domingo, 30 de septiembre de 2018

LA TEOSOFÍA COMO FILOSOFÍA



La Filosofía es una explicación de la Vida, cons­truida por la Mente y aceptada por el Intelecto. Sin una explicación que satisfaga a la razón, el hombre per­manece inquieto y desconforme. La inteligibilidad de la vida es una tortura para el pensamiento; no puede descansarse sobre la nebulosa de un remolino de fuer­zas y de eventos, de un hirviente caos, que arroja frag­mentos que no pueden acomodarse dentro de un gran todo. La Mente demanda imperativamente un orden, una sucesión, una conexión casual, un ritmo establecido de movimientos poderosos, una relación del pasado con el presente y del presente con el futuro. El más profundo instinto de la Mente del Hombre le hace comprender, y nunca quedará tranquilamente satisfecho hasta tanto no obtenga esta comprensión. Puede sufrir pacientemente, luchar con perseverancia, soportar heroicamente, si siente que hay un propósi­to, si ve una meta delante de sí. Pero si no puede vi­sualizar el camino, no conoce el final, es desviado por causas que no comprende y abofeteado por fuerzas que se arremolinan a su alrededor en la oscuridad, es capaz de irrumpir en una cruel rebeldía, en una rebe­lión salvaje y desperdiciar su fortaleza en acciones sin finalidad alguna. Ajax, combatiendo en la oscuridad, en su frené­tica apelación a los Dioses:

Si nuestro destino es la muerte,
Danos la luz, y déjanos morir

es un símbolo de la humanidad, debatiéndose en la os­curidad de la ignorancia y clamando apasionadamente a "cualquier Dios que pudiera haber", enviarles la luz, aunque esta significara la muerte.

TRES BASES PARA LA FlLOSOFIA


El hombre ha luchado por comprender los miste­rios de la existencia, mediante acercamientos desde uno de los tres puntos de vista opuestos entre sí:

(1) Todo proviene de la Materia, la Existencia Una, y ésta, con su energía inherente, produce todas las formas, y da nacimiento a la vida a través de ellas. Como dice el Profesor Tyndall en su famoso Belfast, debemos "ver a la materia como la promesa y la potencia de cada una de las formas de vida". El pensamiento es el resultado de la actividad de ciertas combinaciones en la materia: "El cerebro produce los pensamientos", di­ce Karl Vogt, "tal como el hígado produce la bilis". Con la disolución de la forma la vida se esfuma, y es tan inútil preguntarse adonde está "ella", como pre­guntar a dónde está la llama cuando se apaga la vela. La llama era solamente el resultado de la combustión, y con el cese de ésta, la llama debe necesariamente ce­sar. Toda la filosofía materialista está edificada sobre esta base.

(2) Todo proviene del Espíritu, mente pura, la Existencia Una, y la materia es simplemente una crea­ción del Espíritu, embebido en pensamiento. Realmen­te, no hay materia; es una ilusión, y si el Espíritu se eleva por sobre esta ilusión, es libre, autosuficiente y omnipotente. Se imagina separado, y es separado; imagina obje­tos, y está rodeado de ellos; imagina penas, y sufre; imagina placeres, y disfruta. Si se sumergiera en sí mis­mo, todo el Universo se disiparía como un sueño, sin "dejar atrás ni una brisa". Todas las Filosofías idealísticas están construidas sobre esta base, con un cuidado mayor o menor en su desarrollo.

