En
nuestro empeño de comprender el sentido de la vida, he puesto como punto
primero “La Visión
Divina del Hombre” y, como tercero y último, “La Visión Divina de
Dios”, colocando entre los dos “La Visión Divina de la Naturaleza”.
La
palabra “Naturaleza” nos trae la idea de lo que no es Dios y de lo que no es
Hombre. Cuando nos abandonamos a la contemplación del mundo en el aspecto que
nos mueve en nuestras emociones más hondas elevándonos con aspiraciones
religiosas, usamos de la palabra “Dios” para describir nuestro concepto de la
majestad infinita de las cosas; de igual manera, cuando se nos representa la
tragedia del Hombre, pensamos en el “Hombre” como diferente de “Dios”. Y de la
Naturaleza, pensamos como el mundo de las cosas inanimadas y que no participa
de la condición de Dios ni del Hombre.
En el
uso corriente de la palabra, designamos por naturaleza el cielo, el mar, los
bosques, las selvas y cuando decimos que ansiamos huir hacia la naturaleza,
entendemos que es apartarnos de donde los hombres tienen sus residencias.
Algunas veces usamos también la palabra Naturaleza como indicando la vida en su
forma sub-humana de plantas y animales. Hay, sin embargo, otra tercera
aplicación de la
palabra Naturaleza , que emplea, con especialidad, el
científico, cuando se refiere al proceso de la Eternidad en la cual existimos.
Cuando contempla las estrellas y los planetas, cuando llega a la comprobación
de poderosas fuerzas cósmicas activas, usa también la palabra Naturaleza
para incluir en ella la totalidad del proceso de evolución.
¿Qué es
esa Naturaleza que nos rodea por todos lados, de la cual formamos parte y que,
en ocasiones, nos domina en forma tan definitiva que nos sentimos completamente
impotentes enfrente de ella? Si abordamos este tema desde el punto de vista del
conocimiento moderno personificado por la ciencia, diremos que la Naturaleza es
un proceso mecánico. Todos los fenómenos naturales, afirma el científico, son
el resultado de fuerzas que empezaron con el principio del tiempo. Si la Tierra
gira sobres su eje, es porque la Tierra recibió de la nebulosa original, en la
que empezó su condensación, un movimiento giratorio. Si en el agua, expuesta al
aire, aparece una vida bacterial, dice el científico que es “natural”, pues al
existir gérmenes en el aire nada tiene de extraño que se propaguen en el agua
al encontrar en ella un medio a propósito.
En
términos generales puede decirse que la actitud que adopta el modernista,
respecto a este problema, es la de afirmar que es algo mecánico; no tan
completamente, sin embargo, que no tropecemos, de vez en cuando, con algún
científico que sospeche que el misterio de la Naturaleza no quede bien
explicado con sólo enunciar esa sentencia. Permitidme que os de la descripción
que ofrece Huxley de un proceso natural y encontraréis que, con visión
intuitiva, le asalta la sospecha de que tal vez la Naturaleza no sea, en
definitiva, tan mecánica como se pudiera creer.
“El
estudiante de la Naturaleza admira más y se sorprende menos a medida que se
hace familiar con sus operaciones; y de entre todos los constantes milagros que
le ofrece su observación, tal vez lo que más fuertemente reclamará su
admiración será el desarrollo de una planta o de un animal desde su embrión
–observad los huevos, recién puestos, de una salamandra o de una lagartija. Son
un minúsculo esferoide en el que el microscopio más potente no revelará sino un
ser sin estructura, conteniendo un fluido viscoso con gránulos en suspensión.
¡Pero qué extrañas posibilidades yacen dormidas en ese globo semifluido! Que
una moderada cantidad de calor llegue a esa cuna acuosa y en aquella sustancia
plástica se operarán cambios tan rápidos y, al mismo tiempo, tan regulares y
tan intencionados en su sucesión que pueden compararse a los que toma una
informe masa de arcilla en las manos de un hábil modelador, como si con una
llana invisible, aquella masa se dividiese y subdividiese en proporciones cada
vez más pequeñas hasta quedar reducido a un agregado de gránulos del tamaño
justo para construir los más sutiles tejidos del naciente organismo. Y parece,
entonces, como si un dedo delicadísimo trazase la línea que ocupará la espina
dorsal y modelase el contorno del cuerpo, acusando la cabeza en un extremo y la
cola en el otro, formando lados y miembros de acuerdo con las proporciones de
la salamandra, por un procedimiento tan artístico que, después de observado el proceso
durante algunas horas, llega uno a aceptar la creencia de que, con una más
sutil ayuda que la que puede proporcionarnos el microscopio acromático,
veríamos el oculto artista, con su plan delante, afanándose con hábil
manipulación en completar su obra”[2].
Aquí
tenemos un ligero atisbo de una nueva visión de la Naturaleza al borde de cuyo
descubrimiento casi llegó Huxley. En efecto; si miráis la creación a vuestro
alrededor, por ejemplo, en el decorado de los animales, especialmente de los
pájaros, no podréis substraeros al sentimiento de la existencia de un artista
detrás de todo ello y de que la Naturaleza es ese artista exquisito;
comprenderéis que la Naturaleza no puede ser únicamente mecánica, pues hay tan
proporcionada belleza en las cosas naturales, tal cualidad de belleza creativa
que es la desesperación del artista.
