domingo, 24 de febrero de 2019

El hombre desde los puntos de vista materialista y espiritual. PARTE I



Toda persona inteligente que sea capaz de pensar con seriedad y que esté, aunque más no sea vagamente despierta a las realidades de esta vida, no podrá dejar de presentir que hay un gran misterio oculto detrás del universo y de su propia vida, y que hasta que este misterio no sea descifrado, su vida carecerá de un sentido real y no podrá estar en paz. Ella podrá ignorar este misterio o tratará de olvidarlo hundiéndose en la acción u otras actividades distractivas, pero ese misterio continuará acosándolo y envenenando subconscientemente toda felicidad lograda a través de sus experiencias en el mundo exterior.

La vasta mayoría de la gente no está ni siquiera vagamente advertida de este misterio, y está tan completamente asimilada a su medio ambiente y a la corriente de vida en que se encuentra, que los más profundos problemas de la vida no la inquietan en absoluto. Naturalmente, existe una razón definida para esta extraña incapacidad para ver lo que es tan obvio, y es que todavía deberá pasar por más experiencias, y mediante ellas, tanto agradables como dolorosas, desarrollar esa facultad discriminativa que se designa en sánscrito con el vocablo Viveka que es la marca distintiva de las almas espiritualmente maduras y capacitadas, por ello, para encarar los más profundos problemas de la vida, Todo aquel que esté espiritualmente despierto e inclinado a comprender, y si es posible, a develar, el gran misterio de la vida, podrá buscar conocimiento acerca de él en tres direcciones: tratando de averiguar qué religión, o qué filosofía o cuál ciencia tienen algo que decir acerca de él y cómo tratan, en sus respectivos caminos, de descifrarlo.

Más adelante se verá cómo el método ocultista de abordar este problema fundamental, basado como está en su investigaci6n sistemática y directa mediante los métodos combinados de la religión, la filosofía y la ciencia, es el único que puede proporcionar tanto una explicación teórica satisfactoria, cuanto una técnica eficaz para la solución del problema. Sin embargo, antes de que podamos apreciar el valor del método ocultista de descifrar el misterio del hombre y del universo, será necesario dar algunas nociones acerca de otra cuestión vital: ¿cuál es la concepción del hombre y el sentido de su vida, desde puntos de vista tan fundamentalmente diferentes como lo son el punto de vista materialista y el punto de vista espiritual? Estamos tan absorbidos por nuestro diario quehacer y por las pasiones despertadas por hechos pasajeros, que ni siquiera vagamente somos conscientes de los hechos más evidentes y arduos que nos debieran obligar a detenernos y a temblar, si tan sólo pudiéramos ver su significado real.

La filosofía materialista, basada solamente en el intelecto, no puede ver, en su ceguera espiritual, la importancia de estos hechos y las implicaciones de sus propias conclusiones respecto a la naturaleza y al destino del hombre, y al significado y al propósito de la vida humana.
Consideremos tan sólo uno de estos hechos obvios de la existencia, tomado del campo de la ciencia, para ilustrar cuán ciego es el materialismo científico con respecto a las implicaciones de los descubrimientos científicos. Las investigaciones de los astrónomos han puesto en evidencia que nuestra tierra es una mera nota de polvo comparada con la vastedad ilimitada del universo, que contiene billones de sistemas solares separados por inconcebibles distancias que se miden por años-luz. Su vida, que a nosotros nos parece tan prolongada, no es más que un breve destello en medio de los larguísimos períodos de tiempo durante los cuales se supone que el universo ha existido.

Sobre este planeta, insignificante y efímero, la humanidad actual existe tan sólo desde hace unos pocos millares de años. Su pasado está encubierto por la incierta evidencia de estratos geológicos y de animales fósiles, y su futuro no va más allá del alcance de las conjeturas de la filosofía materialista, Seguramente que ante estos rigurosos hechos científicos no nos podremos rehusar a considerar las conclusiones hacia las que ellos llevan, obvia e inevitablemente.
Una de estas conclusiones, si es que se tiene ojos para ver, de aterradora significación, es que el hombre, en su cuantía física, carece prácticamente de valor y carece de importancia para la Naturaleza. Un conjunto de hormigas sobre un leño flotando en medio del Océano Pacifico tiene mayor relevancia que nuestra humanidad ocupando este planeta, que flota en la inmensidad de un universo ilimitado y que inevitablemente será devorado por el vacío del espacio, pasando al olvido sin dejar rastros. Y con mayor razón, naturalmente, cuando lo que tomamos en consideración es un solo ser humano, como una unidad de esta humanidad que perdura en medio de un cambio constante, el significado de nuestra vida física se reduce prácticamente a nada.

Tendremos tan sólo que recordar cómo poderosas civilizaciones, que alguna vez florecieron, fueron totalmente tragadas por el avance de la marea del tiempo y del cambio, para darnos cuenta de qué clase de destino nos aguarda a cada uno de nosotros como entidades físicas, tanto al rico y poderoso como al pobre y sumiso. Si esta fuese la realidad básica de nuestra existencia como entes meramente físicos, no nos detendríamos ni consideraríamos cuidadosamente nuestras metas e ideales, esta febril persecución de logros puramente materialistas, por más realistas o espectaculares que ellos puedan aparecer externamente. Tampoco profundizaríamos la vida humana y sus problemas en vez de ignorarlos y correr irreflexivamente tras las metas preferidas.