(3) Espíritu y Materia son dos aspectos de la Exis­tencia Una, del Todo, que proviene del Uno conjun­tamente, unido e inseparable durante la manifestación, como la parte posterior y el frente de la misma cosa, sumergiéndose en la Unicidad otra vez al cierre del período de manifestación. En el Todo existe simultáneamente todo lo que fue, lo que es y lo que será, en un Eterno Presente. En esta totalidad, surge una VOZ, que es una PALA­BRA, un LOGOS, Dios manifestándose a sí mismo. Esta PALABRA separa del Todo aquellas ideas que él selecciona para Su futuro Universo, y las orde­na dentro de Sí de acuerdo con su Voluntad; se limi­ta a Sí mismo por su Propio pensamiento, creando de esta manera el "Círculo no se Pasa" del Universo en formación, ya sea un Sistema Solar, un conglomerado de Sistemas Solares, un conglomerado de Conglomera­dos, etc. Dentro de este Círculo, están las Ideas, siempre ini­ciadas eternamente por el Movimiento incesante que es la Vida Una, dentro de la Quietud, que es lo opues­to y que soporta a todo. El Movimiento es la Raíz del Espíritu, que será, al manifestarse, el Tiempo, o los cambios en la Conciencia; la Quietud es la Raíz de la Materia, el Eter omnipresente, inmóvil, sustentador de todo, omnipenetrante, que al manifestarse será el Espacio. Toda la filosofía Teosófica está asentada sobre la base de Espíritu y Materia como dos aspectos mani­festados del Uno, el Absoluto, fuera del Tiempo y el Espacio.[1] La forma de exponer estas verdades difiere mucho con el pensador. H. P. Blavatsky las ha expuesto con gran fuerza, pero con algo de oscuridad en el lenguaje, al comienzo de "La Doctrina Secreta". Bhagavan Das hace unas afirmaciones singularmente profundas y lú­cidas en su "Ciencia de la Paz" donde postula al Ser y al No-Ser -o Espíritu y Materia- y a la relación entre ellos, como la gran Trinidad, lo Ultérrimo del Pen­samiento que se resuelven en el Uno.

TRIPLICIDAD

El LOGOS se muestra a Sí Mismo en Su Universo o Sistema bajo tres aspectos - o "Personas de la Trini­dad Cristiana" - que son Voluntad, Sabiduría (o Amor­ Conocimiento) y Creatividad (o Actividad). La Mónada Humana es un fragmento de su Divino Padre, y se reproduce en sí estos tres aspectos, que se manifiestan en el Hombre como Espíritu. Por lo tanto, la Voluntad espiritual humana, siendo parte de la Vo­luntad Una, es un poder irresistible, cuando el Espíritu realiza su unificación con el LOGOS. Nada en la Natu­raleza puede estar velado a la Sabiduría espiritual hu­mana. Todo podrá lograr la Creatividad espiritual humana. Es este último aspecto de la Trinidad humana el que puede construir todo lo que la Sabiduría puede concebir y la Voluntad determinar. Como el Intelecto en los mundos más sutiles y la Mente en el más bajo, se extiende en el cosmos para conocer, para compren­der. Por aquello cuya "naturaleza es conocimiento", el Hombre se entera de todo lo que está afuera de él, el No-Ser de la frase Hindú. 

Hemos visto que, mediante el uso de cuerpos, el Hombre puede conocer el universo exterior, y su con­ciencia conocer sus alrededores, comenzando, para usar la terminología de Mr. Myer, con su propia tierra, como conciencia planetaria, y puede extenderse al univer­so como conciencia cósmica. La razón demanda esto como una verdad necesaria, no porque haya sido testi­ficada por genios gigantes espirituales, sino porque hay zonas en la conciencia planetaria que son inteligibles, sin causa e inalcanzables, a menos de tener una con­ciencia cósmica que las distinga y hacia la cual tienda. 

La Religión, el Arte, el Amor inegoísta y autosacri­ficado son, como se los ha llamado, sub-productos y tonterías, si nosotros no somos más que mosquitos de un día que bailan al brillo del sol y se desparraman con la tormenta; si construimos civilizaciones con trabajos y sufrimientos infinitos, para que perezcan; si todo lo que deja como impreciso registro la humanidad es un planeta helado danzando en el espacio hasta su aniqui­lación, la aburridora e inútil labor que siempre requiere renovación y cuyos resultados son siempre destruidos. Para la filosofía Teosófica, el Hombre es una Inteli­gencia espiritual eterna, cuyas raíces están en Dios y cuyas incontables actividades desarrollan sus propios poderes inherentes, que nadie puede aniquilar, a menos que él mismo deje de lado alguno por no tener más uti­lidad para él, y aún así queda en la Memoria Eterna. Para un ser así, los universos solo son juguetes ins­tructivos, que sirven para su educación, y que puede romper en pedazos sin perturbar su serena ecuanimi­dad, porque ellos son medios hacia una finalidad. 

