Los ejemplos relatados son bastante conocidos y quienquiera puede leerlos en los libros
en que se publicaron y particularmente en el del Dr. Lee titulado: Más vislumbres del
Mundo invisible; pero los que ahora voy a referir no son del dominio público ni se han
editado antes de ahora, habiéndome sucedido uno de los casos a mí mismo y el otro a un
querido compañero en creencias y eminente miembro de la Sociedad Teosófica, cuyo
escrupuloso espíritu de observación desvanece la más ligera sombra de duda. El caso que personalmente me atañe es muy sencillo, aunque no de poca monta para mí,
puesto que en él salvé la vida. En noche de borrasca iba yo por una de las calles
adyacentes a Westbourne Grove, forcejeando por mantener abierto el paraguas contra
las violentas ráfagas de viento que a cada instante amenazaban arrebatármelo de las
manos, sin que este esfuerzo físico me distrajera de pensar en los pormenores de un
trabajo literario que ya tenía comenzado.
De pronto sobrecogióme el sonido de una voz muy conocida, la de un maestro in do que
gritó a mi oído: «Retrocede». Rápido como el pensamiento, obedeciendo casi
maquinalmente al aviso, me eché hacia atrás, y con la violencia del movimiento se me
escapó el paraguas, al mismo tiempo que cuatro pasos más allá del sitio en que estaba,
es decir, en el mismo punto por donde yo hubiera pasado en aquel instante de no
advertirme la voz, se estrellaba contra el pavimento de la calle un enorme sombrerete de
chimenea. El mucho peso de este artefacto y la velocidad propia de su caída, bastaran
seguramente a dejarme en el sitio si de tan prodigioso modo no me advierte del peligro
la voz del maestro. Por la calle no pasaba nadie, y el indo cuya conocida voz había oído,
estaba a siete mil millas de distancia por lo que atañe al cuerpo físico.
No fue esta la única ocasión en que recibí supranormal auxilio. En mis mocedades,
mucho antes de fundarse la Sociedad Teosófica, la aparición de una persona amada y
recientemente fallecida, me impidió cometer un acto que ahora considero delictuoso y
que entonces me parecía no sólo justo, sino loable y necesario.
En fecha más reciente, pero anterior también a la fundación de la Sociedad Teosófica,
una advertencia recibida de elevadas esferas en muy emocionantes circunstancias, me
incitó a aconsejar a un amigo que no siguiera por el camino emprendido, cuyo término,
según ahora veo, hubiera sido desastroso, aunque entonces no tenía yo motivo racional
para ni siquiera suponerlo.
Véase, pues, cómo apoyo en no escaso caudal de experiencia propia mi firmísima fe en
la existencia de protectores invisibles, aun prescindiendo de cuanto sé respecto al
auxilio que continuamente están prestando en nuestros días.
El otro caso es mucho más sorprendente.
Una de nuestras consocias, que me permite
relatar el sucedido bajo condición de no citar su nombre, hallóse cierta vez en serio
peligro. Por circunstancias que es ocioso referir, vióse envuelta en una refriega callejera
y acometida por varios hombres con intención de derribarla al suelo, de modo que
parecía completamente imposible escapar con vida del lance. Súbitamente experimentó
una extraña sensación, como si la arrebatasen de entre la contienda, y hallóse
completamente sola y salva en una callejuela paralela a la en donde ocurría el disturbio,
cuyo rumor escuchaba distintamente.
Absorta en el pensamiento de lo que le había
sucedido estaba la señora, cuando irrumpieron en la callejuela dos o tres hombres
escapados de la pelea, quienes, al verla, demostraron gran asombro y mucho placer,
diciendo que, al notar la desaparición de la valerosa dama de en medio de la refriega,
creyeron que verdaderamente la habían derribado al suelo.
No pudo la señora tener ulterior explicación del suceso y regresó confusa a su casa; pero
al referírselo algún tiempo más tarde a la señora Blavatsky le dijo ésta que un Maestro
habría enviado adrede a alguien para protegerla, en consideración a que por su karma
estaba destinada a librarse de aquel peligro y emplear su vida en obras meritorias.
De todos modos, el caso es realmente extraordinario, no sólo por el gran poder ejercido,
sino por la prodigiosa manera de ejercerlo. No es difícil suponer el modus operandi.
La
señora hubo de ser levantada en vilo por encima de las casas y colocada
instantáneamente de pie sobre el pavimiento de la calle paralela; pero como su cuerpo
físico no fue visible durante el transporte aéreo, es de suponer que lo cubriera un velo de materia etérea. Podrá objetarse que lo que oculta un cuerpo físico ha de ser también
substancia física y por lo tanto visible; pero a esto replicaremos diciendo que, por un
procedimiento muy familiar a los estudiantes de ocultismo, es posible desviar
curvilineamente los rayos de luz (que, según las leyes hasta hoy conocidas por la
ciencia, solo se emiten en línea recta, excepto cuando se refractan), de modo que
después de pasar alrededor de un objeto, vuelvan a proseguir exactamente su
primitiva dirección. De esto se infiere que, en semejantes condiciones, será un objeto
absolutamente invisible para la mirada física hasta que los rayos lumínicos se restituyan
a su normal trayectoria.
Estoy completamente convencido de que bastará esta sola
hipótesis para que los actuales hombres de ciencia diputen por absurda mi esplicación;
pero yo me limito a exponer una posibilidad natural que sin duda descubrirá la ciencia
del porvenir, y quienes no sean estudiantes de ocultismo deben esperar hasta entonces la
corroboración de mi teoría.
Como he dicho, el procedimiento será de fácil comprensión para quienes conozcan una
mínima parte de las ocultas fuerzas de la naturaleza; pero el hecho es eminentemente
dramático, y si me fuera lícito publicar el nombre de la protagonista, tendrían los
lectores una fianza cierta de veracidad.
Sin embargo, estos casos referentes a lo que comúnmente se llama mediación angélica,
solo dan incompleta muestra de la actividad de nuestros protectores invisibles.
Pero
antes de considerar otras actualizaciones de su labor interventora, conviene que
tengamos exacta idea de los diversos órdenes de entidades a que pueden pertenecer
estos protectores.
Charles Webster Leadbeater
No hay comentarios.:
Publicar un comentario