Se requiere tan sólo una muy pequeña cantidad de sentido común y de inteligente desapego de los intereses que nos acaparan, y de preocupación por llegar a ver cuán totalmente insignificante, y cual una fantasía onírica, sería todo el drama que está siendo representado en el escenario del mundo, si es que no hubiera de haber algo más que eso tras del juego de sombras de que somos testigos.
De hecho, hay a más, y ese algo más, oculto detrás de este espectáculo aparentemente sin sentido que pasa ante nosotros, es el que da sentido y valor a la marcha de los acontecimientos y cosas que presenciamos en el tiempo y en el espacio.

Es aquello presente en el trasfondo, en los dominios mental y espiritual de la Naturaleza invisible pero tremendamente más real, lo que da sentido a multitudes de arrogantes políticos que se pavonean en el escenario del mundo, a científicos que hacen frenéticos esfuerzos para escudriñar los secretos de la Naturaleza, al hombre común adquiriendo conocimientos fragmentarios y diversas habilidades, a filósofos entretejiendo interminables teorías acerca de la vida humana y del universo, a los religiosos esforzándose por alcanzar un ideal de bondad y perfección que obviamente está más allá de sus actuales capacidades. Si ignoramos esta realidad que está oculta en el trasfondo reducimos al hombre al estado de un mero animal que ha adquirido cierto desarrollo por acción de ciegas fuerzas evolutivas y que está destinado a permanecer esencialmente un mero animal, a pesar de ir adquiriendo cada vez más y más conocimiento e inteligencia a lo largo de lentos procesos evolutivos. Empero, esta acumulación de conocimiento y crecimiento de la inteligencia se refiere tan sólo a aquel elusivo y siempre cambiante conjunto de seres humanos que se menciona como raza o género humano; el ser humano individual no deja de ser una criatura totalmente insignificante, rodeada de circunstancias aparentemente fortuitas, y que está condenada a perecer en la nada del olvido después de pasar unos pocos años tras afiebradas excitaciones y búsquedas insensatas de diversa naturaleza.

Los medios artificiales y autodeceptivos que incesantemente crea para sí mismo, no sirven de nada ante esta irresistible marcha del tiempo con la consiguiente destrucción de todo cuanto apreciamos. Esta es la situación y esta la perspectiva que la filosofía materialista proporciona al hombre y que un amplio número de personas, aun intelectuales, han aceptado irreflexivamente, porque son incapaces de ver el sentido real de las cosas que los rodean. Si la tendencia a dar por sentados los hechos de nuestra vida no estuviese tan generalizada, y si no estuviéramos tan hipnotizados por los espejismos de los logros científicos, alcanzaríamos a ver que la actitud pragmática en que se basa la filosofía materialista no es sino una vía de escape de las arduas y pavorosas realidades del mundo físico.

Dicha actitud permite al mundo científico justificar lo injustificable frente a estas realidades; queremos enterrar la cabeza en el campo de los limitados y pequeños problemas inmediatos porque no nos atrevemos a encarar los más reales y mayores problemas que están siempre presentes en el trasfondo. La actitud pragmática se considera justificada y se juzga invencible la posición científica porque los científicos proclaman basar toda su labor y sus conclusiones sobre hechos que pueden ser comprobados como tales. En efecto, el científico puede volverse hacia el ocultista y decirle: ‘Pruebe sus afirmaciones; muéstreme que existe algo más detrás del mundo físico que pueda ser reconocido por los órganos de los sentidos o por instrumentos, que en realidad son extensiones de los órganos de los sentidos. Demuéstreme que existen mundos más sutiles e invisibles dentro del mundo físico y que todos ellos se derivan de una Realidad Última que es eterna, omnipenetrante y un Todo integrado”.

Ahora bien, el ocultista no puede enfrentar este desafío por medio de experimentos físicos ordinarios y demostrarle al escéptico lo que está afirmando y tratando de comunicar. Lo que él exige demostrar no puede ser tratado así, simplemente porque sean cosas no materiales. Ellas pertenecen al dominio de la mente y de la conciencia y es absurdo exigir que hechos mentales y espirituales de la existencia sean demostrados por medios físicos.

Cada investigador tiene que explorar y descubrir estos dominios internos con métodos que sean aplicables a estos campos. Cualquier tonto es capaz de darse cuenta que los campos mental y espiritual sólo pueden ser explorados con métodos mentales, sumergiéndose en los más profundos repliegues de nuestra propia mente y del espíritu. Otros métodos sólo podrán a lo sumo, señalar su existencia y mostrar el camino hacia este más profundo conocimiento.
Los mundos más sutiles de la Realidad no pueden ser traídos hacia el escéptico, sino que éste es quien deberá ahondar en los dominios de su propia mente para encontrar a esos mundos.

En lo que se refiere al problema de la prueba, un estudio cuidadoso de las teorías científicas y de los hechos en que se basan, mostrará que la posición de los científicos ortodoxos no es tan invulnerable como el profano estima. El científico se considera competente para opinar, con expresiones altisonantes, acerca de cualquier cosa, aun acerca de aquellos profundos temas como la naturaleza y el origen del vasto, ilimitado y complejo universo. Si examinamos los fundamentos de sus opiniones acerca de ello, encontraremos que se basan casi totalmente en unas pocas y débiles evidencias acerca de un número extremadamente limitado de fenómenos observados mediante instrumentos exclusivamente físicos, como el telescopio, el microscopio y la cámara fotográfica.