El universo, como un molinete que muele nada, torna una carga a la existencia y un eterno castigo la vida, sin de­jarnos siquiera a alguien que Impone la carga para po­der mover su piedad, o un Juez a quien pudiéramos recurrir para aliviar el castigo. La Teosofía ve al Hombre como un Poder en desa­rrollo, que va de fortaleza en fortaleza, errando solo aquello que debe de aprender, y sufriendo solo aquello que puede proporcionarle una Vida fuerte, radiante, gozosa y victoriosa, cuyo "crecimiento y esplendor no tiene límites". Filosóficamente considerado, el Hombre, como todo lo demás, está compuesto de sólo dos factores: Espíritu y Materia. Los diversos cuerpos, que la ciencia oculta describe, son, desde el punto de vista filosófico, su envoltura material. Constituyen en su totalidad, su Cuerpo, simplemente. El Hombre es una Inteligencia Espiritual en un Cuerpo. Sus constituyentes, o formas de materia física, emocional, mental, intelectual, in­tuicional o espiritual no son más afines a este estudio de lo que lo son los sólidos, líquidos, gases y éteres que componen el cuerpo físico del hombre.

PENSAMIENTO-PODER


Siendo el Pensamiento la manifestación de la Crea­tividad, o el tercer aspecto de la triplicidad humana, la filosofía Teosófica lo aplica para apurar la evolución. La aplicación de las leyes generales de la evolución de la mente al apuro de la evolución de una conciencia en particular, se le llama Yoga en el Este. La pala­bra significa "unión", y se usa para indicar la unión consciente de lo particular con lo universal, y los es­fuerzos que se realizan en ese sentido. Los métodos de Yoga son puramente científicos, ya que el conocimiento de las leyes de la evolución mental e intelectual se han obtenido por la observa­ción y se han establecido por la experimentación. Se ha probado, y puede volver a probarse en cualquier momento, que el pensamiento concentrado en una idea, incorpora esa idea como parte del carácter del pensador, y por lo tanto el ser humano puede crear en sí mismo cualquier cualidad deseable, sustentán­dola por medio de un pensamiento atento o meditación. El juego descuidado del Pensamiento sobre ideas no deseables es un peligro activo, que crea una ten­dencia hacia tales ideas no deseables, y conduciendo a acciones que las corporifican. La "Acción" es una triplicidad; el deseo las concibe, el pensamiento las planifica y finalmente se corporifican. Este acto final a menudo se precipita por circunstancias favorables, cuando el deseo ha sido fuerte y el pensamiento ha delineado completamente su realización. 

La acción mental precede a la física, y cuando una persona ha holgazaneado con el pensamiento con la idea de una acción buena o dañina, puede de pronto encontrarse realizándola en el mundo manifestado aún antes de que se dé cuenta lo que está haciendo; cuando la compuer­ta de la oportunidad se abre, la acción mental escapa hacia la física. La actividad mental concentrada puede dirigirse hacia los cuerpos mental, emocional o físico, recreán­dolos en una magnitud proporcional a la energía, per­severancia y concentración empleadas. Todas las Es­cuelas de Curación, como la Ciencia Cristiana utili­zan este poderoso medio para obtener resultados, los que dependen de los conocimientos de los practican­tes como también de la fuerza que emplean y del me­dio en que se realizan, o sea el cuerpo de los pacien­tes. Innumerables éxitos prueban la existencia de las fuerzas que se manejan, y los fracasos no prueban que no existan tales fuerzas, sino solamente que su manipulación no ha sido adecuada, o que no ha sido evo­cada bastante para la tarea que se realiza. Siendo reconocido el poder del pensamiento en la Teosofía filosófica como el Creador Uno, se lo consi­dera trabajando en la Evolución, y planificando para la evolución de la conciencia humana el admirable método de la Reencarnación bajo la ley de Acción y Reac­ción, llamada Karma en el Oriente.

