflejo del Único Yo. Asimismo comprenderemos
cuál ha de ser la finalidad de este Universo, por qué han de evolucionar los diversos individuos, y
por qué la separatividad es necesaria en la evolución del conjunto. El resultado del universo ha de
ser la evolución de un Logos para otro universo, de los potentes Devas que en el porvenir serán los
guías de las fuerzas kósmicas de dicho futuro universo, y de los divinos Instructores de la infantil
humanidad que ha de poblarlo.
En todos los mundos de existencia individual se efectúa hoy día un
continuo progreso de evolución, por el cual un universo proporciona a otro futuro universo sus
Logos, sus Devas, sus primeros Manús y todos los grandes Seres necesarios para construir,
adiestrar, gobernar e instruir al todavía nonato universo. Así se enlazan uno tras otro los universos,
y un manvantara sucede a otro manvantara y los frutos de un universo son la simiente del que le
sucede. Entre toda esta multiplicidad evoluciona una todavía superior unidad que encuadrará al
futuro universo y ha de ser la Potestad que lo dirija y gobierne. Tanto en Oriente como en
Occidente, me han preguntado muchos repetidas veces por qué ha de haber tantas dificultades en la
evolución, por qué tan evidentes fracasos en su obra, y por qué los hombres han de conducirse mal
antes de que se conduzcan bien, inclinándose mayormente a lo que los degrada que a lo que
pudiera ennoblecerlos.
¿No les sería posible al Logos de nuestro universo, a sus agentes los Devas
y a los Manús que vienen a guiar a nuestra infantil humanidad, trazar el plan de suerte que no
hubiese semejantes fracasos en el transcurso de la evolución?
¿No les fuera posible guiar de modo
que el camino fuese recto y seguido en vez de tan revuelto y tortuoso? Aquí está la dificultad de la
evolución humana, si se tiene en cuenta su objeto final.
Fácil en verdad hubiera sido una
humanidad perfecta, dócil a la guía de sus alboreantes facultades por las sendas de lo que llamamos
bien sin que jamás se extraviara por lo que llamamos mal.
Pero ¿qué hubiera resultado de tan
expedito cumplimiento?
Que el hombre fuera un autómata movido por una fuerza externa que le
forzaría a cumplir una ley ineludible. El mundo mineral está sujeto a una ley forzosa, pues las
afinidades que ligan a los átomos obedecen a una imperativa compulsión. Pero según ascendemos
en los reinos de la naturaleza, observamos cada vez mayor libertad en los seres, hasta que en el
hombre se echa de ver una espontánea energía, una libertad de elegir que realmente denota la
incipiente manifestación de Dios en el hombre. La finalidad de la evolución no es hacer un
autómata que ciegamente siga el camino trazado ante sus pasos, sino hacer un reflejo del Logos,
una poderosa colectividad de sabios y perfectos hombres que escojan lo óptimo porque al cabo lo
conozcan y comprendan, al paso que rechacen lo pésimo, porque la experiencia les enseñe sus
inconvenientes y las tristezas que ocasiona. Así es que, en el futuro universo y entre los grandes
Seres que guían el universo actual, ha de haber una unidad de voluntades concertadas por el
conocimiento y la elección que a todos mueva en un sólo propósito, y conocedores del conjunto, al
saber que la Ley es buena, se identifiquen con ella, no por externa coacción, sino por interna
aquiescencia. Así es que, en el futuro universo regirá una Ley, como rige en el presente, aplicada
por medio de Aquellos que estén identificados con la Ley por la unidad de su propósito, la unidad
de su conocimiento y la unidad de su poder. No será una Ley ciega e inconsciente, sino una
colectividad de Seres vivientes que por lo divinos constituirán Ellos mismos la Ley.
No hay otro
camino para alcanzar esta meta, para concertar la libre voluntad de muchos en una gran Ley y una
superior Naturaleza, que el camino por donde sea posible atesorar experiencia y conocer tanto el
bien como el mal, el fracaso y el triunfo. Así los hombres se convierten en Dioses, y a causa de la
experiencia adquirida, quieren, piensan y sienten al unísono.
Para llegar a esta meta, los divinos
Instructores y Guías de nuestra humanidad establecieron varias civilizaciones, todas ellas
encaminadas hacia el fin que tenían en perspectiva. No me detendré a examinar la gran civilización
de la cuarta raza que precedió al nacimiento del poderoso pueblo ario. Baste decir, de paso, que fue
una gran civilización puesta a prueba y que durante algún tiempo tuvo éxito bajo el gobierno de sus
divinos Reyes, quienes, al fin retiraron su inmediata protección, como la madre suelta de la mano
al pequeñuelo que empieza a andar, para ver si ya es capaz de valerse de sus miembros y dar de por
sí los primeros pasos. De la propia suerte, los divinos Reyes y Guías dejaron suelta a la infantil
humanidad, por ver si ya podría andar sola o si tropezaba en su camino.
Pero la infantil humanidad
tropezó y cayó; y aunque potente y perfecta en el orden social y gloriosa por la fuerza y saber sobre
que este orden social se fundaba, se desmenuzó bajo la pesadumbre del egoísmo humano y los
todavía no subyugados instintos de la naturaleza inferior. Fue preciso hacer otro intento, y se
estableció la gran raza aria, también con sus Reyes y Guías divinos, con un Manú que les dio su
ley, fundó su civilización y desenvolvió su política auxiliado por los Rishis que administraron las
leyes del Manú y guiaron a la infantil civilización. De nuevo tuvo la humanidad una norma y se le
mostró el tipo hacia el cual debía evolucionar. Después, una vez más los grandes Instructores se
retiraron por algún tiempo para que la humanidad probara sus propias fuerzas y viese si era lo
bastante fuerte para andar sola, confiada en sí misma, bajo la guía del interno Yo, en vez de
moverse por impulsos exteriores.
