- Enseñanzas de la Historia, de la Ciencia y de la Vida.
- Las tres proposiciones fundamentales de la Doctrina Arcaica.
- Sat y Asat.
- El gran Aliento.- Brahmâ (lo activo, lo que se extiende, lo Múltiple) y Brahman (lo pasivo, lo originario, lo Uno).
- La filosofía de Oriente y los pensadores modernos.
- Lo Absoluto o Cero; el Uno, el Dos y el Tres manifestados.
- El Cosmos o la Tetracys.
- Consideraciones numéricas en el hombre, en el animal, en la planta y en la piedra.
- Números “divinos” y números “diabólicos”.
- Enseñanzas pitagóricas antiguas y modernas sobre estos particulares fundamentales.
- La “categoría” Cero y las del Espacio, Tiempo, Número, Fuerza, Materia y Pensamiento.
- La función simbólica de lo Inconsciente y de lo Consciente.
- La ley arbórea de los sistemas numerales.
- Todas las cosas de la Naturaleza están hechas según Número y Forma, o sea según la Aritmética y la Geometría.
De todos los objetos sensibles podemos abstraer una por una sus diferentes cualidades que hacen referencia a nuestros sentidos, tales como su peso, volumen, densidad, color, olor, sabor, aspereza o tersura, belleza o fealdad, opacidad o transparencia, etc., etc.
De todos los objetos sensibles podemos abstraer una por una sus diferentes cualidades que hacen referencia a nuestros sentidos, tales como su peso, volumen, densidad, color, olor, sabor, aspereza o tersura, belleza o fealdad, opacidad o transparencia, etc., etc.
Nos quedan entonces tan sólo las propiedades abstractas que hacen relación con la cantidad y la extensión, es decir, sus cualidades matemáticas, dependientes todas de la noción de Espacio.
Pero aun estas últimas pueden ser finalmente abstraídas, y entonces decimos que el objeto sensible se reduce a la nada o cae en la nada, de donde, para nosotros, había salido anteriormente, cuando, al no conocerle poco ni mucho, no era nada para nuestra mente ni para nuestros sentidos.
La Historia, maestra de la vida según Cicerón, nos da de esto lecciones infinitas. ¿Dónde están, ni qué sabemos acerca de las naciones poderosísimas que florecieron en la Ario-India, ni de sus guerras que sumieron en la nada ciudades enteras, cuyo lugar ocupa hoy el movedizo mar de arena que oculta hasta sus ruinas en los desiertos de Gobbi y de la Tartaria?
¿Qué ha sido de aquellos hombres y de sus leyes, costumbres, instituciones, vicios y virtudes?
O, como añora la sublime elegía de nuestro Jorge Manrique:
¿qué se hizo del rey don Juan?;
los infantes de Aragón, ¿qué se hicieron?;
¿qué fue de tanto galán?,
¿qué fue de tanta invención
como trujeron...?
De la nada y del polvo salieron, y en la nada se han convertido, porque la Nada, como el Mar, es el Seno Infinito de donde todo nace y adonde todo vuelve, en ciclos de ciclos sin fin, dentro del panteísmo trascendente que europeos como Espinosa, Kant y sus sucesores han empezado a esbozar no más del de sus padres y maestros los ario-hindúes, egipcios y parsis remotísimos.
La misma lección que la Historia nos viene a dar, por su parte, la Ciencia. Dentro, en efecto, de la ley de correlación de fuerzas que es la base de la Físico-Química moderna, toda fuerza, al extinguirse, reduce a la nada su potencial; pero ella en sí misma, o sea abstractamente, no se pierde, sino de la nada de su eutropía nace en estrecha correlación una nueva fuerza de índole diferente: así el calor, anulándose, puede transformarse en luz; la luz, en acción química; ésta, en movimiento, y el movimiento, de nuevo en calor, etc., etc.
Igual lección nos da el Arte desde el principio del mundo: los impalpables átomos del carbono, el oxígeno y el calcio, condensados en forma de mármol por la Tierra a expensas de la nebulosa originaria de cuya nada se ha formado cuanto nos rodea, al recibir en su nívea masa la encarnación plástica de la mente creadora del artista dio nacimiento a la Venus de Milo, prototipo isiaco de la belleza femenina, y día llegará, a su vez -ojalá esté él lejano-, en que la estatua incomparable retorne al polvo de donde saliese, es decir, a la nada también...
Por eso la primera proposición fundamental (22) que establece la Doctrina Secreta es la de la existencia de un PRINCIPIO OMNIPRESENTE, ETERNO, SIN LÍMITES E INMUTABLE, sobre el cual es imposible toda especulación, porque trasciende por completo al poder de nuestra mente; es decir, que es, según el Mandûkya Upanishad, Inconcebible e Inefable y está desprovisto e toda clase de atributos, por lo mismo que permanece esencialmente sin ninguna relación con el Ser manifestado y finito.
Esta Seidad abstracta o Sat, de donde todo emana y adonde todo vuelve, es la Causa sin Causa, obscuramente entrevista por e “Incognoscible”, de Schopenhauer y Spencer, y el “Inconsciente”, de Hartmann y de otros.
Esta Seidad se simboliza de un lado como Espacio Abstracto Absoluto e inconcebible, y por otro, como Conciencia Incondicionada, o sea Movimiento Abstracto y Absoluto también; es decir, El Gran Aliento, de donde proceden por emanación continua los sucesivos universos: algo así como el mar de donde son evaporadas por el gran aliento o fuerza del Sol las gotas de agua que, ya individualizadas, caen en la cumbre de la montaña y retornan luego a reintegrarse al gran seno marítimo por las fuentes, los arroyos y los ríos después de su ciclo evolutivo por la Tierra, a la que fecundan.
Por eso el texto que comentamos nos empieza enseñando la más abstracta de las numeraciones filosóficas, al tenor del lenguaje tibetano, que tiene para lo Abstracto absoluto o
22 La segunda afirmación fundamental que la Doctrina Secreta establece, es la de Eternidad del Cosmos in toto, como un plano sin límites, periódico escenario de innumerables universos manifestándose y desapareciendo incesantemente, “como el flujo y reflujo de la mar”, que dice el Libro de Dzyan; “Centellas de la eternidad”, “Eterno peregrino” de la vida.
Esta afirmación es la universalidad absoluta de aquella ley de acción y reacción que la ciencia física ha evidenciado ya en todas las esferas de la Naturaleza, con alternativas tales como el Día y la Noche; la Vida y la Muerte; el Sueño y la Vigilia, que son leyes absolutamente fundamentales del Universo.
La tercera afirmación fundamental, en fin, es la de la identidad esencial de todas las Almas con el Alma Suprema Universal, como aspecto que es ésta de la cósmica Raíz Desconocida, y la peregrinación obligatoria de dichas Almas todas, como destellos suyos, a través del Ciclo de Encarnación o de Necesidad, conforme a la Ley Periódica o Kármica durante toda la peregrinación aquélla.
Esto quiere decir que Buddhi, el Alma Divina de cada ser, no puede tener existencia consciente independiente hasta que la chispa que brotó en la Esencia pura del Sexto Principio Universal, o sea del ALMA SUPREMA, haya pasado por todas las formas elementales pertenecientes al mundo fenomenal del Manvántara y adquirido individualización, primero, por natural impulso, y después por propios y conscientes esfuerzos dirigidos por su Karma, o Ley de Causa y Efecto, remontando así a lo largo de todos los grados de inteligencia, desde el Manas inferior hasta el superior; desde el mineral y la planta, hasta el Arcángel o Dhyani-Buddha más santo.
La Doctrina Esotérica, pues, no admite en el hombre otros dones y privilegios que los ganados por su propio Ego, por su esfuerzo y mérito personales a través de una larga serie de metempsicosis y reencarnaciones. Por eso dicen los hindúes que el Universo es Brahman y Brahmâ (*), pues que Brahman está en todos los átomos del Universo, siendo los seis principios de la Naturaleza los brotes o diferenciaciones del Séptimo y Único Real en el macrocosmos como en el microcosmos, y también porque las permutaciones físicas, psíquicas y espirituales del Sexto Principio o Brahmâ, como vehículo de Brahman en el plano de la manifestación, son consideradas por antifrasis como ilusorias y mayávicas. Pues aunque la raíz de cada forma colectiva y cada átomo individual es este Séptimo Principio o Realidad Una, sin embargo, en su apariencia manifestada, fenomenal y temporal, todo ello es tan sólo una ilusión fugaz de nuestros sentidos.”
(*) Sálvese así la errata cometida en la página 38, línea tercera, que debe decir: “el Universo es Brahmâ, y Brahman”, o sea una actividad (Brahmâ), emanada de lo neutro (Brahman).
Cero Supremo de la Numeración empleada por la Emanación Eterna, la palabra Sat, de la que nada concreto puede predicarse, ni siquiera la noción de “ser” de nuestra metafísica.
Por eso dice que “Sat y Asat”, son el alfa y el omega de la fraseología iniciática oriental. Sat, es la inmutable y Omnipresente Raíz de la que todo ha emanado. Algo aún por encima de la fuerza potencial o germinativa que impulsa a la que llamamos la evolución, lo que constantemente deviene transmutándose, aunque jamás se manifiesta, al modo de la “Seidad”, el Absoluto No-Ser hegeliano del que emana todo “Ser”. Asat, por su parte, no sólo es la negación de Sat, ni lo “no existente todavía”, sino algo que es engendrado por Sat, como Sat, a su vez, nace de Asat, en perpetuo movimiento cíclico. Sin esta clave de la Cosmogonía aria es imposible comprender la doctrina de los Rishis, Arhats y demás filósofos primitivos (23).
He aquí, pues, el resumen de estos primeros conceptos de la Matemática filosófica que al Cosmos rige:
CERO. LO ABSOLUTO: El Parabrahman de los vedantinos; la Realidad Única, el Sat, la Seidad no concretada en Ser, puesto que es al par el No-Ser y el Ser Absolutos.
