Durante el sueño, ese cuerpo astral bien desarrollado, se desliza, como ordinariamente, de su vestidura física, pues no está tan retenido cerca de él como en el caso precedente.
Va a lo lejos en el mundo astral, arrastrado por las corrientes astrales, en tanto que el ser consciente, en el interior del cuerpo, incapaz de dirigir todavía sus movimientos, aunque despierto, se ocupa en gozar sus propias imágenes y actividades mentales.
Puede igualmente recibir a través de su envoltura astral impresiones que transforma enseguida en imágenes mentales.
De esta manera el hombre adquiere conocimientos fuera del cuerpo físico y puede trasmitirlos al cerebro bajo la forma de sueño o de visión.
Y aun cuando los lazos de la memoria cerebral faltaren, los conocimientos adquiridos podrán infiltrarse insensiblemente hasta la conciencia en estado de vigilia.
C) —El cuerpo astral de un hombre espiritualmente desarrollado está compuesto de las partículas más sutiles de cada sub división de materia astral, con preponderancia de las calidades más elevadas.
Ese cuerpo forma, pues, un objeto admirable de luz y de color.
Tonos desconocidos en la tierra nacen en él bajo los impulsos que preceden de la inteligencia purificad.
Las “ruedas de fuego” justifican ahora el nombre que se les da, y su movimiento rotatorio denota la actividad de los sentidos superiores.
Un cuerpo semejante es un vehículo de conciencia en la más amplia acepción de la palabra.
En el curso de la evolución fue vivificado en cada uno de los órganos y dirigido bajo el poder absoluto de su poseedor.
Cuando en esa envoltura, el hombre deja su cuerpo físico, no experimenta la menor solución de continuidad en su estado consciente.
Deja sencillamente su vestido más grueso y se liberta de un gran peso.
Se puede mover en todos los sentidos en los límites de la esfera astral con rapidez increíble, no hallándose por las condicionantes de la vida terrestre.
Su cuerpo responde a su voluntad, refleja su pensamiento y le obedece; sus medios de servicio se centuplican y sus poderes están totalmente guiados por su virtud.
Las ausencias de partículas densas en su cuerpo astral le eximen además de responder a las seducciones de objetos inferiores del deseo.
Semejantes tentaciones no pueden alcanzarle y se separan de él.
Todo el cuerpo vibra solamente para responder a las más elevadas emociones; el amor se derrama en abnegación y la energía se yugula por la paciencia.
Dulce, tranquilo, sereno, lleno de fuerza, pero sin agitación alguna, tal es el hombre a quién “todos los siddhis están prontos a servir” (I) (Aquí predomina la guna sáttvica, la cualidad de armonía, felicidad y pureza. Los siddhis son los poderes hiperfísicos.)
El cuerpo astral es un puente tendido sobre el abismo que separa la conciencia humana del cerebro físico.
Los impulsos recibidos por los órganos sensoriales y trasmitidos, como se ha visto, a los centros densos y etéreos, pasan enseguida a los centros astrales correspondientes.
Una vez allí, los elabora la esencia elemental y los transforma en sensaciones, para presentarle finalmente al hombre interior, como objetos de su conciencia, las vibraciones correspondientes suscitadas por las vibraciones astrales en la materia del cuerpo mental.
Por medio de estas sucesivas gradaciones del espíritu—materia, de sutilidad creciente, pueden transmitirse al ser consciente los groseros contactos de los objetos terrestres.
Del mismo modo, las vibraciones determinadas por su pensamiento pueden pasar por el mismo puente hasta el cerebro físico para suscitar en él vibraciones físicas correspondientes a las vibraciones mentales.
Tal es la normal y regular manera cómo la conciencia recibe las impresiones del exterior y las devuelve a su vez al exterior.
En esa transmisión y paso de vibraciones en uno y otro sentido consiste principalmente la evolución del cuerpo astral.
Esa doble corriente obra sobre él a un tiempo en lo interior y exterior, determina su organización y auxilia su general crecimiento.
A medida que el cuerpo astral se desarrolla, se afina su contextura, su forma exterior gana nitidez y se completa su organización interna.
Impelido a responder a la conciencia con perfección creciente, gradualmente se hace apto para servirle de vehículo separado y trasmitirle con precisión las vibraciones recibidas directamente del mundo astral.
La mayoría de los lectores tendrán, sin duda, alguna experiencia de esas impresiones que proceden de fuente externa sin que puedan atribuirse a contacto físico, y que no tardan en confirmarse por algún hecho material.
Así el cuerpo astral siente a menudo las impresiones directamente y las trasmite a la conciencia, mostrándose muchas veces bajo forma de previsiones comprobadas a no tardar.
Cuando el hombre está avanzado el grado varía según los individuos por una serie de consideraciones que no son de este lugar) se establecen comunicaciones entre el cuerpo físico y el astral, y entre éste y el mental.
La conciencia pasa entonces sin interrupción de un estado a otro, y el recuerdo no presenta esas lagunas que, en el hombre ordinario, interponen una fase de inconsciencia al paso de un plano a otro.
El hombre puede además ejercer libremente sus sentidos astrales mientras su conciencia funciona en el cuerpo físico.
Las más amplias vías de información, abiertas por los sentidos hiperfísicos, vienen a ser peculio de su conciencia en estado vigilia.
Los objetos que fueron antes para él materia de fe, se convierten en materia de conocimiento, y puede comprobar personalmente la exactitud de gran parte de las enseñanzas teosóficas respecto de las regiones inferiores del mundo invisible.
.................................................
Cuando se divide el hombre en “principios”, es decir, en maneras de manifestarse la vida, los cuatro inferiores, designados con el nombre de “cuaternario inferior”, se consideran funcionantes en los planos astral y físico.
El cuarto principio es entonces Kama, el deseo, es decir, la vida en función en el cuerpo astral y condicionada por él.
Semejante principio está caracterizado por el atributo de la sensibilidad, que se manifiesta bajo la forma rudimentaria de sensación, o bajo la más compleja de la emoción o cualquiera otra manera mediadora.
Todo esto se resume en la palabra “deseo”; es decir, lo atraído o rechazado por los objetos según proporcionen gusto o disgusto al “yo” personal.
El tercer principio es Prana, la vida especializada para el mantenimiento del organismo físico.
El segundo principio es el doble etéreo, y el primero el cuerpo denso.
Estos tres principios actúan en el plano físico.
En clasificaciones ulteriores H. P. Blavatsky descarto de la lista de los principios prana y el cuerpo físico denso: prana, por ser la vida universal, y el cuerpo físico denso por no ser sino el complemento del cuerpo etéreo, formado de materiales siempre cambiantes insertos en la matriz etérica.
Adoptando esta manera de ser, llegamos a la grandiosa concepción filosófica de la Vida Una, del Yo Único, manifestado como Hombre, con aspectos diversos y transitorios según las condiciones que le imponen las formas vivificadas.
La vida misma permanece idéntica en el centro, pero se muestra bajo apariencias diferentes, cuando se la mira desde fuera, según el género de materia que contiene uno u otro cuerpo.
En el cuerpo físico, es Prana, que vitaliza, rige y coordina; y en el astral es Kama, que siente, goza y sufre.
La encontraremos todavía bajo otros aspectos al pasar a los planos más elevados; pero la idea fundamental es siempre la misma, y también una de las ideas raíces de la Teosofía, una de esas ideas que, claramente fijadas, sirven de hilo conductor a través del intrincado laberinto de nuestro mundo.
ANNIE BESANT
No hay comentarios.:
Publicar un comentario