Pero también, según sabemos, ha fracasado en gran parte la
prueba. Al mirar hacia atrás, vemos que esta civilización, originariamente divina, fue degenerando
poco a poco bajo la influencia de la todavía no vencida naturaleza inferior del hombre y de las no
dominadas pasiones de la humanidad. En la India del pasado vemos perfecta política, maravillosa
espiritualidad que, milenio tras milenio, fueron decayendo según se retiraba de la vista del hombre
la mano que lo guiaba, y una vez más la humanidad tropieza y cae al querer andar por sí sola. En
todas estas tentativas vemos el fracaso del divino ideal. El mundo moderno nos dio la prueba de
que la naturaleza inferior del hombre ha triunfado contra el divino ideal que se le puso por meta al
comienzo de la raza aria. En aquellos días, el ideal del brahmana consistía en la liberación del alma
que ya no suspira por bienes terrenales ni por los goces de la carne ni por las riquezas ni el poderío
ni la autoridad ni los placeres mundanos, sino que se satisface con la sabiduría acompañada de la
pobreza, mientras que hoy vemos a menudo al titulado brahamana rico e ignorante, en vez de ser
pobre y sabio.
En la casta de los brahmanes, como en las otras tres, advertimos hoy signos de la
degeneración que ocasionó la ruina del antiguo régimen. Veamos ahora cómo se propusieron los
grandes Instructores que el hombre pudiese aprender por experiencia a escoger de su libre voluntad
el ideal que ante sus ojos le habían puesto y del que se desviaba; cómo trataron los grandes
Instructores de conducir a la imperfecta humanidad hacia el perfecto ideal expuesto desde un
principio para la guía de la raza y no alcanzado en evolución por la flaqueza y puerilidad de los
hombres. A fin de alcanzar este ideal con el transcurso del tiempo, se les enseñó a las gentes el
modo de llegar a la unión por el camino de la acción. A este procedimiento le llamamos Yoga
kármico o Karma Yoga, porque Yoga significa unión y Karma quiere decir acción. Es la
modalidad de yoga adecuada a los hombres del mundo, asediados por las actividades de la vida; y
mediante estas actividades, en virtud de su disciplinaria influencia se han de dar los primeros pasos
hacia la unión.
Así vemos que el Karma-Yoga sirve para disciplinar a los hombres. Notemos el
enlace que en nuestro caso tienen las palabras unión y acción. Significa el Karma-Yoga, que la
acción se ha de cumplir de manera que su resultado sea la unión. Conviene recordar que
precisamente la actividad, las acciones, los múltiples afanes y quehaceres, separan y distancian a
unos hombres de otros. Por lo tanto, parece poco menos que paradójico hablar de la unión por
medio de la acción, como si fuera posible unir valiéndose de lo que divide y separa. Pero la
sabiduría de los divinos Instructores nos explica la aparente paradoja, según vamos a ver. Influido
por las tres gunas o cualidades de la materia, se mueve desordenadamente el hombre en todas
direcciones. El morador del cuerpo se halla bajo el dominio de las gunas, cuya activa operación
constituye el universo manifestado y con las cuales se identifica el hombre, que se figura actuar
cuando ellas actúan y estar atareado cuando ellas producen el efecto de su actividad.
Las gunas,
con las que convive, le ofuscan y alucinan, y pierde en consecuencia todo reconocimiento de su
verdadero ser, de suerte que todo cuanto ve en la vida se contrae a la actividad de las gunas que le
empujan de un lado a otro, arrastrado por encontradas corrientes, incapacitándole en tan
desventajosas condiciones para las modalidades superiores del yoga, sin que le sea posible hallar
los altos niveles del Sendero hasta desvanecer siquiera parcialmente dichas ilusiones. Así es que su
primera tarea ha de consistir en comprender lo que son las gunas y separarse de estas actividades
del universo fenoménico. Podemos considerar como doctrina o principios didácticos del Karma-
Yoga las declaraciones de Krishna a Arjuna en el campo de batalla de Kurukshetra. Declaró
Krishna este linaje de yoga al príncipe, al guerrero, al hombre que había de vivir y batallar en el
mundo, gobernar un país e intervenir en toda clase de actividades externas.
Lo declarado en aquel
entonces por Krishna es la eterna lección para que los hombres del mundo logren ir transcendiendo
gradualmente las gunas y alcancen la unión con el Supremo. Por lo tanto, la primera fase o etapa
del Karma-Yoga consiste en la regulación y disciplina de las actividades de las gunas, que, según
sabemos, son tres: sattva (ritmo), rajas (movilidad) y tamas (inercia).
De estas tres gunas
combinadas y entrelazadas en multitud de diversas proporciones, está constituido todo cuanto nos
rodea. Las tres actúan y operan en todas direcciones, y por lo tanto necesario es equilibrarlas y
subyugarlas. El morador y señor del cuerpo debe ser su soberano dueño y distinguirse de las gunas,
a cual efecto ha de conocer las funciones del cuerpo y gobernar y dirigir sus actividades.
