lunes, 15 de octubre de 2018

EL COSMOS



CREACIÓN, NO; EVOLUCIÓN, SI 

 No creemos en la creación, sino en las apariciones periódicas y consecutivas del Universo, desde el plano subjetivo del ser a lo objetivo, en intervalos regulares de tiempo, cubriendo períodos de inmensa duración… Ahora bien; imaginaos, si podéis, en vez de un año solar de trescientos sesenta y cinco días, la ETERNIDAD; que el Sol representa al universo, y los días y noches polares de seis meses son días y noches que duran ciento ochenta y dos trillones o cuatrillones de años en vez de ciento ochenta y dos días cada uno. Así como sale el Sol cada mañana de su espacio subjetivo (para nosotros) y antipódico en nuestro horizonte objetivo, del mismo modo surge periódicamente el Universo en el plano de la objetividad, procediendo del de la subjetividad ~ los antípodas del primero ~. Tal es el “Ciclo de Vida”; y de igual modo que desaparece de nuestro horizonte el Sol, desaparece en períodos regulares el Universo cuando comienza la “noche universal”. Los indios llaman a esas alternativas los Días y Noches Brama o el tiempo del Manvantara y el del Pralaya (disolución). Pueden los Occidentales llamarlas, si así lo prefieren, Días y Noches Universales. Durante las últimas (las noches). 

Todo está en Todo; cada átomo es reabsorbido en la Homogeneidad. Nadie lo crea. La ciencia llamaría al, proceso evolución; los filósofos precristianos y los orientalistas lo llamaban emanación; nosotros, ocultistas y teosofistas, vemos n ello a una única realidad universal y eterna, que proyecta un reflejo periódico de sí misma en las profundidades infinitas del Espacio. Ese reflejo que consideráis cómo el Universo objetivo material, lo miramos nosotros como una ilusión pasajera y nada más. Sólo lo que es eterno es real… Sea por radiación o emanación ~ no disputemos sobre los términos ~, el Universo pasa de su subjetividad homogénea al primer plano de manifestación, existiendo según se nos enseña, siete de estos últimos; se va haciendo más material y denso en cada plano, hasta que alcanza a éste, el nuestro, en el cual el único mundo aproximadamente conocido y comprendido en su composición física por la Ciencia es el sistema planetario o solar, sistema sui generis, conforme se nos dice: (C. de T. ~ VI.) 

 La ciencia moderna insiste en doctrina de la evolución; lo mismo hace la razón humana y la doctrina secreta, “viniendo esta idea corroborada por las antiguas leyendas y mitos, y hasta por la misma Biblia cuando se la lee entre líneas. Vemos una flor desarrollarse lentamente de un capullo éste de una semilla. Pero ¿de donde procede esta última con su premeditado programa de transformaciones físicas y sus invisibles y, por lo tanto, espirituales fuerzas, que desarrollan gradualmente su forma, sus matices y su aroma? La palabra evolución habla por sí misma. El germen de la raza humana actual debe haber preexistido en el padre de esta raza, de igual modo que la semilla, en la cual existe escondida la flor del próximo verano, se desarrolla en la cápsula de su padre-flor; el padre podrá diferenciarse ligeramente, pero siempre será distinto de su progenie futura. Los antecesores antediluvianos de nuestros elefantes y lagartos eran quizás el mamut y el plesosaurio; ¿por qué no pueden haber sido los antecesores de nuestra raza humana los gigantes de que hablan los Vedas, el Voluspa y el libro del Génesis? 

 Al paso que es positivamente absurdo creer en la transformación de las especies”, desde algunos de los puntos de mira más materialistas de los evolucionistas, es muy natural pensar que cada género, empezando por los moluscos y terminando por el hombre mono, ha sufrido una variación desde su forma propia primordial y distintiva. Aún suponiendo que concedemos “que los animales han descendido sólo de cuatro o cinco progenitores”, y hasta que en rigor “todos los seres orgánicos que han vivido igualmente en esta tierra han descendido de una forma primordial”; a pesar de todo, nadie más que un materialista empedernido y ciego, o una persona completamente desprovista de intuición, puede esperar seriamente ver “en el porvenir remoto… una psicología fundada sobre una nueva base, la de la necesaria adquisición, por grados, de cada uno de los poderes y facultades mentales”. El hombre físico, como producto de la evolución, puede ser dejado en manos del hombre de ciencia exacta. Nadie más que él podrá arrojar alguna luz sobre el origen físico de la raza; pero nosotros debemos negar al materialista el mismo privilegio en lo que se refiere a la evolución psíquica y espiritual del hombre, porque no puede probarse hasta una evidencia completa que él y sus más elevadas facultades sean tan productos de la evolución como la planta más humilde o el gusano más miserable. 

BLAVATSKY

 (I. S. V. ~ Cap. V.)

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