TERCERA CONFERENCIA
ESTA noche ampliaré la idea fundamental y el concepto de la unidad consciente o
inteligente, desarrollada parcialmente en la conferencia anterior. Se ha dicho que toda
evolución procede de lo homogéneo, pasa por lo heterogéneo y retorna a lo homogéneo, y
se ha puntualizado que:
"La evolución es una continua marcha acelerada de todas las partículas del universo,
llevadas simultáneamente por un camino de destrucción, pero en forma ininterrumpida y sin
pausa, desde el átomo material hasta la conciencia universal, donde se conocen la
omnipotencia y la omnisciencia, en otras palabras, el. pleno conocimiento de lo Absoluto
de Dios.
"
La evolución procede desde esas diminutas diversificaciones llamadas átomos y moléculas;
asciende hasta sus conglomerados al constituirse en formas, y sigue a través de la
construcción de esas formas a otras mayores, hasta formar el sistema solar en su totalidad.
Todo prosigue de acuerdo a la ley, y las mismas leyes básicas rigen la evolución del átomo
y de un sistema solar. El macrocosmos se repite en el hombre, el microcosmos, y éste a su
vez se refleja en los átomos menores.
Estas observaciones y la conferencia anterior conciernen principalmente a la manifestación
material de un sistema solar, pero en posteriores conferencias pondré el énfasis
principalmente en lo que podría llamarse evolución síquica, o gradual manifestación y
desenvolvimiento evolutivo de la subjetiva inteligencia o conciencia, que se halla detrás de
la manifestación objetiva.
Dividiremos esta conferencia en cuatro partes. Primero, veremos el proceso evolutivo, que
en este caso particular es la evolución de la forma o del grupo; después el método para el
desarrollo grupal; seguirá el estudio de las etapas que deben recorrerse durante el ciclo de
evolución, y, finalmente, trataremos de ser prácticos y extraer de nuestras conclusiones
alguna lección aplicable a la vida diaria,
Ante todo conviene considerar parcialmente lo que en realidad es la forma. El diccionario la
define diciendo que "es la configuración externa de un cuerpo". Esta definición subraya lo
externo, lo tangible y la manifestación exotérica. El mismo concepto subyace en el
significado etimológico de la palabra manifestación, que deriva de dos palabras latinas:
manus, mano, y fendere, tocar, esto es, tocar con la mano. Este significado sugiere una triple idea, en el sentido de que se puede sentir, tocar y comprender como algo tangible. Sin
embargo, en ambas interpretaciones se prescinde de la parte más vital del concepto, por lo
cual debernos buscar una definición más adecuada. A mi entender, Plutarco expresa con
mucha más claridad que los diccionarios, la idea de la manifestación de lo subjetivo
mediante la forma objetiva, cuando dice:
"Una idea es un ser incorpóreo que no tiene subsistencia propia, pero da forma y figura a la
informe materia, y es la causa de la manifestación."
Tenemos aquí una interesante frase de verdadero significado esotérico, y compensará el
cuidadoso estudio y consideración que de ella se haga, pues contiene un concepto aplicable
no sólo a una pequeña manifestación, el átomo químico y el físico, sino a todas las formas
que éstos constituyen, incluyendo la manifestación del ser humano y la deidad de un
sistema solar, la excelsa Vida, la omniabarcante Mente universal, el vibrante Centro de
energía, la incluyente Conciencia denominada Dios, Fuerza o Logos, esa Existencia que se
manifiesta por medio del sistema solar.
En la Biblia cristiana el mismo pensamiento está corroborado por San Pablo en una carta a
la Iglesia de Efesios. En el segundo capítulo de la epístola a los Efesios, dice:
"Porque somos a hechura suya" . Pero la exacta traducción del griego es: "Somos su poema
o idea". El pensamiento del apóstol es que por medio de cada vida humana o del conjunto
de vidas que constituyen un sistema solar, Dios, mediante la forma, cualquiera sea, está
llevando a cabo una idea, un concepto específico, un detallado poema. El hombre es un
pensamiento corporificado, y tal es el concepto latente en la definición de Plutarco.
Tenemos en ella, primero, la idea de una entidad autoconsciente, después, el pensamiento o
propósito que dicha entidad trata de expresar y, finalmente, el cuerpo o forma, resultado
secuencial.
Al hablar de la Deidad, el Nuevo Testamento emplea con frecuencia la palabra Logos.