No es
posible prevalecer de pronto contra ellas ni tampoco desde luego transcenderlas, como un niño no
puede efectuar la tarea de un adulto. ¿Es capaz la humanidad en su imperfecto estado actual de
evolución, de lograr la perfección del Yoga? No tal. Ni aún es prudente el intento, porque si al niño
se le obligara a la tarea del adulto, no sólo fracasaría en cumplirla, sino que fatigaría con exceso
sus facultades en el intento, y el resultado fuera no sólo fracaso en el presente sino también en el
futuro, pues una empresa superior a sus fuerzas las debilitaría y torcería, cuando deben por el
contrario vigorizarse antes de acometer la empresa, como el niño debe llegar a hombre antes de
que se le confíen tareas de hombre. Consideremos las funciones de la cualidad tamas, equivalente a
inercia, tinieblas, ignorancia, pereza, desidia o negligencia, ¿Qué servicio puede prestar esta
cualidad a la evolución humana? ¿Qué utilidad tiene esta guna, en el desenvolvimiento del
hombre?
Su utilidad para el Karma-Yoga consiste en que obra como una resistencia a la que se ha
de combatir y vencer, de modo que en la lucha se vigorice y fortalezca la fuerza de voluntad,
logrando el dominio y la disciplina del propio combatiente. Puede compararse el servicio del tamas
en la evolución del hombre, a la maza o las pesas en los ejercicios atléticos.
El atleta no
robustecería sus músculos si no los ejercitara en vencer alguna resistencia, esforzándose
repetidamente en levantar las pesas y manejar la maza. La utilidad no está en el peso de estos
artificios gimnásticos sino en el empleo que se les da; y si un hombre quiere robustecer los
músculos de sus brazos, el medio mejor es tomar una maza o unas pesas y esforzarse diariamente
en vencer la resistencia que oponen a su manejo. De análoga manera el tamas (negligencia,
ignorancia o inercia), interviene en la evolución, pues el hombre ha de vencer tan contraria
cualidad y desarrollar su fuerza en la lucha. Los músculos del alma se robustecerán cuando el
hombre triunfe de la negligencia, la desidia y la atonía, cuya es la índole de la cualidad tamásica.
Así vemos que los ritos y ceremonias religiosas se han establecido con el propósito de vencer la
cualidad tamásica, pues en gran parte sirven para adiestrar al hombre en combatir la pereza,
indolencia y apatía de su naturaleza inferior, imponiéndole ciertos deberes que ha de cumplir en
determinado tiempo, tanto si le viene o no de grado el cumplirlos en el tiempo prescrito, lo mismo
si se nota diligente y activo, que perezoso y decaído, pues obligándole a deberes prefijados, se le
excita a vencer la pereza, negligencia y obstinación de su naturaleza inferior y se le compele a
seguir el sendero determinado por la voluntad. Si consideramos la cualidad de rajas, vemos que las
actividades del hombre están guiadas en Karma-Yoga por ciertos senderos que voy a señalar, en
demostración de cómo la actividad, tan viva en el mundo moderno, pues se manifiesta en todo
sentido y mueve a precipitados e incesantes afanes para lograr las manifestaciones, fenómenos y
resultados materiales de la vida ordinaria, puede ser gradualmente dirigida, disciplinada y depurada
hasta el extremo de quita de todo poder de estorbar la real manifestación del Yo.
El objeto del
Karma-Yoga es reemplazar la concupiscencia por el deber. El hombre actúa para dar satisfacción a
su naturaleza inferior, con el deseo de obtener fruto de sus acciones, con la esperanza de
recompensa, porque apetece dinero para gozar de la vida material y satisfacer sus bajos instintos.
Todas estas actividades de la cualidad rajásica tienen por fin el contentamiento de la naturaleza
inferior, y para disciplinarlas y regularlas de modo que sirvan al propósito del Yo superior, se le
enseña a reemplazar la concupiscencia por el deber, practicando toda acción porque debe
practicarla, y voltear la rueda de la vida porque le incumbe voltearla, al efecto de que pueda él
obrar como Shri Krishna dice de sí mismo que obra, esto es, no porque haya de ganar cosa alguna,
ni en este mundo ni en el otro, sino porque sin su acción dejaría de ser el mundo lo que es, y se
paralizaría el giro de la rueda.
Quienes practican el Yoga deben obrar según el espíritu en que obra
Shri Krishna, con la mira puesta en el conjunto y no en la separada parte, con el propósito de
cumplir la divina voluntad en el Kosmos, y no por el placer de la separada entidad que se imagina
independiente, cuando debiera secundar la actuación de Shri Krishna. El hombre ha de lograr este
objeto por el gradual realce de la esfera de sus actividades. El deber ha de sustituir a la
concupiscencia, y los ritos y ceremonias tienen por fin encaminar a los hombres a la verdadera
vida, cuya función les corresponde. Toda ceremonia religiosa no es más que un medio de
aleccionar a los hombres en la práctica de la superior y verdadera vida.
El hombre suele meditar al
levantarse y al acostarse, pero día llegará en que su vida sea una prolongada meditación. Medita
durante una hora y así se prepara a la perpetua meditación.
Toda actividad creadora es resultado de
la meditación, y conviene recordar que por la meditación (tapas) se han creado los mundos. Así
pues, para que el hombre logre este vigoroso y divino poder creador de meditación y sea capaz de
ejercitarlo, debe irlo fortaleciendo por sucesivas ceremonias religiosas, por intermitentes esfuerzos
mentales, por interválicos empleos del tapas. La meditación a horas fijas es un paso hacia la
constante meditación. Ocupa una parte de la vida diaria con objeto de llenarla después toda, y el
hombre la practica diariamente para que poco a poco le absorba por entero. Llega un tiempo en que
el yogui no tiene hora señalada para la meditación, porque toda su vida es una continuada
meditación. Sean cualesquiera las actividades en que se ocupe, el yogui medita y está siempre a los
Pies de su Señor, aunque mente y cuerpo actúen en el mundo de los hombres. Lo mismo cabe decir
de todas las modalidades de acción.
