DEVOCIÓN POR MEDIO DEL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL
KṚṢṆA:
“Escucha, Oh hijo de Pṛthā, como, con tu corazón fijo en mí,
practicando la meditación y tomándome a mí como tu refugio,
llegarás a conocerme de manera completa. Yo te instruiré
plenamente en este conocimiento y en su realización; y
habiéndolo aprendido, no quedará nada más a ser conocido.”
“Pues entre miles de mortales, quizá uno sólo lucha por la
perfección, y entre esos que así se esfuerzan, tal vez uno sólo
me conoce como soy. Tierra, agua, fuego, aire y ākāṣa, Manas,
Buddhi y Ahaṃkāra, esta es la óctuple división de mi
naturaleza. Y es la inferior; pues sabe que mi naturaleza
superior es diferente y es el conocedor; por ella es sostenido
todo el universo; y sabe que la creación toda surge de ello como
de una matriz. Yo soy la causa y soy el montaje y la disolución
de todo el universo. No hay nadie superior a mí, Oh
conquistador de las riquezas, y todas las cosas cuelgan de mí
como las preciosas gemas cuelgan del hilo. Yo soy el sabor en
el agua, Oh hijo de Kuntī, soy la luz del sol y la luna, la mística
sílaba OṀ en todos los Vedas, el sonido en el espacio, la
esencia masculina en los hombres, el dulce olor de la tierra, y la
brillantez del fuego.
En todas la criaturas yo soy la vida, y el
poder de concentración de aquellos cuyas mentes descansan en
el espíritu. Conóceme, ¡oh hijo de Pṛthā!, como la eterna
simiente de todas las criaturas. Yo soy la sabiduría1 del sabio y
la fuerza del fuerte. Y soy el poder de los fuertes que en la
acción están libres del deseo y del apego; en todas las criaturas yo soy el deseo regulado por el ajuste moral.
Sabe también que
las tendencias que surgen de las tres cualidades, sattva, rajas, y
tamas, también provienen de mí; están en mí, pero yo no estoy
en ellas.
El mundo todo, estando ilusionado por estas tendencias
que nacen de las tres cualidades, no me conoce como distinto de
ellas, supremo e imperecedero. Porque este mi divino poder
ilusionante, actuando a través de las cualidades naturales o
guṇas, es difícil de vencer y superar, y pueden sólo superarlo
esos que han recurrido únicamente a mí. Los malvados entre los
hombres, los ilusos y los de mente baja, privados de percepción
espiritual por esta ilusión, e inclinados hacia las tendencias
demoníacas, carecen de este recurso y auxilio mío.”
“Son cuatro las clases de hombres que obran rectamente y
me adoran, ¡oh Arjuna!: los afligidos, los buscadores de la
verdad, los que desean posiciones y los sabios, Oh hijo de
Bharata.
De estos, el mejor es aquel que posee el conocimiento
espiritual, y que siempre es devoto mío. Yo soy muy querido
para el sabio, y él es muy querido por mí. Excelentes son en
verdad todos ellos, pero el espiritualmente sabio soy yo mismo
en realidad, porque con el corazón en paz, él está en el camino
que conduce a la senda más alta que soy yo mismo. Después de
muchos nacimientos, aquél que es espiritualmente sabio, me
encuentra como el Vāsudeva, que es todo, porque semejante
gran alma2, como esa, es difícil de encontrar. Mas, aquéllos que
a través de la diversidad de deseos están privados de la
sabiduría espiritual, adoptan ritos particulares que están
subordinados a su propia naturaleza y adoran así a otros dioses.
Pero cualquiera que sea la forma en que un devoto desea adorar
con fe, soy yo mismo quien inspira en él esa constancia, y
apoyándose en esa fe, él busca la propiciación y favor de ese
Dios, obteniendo el objeto de sus deseos como lo ordeno sólo
Yo. Pero la recompensa de estos hombres de corta vista es muy
temporal.