REENCARNACIÓN


Ya se ha explicado el objetivo del Hombre de to­mar cuerpos, o encarnación; hemos visto que sus tres cuerpos superiores constituyen su vestidura permanente, y que éstos se desarrollan y crecen con el desarrollo de su conciencia. Hemos visto también que los tres cuerpos inferio­res son temporarios, que existen por un ciclo de vida definido que se pasa en los tres mundos: la tierra, el mundo intermedio y el cielo. Al retornar a la tierra, asume nuevos cuerpos; esto es Reencarnación. La necesidad de esto yace en la comparativa densidad de la materia con la cual están compuestos los mundos inferiores; los cuerpos hechos con ella sólo pueden crecer y expandirse dentro de ciertos límites, mucho más estrechos de aquellos que corresponden a los cuerpos más sutiles. Impulsados más allá de éstos por el constante desarrollo de la conciencia, pierden su elasticidad y no pueden usarse más; además se po­nen viejos por esta constante tendencia, y se desechan. Cuando la Conciencia, al final de un ciclo de creci­miento, se ha establecido definitivamente a sí misma en la nueva etapa de evolución, necesita cuerpos nue­vos a medida de la expresión de sus poderes mejorados. Si esto no hubiera sido dispuesto así en el Plan, seríamos como chicos encerrados en una armadura de acero, y confinados en el crecimiento por la falta de expansión. Los chicos crecen, a pesar de sus vestimen­tas, y les proporcionamos otras. Nosotros crecemos más allá de nuestros cuerpos, y nuestro Padre, el LOGOS nos da otros nuevos. 

El método es muy simple; se planta la semilla de la conciencia divina en el suelo de la vida humana; nutrida por dicho suelo, que es la experiencia, estimulada por el rayo solar del regocijo, expendida por la lluvia de las penas, se dilata y germina en una planta, en flores y frutos, hasta que logra parecerse a su árbol padre. Dicho sin metáforas: el Espíritu humano, la vida germinadora, entra en el bebe de un salvaje, que tiene escasa inteligencia y ningún sentido moral. Vive allí durante cuarenta o cincuenta años, dominada por de­seos, robos, asesinatos; finalmente es asesinado. Pasa por el mundo intermedio, se encuentra con muchos viejos enemigos, sufre, ve vagamente que su cuerpo ha sido asesinado por haber él asesinado a otros, y llega a alguna vaga conclusión acerca de la inconveniencia de matar, lo que queda muy tenuemente impreso en su conciencia; disfruta los resultados de algún tenue acto de amor que haya realizado. Vuelve con algo más de conocimientos de los que tenía en su primera encarnación. Esto se repite una y otra vez, hasta que gradual­mente pero en forma definida llega a la conclusión de que el asesinato, los robos y otras acciones semejantes causan infelicidad, y que el amor y la amabilidad traen felicidad. Ha adquirido una conciencia, aunque no mucha, y ésta es fácilmente sobrepasada por cualquier deseo fuerte. 

Los intervalos entre nacimientos son al principio muy cortos, pero se alargan gradualmente, a medida que se incrementa el poder de su pensamiento, hasta que se establece la ronda normal de los tres mundos. En el primero, gana experiencia; en el segundo, sufre por sus errores, y en el tercero disfruta los resultados de sus buenos pensamientos y emociones, y también aquí elabora la totalidad de sus buenas experiencias mentales y morales transformándolas en facultades mentales y morales. En este mundo celestial, estudia luego sus vidas pasadas, y sus sufrimientos, debidos a sus errores, lo cual le proporciona conocimientos, y consecuentemente poder. "Cada pena que he sufri­do en un cuerpo, se transformó en un poder que apro­veché en el próximo"[2]. Su estadía en el tercer mundo incrementa la riqueza y extensión de sus logros, a me­dida que progresa. Finalmente, se acerca el final de su largo peregri­naje; entra en el Sendero, pasa por las grandes Iniciaciones y alcanza la perfección humana[3]

