Hemos tratado hasta ahora de la vida de los hombres en el mundo, explicando cómo en ella pueden
irse preparando gradualmente a superiores etapas de evolución y adiestrarse para más rápido
progreso y más veloz adelanto. Pero mayor dificultad opone la tarea de colocarnos fuera de la
ordinaria vida del hombre, no en cuanto a su aspecto externo se refiere, sino por lo que toca a la
realidad de su vida interna. Las etapas del progreso humano que ahora vamos a considerar son
distintas y definidas y conducen a los hombres de la vida del mundo a la de regiones superiores,
desde la ordinaria humanidad a la humanidad divina. Pero como quiera que hemos de trascender en
nuestro estudio las ordinarias experiencias, resulta la tarea mucho más difícil, tanto para quien
habla como para quien escucha, porque al tratar de tan elevadas materias es preciso poner en
actuación superiores facultades, y en consecuencia les será mucho más fácil comprender estas
elevadas enseñanzas a quienes hasta cierto punto, por lo menos, hayan procurado la purificación de
vida y formación del carácter a que especulativamente nos referimos en las dos conferencias
anteriores.
Quedamos en que cuando el hombre mejora su conducta y domina su pensamiento,
capacitándose para el discipulado, llama la atención de algún Maestro y puede desde entonces dar
los primeros pasos en las iniciales etapas del discipulado, las cuales vamos a considerar; y aunque
sea un tema muy amplio, examinaremos la entera vida del discípulo. Las primeras etapas
constituyen el "sendero probatorio", en distinción del estado de discípulo aceptado.
Aunque en el
sendero probatorio reconozcamos ciertas etapas señaladas por la adquisición de definidas
cualidades, no las vemos tan distintas como las del Sendero propiamente dicho, o sea el del
discípulo aceptado, donde Maestro y discípulo se reconocen mutuamente. Las cuatro etapas de este
superior Sendero están trazadas con suma precisión, tienen nombres peculiares y sus respectivos
límites son las cuatro iniciaciones, mientras que las etapas del sendero probatorio, aunque
distintamente trazadas, no las separan análogos límites, pues más bien pueden considerarse
paralelas que sucesivas. Al que entra en el sendero probatorio no se le exige que cumpla
perfectamente todo cuanto comience a practicar, sino tan sólo que se esfuerce en la perfección.
Basta con que sea fervoroso, que persevere en sus esfuerzos, que no mude de propósito ni pierda
de vista su finalidad. Se le dispensan muchas cosas en punto a flaquezas y debilidades humanas en
consideración a la falta de conocimiento que todavía entorpece su adelanto.
Las pruebas a que se le
somete y las dificultades que al efecto se le oponen no van más allá de las de la vida ordinaria en
su diversidad de tribulaciones, pero no de la índole de las correspondientes al superior Sendero.
Años atrás, un brahmana, miembro de la Sociedad Teosófica, Mohini Mohun Chatterji, de Calcuta,
aunque a la sazón residente en Inglaterra, entresacó de las enseñanzas hinduistas las características
de las etapas del sendero probatorio que el aspirante ha de recorrer con ayuda del Maestro, aunque
todavía no lo conozca, por lo menos en conciencia vigílica, pues el aspirante parece como si
recorriera el sendero probatorio sin auxilio alguno, fiado tan sólo en sus propias fuerzas. Desde
luego, que esto es una ilusión forjada por su propia ceguedad e ignorancia, pues la vista del
Maestro está fija en él, aunque no se percate de ello su conciencia física, y recibe de los planos
superiores continuo auxilio que se manifiesta en su conducta sin que él lo advierta claramente.
Veamos ahora qué cualidades preliminares se necesitan en general para que intensifiquen su matiz
en el sendero probatorio. Viveka.
Equivale a discernimiento y es el resultado de las pasadas
experiencias que enseñan a discernir entre lo real y lo ilusorio, entre lo eterno y perecedero. Hasta
que no adquiera esta cualidad se verá atado a la tierra por la ignorancia y los objetos mundanos le
alucinarán con su seductor atractivo. Ha de abrir los ojos y penetrar a través del velo de maya con
mirada bastante aguda para estimar las cosas terrenas en su verdadero valor. De viveka se deriva la
segunda cualidad, que es: Vairagya. Ya dijimos que el aspirante al discipulado ha de empezar a
prescindir del fruto de sus acciones, y cumplirlas como un deber sin apetencia de lucro personal;
pero ya en vidas anteriores debe de haberse ejercitado en esta cualidad de modo que sea capaz
ahora de satisfacer las exigencias que se le demanden antes de ser posible la iniciación y que se
muestre del todo indiferente a las cosas terrenas y mundanas. Es vairagya la segunda cualidad del
sendero probatorio, derivada del viveka o discernimiento entre lo real y lo ilusorio, entre lo
permanente y lo transitorio, porque cuando el aspirante se afirme en el conocimiento de lo real y
permanente, no cabe duda de que los objetos mundanos perderán su atractivo y quedará por
completo indiferente hacia ellos.
Cuando se ve lo real ya no satisface lo ilusorio. Cuando siquiera
por un momento se ve lo permanente, resulta lo transitorio indigno de que en su logro nos
esforcemos. En el sendero probatorio todo cuanto de mundano nos rodea pierde su atractivo y el
hombre ya no se esfuerza en poseerlo ni deliberadamente trabaja con apetencia del fruto de su
labor. Los objetos no tienen ya de por sí atractivo; la raíz del deseo se va poco a poco marchitando,
y como dice el Bhagavad Gita, los objetos terrenos se apartan del austero morador del cuerpo; pero
más bien que abstenerse él de ellos, pierden éstos la propiedad de satisfacerle. Los objetos de
sensación se apartan de él a consecuencia de la disciplina a que, según dijimos, se sometió.