Primero aprende el hombre a cumplir la acción como deber de
sacrificio y pago de una deuda al mundo en que vive, como si restituyera a los diversos reinos de la
Naturaleza, lo que de ellos recibió. Después, el sacrificio es ya algo más que el pago de una deuda.
Es la gozosa donación de todo cuanto el hombre tiene para dar. El sacrificio parcial es la deuda que
ha de pagarse; el sacrificio perfecto es la donación total. Entonces el hombre se entrega con todas
sus potencias y actividades, no ya deseoso de dar parte de lo que posee en pago de una deuda, sino
que él mismo es la dádiva de su donación. Cuando llega a este punto, realiza el yoga y aprende la
lección del Karma-Yoga. Considerad como un paso hacia esta finalidad los cinco sacrificios diarios
que la religión hinduista exige de sus fieles, y advertid lo que entraña la prescripción de estos
sacrificios.
Cada uno de ellos es el pago de una deuda, el reconocimiento de lo que el hombre debe
individualmente a la colectividad que le rodea, como de ello os convenceréis si, aunque a la ligera,
los examináis uno por uno. Consideremos el primero: el sacrificio a los devas. ¿Por qué está
prescrito este sacrificio? Porque el hombre ha de saber que su cuerpo tiene contraída una deuda con
la tierra y con las inteligentes entidades que presiden el régimen de la Naturaleza, por cuya virtud
da la tierra sus frutos que de alimento le sirven; y por lo tanto, el cuerpo del hombre, en pago de
esta deuda, ha de restituir a la Naturaleza el equivalente de lo que de ella recibió, por mediación de
las inteligentes entidades kósmicas o devas que guían las fuerzas del mundo inferior. ¿Por qué se le
ordenó al hombre que consumiera su ofrenda en el fuego? La explicación de esta ceremonia está en
la frase: "Agni es la boca de los Dioses." Las gentes repitieron esta frase sin cuidarse de
comprenderla ni escudriñar bajo la superficie del externo nombre de deva las funciones de los
devas en el mundo.
El verdadero significado de la antedicha frase es que por doquiera actúan los
conscientes y subconscientes obreros de la Naturaleza en cohortes de diversos grados jerárquicos
con un superior deva cósmico al frente de cada una de las huestes del numeroso ejército.
Subordinados a los devas que respectivamente gobiernan el fuego, el agua, el aire y la tierra,
actúan numerosas legiones de devas de inferior categoría que presiden las separadas y diversas
operaciones de las fuerzas naturales del mundo, como las lluvias, la potencia productiva del suelo y
los fertilizantes agentes de vario linaje. Este primer sacrificio sirve de alimento a los devas
inferiores que lo reciben por medio del fuego; y se dice que el fuego (Agni) es la boca de los
Dioses, porque el fuego desintegra y transmuta primero en vapor y después en éter los sólidos y
líquidos que se someten a su acción, convirtiendo, por lo tanto, las ofrendas sacrificiales en etéreo
alimento de los devas inferiores encargados de ejecutar las órdenes de los superiores devas
kósmicos.
Así les satisface el hombre la deuda con ellos contraída, y en recompensa cae la lluvia,
fructifica la tierra y recibe el hombre su alimento. Esto es lo que daba entender Shri Krishna al
prescribir al hombre: "alimentad a los dioses y los dioses os alimentarán." Este ciclo de
alimentación ha de reconocer el hombre. Al principio lo aceptó como religiosa enseñanza. Después
vino un período en que lo tuvo por superstición, porque desconocía la obra interna y sólo echaba de
ver las externas apariencias. Más tarde, acrecienta el hombre sus conocimientos, y aunque la
ciencia se inclina de pronto al materialismo, muda luego de orientación en virtud de más
cuidadosos estudios, y se alza al reconocimiento del reino espiritual. La ciencia ya empieza a decir
hoy en términos técnicos lo que los rishis dijeron en terminología espiritual, esto es, que el hombre
es capaz de gobernar y dirigir la operación de las fuerzas inferiores de la Naturaleza por sus
propias acciones.
Con esto el conocimiento científico corrobora las enseñanzas antiguas y la
inteligencia confirma lo que el hombre espiritual ve por directa intuición o vista interna.
Después
del sacrificio a los devas, prescribe la religión hinduista el sacrificio a los antepasados.
Este otro
sacrificio implica el reconocimiento de lo que el hombre debe a quienes antes de él estuvieron en el
mundo. Es el pago de la deuda contraída con quienes actuaron en la tierra antes de que él naciese la
última vez. Deuda de gratitud y veneración hacia quienes con su esfuerzo llevaron a cabo en el
mundo las mejoras, progresos e innovaciones que de ellos heredamos. Este sacrificio es la deuda
de gratitud con quienes inmediatamente nos precedieron en la humana evolución, que tomaron
parte en ella durante sus vidas terrenas y nos legaron el resultado de su labor. Como quiera que
nosotros cosechamos el fruto de su obra, debemos satisfacer la deuda de gratitud. Por esto, uno de
los sacrificios diarios es el reconocimiento de esta deuda de gratitud a los antepasados. Sigue a éste
el sacrificio de conocimiento, o sea, el del estudio de las Escrituras, que capacite al hombre para
instruir a los ignorantes, de modo que también puedan adquirir el conocimiento necesario para la
manifestación de su interno Yo.
