Hay un sendero que conduce a lo que es conocido como iniciación y, por la iniciación, a la
perfección del hombre; un sendero que se encuentra en todas las grandes religiones, y
cuyos principales caracteres están descriptos con términos similares en cada uno de los
grandes credos del mundo. Podéis leerlos en las enseñanzas católico-romanas como
divididos en tres partes: primera, el sendero de purificación o purgativo; segunda, el
sendero de iluminación, y, tercera, el sendero de unión con la divinidad. Le encontraréis,
entre los musulmanes, en el Sufí, las instrucciones místicas del Islam, donde es conocido
bajo los nombres de El Camino, La Verdad y La Vida.
Le encontraréis, aún más hacia el
Oriente, en el gran credo del buddhismo, fraccionado en más numerosas divisiones, aunque
pueden ser clasificadas bajo un bosquejo más amplio.
En el hinduismo está dividido
similarmente, pues en ambas grandes religiones donde el estudio de la sicología, de la
mente humana y de la constitución del hombre han representado tan gran papel, se
encuentra una subdivisión más definida. Pero, realmente, no importa cuál sea la religión
que profesáis; no importa qué particular serie de nombres elijáis como más atrayentes o
expresivos de vuestras ideas; el sendero no es más que uno; sus divisiones son siempre las
mismas; desde tiempo inmemorial ese sendero se ha extendido desde la vida de lo mundano
hasta la vida de lo divino.
En el transcurso de miles de miles de años, algunos de nuestra
humana raza lo han hollado; por miles y miles de años están por venir, algunos de nuestra
raza lo hollarán, hasta el fin de la historia de nuestra tierra, hasta la conclusión de este ciclo
especial de existencia humana.
Este es el sendero que, etapa tras etapa, habilita al hombre
para cumplir el mandato del Cristo. "Sed, pues, siempre perfectos como vuestro Padre que
está en los cielos es perfecto." Es el sendero del que aquel gran Instructor dijo: "Estrecha es
la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y pocos son los que le encuentran". Yo
se que en posteriores días, cuando muchos hombres habían olvidado la existencia del
sendero, cambiaron aquellas verdaderas palabras por voces que son notoriamente falsas,
que hacen estrechos la puerta y el camino que conducen a una vida celestial, y abierto y
ancho el camino que conduce a una sempiterna condenación, lo cual es una distorsión de la
enseñanza oculta, es una tergiversación de las palabras del Cristo, pues, seguramente, aquel
a quien Sus discípulos llaman el Salvador del mundo, jamás pudo haber declarado que sólo
muy corta sería la serie de los salvos y prácticamente innumerable la de los condenados.
Tratando del sendero, no estamos en aquellas regiones de la religión exotérica que tratan
del cielo y del infierno. La vida a que el sendero conduce al peregrino, no es la vida de los
goces del cielo: es aquella vida de que habla el cuarto Evangelio, cuando dice: "El
conocimiento de Dios es la vida eterna", vida que no se cuenta por edades sin límites, sino
que envuelve un cambio de actitud del hombre; que no significa tiempo, sino una vida que
está más allá del tiempo; que no se mide por salidas y puestas de soles, ni aun cuando
aquellos amaneceres y puestas fueran inmortales, sino que representa aquella serenidad
perfecta que significa la unión con Dios, en cuyo tiempo es sólo un paso el incidente de la
existencia, siendo la siempre presente realidad la verdadera vida del espíritu.
Así, pues, el
sendero que vamos a estudiar en estos próximos días por estas breves y pobres
descripciones de lo que el sendero puede significar para el hombre, es la corta aunque
difícil vía por la que el hombre evoluciona mas rápidamente que en el curso ordinario de la
humana natural evolución; es el sendero por el cual, para emplear un símil usado
frecuentemente, en vez de ir rodeando la montaña por una siempre ascendente espiral, el
hombre trepa rectamente por el costado de esa montaña sin preocuparse de peñascos y
precipicios, sin detenerse ante las quebradas y simas, conociendo que no hay nada que
pueda atajar al Eternal Espíritu, y que ningún obstáculo es mas potente que una fuerza que
es omnipotente, porque tiene Su fuente en la Omnipotencia misma.