Al
advertir el transitorio carácter de los objetos de deseo, es muy natural que de la indiferencia con
que los mira el candidato derive la indiferencia por el fruto de las acciones, porque, en rigor, este
fruto es también un objeto apetecible, y si el hombre está convencido de su ilusión y fugacidad, se
abstendrá de él por reconocimiento de lo real y permanente. Shatsampatti. Es la tercera de las
cualidades que se han de adquirir en el sendero probatorio y está integrada por un séxtuple grupo
de atributos mentales que se manifiestan en la conducta del candidato. Largo tiempo luchó para
dominar sus pensamientos del modo que ya sabemos. Practicó todos los métodos de que ya
tratamos para dominarse, contraer el hábito de meditación y formar el carácter.
Logradas estas
cualidades, se manifestarán ahora en el hombre real (pues del hombre real estamos tratando y no
de su apariencia) en la cualidad de shama o dominio de la mente y disciplina del pensamiento,
cuyos efectos comprenda según afecten en bien o en mal a quienes le rodeen. Conocedor de la
facultad que tiene de auxiliar o entorpecer con sus pensamientos a los demás hombres y de retrasar
o favorecer la evolución de la raza, se convierte en deliberado obrero del progreso humano y de
todos los seres evolucionantes en el mundo a que pertenece. La disciplina del pensamiento y la
firme actitud de la mente le predisponen al definido discipulado durante el cual todos sus
pensamientos han de servir para la obra del Maestro, y la ejercitada mente se desliza sin apenas
esfuerzo alguno por los surcos que traza la voluntad.
De la disciplina del pensamiento, en tan
amplio grado cumplida, deriva inevitablemente la cualidad o atributo mental llamado doma, que
significa gobierno de los sentidos y del cuerpo o regulación de la conducta. ¿No se echa de ver en
todo esto que consideradas las cosas desde el punto de vista oculto resultan invertidas respecto del
punto de vista desde el que se consideran en la tierra? Las gentes profanas dan mucho más valor a
los actos que a los pensamientos, mientras que para el ocultista tiene mayor importancia el
pensamiento que la conducta. Si el pensamiento es recto, forzosamente lo será también la
conducta. Si el pensamiento está disciplinado, no dejará de estarlo asimismo la conducta, porque la
acción no es ni más ni menos que el trasunto del pensamiento concretado en el mundo de las
formas, pero cuya forma depende de la conducta interna, de la plasmante energía que modela la
acción. El mundo arrúpico es el mundo de las causas y el mundo rúpico el de los efectos. Por lo
tanto, si disciplinamos el pensamiento, disciplinada quedará la conducta, porque ésta es natural e
inevitable expresión del pensamiento.
El tercer atributo mental que denota esta actitud del hombre
interno es upárati, que significa amplia, noble y sufrida tolerancia por todo cuanto le rodea; una
especie de sublime paciencia capaz de esperar y de comprender y que por lo tanto no pide de nadie
más de lo que puede dar. También esta es una preparación para otra distinta etapa del sendero del
discipulado. La tolerancia es indulgente con todas las personas y en todas las cosas, porque no mira
a los hombres como son vistos desde fuera, sino como son en su interior, y ve sus aspiraciones,
deseos y motivos, y no solamente los artificiosos disimulos que las apariencias suelen dar en el
mundo externo. Es tolerante con las diversas formas de religión, con las diferentes costumbres y
tradiciones de las gentes, pues sabe que todo esto son fases pasajeras que por fin transcenderá el
hombre, y no es tan insensato que pretenda de la infantil humanidad la amplia, extensa y
dignificada paciencia, propia de la humanidad viril y no de la que todavía está en las primeras
etapas de la evolución.
Esta mental actitud de tolerancia ha de cultivarla constantemente el hombre
que se acerca a la iniciación, y debe adquirirla por la intuición de la verdad y ser capaz de
reconocer la verdad encubierta bajo el velo de falaces apariencias. ¿No advertimos en todo esto el
alboreo del sentido de la realidad que ha de transmutar profundamente al hombre en el sendero
probatorio? Ya no le engañan las apariencias como al principio le engañaron. Conforme adelanta
descubre la realidad y va desechando la ilusión. Se desliga de la Sujeción a las apariencias y
reconoce la verdad cualquiera que sea su ilusoria forma. El siguiente atributo o cualidad mental es
titiksha, que equivale al aguante sin resentimiento de todo cuanto sobrevenga. Recordaréis que,
según dije, es preciso esforzarse en la adquisición de esta cualidad, desprendiéndose poco a poco
de la propensión a sentirse agraviado y acostumbrándose a la compasión y el perdón. El resultado
de este ejercicio de la mente es la firme y definida actitud de titiksha.
El hombre interno desecha
así todo resentimiento hacia las personas y las cosas, hacia las circunstancias y cuanto le rodea en
la vida, porque descubre la verdad, conoce la Ley y por lo tanto sabe que cualesquiera que sean las
circunstancias en que se halle son consecuencia de la buena Ley. Comprende que todo cuanto los
hombres puedan hacerle, proviene de que son agentes de la Ley.
Sabe que cuanto le suceda en esta
vida es efecto de las causas por él establecidas en el pasado, y así desecha todo linaje de
resentimientos. Obra en justicia y así no se encoleriza por nada, pues nada puede afectarle si no lo
ha merecido, ni nada puede interponerse en su camino si él mismo no lo interpuso en sus anteriores
vidas.
Así vemos que ni penas ni alegrías pueden desviarle de su sendero ni cosa alguna que le
ocurra será capaz de torcer su dirección. Ve el sendero y lo huella; ve la meta y va en pos de ella.
Ya no se extravía por vericuetos ni andurriales, sino que firme y perseverantemente sigue el
escogido camino. Ni el placer ni el dolor lo apartarán de él. No le desalentarán la pereza ni el tedio
ni el hastío, ni le halagará ofrecimiento alguno, excepto los del Maestro a cuyos Pies desea
postrarse. La incapacidad de desviarse y la fortaleza en el aguante es cualidad verdaderamente
necesaria en el sendero probatorio. Dije que ha de pasar por pruebas y experiencias y conviene
comprender la razón de estas dificultades. El que entra en el sendero probatorio se propone
efectuar en corto número de vidas lo que en centenares de ellas habrá de cumplir el hombre del
mundo.
