miércoles, 1 de mayo de 2019

BHAGAVAD GITA - Capitulo 7 (Con apuntes de: W.Q. JUDGE y R. Crosbie)



DEVOCIÓN POR MEDIO DEL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL 


 KṚṢṆA: 

“Escucha, Oh hijo de Pṛthā, como, con tu corazón fijo en mí, practicando la meditación y tomándome a mí como tu refugio, llegarás a conocerme de manera completa. Yo te instruiré plenamente en este conocimiento y en su realización; y habiéndolo aprendido, no quedará nada más a ser conocido.” “Pues entre miles de mortales, quizá uno sólo lucha por la perfección, y entre esos que así se esfuerzan, tal vez uno sólo me conoce como soy. Tierra, agua, fuego, aire y ākāṣa, Manas, Buddhi y Ahaṃkāra, esta es la óctuple división de mi naturaleza. Y es la inferior; pues sabe que mi naturaleza superior es diferente y es el conocedor; por ella es sostenido todo el universo; y sabe que la creación toda surge de ello como de una matriz. Yo soy la causa y soy el montaje y la disolución de todo el universo. No hay nadie superior a mí, Oh conquistador de las riquezas, y todas las cosas cuelgan de mí como las preciosas gemas cuelgan del hilo. Yo soy el sabor en el agua, Oh hijo de Kuntī, soy la luz del sol y la luna, la mística sílaba OṀ en todos los Vedas, el sonido en el espacio, la esencia masculina en los hombres, el dulce olor de la tierra, y la brillantez del fuego. 

En todas la criaturas yo soy la vida, y el poder de concentración de aquellos cuyas mentes descansan en el espíritu. Conóceme, ¡oh hijo de Pṛthā!, como la eterna simiente de todas las criaturas. Yo soy la sabiduría1 del sabio y la fuerza del fuerte. Y soy el poder de los fuertes que en la acción están libres del deseo y del apego; en todas las criaturas yo soy el deseo regulado por el ajuste moral. 
Sabe también que las tendencias que surgen de las tres cualidades, sattva, rajas, y tamas, también provienen de mí; están en mí, pero yo no estoy en ellas. 

El mundo todo, estando ilusionado por estas tendencias que nacen de las tres cualidades, no me conoce como distinto de ellas, supremo e imperecedero. Porque este mi divino poder ilusionante, actuando a través de las cualidades naturales o guṇas, es difícil de vencer y superar, y pueden sólo superarlo esos que han recurrido únicamente a mí. Los malvados entre los hombres, los ilusos y los de mente baja, privados de percepción espiritual por esta ilusión, e inclinados hacia las tendencias demoníacas, carecen de este recurso y auxilio mío.” “Son cuatro las clases de hombres que obran rectamente y me adoran, ¡oh Arjuna!: los afligidos, los buscadores de la verdad, los que desean posiciones y los sabios, Oh hijo de Bharata. 

De estos, el mejor es aquel que posee el conocimiento espiritual, y que siempre es devoto mío. Yo soy muy querido para el sabio, y él es muy querido por mí. Excelentes son en verdad todos ellos, pero el espiritualmente sabio soy yo mismo en realidad, porque con el corazón en paz, él está en el camino que conduce a la senda más alta que soy yo mismo. Después de muchos nacimientos, aquél que es espiritualmente sabio, me encuentra como el Vāsudeva, que es todo, porque semejante gran alma2, como esa, es difícil de encontrar. Mas, aquéllos que a través de la diversidad de deseos están privados de la sabiduría espiritual, adoptan ritos particulares que están subordinados a su propia naturaleza y adoran así a otros dioses. Pero cualquiera que sea la forma en que un devoto desea adorar con fe, soy yo mismo quien inspira en él esa constancia, y apoyándose en esa fe, él busca la propiciación y favor de ese Dios, obteniendo el objeto de sus deseos como lo ordeno sólo Yo. Pero la recompensa de estos hombres de corta vista es muy temporal. 

Esos que adoran a los dioses van a los dioses, y esos que me adoran a mí vienen a mí. El ignorante, desconociendo mi condición suprema, que es superior a todas las cosas y está exenta de todo deterioro, cree que Yo, que soy inmanifiesto, existo en una forma visible. Pero, envuelto en mi ilusión mágica, yo no soy visible al mundo. Por lo tanto, el mundo no me reconoce como el no nacido que es inagotable. Yo conozco, Oh Arjuna, todas las criaturas que ya han sido, las que son en el presente, así como todas aquellas que serán en el futuro, pero ninguna me conoce a mí. 