Esos que adoran a los dioses van a los dioses, y esos
que me adoran a mí vienen a mí. El ignorante, desconociendo mi condición suprema, que es superior a todas las cosas y está
exenta de todo deterioro, cree que Yo, que soy inmanifiesto,
existo en una forma visible. Pero, envuelto en mi ilusión
mágica, yo no soy visible al mundo. Por lo tanto, el mundo no
me reconoce como el no nacido que es inagotable. Yo conozco,
Oh Arjuna, todas las criaturas que ya han sido, las que son en el
presente, así como todas aquellas que serán en el futuro, pero
ninguna me conoce a mí.
Porque a la hora de nacer, Oh hijo de
Bharata, todos los seres caen en el error, a causa de la ilusión de
los opuestos que surgen de todo lo que gusta y todo lo que
disgusta, Oh atormentador de tus enemigos. Pero aquellos
hombres de vidas rectas cuyos pecados han cesado y que están
libres de los ‘pares de opuestos’, firmemente establecidos en la
fe, me adoran. Esos que descansan en mí y laboran por la
liberación del nacimiento y de la muerte, conocen al Brahman,
a todo el Adhyātman, y a todo Karma. Esos que en mí
descansan, conociéndome como el Adhibhūta, el Adhidaiva, y
el Adhiyajña me conocen también en la hora de la muerte.”
Y así, en la Upaniad, llamada la sagrada Bhagavad Gita, en
la ciencia del Supremo Espíritu, en el libro de la devoción, en el
coloquio entre el santo Kṛṣṇa y Arjuna, está el Séptimo
Capítulo, de nombre—
DEVOCIÓN POR MEDIO DEL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL.
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1- Aquí esto significa el principio de “Buddhi”.
2- En el original, la palabra es “Mahātman”.
COMENTARIOS AL CAPITULO VII
Este capítulo está dedicado al asunto de aquel discernimiento
espiritual por el cual el Espíritu Supremo puede ser discernido
en todas las cosas, mientras que su ausencia causa una ilusión
que constantemente reaparece y que es la productora del dolor.
Kṛṣṇa dice que este tipo de conocimiento no deja nada más por
ser conocido, pero que, para lograrlo, el corazón —o sea, cada
parte de la naturaleza— ha de ser puesto fijamente en el
Espíritu, la meditación ha de ser constante y el espíritu ha de
hacerse un refugio o una morada permanente.
Él entonces
procede a mostrar que: haber logrado semejante cumbre equivale
a ser un Mahātman.
“Entre miles de mortales, tal vez uno sólo se esfuerza
hacia la perfección y, entre esos que así se esfuerzan, tal
vez uno sólo me conoce a mí como Yo Soy.”
Esta enseñanza señala la dificultad que ha de ser encontrada
en una vida cualquiera, pero no debe ser causa de desánimo.
Ello simplemente pone en claro este hecho y de esta manera,
también desactiva los reclamos pretenciosos de aquellos que
pretenden haber alcanzado la perfección, pero no lo demuestran
en sus acciones.
Entonces, Kṛṣṇa da una división óctuple de su naturaleza
inferior o sea de esa parte del Uno Universal que se puede
llegar a conocer. Esta no es la naturaleza del hombre y no se
opone al sistema septenario teosófico de los principios
humanos.
Ninguna clasificación teosófica específica ha sido
dada en cuanto a las divisiones de toda la naturaleza; porque,
por un lado, la misma no sería comprendida y por el otro, el
único producto serían las disputas que no conducen a buen fin.
Kṛṣṇa pudiera haber presentado hasta a la división en veinticinco aspectos, que es sostenida por alguna que otra
escuela. Esta “naturaleza inferior” es inferior sólo relativamente.
Es lo fenoménico y lo transitorio que desaparece dentro
de lo superior al final de un kalpa. Es esa parte de Dios o del Yo
que escogió asumir la posición de lo transitorio y de lo fenoménico,
pero que en esencia es tan grande como la naturaleza
superior. La inferioridad es sólo relativa; tan pronto como el
mundo material y lo subjetivo espiritual aparecen, el primero ha
de ser denominado inferior con respecto al otro, porque lo
espiritual, siendo la base permanente en ese sentido, resulta
superior: sin embargo, en un sentido absoluto todo es igual.