Se parece al que anheloso de subir a la cima de una montaña, no sigue el largo camino que
por su falda serpentea, sino que dice para si: "Voy a encaminarme derechamente por la falda a la
cima y no perderé tiempo en recorrer ese meandro larguísimo, aunque cómodo y suave, trillado por
las miríadas de pies que lo hollaron. Iré por el atajo, por el sendero corto que conduce
derechamente a la cima. A pesar de todas las dificultades escalaré la montaña. Subiré a la cumbre
por muchos que sean los obstáculos. Si hay precipicios, los cruzaré; si peñascales, treparé por ellos.
De un modo u otro venceré o soslayaré los impedimentos, pero estoy resuelto a escalar la cumbre."
¿Cuál será el resultado? Tropezará con millares de dificultades en su camino y lo que gane en
tiempo debe compensarlo con el esfuerzo necesario para salvarlas.
El que entra en el sendero
probatorio hace lo mismo que quien escoge el atajo para subir a la montaña, y acumula sobre sí
todo su karma pretérito, que debe agotar antes de merecer la iniciación. Los Señores del Karma, los
administradores de la ley kármica, las potentes Inteligencias que sobre nosotros actúan y cuya
grandeza excede a nuestra comprensión y supera a cuanto nuestro raciocinio pueda conjeturar, los
Registradores del Karma, que conservan las crónicas akásicas donde están anotados los
pensamientos y acciones de los hombres, llevan, por decirlo así, una cuenta de cada individuo.
Tienen ante sus omniscientes ojos el registro de la vida de cada ser humano y ha de saldarse o por
lo menos aligerarse mucho la cuenta antes de que el hombre atraviese los portales de la iniciación.
Y cuando entra en el sendero probatorio y en él pone los pies por deliberada voluntad, con sólo ello
demanda de los Señores del Karma que entresaquen el debe de su cuenta y se lo presenten para el
pago. ¿Es, por lo tanto, extraño que las dificultades ericen su sendero?
El karma que se hubiera
diluído en centenares de vidas, se ha de concentrar en unas cuantas, acaso en una, y en
consecuencia es muy difícil hollar el sendero. Le sobrevienen al hombre disgustos y contrariedades
de familia, tropiezos en el negocio, tribulaciones de mente y enfermedades del cuerpo. Así es que,
según antes dije, necesita mucha firmeza para proseguir en el sendero probatorio y no desalentarse
ni retroceder. Parece que todo se revuelve contra él, y se figura que le ha abandonado su Maestro.
¿Por qué, cuando se esfuerza en lo mejor, ha de caer sobre él lo peor? ¿Por qué, cuando su
conducta aventaja en bondad a la que observó hasta entonces, le han de asaltar estas penas y
dificultades? Parece injusto, duro y cruel que cuando más noblemente vive, se vea más duramente
tratado por el destino que cuando observó peor conducta. Pero debe sobrellevar la prueba y no
consentir que el sentimiento de injusticia penetre en su interna vida.
Debe decirse: "Yo lo quise.
Desafié a mi karma. ¿Qué de extraño tiene que lo satisfaga?" Al menos cobra aliento al recordar
que una vez pagada la deuda queda para siempre satisfecha y ya no puede volver a perturbarle.
Cada deuda kármica que satisface, se borra definitivamente de la cuenta de su vida. Está saldada.
Por lo tanto, si le sobrecoge la enfermedad, si le asaltan penas y congojas, piensa que es para su
bien y exclama: "Esta tribulación quedará tras mí en el pasado y no ante mí en el porvenir" Por lo
mismo, está gozoso en la tristeza, esperanzado en el desconsuelo y alegre en la pena, porque el
hombre interno bendice la Ley y le contenta la respuesta recibida a su demanda. Si no hubiese
respuesta, significaría que su voz no ha llegado a oídos de los Maestros, que su ruego cayó en
tierra, pues sus tribulaciones son la respuesta a su petición.
Así en estas luchas, dificultades y
esfuerzos adquiere el quinto atributo mental, el shraddha o fe, que mejor debemos llamar confianza
en su Maestro y en sí mismo. Posible es comprender cómo es la confianza el resultado de
semejante lucha, porque al terminar brota la confianza a manera de flor que se abre bajo la
influencia del sol y de la lluvia. Tiene ya confianza en su Maestro, pues ¿no le ha conducido por
aquel espinoso sendero hasta llevarle al otro extremo en donde se extiende ante sus pasos la
entrada a la iniciación? Además, tiene confianza en sí mismo, no en su yo inferior a cuyas
flaquezas se ha sobrepuesto, sino en su divino Yo cuya fortaleza reconoce. Comprende entonces
que todo hombre es divino y que en el transcurso de las vidas que le esperan, llegará a ser lo que
hoy es su Maestro, en cuyo poder para enseñarle y guiarle, en cuya sabiduría para conducirlo e
instruirle tiene plena confianza. Y aunque muy humilde y sin embargo fortísima, también tiene
confianza en sí, pues sabe que es divino y a pesar de los esfuerzos que necesite hacer para
desbaratar las dificultades todavía no vencidas, su fortaleza es la de Brahmán y le basta para
triunfar de obstáculos y pruebas.
El sexto atributo mental es samadhana, que significa ajuste,
equiponderación y paz de la mente, el estable equilibrio resultante de la adquisición de las otras
cinco propiedades. Logrado el samadhana se acaba de hollar el sendero probatorio y el candidato
permanece firme ante el portal de la iniciación. Entonces adquiere sin ulterior esfuerzo la cuarta
cualidad: Mumuksha. Es el anhelo de emancipación, el ansia de liberarse que, coronando los
prolongados esfuerzos del candidato, lo convierte en adhikari o sea apto para la iniciación. Se le
puso a prueba y contra ella prevaleció. Tiene agudo discernimiento, su indiferencia hacia las cosas
terrenas no es temporáneo disgusto ocasionado por pasajeros desengaños; su carácter mental y
moral subió de nivel. Es apto y está dispuesto para la iniciación. Ya no se le pide más. Se halla
pronto a ver a su Maestro cara a cara, a entrar en la vida que por tanto tiempo anheló. Antes de
pasar adelante, conviene advertir que cada cualidad del sendero probatorio es doblemente mental y
moral, y sirve de preparación para adquirir las del sendero superior. Son cualidades morales y
mentales, que no deben confundirse con los siddhis o poderes resultantes de un anormal desarrollo
psíquico.
