La esfera mental conectada con nuestra
tierra contiene dos globos con los cuales no tenemos nada que ver. También
contiene dos mundos, el superior y el inferior, cada uno con sus habitantes, y
una parte del inferior está en condiciones especiales, para el uso de seres
desencarnados; este es el mundo-cielo. Toda la esfera pertenece al estado de
conciencia denominado pensamiento, o actividad mental y su materia responde a
los cambios de conciencia que produce el pensar. Sus siete subdivisiones,
aunque mucho más finas, también se corresponden con las de los mundos astral y
físico, y el mundo mental está, como el físico, dividido en dos, el inferior y
el superior, consistente el primero de los cuatro estados de materia más
densas y el otro de los tres más sutiles, Dos cuerpos pertenecen a ella, o sea
el mental, compuesto por combinaciones de las más densas, y el causal,
compuesto por las más finas.
Este mundo es de un peculiar interés, no solamente
porque el hombre pasa en él casi todo el tiempo, cuando su mente está
desarrollada, sumergiéndose en el mundo físico sólo por breves intervalos de su
vida mortal, como un pájaro se sumerge en el mar en busca de un pez, sino
porque es el lugar de encuentro de la conciencia superior e inferior. La
Individualidad inmortal, descendiendo de arriba - una vez que la mónada ha
formado al espíritu enviándole su rayo - espera en el cielo superior, mientras
que los cuerpos inferiores se forman alrededor de los átomos adheridos a él,
incubándolos a lo largo de largas edades de lenta evolución. Cuando han evolucionado
lo suficiente, toma posesión de ellos para su propia evolución. El hábitat del
Espíritu como Intelecto - de aquel "cuya naturaleza es conocimiento"
- es el mundo causal, los tres niveles superiores de la esfera mental. Estos
le dan su cuerpo, el causal, el cuerpo que perdura, evolucionando a través de la larga serie de
encarnaciones en la materia. Este mundo y cuerpo se llaman así porque todas las
causas, cuyos efectos se ven en el mundo inferior, residen allí. El cuerpo
causal comienza, con la toma de posesión antes mencionada, como una simple capa
de materia, en forma de huevo, que como una costra rodea los cuerpos inferiores
formados dentro de él, como el pollo en el huevo. Una delicada red irradia
desde el átomo permanente del cuerpo causal a todas las partes de esta película,
y el átomo brilla como un punto incandescente. Los átomos permanentes de los
cuerpos astral y físicos y la unidad-molécula mental están asociados con él.
Durante la vida, encierra todos los cuerpos, y a la muerte de cada uno de
ellos, preserva los gérmenes permanentes, con todos los poderes vibratorios
que contienen, o las "semillas de la vida" para cada cuerpo
sucesivo.
Durante edades, es sólo un poco más que esta delicada red y
superficie, porque sólo puede crecer con las actividades humanas, aquellas que
producen en su materia sutil una débil respuesta vibratoria. A medida que crece
la personalidad y se torna más reflexiva, menos egoísta y más involucrada en
actividades correctas, la cosecha para su poseedor se hace más y más rica. Las
personalidades son como las hojas de un árbol; atraen materia desde el
exterior, la transforman en sustancia útil, la envía al árbol como savia, se
marchitan y caen. La savia se transforma en alimento para el árbol y lo nutre,
permitiendo que broten nuevas hojas que repiten el ciclo. La conciencia, en los
cuerpos mental, astral y físico, reúne experiencia, desechando los cuerpos
astral y físico como hojas muertas, y trasmutando esas experiencias en
cualidades del cuerpo mental durante su vida en el cielo. Estas ingresan en el
cuerpo causal con la cosecha, desechando también al cuerpo mental, como a los
otros, y se mezcla con el Espíritu, que se enriquece con ella.