Todos
conocemos la explicación del no-mecanismo de la Naturaleza que nos dan las
religiones. Se nos dice que Dios creó las cosas y, de ahí, que todo cuanto
existe debe manifestar la mano de Dios. En los antiguos tiempos, en Grecia,
postulaban que el universo era la expresión de la Razón Divina , a la
cual daban el nombre de Logos. De igual manera, en la India antigua el
Buddhismo, religión que excluye una Divinidad o creador, señalaban el proceso
de la Naturaleza en sentido inteligente e idealístico y una Ley o Dharma eterno
“que opera hacia la Justicia” y que está obrando desde el principio del tiempo.
Pero al
llegar al hinduismo como religión, encontramos, de modo perfectamente determinado,
el concepto de que toda la creación, eso que llamamos evolución, es la obra de
un Creador que trabaja para edificar; así que, lo que llamamos Naturaleza no es
una mera ocurrencia, sino un propósito planeado y definido.
Permitidme
que cite aquí, tomándolo de uno de los antiguos libros hindúes, la manera con
que relata el mito de la gran historia de la creación. De igual
manera que encontramos en el Génesis
un ensayo, en forma de mito, de lo que significa la Naturaleza y cómo, detrás
de ello, existe un constructor que trabaja, también en la India antigua encontramos en forma gráfica, una
manifestación de la idea de Uno que construye y destruye y construye de nuevo.
Este poderoso personaje se llama Prajâpati,
el “Señor de las criaturas”. Voy a citarlos las finas y concisas palabras de
este mito del constructor que vive detrás de cuanto existe.
“En el principio, en verdad, el
Universo no existía. Entonces deseó Prajâpati: ‘Pueda ser yo más de uno; pueda
yo reproducirme’. Labró practicando austeridad.
Cansado
por el trabajo y la austeridad, creó primeramente a Brahman, la
Triple Sabiduría.
Descansando
sobre este cimiento, nuevamente practicó austeridad.
Creó
las aguas de Vach –la palabra-. Llenó
así todo lo existente.
Deseó:
‘Pueda yo reproducirme por esas aguas’. Se infiltró en las aguas con aquella
Triple Sabiduría. De ello salió un huevo. Él lo tocó.
‘Que
exista; que exista y se multiplique’, dijo.
Todo
este universo aparecía en la sola forma de agua.
Deseó:
‘Pueda ser él más de uno; pueda él reproducirse a sí mismo’.
Trabajó
y practicó austeridad, creó la espuma.
Se dio
cuenta de que ‘Esto aparece diferente; ya está convirtiéndose en más de uno;
debo trabajar fuertemente’.
Agotado
por el trabajo y austeridad creó la arcilla, el barro, el suelo salitroso y la
arena; guijarros, rocas, minerales, oro, plantas y árboles; con ellos vistió la
tierra.
Habiendo creado estos mundos deseó:
‘Pueda yo crear tales criaturas que sean más en esos mundos’.
Por su
mente entró en comunicación con la palabra; se sintió en preñez, creó los
Todo-dioses; los colocó en las regiones”[3].
A
través de estas antiguas ideas es como volvemos a un concepto de la Naturaleza,
del cual nos habíamos separado largo tiempo atrás, cuando construíamos nuestra
moderna civilización y es el de que la Naturaleza es ética. Creemos que
nuestros códigos de ética pueden sólo provenir de la experiencia humana; puesto
que somos hombres damos por sentado que el bien y el mal pueden sólo llegar a
nuestro conocimiento enseñados por otros hombres que trataron de vivir
rectamente y que sufrieron por vivir en forma desviada. Pero en antiguos
tiempos, por ejemplo en Grecia, se consideraba a la Naturaleza como el maestro
de lo que es bueno y malo. Afirmaban que los planetas se mueven como lo hacen,
porque hay un impulso justo y otro impulso injusto en el movimiento de un
planeta. Esta misma base moral en los fenómenos naturales la hallamos en un
mito emocionante y sencillo de la India antigua.
No
estaría de más que llegase aquí vuestra atención acerca de que el hindú antiguo
lo mismo que el moderno tiene, respecto a lo que llamamos “mal”, una actitud
que difiere en algo de lo que encontramos generalmente en el Oeste. La actitud
corriente de la cristiandad es la de que, si existe un diablo, lo mismo que sea
un diablo cósmico que miríadas de pequeños diablillos, todos ellos existen
contra la voluntad de Dios y deben, por consiguiente, se destruidos. El hindú
ve en el “mal” lo que los místicos llaman “el lado oscuro del bien”. Síguese de
aquí que no debéis sorprenderos cuando los demonios funcionan al lado de los
ángeles y de los hombres, ni tampoco cuando veis que el Señor de las criaturas,
Dios mismo, está en perfectas relaciones de amistad con los demonios.
1º Los
triples descendientes de Prajâpati, ángeles, hombres y demonios vivían como
estudiantes con su padre Prajâpati.