Porque a la hora de nacer, Oh hijo de Bharata, todos los seres caen en el error, a causa de la ilusión de los opuestos que surgen de todo lo que gusta y todo lo que disgusta, Oh atormentador de tus enemigos. Pero aquellos hombres de vidas rectas cuyos pecados han cesado y que están libres de los ‘pares de opuestos’, firmemente establecidos en la fe, me adoran. Esos que descansan en mí y laboran por la liberación del nacimiento y de la muerte, conocen al Brahman, a todo el Adhyātman, y a todo Karma. Esos que en mí descansan, conociéndome como el Adhibhūta, el Adhidaiva, y el Adhiyajña me conocen también en la hora de la muerte.” Y así, en la Upani􀜈ad, llamada la sagrada Bhagavad Gita, en la ciencia del Supremo Espíritu, en el libro de la devoción, en el coloquio entre el santo Kṛṣṇa y Arjuna, está el Séptimo Capítulo, de nombre— 

DEVOCIÓN POR MEDIO DEL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL.

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1- Aquí esto significa el principio de “Buddhi”. 

2- En el original, la palabra es “Mahātman”. 

 COMENTARIOS AL CAPITULO VII 

Este capítulo está dedicado al asunto de aquel discernimiento espiritual por el cual el Espíritu Supremo puede ser discernido en todas las cosas, mientras que su ausencia causa una ilusión que constantemente reaparece y que es la productora del dolor. Kṛṣṇa dice que este tipo de conocimiento no deja nada más por ser conocido, pero que, para lograrlo, el corazón —o sea, cada parte de la naturaleza— ha de ser puesto fijamente en el Espíritu, la meditación ha de ser constante y el espíritu ha de hacerse un refugio o una morada permanente. 

Él entonces procede a mostrar que: haber logrado semejante cumbre equivale a ser un Mahātman. “Entre miles de mortales, tal vez uno sólo se esfuerza hacia la perfección y, entre esos que así se esfuerzan, tal vez uno sólo me conoce a mí como Yo Soy.” Esta enseñanza señala la dificultad que ha de ser encontrada en una vida cualquiera, pero no debe ser causa de desánimo. Ello simplemente pone en claro este hecho y de esta manera, también desactiva los reclamos pretenciosos de aquellos que pretenden haber alcanzado la perfección, pero no lo demuestran en sus acciones. Entonces, Kṛṣṇa da una división óctuple de su naturaleza inferior o sea de esa parte del Uno Universal que se puede llegar a conocer. Esta no es la naturaleza del hombre y no se opone al sistema septenario teosófico de los principios humanos. 

Ninguna clasificación teosófica específica ha sido dada en cuanto a las divisiones de toda la naturaleza; porque, por un lado, la misma no sería comprendida y por el otro, el único producto serían las disputas que no conducen a buen fin. Kṛṣṇa pudiera haber presentado hasta a la división en veinticinco aspectos, que es sostenida por alguna que otra escuela. Esta “naturaleza inferior” es inferior sólo relativamente. Es lo fenoménico y lo transitorio que desaparece dentro de lo superior al final de un kalpa. Es esa parte de Dios o del Yo que escogió asumir la posición de lo transitorio y de lo fenoménico, pero que en esencia es tan grande como la naturaleza superior. La inferioridad es sólo relativa; tan pronto como el mundo material y lo subjetivo espiritual aparecen, el primero ha de ser denominado inferior con respecto al otro, porque lo espiritual, siendo la base permanente en ese sentido, resulta superior: sin embargo, en un sentido absoluto todo es igual. Incluidos en la naturaleza inferior están todos los mundos visibles, tangibles, invisibles e intangibles; se trata de lo que nosotros llamamos Naturaleza. 

