Las objeciones planteadas con
frecuencia contra la "Reencarnación" que aparecen muy firmes a los
que las presentan, provienen de la parte emocional de nuestra naturaleza. Ellos
dicen: "no deseamos ser otra persona en una vida futura, ¿cómo podemos
reconocer nuestros amigos y los que amamos si ambos cambiamos de personalidad?
Las relaciones tan profundas que desarrollamos aquí son tales, que pareciera
imposible ser felices sin los que amamos." Es inútil contestar que, si la
reencarnación es la ley, no importa lo que nos guste o disguste.
Mientras las
simpatías y las antipatías gobiernan un individuo, las argumentaciones lógicas
no disiparán las objeciones y la indiferente declaración, según la cual los
amados objetos de nuestra afección a la muerte nos dejarán por siempre, no
alivia la mente de su dolor ni es una declaración exacta. En realidad, una de
las miserias de la existencia condicionada, es la aparente posibilidad de
perder por siempre a lo que amamos. Por lo tanto, la iglesia cristiana, para
solucionar la dificultad que la idea de la muerte siempre suscita, ha inventado
su paraíso en el cual es posible reunirse bajo una condición: la aceptación del
dogma del Redentor. Ninguno de sus creyentes parece considerar que como los
individuos más próximos a nosotros no responden a la condición necesaria, es
imposible alcanzar la felicidad en tal paraíso, en cuanto que somos
constantemente conscientes que estos infieles están sufriendo en el infierno,
pues, si nos permanece suficiente memoria para reconocer los amigos creyentes,
no podemos olvidar a los demás. Por lo tanto, dicha dificultad se convierte en
algo siempre más grande.
Desde luego, debemos preguntar: ¿qué clase de amor es
éste? Un amor simplemente por el cuerpo físico o por el alma interior. En el
primer caso, el cuerpo, desintegrándose a la muerte, no será posible, ni
desearemos, verlo en otra vida, a menos que seamos excesivamente materialistas. Desde luego, la personalidad pertenece
sólo al cuerpo, por lo tanto si el alma que amamos mora en otro vehículo
físico, según la ley, (una parte de la ley de la reencarnación no citada ni
considerada muy a menudo), cuando nos reencarnemos, encontraremos nuevamente
esa misma alma en un nuevo vehículo. Todavía, no podemos siempre reconocerla,
desde luego el reconocimiento o el recuerdo de los que conocimos previamente,
es uno de los objetos de nuestro estudio y práctica. Ésta no sólo es la ley
presente en los libros antiguos, sino que ha sido declarada positivamente en la
historia de la Sociedad Teosófica, en una carta de un Adepto enviada hace
algunos años a un teósofo londinense.
Él les preguntó si imaginaban que se habían
reencarnado unidos por la primera vez; ellos contestaron negativamente y
presentaron la regla según la cual las verdaderas afinidades del alma los
atrajeron a la tierra. Ser asociado contra nuestra voluntad a los que fueron
nuestra madre, padre, hijo o mujer, en una vida previa, no es justo, ni
necesario. Estas relaciones crecieron sólo de los vínculos físicos, por lo
tanto las almas semejantes, que se aman recíprocamente, así como las que se
odian, se reencarnarán juntos, en cuerpos mortales, una vez como padre e hijo y
viceversa. Entonces, la doctrina del Devachan nos da una respuesta. En este
estado nos rodean los que amamos en la tierra, por todo motivo práctico y para
satisfacer nuestros deseos. Al reencarnarnos, nos encontramos nuevamente con
las almas a las cuales estamos naturalmente atraídos. Al vivir según nuestras
convicciones superiores y mejores en favor de la humanidad y no del ser, hacemos posible que en cualquier
vida terrena reconoceremos las personas que amamos, perdiendo por siempre los que
parecen ser una perspectiva deprimente y repugnante.
William Judge
Aparecido en The Path, Agosto 1888.
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