La Reencarnación ha sido trascendida, porque ha espiritualizado materia para su propio uso, y en tanto la use, ella no lo cegará ni lo regirá. Echando un vistazo a esta larga serie de vueltas de la rueda de Nacimientos y Muertes, el hombre pue­de tener un sentimiento de fastidio. Pero ha de recor­darse que cada período de vida es nuevo para el que la vive. Hay un sabio ordenamiento mediante el cual el hombre olvida su pasado, al menos hasta que sea sufi­cientemente fuerte como para soportarlo, y decir re­gocijadamente como Goete "volvemos bañados y fres­cos". No hay sentido de fastidio en la criatura, que salta gozosa a encontrarse con su nueva experiencia, sino un sentido de agradable vitalidad, de deseo gozo­so y de regocijo siempre fresco. Un alma desgastada por lo ya recorrido que entrara en el cuerpo de una criatura, con el peso de la memoria pasada de luchas y desatinos, de amores y odios, sería un mal inter­cambio para el regocijo de una niñez saludable. Cada vida es una nueva oportunidad, y si hemos desperdiciado una vida, tenemos siempre "otra chan­ce". 

La Reencarnación es esencialmente un Evange­lio, buenas noticias, porque pone un final a la desesperación, promueve el esfuerzo, se solaza con la pro­clamación del éxito final y asegura la permanencia de cada fragmento, de cada semilla, de cada bondad en nosotros, con tiempo suficiente para que el menos evolucionado florezca en perfección. Su valor como explicación de la vida es indecible. El criminal, el más bajo y vil, el más pobre y peor espécimen de la raza es un alma-niña, que viene en un cuer­po salvaje a la civilización en la cual no encaja siguien­do sus propios instintos, pero la cual le proveerá un campo para su rápida evolución si sus mayores lo to­man de la mano y lo guían firme y suavemente. El está todavía en la etapa en que el hombre medio estaba hace algo así como un millón de años, y evolucionará en el futuro como ha evolucionado en el pasado. No hay diferencias sino parciales con quienes están situados en forma diferente a él; sólo hay diferencias de edades. Las desigualdades internas entre los hom­bres no tienen por qué ocasionarnos más tensiones, o sean las diferencias entre el que tiene una forma her­mosa y el deforme, entre el enfermo y el sano, entre el genio y el tonto, entre el santo y el criminal, entre el héroe y el cobarde. En verdad, ellos han nacido así, trayendo al mundo esas desigualdades que no han podido trascender. Pero ellos son, o más jóvenes en experiencia, o han llegado a ser lo que son bajo las leyes de la naturaleza. Las debilidades desaparecerán a su debido tiempo, presentándoseles oportunidad tras oportunidad. 

Cada altura estará abierta para que la escale, y contará con la energía necesaria para hacerlo. El conocimiento de la Reencarnación nos guía, como veremos en la Sección V, para lidiar con los problemas sociales. Nos muestra también cómo han evolucionado los instintos sociales, porqué el autosacrificio es la ley de la evolución para el hombre y cómo podemos planificar nuestra futura evolución bajo las leyes naturales. Nos enseña que las cualidades que han evolucionado desde la experiencia terrenal vuelven a la tierra para el servicio al hombre, y como cada esfuerzo que se realiza da plenos resultados bajo leyes inequívocas. Dándoles el tiempo suficiente, pone en las manos de los hombres el poder de elaborar su destino a voluntad, y de crear de acuerdo con sus ideales. Señala un futuro de poder y sabiduría siempre crecientes, y racionaliza nuestras esperanzas de inmortalidad. Hace del cuerpo el instrumento del Espíritu en lugar de su dueño, y elimina el miedo de que, así como el Espíri­tu necesita también un cuerpo físico para nacer a la existencia, también puede perecer cuando se le priva del cuerpo a la hora de morir. Como dice Hume, es la única teoría sobre la inmortalidad a la cual tiene acceso el filósofo. La memoria de las vidas pasadas tiene asiento en el intelecto, no en la Mente, o sea en el individuo per­manente, no en la persona mortal. Vimos en la Sección 1 que los cuerpos inferiores perecen, y que se constru­yen nuevos para ingresar en el nuevo período de vida. Ellos no han pasado por las experiencias de las vidas pasadas. 
¿Cómo, entonces, podrían gravarse en su memoria? El hombre que recuerda sus vidas pasadas, debe ser consciente del cuerpo astral, adonde reside dicha memoria, y aprender también a enviar hacia abajo la memoria hacia la conciencia cerebral. Esto puede ha­cerse mediante la práctica de la Yoga, y el hombre pue­de desentrañar y leer el registro imperecedero del pasado. 