El cuarto sacrificio es el que se hace en provecho del prójimo,
dando de comer cada día a un necesitado, en reconocimiento del deber contraído con la
humanidad, de que los hombres se han de auxiliar mutua y fraternalmente con toda clase de
favores y buenas obras en el mundo físico. El sacrificio a los hombres es el formal reconocimiento
de este deber, y al dar de comer al hambriento y aposentar hospitalariamente al peregrino,
alimentáis y concedéis albergue en vuestro corazón a la entera humanidad representada en el
hambriento y en el peregrino. El último sacrificio diario es el prescrito en favor de los animales. El
dueño de la casa echa comida en el suelo para que de ella se aprovechen los animales de paso. En
este sacrificio se encierra el reconocimiento de nuestro deber de alimentar, adiestrar y auxiliar al
mundo inferior. El sacrificio a los animales tiene por objeto inculcar en la mente del hombre la idea
de que ha de ser auxilio, guía y valimiento de las criaturas que están por debajo de él en la escala
de la evolución.
Siempre que tratamos con crueldad, aspereza o brutalidad a los animales, pecamos
contra el supremo Ser que en ellos mora y de quienes son inferiores manifestaciones. Así, para que
el hombre pudiese reconocer el bien en el bruto y comprendiera que también está Shri Krishna en
los animales, aunque mucho más velado que en el hombre, se le ordenó que hiciese sacrificio en
obsequio a los animales, pero no a su forma externa, sino a su interno Dios. El único sacrificio que
podemos ofrecer a los animales consiste en tratarlos con cariño, amabilidad y compasión, en
auxiliarlos y ayudarlos a evolucionar, y no deprimiéndolos con la crueldad que por doquiera
presenciamos. De esta suerte se le enseñaron al hombre, por medio de ritos y ceremonias externas,
las internas verdades espirituales que habían de llenar su vida. Y una vez cumplidos los cinco
sacrificios, se entregaba a sus diarias ocupaciones, que también pueden considerarse como
sacrificio cuando tienen por objeto el cumplimiento de los ordinarios deberes.
La vida diaria que
comenzó por los cinco sacrificios enumerados, prosiguió consagrada a la externa vida social. Pero
el descuido en la practica de los cinco sacrificios tuvo por consecuencia la dejadez en los deberes
de la vida cotidiana, no precisamente porque dichos sacrificios sean de por sí indispensables, pues
tiempo vendrá en que el hombre los transcienda; pero recordemos que sólo podrá transcenderlos
cuando su vida sea un continuo y viviente sacrificio. Mientras no llegue a esta etapa le es necesario
el formal reconocimiento del deber con objeto de realzar su conducta. Desgraciadamente, los cinco
sacrificios diarios están muy en desuso en la India actual, no porque los hombres se hayan
purificado y espiritualizado hasta el punto de transcenderlos sin necesitar estímulo, sino al
contrario, porque se han materializado y caído en la indiferencia en nivel muy inferior al ideal de
su Manú. Repugnan el reconocimiento de todo deber con las Potestades superiores; y por lo tanto,
no cumplen sus deberes con sus iguales.
Consideremos ahora los deberes del individuo en la vida
social. Doquiera esté, ha nacido en determinada familia de tal o cual municipio correspondiente a
tal o cual nación. Su nacimiento le señala sus deberes para con la familia, el municipio y la nación.
Las circunstancias del nacimiento limitan los deberes del hombre, pues por el nacimiento le coloca
la Buena Ley, según las instrucciones kármicas, en el lugar de actuación y en la escuela donde ha
de aprender. Así se ha dicho que a cada hombre le incumbe cumplir su propio deber o dharma.
Vale más cumplir nuestro particular deber, aunque imperfectamente, que entretenerse en cumplir el
deber ajeno. Por eso el lugar de su nacimiento es el más necesario para cada cual, porque allí
aprenderá lo que mejor le conviene saber. Cumplid con vuestro deber sin preocuparos de las
consecuencias, y entonces aprenderéis la lección de la vida y daréis vuestros primeros pasos en el
sendero del yoga.
Desde luego que en un principio la acción tendrá por inmóvil, la apetencia del
fruto que de ella se espere, el deseo de recompensa. Así comprendemos por qué en los comienzos
de su instrucción se le enseña al hombre a obrar con la esperanza de recibir en el cielo (svarga) el
premio de sus buenas obras. Al hombre infantil se le alecciona con el estímulo del premio y se le
representa el cielo como recompensa del cumplimiento de sus deberes morales y de las ceremonias
religiosas. De este modo se le induce a portarse moralmente, como se induce a un niño a que
aprenda las lecciones prometiéndole un premio o cualquiera otra recompensa. Pero cuando la
acción se encamina al logro del yoga, sin deseo de recompensa en este ni en ningún otro mundo,
entonces se cumple como un deber. Consideremos ahora las cuatro castas de la India y veamos
cuál fue el propósito de su institución.
El brahmana tenía el deber de enseñar para que pudiese
haber una estirpe de sabios instructores capaces de dirigir la evolución de la raza.
No había de
enseñar por dinero ni por poderío ni por cosa alguna de personal provecho, sino tan sólo en
cumplimiento de su deber de transmitir a los demás sus conocimientos. En toda nación bien
organizada habría de haber siempre instructores capaces de guiar, dirigir y aconsejar a las gentes
sin móviles egoístas, de suerte que nada adquirieran ellos personalmente, sino que cuanto
adquiriesen fuese para los demás. De esta manera cumplirían su deber y quedaría libertada su alma.