El
término Logos, traducido como el Verbo, se utiliza frecuentemente en el Nuevo Testamento
al referirse a la Deidad. El pasaje más notable en este punto es el primer capítulo del
Evangelio de San Juan, que dice: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y
el Verbo era Dios". Consideraremos brevemente el significado de esta expresión. La
traducción literal es "el Verbo", y ha sido definido como "la expresión objetiva de un
pensamiento oculto". Si tomamos cualquier sustantivo o palabra similar, por ejemplo, y
estudiamos su significación objetiva, descubriremos que siempre expresa a la mente un
definido pensamiento, involucrando propósito, intención o quizás algún concepto abstracto.
Si empleamos ese mismo método incluyendo la idea de la Deidad o del Logos, se
esclarecerá el abstruso tema de la manifestación de Dios o Inteligencia central, mediante la
forma material, sea que Lo veamos manifestándose en la minúscula forma de un átomo
químico o en Su gigantesco cuerpo físico denominado sistema solar.
En la conferencia anterior vimos algo que puede aplicarse a todos los átomos y constituye
cierta notable característica que los científicos de todas partes van reconociendo. Se ha
demostrado que los átomos poseen vestigios de mente y una rudimentaria inteligencia. El
átomo demuestra poseer la facultad de discernir y el poder de seleccionar, la capacidad de
atraer o repeler. Podrá parecer extraño el empleo de la palabra inteligencia con relación a
un átomo químico, no obstante, la etimología de la palabra incluye perfectamente esta idea.
Deriva de dos palabras latinas: inter, entre, y legere, elegir. Por lo tanto, la inteligencia es la facultad de pensar o elegir,
seleccionar y discernir. En realidad es ese algo abstracto e inexplicable que reside detrás de
la gran ley de atracción y repulsión, una de las leyes básicas de la manifestación.
Esta
fundamental facultad de la inteligencia caracteriza a toda la materia atómica y rige también
la construcción de las formas o conglomeración de átomos.
Anteriormente nos ocupamos del átomo en sí, pero no lo consideramos cuando interviene
en la construcción de la forma o de esa totalidad de formas denominadas reino de la
naturaleza. Consideramos también parcialmente la naturaleza esencial del átomo y su
incipiente característica de inteligencia y destacamos aquello con lo cual están construidas
las distintas formas tal como las conocemos -las del reino mineral, vegetal, animal y
humano. En la totalidad de las formas tenemos toda la naturaleza, tal como generalmente se
comprende.
Ampliemos la idea, desde las formas individuales que constituyen cada uno de los cuatro
reinos de la naturaleza, y considerémosla proporcionando esa forma aún mayor denominada
reino y observemos a éste como una unidad consciente, formando un todo homogéneo. Así
cada reino de la naturaleza puede considerarse como una forma a través de la cual puede
manifestarse determinado tipo o grado de conciencia. También así, el conglomerado de
formas animales constituye esa forma mayor o reino animal, que a su vez ocupa un lugar en
un cuerpo aún mayor. Por medio de ese reino procura expresarse una vida consciente, y por
el conglomerado de reinos trata de manifestarse una Vida subjetiva mayor.
En los cuatro reinos mineral, vegetal, animal y humano, tenemos tres factores, siempre que,
lógicamente, la base de nuestro razonamiento sea correcta: primero, el átomo original es
una vida; segundo, las formas están construidas por una multiplicidad de vidas, y
proporcionan un coherente conjunto, a través del cual una entidad subjetiva lleva a cabo un
propósito; tercero, la vida central dentro de la forma constituye su impulso directriz, la
fuente de su energía, el origen de su actividad y lo que mantiene unida la forma como una
unidad.
Esta idea puede aplicarse al hombre, y para los propósitos de esta conferencia podemos
definirlo como esa energía central, vida o inteligencia, que actúa por medio de una
manifestación material, o forma construida por miríadas de vidas menores. Sobre el
particular diré que en el momento de la muerte se ha observado frecuentemente un extraño
fenómeno. Hace algunos años me llamó la atención sobre esto, una de las más hábiles
enfermeras quirúrgicas de la India, que durante mucho tiempo fue atea, pero había
comenzado a dudar de su incredulidad después de haber sido testigo de ese fenómeno
repetidas veces. Me explicó que en el momento de la muerte, en diversos casos, había visto
surgir de la cima de la cabeza un destello de luz, y que en un caso particular, al morir una
joven de evidente avanzado desarrollo espiritual, de gran pureza y santidad de vida, quedó
el aposento iluminado momentáneamente como por una luz eléctrica.