Uno.- El Primer Logos, o Logos impersonal y No Manifestado. La Primera Causa, lo Inconsciente o Incognoscible de los europeos.
La Mónada de los pitagóricos.
Dos.- El Segundo Logos: Espíritu-Materia y Vida; o Purusha-Prakriti, es decir, la Dúada Manifestada de los pitagóricos.
Tres.- El Tercer Logos; la Ideación Cósmica, Mahat o Inteligencia; el Alma Universal del Mundo, el Nóumeno Cósmico de la Materia, la base de todas las operaciones inteligentes de la Naturaleza, o Mahâ-Buddha, es decir, la Tríada.
Cuatro.- La Realidad Una, manifestada bajo su aspecto dual de Espíritu-Materia en el Universo condicionado, o sea el Cosmos de los griegos; la Armonía de aquellos supremos contrarios, la Tetractys, la Tétrada, en fin, el más solemne de los conceptos pitagóricos que obligaba hasta a los mismos dioses.
Para que el lector no se confunda con estos conceptos tan fundamentales le conviene advertir que en las palabras que anteceden juegan ideas aritméticas y geométricas mezcladas con palabras tibetanas y sánscritas que deben ser especificadas con la debida separación. Empecemos con las primeras:
Hay dos maneras de numerar, la concreta y la abstracta.
La primera consiste en la nueva yuxtaposición de sucesivas unidades: 0 + 1 = 1; 1 + 1 = 2, 2 + 1 = 3...
Esta concepción, meramente animal, es, teóricamente, indefinida; pero en la práctica cesa pronto, porque se llega a carecer de nombre y de idea concreta para enunciar las cantidades que van sucesivamente apareciendo; así se encuentran pueblos salvajes que sólo pueden contar hasta tres y llaman genéricamente muchos a los números sucesivos, e igual pasa a los niños (véase Benot, Aritmética Universal). Los cuatro primeros números, como esenciales y característicos a la mera animalidad, o, mejor dicho, de la Naturaleza entera, son conocidos probablemente hasta de los animales mismos, dado que en la rudimentaria mente de estos seres existe el concepto de la nada o cero y del uno (24). El sexo, por su parte, en él tan absorbente, le da la noción del dos, los demás seres de su banda que no son él ni su compañera, hacen el tres; y la cosa que hay que buscar, o más bien, de la que hay que huir, constituyen el cuatro (25).
De aquí en adelante se hace la noche más impenetrable en la mente
del animal. Por eso el número que sigue, el cinco, es ya genuinamente característico del hombre, y de aquí su nombre troncal de man, manú o pensador y el nombre de panta o cinco, primero de la continuidad numeral en nuestro pensamiento y sello indeleble del arma de superioridad física del hombre sobre los animales - su mano de cinco dedos, el pulgar oponible a los otros cuatro de la bestia, sus extremidades cruciformes con la quinta o cabeza arriba y de la superioridad moral también de su dicho pensamiento... Los Iniciados o Reyes divinos del pasado nos dejaron esto mismo escrito inefable símbolo: el de la pentalfa o pentágono estrellado en su posición triunfal o normal con el ápice o cabeza hacia arriba, mirando a los altos cielos, mientras que la misma pentalfa vuelta del revés quedó como símbolo del hombre caído y de la bestia, el ser que no comprende al cinco, con los dos cuernos, las dos orejas y la barbilla del famoso, simbólico y demoníaco chivo o macho cabrío.
Tras del cinco viene el seis, al que también se le ha denominado número de la bestia, acaso por las razones que subsiguen.
Anticipándose, en efecto, a la propia evolución humana, los animales de mayor inteligencia: mono, elefante, perro, caballo o buho, acaso logran excepcionalmente pasar del cinco y llegar al seis de esta manera: Uno (él); dos (la hembra); tres (el hijo); cuatro (el nido, la cueva, el refugio, el hogar, si vale la frase, que defiende como a sí mismo); cinco, los demás de su tribu con los que forma la unidad superior o tribu, y seis, todo lo restante que no es él ni su gente (26). El siete ya les es desconocido. Esto en aritmética.
En geometría tienen asimismo estos animales la idea del punto (él), la de la línea (la distancia que le separa a él de la hembra buscada o de la víctima elegida, línea, además, medida instintivamente en el gato con la más rigurosa exactitud); la de la superficie y la del volumen, según revelan sus actos todos, supuesto concretamente, no en abstracto, como nosotros. La grulla, por ejemplo, en sus vuelos de emigración, tiene además noción del ángulo, puesto que la más fuerte o guía se sitúa en el vértice de proa en la marcha para que las más débiles encuentren ya vencida con las alas de aquélla la resistencia del aire.
La masa emigratoria, por otra parte, le da en el caso más sencillo la idea concreta del triángulo, y en general, y ya obscurísimamente, de los demás polígonos, que para ellas son como si fuesen uno mismo.
Esto y otras cosas análogas hace sospechar que, en punto a geometría, el animal tiene fundamentalmente todas nuestras ideas concretas (aunque menos claras); pero carece de las abstractas, y, por de contado, de la aplicación a aquellas que supone la Aritmética Universal y su correspondiente Geometría Analítica, o aplicación del número abstracto a la forma concreta.
En todos estos asuntos hay que prevenirse contra un universal error, porque a duras penas concedemos ideas geométricas a los animales, y, sin embargo, en los vegetales, y sobre todo en los minerales, que evolutivamente les son inferiores a aquéllos, se cumple la más pasmosa e inconsciente de las geometrías. ¿Cómo, en efecto, allí, en la planta, donde no hay, que sepamos, ideas, surgen las corolas florales y otros elementos cumpliendo las más prodigiosa de las geometrías?
¿Cómo dispone sus pétalos de seis en seis en cada flor la azucena, de cinco en cinco el pensamiento, el clavel y la rosa, y de cuatro en cuatro todas las crucíferas...? Porque no hay que darle vueltas: para distribuir los cinco pétalos de su corola, la rosa campestre o el pensamiento, verdadera caricatura de la faz humana, necesita dividir escrupulosamente en media y extrema razón el radio de su corola; llevar misteriosamente uno de estos segmentos a lo largo de la circunferencia o borde de la misma, y luego tomar de dos en dos las diez divisiones resultantes, para así tener el lado del pentágono y, por tanto, el lugar de emplazamiento de cada uno de los cinco pétalos. Tal al menos procedería el geómetra que tuviese que hacer en papel o trapo semejante flor, para sacarla no más rigurosamente exacta,que, sin tantos trámites y a intuitivo ojo, las saca la florista, y mucho más rigurosamente exacta que las saca por mero mágico efluvio el rayo de sol primaveral cayendo fecundador en el prolífico seno del agua, que es la sangre y la vida de la planta, como es sabido. De la piedra no hablemos; los cristales nos dan el modelo de los poliedros que estudia la Geometría.
¿Cómo, pues, esta paradoja de que mientras menos inteligente es el ser más misteriosa e inexplicablemente inteligente resulta su obra geométrica?
Porque hay que admitir, mal que nos pese, que existen dos clases o maneras de mente: la consciente y la inconsciente; la manifestada y la por manifestar; la concreta y la abstracta; pero estas dos clases de mentes, a su vez, no son en sí mismas sino dos elementos contrarios y recíprocos de la inteligencia.
Así en la función simbólica:
C x A = I,
en la que C es lo consciente concreto y A lo abstracto e inconsciente, e I una constante de indefinible inteligencia, C crece o mengua a expensas de A, y en el caso límite de la piedra, C es un infinitamente pequeño que da a A un valor infinitamente grande. A la inversa, en el hombre, lo consciente C es ya muy considerable, y lo inconsciente o abstracto A, relativamente pequeño. En otros términos: el esfuerzo para construir un cristal regular perfecto tiene que ser máximo en el ser más consciente (el hombre) y mínimo en el más inconsciente (la piedra).
Volvamos a la numeración.
Además de la numeración empírica o de simple yuxtaposición de las sucesivas unidades, hay otra racional abstracta que consiste en la introducción de unidades orgánicas de diferentes órdenes. También puede llamarse numeración arbórea por lo siguiente:
La ley de la Universal Armonía que al Cosmos rige está cifrada en ser ella una como constante desconocida, en la que están conjugadas en razón inversa la unidad y la variedad o pluralidad.
Podemos, en efecto, imaginarnos un árbol cuyo tronco único se divida en diez ramas iguales, cada rama en diez ramitas, cada ramita en diez brotes y cada brote en diez hojas. Estas diez hojas serían entonces las diez unidades simples, los brotes las decenas, la diez ramitas las centenas, las diez ramas las unidades de millar, y el tronco mismo, en fin, la decena de millar. Claro es que si contamos además diez nervios en cada hoja, el tronco será la centena de millar, y si contamos los diez nervezuelos en cada nervio, el tronco es el millar de millares, o sea el millón, y como teóricamente el crecimiento del árbol es indefinido, como, en efecto, lo es esotro árbol simbólico que se llama árbol genealógico, o de las generaciones sucesivas, la serie de los números es indefinida también y el tronco de semejante árbol será siempre la unidad más alta o de grado más superior entre las consideradas. Por lo que antecede, se ve que en buena lógica analítica cada cosa o idea representa un número entre los infinitos números de las otras ideas o cosas a ellos semejantes, o en otros términos, lo concreto y lo abstracto se hallan íntimamente relacionados como lo están el género y la especie, midiendo lo abstracto a lo concreto, pero no a la inversa.