Incluidos en la naturaleza inferior están todos los mundos
visibles, tangibles, invisibles e intangibles; se trata de lo que
nosotros llamamos Naturaleza.
Lo invisible y lo intangible son,
todavía, reales; pues nosotros sabemos que los gases venenosos,
aun siendo invisibles e intangibles son igualmente fatales y
poderosos. El experimento y la inducción nos conferirán una
gran dosis de conocimiento acerca de la naturaleza inferior de
Dios y, a lo largo de ese sendero, camina hoy la ciencia del
mundo occidental moderno, sin embargo, antes de conocer los
reinos y las fuerzas ocultos, que son escondidos e intangibles y
que a menudo llamamos espirituales, pero que no lo son de
hecho, hay que desarrollar y usar los sentidos astrales internos y
sus poderes. Este desarrollo no puede ser forzado, como podría
hacerse en la construcción de una máquina para la ejecución de
alguna operación, sino que vendrá a su propio tiempo como
todos nuestros sentidos y poderes que se han desarrollado en
nosotros.
En realidad, es cierto que un gran número de personas
está hoy tratando de forzar ese proceso, pero al final ellos
descubrirán que la evolución humana es universal y no
particular; un hombre no puede ir muy lejos más allá de su raza,
antes del tiempo.
Kṛṣṇa le señala a Arjuna el gran golfo que existe entre lo
inferior y lo superior. Este último es el Conocedor y aquello que
sostiene todo el universo y la fuente de la cual la naturaleza
inferior surge. Así es que ni el investigador materialista y
científico, ni el mero alquimista y ni el hombre que hurga en lo
oculto movido por el deseo de ganancia para sí mismo, será
capaz de cruzar este abismo, porque ellos no admiten al Espíritu
que habita en lo interior, al Conocedor.
La naturaleza superior puede ser conocida porque en realidad
es el Conocedor que reside en cada ser humano que no se ha
degradado totalmente. Y tal cosa ha de ser admitida antes de
que alguna aproximación hacia la luz pueda hacerse. Pero pocos
son los que realmente están dispuestos; y muchos son incapaces
de admitir el carácter universal del Yo.
Ellos algunas veces
piensan que sí lo admiten cuando aceptan al Yo como algo que
está presente, que está contiguo, como una especie de cohabitante.
Pero esta no es la admisión de que se habla y los deja
todavía separados de ese Yo. Todas las apariciones fenoménicas,
todos los distintos nombres, vidas y los innumerables
seres, todos cuelgan suspendidos, por así decirlo, de ese Yo. Por
lo tanto:
“Y todas las cosas cuelgan y penden de mí, como las
gemas preciosas cuelgan de un hilo.”
Un número de cosas y poderes preeminentemente grandes y
valiosos son aquí numerados y declarados ser el Yo; al paso que
se incluyen las grandes ilusiones e imperfecciones de la vida y
del hombre. Nada es dejado fuera. Esto es ciertamente superior
a una religión ilógica que separa a Dios de las ilusiones y las
crueldades de la naturaleza y después se inventa una tercer cosa,
en la persona del diablo que es la causa de todas las maldades
humanas.
Todo esto no hace más que acentuar las dificultades
en el camino. Kṛṣṇa declara que la ilusión es difícil de trascender,
pero que el éxito puede ser logrado tomando refugio en el
Yo, porque él es el Yo. La congregación entera de devotos que
son rectos encuentran favor en el Yo, pero aquellos que son
espiritualmente sabios están en el sendero que conduce a lo
supremo, que es el Yo.
Esto quiere decir, como lo dice Kṛṣṇa, que esos que con el
ojo de la sabiduría espiritual ven que el Yo es todo, comienzan
a reencarnar con esa creencia inculcada e integrada en ellos.
