lunes, 10 de septiembre de 2018

LA ESFERA MENTAL SUS MUNDOS Y SUS HABITANTES



La esfera mental conectada con nuestra tierra con­tiene dos globos con los cuales no tenemos nada que ver. También contiene dos mundos, el superior y el in­ferior, cada uno con sus habitantes, y una parte del in­ferior está en condiciones especiales, para el uso de seres desencarnados; este es el mundo-cielo. Toda la esfe­ra pertenece al estado de conciencia denominado pen­samiento, o actividad mental y su materia responde a los cambios de conciencia que produce el pensar. Sus siete subdivisiones, aunque mucho más finas, también se corresponden con las de los mundos astral y físico, y el mundo mental está, como el físico, divi­dido en dos, el inferior y el superior, consistente el pri­mero de los cuatro estados de materia más densas y el otro de los tres más sutiles, Dos cuerpos pertenecen a ella, o sea el mental, compuesto por combinaciones de las más densas, y el causal, compuesto por las más finas. 

Este mundo es de un peculiar interés, no solamen­te porque el hombre pasa en él casi todo el tiempo, cuando su mente está desarrollada, sumergiéndose en el mundo físico sólo por breves intervalos de su vida mortal, como un pájaro se sumerge en el mar en busca de un pez, sino porque es el lugar de encuentro de la conciencia superior e inferior. La Individualidad inmortal, descendiendo de arriba - una vez que la mónada ha formado al espíritu envián­dole su rayo - espera en el cielo superior, mientras que los cuerpos inferiores se forman alrededor de los áto­mos adheridos a él, incubándolos a lo largo de largas edades de lenta evolución. Cuando han evolucionado lo suficiente, toma posesión de ellos para su propia evolución. El hábitat del Espíritu como Intelecto - de aquel "cuya naturaleza es conocimiento" - es el mundo cau­sal, los tres niveles superiores de la esfera mental. Estos le dan su cuerpo, el causal, el cuerpo que perdura, evolucionando a través de la larga serie de encarnaciones en la materia. Este mundo y cuerpo se llaman así porque todas las causas, cuyos efectos se ven en el mundo inferior, residen allí. El cuerpo causal comienza, con la toma de posesión antes mencionada, como una simple capa de materia, en forma de huevo, que como una costra rodea los cuerpos inferiores formados dentro de él, como el pollo en el huevo. Una delicada red irradia desde el átomo permanen­te del cuerpo causal a todas las partes de esta pelícu­la, y el átomo brilla como un punto incandescente. Los átomos permanentes de los cuerpos astral y físi­cos y la unidad-molécula mental están asociados con él. Durante la vida, encierra todos los cuerpos, y a la muerte de cada uno de ellos, preserva los gérmenes per­manentes, con todos los poderes vibratorios que con­tienen, o las "semillas de la vida" para cada cuerpo sucesivo. 

Durante edades, es sólo un poco más que esta deli­cada red y superficie, porque sólo puede crecer con las actividades humanas, aquellas que producen en su materia sutil una débil respuesta vibratoria. A medida que crece la personalidad y se torna más reflexiva, menos egoísta y más involucrada en activi­dades correctas, la cosecha para su poseedor se hace más y más rica. Las personalidades son como las hojas de un árbol; atraen materia desde el exterior, la transforman en sus­tancia útil, la envía al árbol como savia, se marchitan y caen. La savia se transforma en alimento para el árbol y lo nutre, permitiendo que broten nuevas hojas que repiten el ciclo. La conciencia, en los cuerpos mental, astral y físi­co, reúne experiencia, desechando los cuerpos astral y físico como hojas muertas, y trasmutando esas expe­riencias en cualidades del cuerpo mental durante su vida en el cielo. Estas ingresan en el cuerpo causal con la cosecha, desechando también al cuerpo mental, co­mo a los otros, y se mezcla con el Espíritu, que se enriquece con ella. 