La casta de los guerreros o kshattriyas tenía por objeto la educación y adiestramiento de la
actividad de los hombres nacidos para el gobierno y defensa del país. Pero no se les educaba ni
nacían en esta casta para que se engriesen de su poder, sino para administrar justicia de modo que
el pobre estuviese amparado y el rico impedido de tiranizarlo, a fin de que la imparcial justicia
prevaleciese en el batallador mundo de los hombres. Porque en este mundo de luchas, rencores y
contiendas, donde los hombres sólo buscan su personal satisfacción en vez del bien colectivo, se
les ha de enseñar el imperio de la justicia, y que si el fuerte abusa de su fuerza, debe el gobernante
justo reprimir el abuso para que no quede pisoteado y oprimido el débil.
Por esto el deber del rey
era administrar justicia entre los hombres, de modo que todos los vasallos mirasen el regio trono
como la fuente de que manaba la divina justicia. Este es el ideal de la monarquía divina, del rey
divino. Rama y Krishna vinieron a enseñar este ideal; pero los hombres fueron tan torpes que no
aprendieron la lección, porque los kshattriyas se prevalieron egoístamente de su fuerza para
oprimir a los demás y se apoderaron de las riquezas y del trabajo ajeno en provecho propio. Perdió
el kshattriya el ideal del gobernante divino que encarnaba la justicia en el belicoso mundo de los
hombres. Sin embargo, estaba destinado a hacer de este ideal el objeto de su vida; y por lo tanto, su
deber era gobernar el país en provecho de sus habitantes y no por satisfacción personal de sí
mismo. Lo mismo cabe decir de las funciones del kshattriya como soldado.
La nación había de
actuar en paz. Las gentes sencillas e inermes habían de gozar de seguridad en sus personas y
haciendas para vivir contentas y dichosas. Los comerciantes habían de llevar a cabo en paz sus
negocios. Todas las profesiones sociales habían de ejercerse sin riesgo de extrañas agresiones. Así
al kshattriya se le enseñaba a pelear en defensa de la inerme población civil y sacrificar
generosamente su vida para que las gentes pudieran vivir en paz. No había de pelear por afán de
victoria ni con intentos de conquistas y dominación, sino rodear como muralla de hierro el
territorio nacional, de modo que todo ataque se estrellase contra su cuerpo, y pudiesen vivir las
gentes en paz, seguridad y dicha en el recinto nacional con su pecho amurallado. Para seguir el
sendero del Yoga dentro del deber de kshattriya, había de considerarse como agente del divino
Actor, y por esto dijo Shri Krishna que El lo había hecho todo y que Arjuna repetía la acción en el
mundo de los hombres.
Cuando el divino Actor se muestra en todas las acciones del hombre,
entonces cumple el hombre toda acción como un deber, sin deseo de recompensa, y así no es capaz
la acción de ligar al alma. Análogas consideraciones cabe aplicar al comerciante o vaishya,
encargado de acumular riquezas, no para su provecho, sino para el sostén de la nación. Había de
ser rico con objeto de que toda actividad nacional necesitada de riqueza pudiese tenerla a mano en
un común depósito que la distribuyese por doquiera, de suerte que los pobres tuvieran hogar y los
viajeros albergue y los enfermos hospitales (tanto para personas como para bestias), y templos los
devotos, y en donde sirviese la riqueza para sostener todas las funciones de la completa vida
nacional. Así el dharma del vaishya era la acumulación de la riqueza para el bien común, y no en
personal provecho.
De esta manera podía seguir el sendero del yoga, y mediante el Karma-Yoga
disponerse a la vida superior. Igualmente el shudra tenía sus deberes que cumplir en la colectividad
social. Era de su deber constituir el brazo manual de la nación, que le proporcionase cuantos
productos necesitara y efectuase las serviles mecánicas externas. Para realizar el yoga había de
cumplir gozosamente sus deberes, por ser sus deberes y no por el fruto que pudiera allegarle el
cumplimiento. Así, primero obran los hombres por interés personal y de este modo adquieren
experiencia. Después aprenden a obrar por deber y con ello inician la práctica del yoga en su vida
diaria. Por último, su acción es un gozoso sacrificio sin pedir nada en recompensa, sino al contrario
dar y entregar cuanto poseen para el cumplimiento de la obra divina. Y así realizan la unión con
Dios.
El significado de lo que entendemos por purificación resulta comprensible al observar las
tres etapas de egoísmo, deber y sacrificio. Son las etapas del sendero de purificación. Pero ¿cómo
debe ser esta purificación para que conduzca a las etapas superiores, al introito del discipulado a
cuya preparación concurre toda actividad? El hombre ha de purificar cuerpo y alma. No me
detendré a discurrir sobre la purificación del cuerpo; pero valga recordar que, según las enseñanzas
del Bhagavad Gíta, se logra por medio de la moderación y la templanza, no por medio de la
maceración ascética que, como Shri Krishna dice, tortura al cuerpo y al morador del cuerpo.
El
yoga se realiza por la suave subyugación y la deliberada disciplina de la naturaleza inferior,
adoptando un puro régimen dietético, regulando las actividades físicas y disciplinando el cuerpo de
modo que se someta al gobierno de la voluntad del Yo. Por lo tanto, se prescribió la vida conyugal
porque los hombres, excepto unos cuantos, no estaban capacitados para seguir el áspero camino del
celibato. El estado de brahmacharya no era para todos. Por medio de la vida de familia se le
enseñaba al hombre a disciplinar sus pasiones sexuales, no sofocándolas violentamente de pronto y
en un solo esfuerzo, (porque esto es imposible en la generalidad de los seres humanos, y si acaso
alguien lo intentara con imprudente energía, diera por resultado arrojar al imprudente en el
libertinaje) sino por gradual moderación, practicando las abnegadas virtudes domésticas de modo
que la naturaleza inferior se acostumbre por medio de la templanza a obedecer a la superior,
arrancándola de todo exceso y subordinándola enteramente al verdadero Yo.