Tenemos el hábito de ver a la Reencarnación des­de el punto de vista de la naturaleza mortal del hom­bre, viendo de esta manera una sucesión de vidas, que describimos como "reencarnaciones". Pero es bueno también considerar la cuestión desde el punto de vista del Hombre Eterno, la Mónada, manifestándose como el triple Espíritu. Visto de esta manera, la Reencarnación desapare­ce, a menos que digamos que un árbol reencarna en ca­da primavera, cuando desarrolla hojas nuevas, o que el hombre reencarna cuando se pone un traje nuevo. La personalidad, que nos aparece como algo tan importante, es sólo un nuevo conjunto de hojas, o un traje nuevo. El Hombre se reconoce como Uno, a través de la no quebrada continuidad de conciencia, con una identidad única y con una memoria ininte­rrumpida. Los días de vida mortal no tienen más en­tidad que la larga sucesión de días mortales tiene para nuestra conciencia física. Nos levantamos a la mañana y atravesamos intereses siempre renovados, y cada nuevo día trae sus propios placeres y sus pro­pias aflicciones, que pasamos con deleite. El hecho de que nuestro cuerpo físico siempre está cambiando no nos perturba ni un poquito. Por encima de esto, somos lo mismo. En la vida más larga es igual; somos lo mismo el Espíritu siempre vivo y siempre activo. Cuando nos damos cuenta de esto, las aflicciones y el fastidio se van, por cuanto los vemos como perte­necientes a algo que no es nosotros. Detenerse en el centro fijo y ver a la rueda girar desde allí es muy refrescante y útil. Si alguno de mis lectores se siente cansado, lo invito a ver por un ins­tante este Lugar de Paz.

LA LEY DE ACCION Y REACCION

La reencarnación se lleva a cabo bajo la Ley de Acción y Reacción - Karma. La palabra Karma sig­nifica acción, y hemos visto anteriormente que cada acción es una triplicidad. Los Hindúes, que han estudiado sicología duran­te miles de años, analizan las acciones como constitui­das por tres factores: el pensamiento, estimulado por el deseo, las planifica y les da forma; la voluntad (o el deseo) dirige juntas a las energías mentales hacia su cumplimiento; el acto en sí toma forma en el mundo mental. Está entonces listo para su manifestación, y presiona hacia afuera, hacia la corporificación. Es ex­pulsado al mundo físico cuando el pensador puede crear la oportunidad mediante su voluntad-poder, o cuando la oportunidad se presenta por sí. Entonces sale precipitado como un acto visible. 