Han servido al Espíritu como las manos, usadas para tomar la comida. El Espíritu enriquecido, el Hombre, forma, alre­dedor de los viejos átomos permanentes, otros cuerpos mental y astral, capaces de manifestar estas cualidades mejoradas. El átomo físico permanente es depositado por el padre en el seno de la madre, la cual proporciona el cuerpo físico necesario por la invariable ley de causa y efecto, y estos tres cuerpos inferiores se nutren y se colorean por medio de su correspondientes cuerpos. Así se lanza una nueva personalidad a este mundo mortal. En tanto que el Intelecto tiene, como vehículo, al causal, su copia en la materia densa, la Mente, tiene co­mo instrumento al cuerpo mental. Uno tiene los pensa­mientos abstractos como actividad, y el otro los concretos. La Mente adquiere conocimientos utilizan­do los sentidos mediante la observación, como precep­tos, elaborándolos en conceptos; sus poderes son la atención, la memoria, el razonamiento por inducción y deducción, la imaginación y otros similares. El Inte­lecto sabe por resonancia del mundo exterior con su propia naturaleza, y su poder es Creación, disposición de la materia en cuerpos para su propia producción natural, o ideas. Cuando emite un destello hacia la Mente inferior, iluminando sus conceptos e inspirando su imaginación, decimos que es un Genio. 

Tanto el cuerpo causal como el mental se expanden enormemente en las últimas etapas de la evolución, y manifiestan la más magnífica radiación de luces de colores, brillando con intenso esplendor cuando están comparativamente en descanso, y enviando el fulgor más deslumbrante cuando están en intensa actividad. Ambas interpenetran a los cuerpos inferiores y se extienden más allá de sus superficies, como ya se ha dicho con relación al doble etérico y al astral. Las partes más sutiles de todos estos cuerpos que se encuentran afuera del cuerpo físico, forman colectivamente el "aura" de los seres humanos, o la luminosa nube de colores que rodea a sus cuerpos físicos. La porción etérica de esta aura puede ser captada por el aparato del Dr. Kilner. Un clarividente común normalmente ve a esta y a la porción astral. Un clarividente más de­sarrollado ve las porciones etéricas, astrales y menta­les. Hay pocos capacitados para ver la porción correspondiente al cuerpo causal, y aún menos la rara belleza del intuicional, y el fulgor del vehículo espiritual. La claridad, delicadeza y brillo de los colores aúli­cos, o su opacidad, tosquedad e inercia denota la etapa de evolución en que se halla su poseedor. Los cambios en la emoción tiñen la porción astral con colores transitorios, como el rosa del amor, el azul de la devoción, el gris del miedo, el marrón de la brutalidad o el verde enfermizo de los celos. También son familiares el amarillo de la inteligencia, el anaran­jado del orgullo, el verde brillante de la simpatía mental y alerta. 

Estrías, bandas, rayas, etc. dan una multiplicidad de formas para estudio, pues todas son expresiones de cualidades del carácter mental y moral. El aura de un niño difiere de las de los adultos, pero no la consideraremos, porque el espacio es limitado. La mente, operando en el cuerpo mental, produce resultados – pensamientos - en los cuerpos astral y físico, en este último utilizando como instrumento el sistema cerebro-espinal. Emite, en su propio mundo, definidos "pensamientos-forma", pensamientos corpo­rificados con materia mental, que van hacia el mundo mental y pueden incorporarse en otros cuerpos mentales. 
Sus propias vibraciones también envían ondulacio­nes en todos los sentidos, que causan vibraciones similares en otros. Pocas personas, comparativamente, pueden funcio­nar libremente, en la presente etapa de evolución, en el mundo mental, revestidas solamente de los cuerpos más elevados y del mental, separadas del físico y del astral. Pero los que pueden hacerlo, pueden informar­nos sobre sus fenómenos un asunto importante, pues­to que el cielo[1] es una parte del mundo mental, res­guardado de cualquier intrusión. Los habitantes de ese mundo son los espíritus de la naturaleza de mayor rango, llamados Devas o Resplandecientes en el Oriente y por los Cristianos, Hebreos y Mahometanos Angeles o el orden inferior de las inteligencias angélicas. Son formas incandescentes con formas cambiantes, de exquisitos colores, cuyo lenguaje es el color, y cuyos movimientos son melodía.

ANNIE BESANT



[1] Llamado en los antiguos libros teosóficos el Devacán o el Sukhavati.

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