Por eso decían los griegos iniciados como Platón, que “Todas las cosas han sido hechas según formas (concretas) y (abstractas) números”, y toda la Analógica consiste en la correlación numérico-abstracta entre las cosas de especies diferentes, pero que en su respectiva numeración están representadas por el mismo número. En efecto, todas éstas son nada o cero antes de ser algo, y cuando existen ya son el uno respectivo; el dos, cuando se dividen en elementos contrapuestos; el tres, cuando por encima de estos elementos contrapuestos descubren su origen común; el cuatro, cuando estos elementos se dividen a su vez en otros dos; el cinco, cuando por encima de éstos se descubre un tronco o síntesis; el seis, cuando se comparan entre sí dos ternarios de la misma especie, pero más o menos diferentes entre sí; el siete, cuando en estos dos ternarios se evidencia una síntesis, y así sucesivamente.
Por otro lado, si en vez de considerar el árbol simbólica decimal, le consideramos dividido su tronco en ramas, ramitas, etc., de dos en dos, de tres en tres, de siete en siete, de doce en doce o, en general, de ene en ene, tendremos los correspondientes sistemas numerales que se llaman, respectivamente, binario, ternario, septesimal, duodecimal y enesimal. A estos sistemas hay que agregar el primitivo o monario de la mera y empírica yuxtaposición que primero vimos, o sea en el que el valor de las respectivas unidades abstractas de los diferentes órdenes equivale al de las correspondientes unidades concretas.
La ley de la numeración hablada, que consiste en dar nombres propios a las unidades simples, menos a la última, se cumplirá siempre; pero la numeración monaria precisará tantas palabras como unidades simples se consideren; por ejemplo: para sesenta precisará sesenta palabras, y no necesitará ninguna para expresar las unidades de los diferentes órdenes que en ella no existen, pues que son las unidades simples mismas.
La numeración binaria expresará todas sus unidades simples con sólo la palabra uno; pero en cambio, para las unidades del grado segundo o pares hasta la sesenta de nuestro ejemplo, como número compuesto, en tal sistema de treinta pares precisará otras tantas palabras, que con aquélla son 31 palabras.
La ternaria precisaría, por análogas razones, dos palabras para las dos primeras unidades simples, veinte para las unidades de segundo orden; en total, 22 palabras. La cuaternaria precisaría aún menos, etc., etc.
En una numeración, en fin, en que la unidad de segundo orden igualase al mayor de los números contados, ocurriría el caso de la numeración monaria, y cada número exigiría, como en aquélla, un nombre. ¡Curioso caso digno de meditación, pues que muestra de qué modo los contrarios complementan como semicírculos de igual radio recorridos en opuesto sentido!
Dejando ya las consideraciones de Aritmética pura, vengamos a las geométricas, concordadas con aquéllas como lo está “el Número Manifestado” con “la Forma de la Manifestación”, ley de correlación o analogía que en Occidente es la base de la llamada Geometría analítica, o sea la ciencia matemática que estudia algebraicamente las figuras y formas geométricas y geométricamente las expresiones algebraicas.
Empezaremos, pues, diciendo que el punto o germen es al Uno-Único numérico lo que la Geometría, que de aquél se origina por el movimiento en las múltiples direcciones del espacio, es a la Aritmética pura.
Arquímedes pedía sólo un punto, punto de apoyo para poder levantar el mundo, es decir, un origen, un centro, una realidad límite entre el mundo de lo concreto y el mundo de lo abstracto, porque el punto reúne en sí entrambas condiciones, puesto que en sí es real y concreto, dado que no es confundible nunca con otro punto cualquiera, pero que, por otro lado, diríase que representa el límite de lo abstracto, toda vez que ni tiene dimensión concreta ni de él en sí propio puede predicarse nada concreto tampoco, fuera de que es un punto, puesto que la sombra proyección, o maya de la línea, como ésta lo es de la superficie, y la superficie, en fin, del volumen. Verdadero y único proteo o “primer ser”, él es a la vez el Uno y el Infinito, lo primero porque es único, y nada que no sea él mismo puede confundirse con él, y lo segundo, porque, dentro del Espacio Abstracto, el Primer Punto está en todas partes, dado que como por su definición de primera no existe ningún otro punto antes que él, no puede concretarse como situado en ésta ni en otra parte alguna.
No debe extrañarnos, sin embargo, semejante paradoja, que es básica e inevitable en todos los demás conceptos fundamentales de nuestra ciencia, la cual, como empieza hoy a dibujar la teoría de la relatividad, de Einstein, no puede prescindir de apoyarse en más o menos postulados, o sean axiomas evidentes por sí mismos con evidencia intuitiva o abstracta, que no puede, por tanto, razonarse.
Los conceptos-límites, en efecto, están tocados siempre de lo absoluto, como tales límites que son de los contrarios, o ideas contrapuestas, y así la línea recta (que tiene todos sus puntos en la misma dirección) es la curva, límite de todas las curvas (que como tales curvas no tienen en la misma dirección puntos ningunos); y así el plano tangente a una esfera es también la superficie esférica de la esfera de radio infinito.
Hay, pues, un primer punto, o punto de origen, al que pueden referirse analíticamente todos los otros, como vamos a ver, y semejante punto es el cero en la fuerza, el cero en la materia, sin dejar de ser efectivamente Uno-Único (no la unidad, que es cosa diferente), al tenor de las consideraciones que preceden, puesto que ya existe antes de que exista toda otra cosa y ya ocupa su propio “punto”, y ya vale su propio valor de cero, y ya actúa y es perceptible como origen de todas las cantidades, fuerzas y materias, aunque sin despojarse todavía, sin embargo, de las características ideológicas contrarias de que aún no existirá efectivamente mientras que no aparezca un segundo punto distinto de él y a él referido por cualquiera de las categorías filosóficas antedichas de existencia, cantidad, extensión, tiempo, fuerza y materia, categorías que con la aparición de ese segundo punto (que a bien decir es el primer punto meramente concreto o uno numeral propiamente dicho), pasan del mundo-límite de lo abstracto y posible a lo concreto y realizado.
Este último detalle justifica el por qué en las primitivas “Numeraciones Sagradas” enseñadas en los Misterios Iniciáticos antes del 4, el 3, el 2 y el 1 estaba el número o simbolismo del Cero-Uno o Uno-Único (es decir, el Uno, que por medirlo todo potencialmente nada concreto en sí puede medir). Así se explica el por qué el iniciado Bascaria, en su célebre serie aditiva, conocida con el nombre de Serie de Fibonacci, pudo hablar de dos unos en la seriación que se escribe así:
En dicha serie, apenas explotada por los matemáticos hasta el día, pero que es tan fecunda como cualquiera otra de las clásicas: la del número Φ, la del número e, etc., se parte del 0 y del Uno-Único, ya dicho, y se van obteniendo los sucesivos términos por adición de los anteriores términos, es decir, que se parte del eterno jeroglífico iniciático de 10 o Φ con todo el alcance que a tamaño jeroglífico hemos asignado en trabajos anteriores y que deben consultarse o traerse aquí.
Volvamos al Punto Único.
Este punto, en sí, realiza toda su finalidad egoísta, pues que existe para sí mismo.
Mas como es ley de la existencia la de una continua y altruista manifestación en el espacio, un devenir progresivo o evolutivo (vulgo creación), una dilatación, en fin (o Brahmâ), el Punto Único necesita salir de sí propio, extendiéndose en todas y cada una de las categorías que de su propia dilatación nacen, o sea en el espacio, en el tiempo, en la cantidad, en la fuerza y en la materia.
Lo primero, pues, que engendra el Punto Único es otro punto en la concreta semejante a él, constituyendo este segundo punto, y la parte concreta del punto primitivo la Dúada pitagórica, mientras que la parte abstracta de dicho punto primitivo constituye la Mónada, que se retira al silencio y a la obscuridad de su propia abstracción, presidiendo desde allí a la Dúada y constituyendo con ella la pitagórica Tríada.
Pero la dilatación del Punto primero o primitivo, que supone el punto segundo, constituye, con este segundo punto, la línea o lugar geométrico de las posiciones de dicho punto segundo, y dicha dilatación es de tres clases, a saber: en la línea, en el plano y en el espacio. Es necesario, pues, que nos hagamos perfecto cargo de estos tres nuevos conceptos que surgen aquí.
La expansión dicha del primer punto en el espacio abstracto se rige por una sabia ley de economía, la cual establece que en cada unidad de tiempo y dentro de la unidad de esfuerzo se propende a lograr un resultado máximo en la dilatación o separación.
Cuando dicho resultado máximo se ha logrado, se dice que el segundo punto en su separación del primero ha descrito un segmento rectilíneo, segmento que, a su vez, por ley de los conceptos contrarios conjugados, representa la mínima distancia entre los repetidos dos puntos. Cualquier otro resultado en semejante separación se dice segmento curvo. No ha lugar, además, por ahora, a hablar de las llamadas líneas quebradas y mixtas, porque de ellas, como líneas compuestas de fragmentos de rectas y de rectas y curvas, suponen un concepto más complejo, por encima del básico o simple en que nos encontramos ahora.
Considerando indefinido el tiempo, como lo es realmente, antes y después de la separación, del segmento rectilíneo se pasa a la noción de la línea recta, que encierra en sí a los dos puntos, noción abstracta en cuanto atañe a la continuidad de máximo alejamiento del punto móvil en igualdad de tiempos y mínima distancia, como va dicho, pero abstracta a su vez, por ser la primera y única recta, la recta Cero y Uno a la vez, capaz de engendrar a su turno otras rectas por el mismo procedimiento de separación que llevamos estudiado respecto de los puntos. El mundo de la recta así obtenido se llama de la primera dimensión o espacio en longitud.
La separación de las dos rectas, que antes eran una y única, puede operarse de dos maneras típicas, a saber, de una manera concreta, es decir, separándose tan sólo por el segundo de los puntos, o por los dos puntos primero y segundo a la vez.
En el primer caso ello nos da el concepto del plano, concepto concreto en cuanto al plano particular así obtenido, y abstracto en cuanto a la infinidad de planos a que la recta en cuestión puede dar lugar, según la dirección de su movimiento. Espacio en longitud y latitud.