Lo invisible y lo intangible son, todavía, reales; pues nosotros sabemos que los gases venenosos, aun siendo invisibles e intangibles son igualmente fatales y poderosos. El experimento y la inducción nos conferirán una gran dosis de conocimiento acerca de la naturaleza inferior de Dios y, a lo largo de ese sendero, camina hoy la ciencia del mundo occidental moderno, sin embargo, antes de conocer los reinos y las fuerzas ocultos, que son escondidos e intangibles y que a menudo llamamos espirituales, pero que no lo son de hecho, hay que desarrollar y usar los sentidos astrales internos y sus poderes. Este desarrollo no puede ser forzado, como podría hacerse en la construcción de una máquina para la ejecución de alguna operación, sino que vendrá a su propio tiempo como todos nuestros sentidos y poderes que se han desarrollado en nosotros. 

En realidad, es cierto que un gran número de personas está hoy tratando de forzar ese proceso, pero al final ellos descubrirán que la evolución humana es universal y no particular; un hombre no puede ir muy lejos más allá de su raza, antes del tiempo. Kṛṣṇa le señala a Arjuna el gran golfo que existe entre lo inferior y lo superior. Este último es el Conocedor y aquello que sostiene todo el universo y la fuente de la cual la naturaleza inferior surge. Así es que ni el investigador materialista y científico, ni el mero alquimista y ni el hombre que hurga en lo oculto movido por el deseo de ganancia para sí mismo, será capaz de cruzar este abismo, porque ellos no admiten al Espíritu que habita en lo interior, al Conocedor. La naturaleza superior puede ser conocida porque en realidad es el Conocedor que reside en cada ser humano que no se ha degradado totalmente. Y tal cosa ha de ser admitida antes de que alguna aproximación hacia la luz pueda hacerse. Pero pocos son los que realmente están dispuestos; y muchos son incapaces de admitir el carácter universal del Yo. 

Ellos algunas veces piensan que sí lo admiten cuando aceptan al Yo como algo que está presente, que está contiguo, como una especie de cohabitante. Pero esta no es la admisión de que se habla y los deja todavía separados de ese Yo. Todas las apariciones fenoménicas, todos los distintos nombres, vidas y los innumerables seres, todos cuelgan suspendidos, por así decirlo, de ese Yo. Por lo tanto: “Y todas las cosas cuelgan y penden de mí, como las gemas preciosas cuelgan de un hilo.” Un número de cosas y poderes preeminentemente grandes y valiosos son aquí numerados y declarados ser el Yo; al paso que se incluyen las grandes ilusiones e imperfecciones de la vida y del hombre. Nada es dejado fuera. Esto es ciertamente superior a una religión ilógica que separa a Dios de las ilusiones y las crueldades de la naturaleza y después se inventa una tercer cosa, en la persona del diablo que es la causa de todas las maldades humanas. 

Todo esto no hace más que acentuar las dificultades en el camino. Kṛṣṇa declara que la ilusión es difícil de trascender, pero que el éxito puede ser logrado tomando refugio en el Yo, porque él es el Yo. La congregación entera de devotos que son rectos encuentran favor en el Yo, pero aquellos que son espiritualmente sabios están en el sendero que conduce a lo supremo, que es el Yo. Esto quiere decir, como lo dice Kṛṣṇa, que esos que con el ojo de la sabiduría espiritual ven que el Yo es todo, comienzan a reencarnar con esa creencia inculcada e integrada en ellos. Hasta ahora ellos habían vuelto de regreso a la tierra careciendo de esa particular idea y más bien poseídos de muchos deseos y de ideas que los mantenían separados del Yo. Ahora ellos comienzan a retornar plenamente afincados en el Yo, enfrentando su karma acumulado por mucho tiempo. Y al fin se convierten en lo que se dijo en los versos primeros, en un Mahātman o gran alma. Hay sin embargo un gran número de personas que están en una categoría que los ha privado del discernimiento espiritual “a través de una diversidad de deseos”, o que no han logrado todavía el discernimiento por la misma razón. El verso se lee de la manera siguiente: “Aquellos que, a través de la diversidad de deseos están privados de la sabiduría espiritual, adoptan ritos particulares que están subordinados a sus propias naturalezas y adoran a otros Dioses.” 