Todo el proceso es visualizado por los Hindúes como una unidad triple, que es llamado "Karma", acción. Es necesario comprender esto con claridad para poder captar las tres leyes subsidiarias que afec­tan el destino futuro. Pero primeramente es necesario darse cuenta que el Karma es una ley de la naturaleza, y no una disposición arbitraria que puede cambiarse a volun­tad, y que produce resultados, pero no recompen­sas ni castigos. Una ley de la naturaleza no es una disposición, sino una relación, una secuencia inva­riable. No recompensa ni castiga, pero produce resultados invariables, y por lo tanto, predecibles. Puede establecerse, en general, que: Allí donde A y B estén en cierta relación entre sí, se producirá C. Supongamos que objetamos a C; debemos mante­ner a A y B fuera de esta relación. La naturaleza no dice "Usted debe tener C". Usted debe tenerlo si A y B están en cierta relación entre ellos. Pero si po­demos mantener A y B fuera de tal relación por algún dispositivo - por la interposición de alguna fuerza o algún obstáculo - C no aparecerá. Consecuentemente, cuanto mejor entendamos a la Naturaleza, mejor seguiremos nuestro camino por las sinuosidades de sus leyes. Cada una de sus leyes es una fuerza que capacita al hombre que comprende, y una fuerza compulsiva para el ignorante. Somos per­fectamente libres para balancear dichas fuerzas una contra otras, para neutralizar aquellas que están con­tra nuestros propósitos, dejando libres las que los cum­plen. Se dijo con verdad: "La naturaleza se conquista por la obediencia". 

El hombre ignorante es su esclavo y su, juguete; el conocedor es su conquistador y su rey. El Karma es una Ley de la Naturaleza; compele al ignorante, pero deja en libertad al sabio. Las tres ex­presiones subsidiarias de ella que más influyen en nues­tro destino son: "El Pensamiento construye el carác­ter"; "El deseo atrae sus objetos y crea la oportunidad para atraparlos"; "La acción ocasiona un medio am­biente favorable o desfavorable, según haya producido felicidad o desgracia a otros".

(1) Al tratar el Pensamiento-Poder ya hemos visto a la primera; cualquiera que decidiera pasar cinco mi­nutos todas las mañanas con un pensamiento tranquilo sobre cualquier virtud que no posea después de un tiempo, la duración dependerá de la quietud y fortale­za de su pensamiento- hallará esa virtud, reforzán­dolo en ella.

(2) Un deseo fuerte y firme ocasiona su cumpli­miento, lo que se ve con frecuencia dentro del límite de una vida; una ojeada a varias sucesivas evidencia a esta ley sin duda alguna.

(3) Aquellos que hacen felices a los demás, cose­chan felicidad para sí mismos; la felicidad se logra no buscándola, y siempre elude a quienes tratan de lo­grarla más apasionadamente. Esto, una vez más, sur­ge con mayor claridad pasando revista a varias vidas; aquél que ha ocasionado una felicidad general nacerá en circunstancias de prosperidad, en tanto que quien ha desparramado desdicha, aparecerá en un medio ambiente desafortunado. Pero la ley opera en forma tan exacta. “El pensamiento construye el carácter"­ que si ha ocasionado felicidad con motivos egoístas, su egoísmo dará por resultado una naturaleza mise­rable, aún rodeado de todo lo que hace placentera la vida

"Aunque los molinos de Dios muelen despacio, muelen muy fino;
Aunque El se detiene y espera con paciencia, muele todo con exactitud".

Siendo el Karma el resultado, en un tiempo determinado, de todos los pensamientos, deseos y acciones pasados, manifestados en nuestro carácter, oportuni­dades y medio ambiente, limita nuestro presente. Si somos mentalmente perezosos, no podemos volvernos brillantes de golpe; si tenemos pocas oportunidades, no podemos siempre crearlas; si somos tullidos, no po­demos ser sanos. Pero según lo que creemos, así po­dremos cambiar. Nuestros pensamientos, deseos y acciones presentes, cambian nuestro futuro Karma día a día. Además, es bueno recordar, especialmente si es­tamos frente a un desastre venidero, que el Karma de­trás nuestro está tan mezclado como lo están nuestros pensamientos, deseos y acciones. Una revisión todos los días demostrará que contie­ne algunos pensamientos buenos y algunos malos, algu­nos deseos nobles y algunos no tanto, algunas acciones amables y otras lo contrario. Cada clase tiene su efec­to: las buenas, haciendo buen Karma, y las malas, lo contrario. Es decir que, cuando afrontamos una desgracia, es que tenemos detrás nuestro una corriente de fuerza que nos ayuda a superar el caso, y otra que nos debilita. Una de ellas puede ser mucho más fuerte, en el sentido de ayudar o de impedir, y en este caso, el es­fuerzo que realicemos sólo jugará un papel secundario en cuanto a los resultados. Pero a menudo las dos fuer­zas están más o menos balanceadas, y entonces un buen esfuerzo en el presente puede definir la situa­ción. 