Por un razonamiento idéntico, operado sobre la idea del plano así obtenido, llegamos a la más alta noción de espacio que hoy podemos concebir prácticamente, o sea al mundo de los volúmenes, tercera dimensión o Espacio en largo, en ancho y en grueso. Un plano Cero y Uno del que pueden derivar todos los infinitos planos, tanto del volumen concreto como del abstracto o Volumen-Espacio.
Tenemos, pues, ya las cuatro nociones abstractas de punto, línea, superficie y volumen, o espacio de las dimensiones, cero, una, dos y tres que constituyen la llamada Geometría Euclidiana o común. Siguiendo la serie hasta aquí establecida, y simbólicamente, que es como tal serie, indefinida, se podrían tener las geometrías de cuatro, cinco... ene dimensiones, o Geometrías no Euclídeas, de las que, por el momento, prescindimos.
Pero, antes de avanzar más, debemos lanzar una mirada sintética o retrospectiva a cuanto va expuesto.
Todos los conceptos anteriores, desde el punto origen hasta el volumen abstracto, se han obtenido por dilatación o evolución; pero también pueden ser obtenidos por la marcha inversa, diciendo que cada volumen es la matriz abstracta de planos infinitos, cada plano la de infinitas rectas que por él pasan y cada línea, en fin, de infinitos puntos; ésta segunda marcha se llama filosóficamente de involución, de retorno, de proyección o de límite, y aun podría denominarse de maya y de caída, porque cuando un volumen cualquiera empieza a retornar al plano que le diera evolutivamente origen, acaba perdiendo en tercera dimensión o altura hasta confundirse con el plano, que en tal caso se denomina la sombra o proyección del volumen.
“De igual modo, cuando un plano empieza a retraerse en el sentido de su segunda dimensión o anchura, hasta confundirse con la recta de la que evolutivamente ha salido, llega, en el límite, a transformarse en dicha recta, que constituye así su “maya, sombra o proyectiva”. Finalmente, retrayéndose así la recta, acaba confundiéndose en su maya, sombra o proyección, que es el punto-origen.
Claro es que el volumen, el plano y la línea pueden acabar así, no sólo en su plano, línea y punto originario, sino en otros planos, líneas o puntos no originarios del mismo; pero como a tales orígenes de aquéllos no les hemos puesto ninguna condición originaria concreta, cabe que consideremos a estos nuevos elementos como los respectivos orígenes, y el caso abstractamente es el mismo.
Con las dos marchas, ascendente o evolutiva, e involutiva o descendente, hemos descrito un ciclo o círculo abstracto, puesto que con ello, después de una marcha serial, nos vemos retornados al punto de partida.
Por consideraciones hechas acerca del segmento rectilíneo como generador del polígono, del polígono como generador del volumen y del volumen como generador del hipervolumen, llegaríamos a ver así, al lado respectivamente de ellos, a los correspondientes elementos imaginarios de cada orden, elementos que serán luego reales en las dimensiones ulteriores, tales en dimensión primera como los radios del círculo, distintos del radio positivo de origen y el antirradio negativo; en dimensión segunda con los círculos de la esfera que no coinciden con el plano de origen, etc., etcétera.
De aquí el que podamos establecer esta regla general:
La infinitud de cada elemento en el ámbito de los elementos ulteriores y el carácter imaginario de cada uno de estos elementos en aquél es un mismo concepto expresado de dos maneras distintas. Guardan uno y otros entre sí la misma relación que lo concreto con lo abstracto, que va concretándose también a medida que se va pasando de cada dimensión a la que le sigue. Por eso el lenguaje, con profética intuición, llama real a lo concreto e imaginario a lo abstracto. Conviene, sin embargo, añadir que, en vista de ello, lo real no es sino un caso particular o concreto de lo imaginario, y que lo imaginario de cada dimensión no es sino lo real de la siguiente; es decir, lo Real (con mayúscula), frente a lo real (con minúscula). Así, cada dimensión es un género que abarca a guisa infinitas especies las dimensiones que le preceden, y es una especie concreta o limitada, a su vez, respecto de las que le siguen. Siguiendo, además, por este camino llegaríamos al verdadero concepto de la Imaginación y de la Magia, que tratáramos en otro sitio (27).
Pero, ¿qué es lo que con todas estas consideraciones matemáticas hemos entrevisto? Una cosa suprema al par que sencilla: la de que todo, hasta la Forma y el Número, está sometido en su concepto como en su desarrollo, a la ley evolutiva: cero, uno, dos, tres, cuatro...; a la Ley de Brahmâ, o sea a la eterna Ley de Evolución o Crecimiento.
Por eso nos dice sabiamente la Maestra: “La ciencia moderna insiste en la doctrina de la evolución; lo mismo hace la razón humana y la Doctrina Secreta, y tal idea está corroborada por los antiguos mitos y leyendas, y hasta por la Biblia misma, cuando se lee entre líneas: “Vemos a la flor desarrollarse lentamente del tallo y el tallo de la semilla, pero, ¿de dónde viene esta última con todas sus potencialidades físicas y sus fuerzas invisibles y espirituales, por tanto, que desarrollan gradualmente su forma, color y perfume? La palabra evolución habla por sí sola. El germen de la presente raza humana ha debido preexistir en el padre de ella como en la semilla se esconde la flor de la próxima primavera.
El padre difiere, sin embargo, siempre de su futura progenie. Los predecesores antediluvianos del elefante y lagarto actuales, acaso lo fueron el mamut y el plesiosauro. ¿Por qué, pues, los “gigantes” de los Vedas, del Voluspa y del Génesis no han podido ser los progenitores de los gigantes de nuestra raza humana?
Si bien es absurdo admitir la transformación de las especies al tenor de las evoluciones de las opiniones materialistas de los evolucionistas, es natural pensar que cada género, principiando por el molusco y terminando con el hombre-mono, se ha modificado en su forma primordial carácterística.” (Isis sinVelo, I, 152-3).
Y en otro lugar, añade (D.S., t.II, pág. 437):
“Para los panteístas y ocultistas, así como para los pesimistas, la Naturaleza no es más “que una madre hermosa, pero fría como el mármol”; pero esto sólo es verdad en lo que se refiere a la Naturaleza física, externa. El observador superficial ve únicamente en ella una inmensa carnicería en donde los carniceros se convierten en víctimas y éstas, a su vez, en verdugos, cosa que mueve al fin al profano pesimista a ver en ello la prueba de que no existe nada divino en la Naturaleza, ni existe Divinidad alguna in abscóndito en ella, y al físico materialista, a su vez, le hace pensar que todo es debido en ella a mero juego de la casualidad o de las fuerzas ciegas, siendo ley tan sólo la supervivencia del más fuerte y aun del más adaptado.
Pero los Ocultistas, que consideran a la Naturaleza física como un haz de engañosas o ilusorias percepciones y que reconocen en cada dolor y sufrimiento las indispensables angustias de la procreación incesante y una serie de grados hacia una perfectibilidad siempre creciente, silenciosa influencia del Karma o de la Naturaleza en Abstracto, ven a la Gran Madre desde un punto de vista muy distinto. ¡Desgraciados, en efecto, aquellos que viven sin sufrir! La paralización y la muerte es el futuro de todo cuanto vegeta sin verdadera vida. Y, ¿cómo puede haber un cambio para mejorar, sin el proporcionado sufrimiento en el grado precedente?
Los que han aprendido a costa de desengaños el falso valor de las esperanzas terrestres y los ilusorios atractivos de la naturaleza externa son los únicos destinados a resolver los grandes problemas del dolor, de la vida y de la muerte.”
He aquí ahora, en resumen, los conceptos más básicos de la obra de la Maestra en punto a las bases filosóficas de todo cuanto existe, al tenor de la Tabla Esmeraldina de Hermes:
La Deidad Oculta, la Deidad Abstracta, Incognoscible, Inefable, la No-Cosa, que es para los arios Brahma neutro; para los parsis, el Zoroastro Primitivo (cero astro o no-cosa también); para los egipcios, el Kneph no revelado, la Serpiente de la eternidad en torno de las Aguas del Espacio (encerradas en una vasija) sobre las que (como Chaos femenino) exhalaba su masculino Espíritu (Theos); para los cabalistas, el En-Soph, el No Existente.
Entre los egipcios, el Dios Oculto era Amnon o Mon (el Supremo).
Todos sus Dioses eran dobles (para el santuario y para las masas); Horus el Mayor era la Ideación Cósmica permaneciendo en la Mente del Demiurgo “nacido en las Tinieblas antes de la creación del Mundo”; el Segundo Horus era luego la misma Ideación saliendo del Logos para revestirse de materia akásica y entrar así en lo que llamamos existencia positiva. Horus “el Mayor” o Haroiri era coetáneo con Ra y Shu (Theos y Chaos), mientras que el Segundo Horus u Horsusi es el Hijo de Osiris e Isis (28).
La Emanación dual o Andrógino Divino (Theos-Chaos) que para los arios es Parabrahman y Mûlaprakriti; para los parsis, el Fuego y el Agua primordiales; para los egipcios, Nut (Firmamento) y Nun (Aguas); para los ofitas, Anu y Anas; para los caldeos, Abraxax y Bythos; para los cabalistas, Jah y Binah (los componentes de Jehovah) o Abba y Amona, los dos Alientos o Zéfiros (Sephiroth) que, con el Primero o la Corona (Kether), forman la Trinidad Primitiva.
El Hijo nacido del Divino Andrógino, el Segundo Logos, el Primogénito o Propator, el Kurios, la Mente o Ennoia divina, la Sophia Celeste, Ptah, el Espíritu-materia del Cosmos, o sea el cosmos mismo como ser vivo y como Alfa y Omega de todos los fenómenos del Universo, el Sol con su Sistema Planetario, no considerado como mero astro al estilo occidental (que tampoco ve en el hombre más que el cuerpo y las que llaman sus funciones, como el pensamiento, las voliciones y los afectos), sino como un Ser Vivo, dador de vida a todos cuantos seres le rodean, y que por Él, de Él y para Él existen.