Entonces interviene la
operación del Karma-Yoga. El jefe de familia ha aprendido gradualmente a dominar su
personalidad por la práctica de la moderación, sometiendo la naturaleza inferior a la superior y
disciplinándola día tras día hasta que en absoluto se sujete a la voluntad. De este modo purifica el
cuerpo y se predispone a dar los altos pasos del yoga. Después ha de purificar por completo las
pasiones de la naturaleza inferior. Pondré de esto tres ejemplos que puedan servir para la enmienda
de la conducta. Consideremos la pasión de la ira y examinemos cómo la transmuta el Karma-Yoga
en virtud. La ira es una energía que surge del hombre y produce su efecto exterior.
En el hombre
inculto y atrasado es una pasión que se manifiesta en variedad de formas brutales que, sin reparar
en los medios, se debate contra todo cuanto se oponga al logro de sus deseos.
En esta forma es una
indisciplinada y destructiva energía natural, que forzosamente ha de subyugar quien anhele seguir
los métodos del Karma-Yoga- ¿Cómo dominar la pasión de la ira?
Primeramente ha de eliminar el
elemento personal. Cuando alguien le injurie o agravie, no se resienta del agravio. Tal es su deber.
Si recibís un daño o sois víctima de una injusticia ¿qué hacer? Podéis dar rienda suelta a la ira y
revolveros contra el agresor devolviéndole golpe por golpe con intento de prevalecer contra él. Os
ha injuriado y le injuriáis a vuestra vez. Os agravió y le agraviáis.
Así la ira se desborda con
destructores efectos en la que debiera ser asociación humana. ¿Cómo purificar esta pasión? Que
responda cualquiera de los Instructores que enseñaron el Karma-Yoga, o sea el modo de que la
acción en el mundo de los hombres pueda servir a la finalidad del Yo. Recordaréis que en el
Decálogo del Manú figura como uno de los diez mandamientos el perdón de las injurias.
También
recordaréis que el Buddha dijo: "El odio nunca cesará por el odio, sino por el amor." Igualmente
tendréis en cuenta que el instructor cristiano Pablo se expresó en términos análogos al decir: "No
seas vencido de lo malo; mas vence con el bien el mal." (Rom. 12:21). Esto es Karma-Yoga.
Perdonar las injurias. Devolver amor por odio. Vencer el mal con el bien. De esta suerte
eliminaréis el elemento personal y ya no sentiréis ira porque os agravien. Habréis eliminado el
elemento personal y la ira no tendrá ya en vosotros esta baja modalidad. Pero todavía quedará otro
linaje más sutil de ira. Cuando veis que se comete una injusticia con el débil, os airáis contra el
injuriador. Cuando veis que maltratan a un animal, os indignáis contra el que comete la crueldad.
Cuando veis oprimido al pobre, sentís ira contra el opresor.
Es una ira impersonal, más noble que
la modalidad anterior y necesaria en la evolución humana, porque mucho mejor y más noble es
airarse contra un agresor del desvalido, que presenciar la agresión con estólida indiferencia, sin la
más leve simpatía con el sufrimiento infligido. La ira impersonal es más noble que la indiferencia,
pero todavía es imperfecta y se ha de transmutar en la superior cualidad de hacer justicia por igual
al fuerte y al débil, de compadecer asimismo al agredido y al agresor, porque sabe que el agresor
resulta más gravemente dañado que el agredido. Por ambos se entristece y a los dos abarca en un
mismo sentimiento de amor y justicia. Quien así purifica la pasión de ira, abomina del agravio,
porque deber suyo es abominarlo; pero al propio tiempo se muestra benigno con el agresor, porque
necesita lección y auxilio.
De este modo la ira fulminada contra una injuria personal se transmuta
en justicia que evita todo agravio e igualmente protege al fuerte y al débil. Esta es la purificación
cumplida en el mundo de la actividad por medio del diario esfuerzo que va depurando la naturaleza
inferior, a fin de lograr la unión con el Yo superior. Consideremos ahora el amor. Puede revestir la
baja y brutal forma de la pasión animal entre los sexos; una pasión de índole ruin que para nada
tiene en cuenta el carácter de la persona hacia quien se siente, ni cuida para nada de su naturaleza
moral y mental, sino que tan sólo atiende a la belleza física, a la atracción carnal y al placer
concupiscente. Esta es la ínfima modalidad del amor. Su móvil es el egoísmo. Pero quien sigue el
Karma-Yoga lo transmuta en el amor que se sacrifica por el ser amado, que cumple los deberes
familiares, cuidando de la esposa y los hijos, y hace por ellos cuanto puede, sacrificándoles sus
personales gustos, placeres e inclinaciones.
Trabaja para aumentar las comodidades de la familia y
satisfacer más holgadamente las necesidades del hogar. En él no busca ya el amor su personal
placer, sino la protección y auxilio de los seres amados, asumiendo en sí mismo cuantos males les
amenacen a ellos, a fin de que vivan con toda seguridad escudados por él. Mediante el Karma-
Yoga purifica el hombre su amor de los elementos egoístas, y lo que era pasión animal por el otro
sexo, se transmuta en amor conyugal, del hermano mayor, del pariente que cumple su deber
trabajando en provecho del ser amado para que vivan más contentos y dichosos. Después llega la
última etapa en que el amor depurado de egoísmo se efunde por doquiera. No sólo actúa en el
reducido círculo del hogar, sino que en todo prójimo ve un necesitado de auxilio, en todo
hambriento ve un hermano menesteroso de pan y en toda mujer desamparada una hermana a quien
proteger.