Además, hace poco,
en una de nuestras populosas ciudades meridionales, varias eminencias médicas recibieron
una carta, donde un investigador preguntaba si habían observado algún fenómeno particular
en el momento de la muerte. Algunas respondieron haber visto una luz azulada surgiendo
de la cima de la cabeza del moribundo, y una o dos afirmaron que habían oído un chasquido
en la cabeza. Este último caso está corroborado por el Eclesiastes, donde se menciona la
rotura del cordón plateado, o de ese vínculo magnético que une la entidad que mora internamente,
o el pensador a su vehículo de expresión. En los dos casos mencionados, se advierte
una demostración visual del retiro de la luz central o vida, y la consiguiente desintegración de la forma y dispersión de las miríadas de vidas menores.
A algunos les parece una hipótesis lógica, que así como el átomo químico es una
infinitesimal forma o esfera, con un núcleo positivo, que mantiene girando a su alrededor
los electrones negativos, también las formas de los reinos de la naturaleza son de análoga
estructura, y sólo difieren en grado de conciencia o inteligencia. Por lo tanto, podemos
considerar a los reinos como la expresión física de una gran vida subjetiva, y por lógicos
pasos llegar a reconocer que cada unidad de la familia humana es un átomo en el cuerpo de
esa Vida o Entidad superior, llamada en algunas Escrituras, el Hombre celestial.
Llegamos finalmente al concepto de que el sistema solar es sólo un conglomerado de los
reinos de las formas y el Cuerpo de un Ser que Se expresa por su intermedio y lo utiliza
para llevar a cabo un definido propósito y una idea central.
En todas estas ampliaciones de
nuestra hipótesis final vemos la misma triplicidad; una Vida o Entidad animadora que se
manifiesta por medio de una forma o una multiplicidad de formas y denota inteligencia
discriminadora.
No es posible ocuparnos del método de la construcción de formas ni ampliar el estudio del
proceso evolutivo por cuyo medio los átomos se combinan en formas, y las formas se
agrupan formando esa unidad mayor que llamamos reino de la naturaleza.
Dicho método
podría resumirse en tres términos: involución, o sea circundar de materia la vida subjetiva,
método por el cual la Entidad inmanente se posesiona de su vehículo de expresión;
evolución, o utilización de la forma por la vida subjetiva, su gradual perfeccionamiento y la
final liberación de la vida aprisionada; la ley de atracción y repulsión, por la cual se
coordinan el espíritu y la materia, la vida Central adquiere experiencia, expande su
conciencia y por el empleo de esa particular forma logra el conocimiento y el control de si
misma. Todo se efectúa de acuerdo a esta ley básica. En cada forma existe una vida central
o idea, que viene a la manifestación, revistiéndose cada vez más de sustancia, adoptando
una forma o configuración adecuada a su necesidad y requerimiento, utilizándola como
medio de expresión y, con el tiempo, liberándose de la forma circundante, a fin de adquirir
otra más adecuada a su necesidad. Así, a través de todo tipo de forma, progresa el espíritu o
vida, hasta que el sendero de retorno haya sido recorrido, llegando al punto de origen. Tal
es el significado de la evolución y el secreto de la encarnación cósmica. Eventualmente el
espíritu se zafa de la forma, logra la liberación y desarrolla una cualidad síquica y graduada
expansión de conciencia.
Consideremos brevemente estas etapas. Tenemos en el primer
caso el proceso de involución. En este período se limita la vida dentro de la forma o
envoltura, y este lento y prolongado proceso abarca millones y millones de años. En este
gran ciclo participa todo tipo de vida. Concierne a la vida del Logos solar, manifestándose
por medio de un sistema solar. Es parte del ciclo de vida del Espíritu planetario,
manifestándose por medio de una esfera como nuestro planeta Tierra; incluye esa vida
denominada humana, y atrae hacia el camino de su energía a esa diminuta vida que actúa
por medio del átomo químico. Es el gran proceso del devenir, que hace posible la existencia
y el ser. Después de este período de limitación, de gradual y creciente aprisionamiento y de
descenso más profundo en la materia, le sigue otro de adaptación, donde la vida y la forma
se interrelacionan íntimamente; después viene el período en que se perfecciona esa relación
interna. Entonces la forma está adecuada a las necesidades de la vida y puede ser utilizada.
A medida que la vida interna se desarrolla y amplia, se va cristalizando paralelamente la
forma, y ya no es apropiada como medio de expresión. Después del período de
cristalización tenemos el de desintegración. La limitación, adaptación, utilización,
cristalización y desintegración, constituyen las etapas que abarca la vida de una entidad o idea corporificada, de grado superior o inferior, que trata de expresarse por medio de la
materia.
Apliquemos este pensamiento al ser humano. Al tomar forma física es donde se ve el
proceso de limitación, y también en los primeros días de rebeldía, cuando el hombre henchido
de deseos, aspiraciones, ansiedades e ideales, es incapaz de expresarlos o
satisfacerlos. Llega después la etapa de adaptación, cuando el hombre comienza a utilizar lo
que posee y a expresarse como mejor puede, por medio de las miríadas de vidas e
inteligencias menores que constituyen sus cuerpos, físicos, emocional y mental. Energetiza
su triple forma, obligándola a obedecer sus mandatos y a cumplir sus propósitos; así lleva a
cabo su plan, para bien o para mal. A esta etapa le sigue aquella en que utiliza la forma
hasta donde es capaz, llegando a lo que denominamos madurez.
Finalmente, en las etapas
posteriores de la vida llega la cristalización de la forma, y el hombre reconoce lo inadecuado
de la misma, entonces sobreviene la feliz liberación llamada muerte, ese solemne
momento en que el "aprisionado espíritu" escapa de los muros de su forma física. Nuestras
ideas sobre la muerte han sido erróneas. Hemos considerado a la muerte como terrible final,
pero en realidad es la gran evasión, la entrada en una más plena actividad, y la liberación de
la vida desde el vehículo cristalizado y la forma inadecuada.
Ideas análogas pueden aplicarse a todas las formas, no sólo a la del cuerpo físico humano; a
formas de gobierno, de religión, de ciencia y de filosofía, y su actuación en forma peculiar e
interesante puede verse en este ciclo en que vivimos. Todo se halla en estado de flujo.
Cambia el antiguo orden y está en marcha un período de transición; en toda corriente de
pensamiento se desintegran las viejas formas, pero únicamente para que la vida que les dio
el ser, pueda liberarse y construir para silo que será más satisfactorio y adecuado.
Tomemos, por ejemplo, la vieja forma religiosa de la fe cristiana; quisiera que no me
interpreten mal, porque no trato de demostrar que es inadecuado el espíritu del cristianismo
ni que sean erróneas sus bien comprobadas y experimentadas verdades; Tan sólo trato de
señalar que la forma por cuyo intermedio trató de expresarse ese espíritu, ha servido su
propósito y constituye una limitación.
Las mismas grandes verdades y las mismas ideas
fundamentales requieren un vehículo más adecuado a través del cual actuar. Los pensadores
cristianos en esta época, deben diferenciar cuidadosamente entre las vitales verdades del
cristianismo y la cristalizada forma teológica. El impulso viviente fue dado por Cristo.
Enunció esas grandes y eternas verdades y las envió para adquirir forma y satisfacer la
necesidad de un sufriente mundo. Fueron limitadas por la forma, y sobrevino un largo
período en que esa forma (dogmas y doctrinas religiosas) creció gradualmente y se configuró.
Transcurrieron siglos durante los cuales la forma y la vida parecieron estar
mutuamente adaptadas, y los ideales cristianos se expresaron por medio de dicha forma.
Ahora ha llegado el período de cristalización, y la conciencia cristiana en expansión halla
inadecuadas y restrictivas las limitaciones de los teólogos. La gran trama de dogmas y
doctrinas erigida por los eclesiásticos y teólogos de las edades, debe inevitablemente
desintegrarse, pero sólo con el fin de liberar la vida interna y construir un mejor y más
satisfactorio medio de expresión y así estar a la altura de la misión para la cual se la envió.
Lo mismo se observa en las distintas escuelas de pensamiento.
Todas expresan una idea
mediante una particular forma o conjunto de formas, y debe recordarse que la triple vida
detrás de cada forma es una, aunque los vehículos de expresión sean diversos y resulten
inadecuados en el transcurso del tiempo. Entonces ¿qué propósito subyace en este interminable proceso de la construcción de formas
y en esta combinación de formas menores? ¿Cuál es la razón de todo ello y cuál su
finalidad? Con seguridad debe ser el desarrollo de cualidades, la expansión de la
conciencia, el desenvolvimiento de la comprensión la obtención de los poderes de la siquis
o alma, la evolución de la inteligencia, la demostración gradual de la idea básica o
propósito que esa gran Entidad llamada Logos o Dios, está llevando a cabo por medio del
sistema solar. Es la demostración de Su calidad psíquica, porque Dios es Amor inteligente,
y cumple su determinado propósito, porque Dios es Voluntad inteligente y amorosa.
Para cada uno de los diferentes tipos y grados de átomos existe un propósito y una
finalidad.
Hay una meta para el átomo químico, hay una etapa de realización para el átomo
humano, el hombre; algún día el átomo planetario manifestará su propósito fundamental y,
eventualmente, se revelará la gran Idea que subyace detrás del sistema solar. ¿Sería posible
en breves momentos de estudio adquirir un sólido concepto de lo que puede ser este
propósito? Quizá tengamos una idea amplia y general si abordamos el tema con suficiente
reverencia y sensible perspectiva, teniendo en cuenta que únicamente es dogmatizada por el
ignorante y que sólo el imprudente se ocupa detalladamente al considerar estos estupendos
tópicos.
Hemos visto ya que el átomo químico, por ejemplo, denota inteligencia, vestigios de una
mente discernidora y de una rudimentaria capacidad selectiva. Así la diminuta vida dentro
de la forma atómica manifiesta cualidad psíquica. El átomo entra en la construcción de las
diferentes formas en distintas épocas y etapas, y cada vez adquiere algo de acuerdo a la
fuerza y vida de la entidad que anima esa forma y mantiene su homogeneidad. Tomemos,
por ejemplo, el átomo que se utiliza en la construcción de una forma del reino mineral; no
sólo demuestra mente discernidora y selectiva, sino también elasticidad. En el reino vegetal
aparecen estas dos cualidades y además una tercera, podría denominársela sensación
rudimentaria. La inteligencia inicial del átomo adquiere algo durante la transición de una
forma a otra y de un reino a otro. Acrecienta su respuesta al contacto y su percepción
general.
Cuando tratemos de la evolución de la conciencia consideraremos más ampliamente
este punto; pero ahora me limito a demostrar que las formas del reino vegetal construidas
por átomos, no sólo denotan discernidora inteligencia y elasticidad, sino también capacidad
de sensación, o de lo que en el reino vegetal corresponde a la emoción o sentimiento, pues
la emoción es amor rudimentario. Sigue luego el reino animal, donde las formas animales,
no sólo demuestran las cualidades mencionadas, sino el instinto, o lo que algún día
florecerá como mentalidad. Finalmente llegamos al ser humano, que muestra todas estas
cualidades en un grado superior, pues el cuarto reino es el macrocosmos de los tres reinos
inferiores. El hombre demuestra actividad inteligente, es capaz de sentir emoción y amor y
ha agregado otro factor, la voluntad inteligente. Es la deidad de su propio y pequeño
sistema. Y no sólo es consciente sino autoconsciente.
Construye su propio cuerpo de
manifestación, como lo construye el Logos, aunque en menor escala. Rige su sistema por la
ley de atracción y repulsión, lo mismo que el Logos, y energetiza y sintetiza su triple
naturaleza en una coherente unidad. Es el tres en uno y el uno en tres, lo mismo que el
Logos.
Todo átomo tiene su porvenir en el sistema solar. El átomo ultérrimo tiene ante sí una
grandiosa meta, y a medida que transcurren los eones, la vida que lo anima pasará por los
sucesivos reinos de la naturaleza, hasta llegar a su meta en el reino humano. Ampliando la idea podemos considerar esa excelsa Entidad vida animadora del planeta, que
contiene en Su conciencia todos los reinos de la naturaleza. ¿No sería posible que su
Inteligencia, animadora de todo grupo y reino, fuera la meta para el hombre, el átomo
humano? Quizás con el correr del tiempo, su actual conocimiento pueda ser también el
nuestro, y para Él y todas esas grandes Vidas que animan a los planetas del sistema solar,
constituya la adquisición de esa grandiosa amplitud de conciencia que caracteriza a esa
excelsa Existencia que es la vida animadora del sistema solar.
Quizá sea verdad que entre
los diversos grados de conciencia que se extienden desde el átomo químico y físico hasta el
Logos del sistema solar, no haya separaciones ni bruscas transiciones, pero siempre hay una
gradual expansión y evolución de una forma de manifestación inteligente a otra, y siempre
la vida dentro de la forma adquiere cualidad por medio de la experiencia.
Cuando hayamos arraigado esta idea en nuestra conciencia, cuando resulte evidente que
existe un propósito y orientación que subyace en todo, cuando nos demos cuenta que nada
ocurre que no sea resultado de la consciente voluntad de alguna entidad, y que todo lo que
sucede tiene un definido objetivo y meta, entonces tendremos la clave de nosotros mismos
y de todo lo que vemos suceder a nuestro alrededor en el mundo.
Por ejemplo, si
comprendemos que debemos construir y cuidar el cuerpo físico, que controlamos nuestra
naturaleza emocional y somos responsables de desarrollar nuestra mente; si comprendemos
que somos factores energetizadores de nuestro cuerpo, y que al retirarnos de él se
desintegra y desmorona, quizá entonces tengamos la clave de lo que puede estar haciendo la
Vida animadora del planeta al actuar por medio de todo tipo de forma (continentes,
civilizaciones, religiones y organizaciones) en el mundo, entonces quizás tengamos la clave
de lo que ha sucedido en la Luna, que es hoy una forma en desintegración, lo que está
sucediendo en el sistema solar, y lo que sucederá en él, cuando el Logos retire lo que para
Él sólo es una manifestación temporaria.
Apliquemos prácticamente estas ideas. En la actualidad atravesamos un período donde
todas las corrientes de pensamiento se desintegran; la vida religiosa de los pueblos ya no es
lo que era, y los dogmas y doctrinas de todo tipo caen bajo el escalpelo de la crítica.
Muchas formas antiguas del pensamiento científico se desintegran, y se conmueven los cimientos
de las antiguas filosofías. El destino nos ha deparado uno de los períodos más
difíciles de la historia mundial, caracterizado por el derrumbe de las naciones, la ruptura de
antiguas relaciones y vínculos y la evidentemente inminente dislocación de la civilización.
Sería un estimulo recordar que todo esto ocurre porque la vida de esas formas es tan
pujante, que las considera una prisión y limitación; debe tenerse presente que este período
de transición entraña la mayor promesa que jamás conociera el mundo. No hay lugar para el
pesimismo ni la desesperación, sino para el máximo optimismo.
Muchos se contrarían y
afligen al ver sacudirse los cimientos, ante la amenaza de derrumbarse las tan
cuidadosamente erigidas y profundamente queridas estructuras del pensamiento, creencias
religiosas y los conceptos filosóficos; no obstante, sentimos ansiedad porque la forma nos
ha absorbido demasiado y también porque nos ocupamos en demasía de nuestra prisión, y
si sobreviene la desintegración, es sólo para que la vida construya para sí nuevas formas y
pueda evolucionar. Tanto la tarea del destructor como la del constructor constituyen el
trabajo de Dios, y el gran dios de la destrucción debe aplastar y destruir formas, a fin de
facilitar el trabajo del constructor para que el espíritu pueda expresarse más adecuadamente.
A muchos les parecerán novelescas, fantásticas e insostenibles estas ideas, y aunque sólo
sean hipótesis pueden ser interesantes y darnos la clave del misterio. Vemos la destrucción
de la civilización, vemos tambalearse la trama religiosa, las filosofías vapuleadas y sacudidos los cimientos de la ciencia materialista. Pero, después de todo, ¿qué son las
civilizaciones?, ¿qué las religiones?, ¿qué las grandes razas? Sencillamente las formas en
que se manifiesta esa grande y triple Vida central que anima nuestro planeta y trata de
expresarse. Así como nosotros nos expresamos por medio de la naturaleza física, emocional
y mental, así Él se manifiesta por medio de los reinos de la naturaleza, de las naciones,
razas, religiones, ciencias y filosofías, existentes hoy. Cuando Su vida palpita en cada
sector de Su ser, nosotros, como átomos y células de esa gran manifestación, pasamos etapa
tras etapa por cada transición.
Al transcurrir el tiempo y al ampliar nuestra conciencia,
adquirimos mayor conocimiento de Su plan, tal como Lo lleva a cabo, pudiendo
eventualmente colaborarse con Él en Su propósito esencial.
Resumiendo el pensamiento central de esta conferencia, tratemos de reconocer que no
existe tal cosa como materia inorgánica, que cada átomo es una vida, que todas las formas
son vivientes y que cada una de ellas es la expresión de una entidad inmanente.
Comprendamos que esto también atañe al conglomerado de formas. He aquí la clave de
nosotros mismos y quizás la clave del enigma del sistema solar.
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