El singular o el Uno cósmico, Espíritu y Alma del Mundo, que se divide en los Siete Primitivos; los Siete Planetas sagrados; los Siete Rishis Divinos, los Antecesores de los Diez Prajapatis Semidivinos y de los Avatares y seres divinos-humanos, los Cabirin (Devas), las Huestes Celestes, los Amsaspend de que nos tocará ocuparnos más tarde.
Estos Seres últimamente dichos, es decir, los siete Zéfiros o Alientos emanados del Logos Tri-Uno.
Las emanaciones inferiores, entre ellas las Mónadas Humanas encarnadas como Hombres y las Mónadas que aún no han alcanzado el reino humano, saliendo de los reinos inferiores.
Insistir o ampliar el léxico de homónimos en las infinitas religiones del mundo sería propenso a más confusión. Detallándole H.P.B., exclama al fin: ¿De dónde proviene toda esta identidad de ideas, si no hubo una Revelación Universal primordial? Los pocos puntos señalados son como unas cuantas pajas en un montón de heno, en comparación de las que encontraremos en esta misma obra. Aun en la más obscura de las cosmogonías, la China, encontramos la misma idea.
Aun desde las primeras edades mismas de la Cuarta Raza, cuando sólo al Espíritu se rendía culto y cuando todavía no se había ocultado la Verdadera Enseñanza (29), hasta los últimos y gloriosos días del arte griego, en la aurora del Cristianismo, sólo los primitivos se habían atrevido a levantar públicamente un altar a lo Incognoscible, es decir, al “Dios desconocido”.
En esto, como en todo, la Península ibérica, resto ya ario del Continente atlante, se anticipó al Occidente, cosa nada de extrañar, dado que ella, por su posición especial entre Europa y África, y más vecina que ningún otro país occidental a América, ha heredado, por una parte, multitud de tradiciones atlantes, y si no es por otra, la verdadera cuna de los primitivos griegos, o sea de los pelasgos y acadios, tampoco está lejos de ella, ya que, como enseña Scott.
Elliot en su Historia de los Atlantes, la sexta sub-raza o acadia de este último pueblo tuvo su cuna hacia las Baleares, Cerdeña y Noroeste de África, como la quinta o protosemita la tuvo hacia Noruega, países todos enlazados con el continente sumergido.
Por eso Diodoro Sículo habla de la población de la Península por 20 príncipes atlantes (Fernández y González); Plinio contó hasta 45 naciones distintas, y Estrabón, 50, sólo en la parte lusitana de entre Miño y Tajo, todas correspondientes, sin duda, a las emigraciones blancas o de secuaces de la Buena Ley que precedieron a la catástrofe. Verdagurer, iluminado por la excelsa inspiración de todos los verdaderos vates, pudo escribir en su Atlántida, poniéndolo en labios de uno de sus héroes (canto 2°): “Húndase mi imperio, que ha derribado a tantos otros; aquel que despertó a nuestro paso por Oriente, con nuevo soplo vital, dará al viento nuestros huesos, nuestra ceniza y nuestra historia. Mañana, los cláperes y los dólmenes alzados por nuestras manos, cual hijos bastardos, no sabrán pronunciar nuestros nombres, y responderán tan sólo: “rastros somos de unos gigantes que fueron”, a los siglos que indaguen nuestro origen y nuestra existencia. Y al hacerse mención de sabios, esforzados y diestros guerreros, volveranse sus ojos hacia donde nace el Sol, y haciendo gala de inspiración, los nuevos maestros quizá olviden que más de una lumbrera del mundo tuvo su orto en Occidente. Mas no: los mares que nos sepultan proclamarán con irresistible lenguaje la gloria de los que dejamos el Egipto en el magisterio del mundo, pues antes de que Grecia existiese ya éramos aquí gigantes.”
Ésta es la gran Tartesia de Gerión, con sus leyes escritas en verso como los Vedas, a que alude Homero en la Ilíada (versículos 485 y 486, libro I-VII), y en la Odisea (v. 563, libro I-IV). Castro, en su Historia de Cádiz, describe así el primitivo Templo de Hércules: “Era de arquitectura fenicia, de 70 pies de largo; el techo era de vigas tan fuertes, que aspiraban a la incorruptibilidad, según Silio Itálico. En el frontispicio aparecían grabados los 12 trabajos del Dios. La divinidad del templo era invisible; ninguna imagen daba a conocer dentro del recinto la figura del Ser a quien se tributaba el culto. Los sacrificios humanos jamás en él existieron, y un fuego inextinto, bajo la vigilancia sacerdotal, ardía en sus aras.
El vestido de los sacerdotes era de lino blanco, con toca. La ropa del ceremonial, también blanca, pero con flores carmesíes. Cuando los sacerdotes ofrecían incienso al Numen, iban sin ceñidor, desnudos los pies y recogido el cabello, y permanecían todos en estado de castidad. El culto de Venus-Lucifer o Estrella Matutina (Véspero), pero no en sentido idolátrico, sino en el misterioso que le da la tradición acadio-caldea, aún tiene un perdido recuerdo en la ciudad de Véspera o Héspera (Cádiz). Sus armas son una torre (la de Hércules), coronada por un lucero, con esta leyenda: “Soy Héspera, tan antigua como cualquiera.”
Otro análogo existió junto a Sanlúcar de Barrameda.”
Dejando a un lado esta disquisición histórica que hacemos en homenaje a nuestra querida raza, añadiremos que H.P.B. califica de materialistas todas las concepciones modernas respecto del “Incognoscible”, aun la misma de Spencer cuando le quiere definir llamándole “un poder que se manifiesta por medio del fenómeno, una energía infinita y eterna”, porque esto es sólo el aspecto físico del Misterio del Ser, o sean las Energías de la Substancia Cósmica.
El aspecto eterno de la Realidad Una, la Ideación Cósmica, está en absoluto por encima de toda consideración, y en cuanto a su Numen (30), parece no existir en la mente del gran pensador.
San Pablo enseñó a los atenienses que el “Desconocido” de los panteístas antiguos y modernos es, “no lo que mora en los templos construidos por las manos”, sino la Esencia Absoluta del todo y al par el Hábito que late en lo más íntimo del humano ser.
Fuera de la Iniciación, que nos prepara por los misterios perceptivos, nuestras ideas más elevadas sobre Él no pueden ir más lejos que el espíritu dominante en cada época.
En efecto: sólo comprendiendo el misterio inefable de la Mónada Cósmica pitagórica, el Uno Único salido del Cero o Nada-Todo, para formar la Duada de Ideación y Materia Cósmicas, con las que constituye la Tríada, y retirarse después, como antes lo estuvo, al Silencio y la Obscuridad del No Ser concreto, que es, sin embargo, el Absoluto Ser o La Seidad Abstracta, puede concebirse la sublime metafísica indostánica que ha latido en el fondo de las teogonías arcaicas, antes de sus ulteriores degradaciones. El estudiante que desee tener una idea mejor de este problema fundamental debe leer la sección que nos ocupa, porque el problema no puede desarrollarse en los estrechos moldes de estos comentarios, si se ha de detallar su admirable terminología sánscrita.
Pero el concepto de H.P.B. es idéntico al del gran Schopenhauer.
Lo que el Universo es en sí lo ignoran, dice este sabio, las mentes más excelsas. Sólo tenemos de él una representación interior (la de nuestras propias facultades impresionadas), la cual dista tanto de la Incognoscible Realidad como la representación del objeto mismo representado. Por eso nuestro raciocinio jamás podrá abarcar las esencias de las cosas. Hay, sin embargo -termina- un medio de entrar como a traición en la fortaleza inexpugnable del conocimiento de estas esencias, y es elevarse hasta el Espíritu Universal del Cosmos, mediante la mística contemplación de Él en nuestro propio Ser Interno, que es Uno con la Esencia Universal. Entonces el Conocedor y el Conocimiento forman una sola cosa y sentimos inefablemente al Todo en nosotros.
La hoja del árbol no puede conocer a otra hoja vecina; pero si le fuese dable el identificarse con la sabia que la fecunda, advertiría muy pronto que dicha savia es la misma que anima también a la hoja compañera.
Esta interna inmersión en el Todo que anima a las formas y a la materia, mediante la mística compenetración abstracta y amorosa, es lo que quería expresar San Pablo cuando predicaba el místico despertar del Cristo o Logos en el hombre hacia la más secreta cámara o loto del corazón.
Blavatsky añade en términos del mismo alcance: “El Pensamiento Divino no puede ser definido, ni explicada su significación, excepto por sus innumerables manifestaciones de la Substancia Cósmica, en la que el primero es sentido por aquellos que pueden. Decir esto, después de haberlo definido como la Deidad Desconocida, abstracta, impersonal, sin sexo, que está en la raíz de todas las cosmogonías, equivale a no decir absolutamente nada.
Es igual que pretender resolver una sola ecuación con varias incógnitas, en las que cada una de éstas recibe un valor diferente, por los valores sucesivos que demos a cualquiera de ellas.
Hay, como dicen los matemáticos, infinidad o indeterminación. Éste es el misterio de Parabrahman, que se manifiesta en la Raíz sin raíz de la Materia Abstracta o Mûlaprakriti.”
Imaginaos ahora, queridos lectores que me seguís, uno por uno todos los seres existentes, futuros y pretéritos del Cosmos; consideradlos luego todos como un conjunto, e id abstrayendo después las diversas cualidades que a todos y a cada uno caracterizan, por el orden de lo más tangible y material de lo que más impresione a nuestros sentidos, hasta lo que los impresione menos o nada, o sea hasta lo más inteligible, hasta la idea concreta que simbolizan.