En modo alguno se le exigen estos poderes al que ha de recorrer el sendero probatorio.
Cabe la posibilidad de que un hombre haya adquirido algún poder psíquico o siddhi, y sin embargo
no esté capacitado para la iniciación. Ha de poseer cualidades morales que se le exigen con
inquebrantable rigidez, porque así lo requiere la experiencia de los Maestros en su aleccionamiento
de la humanidad, etapa por etapa, en el transcurso de millares de años. Saben muy bien que la
aptitud para el verdadero discipulado consiste en el incremento de la mente y del carácter moral y
no en el desarrollo de la naturaleza psíquica, que ya llegará cuando haya de llegar a su debido
tiempo y en ocasión oportuna. Mas para ser discípulo aceptado es preciso estar mental y
moralmente dispuesto a afrontar la mirada del Maestro, quien exige las cualidades expuestas, que
el discípulo ha de poseer antes de recibir el segundo nacimiento que sólo el Maestro puede otorgar.
Tengamos también presente que las requeridas cualidades entrañan conocimiento y devoción, a fin
de que por el conocimiento pueda el hombre ver el sendero y por la devoción hollarlo. Así dice el
Upanishad que no basta el conocimiento sin devoción ni la devoción sin conocimiento. Han de
estar combinados uno y otra, porque son las dos alas que al discípulo remontan. Tratemos ahora del
Sendero propiamente dicho. De cuando en cuando ha salido de labios de los Maestros alguna que
otra declaración explícita acerca de las cuatro grandes iniciaciones que señalan las etapas del
Sendero desde el punto en que el Maestro acepta al discípulo y lo coloca bajo su guía, instrucción y
guarda. Sobre este particular encontrarnos acá y allá varias insinuaciones comprobadas por la
experiencia de quienes cruzan el portal y que está permitido divulgar, no para satisfacción de
ociosa curiosidad, sino para aleccionar a quienes anhelen prepararse a dar este gran paso hacia
adelante.
Desde luego que ha de ser incompleto cuanto se diga sobre las iniciaciones, pues sólo
fragmentarios informes de tan grandes misterios cabe proporcionar al mundo profanó, y por lo
mismo, la declaración de cuanto es lícito decir suscita en el oyente muchas preguntas a las cuales
no fuera discreto responder, porque no se publican estas informaciones con objeto de que muevan a
curiosas preguntas, sino para provecho de quienes ardientemente anhelen aprender y comprender, a
fin de prepararse al cumplimiento de su labor. Así es que de cuando en cuando se dan estas
insinuaciones y parciales informes que bastan para servir de guía, aunque no para satisfacer la
ociosa y profana curiosidad de las gentes. La historia nos presenta dos insignes Maestros que más
que otro alguno nos ha dado informes acerca de este asunto.
Fueron Instructores de dos religiones
mundiales, aunque este adjetivo no debe tomarse en significado de extensión, sino en el de
intensidad, por entrañar dichas religiones las almas mejor dispuestas a recibir la iniciación. Uno de
los dos insignes Maestros fue el Señor Buddha, fundador del budismo, y el otro Shri
Shankaracharya, quien hizo por el hinduismo lo que podemos decir que hizo el Buddha por los
países donde purificó la exotérica fe. En cuanto al Sendero, las enseñanzas de ambos instructores
son idénticas, cual deben serlo la de todos los grandes iniciados, pues todos trazan las mismas
etapas y las señalan por medio de definidas iniciaciones que separan cada etapa de la que le
precede y de la que la sigue. Las enseñanzas de los iniciados son esencialmente idénticas y
únicamente difiere la terminología empleada para adaptarlas a las respectivas religiones. Aquí
vemos por qué han de aprender los hombres a buscar la verdad bajo diversas formas y apariencias,
pues de lo contrario disputarán sobre las formas en vez de descubrir la identidad subyacente en los
marbetes externos, que no son más que nombres.
En el Sendero hay cuatro etapas, señaladas por su
respectiva iniciación. Con esta palabra se expresa el explaye de la conciencia determinado por la
peculiar mediación del Maestro que actúa en nombre del único y Supremo Iniciador de la
humanidad y en cuyo nombre confiere el Maestro el segundo nacimiento del discípulo. Dicho
explaye de la conciencia es la nota característica de la iniciación, porque le da al discípulo "la clave
del conocimiento", esto es, que despliega ante los ojos del iniciado nuevos horizontes de
conocimiento y poder y pone en su mano la llave de las puertas de la naturaleza, a fin de que sea
capaz de prestar más eficaz auxilio al mundo, que tenga mayor aptitud para el servicio y merezca
incorporarse a la pequeña hueste de hombres que renunciando al yo inferior se han consagrado al
servicio de la humanidad, idéntico al servicio del Maestro, sin apetecer otra cosa, porque rehúsan
cuanto el mundo pueda ofrecerles y quieren servir perpetuamente de instrumentos de acción a los
Maestros y ser los canales por donde Su ayuda y gracia se derramen sobre el mundo. Entre una y
otra de las cuatro iniciaciones se han de operar en el hombre interno ciertos cambios muy
diferentes de los que hasta ahora hemos considerado.
Ha de hacer perfectamente cuanto haga y
cumplir del todo sus tareas y quebrantar definitivamente sus cadenas. Ya no se le consienten
labores chapuceras, y no podrá seguir adelante hasta que haya realizado acabadamente la obra
peculiar de la etapa en que se halle. Vemos, pues, que sólo a él se le exige esta rigurosa exactitud
en sus obras, de modo que no pase adelante hasta cumplir perfectamente la tarea asignada. No se
permite en este Sendero nada hecho a medidas ni chapuceramente, y por mucho que tarde en
acabar su labor, ha de acabarla en definitiva antes de proseguir. A esta actuación se la ha llamado
"el quebrantamiento de los grilletes", o sea de todo cuanto aún sujeta al alma. En el término del
Sendero alcanzará el estado de jivanmukti, cuya vida es en absoluto libre, y por lo tanto, para
alcanzarlo, ha de ir quebrantando el discípulo todos los grilletes de modo que nada pueda aherrojar
al hombre viviente. La primera iniciación convierte al discípulo en parivrajaka, según la
terminología de Sankara, o en srotapatti, según la de Buddha.