Tal es, pues, el sendero
que vosotros y yo tratamos de estudiar, no por el mero interés de lo que es en verdad un
asunto fascinador que encanta, sino mas bien - a lo menos por parte de la que os habla, y yo
espero que por parte de algunos, cuando menos, de los oyentes - un estudio que tiene por
objeto cambiar de vida; un estudio que hace nacer la resolución de hollar el sendero, de
conocerlo no sólo teóricamente, sino por una práctica realización; y entender algo de
aquellos misterios ocultos por los cuales el hombre, siempre potencialmente divino, realiza
su divinidad interna y llega a ser perfecto para elevarse sobre, y mas allá, de la Humanidad.
Tal es el objeto de nuestro estudio, y, con el fin de que resulte práctico, debemos aceptar a
lo menos por ahora, la existencia de ciertos grandes hechos en la Naturaleza. Yo no digo
que nuestro hombre del mundo, al dar sus primeros pasos, necesite conocer o reconocer
estos actos. Los hechos en la Naturaleza no cambian ni con nuestra creencia ni con nuestra
incredulidad. Los hechos, ya sea que los conozcamos o no, continúan siendo tales hechos, y
puesto que nos hallamos en el reino de la Naturaleza y bajo la orden de la Ley, el
conocimiento de los hechos de la Naturaleza y el conocimiento de la Ley no son esenciales
para los pasos que conducen al hombre al sendero.
Es suficiente que los hechos estén allí y
que el hombre, inconscientemente, permita a esos actos influir en su vida interior y exterior;
es suficiente que las leyes existan, aun cuando el hombre no tenga conocimiento de su
existencia. La luz solar no cesa de calentarnos porque no conozcamos nada de la
constitución del sol. El fuego no deja de quemarnos porque desconociendo su condición
voraz introduzcamos nuestras manos en su llama. Es para la seguridad de la vida humana y
el humano progreso para lo que las leyes de la Naturaleza están siempre trabajando y
manteniéndonos con ellas, ya las conozcamos o no. Pero si las conocemos, obtenemos una
gran ventaja. Si las conocemos, podemos cooperar con ellas; pero no podemos cooperar en
tanto que permanezcamos sumidos en la oscuridad de la ignorancia. Si conocemos los
hechos podemos utilizarlos, mas no podremos hacerlo, si desconocemos su existencia.
El
conocer es la diferencia que hay entre trabajar en la oscuridad y trabajar en la luz, y
entender las leyes de la Naturaleza es ganar el poder de acelerar nuestra evolución,
utilizando todas las leyes que abrevian nuestro crecimiento, pero evitando el
funcionamiento de aquellas que pueden retrasarlo o demorarlo. Ahora bien: uno de los
grandes hechos que envuelven la entera posibilidad de un sendero de perfección humana y
que debo yo dar por admitido durante estas conferencias - pues el tomarlo como tema para
argumentar acerca de él nos llevaría muy lejos de nuestro objeto - es un hecho fundamental
de la Naturaleza: el hecho de la Reencarnación.
Esta significa el crecimiento gradual del
hombre a través de muchas vidas, a través de muchas experiencias en este mundo
intermedio y también en el mundo llamado cielo. Una sola vida sería demasiado breve para
poner al hombre en condiciones de avanzar desde la imperfección a la perfección, a menos
que tuviese muchas oportunidades a lo largo del extenso camino que le conduce a la altura
y nuestro hombre del mundo que quiera dar los primeros pasos, que esté pronto para darlos,
debe tener tras si un muy largo curso de humana evolución, en el que haya aprendido a
escoger el bien y a rechazar el mal; en el que su mente haya sido evolucionada y adiestrada,
y su carácter haya sido elevado desde el ignorante e inmortal estado del salvaje hasta el
punto en que se encuentra hoy el hombre civilizado.
El hecho de la reencarnación, pues,
está presupuesto, porque a nadie le seria posible hollar la totalidad del sendero: nadie
podría conocer la divina perfección en los límites de una sola vida.
Pero nuestro hombre del
mundo no necesita saber de reencarnación: él la conoce en su memoria espiritual, por más
que su cerebro físico no pueda todavía haberla reconocido, y su pasado, que es un hecho, le
impulsará hacia adelante hasta que espíritu y cerebro estén en plena comunicación, y que lo
que sea conocido del hombre interno llegue a ser conocido en la mente concreta.
El
próximo gran hecho necesario y dado por admitido, puede verse en una sola frase de
nuestras Escrituras; "Aquello que el hombre sembrare, aquello también recogerá".
Esta es
la ley de causalidad, la ley de acción y reacción, por la cual la Naturaleza trae
inevitablemente al hombre los resultados de aquello que ha pensado, de aquello que ha
deseado, de aquello que ha ejecutado.
El hecho es que hay un sendero y que los hombres lo han hollado antes que nosotros; que
una más rápida evolución es posible; que sus leyes pueden ser conocidas, comprendidas sus
condiciones, sus peldaños hollados, y que al final de ese sendero se encuentran aquellos que
una vez fueron hombres del mundo, pero que ahora son los guardianes de ese mismo
mundo, los hermanos mayores de nuestra raza, los maestros y los profetas del pasado,
ascendiendo por grados de cada vez más deslumbrante luz desde el final del sendero para el
hombre hasta el más alto gobierno del astro en que vivimos.
Pobre sería nuestra esperanza
si nadie antes que nosotros hubiera posado su planta en ese camino, si nadie hubiera
recorrido el sendero. Pero aquellos que en el pasado han venido como Instructores habían
ya realizado en su pasado su admirable peregrinación; aquellos a quienes hoy honramos
como Maestros y que se hallan en contacto con nuestro mundo, donde pueden hallar
discípulos y guiarles en su marcha por el sendero. Los grandes hechos existentes en la
Naturaleza, sean o no reconocidos, en los cuales descansa la posibilidad de hollar el
sendero, son: la Reencarnación, la ley del Karma, la existencia del sendero, la existencia de
los Maestros. Esos son los cuatro hechos que debemos dejar presupuestos, no porque no
puedan ser demostrados uno tras otro, sino para los fines de estas conferencias. Los damos
por admitidos, porque sin ellos dichas conferencias serían imposibles.
¿Qué pasos tiene,
pues, que dar nuestro hombre del mundo, o qué pasos está dando, si está realmente
aproximándose a la entrada del principio del sendero?
He dicho que él no necesita conocer
las cuatro grandes verdades que he mencionado: no necesita entenderlas ni reconocerlas.
Esto es parte del lado feliz de este asunto, al que deben estar - más aún, estarán - sometidos
muchos de vosotros que todavía no conocen la verdad de estas cosas, pero que, no obstante,
en el curso de la evolución avanza hacia la entrada del sendero. Y por más que en tiempos
por venir la conozcan más de lleno, aunque inconscientemente, no por eso la evolución deja
de ser un hecho y lo que yo deseo esta mañana es mostraros aquellos pasos para que podáis
considerar vuestras propias vidas y discernir hacia donde os halláis; para que podáis decidir
cada cual por si propio si su cara está o no vuelta en la dirección del sendero, pues hay
muchos entre vosotros que van en derechura a él, aunque no lo saben, mientras que hay
algunos que, habiendo estudiado y entendido, se hallan deliberadamente apartando la cara
de dicha dirección.
El cambiar vuestra evolución de inconsciente en consciente, el poneros
en condiciones de conoceros a vosotros mismos y el sitio en donde estáis, tal es el tema de
la primera de estas conferencias, de tal modo, que aquellos de vosotros que creen en el
sendero puedan saber cómo vivir, y que los que, sin saberlo, se están acercando a él,
puedan, acaso, obtener felizmente su recompensa.
El primer caso de todos, el
absolutamente necesario, sin el cual no es posible aproximación alguna, por el que siempre
el perfeccionamiento interno puede alcanzar realización, está condensado en estas breves
palabras: el servicio del hombre.
He ahí la primera condición, la sine qua non. Por el
egoísmo, ningún avance es posible; por el altruismo, tal avance es seguro. Y en cualquier
vida en que el hombre comience a pensar en el bien común más que en su propio provecho
individual, sea que se aplique al servicio de su ciudad, de su departamento, de la nación, del
más amplio de todas las naciones a un tiempo, resueltamente el servicio de la Humanidad,
cada uno de estos objetivos constituye un paso hacia el sendero y está preparando al
hombre para sentar en él su planta. Y no hay aquí distinción entre las clases de servicio,
partiendo del supuesto que sea altruista, firme y movido por el ideal de ayudar y de servir.
Puede ser puramente intelectual, el trabajo del escritor y del autor, tratando de difundir
entre los demás el conocimiento que ha obtenido, a fin de que el mundo pueda ser un poco
más prudente, un poco más inteligente, con arreglo a lo que aquel hombre ha vivido y ha
escrito.
Puede ser por el servido del arte, en el que el músico, el pintor, el escultor, el
arquitecto, ponen de manifiesto su ideal de hacer el mundo un poco mejor y más hermoso,
la vida algo más dulce, más llena de gracia y de cultura para la Humanidad.
Puede ser por
la vía del servicio social, cuando el hombre movido de simpatía hacia la pobreza, hacia el
sufrimiento, dedica su vida en la obra de auxilio; se esfuerza en modificar la constitución de
la sociedad en cuanto necesita reforma; trata de cambiar las costumbres o procedimientos
usuales desde el pasado, cuando, útiles entonces, han venido a ser un anacronismo, en el
presente y constituyen un impedimento para el adelanto que la Humanidad conseguiría
actualmente rodeándose de medios mejores y más nobles. Puede ser por la vía de los
cambios políticos, en que la vida interna y externa de la nación son el objeto del servicio.
Puede ser por el sendero de sanidad, en que el doctor procura llevar la salud al lecho del
enfermo y preparar buenas condiciones para el cuerpo, a fin de que éste pueda disfrutar de
mas salud y longevidad que la que de otro modo tendría. Yo no puedo enumerar una por
una las numerosas divisiones del sendero de servicio, en el cual se halla incluido todo
cuanto pueda ser de valor para la vida del hombre.
Elegid, pues, qué camino preferís,
conforme a vuestras capacidades y oportunidades; esto no es de importancia con relación a
los primeros pasos. Comercio, industria, todo lo usual para el hombre, producción,
distribución, todo ello viene a ser servicio para la Humanidad y provee a sus necesidades.
Diréis que cada cual está ocupado en una u otra de las cosas que he mencionado o tiene una
ocupación análoga en la vida. Eso es verdad, porque el camino que lleva al sendero se halla
por doquiera en la vida humana, y nada hay de lo necesario para el desarrollo y la evolución
de la vida que no pueda convertirse en un paso hacia el sendero.
La dificultad estriba en las
condiciones del mundo. Verdaderamente, los hombres siguen todas estas vías y muchas
más; ellos producen, ellos distribuyen, ellos toman parte en la industria y el comercio; son
escritores, artistas, políticos, reformadores sociales, médicos, lo que queráis; pero ¿con qué
objeto y movidos por qué motivos? He ahí la diferencia entre el hombre que está en el
sendero ordinario de la evolución, avanzando por su trabajo o su estudio, y el hombre que
avanza, pero que lo hace con objeto de ser útil y no tras del éxito personal: con el fin de
elevar la Humanidad un poco más, y no solamente por ganar para la subsistencia.
No hablo
con ninguna idea de rebajamiento o desprecio para aquellos que trabajan meramente con
objetos ordinariamente mundanos. Esta es una parte necesaria en la evolución. ¿Cómo
desenvolvería el hombre su mente, cómo refrenaría sus emociones, cómo se desarrollaría ni
aun físicamente, si no experimentara los caminos del mundo y se esforzara por alcanzar
éxito en ellos? Está bien que los hombres trabajen por el fruto de la acción, bien que luchen
para conseguirlo, bien que los hombres sean ambiciosos, que se afanen por el poder y los
altos puestos, tras de la fama, los honores y el renombre. ¡Juguetes! Sí, son juguetes; pero
los juguetes con los cuales los niños aprenden a andar; los premios de la escuela de la vida,
por los que los niños son estimulados al esfuerzo; los lauros en la lucha de la vida por los
cuales se desarrollan la fuerza, la energía y las futuras posibilidades.
No despreciéis la masa
común del mundo, en la cual los hombres se esfuerzan y luchan cometiendo muchos errores
y desatinos, muchos pecados y aun crímenes, pues todo ello son lecciones de la escuela de
la vida; todas esas son estancias por las que cada hombre tiene que pasar. Así como la
furiosa lucha en el mundo del bruto desenvuelve la fuerza y la astucia y el poder para
defender la vida, así las luchas impetuosas entre los hombres desarrollan el poder de la
voluntad, el poder de la mente, el poder de la emoción, y hasta el poder de los músculos y
nervios.
En un mundo que procede de la infinita sabiduría y el infinito amor, no hay lección
en la vida que no tenga su objeto, y en todos los premios del mundo - llamadles juguetes
desde el más alto punto de vista, pues podéis llamárselo -, en todos los frutos de acción que
en la vida más elevada se os pide que renunciéis y que dejéis a un lado, en cada uno de
ellos está Dios oculto; en cada uno de ellos su atracción es el único poder que seduce, y
aunque se rompan en pedazos cuando os asís a ellos, aunque la ambición se trueque en
cenizas cuando se ha satisfecho, aunque, la riqueza se convierta en una carga cuando se ha
conseguido, aunque el placer se vuelva hartura después que se ha llenado la copa del
mismo, siempre el cambio es otra lección; la lección que debéis recordar fue
exquisitamente tratada por el poeta cristiano George Herbert:
Cuando Dios hizo el primer hombre,
teniendo un vaso lleno de bienes ante si,
'"derramemos -dijo- en él todo lo que podamos,
concentremos en él todas las riquezas
que se hallan
esparcidas por el mundo".
El poder fue lo primero que salió;
siguió luego la belleza, la sabiduría,
el honor, el placer.
Cuando casi todo estuvo fuera,
Dios se detuvo,
al percibir que,
de todo su tesoro,
sólo la tranquilidad quedaba en el fondo del vaso.
"Si yo llegara -dijo a
conceder esta joya
a mi criatura,
adoraría a mis dádivas y no a mí,
y a ellas en la Naturaleza, no a Dios en la Naturaleza,
con lo cual perderíamos ambos.
Dejémosle gozar de lo demás,
pero que lo disfrute con descontento e inquietud;
dejémosle que sea rico y se hastíe,
que al final,
si no le impulsa el bien,
ya la hartura
le llevará junto a mi corazón".
Esta es la gran verdad de lo valioso y despreciable a la vez de la vida humana; valioso,
porque ella desarrolla las facultades sin las cuales no hay progresa posible; despreciable,
parque toda en ella se rompe en fragmentos y deja las manos vacías hasta que éstas, al fin,
se asen a los pies del Señor. Ahí está, pues, el valor de la vida ordinaria, y nuestro hombre
del mundo ha empezado a reconocer que no en buscar el placer, las riquezas y el honor para
sí mismo puede hallarse una satisfacción permanente, sino en el servicia de sus semejantes,
en ayudar a los miserables, en enseñar al ignorante, en levantar a los oprimidos, en aliviar
la tristeza del desvalido. Hay muchos entre vosotros hoy que poseen riqueza y confort,
cuyos corazones están afligidos par las tristezas del mundo, y que, sin embargo, pueden
permanecer en su confort, en su lujo, mientras otros se encuentran muriéndose de hambre,
miserables, oprimidos bajo la carga de la vida.
¡Oh, el despertar de la conciencia social
entre nosotros el reconocimiento del deber social, de la responsabilidad social, es el signo
más noble de la evolución del hombre, una prueba de la venida de la nueva raza, que
mostrará simpatía en vez de indiferencia, compasión en vez de competencia, como norma
para la vida externa del hombre! y a medida que esto crezca y se extienda más y más, los
hombres del mundo darán estos pasos por anticipado. Pero debe ser con un impulso
vigoroso, no con el pasajero sentimiento de compasión que os mueve a desprenderos de lo
superfluo, a fin de dar para alguna buena causa o para alguna familia desgraciada lo que
nunca habéis de necesitar, y no prescindís de ciertos lujos de los que tenéis para que otros
atiendan a las necesidades de la vida.
Mucho más que eso se pide de vosotros, ¡oh, vosotros
los que os dirigís hacia la entrada del sendero!. Debéis prodigaros vosotros mismos, y no
sólo lo que poseéis, que en esto hay una inmensidad de diferencia. Debéis sentir la tristeza
de los otros como sentís vuestra propia pena; debéis sentir la pena de los demás como la
sentís cuando taladra vuestro corazón. Debéis sentiros aguijoneados por un irresistible
deseo de acción, que os impulse a lo largo del sendero de servicio de modo que no podáis
rehusar ni negaros a seguirlo. Entre vosotros encontráis quienes son así, seres que no
descansan. Eso no es hacer sacrificios: eso queda por muy atrás de ellos.
Las cosas a que el
mundo llama sacrificios, constituyen sus delicias; ellos gozan prodigándose por sí mismos:
es sólo un sacrificio en el sentido de que la vida espiritual está siempre consagrada a los
demás; pero esto es goce y no tristeza, delicia y no sufrimiento; es, involuntariamente, casi
como una necesidad de la vida. En ellos es donde veis esa pasión por servir; donde veis esa
complacencia de renunciar a todo para que otros puedan ser más felices; donde veis gentes
pensando siempre en lo que pueden hacer para ayudar, lo que pueden hallar para servir a
quien está cerca de ellos, a quien puedan prestarle ayuda - ya en el círculo de la familia, ya
en el más extenso de la vida pública -, pero debe ser constante y resuelto el propósito de
ceder lo que pueda aprovechar a los demás.
En ellos tenéis el espíritu interno; que sólo vive
para prodigarse y encuentra su satisfacción en el servicio del hombre. He ahí donde está,
pues, el primer gran paso. Y dondequiera que veáis eso, la persona se está acercando al
sendero, por más que ella no haya oído jamás hablar de él: está marchando hacia los
Maestros, aunque no sepa que existen. Hay todavía algunos que están en el crepúsculo de la
incredulidad en la vida espiritual, y se hallan más cerca de la entrada del sendero que
muchos que se llaman religiosos: esto es, que conocen la teoría de la religión, pero que no
siguen sus prácticas. Y ved ahí una cosa verdaderamente meritísima de la enseñanza que
ofrece el análisis de una fase del materialismo: que en él no hay absolutamente recompensa,
no se habla de goces del cielo, no se habla de "que el que tiene piedad del pobre presta al
Señor y que lo que presta le será pagado". En la vida del incrédulo, se sacrifica éste por el
hombre sin tener recompensa adonde mirar, ni devolución que esperar de las riquezas que
prodiga, y, en esto, él alcanza la perfección del sacrificio del amor a sí mismo, que muchos
fervorosos cristianos, buddhistas e hindúes le envidiarían por su profunda realización de la
vida verdad.
Hace veintiún años que ocurrió lo que voy a referir de un antiguo amigo mío, a
quien algunos de vosotros recordáis bajo el nombre de Carlos Bradlaugh. Ahí tenéis un
hombre que no había creído en la vida del otro lado de la muerte, el cual, al morir,
permaneció con la idea de que la muerte para él lo terminaba todo, que nada queda excepto
alguna buena obra que se haya hecho para el hombre, y yo sé de una relación, no más
espiritual, que él, ateo agresivo como era, hacía cuando hablaba de la fortaleza de la
libertad y de la felicidad que en el futuro espera alcanzar la Humanidad, aunque él creía que
no la conseguiría para sí.
El hombre que pueda decir tales palabras con la profundidad de
convicción que distinguía todo lo que era suyo, es un hombre que está dando los primeros
pasos en el sendero, el cual en otra vida hallará con toda seguridad. Aprended, pues, que el
servicio que se pide es aquel servicio altruista que da todo y no pide nada en cambio, y si
encontráis que en vosotros es una necesidad de vuestra naturaleza, no una elección, sino un
insuperable impulso, podéis estar seguros de que sois unos de los hombres del mundo que
dan los primeros pasos hacia el sendero. (Necesito decir en alta voz que cuando digo
"hombres" quiero decir también "mujeres", pues no he de decir cada vez "hombre y mujer",
por la dificultad que ofrece el hacerlo). Tomad, pues, esto como el paso primero y más
vital.
Hay otro que os sorprenderá como algo extraño, y, sin embargo, es verdadero. El
hombre que llega a estar poseído por un ideal de tal manera que ningún argumento ni
provecho personal, ni ninguna de las razones que ordinariamente influyen en los hombres
pueden retraerle de seguir aquel ideal, aquel hombre se encuentra caminando cerca del
sendero. El gran psicólogo indio Patanjali, que escribió ciertos axiomas de Yoga, describió
en éstos las estancias de la vida el hombre a través de las cuales pasa la mente humana.
Decía que hay el estado de mariposa, el estado de niño, en el cual la mente revolotea de una
cosa a otra, como la mariposa sobre las flores, tomando un poco de miel aquí y allí, siempre
cambiando los objetos que le rodean, buscando placer, diversión, delicias, por todas partes.
Aquella mente mariposa, decía, está lejos del Yoga.
Así es la mente joven, como él la
consideraba, la mente que es impulsiva bajo el influjo de las emociones, lanzándose por
dondequiera, como si estuviese poseída tan pronto por una idea como por otra, más fija que
la mente mariposa, pero variando siempre de dirección, aunque sujetándose forzosamente
con el tiempo. Ésta, decía él, está lejos del Yoga. Hay, además, el estado en que la mente
llega a estar poseída por una idea, obsesionada si queréis, pero tan amarrada y sujeta a ella,
que nada puede apartar al hombre de seguirla. Ahora bien; si esa idea es un verdadero ideal
dirigido al servicio del hombre, consonante con la ley natural, el poseedor de tal idea está
próximo a entrar en el sendero. No olvidamos que la idea fija puede ser la fija idea del
alienado, pero entonces es un falso ideal, no uno verdadero. Estaría en discordancia con las
leyes de la Naturaleza, no estaría acorde ni en armonía con la ley de evolución, que es la ley
del progreso. Pero estudiando al maniático con su idea fija, podéis aportar alguna luz en lo
que significa lo que llamamos estar un hombre poseído por un ideal. Esto lo veis en los
apasionados, en los héroes, en los mártires.
Cuando un hombre procede como Arnold Von
Winkelried, que se arrojó sobre las lanzas del enemigo, cogió cuantas pudo entre sus brazos
y volvió sus puntas contra su propio pecho para que se abriera una brecha en las filas
contrarias a través de la cual pudiesen pasar sus camaradas cuando él quedara exánime en
el suelo; ese hombre está poseído con la idea de ayudar a su país, y cuando se trata de su
libertad, el amor a la vida, el temor al sufrimiento que influyen en el hombre ordinario, no
tienen poder para cambiarle. Y, así, es un mártir el hombre que muere antes de decir que lo
que él cree es una mentira. No implica para ello que él esté en la verdad o en el error.
Muchos hombres han sido martirizados por lo que ellos creyeron ser cierto, pero que era
erróneo. No importa para esto lo concerniente a la posesión de la verdad.
Cuando un
hombre cree cierta una cosa, de tal manera que le es más fácil morir que negar su verdad, el
hombre merece el título de mártir, y la corona del martirio es un reconocimiento ulterior de
la verdad. Es la actitud del hombre lo que importa. Os expondré otro punto que os
demostrará que no someto a vuestra consideración meramente las cosas con las que yo
estoy del todo conforme.
Una de las cuestiones que en el día se agitan con vehemencia es la
política que se está siguiendo ahora por el partido extremo en el sufragio de la mujer.
Acerca de esta política no es deber mío expresar una opinión, cuando yo no tomo parte en
una cosa, nunca censuro un riesgo que no comparto; pero digo, que no importa que el
pueblo interesado en ello honradamente tenga o no razón.
No importa que tenga éxito o no
tenga. No importa que su juicio sea razonable o loco.
Estas cuestiones no afectan al
carácter, a la vida que se funda en el heroico sacrificio y la fervorosa devoción que está
acarreando mujeres débiles, refinadas y cultas a lo que es un infierno para ellas: el tribunal
policíaco y la prisión. He tomado ese caso, porque en un auditorio se hallan muy diferentes
opiniones respecto de la cordura o insensatez de la acción, y yo quiero mostraros que, desde
el punto de vista oculto, la acción externa es como la cáscara que se rompe y se tira,
encontrándose dentro de la cáscara el fruto de nobleza de carácter, de heroísmo y valor, de
perfección, de propia devoción.
Cuando se encuentran gentes tan poseidas de una idea que
ningún argumento en el mundo basta a separarles de ella, yo os digo, por aquella gran regla
oculta que muchos de nosotros conocemos como verdadera, que ellas se están acercando al
portal del sendero, porque los errores del cerebro pueden ser corregidos rápidamente, casi
en un momento, pero el fundamento de heroísmo, devoción y propio sacrificio, es la obra
de muchas vidas de vigoroso esfuerzo. En ese camino es en el que el ocultismo juzga de
todas estas cosas en el mundo.
La acción externa es la expresión de algún pensamiento
pasado, de alguna pasada emoción: el motivo para la acción es todo lo que interesa. Por
tanto, mirando el mundo a nuestro alrededor, no juzgamos de la dignidad de un hombre por
sus actos, sino por sus pensamientos: por la voluntad, no por la emoción.
Estas son las
cosas que perduran: las acciones pasan rápidamente. Yo no sé si, sin pareceros por un
momento demasiado personal, os diga un incidente de mi vida que, según me dijo madame
Blavatsky, me llevó en la actual vida al portal de la iniciación. El hecho fue un crasísimo
error, una gran equivocación - y lo menciono con el mayor placer, porque fue una
equivocación y no un acto que estuviera sabiamente pensado o sabiamente ejecutado - la
defensa del folleto Kanowlton, apoyando un libelucho miserable, cuyo autor murió antes
que yo naciera, del que nadie podía estar orgulloso, que a nadie podía agradar y que yo
apoyaba solamente porque pensaba en el sufrimiento de los pobres, que habría de
prolongarse hasta que la cuestión de población fuera permitido discutirla. Ya sé que en
estos días hay miles que son de mi misma opinión. Entonces no era así.
Ello significaba una
desgracia en apariencia de ruina social, especialmente para una mujer, y era cual un
absurdo, una cosa que nadie pudo haber hecho, mirado desde el punto de vista del mundo, y
por eso lo menciono. Todo era erróneo, excepto el deseo de aminorar el sufrimiento de los
pobres; pero porque esto era el motivo, porque por causa de los pobres yo dejaba a un lado
todos los valimientos de mujer, me llevó esto al portal de iniciación en esta vida. No podéis
considerar un caso más extremo. Ya veis, pues, por qué digo que la ley oculta juzga del
motivo y no del acto externo en que aquel motivo se materializa en el mundo de los
hombres. Y no fue obstáculo para ello el que uno de mis primeros actos, después de
ingresar en la Sociedad Teosófica, fuese refutar completamente la totalidad de esa teoría,
lógica desde el punto de vista del materialismo, pero imposible desde el punto de mira del
espiritualismo. Esa fue mi clave.
Reconoced, hermanos, por lo tanto, que lo que habéis de
estudiar es vuestro motivo más que vuestro acto. Ejecutad vuestras acciones tan sabiamente
como podáis; usad vuestros mejores pensamientos y vuestros mejores propósitos para
juzgar lo que es justo, antes de hacerlo, pero cuidad de que los ojos que examinan no la cara
externa, sino el corazón del hombre, apliquen un más recto juicio que el juicio del mundo.
Entregaos por completo al servicio de los demás, sin reservas; ayudad donde quiera que sea
posible hacerlo, trabajad donde quiera que veáis para ello la oportunidad; consagraos a
algún gran ideal; seguidlo a través de la niebla o de la luz del sol; proseguid en la tempestad
como en la calma. Y cuando las vidas que habéis dejado atrás, lleguen a florecer en ésta
con tales flores de servicio, de heroísmo, de devoción, entonces, hombres del mundo como
vosotros sois, desconociendo las cosas de que hemos hablado, no sabiendo nada de la
existencia de los Maestros, de las glorias del mundo oculto, estaréis comenzando a dar los
primeros pasos que os llevarán al principio del camino del sendero, el cual inevitablemente
os hará empezar a buscar al Maestro, si bien él os encontrará mucho antes de que
comencéis a buscarlo.
Aunque el buscarle sea necesario en este bajo mundo; aunque el
acuerdo entre el cerebro y el corazón sea aquí necesario y debe ser dirigido a la búsqueda
de aquel cuyo discípulo se desea ser, tened entendido para ayuda vuestra, que el Maestro
está junto a vosotros desde mucho antes que lo buscaseis; que el Maestro está vigilando
mientras estáis todavía observando con vuestros ojos; mientras que pensáis que estáis solos
sirviendo al hombre; mientras que pensáis que estáis solos ayudando a los de abajo, a los
miserables, a los ignorantes, a los que sufren; el más elevado servicio, donde el juicio de los
grandes Seres se formula y es pronunciada Su sentencia, aunque vosotros no la conozcáis:
"Tanto como hiciereis con el más pequeño de estos hermanos míos, lo habréis hecho
conmigo"
ANNIE BESANT
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