Han servido al
Espíritu como las manos, usadas para tomar la comida. El Espíritu enriquecido,
el Hombre, forma, alrededor de los viejos átomos permanentes, otros cuerpos
mental y astral, capaces de manifestar estas cualidades mejoradas. El átomo
físico permanente es depositado por el padre en el seno de la madre, la cual
proporciona el cuerpo físico necesario por la invariable ley de causa y efecto,
y estos tres cuerpos inferiores se nutren y se colorean por medio de su
correspondientes cuerpos. Así se lanza una nueva personalidad a este mundo
mortal. En tanto que el Intelecto tiene, como vehículo, al causal, su copia en
la materia densa, la Mente, tiene como instrumento al cuerpo mental. Uno tiene
los pensamientos abstractos como actividad, y el otro los concretos. La Mente
adquiere conocimientos utilizando los sentidos mediante la observación, como
preceptos, elaborándolos en conceptos; sus poderes son la atención, la
memoria, el razonamiento por inducción y deducción, la imaginación y otros
similares. El Intelecto sabe por resonancia del mundo exterior con su propia
naturaleza, y su poder es Creación, disposición de la materia en cuerpos para
su propia producción natural, o ideas. Cuando emite un destello hacia la Mente
inferior, iluminando sus conceptos e inspirando su imaginación, decimos que es
un Genio.
Tanto el cuerpo causal como el mental se expanden enormemente en las
últimas etapas de la evolución, y manifiestan la más magnífica radiación de
luces de colores, brillando con intenso esplendor cuando están comparativamente
en descanso, y enviando el fulgor más deslumbrante cuando están en intensa
actividad. Ambas interpenetran a los cuerpos inferiores y se extienden más allá
de sus superficies, como ya se ha dicho con relación al doble etérico y al
astral. Las partes más sutiles de todos estos cuerpos que se encuentran afuera
del cuerpo físico, forman colectivamente el "aura" de los seres
humanos, o la luminosa nube de colores que rodea a sus cuerpos físicos. La
porción etérica de esta aura puede ser captada por el aparato del Dr. Kilner.
Un clarividente común normalmente ve a esta y a la porción astral. Un
clarividente más desarrollado ve las porciones etéricas, astrales y mentales.
Hay pocos capacitados para ver la porción correspondiente al cuerpo causal, y
aún menos la rara belleza del intuicional, y el fulgor del vehículo espiritual.
La claridad, delicadeza y brillo de los colores aúlicos, o su opacidad,
tosquedad e inercia denota la etapa de evolución en que se halla su poseedor.
Los cambios en la emoción tiñen la porción astral con colores transitorios, como
el rosa del amor, el azul de la devoción, el gris del miedo, el marrón de la
brutalidad o el verde enfermizo de los celos. También son familiares el
amarillo de la inteligencia, el anaranjado del orgullo, el verde brillante de
la simpatía mental y alerta.
Estrías, bandas, rayas, etc. dan una multiplicidad
de formas para estudio, pues todas son expresiones de cualidades del carácter
mental y moral. El aura de un niño difiere de las de los adultos, pero no la
consideraremos, porque el espacio es limitado. La mente, operando en el cuerpo
mental, produce resultados – pensamientos - en los cuerpos astral y físico, en
este último utilizando como instrumento el sistema cerebro-espinal. Emite, en
su propio mundo, definidos "pensamientos-forma", pensamientos corporificados
con materia mental, que van hacia el mundo mental y pueden incorporarse en
otros cuerpos mentales.
Sus propias vibraciones también envían ondulaciones en
todos los sentidos, que causan vibraciones similares en otros. Pocas personas,
comparativamente, pueden funcionar libremente, en la presente etapa de
evolución, en el mundo mental, revestidas solamente de los cuerpos más elevados
y del mental, separadas del físico y del astral. Pero los que pueden hacerlo,
pueden informarnos sobre sus fenómenos un asunto importante, puesto que el
cielo[1]
es una parte del mundo mental, resguardado de cualquier intrusión. Los
habitantes de ese mundo son los espíritus de la naturaleza de mayor rango,
llamados Devas o Resplandecientes en el Oriente y por los Cristianos, Hebreos y
Mahometanos Angeles o el orden inferior de las inteligencias angélicas. Son
formas incandescentes con formas cambiantes, de exquisitos colores, cuyo
lenguaje es el color, y cuyos movimientos son melodía.
ANNIE BESANT
ANNIE BESANT
[1] Llamado en los
antiguos libros teosóficos el Devacán o el Sukhavati.
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