Aun cuando estas palabras, al igual que todo el resto del coloquio, fueron proferidas en la India y a un Hindú, ellas son enteramente aplicables en el Occidente. Cada forma de pensamiento y de vida puede ser llamada un rito a través de los cuales cada uno va pasando, como su religión consciente o inconsciente. Un hombre adopta aquello que está en conformidad o subordinado a su propia naturaleza y, estando lleno de deseos, él adora o sigue a otros Dioses que no son el Yo Supremo. En la India, las palabras particularmente significan adoración, que es muy común, de los ídolos entre gentes que no han sido educadas, emancipándolas de la idolatría; pero ellas también significan lo que se dijo anteriormente. En Occidente, estos “otros dioses” son los varios placeres, objetos, objetivos y estilo de vida y de pensamiento, ya sean religiosos o no, que la gente adopta. Ellos, en verdad, no tienen los muchos miles de dioses del panteón Hindú, cada dios teniendo un propósito particular, pero al final todo resulta en la misma cosa. El idólatra se inclina ante el dios visible de manera que él pueda alcanzar el objetivo de su corazón, el cual ese dios se supone que controla. 

El hombre occidental adora su objeto y lucha tras él con todo su corazón y su mente, por lo tanto adora otra cosa que no es el Uno Supremo Imperecedero. El dios de algunos de ellos es el logro político, el de los otros —que son la mayoría— es la posesión de riquezas. Un gran dios es aquel del progreso social, el cual resulta el más tonto, vacío e insatisfactorio de todos; al cual se le agrega, en América, el dios del dinero, porque sin dinero no hay preeminencia social posible, excepto en aquellos casos en que la posición oficial confiere una gloria temporal. Por ejemplo, una madre puede que pase noches sin dormir inventando maneras para hacer avanzar a su hija hacia el éxito social; mientras que el padre permanece despierto calculando nuevas maneras de hacer dinero. 

Los herederos de las riquezas se bañan en la luz radiante que viene de su propio oro, mientras se siguen esforzando por encontrar nuevas maneras de ganar, si es posible, otro paso más por ese camino, fundado sobre las cenizas y terminando en la tumba, a la cual se le llama la grandeza social. Y de todo este esfuerzo y lucha surgen muchos y varios deseos de manera que la multiplicidad y diversidad de estos esconden y obstruyen completamente todo desarrollo espiritual y de discernimiento. Pero muchos que no son arrastrados por estas insensateces, se adhieren a alguna religión que ellos han adoptado o por lo menos la recibieron por educación. En muy pocos casos, sin embargo, la religión es adoptada, nace más bien con el niño; ha sido encontrada dentro de la familia y es regularmente prendida como una vestidura. Si dentro de esta religión o culto hay fe, entonces el Yo Supremo, imparcial y caritativo, hace esa fe fuerte y constante, de manera que se logren los objetivos. Cualquiera que sea la forma que el devoto elija adorar con fe, no es sino el Supremo quien, aunque ignorado, trae a la luz los resultados de esa fe. 

 Aquí surge una curiosa especulación; la cual puede ser verdadera o puede que no lo sea. Podemos notar que millones de oraciones son recitadas cada mes y dirigidas al Dios Uno, a través de toda la cristianidad, con la petición de varios favores. Una suma de millones de dinero fue ofrecida para la conversión a una mejor vida del Príncipe de Gales, pero el intento fracasó. Cesa la lluvia y plegarias son ofrecidas, pero la sequía continúa. Velas son encendidas y oraciones son ofrecidas para detener el terremoto que está destruyendo la ciudad; pero los terremotos continuarán hasta que su impulso haya terminado y la ciudad quedado en ruinas. Resulta perfectamente imposible probarle a un pensador reflexivo que hay respuestas a las oraciones en la mayor parte de los casos. Ahora, la especulación mental es que, tal vez, las oraciones ofrecidas a un Dios inmanifiesto no tienen efecto, porque para ser efectivas el Ser a quien se apela ha de tener por fuerza una existencia separada como para poder ser capaz de intervenir en cosas manifiestas de una manera separada. 

Los cristianos no poseen las estadísticas de los resultados de las oraciones que se han ofrecido a Dioses en los países Orientales. Los casos que se traen a colación en el Occidente son a menudo los asilos de huérfanos, para los que nada es pedido excepto en oración. Pero en la India ellos tienen instituciones similarmente mantenidas, aunque no suntuosamente, pero sin ninguna petición excepto al particular dios patrón. Es un asunto de fe constante e intensa que lleva los pensamientos de la oración hacia las mentes receptivas de otras gentes, quienes, a su vez son movidas, por el pensamiento inconscientemente inyectado, a responder la petición. 