Hasta ahora ellos habían vuelto de regreso a la tierra careciendo
de esa particular idea y más bien poseídos de muchos deseos y
de ideas que los mantenían separados del Yo. Ahora ellos
comienzan a retornar plenamente afincados en el Yo, enfrentando
su karma acumulado por mucho tiempo. Y al fin se
convierten en lo que se dijo en los versos primeros, en un
Mahātman o gran alma.
Hay sin embargo un gran número de personas que están en
una categoría que los ha privado del discernimiento espiritual “a
través de una diversidad de deseos”, o que no han logrado
todavía el discernimiento por la misma razón. El verso se lee de
la manera siguiente:
“Aquellos que, a través de la diversidad de deseos
están privados de la sabiduría espiritual, adoptan ritos
particulares que están subordinados a sus propias naturalezas
y adoran a otros Dioses.”
Aun cuando estas palabras, al igual que todo el resto del
coloquio, fueron proferidas en la India y a un Hindú, ellas son
enteramente aplicables en el Occidente. Cada forma de
pensamiento y de vida puede ser llamada un rito a través de los
cuales cada uno va pasando, como su religión consciente o
inconsciente. Un hombre adopta aquello que está en conformidad
o subordinado a su propia naturaleza y, estando lleno de
deseos, él adora o sigue a otros Dioses que no son el Yo
Supremo. En la India, las palabras particularmente significan
adoración, que es muy común, de los ídolos entre gentes que no
han sido educadas, emancipándolas de la idolatría; pero ellas
también significan lo que se dijo anteriormente. En Occidente,
estos “otros dioses” son los varios placeres, objetos, objetivos y
estilo de vida y de pensamiento, ya sean religiosos o no, que la
gente adopta. Ellos, en verdad, no tienen los muchos miles de
dioses del panteón Hindú, cada dios teniendo un propósito particular, pero al final todo resulta en la misma cosa. El
idólatra se inclina ante el dios visible de manera que él pueda
alcanzar el objetivo de su corazón, el cual ese dios se supone
que controla.
El hombre occidental adora su objeto y lucha tras
él con todo su corazón y su mente, por lo tanto adora otra cosa
que no es el Uno Supremo Imperecedero. El dios de algunos de
ellos es el logro político, el de los otros —que son la mayoría—
es la posesión de riquezas. Un gran dios es aquel del progreso
social, el cual resulta el más tonto, vacío e insatisfactorio de
todos; al cual se le agrega, en América, el dios del dinero,
porque sin dinero no hay preeminencia social posible, excepto
en aquellos casos en que la posición oficial confiere una gloria
temporal. Por ejemplo, una madre puede que pase noches sin
dormir inventando maneras para hacer avanzar a su hija hacia el
éxito social; mientras que el padre permanece despierto
calculando nuevas maneras de hacer dinero.
Los herederos de
las riquezas se bañan en la luz radiante que viene de su propio
oro, mientras se siguen esforzando por encontrar nuevas
maneras de ganar, si es posible, otro paso más por ese camino,
fundado sobre las cenizas y terminando en la tumba, a la cual se
le llama la grandeza social. Y de todo este esfuerzo y lucha
surgen muchos y varios deseos de manera que la multiplicidad
y diversidad de estos esconden y obstruyen completamente todo
desarrollo espiritual y de discernimiento.
Pero muchos que no son arrastrados por estas insensateces,
se adhieren a alguna religión que ellos han adoptado o por lo
menos la recibieron por educación. En muy pocos casos, sin
embargo, la religión es adoptada, nace más bien con el niño; ha
sido encontrada dentro de la familia y es regularmente prendida
como una vestidura. Si dentro de esta religión o culto hay fe,
entonces el Yo Supremo, imparcial y caritativo, hace esa fe
fuerte y constante, de manera que se logren los objetivos.
Cualquiera que sea la forma que el devoto elija adorar con fe,
no es sino el Supremo quien, aunque ignorado, trae a la luz los
resultados de esa fe.