Dejando de lado las limitaciones de tales instrumentos, y sobre la base de datos recogidos con su ayuda, el científico elabora teorías aún acerca de aquellas cosas que trascienden el campo de su investigación. Mientras se considera justificado al sostener y difundir puntos de vista muy categóricos sobre la base de tales endebles y escasas evidencias, califica a los claros y abrumadores testimonios de innumerables ocultistas, sabios, santos y místicos acerca de la existencia de mundos sutiles como no confiables y ni siquiera dignos de ser tomados en consideración.

Algunas de estas grandes almas, como el Buddha, el Cristo, Shankaracarya y Patanjali, se yerguen como colosos en su estatura intelectual y espiritual, y a quienes un vastísimo número de personas rindieron reverencia y han seguido durante millares de años. Otros Mahatmas igualmente elevados y vivientes al presente, y que prefieren mantenerse desconocidos, también dan su personal testimonio acerca de la existencia de estos mundos más sutiles y mucho más reales. Seguramente que ninguna persona sensible echará a un lado toda esta abrumadora y veraz evidencia basada en la experiencia de estas grandes almas, a menos que su mente esté totalmente cerrada por los prejuicios o preconceptos.

No se trata, como se supone, de una concepción basada en hechos del mundo objetivo y de otra concepción basada en percepciones subjetivas en el dominio de la mente Ambas son objetivas en un sentido y subjetivas en otro. Porque, el conocimiento obtenido mediante los órganos de los sentidos ¿no está acaso basado en la percepción de imágenes mentales presentes en nuestra mente, siendo así subjetivo en su naturaleza esencial? La gente no se da cuenta de que los órganos de los sentidos no son sino meras avanzadas de la mente y que el conocimiento del llamado mundo objetivo es de carácter esencialmente subjetivo.

Así pues, ambos puntos de vista acerca del mundo que nos rodea —el materialista y el espiritual— están basados en la mente y en la experiencia humana.
Se trata entonces, de que sencillamente aceptamos al primero porque nos resulta cómodo y deseamos permanecer envueltos en las seductoras experiencias de la vida inferior, y de rechazar el segundo porque no queremos encarar los problemas reales de la vida y emprender la tarea de desechar las ilusiones y limitaciones en las que estamos involucrados.
A fin de considerar la confiabilidad relativa de ambos puntos de vista, el materialista y el espiritual, no acudiremos a la descripción de las doctrinas del Ocultismo que pueden darnos una idea del universo más sutil y real que se oculta tras el universo físico visible; no complicaremos los resultados entrando en estos detalles en la etapa inicial.

Consideremos tan sólo la siguiente simple cuestión: ¿es el universo físico que podemos conocer con los cinco órganos de los sentidos, y auxiliados por instrumentos, la única realidad existente? ¿O es ésta la corteza más externa de un universo más vasto y real que existe oculto dentro de aquél?
No complicaremos este problema y su consideración con detalles concernientes a la naturaleza de la parte invisible del universo, porque si es cierto que hay un universo invisible más sutil, de varios grados de sutilidad oculto tras el universo físico, o que el aparentemente material universo que conocemos es de naturaleza esencialmente mental, entonces todo el edificio del materialismo científico se resquebraja hasta los cimientos y todas sus pomposas conclusiones con relación a la naturaleza del hombre, del universo y de las metas materialistas y fines de la vida humana, pierden valor y sentido.

Es recién entonces que se abre el camino para pensar seriamente acerca de la naturaleza de este universo invisible pero no menos real, y su relación con el universo visible que reconocemos con nuestros cinco órganos de los sentidos. Dejemos ahora el problema de la naturaleza del universo y vayamos al hombre. Aquí también encontraremos un nítido y refrescante contraste entre los puntos de vista del materialismo científico y los de Ocultismo.
En primer término pasemos a considerar qué es el hombre según el materialismo científico.
Se lo menciona como «el hombre, ese desconocido”, con lo que se quiere dar a entender que no conocemos ni podremos conocer del hombre nada más que lo que los cinco órganos de los sentidos, auxiliados por instrumentos físicos, permiten conocer.
En otras palabras, el hombre es solamente su cuerpo físico y que cualesquiera otras experiencias que puedan tener lugar son sólo subproductos de sus funciones.
El hombre sería, así, un animal que de alguna misteriosa manera ha desarrollado algunas facultades mentales y alguna inteligencia como subsiguiente paso, en el proceso evolutivo, y que continuará desarrollándose en esa dirección si es que antes él no sumerge al mundo en el holocausto de una devastadora guerra atómica que lo retrotraiga a la etapa simiesca. Expuesto de este modo, ese punto de vista puede parecer chocante, pero está implícito en las teorías científicas corrientes en estos días y que son aceptadas sin dudar por los intelectuales modernos y sus seguidores.
No sólo han aceptado este punto de vista, sino que están muy orgullosos de las consideraciones racionales y científicas sobre las que se basa ese punto de vista.

La formulación de que el hombre es de origen divino, divino en su naturaleza y que tiene latentes e ilimitadas potencialidades divinas ocultas en su interior, es considerada obsoleta y fundada tan sólo en una mera expresión de deseos. Si se considera al hombre como un animal evolucionado, que ha desarrollado una mente como un sub-producto en el curso natural de la evolución, entonces será natural que aquel que se atribuye la responsabilidad de su bienestar lo traten básicamente como un animal. Ellos prolongan su vida y se la hacen lo más cómoda posible, tratan de promocionarle entretenimientos para sus necesidades emocionales y arte, literatura, etc., para sus necesidades intelectuales; finalmente, la proporcionan un funeral decente cuando desaparece tras el telón de la muerte, considerándose ya que su vida como individuo ha terminado para siempre,¿qué otra cosa puede desear un animal?
De esta concepción del hombre como un animal glorificado, se sigue el total desdén por su individualidad y por el derecho a actuar con ella en la forma en que la comunidad juzgue deseable o necesario. No tiene derecho a sostener opiniones propias para vivir su vida como mejor crea, cuando dichas opiniones contraríen e interfieran con los planes de la mayoría o de los que detentan el poder.