El conocimiento del Karma debería, consecuentemente, reforzar los esfuerzos, y no paralizarlos, como desgraciadamente ocurre con aquellos que conocen poco del asunto. Nunca debe de olvidarse que el Kar­ma, por ser una ley de la Naturaleza, nos deja toda la libertad que seamos capaces de tomarnos. Hablar de "la interferencia del Karma" es hablar sin sentido, ex­cepto si se quiere significar la interferencia por la gra­vitación. En este sentido, podemos interferir con am­bos, tanto como podamos. Si nuestros músculos están debilitados por la fiebre, podemos hallarnos imposibilitados de subir la escalera en contra de la gravitación; pero si son suficientemente fuertes, podremos subir gozosamente, desafiando a la gravitación a dejarnos en la habitación de abajo. Así es con el Karma. Una vez más, la Naturaleza no ordena hacer esto o aquello; mantiene invariables las condiciones bajo las cuales las cosas pueden hacerse o no. Está en nosotros encontrar las condiciones que nos capacitarán para tener éxito, y en este caso todas sus fuerzas trabajarán con nosotros y acompañarán nuestros deseos. "Acallara tu vagón a una estrella", dice Emerson, y la fuerza de la estre­lla arrastrará al vagón hasta el lugar asignado. Hay otro punto de vista práctico que es de supre­ma importancia. Podemos, en el pasado, haber realiza­do alguna fuerza kármica especial de maldad tan fuerte que somos incapaces de superarla con cualquier acción que realicemos ahora. 

En estas circunstancias, estamos impulsados a hacer el mal, aunque nuestro deseo sería hacer el bien, y nos sentimos como la paja al viento. No importa; igual tenemos recursos. Cuando llega la tentación al mal, podemos encararla de una de estas dos formas: sintiendo que debemos ganar, podemos te­ner una ganancia supina, forjando de esta manera un eslabón más en la mortal cadena del mal. Pero el cono­cedor del Karma dice "Yo he creado esta odiosa debi­lidad por incontables concesiones a los bajos deseos; es­tablezco contra ella la forma más elevada del deseo, la Voluntad, y me rehúso a caer". En la batalla contra la tentación, el hombre se esfuerza etapa tras eta­pa, hasta que puede caer en la acción, aunque no en la Voluntad. Para los ojos del mundo, ha caído, y es víctima sin esperanza de su esclavitud. A los ojos del conocedor del Karma, en su lucha, ha desechado mu­cha de la cadena que todavía lo ata. Un poco más de estas "caídas", y se romperá la cadena y quedará libre. Un hábito creado por muchos deseos equivocados no puede destruirse por un solo esfuerzo del deseo correc­to, excepto que esos raros casos en los cuales el Dios interno se despierta, y con un solo toque de la fiera Voluntad Espiritual, quema las cadenas. Tales casos de "conversión" son conocidos, pero la mayor parte de estos hombres siguieron un largo sendero. Cuando más entendamos al Karma, más resulta un poder en nuestras manos, en lugar de un poder que nos ata. Quizá aquí, más que en cualquier otra cosa, puede decirse que "saber es poder".

ANNIE BESANT





[1] Ver, para mayor extensión de este tema, la Sección VI: "Unos pocos detalles sobre Sistemas y Mundos".
[2] Edward Carpenter, Hacia la Democracia, "La lucha del Hombre con Satán".
[3] Ver Sección IV "El Sendero de Perfección y el Hombre Divino". 

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