Aquí surge una curiosa especulación; la cual puede ser
verdadera o puede que no lo sea. Podemos notar que millones
de oraciones son recitadas cada mes y dirigidas al Dios Uno, a
través de toda la cristianidad, con la petición de varios favores.
Una suma de millones de dinero fue ofrecida para la conversión
a una mejor vida del Príncipe de Gales, pero el intento fracasó.
Cesa la lluvia y plegarias son ofrecidas, pero la sequía continúa.
Velas son encendidas y oraciones son ofrecidas para detener el
terremoto que está destruyendo la ciudad; pero los terremotos
continuarán hasta que su impulso haya terminado y la ciudad
quedado en ruinas. Resulta perfectamente imposible probarle a
un pensador reflexivo que hay respuestas a las oraciones en la
mayor parte de los casos. Ahora, la especulación mental es que,
tal vez, las oraciones ofrecidas a un Dios inmanifiesto no tienen
efecto, porque para ser efectivas el Ser a quien se apela ha de
tener por fuerza una existencia separada como para poder ser
capaz de intervenir en cosas manifiestas de una manera
separada.
Los cristianos no poseen las estadísticas de los
resultados de las oraciones que se han ofrecido a Dioses en los
países Orientales. Los casos que se traen a colación en el
Occidente son a menudo los asilos de huérfanos, para los que
nada es pedido excepto en oración. Pero en la India ellos tienen
instituciones similarmente mantenidas, aunque no suntuosamente,
pero sin ninguna petición excepto al particular dios
patrón. Es un asunto de fe constante e intensa que lleva los
pensamientos de la oración hacia las mentes receptivas de otras
gentes, quienes, a su vez son movidas, por el pensamiento
inconscientemente inyectado, a responder la petición.
Ahora, si
la oración es ofrecida a un Dios que es invisible e inconocido, la
fe de la persona no es firme, aunque, en otras circunstancias,
como es el caso del idólatra o del católico romano que se dirige
a la Madre de Dios y con la imagen delante de él, la presencia
misma de lo representado es una ayuda a la constancia y a la fe
del orante. Todo aplica, desde luego, a las oraciones para fines
personales y egoístas. Pero aquella oración o aspiración que es
hecha por luz espiritual y por sabiduría, es la más alta de todas,no importa a quien esté dirigida. Todas las religiones enseñan
ese tipo de oración; y todas las demás son egoístas y espiritualmente
inútiles.
* * *
Aun cuando la fuerza devocional y la fe del devoto por
cualquier Dios u objeto es debida enteramente al Yo Supremo;
no importa si esa fe es tonta y el Dios es falso; sin embargo la
recompensa obtenida se dice que es temporal, transitoria, segura
de llegar a un final. Pero distinto al sistema religioso occidental
esto se declara ser un asunto de ley más bien que algo determinado
por el sentimiento o la arbitrariedad. Los renglones en los
cuales yo encuentro esto son los siguientes:
“Pero la recompensa del hombre con tan corta visión
es temporal.
Aquellos que adoran a los Dioses, van a los
Dioses; y aquellos que me adoran a mí, a mí vienen.”
El hombre, hecho de pensamiento, de tiempo en tiempo sólo
es el ocupante de muchos cuerpos y está eternamente pensando.
Sus cadenas son debidas al pensamiento y su liberación no se
deberá nada más que a eso. Su mente queda inmediatamente
teñida o alterada por cualquier objeto al cual es dirigida. Por
este medio el alma es enmadejada en el mismo pensamiento o
serie de pensamientos en que está la mente. Si el objetivo es
cualquier cosa que no sea el Ser Supremo, entonces la mente
queda de inmediato vuelta hacia eso, se convierte en eso y es
teñida en tal forma. Esta es una de las capacidades naturales de
la mente. Pues la mente es naturalmente clara e incolora, que es
algo que nosotros podríamos ver si pudiéramos encontrar a uno
que no hubiese pasado por tan numerosas experiencias. La
mente es móvil y rápida, con una disposición a saltar desde un
punto al otro.