Habiendo
acabado sus estudios, dijéronle los ángeles: “Señor: decidnos algo”. Él les
contestó con la sílaba “Da”. Dijo
entonces: “¿Habéis comprendido?”. Ellos contestaron: “Hemos comprendido: nos dijiste,
Dâmayata; dominaos”. Dijo Él: “Sí; habéis comprendido”.
2º
Dijéronle entonces los hombres: “Señor, decidnos algo”. Él les contestó con la
misma sílaba “Da”.
Dijo Él
entonces: “¿Habéis comprendido?”, contestaron: “En verdad hemos comprendido,
nos dijiste Datta; dad”. Dijo Él:
“Sí; habéis comprendido”.
3º
Dijéronle entonces los demonios: “Señor, decidnos algo”. Les dijo la misma
sílaba “Da”. Dijo entonces: “¿Habéis comprendido?” Contestaron: “En verdad,
hemos comprendido; nos dijiste Dayadhvam;
sed generosos”. Dijo Él: “Sí; habéis comprendido”.
La voz divina del trueno repite la misma Da Da Da, es
decir: dominaos, dad, sed generosos; por consiguiente que se divulgue esta
tríada. “Autodominio; Ofrenda; Generosidad”.[4]
No me atrevo a asegurar cuál de los dos conceptos que nos presentan
acerca de la naturaleza del trueno sea la más importante para nosotros como
seres humanos; si el de la ciencia que nos dice que es una descarga eléctrica o
el de los hindúes, quienes afirman que la voz del trueno nos dice que seamos
fuertes en dominarnos, que seamos caritativos y bondadosos.
Hubo un tiempo en la historia del mundo en la que los hombres creyeron
que la Naturaleza toda tenía un sentido ético, y en la que los elementos en su
manifestación nos daban lecciones; el sol salía y después se ponía, no para su
propio beneficio, sino para enseñarnos algo del misterio de Dios. Este concepto
de la naturaleza ética de cuanto existe, lo encontramos vagamente vislumbrado
en algunos poetas, entre ellos especialmente Wordworth, cuando, por ejemplo,
habla de sus sentimientos y dice:
La más ínfima flor puede a mi ver
Despertar pensamientos harto
profundos para las lágrimas.
En esto “las lágrimas en las cosas”; la sabiduría de las cosas sobre
las que nos hablan los antiguos hindúes en algunos de sus magníficos himnos en
alabanza de los fenómenos de la Naturaleza, en el Rig Veda, en alabanza del Sol
visible que nos da calor y vida; del Sol oculto que nos impulsa a todos los
hombres a desdoblar nuestra divina naturaleza interior, en alabanzas de los
vientos, de las tempestades, del fuego, de los relámpagos, y en alabanza de ese
admirable y exquisito ser Ushas, la Virgen Aurora. Nos
hemos apartado tanto de la Naturaleza en los días actuales, que cuando leemos
estos antiguos cantos, exclamamos que son sólo imaginaciones poéticas; y, sin
embargo, me queda el recelo de que sean algo más que imaginación poética.
Porque, ¿qué queremos decir con esta frase? Podremos pronunciarnos sobre ello
cuando primero definamos qué es imaginación y qué es poesía. Tal vez entonces
sabremos que cuando los sabios y los videntes miraban al Sol y recibían el
influjo de su mística grandeza y percibían su fuerza poderosa actuando sobre
ellos, tenían con su intuición una visión de una verdad mucho más profunda que
la que cualquiera de los manuales de física o de astronomía pueden darnos al
presente.
Una es por la reverencia hacia la Naturaleza. Esta
avenida de la adoración de la Naturaleza es, por decirlo así, la más antigua.
Encontramos en todos los pueblos primitivos un sentimiento de algo misterioso
en la Naturaleza que debe ser adorado.
El salvaje que ignora que el trueno es
una descarga eléctrica, adora al trueno, adora al volcán, aún ignorando cuál es
la causa de la erupción; nada tiene que ver que, por el momento, desconozca las
leyes de la Naturaleza; el punto capital en que fijarse es el de que el salvaje
adopta una actitud de profunda reverencia; que se desposee de su personalidad,
y que, aunque por corto tiempo, ve aquello que está fuera de sí mismo “como
es”. Mira a la Naturaleza con miedo, pues, en verdad, la Naturaleza es
aterradora.
La Naturaleza es, sin duda, atemorizante; y no es cosa liviana, aún
para el salvaje; desposeerse de la naturaleza salvaje y caer prosternado en
adoración, ante algo que tan digno es de ser profundamente adorado. Pero no es
sólo el salvaje quien reverencia la Naturaleza, ya que es característico en las
más adelantadas civilizaciones que, cuanto mayor cultura alcanzaron los
hombres, más fuertemente sienten, por intuición que en la Naturaleza vive el
instinto de un Fuerte Poder, de una Fuerte Sabiduría. Los más elevados entre
los hombres también adoran la
Naturaleza. A pesar de que poseen un claro conocimiento
científico de lo que la Naturaleza sea, cuando vitalizan la parte más alta de
su naturaleza, comprenden que las rocas y la nubes tienen otro significado para
ellos y que les impele a una máxima admiración. No creo que exista, en inglés,
una expresión más brillante de la adoración de la Naturaleza que el poema de
Tennyson “El más alto Panteísmo”, donde, escribiendo para el mundo moderno,
trata de expresar cuál es el sentimiento de aquellos más evolucionados que han
alcanzado su más completo desarrollo.