Se considera total mente justificable destruir individuos, o masas de individuos cuando aquellos que se consideran sus protectores piensen en que ello sea necesario o deseable. Se verá cuán similar es esta actitud a nuestra conducta con relación a los animales. Los alimentamos bien, les damos todas las comodidades posibles, pero cuando necesitamos carne, los carneamos sin piedad.
Es vivificante el poder abandonar esta degradante concepción del origen, naturaleza y destino humanos que la filosofía materialista nos ha dado y pasar a la concepción del Ocultismo.

Esta concepción espiritual no es producto de la ideación arbitraria de un individuo o grupo de ellos quienes, sin conocer y aun sin querer investigar las realidades de la vida, hayan formulado elaboradas teorías acerca de la naturaleza e ideales humanos y de los métodos para realizarlos, basando sus teorías, solamente en la observación y estudio de los fenómenos superficiales y efímeros de la vida. Se basa por el contrario, en la Sabiduría y directa experiencia de Grandes Adeptos que han sido capaces de penetrar en los más profundos misterios de la vida y que encontraron aquella Realidad que yace en la base de todo el universo y que, de una manera misteriosa pero real, lo contiene totalmente dentro de Sí. Tales Seres liberados, que han trascendido las limitaciones e ilusiones de los mundos inferiores, y que están permanentemente establecidos en esa Realidad, son los únicos que están en situación de dar una firme cuanto confiable opinión respecto de estas cuestiones vitales concernientes al hombre y al universo.

Quienes basan sus conclusiones relativas a estas cosas en lo que pueden ver a través de microscopios y telescopios, pero permaneciendo envueltos en las más groseras ilusiones de los mundos inferiores, están obviamente incapacitados para hacerlo, simplemente porque su conocimiento es tanto incompleto como incierto y divorciado de la sabiduría. Y si fuera necesario dar una prueba de esto, la tendríamos en las condiciones agudamente caóticas, conflictivas y riesgosas en que ha caído el mundo por seguir la filosofía del materialismo. Después de todo, una filosofía ha de ser juzgada por sus frutos.

Aparte de esto, cualquiera que compare los diferentes métodos de asegurar y promover el bienestar humano con mente desprejuiciada, habrá de conceder que los métodos humanos adoptados por la filosofía espiritual de la vida están mucho más en conformidad con nuestras ideas de lo que es una conducta civilizada que los bárbaros métodos seguidos por los adeptos de la filosofía materialista. Ésta prefiere el conflicto y la lucha; aquella la cooperación y la fraternidad - Una se basa en el odio y la violencia para resolver los problemas internacionales, la otra en la razón, la comprensión y la justicia. Una es insensible en su actitud hacia el hombre común y sin la más mínima vacilación inflinge innecesario sufrimiento a grandes masas de gente; la otra es muy sensible y cuidadosa respecto al modo en que pueden afectar a la vida de la gente sus decisiones políticas.

Una aprecia y respeta la individualidad humana y trata de crear un ajuste armonioso entre las necesidades individuales y la sociedad; la otra considera desdeñable al individuo y no le importa masacrarlo sin piedad para lograr sus fines. Con seguridad que cualquiera que observe la anterior descripción comparativa de los ideales y los métodos de ambas filosofías, verá de inmediato que sus diferencias surgen —y son consecuencia inevitable de ello— de considerar al hombre como un animal evolucionado por un lado, y un ser espiritual enraizado en la divinidad por otro. Por lo tanto, si hallamos que la filosofía materialista ha creado condiciones intolerables y peligrosas, el remedio obvio será adoptar la otra filosofía, al menos en alguna medida, a título experimental. La historia ha mostrado, una y otra vez que el mero hecho de que grandes masas de individuos adhieran a una ideología o modo de vida particular, no significa necesariamente que tengan razón.

La mente de la masa es muy gobernable por la sugestión y la regimentación, y puede ser fácilmente influible apelando a los instintos inferiores, a prejuicios estrechos y a las bajas pasiones de la humanidad. Ha llegado el tiempo de iniciar algún replanteo respecto de los vitales problemas que enfrentamos, y ver si no debemos ya poner en franca prueba la filosofía espiritual. Substituyamos seria y honestamente el conflicto por la cooperación, el ocio por el amor, la violencia por la razón, el mero poder por la Sabiduría, la adhesión mecánica a ideologías arbitrarias por un inteligente encarar los problemas de la vida, el seguimiento ciego a un líder o a un partido por un sentido de responsabilidad individual.

En síntesis admitamos el fracaso de la filosofía materialista y pongamos en marcha la filosofía espiritual. No necesitamos entrar aquí en el problema de dilucidar la naturaleza y el contenido de la filosofía del Ocultismo por que este es un tema muy amplio y todo este libro está encaminado a proporcionar vislumbres de él, dentro de las tremendas limitaciones que el pensamiento, y especialmente el lenguaje, imponen al tratar de presentar tales verdades.
Lo que sí es necesario, al menos, es señalar aquí brevemente y de un modo general, cuál es la concepción del hombre que esta filosofía presenta, a fin de quedar habilitados para compararla con la concepción del hombre según la filosofía materialista.