Ciertas palabras podrían describirla. Como un
camaleón cambia de color, como una esponja absorbe aquello a
lo que se aplica y, como cedazo, ella de inmediato pierde su
color y forma previos al momento que considere un objeto diferente.
Por lo tanto, llena de gozo por una causa apropiada,
puede súbitamente volverse triste o áspera con la aproximación
de aquello que es doloroso y sombrío. Y bien podríamos decir
que se convierte en aquello hacia lo cual es devota.
Ahora, “los Dioses” aquí representan no sólo los ídolos de
los idólatras, sino también todos los objetos y deseos tras de los
cuales la gente corre. Porque los ídolos no son más que los
representantes de los objetos deseados. Pero todos estos Dioses
son transitorios. Si nosotros admitimos la existencia de Indra o
de cualquier otro Dios, aún él es impermanente.
En otro sitio, el
poema dice que todos los Dioses están sujetos a la ley de la
muerte y el renacimiento; cuando llega la gran disolución ellos
desaparecen. Las cosas vanas en las que los hombres fijan sus
mentes y tras de las cuales corren, son del carácter más ilusorio
y transitorio. Por lo tanto, ya sean Dioses imaginarios o los
deseos y objetos sobre los que la mente se fija, aquellos que así
actúan, solamente tienen un resultado temporal porque el objeto
que se ha tomado es, en sí mismo, temporal.
Esta es la ley y no
sentimiento.
Penetrando más y más en los detalles, se ha dicho que, a la
muerte de una persona, hasta entonces compelida por los
pensamientos de una vida, ella va quedando fija en uno u otro
objeto o estado. Esta es la razón por la cual la condición
intermedia de Kāma-loka es una necesidad. En ese estado ellos
se convierten en eso en que pensaron. Si fueron fanáticos y
torturaron a otros: esos mismos pensamientos les servirán de
torturas. Fuegos interiores los consumirán hasta que se hayan
purificado. Las variedades de sus diferentes condiciones y
apariencias son tan vastas en número, como lo son la inmensa
variedad de pensamientos posibles. Y simplemente yo no podría
describirlos.
Pero aquellos que rinden culto o creen en el Yo como el todo
en el todo, que no está separado de nada, que es supremo, que
es el contenedor, el todo, va hacia Eso, y, convirtiéndose en
Eso, todo lo conoce por ese conocimiento y cesa de estar sujeto al cambio porque Eso es incambiable. Esto también es ley, no
sentimiento.
El capítulo concluye mostrando cómo es que el ignorante
que cree en el Ser Supremo que tiene forma, cae en el error y en
la oscuridad al momento de su nacimiento, por el poder que los
recuerdos de su vida pasada tienen sobre su mente. Esto incluye
el poder de los Skandhas o agregados de sensaciones y deseos
que fueron acumulados en vidas anteriores. A la hora del
nacimiento y siendo ellos una parte natural de nosotros, se
precipitan hacía nosotros y nosotros hacia ellos, de manera que
una nueva unión queda hecha para una nueva vida.
En la otra
vida, no habiendo visto el Yo como al todo en el todo, y
habiendo adorado muchos Dioses, las sensaciones de gustos y
de disgustos son tan fuertes que la oscuridad del renacimiento
resulta irresistible. En cambio, el sabio murió, en su vida
anterior, con un conocimiento pleno del Yo a la hora de su
muerte, lo cual impidió que se imprimieran sobre su naturaleza
toda una multitud de sensaciones y deseos que, de otra manera,
al reencarnar, lo conducirían al error.
Este es el capítulo sobre la Unidad, cuya enseñanza es que el
Yo es todo o, si usted prefiere, Dios. Un Dios que lo es todo y
que no está fuera de la naturaleza y hemos de reconocer esta
gran unidad de todas las cosas y todos los seres en el Yo. Este y
el siguiente capítulo están basados sobre el mismo tema y
divididos tan sólo por una pregunta puesta por Arjuna.
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