El sol, la luna, las estrellas, los
mares, las colinas y los llanos
¿No son todas estas cosas, oh alma,
la visión de Aquél que reina?
¿No es la visión Él, por más que Él
no sea tal y como parece?
Los sueños son verdaderos mientras
duran, y... ¿no vivimos en sueños?
La tierra, las sólidas estrellas, el
peso del cuerpo y de sus miembros,
¿no son la señal y el símbolo de tu
separación de Él?
Oscuro es el mundo para ti: tú mismo
eres la razón del por qué;
Pues, ¿no es Él todo menos aquello
que tiene el poder de sentir “yo soy yo”?
La gloria te rodea, la gloria está
fuera de ti; y tú cumples tu destino
Trocándolo a Él en fragmentarios
destellos y ahogando Su esplendor en lobreguez.
Háblale, pues, que Él te escucha y el
Espíritu puede hallarse con el Espíritu.
Él está más junto a ti que el aliento
y más cerca que las manos y los pies.
Dios es la ley, dicen los sabios;
regocijémonos, oh Alma,
Que si Él truena por la ley, el
trueno es todavía Su voz.
La ley es Dios, dicen algunos; y el
ignorante: No hay Dios;
Y es que nuestro ingenio sólo alcanza a ver cómo el palo derecho se
trunca al sumergirlo en la alberca;
Y el oído del hombre no alcanza a
oír;
Y el ojo del hombre no acierta a ver;
Mas si alcanzáramos a ver y a oír,
¿no sería Él esta visión?
Y a lo largo de este sendero de la adoración de la Naturaleza, empieza
uno a dar los primeros pasos en ese viaje hacia la gloriosa Divina Visión
de la Naturaleza.
Hay una segunda avenida por la cual acercarnos y es el estudio de la
Naturaleza, usando, por ejemplo, del estudio que pone hoy a nuestro alcance la
ciencia moderna. Propendemos a creer que la ciencia nos privará de ese sentimiento
de reverencia. Jamás podrá la ciencia privarnos de ese sentimiento de
reverencia, siempre que la ciencia, en la cual nos apoyamos, posea el
conocimiento verdadero y completo. Nunca la ciencia nos robará la fe. No puede existir
conflicto entre la Fe y la Razón, aunque puede haber divergencias entre la fe y
las razones.
Presentad una razón y la ciencia se revela; presentadla justa, y
la ciencia y lo más elevado del hombre empiezan a sentir ese sentimiento de
reverencia. Ese es nuestro caso, el de los teósofos, quienes sentimos
profundamente que, a medida que conquistamos más ancho campo de conocimiento en
los varios departamentos de la ciencia, más amplia es la visión que tenemos de la Obra Divina. Para
nosotros, toda visión de las ciencias en su moderno afán de llegar al
conocimiento, es una ayuda para una más completa comprensión del poderoso
evolucionar del universo. Lo mismo es la biología que la astronomía, la física
que la química; sea cual fuere el estudio, si profundizáis en él lo bastante,
llegaréis a la visión de la
Mente Divina en su actividad.
Este es uno de los aspectos más hondamente inspiradores que nos trae el
estudio de la Naturaleza y es que, al comprenderla, la comprensión de su
vigoroso proceso nos lleva a una máxima reverencia. Permitidme que os cite la
comprensión que de la Naturaleza tenía, hará de ello unos 70 años, Tomás
Erskine, de Linlathen, un anciano escocés. No existía, en aquel tiempo, la
centésima parte del conocimiento que tenemos actualmente de la Naturaleza, y,
sin embargo, sin más recursos que los que la ciencia de entonces ofrecía, llegó
a la admirable conclusión que vais a oír:
“Evidentemente nos encontramos en el centro de un proceso, y la
lentitud del proceso de Dios en el mundo material nos prepara, o debe prepararnos,
para algo parecido en el mundo moral; en forma tal que debemos permitirnos
confiar en que Él, que ha usado edades sin cuento en la formación de un pedazo
de arenisca roja, no habrá limitado a unos setenta años el perfeccionamiento
del espíritu humano.
¡Qué prodigiosa lección nos da el examen de las rocas en la Naturaleza!
Otra lección, en la cual ya se aprovecha la mayor expansión a que ha llegado la
ciencia, la encontramos en los conocidos versos de W. H. Carruth, profesor de
ciencia:
CADA UNO EN SU LENGUA
Un vapor ígneo y un planeta,
Un cristal y una célula,
Un pez viscoso y un saurio,
Y cavernas donde habiten los hombres
trogloditas;
Luego un principio de orden y
belleza,
Y una faz que se torna apartándose
del terruño;
A esto llaman algunos Evolución
Y otros llaman a esto Dios
Neblina en el lejano horizonte,
El cielo suave e infinito,
El colorido rico y sazonado de los
trigales
Y los patos silvestres cerniéndose en
lo alto,
Y tanto en las tierras altas como en
las bajas
El encanto de las candelarias
Unos llaman a esto Otoño
Y otros le llaman Dios
Cual vienen las mareas sobre la playa
cóncava
Cuando apenas la luna nueva empieza a
brillar,
Así vienen del místico océano
Que borbotean y azotan, en nuestros
corazones;
Así vienen del místico océano
Cuyo borde no ha hollado pie jamás;
Y a esto hay quien llama Anhelos
Más otros llaman a esto Dios.