Las ideas abstractas de espacio, tiempo y fuerza serán las resultantes de nuestro esfuerzo, y aun la de tiempo acabará por desvanecerse al desvanecerse por la abstracción la sucesión entre los fenómenos concretos que al tiempo caracterizan. Pero el Espacio absoluto será así el último límite de abstracción de la materia que le ocupa, y la Fuerza absoluta se habrá a su vez transformado en Idea, porque el origen único de cuantas fuerzas actúan sobre los seres son las ideas (31), el germen primitivo de toda materia es a su vez la fuerza, según nos demuestra ya la física con las recientes teorías dinámicas de átomos y moléculas, constituidos en último término, último para la ceguera positivista, por electrones que son materia vistos de arriba abajo, y fuerza vistos de abajo arriba, a la manera que cualquier cantidad de la serie numérica es grande o positiva para las que le anteceden y pequeña o negativa para las que le siguen. Sobre una banda demarcada en la cámara obscura proyectamos un rayo de blanca luz, y luego este mismo rayo le proyectamos descompuesto en colores por un prisma, he aquí un símil grosero de la cósmica Ilusión: las Tinieblas son la Deidad Desconocida; la Luz, su prístina manifestación, y el Iris, una gradación de densidad material o de matiz, desde el rojo más grosero al más vívido ultravioleta, y en el que siempre podremos separar por abstracción dos colores complementarios (rojo y verde, amarillo y violeta, etc.).
De estos dos colores complementarios, el de abajo son los diversos grados de Materia cósmica (los más inferiores,
sensibles para nosotros; los intermedios, accesibles sólo a nuestra ciencia más sublimada, y los superiores, inaccesibles aún para nuestra inteligencia misma); los colores complementarios de arriba son, a su vez, los grados diferentes de Ideación Cósmica transformándose, a medida que descienden, en Fuerza (Fohat) dadora de Vida, Fuerza escalonada en serie de fuerzas cada vez más materiales y menos inteligentes. Las primeras criaturas o emanaciones de esta Fuerza son los Dhyan-Choanes o Espíritus Planetarios de todas las religiones; las segundas, los Egos de los Hombres; las terceras o intermediarias, los espíritus de la Luz Astral, un grado por cima apenas del Éter de nuestros físicos.
Sirviéndonos de un símil sacado del sistema decimal, diremos que las nueve unidades primeras o simples son la materia física; las noventa siguientes, o sean las diez primeras decenas, son la materia más sublimal o radiante.
Los números de 100 a 200 constituirían las diversas fuerzas de la física (calor, luz, electricidad, magnetismo, etc.), o sean la materia etérea, condensación de electrones que son el prólogo y el epílogo (radioactividad) de la materia física.
Los números del 200 al 300 podrían simbolizar en nuestro símil el éter que circuye a nuestro Globo; del 300 al 400, al éter menos denso ya, que envuelve, como a un par conjugado estelar, a la Tierra y a la Luna (región del Soma); del 400 al 500, el éter aún más tenue demarcado por la zona de asteroides entre Marte y Júpiter; del 500 al 600, todo el éter en que se baña el conjunto planetario desde el Sol hasta Neptuno; del 600 al 700, el piélago ultra-etéreo y rarificado en que se mueve este conjunto, asociado, por ejemplo, a otros soles vecinos, tales como Alfa del Centauro, y así sucesivamente. La serie de progresivas rarificaciones de este medio imponderable, cada vez de mayor amplitud, podría ser tan indefinida como la serie natural de los números, y significar, por ejemplo, el millón aquel estado sublimal de la Substancia Cósmica, en que las vibraciones o fuerzas fueran de la índole de las vibraciones pasionales más bajas; la decena de millón, las vibraciones pasionales más elevadas; la centena de millón, las vibraciones de la idea, y así sucesivamente, hasta un límite inconcebible.
Claro es que, recorrida de abajo arriba la escala, caminamos del aspecto “materia grosera” al aspecto de fuerza-ideación “concreta”, mientras que, recorrida en sentido inverso, descendemos del mundo de las primeras y más poderosas ideas concretas, condensando la fuerza de sus vibraciones en materia cada vez menos inteligente y más sensible, hasta esos grados ínfimos que llaman fuerzas físicas y materia física los investigadores en Occidente.
Estas consideraciones son científicas, pues no hay más que considerar el cuadro de las supuestas vibraciones del éter debido al sabio W. Crookes (32) para convencerse que en la seriación indefinida del medio primitivo que llena todo el espacio, unos meros grados y de los más inferiores hacen referencia a cuantas fuerzas físicas nos son conocidas, mientras que los demás hasta lo infinito nos son desconocidas en absoluto. No es éste el lugar tampoco de explanar la multitud de teorías astronómicas, basadas en lo que podríamos llamar diferentes densidades o condensaciones del éter planetario o sidéreo.
Dichas consideraciones son también teosóficas, porque no hay sino sustituir el símil decimal de nuestro ejemplo por un símil septesimal (33), que es el empleado con más frecuencia en los libros orientales (por armonizarse mejor con las formas en la Naturaleza) para comprender de cuánto mayor radio es la concepción de H.P.B. en el capítulo de referencia que la raquítica de la ciencia moderna.
“A pesar de los múltiples epítetos aplicados por Platón al ό έπί παστ θεός o “Divinidad Suprema”, dice la Maestra, jamás creyó en un Dios personal, gigantesca proyección o “sombra” del hombre. Por eso, dichos epítetos de “Monarca”, “Hacedor de las leyes del Universo”, etc., tienen tan sólo un alto sentido abstracto, perfectamente sabido por los Ocultistas, quienes, no menos que cualquier cristiano, creen en la Ley Una que gobierna al Universo, reconociéndola al par como inmutable. Por eso se dice: Más allá de todos los principios, leyes, ideas, causas secundarias y existencias finitas, hay una Inteligencia o Mente (νοΰς) el Primer Principio de todos los principios, la Suprema Idea sobre la cual se fundan todas las demás ideas..., la Substancia última, de al que derivan su ser y su esencia las cosas todas; la Causa Primordial y Eficiente de todo el orden, armonía, belleza, excelencia y bondad que compenetra al Universo. Por excelencia y preeminencia llamamos a esta Mente el Bien Supremo, θεός ”
“Así, pues, ¿podría creer jamás Platón, el discípulo más grande de los Sabios arcaicos, y Sabio él por sí mismo, en una Deidad irascible que maldice a los hombres y los condena por la menor ofensa para siempre?
“Para Platón, como para Xenócrates y Speusipo, el Uno, el Originario, no tenía, a bien decir, existencia en el sentido que a la palabra “existencia” suelen dar los hombres mortales.
El τίμιον el Honrado, el Manifestado, el Alma del Mundo, que mora igual en el centro que en los restantes puntos del simbólico Círculo, es tan sólo la reflexión de aquella Deidad Abstracta Incognoscible.
“El propio despecho mostrado por el Conde de Montlosier en sus Mistères de la Vie Humaine (pág. 117), demuestra que la Causa de la “excelencia y bondad” que Platón suponía compenetrando al Universo no es ni su Deidad ni nuestro Mundo. “Ante el espectáculo de tan excelsa sublimidad frente a este nuestro de tan acabada miseria, dice el Conde, el espíritu del que observa tan vasto conjunto llega a representarse no sé qué especie de divinidad más elevada aún, más grandiosa y exigente que hubiese esparcido y atomizado sus restos por todo el Universo.” Semejante Divinidad, aún más grande y exigente que el Dios de este mundo, a quien se le supone tan bueno, es el Dios-Karma, la Ley, demostrándose claramente que esotra divinidad menor constituida por nuestro Dios interno, hoy personalizado, no tiene poder para detener la poderosa mano de esa Deidad más grande: la Ley de Retribución, la Causa generadora de causas menores despertadas por nuestras acciones.
“Eliphas Lévi dice que Dios, el Amor Universal, hizo que la Unidad masculina excave un abismo en el Binario femenino o Caos, produciendo con ello al mundo.
Esto es un grosero concepto, que no suministra explicación alguna y que no hace desaparecer la dificultad de concebir a Dios sin que se pierda al para la natural veneración hacia él por el modo demasiado humano de conducirse. Por eso, para evitar tales conceptos antropomórficos, los Iniciados jamás usaron el epíteto “Dios” para designar al Principio Uno-Único del Universo, y fieles con las más antiguas tradiciones de la Doctrina Secreta en todo el mundo, niegan que una obra tan imperfecta y tan poco limpia muchas veces, haya podido ser obra de la Absoluta Perfección, esto sin tener que mencionar otras dificultades metafísicas aún mayores.
“Entre el Ateísmo especulativo y el Antropomorfismo idiota por fuerza ha de haber, pues, un término medio y una conciliación. La presencia del Principio Invisible en toda la Naturaleza y su más alta manifestación en la Tierra es un problema que sólo el Hombre puede resolver y que los hindúes han tratado de explicar por medio de sus Avataras, mientras que los cristianos han creído explicar con Su Encarnación única y divina. Exotéricamente entrambos se equivocan; pero esotéricamente entrambos dicen la verdad.
Sólo Pablo, entre los Apóstoles de la religión occidental, es quien parece haber profundizado el misterio arcaico de la Cruz. En cuanto a los demás, individualizando ellos la Presencia Universal y sintetizándola en un solo símbolo: el Crucifijo, nos demuestran con ello que jamás se han penetrado del verdadero espíritu de la enseñanza de Cristo, sino que, antes bien, la han degradado con exceso merced a sus erróneas interpretaciones. Olvidando el espíritu del simbolismo universal de la Cruz, le han monopolizado egoístamente, como si lo Sin límites y lo Infinito pudiera ser nunca limitado y condicionado en una manifestación individualizada, sea de un hombre o de una nación.
“Los primitivos gnósticos pretendían que su ciencia, la Gnosis, se basaba en un cuadrado cuyos vértices representaban respectivamente a Sigê (el Silencio), Bythos (el Abismo o Kaos), Nous (el Alma Espiritual o Mente) y Aletheia (la Verdad).