El Ocultismo sabe que el hombre es un ser mental actuando por intermedio del cuerpo físico que le sirve de instrumento para ganar experiencia en el plano físico No sólo es una entidad mental, sino que posee un centro espiritual de ilimitada potencia en el cual puede realizarse como uno con aquella Realidad que subyace en el universo y que se designa vagamente como Dios. Mediante este centro espiritual, o más bien divino, oculto tras muchas capas mentales, es que el hombre puede entrar en contacto con todo el universo en todos sus grados de sutilidad y fundirse dentro de las más internas profundidades de su propia consciencia, con el misterio eterno de su propia naturaleza total, del Universo y de aquella Realidad de la cual ambos proceden.

Precisamente porque el hombre contiene dentro de sí el misterio final de su existencia, oculto tras las más internas honduras de su mente, es que puede llegar a ser consciente de él, trascendiendo sistemáticamente las diferentes capas de la mente. La filosofía del ocultismo se basa sobre el sistemático desentrañar así de este misterio, tarea realizada por un gran número de Adeptos del Ocultismo, algunos de los cuales han aparecido de tiempo en tiempo en el mundo, como sabios, santos y místicos. Es esta corporación de hombres la que ha reunido esta Sabiduría Eterna, verificada, una y otra vez con su propia experiencia, la cual la preservó a través de las edades para la humanidad. Son los reales guardianes de la humanidad, que actúan constantemente detrás de bastidores y la guían a lo largo de su designado sendero de evolución, con Su sabiduría infalible y con Su voluntad sin vacilaciones.

Ya debería resultar claro, según todo lo que se ha dicho arriba, que realmente no hay comparación entre esta filosofía y la del materialismo. Esta última se basa en las percepciones sensoriales de gente que aún está atrapada en las limitaciones de la mente inferior y quienes, con datos inciertos e incompletos, tratan de desarrollar teorías provisorias y en constante modificación acerca del hombre y del Universo. Aquella se basa en la experiencia directa de seres auto-realizados y liberados, quienes no solamente han investigado sistemáticamente los mundos más sutiles, sino que también encontraron la Verdad última de la Existencia y trataron de reflejarla en los dominios del pensamiento, para beneficio de aquellos que aún se debaten prisioneros en sus mentes.

En la actualidad, es mucho lo que se habla de los logros de la Ciencia, de cómo el hombre va descubriendo los secretos del átomo, penetrando en profundidades cada vez mayores del espacio, cazando microbios y controlando enfermedades, etc., y mucha gente ingenua piensa que esa Ciencia resolverá, en última instancia, todos los problemas humanos y que con el andar del tiempo creará un cielo sin Dios en la tierra. Sería absurdo menospreciar los avances de la Ciencia; ellos son realmente maravillosos, pero no exageremos su importancia o eficacia en cuanto a la solución de los más profundos problemas que encara la humanidad.

La Ciencia ha creado ya muy serios y apremiantes problemas, porque al ignorar las realidades de la vida, el desenvolvimiento de nuestra naturaleza moral y espiritual no ha guardado el mismo ritmo con el desarrollo del intelecto. Nunca hubo como ahora, más inquietud, más temor, más conflicto, más incertidumbre, mayor acumulación de medios de destrucción masiva, mayor concentración de poder en individuos aislados, muchos de los cuales pueden, por un error de apreciaci6n, o por un mero accidente, destruir poblaciones enteras e inflingir enorme sufrimiento a pueblos inocentes e indefensos. Aun las innumerables distracciones y medios de entretener que la Ciencia provee al hombre en creciente cantidad no son pura bendición, porque sirven para hacerlo más extravertido, superficial y aislado de la única fuente de fuerza real, paz y sabiduría que existe en su interior.

El creciente y casi universal descontento de la juventud, que busca liberarse en el cambio permanente, en variadas excitaciones y aún en las drogas, todo ello es síntoma de la enfermedad básica que aflige a nuestra civilización: la desintegración psíquica que se produce cuando el hombre se enajena de su naturaleza espiritual y queda a la deriva de su Centro Divino.
Todo esto se debe, naturalmente, no a la Ciencia en sí, sino a la filosofía materialista que ha sido desarrollada y adoptada por aquellos que están trabajando por el avance de la Ciencia, o explotándola en provecho de sus estrechas miras políticas y sociales. Tampoco confundamos la filosofía del Ocultismo con las filosofías que generalmente se asocian con las doctrinas de las religiones ortodoxas.

Es cierto que las grandes religiones del mundo han sido dadas por instructores espirituales que estuvieron en contacto con las realidades internas y que, por ello, sus doctrinas fundamentales reflejan, en mayor o menor medida, las doctrinas que forman parte del Ocultismo; pero, ninguna religión puede conservar su prístina pureza, libre de agregados que se van acumulando a lo largo del tiempo, ni dejar de quedar afectados por los prejuicios y debilidades de aquellos que las transmiten de generación en generación, después de haber perdido contacto con sus realidades internas.
Es inevitable, por lo tanto, que toda religión vaya continuamente adulterándose, haciéndose cada vez más inefectiva y formalista. Por esta razón resulta, necesario el discernimiento en el estudio y la práctica de toda religión, y el buscador serio de la Verdad debería tratar de separar cuidadosamente lo que es verdadero y fundamental de lo que es falso y no esencial, resultado de agregados que tienen lugar en el transcurso del tiempo. Análogas precauciones son necesarias en el estudio de las diversas filosofías que han sido propugnadas por filósofos académicos en distintos lugares y épocas. Deben ser estudiadas con discriminación y ha realizarse el esfuerzo de separar lo que se basa en pura especulación de lo que está fundado en el conocimiento.

La prueba final de toda doctrina, ya sea religiosa o filosófica, es ver si está basada en la experiencia directa y si puede ser verificada experimentalmente por cualquiera que esté debidamente calificado para hacerlo, Esta prueba puede no ser fácil, pero toda religión y toda filosofía habrán de someterse a ella para justificar y probar su validez. .

Necesidad de un acercamiento integral Ya se ha indicado que un buscador de luz acerca de los grandes misterios que rodean su vida puede orientar su búsqueda en tres direcciones: religión, filosofía y ciencia, pero si es serio y está genuinamente interesado en develar este misterio, no logrará una real satisfacción en ninguno de esos tres ámbitos. Si acude a los filósofos académicos, le darán toda clase de hipótesis, cada una de las cuales tratan de unos pocos aspectos del misterio y discute el gran problema de un modo muy superficial. Encontrará que esas hipótesis difieren entre sí y a menudo se contradicen. Por esta razón, y por el hecho de que son confesadamente meras elucubraciones de gente intelectual sin ninguna base experimental, no logra ninguna ayuda en la tarea de develar el misterio y, a veces, ni siquiera una vulgar satisfacción intelectual.

En efecto, cuanto más estudia a los filósofos académicos, más queda confundido por sus contraindicaciones y por su incapacidad de responder directa y satisfactoriamente a los vitales interrogantes concernientes a la vida humana. Quienes están al tanto del desarrollo del pensamiento filosófico actual y lo estudian con discernimiento, estarán de acuerdo en que las afirmaciones precedentes no son ni exageradas ni injustas. La filosofía se está alejando cada vez más de su objetivo real, y hundiéndose cada vez más en fangosas discusiones fútiles acerca de problemas artificiales, sin ningún interés vital para nadie y que no arrojan nada de luz sobre los problemas fundamentales de la vida. El molino de producir pensamientos filosóficos no debe detenerse y hay que proporcionarle molienda constantemente. Nada de todo lo que pueda permitir a los filósofos académicos mantenerse constante mente empeñados en externas discusiones filosóficas y llenar páginas de publicaciones filosóficas es suficiente para este molino.

La misma naturaleza de la mente humana es tal que sirve de inagotable fuente de ideas acerca de cualquier cosa. Si el buscador se torna hacia la religión para tratar de comprender el misterio de la vida, encontrará que la gente religiosa y sus líderes están divididos en diversos grupos o congregaciones, cada uno suscribiendo un particular credo o conjunto de ideas religiosas, originarias de algún guía o guías espirituales del pasado cercano o lejano. Si examinamos cuidadosamente las doctrinas fundamentales de esas religiones, encontraremos una notable semejanza entre ellas. Esto está indicando una fuente común y una identidad esencial, pero este cuerpo esencial de enseñanzas puras y verdaderas ha sido tan deteriorado por el agregado de todo tipo de dogmas, tradiciones y prácticas religiosas, que las diversas religiones difícilmente parecerían tener algo en común o, de hecho, base alguna. En lugar de unir a las gentes con un vínculo fraternal basado en la paternidad de Dios, les separan cada vez más en compartimientos estancos y sirven muy frecuentemente como instrumentos de odio y violencia en lugar de serlo de amor y comprensión.

Tal vez no haya más irónico ni más trágico en la vida humana que el fanatismo religioso, que anula el verdadero propósito de la religión y la razón de su existencia, promoviendo el odio y el conflicto entre los hombres y bloqueando totalmente sus potencialidades superiores. Es inevitable que bajo esas condiciones, la vida religiosa se haga cada vez más formalista, rutinaria y entregada a una presentación externa cada vez más elaborada. La creencia ciega ha reemplazado a la experiencia, la letra a la espiritualidad y los actos de caridad al amor.

Estas condiciones, prevalecientes en la esfera de la vida religiosa actual podrán ser suficientes para las necesidades espirituales del hombre que da por sentados sus condiciones de vida y en cuya vida la religión desempeña un papel insignificante, pero jamás podrán satisfacer al aspirante que haya comenzado a cuestionar a la vida y que desea las realidades internas de la religión, no sus formas externas. Dado que un número siempre creciente de individuos en el mundo han comenzado a despertar espiritualmente, es que han empezado a cuestionarse los valores religiosos y las formas de vida religiosa prevalecientes. Y aun más en vista de que han comenzado a ver sus perversiones e insuficiencias, muchos de ellos no quieren tener nada que ver con la religión.

En el caso de otros, la reacción no es tan violenta, pero quedan entonces internamente insatisfechos y no pueden encontrar en la religión el conocimiento y la certeza que podrían ayudarlos a trascender sus actuales limitaciones. No quieren ya las satisfacciones superficiales y el escapismo de la religión formal, sino que anhelan la iluminación, la paz y la fuerza de la verdadera vida espiritual. Si el buscador de la Verdad se dirige hacia la Ciencia en busca de alguna luz acerca de los problemas que lo conturban, se encontrará con que una situación totalmente nueva lo enfrenta. Aquí todo es experimento, experiencia, hechos probados, certeza, pero hay una absoluta falta de interés e información concerniente a los más profundos problemas de la vida que están vivos en el trasfondo de la vida humana, así como ausencia de interrogantes al respecto que deberían surgir naturalmente en la mente de la gente inteligente, incluso los científicos.

Estos han adoptado deliberadamente una actitud pragmática de acercamiento a la vida, y decidido arbitrariamente a limitar su atención a la investigación de los fenómenos físicos mediante medios físicos. Se rehúsan a tener algo que ver con los más grandes y más profundos problemas de la vida, muchos de los cuales han surgido de descubrimientos de la Ciencia misma. Pero estos más profundos problemas de la vida no desaparecen por el hecho de ignorarlos voluntariamente.
Aparecen bajo la forma de otros problemas, generalmente más serios y a veces mortales.
Si desconocemos las necesidades de nuestra naturaleza espiritual y consideramos a la moral como algo innecesario para el progreso, podremos poner a Dios en la heladera y hacer lo que se nos antoje sin inhibiciones, pero entonces el problema aparecerá bajo la forma de una bomba de hidrógeno y de la espantosa posibilidad de una guerra atómica que puede exterminar a la humanidad.

Así, pues, una filosofía científica basada meramente en experimentos desarrollados dentro de los límites de un muy estrecho campo de investigaciones, y ajena a la consideración de problemas que tengan alguna relación con las esferas religiosas y filosóficas, es no solamente inadecuada sino extremadamente peligrosa y puede, en última instancia, conducir a la destrucción de los mismos que la profesan y que irreflexivamente la propagan. Por consiguiente, el buscador de la Verdad no podrá hallar, en el dominio de la Ciencia, aquel conocimiento y aquella satisfacción tras los que anda, y el misterio que trata de develar continuará tan impenetrable como antes. ¿Qué es lo que falla en todos estos diversos métodos de acercamiento adoptados en la tentativa de develar el misterio de la vida y encontrar la Verdad subyacente en mundo fenoménico en que nos encontramos involucrados?
¿Por qué no pueden auxiliar al aspirante serio que ansía luz acerca de los problemas más profundos de la vida y que ya no pude perseguir ciegamente las limitadas metas que les ofrecen, desde sus respectivos campos de acción, la Religión, la Filosofía y la Ciencia?

Si estudiamos el asunto cuidadosamente y con una mente abierta, encontraremos que las metas finales de las tres es la misma, y que las tres representan tan sólo otras tantas vías de consideración para encontrar la verdad última acerca del hombre, de Dios y del universo. Si se reconociese este hecho, entonces podría verse porque esos tres dominios no pueden cumplir plenamente sus fines en sus respectivos campos ni alcanzar su común meta final. La razón obviamente está en la falta de un acercamiento integral, y en la tradicional y errónea modalidad de trabajo en compartimientos estancos. Veamos ahora cómo esta falta de un acercamiento integral actúa en detrimento, de las tres y les impide alcanzar la consumación de sus esfuerzos en sus respectivos dominios.

El aislamiento de la religión de la filosofía la priva del pensar filosófico, sin el cual no puede haber una base firme y definida para un verdadero esfuerzo religioso. Si la meta final de la religión no consiste en seguir meramente un código externo de conducta, sino hallar y vivir en comunión con Dios, deberemos, primeramente, tener alguna idea acerca de la naturaleza del alma humana, de Dios y de la relación existente entre ambos; debemos conocer la naturaleza de la mente y sus ilusiones y limitaciones y cómo trascenderlas. Todas estas cuestiones, y muchas más, caen dentro del dominio de la filosofía, y el aspirante deberá haber pensado y clarificado sus ideas acerca de ellas Solamente con este trasfondo mental filosófico podrá saber con cierta claridad cuál es su meta y cómo podrá alcanzarla. De otro modo, continuará a la deriva en un mundo de vagas aspiraciones e ideas religiosas, a merced de los demás, que podrán invitarlo a sus propias sectas y eventualmente podrán explotarlo para sus propios fines.

Muchos piensan que existe un antagonismo entre la ciencia y la religión. Esta es una concepción equivocada que deriva de nuestras estrechísimas y preconcebidas ideas acerca de las finalidades reales de la ciencia y de la religión. Es cierto que en la historia reciente del progreso científico, la ortodoxia religiosa y la ciencia han entrado en conflicto a menudo, pero ello sólo se ha debido a su limitada y estrecha visión respecto de sus finalidades reales. La característica fundamental del desarrollo científico es su actitud experimental hacia todos los problemas y la creación de técnicas definidas y efectivas para la solución de aquellos problemas.

Ambas cosas son necesarias para el aspirante que quiera realizar su propia experiencia de las realidades de la vida religiosa.
El divorcio de la religión y la ciencia indicará, por eso, que la meta real de la religión continuará sin ser alcanzada y la vida religiosa seguirá estéril. El aislamiento de la filosofía de la religión y la ciencia conduce a análogas condiciones detrimentales para la filosofía. La meta real de la filosofía es inquirir y lograr una clara y verdadera comprensión respecto a la naturaleza del hombre y del universo. Desde que ambos derivan de aquella Realidad que llamamos Dios, un divorcio entre la filosofía y la religión implicaría que este pensar no podrá ser llevado hasta su meta final y que el misterio de la vida, privado de su clave fundamental, continuará sin resolver.

Es por esta razón que la filosofía puramente académica, sin asociación alguna con un profundo pensamiento y espíritu religioso será inútil, un interesante pensamiento especulativo desarrollado para entretenimiento de los filósofos, con ausencia de todo interés vital detrás de él. Sin embargo, no basta con asociar a la filosofía con el pensamiento religioso; si las conclusiones de la filosofía han de tener algún valor, deben ser susceptibles de realización. La realización sólo viene cuando el aspirante recorre aquel sendero de experiencia y conocimiento directo que constituye la ciencia del Yoga. Y así no sólo tendremos un enlace entre la filosofía y la religión, sino que dicha unión será consumada por la fructificante técnica de la ciencia. De lo que ocurre cuando la ciencia se aísla de la religión y de la filosofía, ya se ha hablado precedentemente con cierta extensión en la primera parte de este Prefacio. Ciencia es el conocimiento de los hechos de la existencia y de las leyes de la Naturaleza.
Un conocimiento tal proporciona poder, y poder sin sabiduría es una cosa peligrosa que puede acarrear consecuencias muy indeseables. Y la sabiduría sólo puede provenir de la verdadera religión y de la filosofía, También la ciencia, sin la amplia visión que proporciona la asociación con la filosofía y la religión, estrechará sus concepciones y finalidades y puede quedar confinada al conocimiento extremadamente limitado de los fenómenos del mundo físico.

La ciencia, con un verdadero trasfondo filosófico y religioso, podrá ver los fenómenos de la Naturaleza desde un punto de vista más profundo y más amplio y con una mejor perspectiva; podrá tener un mejor sentido de los valores y organizar la búsqueda de la Verdad desde un punto de vista superior y con una finalidad más honda. Finalmente, no estará obligada a servir solamente a las necesidades físicas e intelectuales del hombre y a convertirse en un instrumento de gobiernos y políticos inescrupulosos. Dado que tan sólo hay una Realidad única en la base del Universo, tanto del visible como del invisible, debe haber solamente una Verdad final, la cual es perseguida a lo largo de las tres diferentes vías de la religión, la filosofía y la ciencia.

El conocimiento de esta Verdad —“conocida la cual todo es conocido”— es la meta de todos los ocultistas. Adeptos del ocultismo han alcanzado este conocimiento trascendente, el cual no sólo los ha liberado de las ilusiones y limitaciones de los mundos inferiores sino que los ha capacitado para guiar a la humanidad con infalible sabiduría y certeza. De lo que ha sido dicho precedentemente, también se infiere que las tres clases de conocimiento obtenido en las primeras etapas de las tres líneas distintas, así como los métodos para obtenerlas, comienzan a interpenetrarse entre sí, a medida que avanzamos hacia el interior de niveles más profundos de consciencia. Así, el desarrollo de un acercamiento integral es inherente a la verdadera naturaleza de las cosas, y en la medida en que la religión, la filosofía y la ciencia ganen en comprensión acerca de sus respectivas y verdaderos objetivos, fatalmente se irán acercando mutuamente.

Cuando comprendamos los amplios y verdaderos propósitos de la religión, de la filosofía y de la ciencia, comenzaremos a ver la absurda actitud de quienes, trabajando en cada uno de esos campos, lo hacen como si fueran compartimientos aislados y que, con frecuencia, consideran a quienes lo hacen en los otros con sentimientos que lindan con la hostilidad o el desprecio. La razón, tal como se ha señalado arriba, es la estrechez de miras resultante de confinar las respectivas finalidades de su trabajo dentro de límites injustificadamente estrechos. Empero, la presión de las fuerzas evolutivas provocará una progresiva expansión en las concepciones de la humanidad que quebrará todo tipo de barreras artificiales, inclusas aquellas que en la actualidad existen entre la religión, la filosofía y la ciencia. Debemos trabajar todos juntos, colaborar de todos los modos posibles y hacer causa común contra la ignorancia, la ilusión y el sufrimiento en que todos estamos por igual involucrados, aunque muchos de nosotros no estemos conscientes de estas limitaciones.

Deberemos aprovechar todo cuanto sea útil y esencial en los métodos y concepciones de quienes trabajan en los otros campos y poder, así, actuar más eficiente y útilmente en nuestra propia esfera. Este tipo de colaboración es no sólo deseable sino absolutamente necesaria para un trabajo efectivo, porque los empeños de la religión, de la filosofía y la ciencia tras la Verdad son realmente complementarios. La Religión nos proporciona el poder motivante o urgencia para la búsqueda de esa verdad, y nos da el beneficio de la experiencia y el consejo de aquellos instructores religiosos, santos y sabios que han hollado este camino y que han encontrado esa verdad en el interior de su propio corazón por sus propios esfuerzos.

Sin la fe indomable en la existencia de esa Verdad (que es generalmente denominada Dios) y la tremenda atracción y amor a ella que sólo la religión puede despertar es imposible hollar el difícil sendero que lleva a la Autorealización. La Filosofía prepara el terreno para esta divina aventura estimulando el espíritu de investigación creando la propia apreciación en los más profundos problemas de la vida, dando alguna idea acerca de nuestra propia naturaleza y de la naturaleza del universo al que pertenecemos y, finalmente, dándonos algunas indicaciones acerca de la dirección hacia la que debemos dirigir nuestros esfuerzos.

Pero una filosofía solo realmente podrá ayudar en cuanto no sea especulativa y si basada en la experiencia, sobre hechos descubiertos por aquellos que intentaron y triunfaron en la resolución de estos problemas y pueden, por lo tanto, hablar con autoridad y confianza. Solamente una filosofía tal puede ser aceptada con confianza, aunque más no sea tentativamente, hasta que estemos en condiciones de poder verificar los hechos de la vida interior por propia experiencia. Es la Ciencia la que provee la actitud y las técnicas por cuya aplicación pueden hacérsenos reales las verdades de la vida interior. Sin esa realización no podremos elevarnos por arriba de las ilusiones y limitaciones de los mundos inferiores...CONTINUA.

Dr. I.K Taimni

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