Un centinela que quedó helado
cumpliendo con su deber
Una madre que muere de hambre por sus
hijitos,
Sócrates que bebe la cicuta
Y Jesús sobre la cruz;
Y, así, millones de seres que
humildes y anónimos
Se afanan en la senda dura y recta;
A esto llaman algunos Consagración,
Más otros llaman a esto Dios.
Ciertamente en estas palabras del poeta científico hallamos una
revelación de la Naturaleza, cuando llegamos a ella con la más aguda y profunda
inteligencia.
Otra posible visión de la Naturaleza es la que sentimos amándola.
Establezco la diferencia entre la reverencia y el amor por la
Naturaleza, porque en la reverencia sentida hacia ella hay, como si dijéramos,
una barrera entre el Hombre que adora y la Naturaleza que es adorada. Pero
cuando llegamos al amor de la Naturaleza, siente el Hombre un deleite en su
parentesco con el cielo, con las nubes y los animales; cada pequeña cosa en la
Naturaleza habla de fraternidad, de ternura, de lo que siente un hermano menor
por el mayor. Es este sentimiento de amor exquisito el que encontramos
constantemente en Wordsworth. Aunque algunas veces resulta prosaico, y por
algunos tildado de pesado, queda siempre en preeminente lugar entre los poetas
ingleses porque, a través de todos sus poemas, hay una intensa confianza en la
Naturaleza y algo, a manera de eslabón, que une a la Naturaleza con el hombre.
Fue Wordsworth quien, el primero, atisbó el sorprendente misterio de
dos tipos de almas entre los hombres; el alma de los mares y el alma de las
montañas.
A medida que nos adentramos en la Naturaleza y aprendemos a amarla,
llega a nosotros una impresión de completa hermandad como del niño hacia la
madre, del hermano hacia la hermana, del amigo hacia el amigo y ello hace
posible en nosotros una nueva visión, una Divina Visión de la Naturaleza.
Llegamos a la cuarta avenida por la cual acercarnos a la Visión Divina y es
por el remodelado de la Naturaleza. ¿Me preguntarais que qué entiendo yo por el
remodelado de la Naturaleza? ¿Cómo podremos remodelar la Naturaleza, ya que la
Naturaleza es la Naturaleza y, tal vez, haya una Divinidad detrás de sus obras?
¿En qué forma puede el hombre, por consiguiente, remodelar la Naturaleza? Eso
es precisamente lo que el hombre hace como artista. Cuando el hombre ha
contemplado numerosas puestas de sol, con su naturaleza artística muy despierta
y luego, bajo la inspiración de una puesta de sol especial, pinta un cuadro, no
vierte en él la Naturaleza que ve o que vio y que, con mucha mayor exactitud
podría reproducir una cámara fotográfica; y su creación en el cuadro, aunque
reproduzca una puesta de sol de la Naturaleza que jamás es la misma ni un
segundo, es la creación de una Naturaleza permanente que no cambia.
Es la misión del Artista, en cada departamento del Arte, sorprender lo
transitorio y dejar reproducido el tipo permanente, el “Arquetipo” que Platón
diría. Y, de ahí, que cuando pinta o compone o esculpe, o crea una danza o
escribe un poema –la forma del arte en el cual se especializa no tiene
importancia- remodela la Naturaleza. Permitidme que os explique la manera
cómo la Naturaleza ha sido remodelada por un hombre: me refiero a Wagner y la
manera cómo ha descrito la Naturaleza. Tomemos , para ejemplo, los murmullos
de la selva de Sigfrido. En esos murmullos de la selva, no encontramos los
murmullos de las selvas de todas partes: por eso, cuando el verano ha
desaparecido con sus hojas, cuando el mundo está frío y helado, los murmullos
de la selva, de Wagner, nos harán sentir nuevamente el verano; cuando nos
compenetramos con la significación de la música-naturaleza de Wagner sentimos
que él nos da la selva eterna, el eterno fuego o el agua eterna; cuando oímos
el llamamiento de Donner y los vapores se esparcen a su alrededor y las
“esencias elementales” del agua surgen presurosas en respuesta a la música, nos
abrimos al aspecto de la Naturaleza que pudiéramos llamar permanente.
Artista es quien es capaz de remodelar la Naturaleza y ofrecernos
aquello que dura eternamente perfecto e inseparable de nuestra vida
imperecedera. Esto es lo que quiero decir al afirmar que la obra del artista es
el remodelado de la Naturaleza.
Sea cual sea nuestro camino de acercamiento a la Naturaleza por
adoración o por amor, por estudio o por remodelado, empezamos a descubrir en
ella ciertos poderosos misterios, y, de entre éstos, uno que es fácil de
descubrir es su formidable poder que algunas veces se nos presenta como brutal.
Cuando Tennyson contempla la Naturaleza, la encuentra muy “solícita para el
tipo” y muy cruel para el individuo.
Ocurre a veces que cuando os encontráis en
presencia de uno de los formidables aspectos de la Naturaleza –el Niágara, los
Himalayas, un temporal en el mar- sentís que todo es poder, poder brutal ante
el cual para nada cuenta el hombre. Pero trascended esta etapa y empezaréis a
sentiros uno con ese poder. Sentiréis que el Niágara os habla de un poder de
Niágara dentro de vosotros; que las grandes cordilleras os hablan de un poder y
una paz semejante al suyo; el temporal del mar os explicará el misterio de
vuestras propias tempestades de amor y desesperación. La Naturaleza liberta de
nuestro interior el sentimiento de poder.
Al observar la Naturaleza a través de la visión de adoración, de estudio,
o por cualquier otro medio por el cual tratemos de comprenderla de acuerdo con
nuestro temperamento, empezamos a sentir el ritmo de la vida; el conocimiento
de la Teosofía nos hace comprensible este ritmo de la vida; cómo llega la vida,
se reviste de una forma, crece y, cuando ha alcanzado el límite de su
desarrollo, se extingue para, pasado un tiempo marcado, volver de nuevo. Estas
renovadas entradas y salidas de la vida nos indican algo de su gran ritmo, de
los cíclicos procesos de las cosas; de cómo la Naturaleza tiene su ley cíclica
y cómo los mismos ciclos, se encuentran en el hombre, ya que el ritmo es
universal en todo. Un paso más y llegamos a la certeza de que ese ritmo no es
mecánico, algo así como un hado triturador, sino una Danza de Vida, esa
admirable Danza de Shiva el Destructor, el primer aspecto de Dios, del que nos
habla la tradición hindú. Shiva, siendo el poderoso Destructor, sólo destruye
para dar a la vida oportunidades de construir de nuevo. De ahí que nos revele
Shiva el inmenso ritmo de la vida, en el que se contiene los elementos de
júbilo, de expresión de creación y de liberación.
Por todos estos caminos empieza el hombre a sentir el misterio de la Naturaleza. Entonces
“naturalmente” –y empleo este término deliberadamente ya que muestra el proceso
lógico de cuanto es-, el hombre empieza a cambiar como ser humano viviente. Su
primer cambio consistirá en la certeza de que la Naturaleza es algo lleno de
vida, pues al mirar a las nubes, a los montes y a las olas no verá en ellos solamente
la materia. Son
vidas que se han ocultado indescriptiblemente en la materia. En los
antiguos tiempos, en la India, decían los hombres, al mirar alborear el día:
“Esta es Ushas, el alba niña”; eso sentirán hacia la Naturaleza aquellos que
sigan la senda descrita. En todas sus manifestaciones percibirán esa misteriosa
condición de vida.
A medida que su alma se vaya abriendo a esas salidas y puestas de sol,
casi llegará a ver detrás de ellas la alegría de los ángeles; las miríadas de
tallitos de hierba cuando el sol juega con ellos, las criaturas de la tierra y
el aire, hasta las rocas que le rodean con su apariencia insensible, todo les
traerá la sensación una misteriosa unidad de la vida. Y al haber recibido
algo de la revelación del sentido de la vida, sentirán algo de su poder oculto.
Creemos que sólo en los libros, los poemas y los Evangelios es donde podemos
encontrar una explicación de lo que representamos para nosotros mismos; pero si
no nos compenetramos con la Naturaleza, con la debida actitud en el corazón y
la mente, las mismas luchas que observamos en la Naturaleza, entre la vida y la
muerte, nos darán explicación de esos idénticos procesos de vida y muerte
dentro de nuestros propios corazones. Siempre se mostrará la Naturaleza
dispuesta a decirnos algo de nuestras ocultas posibilidades.
Voy a mencionar tres de los grandes poetas que tiene Inglaterra y
veréis cómo ellos nos han ayudado a comprender algo de la Visión Divina de la Naturaleza. Con
razón se ha dicho que:
“Wordsworth reunió la totalidad del mundo, del hombre y la Naturaleza
en un nuevo lazo de vida emotiva; Keats reveló de nuevo la creación visible
ataviada con una nueva Magia de belleza; Shelley veía por doquier el invisible
espíritu del universo y aquellos que se sentían capaces de seguirle en su
potente vuelo se encontraban cogidos en regiones más allá de la carne y hasta
del tiempo y del espacio”.
No es una experiencia trivial acompañar a Shelley, mirar una nube y
sentir la vida que está detrás de ella. Y precisamente lo que muchas gentes
encuentran difícil en Shelley es que no aborda las cosas “tales como son”, sino
que se concentra en las ideas divinas que están detrás de las cosas. La misma
dificultad se presenta en la comprensión de la pintura de Watts y no está de
más el recordar que habiéndosele hecho la observación de la dificultad que
ofrecía su pintura, contestó: “Yo pinto ideas, no cosas”. Así, pues, cuando
hayáis aprendido a mira más allá de las cosas y a poneros en comunicación con
las ideas, empezaréis a sentir como vuestra la Visión Divina de la Naturaleza. Entonces
se os presentará la Naturaleza de un modo nuevo y recibiréis de ella el mensaje
completo de vida.
Hay también que dominar la Naturaleza. Dije más arriba que la Naturaleza es
brutal; si nos consideramos como fragmentos infinitesimales de su proceso
estamos perdidos. Dije también que el artista puede remodelar la Naturaleza. Tenemos
que aprender el misterio de dominarla, de la misma manera que, al crear su
música del Fuego, dominó Wagner, no sólo el fuego de nuestra Tierra, sino el de
todo el Universo. Si miráis atentamente a Regent Street y Piccadilly en sus
momentos de congestionamiento, tal vez os sintáis asqueados; pero si pintáis
Regent Street o Piccadilly, los habréis visto “con los ojos más abiertos”, los habréis
dominado transformándolos en su totalidad hasta fijarlos definitivamente en
vuestro interior, no como sitios de sensualidad, superficialidad y lujuria,
antes, por el contrario, como lugares admirables, tales como lo son, en efecto,
en el Plan Divino. Tal sucede con el artista cuando compone, esculpe o crea
alguna cosa, en una palabra. Entonces domina a la Naturaleza y, consiguientemente, se emancipa de su servidumbre.
El artista que conoce el profundo misterio de la creación, puede
sentirse como uno de los Liberados en vida, y, como consecuencia, todo poderoso
y gran Instructor que se haya liberado, es, forzosamente, un Artista. ¿Habéis
reparado cuán intensamente artístico es Cristo en todas sus parábolas y en su
manera de presentar las cosas? El poderoso fundador del Buddhismo era un poeta
exquisito; tal vez desconocierais este aspecto del Señor Buddha como el gran
poeta de Oriente, pero sus criaturas están llenas de versos compuestos por Él.
Todos los Grandes Maestros son, en su esencia, artistas; de ahí que consideren
creadores a los hombres, enseñándoles en su venida lo que nosotros llamamos su
“camino”, llega el hombre a ser el sumo sacerdote de la Naturaleza.
¿Cómo poder describir la naturaleza de hombre que ha alcanzado la Visión Divina ? Así
como todo sacerdote humano que se ha consagrado a la Visión Divina es un
mediador entre Dios y el Hombre sin que nada altere a qué Dios se ofrecen los
sacrificios, de igual manera nos es posible a hombres y mujeres, como vosotros
y yo, servir de intermediarios entre la Naturaleza y todos sus humildes
representantes.
Las rocas ansían fuertemente, como fuertemente ansía el hombre;
las plantas tienen sus propias aspiraciones y la Naturaleza toda, que es la
personificación de la Vida
Divina , siente vagamente una aspiración hacia un gran
Redentor. La planta está hambrienta de Él; cuanto para nosotros aparece sólo
como materia, sueña en el día en que, liberado de esa materia, recibirá, en el
concierto del Plan Divino, una completa encarnación en la Vida Divina. Cuando
alguien ha descubierto en esa forma la visión de la Naturaleza, su vida se ha
fundido tan completamente con ella, con la planta, con los árboles, que,
lentamente, todas las cosas empiezan a sentir que él es su gran sacerdote y que
hace llegar hasta Dios algo de sus deseos.
Culminando en lo admirable y lo exquisito, cuando paseamos por los
campos y admiramos la Naturaleza, nos muestra la vida que las más pequeñas
plantas y los animales más pequeños, y las nubes, se inquietan por sentir a
través nuestro, desean hacernos su sacerdote máximo para que, en esa forma,
puedan unirse a vosotros en vuestras ofrendas. Algo de esta condición de sumo
sacerdote nos presenta Jacobo Stephens en su delicado poema “Las cosas
pequeñas”.
¡Oh seres insignificantes que huís acobardados
y morís en silencio y desesperación
Menudos seres que lucháis y os
malográis
y caéis en agua, tierra y aire.
Inofensivas alimañas todas, que sois
asustadas y entrampadas,
Gazapos y ratones, oíd nuestra
oración!
Así como nosotros perdonamos a nuestros
deudores,
Corderos, colorines y liebres,
Perdonadnos en nuestras deudas,
¡Oh insignificantes criaturas de la
tierra!
El hombre que ama la Naturaleza puede pasear por los bosques y los
prados y, aunque entristecido por tanto sufrimiento como el hombre ha infligido
a los animales y por la fealdad con que ha deformado el aspecto exterior de la
Naturaleza, puede hacerle llegar bendiciones que Dios derrama sobre ella. Este
es uno de los grandes descubrimientos que reciben aquellos que aman la
Naturaleza.
Aun existe otro sorprendente descubrimiento y es el saber que podéis
ser los redentores de la humanidad. ¿Cuál es el alcance de esta palabra
“redentor”? Puede significar muchas cosas; pero mi opinión es que su
característica principal es la de que un redentor es aquel que liberta la
humanidad del cautiverio. Esto es precisamente lo que hacéis en relación con
vuestros semejantes cuando empezáis a buscar y a conseguir la Visión Divina. Porque ,
desde aquel momento, si sois un verdadero artista, si, como artistas,
comprendéis los misterios íntimos del Arte, cuando creáis, creáis para los
demás. Cuando un poeta, dando expresión a lo más dolorido de su ser, escribe un
soneto, no sólo alivia su mal, sino el de millares de seres que lo leen
después. Cuando un místico escribe un himno de devoción, hace que otros sientan
en sí esa misma devoción. Cuando un músico portentoso, viviendo en sus
concepciones abstractas, describe con su música cosas que rebasan la
posibilidad de descripción, es como si nos cogiera por la mano y nos
transportase a un nuevo mundo. En todo momento, quien ha vivido con la
Naturaleza, es capaz de libertar a sus iguales, y, entonces, llega a vosotros
la Naturaleza como una madre, como un hermano, como una hermana, como un amigo,
y os conduce a vuestro Amado, ese Ideal que habéis levantado delante de
vosotros mismos.
Comprendéis, entonces, que todo cuanto habéis realizado, todo cuanto
habéis sentido por vuestro Amado, es para el hombre. Y quedáis admirados ante
el hecho sorprendente de que cuando llegáis a dar forma a lo real, a la interna Naturaleza
de las cosas como en el arte, no tiene consistencia la frase de “el arte por el
arte”. Lo que conseguimos es siempre para beneficio del mundo, y como lo más
allegado a vosotros es el hombre, por amor al hombre realizáis cuanto hacéis.
Todos vuestros actos abren de par en par las puertas interiores por las que
dais libertad al hombre, a la planta, al animal, al ángel. Este es uno de los
grandes e indescriptibles regocijos que trae al hombre la Visión Divina de la Naturaleza. No es
sólo el sumo sacerdote; es, al mismo tiempo, el guardián de la prisión, puesto
que las llaves están en su mano y liberta a su antojo la Naturaleza Divina
que existe en la roca, en la planta y en el animal.
De este modo, y etapa tras etapa, aquel que ha encontrado la Visión Divina
asciende a la Divinidad.
La vida se rodea de una felicidad inexplicable y toda
felicidad es una experiencia que se nos confía para la felicidad de los demás;
entonces, para él, una puesta de sol es una escritura sagrada, una sinfonía, un
evangelio. ¿De qué otra manera puede él describir estas cosas indescriptibles,
sino mediante la vida que trata de vivir?
Finalmente llega una experiencia que alcanza el que está en el umbral
de la Divinidad. El
poder de esa poderosa Naturaleza, de la cual somos insignificantes fragmentos,
revierte hacia él, y él, que s sólo un fragmento, se compenetra con el todo, y
la chispa se identifica con la
Llama. Y así vosotros, aun siendo deleznables seres humanos,
uncidos a la esclavitud de la muerte, podéis afirmaros y vivir, sin embargo,
entre los hombres, alumbrándolos pasajeramente con el poder de la inmortalidad.
¿Puede ser esto posible? Pues esto es, precisamente, lo que sucede; y, como
prueba, no puedo ilustrar mis afirmaciones de mejor manera que citándoos el
poema de Jorge W. Russell (A. E..) donde, al describir la niñez de Apolo, nos
dice lo que la Naturaleza le canta:
Ya el árbol de capullos amarillos,
verdes y azules que se abren en la medianoche, a lo lejos derrama sus místicos
perfumes sobre ti.
Ya las estrellas hundidas bajo las
montañas y los valles su vida renuevan y las diminutas fontanas florecen en
arco iris para ti.
Del mismo modo que vemos el sol, la
luna y las estrellas sobre las aguas pasajeras, así se refleja el encanto de la
vida en ti.
En el aire diamantino, el astro sol
resplandeciente, arrojó a lo alto su alada radiación, toda su gloria enjoyada
tenía para ti.
Y el fuego divino que arde en todas
las cosas, que anhela volver a su hogar y descansar de nuevo, retorna de sus
errantes extravíos, otra vez a ti.
Quien ha conseguido esa Visión de la Naturaleza suspira para elevar a
su nivel a toda criatura de Dios. De ahí que todos cuanto aman la Naturaleza no
pueden separarse del hombre: ansían que el hombre, que todos los hombres, sean
liberados, y, cuantos aman la Naturaleza, ansían que sus inspiraciones lleguen
a la ciudad, a sus bajos fondos, y conseguir que el poder creador de Dios,
sentido en la actualidad tan débilmente por el hombre irrumpa en su plenitud en
todos los días de su vida.
Cuán sorprendente es el misterio que la vida nos revela al enseñarnos
que toda la majestad del mundo es nuestra, y que todas sus alegrías están, en
cierto modo, ocultas en nosotros. La Naturaleza nos las ha dado a todos y, para
encontrarlas, bastará con que busquemos la Visión Divina de la Naturaleza. Con la
Visión Divina llega la unión con el Hombre, con Dios, con la Naturaleza y la
realización de esa verdad, indescriptible de que Todo vuelve al Todo.
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