Ellos fueron también los primeros en revelar al mundo lo que había permanecido oculto durante edades, a saber: la Tau, o lecho de Procusto, y a Christos como encarnado en Chrestos, o sea aquel que, para ciertos fines, se ofreció voluntariamente a sufrir una inmensa serie de torturas mentales y físicas. Para ellos todo el Universo metafísico y material estaba contenido y podía expresarse y describirse mediante los dígitos que encierra la Década Pitagórica, o sea el número 10.
“Dicha Década -representación de la evolución entera del Universo, a partir del Silencio y de los Desconocidos Abismos del Anima Mundi o Alma Espiritual-, presentaba dos aspectos para el estudiante: el Macrocosmo o Universo y el Microcosmo u hombre. Además, como entonces, igual que ahora, existía una ciencia “superficial” o materialista y una Ciencia Interna o espiritual y metafísica, entrambas tenían para la Década sus correspondientes explicaciones, ora por el método deductivo de Platón, ora por el inductivo de Aristóteles, aquél partiendo de una concepción divina de la pluralidad, partiendo de la unidad, es decir, surgiendo los dígitos de la Década para ser finalmente absorbidos en ella, y éste procediendo a la inversa a partir de los sentidos y de la pluralidad.
El estudio de esta última concepción aristotélica se limitaba al plano, por decirlo así, o sea a la cruz, al siete que procede del diez, el número perfecto, tanto en la Tierra como en el cielo.
El estudio de esta última concepción aristotélica se limitaba al plano, por decirlo así, o sea a la cruz, al siete que procede del diez, el número perfecto, tanto en la Tierra como en el cielo.
“El sistema del siete y el del diez o de la Década fue traído de la India por Pitágoras, copiándole del de los brahmanes, o iranios (según los llaman a los brahmanes los filósofos griegos), según lo acredita toa la literatura sánscrita, especialmente los Puranas y el Código del Manú. En los mandamientos de este último, en efecto, se dice que Brahmâ creó primeramente a “los diez Señores del Ser”, los diez Prajapatis o Fuerzas Creadoras, las cuales a su vez producen otros siete Manús, o más bien Munin, devotos, santos, o sean los Siete Ángeles de Presencia en la religión occidental. Dicho misteriosísimo Siete, nacido del Tres o Triángulo Superior, y éste, a su vez, de su propio vértice en los Abismos Silenciosos del Alma Ignota y Universal (Sigê y Bythos), constituye el Séptuple Árbol Saptaparma o de las Siete Ramas, árbol brotado del gran misterio de la Triple Raíz, profundamente enterrada en aquel suelo impenetrable. Al tenor, pues, de la Filosofía Esotérica cis-himaláyica, o Cosmogonía del Manú original, la Naturaleza determina la división septenaria, tanto en el Universo como en el hombre. Sólo Purusha, el Séptimo Principio, es el Yo Divino, estrictamente hablando, porque, como dice aquel Código: “habiendo Brahmâ compenetrado las partes sutiles de los otros seis resplandecientes, los llamó a la propia Conciencia suya, Conciencia Una. De los expresados seis, cinco elementos, principios o Tattuas, son llamados elementos atómicos indestructibles...”
Esto es pura filosofía natural primitiva, cuyos últimos ecos arios aún han llegado hasta nosotros a través de las Escuelas de Grecia y Asia Menor. En efecto, como dice H.P.B.: “Casi cinco siglos antes de nuestra Era, Leucipo, el preceptor de Demócrito, sostenía que el Espacio estaba eternamente lleno de átomos, impulsados por un movimientos constante -Vórtices de fuerza; Torbellinos de físicos cartesianos-, movimiento que daba origen con el tiempo a su recíproca agregación, en el seno de un movimiento rotatorio. Lucrecio y Epicuro enseñaron lo mismo, agregando al fenómeno éste el nóumeno de la Ley de Afinidad, que, al ser Ley de Amor (Eros) es ya una ley de la Enseñanza Oculta.”
Todos estos extremos reciben su ampliación en el siguiente capítulo.
MARIO ROSO DE LUNA
MARIO ROSO DE LUNA
NOTAS
21 Texto de principal referencia: D.S., t. I, parte II, sección III y siguientes, según los epígrafes del sumario y toda la parte filosófica de los comentarios a las primeras estancias de Dzyan.
23 A pesar de que la hipótesis de la evolución ha obtenido carta de ciudadanía en la Ciencia; tanto la Eternidad del Universo como la Preexistencia de una Conciencia Universal son rechazadas por los psicólogos modernos. El materialismo destructor de nuestra época, esa deformación sui géneris de la mete moderna que, como helado y huracanado cierzo, todo lo dobla a su paso, acabando con toda intuición, a la que no permite participar lo más mínimo en las especulaciones físicas del día, ha prescindido de estas cuestiones, creyéndolas de pura fantasía, siendo así que nada en el Cosmos puede explicarse sin ellas, ni nada más natural, por otra parte, que el que el Cosmos o Armonía en el que todo responde al número como se ve en los descubrimientos de astros por mera Matemática y en el cálculo o profecía de los eclipses, responda al Número y a la Geometría desde sus orígenes mismos y que empiece, por tanto, con un Cero Supremo, Sat, o “la Nada”, y siga por un Uno-Único, o Primero y Supremo Uno.
“Aunque Spencer, como Schopenhauer y Hartmann -dice la Maestra-, lleva al lector a la lúgubre orilla de la desesperación agnóstica, refleja aspectos de la filosofía esotérica, al decir que “el Universo, tras sus formas cambiantes, es un poder desconocido e incognoscible, al que nos vemos obligados a reconocer como ilimitado en lo que respecta al Espacio, y sin principio ni fin con relación al Tiempo”.
Sólo la pretenciosa Teología cristiana se atreve a medir el Infinito y a descorrer el velo que cubre a lo Insondable e Incognoscible, lo que jamás hicieron la Ciencia ni la Filosofía. Al final de sus días, Spencer, el gran positivista, modificó grandemente su agnosticismo, al asegurar que “la Primera Causa”, la Realidad impersonal que compenetra al Cosmos, puede ser esencialmente la misma conciencia que en nuestro interior reside.” (Véase T. Subba Row, Conferencias sobre el Bhagavad Gita.)
Clemente de Alejandría, en su Stromateis, o “Matemática fundamental”, aludía a estos Supremos Principios, diciendo: “Los misterios de la Fe no son para entregarlos al vulgo”, y en el Templo de Delhos aparecía escrito en el pórtico: “Nadie entre que no sepa Geometría.”
La Naturaleza es geométrica en todas sus manifestaciones. Una ley inherente no sólo al plano primordial, sino a todos, hace que la Naturaleza correlacione sus formas geométricas entre sí y luego sus elementos menos simples, sin que quede hueco alguno a la llamada casualidad, porque es ley fundamental del Ocultismo la de que en la Naturaleza no existe reposo ni la consiguiente cesación del Universo.
Lo que tomamos por reposo es tan sólo el cambio de una forma a otra, con lo cual no hay que decir si la física ocultista se ha anticipado al principio moderno de la conservación de la materia y de la energía. El conocimiento e semejante ley ayuda al Arhat a verificar sus Siddhis o fenómenos que nos maravillan.
24 Continuamente con sus actos realiza el animal esta simple idea: “Hay comida para mí” (uno), o “no hay comida para mí” (cero)
25 “Los números impares, dice la Maestra, son divinos, y los números pares, diabólicos y terrestres. Los pitagóricos odiaban el Binario. Para ellos el Binario era el origen de la diferenciación, y, por tanto, de los contrastes, de la discordia o de la materia, el principio del mal, en fin. En la teogonía de Valentiniano, Bythos y Sigê (o sea el Abismo, el Caos, la Materia, nacida en el Silencio), representan al Binario primordial. La Dúada pitagórica era ese estado imperfecto en el cual cayó el primer Ser manifestado cuando se separó de la Mónada. Desde este punto mismo se bifurcaron los dos caminos de Luz y de Sombra, de Bien y de Mal. Por eso a cuanto era falso o presentaba dos caras lo denominaban “binario”. Tan sólo lo uno era el bien y la armonía, porque en el Uno-Único no admite en sí desarmonía alguna por su propia naturaleza. De aquí la palabra latina Solus, con relación a aquel Uno-Único, o Deus Ignotus de San Pablo. Más tarde Solus se convirtió en el Sol.
“El Tres o el Ternario es el número del Misterio por excelencia; el primero; el primero de los números impares, así como el Triángulo, es la primera de las figuras geométricas. Para estudiar esto en el aspecto exotérico hay que leer el Cours Philosophique et Interpretatif des Initiations, de Ragón, y en el exotérico el simbolismo hindú de los números, pues las combinaciones que del tres se hicieron por ellos son innumerables. Ragón fue el fundador de la famosa Institución Masónica de los Trinosofistas o estudiantes de las tres ciencias, basándola en la investigación de las propiedades ocultas de los tres lados del triángulo equilátero, lo cual significa un enorme progreso sobre los tres grados masónicos ordinarios.
Este sabio fracmasón belga añade que “La primera línea del triángulo que se da al aprendiz para estudiar es el reino mineral, simbolizado por Tubal-Caín. El segundo lado, acerca del que tiene que meditar el compañero, es el reino vegetal, simbolizado por Schibboleth. En él empieza la generación de los cuerpos. El tercer lado es para el maestro masón, el cual completa su educación con el estudio del reino animal, simbolizado por Moaben (el hijo de la putrefacción).
“La primera figura sólida es el Cuaternario, símbolo de la inmortalidad; es decir, del Tetraedro, constituyendo con su vértice y el triángulo de la base el 3 y el 4, o sea la Tríada y el Cuaternario, integrando el sagrado Siete.
“Los Pitagóricos enseñaban la Aritmomancia, o ciencia de la relación entre los Dioses y los Números.