El hombre así purificado se convierte en padre, hermano y auxiliador del desvalido, no
porque lo ame personalmente, sino porque lo ama idealmente, y lo favorece en virtud de su
desinteresado amor, aunque el favorecido no le corresponda. El amor supremo, el amor dimanante
del Karma-Yoga no pide nada en cambio de lo que da; no anhela gratitud ni reconocimiento; actúa
en secreto, y más le place obrar desconocido e ignorado, que obrar de modo que pudiera recibir
agradecimiento y recompensa. La última purificación del amor es la que lo transmuta en divino, y
da, porque es su naturaleza difundir la dicha, porque nada pide para sí y sólo procura la ajena
satisfacción. Lo propio cabe decir de la codicia. Los hombres apetecen el lucro para disfrutar de los
placeres, adquirir posición y poderío. Pero después purifican esta baja modalidad de codicia por la
apetencia de ganancias para mejorar la condición de su familia y ponerla a cubierto de la miseria y
el sufrimiento. Ya no es hombre que así procede tan egoísta como antes.
Más tarde desean poderío
para emplearlo en el bien, de suerte que alcance a una esfera más amplia que la de la familia y en
un campo más dilatado que el del hogar, hasta que, como en el caso del amor, aprenden a dar sin
deseo de recompensa. Entonces anhelan conocimiento y poderío, no para detentarlo y gozar
exclusivamente de ellos, sino para difundirlo. Así eliminan el egoísmo. ¿Por qué se representa a
Mahádeva o Siva sobre las llamas? Extraña parece en verdad semejante morada y tal ambiente para
tan poderosa Entidad que es la misma pureza. Pero la representación simboliza a Siva realzado
sobre la vida humana, cuyas menudencias consumen las llamas.
Si no fuera por El, las cosas
terrestres se corromperían hasta la putrefacción y fueran un foco de infección que se extendería por
doquiera. Pero en el ardiente paraje en que mora y cuyo fuego lo atraviesa de parte a parte, se
consume todo lo egoísta, lo personal, todo cuanto pertenece a la naturaleza inferior. De estas
regeneradoras llamas surge triunfante el yogui, completamente depurado de todo elemento
personal, porque el fuego del Señor consumió las bajas pasiones y no queda corrupción alguna
capaz de difundir el contagio.
Por esto a Siva se le llama el Destructor. Es el destructor de lo
inferior a fin de posibilitar la regeneración. Del fuego de Siva emanó originariamente el alma y de
sus llamas brota el purificado Yo. Así guían estos primeros pasos hacia el verdadero discipulado,
conducen al encuentro del Maestro, hacia el recinto interno del Templo, en cuyo lugar santísimo
reside el Maestro de la humanidad. Estos son los primeros pasos que se han de dar y el camino que
se ha de recorrer.
A pesar de vivir en el mundo y estar ligados por mundanos lazos, con actividades
sociales y políticas, en el fondo de vuestro corazón anheláis el verdadero yoga y el conocimiento
de la permanente y no de la transitoria vida. Porque sí buscáis en las intimidades de vuestro
corazón, encontraréis el ansia de saber algo más, el deseo de vivir más noblemente de lo que hoy
vivís.
Sin duda, en apariencia amáis las cosas del mundo, y las amáis con vuestra naturaleza
inferior; pero en el corazón de quien no ha renegado del todo de su país ni apostatado de su
religión, hay todavía un íntimo anhelo de algo más que las cosas terrenas, una débil aspiración,
dejada en huella por las tradiciones populares, a que la India sea más noble de lo que hoy es y sus
habitantes más dignos de su pasado, He aquí, pues, el camino que habéis de emprender. No es
posible la grandeza de una nación si no son magnánimos los individuos. No será poderoso un
pueblo si los individuos son mezquinos, sórdidos y egoístas. Podéis empezar desde el punto en que
ahora os halláis y con la conducta que observáis, pues siguiendo la dirección que a grandes rasgos
acabo de señalaros, daréis los primeros pasos hacia el Sendero. Terminaré anticipando lo que es el
término del Sendero, aunque en las sucesivas conferencias ampliaré el estudio del tema.
El término
del Sendero es la unión por medio de la acción. Hay otros pasos que dar; pero ¿qué significa
"unión"? Recordad cómo Shri Krishna señala las características del hombre que ha transcendido las
gunas y es capaz de beber el néctar de la inmortalidad, de conocer al Supremo y de unirse con El.
Un hombre así no reconoce otro agente que las gunas. Conoce a Aquel que está más allá de ellas.
Ve la actuación de las gunas, y no las desea cuando ausentes ni las rechaza cuando presentes. Está
ecuánime entre amigos y enemigos, en la alabanza y en el oprobio.
Confiado mira todas las cosas
de igual manera, el barro de la tierra y la barra de oro, al amigo y al enemigo.
Para todos es el
mismo, porque ha transcendido las gunas y ya no le alucina su acción. Tal es la meta a que
aspiramos. Estos son los primeros pasos hacía el Sendero que atraviesa sobre las gunas. Mientras
no se hayan dado estos primeros pasos, no es posible seguir adelante; pero una vez dados, se
descubre el comienzo del verdadero Sendero.
ANNIE BESANT
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