Esta palabra srotapatti es del idioma
pali y significa "el que ha entrado en la corriente", es decir, que se ha separado del mundo y ya no
pertenece a él, aunque en él viva, porque no tiene lugar en él ni nada que pueda retenerlo.
Exactamente el mismo concepto expresa la palabra parivrajaka, que significa errante y sin hogar;
pero no ha de entenderse por ello un vagabundo sin casa ni albergue en el sentido vulgar, sino en el
de que el parivrajaka vive internamente separado del mundo y no tiene en él morada fija, porque
tanto le importa un sitio como otro, y va a donde el Maestro le manda. No le atrae lugar
determinado, pues ha quebrantado las ligaduras de nacionalidad y por esto se le llama el "errante".
Bien sé que hoy día se toma esta etapa en sentido completamente exotérico; pero yo la considero
en el significado esotérico que siempre le dieron los Maestros.
Desgraciadamente han cambiado
mucho las cosas desde los tiempos antiguos, y lo que antes era realidad de conducta se contrae hoy
a meras palabras y apariencias. Pero deseo dar a conocer las cuatro etapas del Sendero, tal como
las explica el hinduismo y según algunos creen que las reveló originariamente el Señor Buddha,
cuando no hizo más que restaurar las enseñanzas del antiguo y áspero Sendero que todos los
iniciados de la única Logia Blanca hollaron, huellan u hollarán. Consideremos primeramente la
realidad del caso. El que entra en la corriente y se ha separado en absoluto del mundo, ya sólo
espera de él ocasiones de servirle. Únicamente anhela hacer en el mundo lo que su Maestro le
mande. Esta es la característica de la primera gran iniciación, la señal del hombre renacido. Por lo
general, el renacimiento se efectúa fuera del cuerpo físico, aunque en conciencia vigilica, es decir,
que casi siempre la primera iniciación consiste en despertar la conciencia activa del hombre en su
cuerpo astral, mientras el cuerpo físico queda en éxtasis, aunque a veces recibe el discípulo la
iniciación sin que durante algún tiempo tenga despierta conciencia de haberla recibido; sin
embargo, ni en uno ni en otro caso puede deshacerse lo hecho.
El hombre ya no será nunca lo que
antes fue. Un recién nacido estará durante algún tiempo inconsciente del mundo que le rodea; pero
no puede restituirse al claustro materno como si no hubiese nacido. Así tampoco puede el iniciado
renacido ser como era antes de renacer y actuar en la vida del mundo como quienes no han todavía
renacido. Podrá rezagarse en el camino, retardar su progreso, costarle mucho tiempo de ruptura de
los grillos que aún lo sujetan; pero no puede volver a ser un ininiciado ni se le caerá la llave de las
manos. Ha entrado en la corriente, se ha desligado del mundo y ha de seguir adelante por muchas
vidas que necesite para adelantar. Se ha discutido el número de vidas intermedias entre la primera
iniciación y el logro del final estado de jivanmukti. Recuerdo que Swami T. Subba Row, al
examinar la generalizada opinión de que han de sucederse siete vidas en el Sendero, observó muy
acertadamente que "lo mismo podían ser siete vidas que setenta, o también siete días o siete horas".
En efecto, la vida del alma no se cuenta por años de almanaque, sino que depende de su energía,
fortaleza y voluntad para vencer. Un hombre puede desperdiciar el tiempo o emplearlo
provechosamente y de ello dependerá su progreso. Pero durante la etapa que comienza en la
primera gran iniciación y termina en la segunda, debe desprenderse de tres cosas antes de pasar por
el segundo portal.
Lo primero es la ilusión del yo personal. Ha de destruir la personalidad. No basta
ya dominarla, empequeñecerla y refrenarla, sino que es preciso destruirla y matarla para siempre.
Se ha de desvanecer la ilusión del separado yo personal. El discípulo ha de reconocer su unidad
con todos los demás seres, porque uno es el Yo de todos. Debe convencerse de que cuanto le rodea,
hombres, animales, plantas, minerales y elementales formas de vida constituyen una unidad. Ha de
desechar la ilusión de la personalidad. El explaye de su conciencia le ayudará a desechar la ilusión.
El reconocimiento del verdadero Yo le permitirá desechar el falso. La vista de lo real desvanecerá
lo ilusorio, y así matará la ilusión del yo personal, porque están abiertos sus ojos y penetran a
través del velo de ilusión. De esta suerte se libra de la ligadura llamada "ilusión del yo". El
segundo, obstáculo que le impide adelantar es la duda, y ha de desprenderse de ella por medio del
conocimiento. Ya no han de ser para él tema de especulación las cosas del mundo invisible ni
contraerse a puras ideas filosóficas las grandes verdades religiosas, sino que han de ser hechos
positivos.
No ha de preguntarse ya cómo y porqué es tal o cual cosa.
Hay ciertas verdades
fundamentales sobre las que no ha de caberle la más ligera duda. Antes de dar otro paso adelante,
debe estar absolutamente convencido sin reparo posible de las capitales verdades de la
reencarnación y del karma, así como de la existencia de los hombres divinos, de los jivanmuktas o
Maestros de la humanidad. Sobre estos puntos no ha de quedarle la más leve sombra de duda, es
decir, que no se ha de limitar a conocerlos teóricamente, sino en práctica realidad, de suerte que
ningún reparo pueda obscurecer su mente. El único modo de lograrlo es que el conocimiento
substituya a la especulación y que el absoluto contacto con la realidad imposibilite los engaños
dimanantes de las ilusiones del mundo exterior. La tercera y última ligadura que ha de quebrantar
en esta primera etapa del Sendero es la superstición. Si advertimos bien lo que la superstición
significa, comprenderemos por qué Shankara y el Buddha dieron los nombres que ya dijimos a esta
etapa del discipulado.
Superstición significa técnicamente la confianza en externos ritos y
ceremonias para obtener auxilio espiritual. En cuanto a su externa naturaleza se refiere, el discípulo
reconoce la verdad bajo la forma, y por lo tanto, la forma sólo vale para adaptarla a este mundo de
ignorancia e ilusión. Así es que el discípulo ha de sobreponerse a las formas y ceremonias
exotéricas. A los que en la India llaman Sannyasis se les supone haber transcendido la superstición
porque conocen la realidad de las cosas y no necesitan subir por los peldaños de la escalera por
donde suben la generalidad de los hombres. Los peldaños son necesario en un principio, pues para
subir al piso de una casa es precisa la escalera, a menos que quien haya de subir tenga tal
conocimiento y de tal modo domine las leyes de la naturaleza, que sea capaz de invertir la
polaridad de su cuerpo y elevarse por levitación en virtud de la fuerza de su voluntad, en vez de ir
subiendo peldaño tras peldaño. A un hombre así no le hace falta escalera porque puede elevarse
por su propia energía y llegar al piso alto de la casa sin el lento método de la escalación.
Pero de
esto no se infiere que la escalera sea inútil, pues la necesitarán quienes no puedan subir por sí
mismos; y hay muchos hoy día que, incapaces de propia elevación, repugnan valerse de la escalera,
olvidando que mientras la voluntad no esté del todo desarrollada, las formas inferiores son
necesarias para el ascenso del hombre. Esto me mueve a decir algo sobre "el verdadero sannyasi".
Hace cinco mil años había ya perdido esta palabra su genuino significado. En los comienzos de la
edad kali, vemos que Shri Krishna distingue entre el sannyasi aparente y el real. Recordad que el
tratar de este asunto dice: "El que cumple la acción como un deber, independientemente del fruto
de la acción es sannyasi, es yogui, porque carece de fuego y nada hace".
La frase "carece de fuego"
significa que no enciende el fuego del sacrificio ni practica ritos ni ceremonias, pues no se le
exigen al sannyasi. Pero añade Shri Krishna que no es verdadero sannyasi quien sólo prescinde de
ritos y ceremonias y se abstiene de actuar en el mundo de los hombres. Si esto era verdad hace
cinco mil años, mucho más lo es, desgraciadamente, ahora. Si era cierto cuando el gran Avatara
recorría las llanuras de la India, mayormente lo es al cabo de cinco mil años de tinieblas. Al
observar los países orientales y especialmente la India con sus innumerables sannyasis vemos que
algunos lo son por el traje y no por interna renunciación.
Si de la India pasamos a Ceilán,
Birmania, China y Japón, veremos allí monjes budistas que lo son por su habito amarillo y no por
la nobleza de su conducta; en aspecto externo y no en verdad interna. Pero si bien es cierto que más
sinceramente se practica la religión en la India que en otros países, y por tradición religiosa es su
suelo más sagrado y su ambiente más espiritual que los de otras tierras; aunque hay en la India
lugares tan santificados por los ascetas, que aún al visitante profano le sosiegan la mente y
despiertan en su alma espirituales aspiraciones; aunque todo esto, por ser cierto, hace amable y
sagrada para siempre a la India, sus hijos, ¡ay! no son dignos de ello, porque han decaído en todos
conceptos.
Observando el mundo profano no vemos punto alguno en donde predomine la vida
espiritual ni nación que reconozca su supremacía. Se estremece el ánimo de quien conoce las
posibilidades y ve las actuaciones; que conoce lo que puede ser y ve lo que es; que conoce la
verdad y ¡ay! ve las simulaciones de la verdad. Pero a pesar de todo, el ánimo del discípulo no
desfallece, porque eternamente viven los Maestros y todavía siguen los discípulos sirviendo al
mundo de los hombres. Sin embargo, el discipulado no tiene ahora el habito por distintivo, sino su
vida interna; no el traje que se desgasta, sino el conocimiento, la pureza y la devoción que le abren
las puertas de la iniciación. Consideremos la segunda etapa del Sendero durante la cual es el
discípulo un kutichaka, según la terminología de Shankara, o un sakridagamin, según la del
Buddha, con que se designa al hombre nacido una vez más.
En esta segunda etapa no hay que
romper determinadas ataduras, sino adquirir ciertas cualidades, y ahora llega la oportuna ocasión
de educir los siddhis o poderes, porque el discípulo ha de ser capaz durante esta etapa de muy
amplio servicio y efectuar la obra de su Maestro, no sólo en el mundo físico, sino en los astral y
mental. Por lo tanto, necesita, no sólo hablar con los labios, sino de mente a mente con deliberado
y consciente propósito. Ya veremos mas adelante qué posibilidades se le ofrecen de servir al
mundo físico; y si estas posibilidades se actualizaran cumplidamente, cambiarían con ventaja el
rumbo de las cosas y aún de la vida física del hombre. Más para que el discípulo realice esta parte
de la obra y se disponga a ejecutar la todavía más alta que le aguarda cuando posea pleno
conocimiento y la naturaleza no tenga velo alguno con que vendarle los ojos, debe ir educiendo
una tras otra sus internas facultades. Si antes no lo hizo, es necesario que en esta etapa alumbre el
fuego interior y funcione el kundalini en los cuerpos físico y astral del hombre viviente. Algunas
obras, como el Ananda Lahiri, de Shri Shankara, tratan del encendimiento del fuego vivo y de su
transporte de chakram a chakram.
Según se va encendiendo este fuego vivo, confiere al hombre el
poder de dejar a voluntad su cuerpo físico, porque al pasar de uno a otro chakram desprende el
cuerpo físico de los demás del hombre. Entonces, sin interrupción de la conciencia, sin solución de
continuidad ni vacío alguno que separe un mundo de otro, el hombre es capaz de actuar
conscientemente en los astral y mental y traer consigo, al restituirse al cuerpo físico, el
conocimiento de la obra efectuada en los dos mundos superiores. Estos poderes o facultades se
desenvuelven durante la segunda etapa del sendero, si ya no se edujeron antes, y mientras no los
ejerza en toda su plenitud y con absoluto dominio, sin valla alguna entre el mundo visible y los
invisibles, no podrá seguir adelante en el Sendero. Cuando el desarrollo de los internos sentidos y
facultades, la adquisición de los siddhis, derribe las vallas, estará el discípulo dispuesto a entrar en
la tercera etapa del Sendero. Fácilmente se comprende lo muy expuestos a engaño que están
quienes sin la debida aptitud intentan por medios artificiosos llegar a esta tercera etapa sin poseer
la necesaria espiritualidad y mucho antes del tiempo en que la alcanzarían por ordenada evolución.
Hay algunos libros, especialmente los de texto extractado de los Tantras, que leen ávidamente los
ansiosos de poseer facultades psíquicas, sin cuidar de su mental y moral capacidad para usarlas
rectamente. En algunos Tantras hay muchas verdades para provecho de quienes acierten a
descubrirlas, pero su expresión literal es, por lo incompleta, ocasionada a peligrosos extravíos si no
se conoce la realidad de los hechos o no hay Maestro que enseñe a levantar velos y salvar abismos.
Así es que las gentes cuya ignorancia y ambición las llevan a estas prácticas con deseo de violentar
su desenvolvimiento psíquico antes de que el mental y moral los capacite para ello, obtienen
resultados a menudo perjudiciales que minan su salud, desequilibran su mente y apagan sus
facultades intelectuales, porque intentan cosechar antes de la madurez el fruto del árbol de la vida y
con sus impuras manos y sus contaminados sentidos quieren entrar en el Santo de los Santos, en el
lugar santísimo donde el ambiente es de tal índole, que nada impuro puede subsistir en él, y sus
vibraciones tan intensas, que en añicos quiebran cuanto con ellas no se pone en diapasón. todo
cuanto por impureza no es capaz de armonizarse con aquella sutil y tremenda vibración.
Sin
embargo, cuando aleccionado por el Maestro, pues no hay otro medio, el discípulo acaba de
recorrer esta tercera etapa, recibe el discípulo la tercera gran iniciación que lo convierte en hamsa,
según la terminología de Shankara, o en anagamin, según la budista. Es el hombre que ya no
vuelve a nacer, excepto por su propia y libre voluntad. En esta etapa, según denota el nombre de
hamsa, el hombre percibe la unidad y conoce que es uno con el Supremo. Su conciencia se remonta
a la región del universo en que se percibe la identidad y se experimenta la certeza del "Yo soy
Aquel".
El perfeccionamiento de sus sentidos psíquicos en correspondencia con los físicos, no sólo
le capacita para elevarse a la región en donde se percata de la unidad de conciencia, sino que
también puede transmitir al cuerpo físico, en horas de vigilia, la memoria de dicha conciencia.
Digamos ahora que si en esta etapa queda todavía alguna hilacha de terrenales deseos, ha de
eliminarla de sí por completo. A estos residuos se les llama kamaraga, y aunque son muy leves
deseos, se desvanecen en esta etapa, porque pierden toda su deceptiva eficacia cuando el hombre
advierte la unidad de todas las cosas en apariencia separadas. Se ha elevado muy por encima de las
limitaciones de separatividad, y en consecuencia no sólo transciende los deseos terrenales, sino
también los más sutilmente refinados deseos espirituales que entrañen algo para el separado Yo.
Aún los mismos deseos espirituales se desvanecen en quien alcanza tan excelsas cumbres, porque
como no puede separarse mentalmente de los demás seres, tampoco puede tener separados deseos
espirituales, sino como parte del conjunto de todos los seres. Todo lo que gana lo gana para todos;
todo cuanto logra, para todos lo logra. Permanece en una región del universo de donde fluye la
energía y sobre el mundo de los hombres derrama cuanta adquiere y con todos la comparte. Así
cada hombre que alcanza este estado es un estímulo de mejora para el mundo.
Todo cuanto
consigue es para la humanidad y todo lo que en sus manos recibe lo transfiere desde luego al
mundo de los hombres. Es uno con Brahmán y por lo tanto uno con todas sus manifestaciones; y lo
es en su conciencia y no en anhelosa esperanza. Otra ligadura que ha de desatar en esta etapa se
designa con la palabra pali patigha, cuyo significado no tiene exacta traducción en lenguas
occidentales, aunque la más cercana sería la de animosidad. Porque patigha significa que cuando el
hombre se siente en Unidad con todos los seres y todas las cosas, no puede ya distinguir entre razas
ni naciones ni familias ni entre los objetos diferenciados en el mundo, y por lo tanto no tendrá
aminosidad contra nadie, ni amor ni odio, en el concepto mundano, por causa de externas
distinciones. Ya no puede amar ni odiar a una persona por razón de la raza a que pertenece.
Ya no
puede amar ni odiar movido por las distinciones entre los hombres y las circunstancias que los
rodean. Recordaréis la chocante frase de Shri Krishna, cuando dice que el sabio no distingue entre
el iluminado brahmana y un perro, porque el sabio ha alcanzado la unidad y ve a Brahmán en todas
las cosas.
También equivale esto a decir que el sabio ve a Shri Krishna por doquiera, y el externo
aspecto del Señor no entraña diferencia para su purificada visión; y así carece en absoluto de
animosidad, odio o repulsión. Nada le repugna ni nada le repele. Es amor y compasión para todos
los seres y todas las cosas. A su alrededor extiende un círculo de afecto que todo lo abarca. Todos
cuantos a él se acercan, reciben la influencia de su divina compasión. Por esto en tiempos en que
los brahmanas eran realmente lo que su nombre significa, se decía de ellos que eran "amigos de
todas las cosas y de todas las criaturas". Su corazón estaba unido con Dios y era lo bastante amplio
para contener cuanto Dios creó. Desvanecida para siempre la separatividad, pasa el discípulo a la
final etapa del sendero, a cuyo término será un paramahamsa, según Shankara o un arhat, según el
Buddha. También aquí hay que deplorar la terrible degradación moderna de los nombres sagrados,
pues los de este elevadísimo estado espiritual han solido emplearse sin miramiento alguno y por
mera lisonja para las externas apariencias, en vez de reservarlos para la viviente realidad.
El
verdadero significado del nombre arhat es que el hombre ha recibido la cuarta gran iniciación, se
halla en la etapa precedente a la de jivanmukta, y es capaz de actuar con plena conciencia en el
plano búdico o sea en la región de turiya. No necesita dejar el cuerpo físico para actuar
conscientemente en dicho plano, pues su conciencia se ha explayado hasta el punto de abarcar al
propio tiempo el cerebro físico. Esta ubicuidad es una de las más características señales de haber
recibido la cuarta iniciación. Ya no necesita quedar físicamente inconsciente para remontarse a la
región superior de la conciencia, y mientras habla y conversa y vive en el mundo de los hombres,
su dilatada conciencia actúa también con pleno conocimiento y voluntad en el plano búdico. En
esta cuarta etapa rompe las cinco últimas ataduras que le es preciso romper para convertirse en
jivanmukta.
La primera se llama ruparaga y es el deseo de "vida con forma". No debe moverle tal
deseo. Después ha de abandonar el aruparaga o deseo de "vida sin forma". Tampoco le ha de
subyugar este deseo. Seguidamente ha de librarse de mana o sea el engreimiento. Ni por un
instante de vanagloriarse de la magnitud de su triunfo, de la esplendente altura a que se ha elevado,
pues para él ya no hay cimas ni simas, ni enhiestas alturas ni profundos valles. Todo lo percibe en
unidad de conjunto. Desecha hasta la eventualidad de que le conturbe nada de cuanto pueda
acontecer. Suceda lo que quiera, permanecerá inquebrantable. Aunque se hundieran las esferas
quedaría inconmovible.
Nada de cuanto pueda ocurrir en el mundo manifestado logrará perturbar la
sublime serenidad con que ha logrado percibir el Yo en todas las cosas. No le importan las
catástrofes, porque sabe que sólo perecen las formas.
No le importa que el mundo se desquicie,
porque sólo se muda la manifestación. Vive en el único Yo, en Aquél, en el eterno, inmortal e
inmutable, y nada puede alterar su serenidad ni distraer su perfecta paz. Después se desliga de la
última atadura, de avidya, la forjadora de ilusiones, la postrera y tenue venda que impide la
perfecta intuición y la perfecta libertad. Aunque ya no necesita renacer, puede reencarnar, si tal es
su voluntad, y su conocimiento abarca todo lo perteneciente a nuestra cadena planetaria. Sabe ya
cuanto esta manifestación puede enseñar; no ha dejado de aprender lección alguna ni hay para él
escondidos secretos, ni rincón que su vista no pueda escudriñar, ni posibilidad que escape a su
acción. Al término de esta etapa sabe ya todas las lecciones y posee todas las facultades. Es
omnisciente y omnipotente en los límites de esta cadena planetaria. Terminó su evolución humana.
Ha dado el último paso que dará la humanidad cuando se cumpla el gran manvantara y termine la
obra de este universo. Nada se le oculta ni nada hay que no esté en su interior. Su conciencia se ha
explayado hasta el punto de abarcarlo todo en sí.
Puede entrar, si tal escoge, en el nirvana, donde
hay unidad y plenitud de conciencia y vida. Llegó a la meta de la humanidad. Únicamente tiene
ante sí el último portal, que se abrirá al ruido de sus pasos. Una vez atravesado este último portal,
se convierte en jivanmukta según la terminología induísta, o en asekha adepto, esto es, el que nada
más ha de aprender, según la nomenclatura budista. Todo lo conoce y todo lo ha efectuado. Ante él
se abren diversos senderos, entre los cuales tiene opción a escoger, y se extienden numerosas
posibilidades que a su albedrío puede utilizar. Más allá de nuestra cadena planetaria, en regiones
allende nuestra más profunda comprensión, se abren para el jivanmukta senderos que puede elegir.
Uno de ellos, el más dificultoso y áspero de todos, aunque también el más rápido, es el de la Gran
Renunciación. Si deliberadamente lo elige mirando al mundo de los hombres, el jivanmukta ya no
lo deja ni de él se aparta y toma una y otra vez un cuerpo para enseñanza y auxilio del hombre. Nos
habla Shí Shankara de quienes sirven y actúan hasta que esté acabada la obra. Su peculiar tarea ya
terminó; pero se han identificado con la humanidad y hasta que acabe de evolucionar la humanidad
no se apartarán de las militantes filas de los hombres. Son libres y se ligan voluntariamente. Están
liberados, pero no quieren gozar de su liberación, hasta que liberada esté toda la raza humana.
Son
los excelsos Maestros de Compasión, que viven en cercanía de los hombres, a fin de que la
humanidad no quede huérfana y los anhelosos de aprender encuentren quien los aleccione. Algunos
de nosotros sentimos por Ellos intensa gratitud, porque viven en la conciencia nirvánica y
permanecen dentro de la esfera de la tierra, para enlazar los mundos superiores con el de los
hombres todavía no libertados, que con aprisionada vida gimen en la cárcel de su cuerpo. Todos
cuantos alcanzaron el nivel asekha son igualmente gloriosos y divinos; pero sin irreverencia cabe
decir que los más queridos de la humanidad, los más íntimamente ligados al corazón de los
hombres con los lazos de apasionada gratitud, por su renunciación, son Aquellos que, pudiendo
haberse separado de nosotros, permanecen con nosotros; que pudiendo habernos dejado huérfanos,
quisieron ser Padres de los hombres. Tales son los insignes Maestros a cuyos pies nos postramos;
tales son los Maestros que celan la Sociedad Teosófica. Enviaron a su mensajero H. P. Blavatsky, a
que llevase al mundo un mensaje, que el mundo casi había olvidado, y señaló de nuevo el angosto
y antiguo Sendero que algunos están hollando ahora y que todos podéis hollar.
ANNIE BESANT
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