El alma, decían, es un número que se mueve por sí y que contiene al número 4; mientras que el número 3 es el hombre espiritual y físico, pues que el Ternario representaba para ellos no sólo la superficie, sino también el principio de la formación del cuerpo físico. Así, los animales eran sólo ternarios, pero que el hombre virtuosamente perfecto ea un Septenario, y un Quinario el hombre perverso.
“En efecto, el número Cinco estaba compuesto de un Binario y un Ternario: el Binario alteraba toda la perfección de la forma, mientras que el hombre perfecto, decían, era un Cuaternario y un Ternario, o sean cuatro elementos materiales y tres inmateriales. Estos tres últimos Espíritus o Elementos los encontramos igualmente en el Cinco cuando representa al microcosmos.
“El microcosmos, por tanto, según los pitagóricos, está compuesto de tres Espíritus y de un Binario directamente relacionado con la Materia grosera.
De aquí que, como dice Ragón, “la ingeniosa figura formada por los dos acentos griegos (,’) que se colocan sobre las vocales, según que deban o no ser aspiradas. Al primer signo (,) se le denomina “espíritu fuerte” o superior, es decir, el Espíritu o Hálito de Dios respirado por el hombre, mientras que el segundo signo (‘) es el “espíritu suave” o secundario. Los dos juntos abarcan por entero al hombre y son el flúido vital o quinta esencia universal”.
“T. Subba Row, en Five years of Theosophy, capítulo de Los doce signos del Zodiaco, expone el sentido más místico del número Cinco, dando algunas reglas que pueden ayudar al investigador a encontrar el profundísimo significado de la antigua nomenclatura sánscrita en los primitivos mitos y alegorías de los arios.”
Todo esto se enlaza enormemente con las llamadas “categorías de Kant”: la categoría CERO es la Nada-Todo de nuestra ignorancia inicial, antes de pensar; las otras cinco categorías son ESPACIO abstracto, TIEMPO (pasado, presente y futuro, que son meras formas ilusorias de lo eterno); NÚMERO (positivo, negativo o imaginario);FUERZA (ora latente, ora radiante); MATERIA (ora visible, ora invisible), y PENSAMIENTO. El “cógito ergo sum”, latino, de nuestra MENTE o Quinto Principio, con el que afirmamos la conciencia nuestra frente a todo cuanto deriva de las otras cuatro categorías que resumen al Universo, unifica a éstas y a la quinta o Pensamiento en la gran figura geométrica de la Pentalfa o Pentágono estrellado, eterno símbolo de todo ser que piensa.
26 Filosóficamente, “numerar” es “distinguir”, y el animal, al distinguir todo esto, lo numera evidentemente.
27 Principalmente en el capítulo último de Páginas Ocultistas.
28 El Parabrahman de los hindús es prototipo religioso del cual han copiado las deidades ocultas e innominadas todas las naciones. No es “Dios”, porque no es un Dios, sino lo supremo como causa; y lo no supremo como efecto; la Raíz inmutable, pura, libre, absoluta, que no perece jamás; el Espacio Cósmico infinito es el más elevado, espiritual y trascendente de las acepciones; el “Espíritu del Fuego” por encima del Fuego mismo; la Esencia de la Vida y la Luz del Cosmos; AQUELLO y ESTO; el TODO; ELLO, en fin.
Parabrahman, la Realidad Una, lo Absoluto, es el campo de la Conciencia Abstracta Cósmica, esto es, aquella Esencia que está fuera de toda relación con la existencia condicionada y de la cual la existencia consciente no es sino un pálido y condicionado símbolo.
Tan luego como con nuestro pensamiento salimos de esta Absoluta Afirmación-Negación surge el contraste o dualismo de Sujeto y Objeto; de Espíritu (o Conciencia), y Materia (o Realidad, que es Maya en sí).
Estos últimos, pues, deben ser considerados no como realidades independientes, sino como los dos símbolos o aspectos de Parabrahman, constituyendo ambos la base del Ser condicionado, ya sea subjetivo u objetivo.
Considerando a esta tríada metafísica como la Raíz de la cual procede toda manifestación, el gran Aliento toma el carácter de Ideación precósmica, fuente y origen de la fuerza, de la conciencia en Inteligencia Directora del vasto plan de la Cósmica Evolución. Por el otro lado la Substancia Raíz precósmica o Mûlaprakriti es el otro aspecto del Absoluto que sirve de fundamento a todos los planos objetivos. Así, la Ideación Precósmica es el substractum de la materia en sus multiples grados de diferenciación.
El contraste de estos dos aspectos de lo Absoluto es esencial para la existencia del Universo Manifestado. Separada de la Substancia Cósmica, la Ideación Cósmica no podría manifestarse como conciencia individual, pues que sólo por medio de un vehículo (upâdhi) de materia puede revelarse esta conciencia, como “Yo soy Yo”, siendo necesaria una base física para enfocar un Rayo de la Mente Universal. A su vez, separada de la Ideación Cósmica, la Substancia Cósmica permanecería como una abstracción vacía, y no podría operarse ninguna manifestación de Conciencia.
El Universo Manifestado, por tanto, está informado por la dualidad, la cual viene a ser la esencia misma de su Ex-istencia como manifestación.
Pero así como los polos opuestos de Sujeto-Objeto, de Espíritu-Materia son tan sólo aspectos de lo Uno-Único, en el cual se sintetizan, así también en el Universo Manifestado existe “algo” que une al Espíritu con la Materia; al Sujeto con el Objeto, y este algo, desconocido hoy por la especulación occidental, es el llamado Fohat por los ocultistas: el puente por el cual las Ideas que existen en el Pensamiento Divino pasan a imprimirse en la Substancia Cósmica como Leyes de la Naturaleza.
Fohat es así la energía dinámica de la Ideación Cósmica, o, en otro aspecto, el mediador inteligente, el poder directivo de toda manifestación, el Pensamiento Divino transmitido y manifestado por medio de los Dhyân Chohans, los Arcángeles, Serafines, etc., de la Teología cristiana, los Arquitectos del mundo visible. Así, del Espíritu o Ideación Cósmica viene nuestra Conciencia; de la Substancia Cósmica, a su vez, los diversos vehículos en que esta conciencia se individualiza, mientras que Fohat, en sus múltiples manifestaciones, es el eslabón misterioso que une a la Mente con la Materia y el principio vivificador que electriza a cada átomo para darle vida.
En su propia y absoluta esencia, el Principio Uno bajo sus dos aspectos de Parabrahman y Mûlaprakriti, carece de sexo y es incondicionado y eterno, pero su emanación manvantárica primaria, aunque Una también, es ya andrógina y finita.
Cuando esta irradiación o emanación irradia a su vez, todas sus irradiaciones son también andróginas, convirtiéndose en los principios masculino y femenino ya en sus aspectos más inferiores. Después de un Pralaya de mayor o menor radio, lo primero que despierta a la vida activa es el plástico Akasha, el Padre-Madre, el Espíritu-Alma del Éter, o sea el Plano y el Diámetro del Círculo. El Espacio por ello es llamado la Madre, antes de su actividad cósmica, y el Padre-Madre-Hijo; pero mientras que en la Doctrina oriental, éstos son el Séptimo Principio Manifestado y sus dos vehículos (Atma-Buddhi-Manas o Espíritu-Alma e Inteligencia) ramificándose y dividiéndose la Triada en siete Principios cósmicos y siete humanos, en la Cábala occidental de los místicos cristianos es la Triada o Trinidad, y entre sus ocultistas, Jah-Havah el Jehovah macho-hembra.
29 “Es difícil hallar -dice la Maestra- una sola especulación en la metafísica occidental que no haya sido anticipada por la filosofía arcaica oriental. Desde Kant a Herbert Spencer, todo se reduce a un eco más o menos desnaturalizado de las doctrinas Advaita, Dvaita y vedantinas en general. Fichte, por ejemplo, venera a Jesús como al gran Maestro que inculcó la unidad del espíritu del hombre con el Espíritu de Dios o Principio Universal, como enseña la doctrina adwaita, o del primitivo librepensamiento ante-védico.”
La Filosofía Esotérica es la única capaz de resistir los ataques a cuanto el hombre tiene de más sagrado en su vida espiritual o interior. El estudiante de ella pierde de vista por completo las creencias dogmáticas y las religiones particulares; reconcilia a todas ellas despojándolas de sus vestiduras humanas particularistas, demostrando que provienen de una sola raíz. Prueba la necesidad de un Principio Absoluto y Divino en la Naturaleza; pero rehusa aceptar los dioses de las religiones monoteístas, creados por el hombre a su imagen y semejanza, como caricaturas blasfemas y despreciables del Siempre Incognoscible.
La Doctrina Secreta, en efecto, enseña el desenvolvimiento progresivo de cada una de las cosas, mundos o átomos, y este maravilloso y concatenado desenvolvimiento no tiene ni principio concebible ni fin imaginable. Nuestro Universo es tan sólo uno de los eslabones o “Hijos de la Necesidad” de la gran cadena cósmica de Universos, siendo cada uno un efecto con relación a su predecesor y una causa respecto del que le sucede.
30 Sustituimos la palabra “numen” a la corriente “noumeno”, por considerarla más castellana y por permitirnos, como tal, formarnos un concepto más claro y espiritualista de la “idea abstracta” de Kant, pues numen no es sólo abstracción, sino “soplo inspirador”, “aliento”, “vida”
31 Por esto ha podido decirse, por ejemplo, que de Platón nace todo cuanto los pensadores europeos ha dicho o escrito. La vida humana no es sino una serie de ideas actuando como fuerzas en la materia de la Tierra.
32 Este cuadro puede verse en nuestra obra Hacia la Gnosis, segunda edición, 1921, tomo I de nuestras Obras completas.
33 Si el lector europeo se fijase en este detalle de comparación entre el sistema decimal actual y el septesimal de Oriente, se explicaría con gran sencillez el lenguaje de los libros indostánicos, que es más matemático que el nuestro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario