Toda persona inteligente que sea capaz de pensar con seriedad y que esté, aunque más no
sea vagamente despierta a las realidades de esta vida, no podrá dejar de presentir que hay
un gran misterio oculto detrás del universo y de su propia vida, y que hasta que este
misterio no sea descifrado, su vida carecerá de un sentido real y no podrá estar en paz. Ella
podrá ignorar este misterio o tratará de olvidarlo hundiéndose en la acción u otras
actividades distractivas, pero ese misterio continuará acosándolo y envenenando
subconscientemente toda felicidad lograda a través de sus experiencias en el mundo
exterior.
La vasta mayoría de la gente no está ni siquiera vagamente advertida de este misterio, y
está tan completamente asimilada a su medio ambiente y a la corriente de vida en que se
encuentra, que los más profundos problemas de la vida no la inquietan en absoluto.
Naturalmente, existe una razón definida para esta extraña incapacidad para ver lo que es tan
obvio, y es que todavía deberá pasar por más experiencias, y mediante ellas, tanto
agradables como dolorosas, desarrollar esa facultad discriminativa que se designa en
sánscrito con el vocablo Viveka que es la marca distintiva de las almas espiritualmente
maduras y capacitadas, por ello, para encarar los más profundos problemas de la vida,
Todo aquel que esté espiritualmente despierto e inclinado a comprender, y si es posible, a
develar, el gran misterio de la vida, podrá buscar conocimiento acerca de él en tres
direcciones: tratando de averiguar qué religión, o qué filosofía o cuál ciencia tienen algo
que decir acerca de él y cómo tratan, en sus respectivos caminos, de descifrarlo.
Más adelante se verá cómo el método ocultista de abordar este problema fundamental,
basado como está en su investigaci6n sistemática y directa mediante los métodos
combinados de la religión, la filosofía y la ciencia, es el único que puede proporcionar tanto
una explicación teórica satisfactoria, cuanto una técnica eficaz para la solución del
problema. Sin embargo, antes de que podamos apreciar el valor del método ocultista de
descifrar el misterio del hombre y del universo, será necesario dar algunas nociones acerca
de otra cuestión vital: ¿cuál es la concepción del hombre y el sentido de su vida, desde
puntos de vista tan fundamentalmente diferentes como lo son el punto de vista materialista
y el punto de vista espiritual?
Estamos tan absorbidos por nuestro diario quehacer y por las pasiones despertadas por
hechos pasajeros, que ni siquiera vagamente somos conscientes de los hechos más
evidentes y arduos que nos debieran obligar a detenernos y a temblar, si tan sólo
pudiéramos ver su significado real.
La filosofía materialista, basada solamente en el intelecto, no puede ver, en su ceguera
espiritual, la importancia de estos hechos y las implicaciones de sus propias conclusiones
respecto a la naturaleza y al destino del hombre, y al significado y al propósito de la vida
humana.
Consideremos tan sólo uno de estos hechos obvios de la existencia, tomado del
campo de la ciencia, para ilustrar cuán ciego es el materialismo científico con respecto a las
implicaciones de los descubrimientos científicos.
Las investigaciones de los astrónomos han puesto en evidencia que nuestra tierra es una
mera nota de polvo comparada con la vastedad ilimitada del universo, que contiene billones
de sistemas solares separados por inconcebibles distancias que se miden por años-luz.
Su vida, que a nosotros nos parece tan prolongada, no es más que un breve destello en
medio de los larguísimos períodos de tiempo durante los cuales se supone que el universo
ha existido.
Sobre este planeta, insignificante y efímero, la humanidad actual existe tan sólo
desde hace unos pocos millares de años. Su pasado está encubierto por la incierta evidencia
de estratos geológicos y de animales fósiles, y su futuro no va más allá del alcance de las
conjeturas de la filosofía materialista,
Seguramente que ante estos rigurosos hechos científicos no nos podremos rehusar a
considerar las conclusiones hacia las que ellos llevan, obvia e inevitablemente.
Una de estas
conclusiones, si es que se tiene ojos para ver, de aterradora significación, es que el hombre,
en su cuantía física, carece prácticamente de valor y carece de importancia para la
Naturaleza. Un conjunto de hormigas sobre un leño flotando en medio del Océano Pacifico
tiene mayor relevancia que nuestra humanidad ocupando este planeta, que flota en la
inmensidad de un universo ilimitado y que inevitablemente será devorado por el vacío del
espacio, pasando al olvido sin dejar rastros. Y con mayor razón, naturalmente, cuando lo
que tomamos en consideración es un solo ser humano, como una unidad de esta humanidad
que perdura en medio de un cambio constante, el significado de nuestra vida física se
reduce prácticamente a nada.
Tendremos tan sólo que recordar cómo poderosas
civilizaciones, que alguna vez florecieron, fueron totalmente tragadas por el avance de la
marea del tiempo y del cambio, para darnos cuenta de qué clase de destino nos aguarda a
cada uno de nosotros como entidades físicas, tanto al rico y poderoso como al pobre y
sumiso.
Si esta fuese la realidad básica de nuestra existencia como entes meramente físicos, no nos
detendríamos ni consideraríamos cuidadosamente nuestras metas e ideales, esta febril
persecución de logros puramente materialistas, por más realistas o espectaculares que ellos
puedan aparecer externamente. Tampoco profundizaríamos la vida humana y sus problemas
en vez de ignorarlos y correr irreflexivamente tras las metas preferidas.
Se requiere tan sólo
una muy pequeña cantidad de sentido común y de inteligente desapego de los intereses que
nos acaparan, y de preocupación por llegar a ver cuán totalmente insignificante, y cual una
fantasía onírica, sería todo el drama que está siendo representado en el escenario del
mundo, si es que no hubiera de haber algo más que eso tras del juego de sombras de que
somos testigos.
De hecho, hay a más, y ese algo más, oculto detrás de este espectáculo aparentemente sin
sentido que pasa ante nosotros, es el que da sentido y valor a la marcha de los
acontecimientos y cosas que presenciamos en el tiempo y en el espacio.
Es aquello presente
en el trasfondo, en los dominios mental y espiritual de la Naturaleza invisible pero
tremendamente más real, lo que da sentido a multitudes de arrogantes políticos que se
pavonean en el escenario del mundo, a científicos que hacen frenéticos esfuerzos para
escudriñar los secretos de la Naturaleza, al hombre común adquiriendo conocimientos
fragmentarios y diversas habilidades, a filósofos entretejiendo interminables teorías acerca
de la vida humana y del universo, a los religiosos esforzándose por alcanzar un ideal de
bondad y perfección que obviamente está más allá de sus actuales capacidades.
Si ignoramos esta realidad que está oculta en el trasfondo reducimos al hombre al estado de
un mero animal que ha adquirido cierto desarrollo por acción de ciegas fuerzas evolutivas y
que está destinado a permanecer esencialmente un mero animal, a pesar de ir adquiriendo
cada vez más y más conocimiento e inteligencia a lo largo de lentos procesos evolutivos.
Empero, esta acumulación de conocimiento y crecimiento de la inteligencia se refiere tan
sólo a aquel elusivo y siempre cambiante conjunto de seres humanos que se menciona
como raza o género humano; el ser humano individual no deja de ser una criatura
totalmente insignificante, rodeada de circunstancias aparentemente fortuitas, y que está
condenada a perecer en la nada del olvido después de pasar unos pocos años tras afiebradas
excitaciones y búsquedas insensatas de diversa naturaleza.
Los medios artificiales y
autodeceptivos que incesantemente crea para sí mismo, no sirven de nada ante esta
irresistible marcha del tiempo con la consiguiente destrucción de todo cuanto apreciamos.
Esta es la situación y esta la perspectiva que la filosofía materialista proporciona al hombre
y que un amplio número de personas, aun intelectuales, han aceptado irreflexivamente,
porque son incapaces de ver el sentido real de las cosas que los rodean. Si la tendencia a dar
por sentados los hechos de nuestra vida no estuviese tan generalizada, y si no estuviéramos
tan hipnotizados por los espejismos de los logros científicos, alcanzaríamos a ver que la
actitud pragmática en que se basa la filosofía materialista no es sino una vía de escape de
las arduas y pavorosas realidades del mundo físico.
Dicha actitud permite al mundo
científico justificar lo injustificable frente a estas realidades; queremos enterrar la cabeza en
el campo de los limitados y pequeños problemas inmediatos porque no nos atrevemos a
encarar los más reales y mayores problemas que están siempre presentes en el trasfondo.
La actitud pragmática se considera justificada y se juzga invencible la posición científica
porque los científicos proclaman basar toda su labor y sus conclusiones sobre hechos que
pueden ser comprobados como tales. En efecto, el científico puede volverse hacia el
ocultista y decirle: ‘Pruebe sus afirmaciones; muéstreme que existe algo más detrás del
mundo físico que pueda ser reconocido por los órganos de los sentidos o por instrumentos,
que en realidad son extensiones de los órganos de los sentidos. Demuéstreme que existen
mundos más sutiles e invisibles dentro del mundo físico y que todos ellos se derivan de una
Realidad Última que es eterna, omnipenetrante y un Todo integrado”.
Ahora bien, el
ocultista no puede enfrentar este desafío por medio de experimentos físicos ordinarios y
demostrarle al escéptico lo que está afirmando y tratando de comunicar. Lo que él exige
demostrar no puede ser tratado así, simplemente porque sean cosas no materiales. Ellas
pertenecen al dominio de la mente y de la conciencia y es absurdo exigir que hechos
mentales y espirituales de la existencia sean demostrados por medios físicos.
Cada investigador tiene que explorar y descubrir estos dominios internos con métodos que
sean aplicables a estos campos. Cualquier tonto es capaz de darse cuenta que los campos
mental y espiritual sólo pueden ser explorados con métodos mentales, sumergiéndose en los
más profundos repliegues de nuestra propia mente y del espíritu. Otros métodos sólo
podrán a lo sumo, señalar su existencia y mostrar el camino hacia este más profundo
conocimiento.
Los mundos más sutiles de la Realidad no pueden ser traídos hacia el
escéptico, sino que éste es quien deberá ahondar en los dominios de su propia mente para
encontrar a esos mundos.
En lo que se refiere al problema de la prueba, un estudio cuidadoso de las teorías científicas
y de los hechos en que se basan, mostrará que la posición de los científicos ortodoxos no es tan invulnerable como el profano estima. El científico se considera competente para opinar,
con expresiones altisonantes, acerca de cualquier cosa, aun acerca de aquellos profundos
temas como la naturaleza y el origen del vasto, ilimitado y complejo universo. Si
examinamos los fundamentos de sus opiniones acerca de ello, encontraremos que se basan
casi totalmente en unas pocas y débiles evidencias acerca de un número extremadamente
limitado de fenómenos observados mediante instrumentos exclusivamente físicos, como el
telescopio, el microscopio y la cámara fotográfica.
Dejando de lado las limitaciones de tales
instrumentos, y sobre la base de datos recogidos con su ayuda, el científico elabora teorías
aún acerca de aquellas cosas que trascienden el campo de su investigación.
Mientras se considera justificado al sostener y difundir puntos de vista muy categóricos
sobre la base de tales endebles y escasas evidencias, califica a los claros y abrumadores
testimonios de innumerables ocultistas, sabios, santos y místicos acerca de la existencia de
mundos sutiles como no confiables y ni siquiera dignos de ser tomados en consideración.
Algunas de estas grandes almas, como el Buddha, el Cristo, Shankaracarya y Patanjali, se
yerguen como colosos en su estatura intelectual y espiritual, y a quienes un vastísimo
número de personas rindieron reverencia y han seguido durante millares de años. Otros
Mahatmas igualmente elevados y vivientes al presente, y que prefieren mantenerse
desconocidos, también dan su personal testimonio acerca de la existencia de estos mundos
más sutiles y mucho más reales. Seguramente que ninguna persona sensible echará a un
lado toda esta abrumadora y veraz evidencia basada en la experiencia de estas grandes
almas, a menos que su mente esté totalmente cerrada por los prejuicios o preconceptos.
No se trata, como se supone, de una concepción basada en hechos del mundo objetivo y de
otra concepción basada en percepciones subjetivas en el dominio de la mente Ambas son
objetivas en un sentido y subjetivas en otro. Porque, el conocimiento obtenido mediante los
órganos de los sentidos ¿no está acaso basado en la percepción de imágenes mentales
presentes en nuestra mente, siendo así subjetivo en su naturaleza esencial? La gente no se da
cuenta de que los órganos de los sentidos no son sino meras avanzadas de la mente y que el
conocimiento del llamado mundo objetivo es de carácter esencialmente subjetivo.
Así pues, ambos puntos de vista acerca del mundo que nos rodea —el materialista y el
espiritual— están basados en la mente y en la experiencia humana.
Se trata entonces, de
que sencillamente aceptamos al primero porque nos resulta cómodo y deseamos
permanecer envueltos en las seductoras experiencias de la vida inferior, y de rechazar el
segundo porque no queremos encarar los problemas reales de la vida y emprender la tarea
de desechar las ilusiones y limitaciones en las que estamos involucrados.
A fin de considerar la confiabilidad relativa de ambos puntos de vista, el materialista y el
espiritual, no acudiremos a la descripción de las doctrinas del Ocultismo que pueden darnos
una idea del universo más sutil y real que se oculta tras el universo físico visible; no
complicaremos los resultados entrando en estos detalles en la etapa inicial.
Consideremos
tan sólo la siguiente simple cuestión: ¿es el universo físico que podemos conocer con los
cinco órganos de los sentidos, y auxiliados por instrumentos, la única realidad existente?
¿O es ésta la corteza más externa de un universo más vasto y real que existe oculto dentro
de aquél?
No complicaremos este problema y su consideración con detalles concernientes a la
naturaleza de la parte invisible del universo, porque si es cierto que hay un universo invisible más sutil, de varios grados de sutilidad oculto tras el universo físico, o que el
aparentemente material universo que conocemos es de naturaleza esencialmente mental,
entonces todo el edificio del materialismo científico se resquebraja hasta los cimientos y
todas sus pomposas conclusiones con relación a la naturaleza del hombre, del universo y de
las metas materialistas y fines de la vida humana, pierden valor y sentido.
Es recién
entonces que se abre el camino para pensar seriamente acerca de la naturaleza de este
universo invisible pero no menos real, y su relación con el universo visible que
reconocemos con nuestros cinco órganos de los sentidos.
Dejemos ahora el problema de la naturaleza del universo y vayamos al hombre. Aquí
también encontraremos un nítido y refrescante contraste entre los puntos de vista del
materialismo científico y los de Ocultismo.
En primer término pasemos a considerar qué es el hombre según el materialismo científico.
Se lo menciona como «el hombre, ese desconocido”, con lo que se quiere dar a entender
que no conocemos ni podremos conocer del hombre nada más que lo que los cinco órganos
de los sentidos, auxiliados por instrumentos físicos, permiten conocer.
En otras palabras, el
hombre es solamente su cuerpo físico y que cualesquiera otras experiencias que puedan
tener lugar son sólo subproductos de sus funciones.
El hombre sería, así, un animal que de
alguna misteriosa manera ha desarrollado algunas facultades mentales y alguna inteligencia
como subsiguiente paso, en el proceso evolutivo, y que continuará desarrollándose en esa
dirección si es que antes él no sumerge al mundo en el holocausto de una devastadora
guerra atómica que lo retrotraiga a la etapa simiesca.
Expuesto de este modo, ese punto de vista puede parecer chocante, pero está implícito en
las teorías científicas corrientes en estos días y que son aceptadas sin dudar por los
intelectuales modernos y sus seguidores.
No sólo han aceptado este punto de vista, sino que
están muy orgullosos de las consideraciones racionales y científicas sobre las que se basa
ese punto de vista.
La formulación de que el hombre es de origen divino, divino en su
naturaleza y que tiene latentes e ilimitadas potencialidades divinas ocultas en su interior, es
considerada obsoleta y fundada tan sólo en una mera expresión de deseos.
Si se considera al hombre como un animal evolucionado, que ha desarrollado una mente
como un sub-producto en el curso natural de la evolución, entonces será natural que aquel
que se atribuye la responsabilidad de su bienestar lo traten básicamente como un animal.
Ellos prolongan su vida y se la hacen lo más cómoda posible, tratan de promocionarle
entretenimientos para sus necesidades emocionales y arte, literatura, etc., para sus
necesidades intelectuales; finalmente, la proporcionan un funeral decente cuando
desaparece tras el telón de la muerte, considerándose ya que su vida como individuo ha
terminado para siempre,¿qué otra cosa puede desear un animal?
De esta concepción del hombre como un animal glorificado, se sigue el total desdén por su
individualidad y por el derecho a actuar con ella en la forma en que la comunidad juzgue
deseable o necesario. No tiene derecho a sostener opiniones propias para vivir su vida como
mejor crea, cuando dichas opiniones contraríen e interfieran con los planes de la mayoría o
de los que detentan el poder.
Se considera total mente justificable destruir individuos, o
masas de individuos cuando aquellos que se consideran sus protectores piensen en que ello
sea necesario o deseable. Se verá cuán similar es esta actitud a nuestra conducta con relación a los animales. Los alimentamos bien, les damos todas las comodidades posibles,
pero cuando necesitamos carne, los carneamos sin piedad.
Es vivificante el poder abandonar esta degradante concepción del origen, naturaleza y
destino humanos que la filosofía materialista nos ha dado y pasar a la concepción del
Ocultismo.
Esta concepción espiritual no es producto de la ideación arbitraria de un
individuo o grupo de ellos quienes, sin conocer y aun sin querer investigar las realidades de
la vida, hayan formulado elaboradas teorías acerca de la naturaleza e ideales humanos y de
los métodos para realizarlos, basando sus teorías, solamente en la observación y estudio de
los fenómenos superficiales y efímeros de la vida. Se basa por el contrario, en la Sabiduría
y directa experiencia de Grandes Adeptos que han sido capaces de penetrar en los más
profundos misterios de la vida y que encontraron aquella Realidad que yace en la base de
todo el universo y que, de una manera misteriosa pero real, lo contiene totalmente dentro de
Sí.
Tales Seres liberados, que han trascendido las limitaciones e ilusiones de los mundos
inferiores, y que están permanentemente establecidos en esa Realidad, son los únicos que
están en situación de dar una firme cuanto confiable opinión respecto de estas cuestiones
vitales concernientes al hombre y al universo.
Quienes basan sus conclusiones relativas a
estas cosas en lo que pueden ver a través de microscopios y telescopios, pero
permaneciendo envueltos en las más groseras ilusiones de los mundos inferiores, están
obviamente incapacitados para hacerlo, simplemente porque su conocimiento es tanto
incompleto como incierto y divorciado de la sabiduría. Y si fuera necesario dar una prueba
de esto, la tendríamos en las condiciones agudamente caóticas, conflictivas y riesgosas en
que ha caído el mundo por seguir la filosofía del materialismo. Después de todo, una
filosofía ha de ser juzgada por sus frutos.
Aparte de esto, cualquiera que compare los diferentes métodos de asegurar y promover el
bienestar humano con mente desprejuiciada, habrá de conceder que los métodos humanos
adoptados por la filosofía espiritual de la vida están mucho más en conformidad con
nuestras ideas de lo que es una conducta civilizada que los bárbaros métodos seguidos por
los adeptos de la filosofía materialista. Ésta prefiere el conflicto y la lucha; aquella la
cooperación y la fraternidad - Una se basa en el odio y la violencia para resolver los
problemas internacionales, la otra en la razón, la comprensión y la justicia. Una es
insensible en su actitud hacia el hombre común y sin la más mínima vacilación inflinge
innecesario sufrimiento a grandes masas de gente; la otra es muy sensible y cuidadosa
respecto al modo en que pueden afectar a la vida de la gente sus decisiones políticas.
Una
aprecia y respeta la individualidad humana y trata de crear un ajuste armonioso entre las
necesidades individuales y la sociedad; la otra considera desdeñable al individuo y no le
importa masacrarlo sin piedad para lograr sus fines.
Con seguridad que cualquiera que observe la anterior descripción comparativa de los
ideales y los métodos de ambas filosofías, verá de inmediato que sus diferencias surgen —y
son consecuencia inevitable de ello— de considerar al hombre como un animal
evolucionado por un lado, y un ser espiritual enraizado en la divinidad por otro.
Por lo tanto, si hallamos que la filosofía materialista ha creado condiciones intolerables y
peligrosas, el remedio obvio será adoptar la otra filosofía, al menos en alguna medida, a
título experimental.
La historia ha mostrado, una y otra vez que el mero hecho de que grandes masas de
individuos adhieran a una ideología o modo de vida particular, no significa necesariamente
que tengan razón.
La mente de la masa es muy gobernable por la sugestión y la
regimentación, y puede ser fácilmente influible apelando a los instintos inferiores, a
prejuicios estrechos y a las bajas pasiones de la humanidad.
Ha llegado el tiempo de iniciar algún replanteo respecto de los vitales problemas que
enfrentamos, y ver si no debemos ya poner en franca prueba la filosofía espiritual.
Substituyamos seria y honestamente el conflicto por la cooperación, el ocio por el amor, la
violencia por la razón, el mero poder por la Sabiduría, la adhesión mecánica a ideologías
arbitrarias por un inteligente encarar los problemas de la vida, el seguimiento ciego a un
líder o a un partido por un sentido de responsabilidad individual.
En síntesis admitamos el
fracaso de la filosofía materialista y pongamos en marcha la filosofía espiritual.
No necesitamos entrar aquí en el problema de dilucidar la naturaleza y el contenido de la
filosofía del Ocultismo por que este es un tema muy amplio y todo este libro está
encaminado a proporcionar vislumbres de él, dentro de las tremendas limitaciones que el
pensamiento, y especialmente el lenguaje, imponen al tratar de presentar tales verdades.
Lo que sí es necesario, al menos, es señalar aquí brevemente y de un modo general, cuál es
la concepción del hombre que esta filosofía presenta, a fin de quedar habilitados para
compararla con la concepción del hombre según la filosofía materialista.
El Ocultismo sabe que el hombre es un ser mental actuando por intermedio del cuerpo
físico que le sirve de instrumento para ganar experiencia en el plano físico No sólo es una
entidad mental, sino que posee un centro espiritual de ilimitada potencia en el cual puede
realizarse como uno con aquella Realidad que subyace en el universo y que se designa
vagamente como Dios. Mediante este centro espiritual, o más bien divino, oculto tras
muchas capas mentales, es que el hombre puede entrar en contacto con todo el universo en
todos sus grados de sutilidad y fundirse dentro de las más internas profundidades de su
propia consciencia, con el misterio eterno de su propia naturaleza total, del Universo y de
aquella Realidad de la cual ambos proceden.
Precisamente porque el hombre contiene
dentro de sí el misterio final de su existencia, oculto tras las más internas honduras de su
mente, es que puede llegar a ser consciente de él, trascendiendo sistemáticamente las
diferentes capas de la mente.
La filosofía del ocultismo se basa sobre el sistemático desentrañar así de este misterio, tarea
realizada por un gran número de Adeptos del Ocultismo, algunos de los cuales han
aparecido de tiempo en tiempo en el mundo, como sabios, santos y místicos. Es esta
corporación de hombres la que ha reunido esta Sabiduría Eterna, verificada, una y otra vez
con su propia experiencia, la cual la preservó a través de las edades para la humanidad. Son
los reales guardianes de la humanidad, que actúan constantemente detrás de bastidores y la
guían a lo largo de su designado sendero de evolución, con Su sabiduría infalible y con Su
voluntad sin vacilaciones.
Ya debería resultar claro, según todo lo que se ha dicho arriba, que realmente no hay
comparación entre esta filosofía y la del materialismo. Esta última se basa en las
percepciones sensoriales de gente que aún está atrapada en las limitaciones de la mente
inferior y quienes, con datos inciertos e incompletos, tratan de desarrollar teorías
provisorias y en constante modificación acerca del hombre y del Universo. Aquella se basa en la experiencia directa de seres auto-realizados y liberados, quienes no solamente han
investigado sistemáticamente los mundos más sutiles, sino que también encontraron la
Verdad última de la Existencia y trataron de reflejarla en los dominios del pensamiento,
para beneficio de aquellos que aún se debaten prisioneros en sus mentes.
En la actualidad, es mucho lo que se habla de los logros de la Ciencia, de cómo el hombre
va descubriendo los secretos del átomo, penetrando en profundidades cada vez mayores del
espacio, cazando microbios y controlando enfermedades, etc., y mucha gente ingenua
piensa que esa Ciencia resolverá, en última instancia, todos los problemas humanos y que
con el andar del tiempo creará un cielo sin Dios en la tierra. Sería absurdo menospreciar los
avances de la Ciencia; ellos son realmente maravillosos, pero no exageremos su
importancia o eficacia en cuanto a la solución de los más profundos problemas que encara
la humanidad.
La Ciencia ha creado ya muy serios y apremiantes problemas, porque al ignorar las
realidades de la vida, el desenvolvimiento de nuestra naturaleza moral y espiritual no ha
guardado el mismo ritmo con el desarrollo del intelecto. Nunca hubo como ahora, más
inquietud, más temor, más conflicto, más incertidumbre, mayor acumulación de medios de
destrucción masiva, mayor concentración de poder en individuos aislados, muchos de los
cuales pueden, por un error de apreciaci6n, o por un mero accidente, destruir poblaciones
enteras e inflingir enorme sufrimiento a pueblos inocentes e indefensos.
Aun las innumerables distracciones y medios de entretener que la Ciencia provee al hombre
en creciente cantidad no son pura bendición, porque sirven para hacerlo más extravertido,
superficial y aislado de la única fuente de fuerza real, paz y sabiduría que existe en su
interior.
El creciente y casi universal descontento de la juventud, que busca liberarse en el cambio
permanente, en variadas excitaciones y aún en las drogas, todo ello es síntoma de la
enfermedad básica que aflige a nuestra civilización: la desintegración psíquica que se
produce cuando el hombre se enajena de su naturaleza espiritual y queda a la deriva de su
Centro Divino.
Todo esto se debe, naturalmente, no a la Ciencia en sí, sino a la filosofía
materialista que ha sido desarrollada y adoptada por aquellos que están trabajando por el
avance de la Ciencia, o explotándola en provecho de sus estrechas miras políticas y
sociales.
Tampoco confundamos la filosofía del Ocultismo con las filosofías que generalmente se
asocian con las doctrinas de las religiones ortodoxas.
Es cierto que las grandes religiones
del mundo han sido dadas por instructores espirituales que estuvieron en contacto con las
realidades internas y que, por ello, sus doctrinas fundamentales reflejan, en mayor o menor
medida, las doctrinas que forman parte del Ocultismo; pero, ninguna religión puede
conservar su prístina pureza, libre de agregados que se van acumulando a lo largo del
tiempo, ni dejar de quedar afectados por los prejuicios y debilidades de aquellos que las
transmiten de generación en generación, después de haber perdido contacto con sus
realidades internas.
Es inevitable, por lo tanto, que toda religión vaya continuamente
adulterándose, haciéndose cada vez más inefectiva y formalista.
Por esta razón resulta, necesario el discernimiento en el estudio y la práctica de toda
religión, y el buscador serio de la Verdad debería tratar de separar cuidadosamente lo que es verdadero y fundamental de lo que es falso y no esencial, resultado de agregados que
tienen lugar en el transcurso del tiempo.
Análogas precauciones son necesarias en el estudio de las diversas filosofías que han sido
propugnadas por filósofos académicos en distintos lugares y épocas. Deben ser estudiadas
con discriminación y ha realizarse el esfuerzo de separar lo que se basa en pura
especulación de lo que está fundado en el conocimiento.
La prueba final de toda doctrina,
ya sea religiosa o filosófica, es ver si está basada en la experiencia directa y si puede ser
verificada experimentalmente por cualquiera que esté debidamente calificado para hacerlo,
Esta prueba puede no ser fácil, pero toda religión y toda filosofía habrán de someterse a ella
para justificar y probar su validez. .
Necesidad de un acercamiento integral
Ya se ha indicado que un buscador de luz acerca de los grandes misterios que rodean su
vida puede orientar su búsqueda en tres direcciones: religión, filosofía y ciencia, pero si es
serio y está genuinamente interesado en develar este misterio, no logrará una real
satisfacción en ninguno de esos tres ámbitos.
Si acude a los filósofos académicos, le darán toda clase de hipótesis, cada una de las cuales
tratan de unos pocos aspectos del misterio y discute el gran problema de un modo muy
superficial. Encontrará que esas hipótesis difieren entre sí y a menudo se contradicen. Por
esta razón, y por el hecho de que son confesadamente meras elucubraciones de gente
intelectual sin ninguna base experimental, no logra ninguna ayuda en la tarea de develar el
misterio y, a veces, ni siquiera una vulgar satisfacción intelectual.
En efecto, cuanto más
estudia a los filósofos académicos, más queda confundido por sus contraindicaciones y por
su incapacidad de responder directa y satisfactoriamente a los vitales interrogantes
concernientes a la vida humana.
Quienes están al tanto del desarrollo del pensamiento filosófico actual y lo estudian con
discernimiento, estarán de acuerdo en que las afirmaciones precedentes no son ni
exageradas ni injustas. La filosofía se está alejando cada vez más de su objetivo real, y
hundiéndose cada vez más en fangosas discusiones fútiles acerca de problemas artificiales,
sin ningún interés vital para nadie y que no arrojan nada de luz sobre los problemas
fundamentales de la vida. El molino de producir pensamientos filosóficos no debe
detenerse y hay que proporcionarle molienda constantemente. Nada de todo lo que pueda
permitir a los filósofos académicos mantenerse constante mente empeñados en externas
discusiones filosóficas y llenar páginas de publicaciones filosóficas es suficiente para este
molino.
La misma naturaleza de la mente humana es tal que sirve de inagotable fuente de
ideas acerca de cualquier cosa.
Si el buscador se torna hacia la religión para tratar de comprender el misterio de la vida,
encontrará que la gente religiosa y sus líderes están divididos en diversos grupos o
congregaciones, cada uno suscribiendo un particular credo o conjunto de ideas religiosas,
originarias de algún guía o guías espirituales del pasado cercano o lejano. Si examinamos
cuidadosamente las doctrinas fundamentales de esas religiones, encontraremos una notable
semejanza entre ellas. Esto está indicando una fuente común y una identidad esencial, pero este cuerpo esencial de enseñanzas puras y verdaderas ha sido tan deteriorado por el
agregado de todo tipo de dogmas, tradiciones y prácticas religiosas, que las diversas
religiones difícilmente parecerían tener algo en común o, de hecho, base alguna. En lugar
de unir a las gentes con un vínculo fraternal basado en la paternidad de Dios, les separan
cada vez más en compartimientos estancos y sirven muy frecuentemente como
instrumentos de odio y violencia en lugar de serlo de amor y comprensión.
Tal vez no haya más irónico ni más trágico en la vida humana que el fanatismo religioso,
que anula el verdadero propósito de la religión y la razón de su existencia, promoviendo el
odio y el conflicto entre los hombres y bloqueando totalmente sus potencialidades
superiores. Es inevitable que bajo esas condiciones, la vida religiosa se haga cada vez más
formalista, rutinaria y entregada a una presentación externa cada vez más elaborada. La
creencia ciega ha reemplazado a la experiencia, la letra a la espiritualidad y los actos de
caridad al amor.
Estas condiciones, prevalecientes en la esfera de la vida religiosa actual podrán ser
suficientes para las necesidades espirituales del hombre que da por sentados sus
condiciones de vida y en cuya vida la religión desempeña un papel insignificante, pero
jamás podrán satisfacer al aspirante que haya comenzado a cuestionar a la vida y que desea
las realidades internas de la religión, no sus formas externas. Dado que un número siempre
creciente de individuos en el mundo han comenzado a despertar espiritualmente, es que han
empezado a cuestionarse los valores religiosos y las formas de vida religiosa
prevalecientes. Y aun más en vista de que han comenzado a ver sus perversiones e
insuficiencias, muchos de ellos no quieren tener nada que ver con la religión.
En el caso de
otros, la reacción no es tan violenta, pero quedan entonces internamente insatisfechos y no
pueden encontrar en la religión el conocimiento y la certeza que podrían ayudarlos a
trascender sus actuales limitaciones. No quieren ya las satisfacciones superficiales y el
escapismo de la religión formal, sino que anhelan la iluminación, la paz y la fuerza de la
verdadera vida espiritual.
Si el buscador de la Verdad se dirige hacia la Ciencia en busca de alguna luz acerca de los
problemas que lo conturban, se encontrará con que una situación totalmente nueva lo
enfrenta. Aquí todo es experimento, experiencia, hechos probados, certeza, pero hay una
absoluta falta de interés e información concerniente a los más profundos problemas de la
vida que están vivos en el trasfondo de la vida humana, así como ausencia de interrogantes
al respecto que deberían surgir naturalmente en la mente de la gente inteligente, incluso los
científicos.
Estos han adoptado deliberadamente una actitud pragmática de acercamiento a
la vida, y decidido arbitrariamente a limitar su atención a la investigación de los fenómenos
físicos mediante medios físicos. Se rehúsan a tener algo que ver con los más grandes y más
profundos problemas de la vida, muchos de los cuales han surgido de descubrimientos de la
Ciencia misma.
Pero estos más profundos problemas de la vida no desaparecen por el hecho de ignorarlos
voluntariamente.
Aparecen bajo la forma de otros problemas, generalmente más serios y a
veces mortales.
Si desconocemos las necesidades de nuestra naturaleza espiritual y consideramos a la moral
como algo innecesario para el progreso, podremos poner a Dios en la heladera y hacer lo
que se nos antoje sin inhibiciones, pero entonces el problema aparecerá bajo la forma de una bomba de hidrógeno y de la espantosa posibilidad de una guerra atómica que puede
exterminar a la humanidad.
Así, pues, una filosofía científica basada meramente en experimentos desarrollados dentro
de los límites de un muy estrecho campo de investigaciones, y ajena a la consideración de
problemas que tengan alguna relación con las esferas religiosas y filosóficas, es no
solamente inadecuada sino extremadamente peligrosa y puede, en última instancia,
conducir a la destrucción de los mismos que la profesan y que irreflexivamente la
propagan. Por consiguiente, el buscador de la Verdad no podrá hallar, en el dominio de la
Ciencia, aquel conocimiento y aquella satisfacción tras los que anda, y el misterio que trata
de develar continuará tan impenetrable como antes.
¿Qué es lo que falla en todos estos diversos métodos de acercamiento adoptados en la
tentativa de develar el misterio de la vida y encontrar la Verdad subyacente en mundo
fenoménico en que nos encontramos involucrados?
¿Por qué no pueden auxiliar al aspirante
serio que ansía luz acerca de los problemas más profundos de la vida y que ya no pude
perseguir ciegamente las limitadas metas que les ofrecen, desde sus respectivos campos de
acción, la Religión, la Filosofía y la Ciencia?
Si estudiamos el asunto cuidadosamente y con una mente abierta, encontraremos que las
metas finales de las tres es la misma, y que las tres representan tan sólo otras tantas vías de
consideración para encontrar la verdad última acerca del hombre, de Dios y del universo.
Si se reconociese este hecho, entonces podría verse porque esos tres dominios no pueden
cumplir plenamente sus fines en sus respectivos campos ni alcanzar su común meta final.
La razón obviamente está en la falta de un acercamiento integral, y en la tradicional y
errónea modalidad de trabajo en compartimientos estancos. Veamos ahora cómo esta falta
de un acercamiento integral actúa en detrimento, de las tres y les impide alcanzar la
consumación de sus esfuerzos en sus respectivos dominios.
El aislamiento de la religión de la filosofía la priva del pensar filosófico, sin el cual no
puede haber una base firme y definida para un verdadero esfuerzo religioso. Si la meta final
de la religión no consiste en seguir meramente un código externo de conducta, sino hallar y
vivir en comunión con Dios, deberemos, primeramente, tener alguna idea acerca de la
naturaleza del alma humana, de Dios y de la relación existente entre ambos; debemos
conocer la naturaleza de la mente y sus ilusiones y limitaciones y cómo trascenderlas.
Todas estas cuestiones, y muchas más, caen dentro del dominio de la filosofía, y el
aspirante deberá haber pensado y clarificado sus ideas acerca de ellas Solamente con este
trasfondo mental filosófico podrá saber con cierta claridad cuál es su meta y cómo podrá
alcanzarla. De otro modo, continuará a la deriva en un mundo de vagas aspiraciones e ideas
religiosas, a merced de los demás, que podrán invitarlo a sus propias sectas y
eventualmente podrán explotarlo para sus propios fines.
Muchos piensan que existe un antagonismo entre la ciencia y la religión. Esta es una
concepción equivocada que deriva de nuestras estrechísimas y preconcebidas ideas acerca
de las finalidades reales de la ciencia y de la religión. Es cierto que en la historia reciente
del progreso científico, la ortodoxia religiosa y la ciencia han entrado en conflicto a
menudo, pero ello sólo se ha debido a su limitada y estrecha visión respecto de sus
finalidades reales. La característica fundamental del desarrollo científico es su actitud
experimental hacia todos los problemas y la creación de técnicas definidas y efectivas para la solución de aquellos problemas.
Ambas cosas son necesarias para el aspirante que quiera
realizar su propia experiencia de las realidades de la vida religiosa.
El divorcio de la
religión y la ciencia indicará, por eso, que la meta real de la religión continuará sin ser
alcanzada y la vida religiosa seguirá estéril.
El aislamiento de la filosofía de la religión y la ciencia conduce a análogas condiciones
detrimentales para la filosofía. La meta real de la filosofía es inquirir y lograr una clara y
verdadera comprensión respecto a la naturaleza del hombre y del universo. Desde que
ambos derivan de aquella Realidad que llamamos Dios, un divorcio entre la filosofía y la
religión implicaría que este pensar no podrá ser llevado hasta su meta final y que el misterio
de la vida, privado de su clave fundamental, continuará sin resolver.
Es por esta razón que
la filosofía puramente académica, sin asociación alguna con un profundo pensamiento y
espíritu religioso será inútil, un interesante pensamiento especulativo desarrollado para
entretenimiento de los filósofos, con ausencia de todo interés vital detrás de él.
Sin embargo, no basta con asociar a la filosofía con el pensamiento religioso; si las
conclusiones de la filosofía han de tener algún valor, deben ser susceptibles de realización.
La realización sólo viene cuando el aspirante recorre aquel sendero de experiencia y
conocimiento directo que constituye la ciencia del Yoga. Y así no sólo tendremos un enlace
entre la filosofía y la religión, sino que dicha unión será consumada por la fructificante
técnica de la ciencia.
De lo que ocurre cuando la ciencia se aísla de la religión y de la filosofía, ya se ha hablado
precedentemente con cierta extensión en la primera parte de este Prefacio. Ciencia es el
conocimiento de los hechos de la existencia y de las leyes de la Naturaleza.
Un
conocimiento tal proporciona poder, y poder sin sabiduría es una cosa peligrosa que puede
acarrear consecuencias muy indeseables. Y la sabiduría sólo puede provenir de la verdadera
religión y de la filosofía,
También la ciencia, sin la amplia visión que proporciona la asociación con la filosofía y la
religión, estrechará sus concepciones y finalidades y puede quedar confinada al
conocimiento extremadamente limitado de los fenómenos del mundo físico.
La ciencia, con
un verdadero trasfondo filosófico y religioso, podrá ver los fenómenos de la Naturaleza
desde un punto de vista más profundo y más amplio y con una mejor perspectiva; podrá
tener un mejor sentido de los valores y organizar la búsqueda de la Verdad desde un punto
de vista superior y con una finalidad más honda. Finalmente, no estará obligada a servir
solamente a las necesidades físicas e intelectuales del hombre y a convertirse en un
instrumento de gobiernos y políticos inescrupulosos.
Dado que tan sólo hay una Realidad única en la base del Universo, tanto del visible como
del invisible, debe haber solamente una Verdad final, la cual es perseguida a lo largo de las
tres diferentes vías de la religión, la filosofía y la ciencia.
El conocimiento de esta Verdad —“conocida la cual todo es conocido”— es la meta de
todos los ocultistas. Adeptos del ocultismo han alcanzado este conocimiento trascendente,
el cual no sólo los ha liberado de las ilusiones y limitaciones de los mundos inferiores sino
que los ha capacitado para guiar a la humanidad con infalible sabiduría y certeza.
De lo que ha sido dicho precedentemente, también se infiere que las tres clases de
conocimiento obtenido en las primeras etapas de las tres líneas distintas, así como los
métodos para obtenerlas, comienzan a interpenetrarse entre sí, a medida que avanzamos hacia el interior de niveles más profundos de consciencia. Así, el desarrollo de un
acercamiento integral es inherente a la verdadera naturaleza de las cosas, y en la medida en
que la religión, la filosofía y la ciencia ganen en comprensión acerca de sus respectivas y
verdaderos objetivos, fatalmente se irán acercando mutuamente.
Cuando comprendamos los amplios y verdaderos propósitos de la religión, de la filosofía y
de la ciencia, comenzaremos a ver la absurda actitud de quienes, trabajando en cada uno de
esos campos, lo hacen como si fueran compartimientos aislados y que, con frecuencia,
consideran a quienes lo hacen en los otros con sentimientos que lindan con la hostilidad o el
desprecio. La razón, tal como se ha señalado arriba, es la estrechez de miras resultante de
confinar las respectivas finalidades de su trabajo dentro de límites injustificadamente
estrechos.
Empero, la presión de las fuerzas evolutivas provocará una progresiva expansión en las
concepciones de la humanidad que quebrará todo tipo de barreras artificiales, inclusas
aquellas que en la actualidad existen entre la religión, la filosofía y la ciencia. Debemos
trabajar todos juntos, colaborar de todos los modos posibles y hacer causa común contra la
ignorancia, la ilusión y el sufrimiento en que todos estamos por igual involucrados, aunque
muchos de nosotros no estemos conscientes de estas limitaciones.
Deberemos aprovechar
todo cuanto sea útil y esencial en los métodos y concepciones de quienes trabajan en los
otros campos y poder, así, actuar más eficiente y útilmente en nuestra propia esfera.
Este tipo de colaboración es no sólo deseable sino absolutamente necesaria para un trabajo
efectivo, porque los empeños de la religión, de la filosofía y la ciencia tras la Verdad son
realmente complementarios.
La Religión nos proporciona el poder motivante o urgencia para la búsqueda de esa verdad,
y nos da el beneficio de la experiencia y el consejo de aquellos instructores religiosos,
santos y sabios que han hollado este camino y que han encontrado esa verdad en el interior
de su propio corazón por sus propios esfuerzos.
Sin la fe indomable en la existencia de esa
Verdad (que es generalmente denominada Dios) y la tremenda atracción y amor a ella que
sólo la religión puede despertar es imposible hollar el difícil sendero que lleva a la Autorealización.
La Filosofía prepara el terreno para esta divina aventura estimulando el espíritu de
investigación creando la propia apreciación en los más profundos problemas de la vida,
dando alguna idea acerca de nuestra propia naturaleza y de la naturaleza del universo al que
pertenecemos y, finalmente, dándonos algunas indicaciones acerca de la dirección hacia la
que debemos dirigir nuestros esfuerzos.
Pero una filosofía solo realmente podrá ayudar en
cuanto no sea especulativa y si basada en la experiencia, sobre hechos descubiertos por
aquellos que intentaron y triunfaron en la resolución de estos problemas y pueden, por lo
tanto, hablar con autoridad y confianza. Solamente una filosofía tal puede ser aceptada con
confianza, aunque más no sea tentativamente, hasta que estemos en condiciones de poder
verificar los hechos de la vida interior por propia experiencia.
Es la Ciencia la que provee la actitud y las técnicas por cuya aplicación pueden hacérsenos
reales las verdades de la vida interior. Sin esa realización no podremos elevarnos por arriba
de las ilusiones y limitaciones de los mundos inferiores...CONTINUA.
Dr. I.K Taimni
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