Ahora, si la oración es ofrecida a un Dios que es invisible e inconocido, la fe de la persona no es firme, aunque, en otras circunstancias, como es el caso del idólatra o del católico romano que se dirige a la Madre de Dios y con la imagen delante de él, la presencia misma de lo representado es una ayuda a la constancia y a la fe del orante. Todo aplica, desde luego, a las oraciones para fines personales y egoístas. Pero aquella oración o aspiración que es hecha por luz espiritual y por sabiduría, es la más alta de todas,no importa a quien esté dirigida. Todas las religiones enseñan ese tipo de oración; y todas las demás son egoístas y espiritualmente inútiles. * * * Aun cuando la fuerza devocional y la fe del devoto por cualquier Dios u objeto es debida enteramente al Yo Supremo; no importa si esa fe es tonta y el Dios es falso; sin embargo la recompensa obtenida se dice que es temporal, transitoria, segura de llegar a un final. Pero distinto al sistema religioso occidental esto se declara ser un asunto de ley más bien que algo determinado por el sentimiento o la arbitrariedad. Los renglones en los cuales yo encuentro esto son los siguientes: “Pero la recompensa del hombre con tan corta visión es temporal. 

Aquellos que adoran a los Dioses, van a los Dioses; y aquellos que me adoran a mí, a mí vienen.” 
El hombre, hecho de pensamiento, de tiempo en tiempo sólo es el ocupante de muchos cuerpos y está eternamente pensando. Sus cadenas son debidas al pensamiento y su liberación no se deberá nada más que a eso. Su mente queda inmediatamente teñida o alterada por cualquier objeto al cual es dirigida. Por este medio el alma es enmadejada en el mismo pensamiento o serie de pensamientos en que está la mente. Si el objetivo es cualquier cosa que no sea el Ser Supremo, entonces la mente queda de inmediato vuelta hacia eso, se convierte en eso y es teñida en tal forma. Esta es una de las capacidades naturales de la mente. Pues la mente es naturalmente clara e incolora, que es algo que nosotros podríamos ver si pudiéramos encontrar a uno que no hubiese pasado por tan numerosas experiencias. La mente es móvil y rápida, con una disposición a saltar desde un punto al otro. 
Ciertas palabras podrían describirla. Como un camaleón cambia de color, como una esponja absorbe aquello a lo que se aplica y, como cedazo, ella de inmediato pierde su color y forma previos al momento que considere un objeto diferente. 

Por lo tanto, llena de gozo por una causa apropiada, puede súbitamente volverse triste o áspera con la aproximación de aquello que es doloroso y sombrío. Y bien podríamos decir que se convierte en aquello hacia lo cual es devota. Ahora, “los Dioses” aquí representan no sólo los ídolos de los idólatras, sino también todos los objetos y deseos tras de los cuales la gente corre. Porque los ídolos no son más que los representantes de los objetos deseados. Pero todos estos Dioses son transitorios. Si nosotros admitimos la existencia de Indra o de cualquier otro Dios, aún él es impermanente. 
En otro sitio, el poema dice que todos los Dioses están sujetos a la ley de la muerte y el renacimiento; cuando llega la gran disolución ellos desaparecen. Las cosas vanas en las que los hombres fijan sus mentes y tras de las cuales corren, son del carácter más ilusorio y transitorio. Por lo tanto, ya sean Dioses imaginarios o los deseos y objetos sobre los que la mente se fija, aquellos que así actúan, solamente tienen un resultado temporal porque el objeto que se ha tomado es, en sí mismo, temporal. 

Esta es la ley y no sentimiento. Penetrando más y más en los detalles, se ha dicho que, a la muerte de una persona, hasta entonces compelida por los pensamientos de una vida, ella va quedando fija en uno u otro objeto o estado. Esta es la razón por la cual la condición intermedia de Kāma-loka es una necesidad. En ese estado ellos se convierten en eso en que pensaron. Si fueron fanáticos y torturaron a otros: esos mismos pensamientos les servirán de torturas. Fuegos interiores los consumirán hasta que se hayan purificado. Las variedades de sus diferentes condiciones y apariencias son tan vastas en número, como lo son la inmensa variedad de pensamientos posibles. Y simplemente yo no podría describirlos. Pero aquellos que rinden culto o creen en el Yo como el todo en el todo, que no está separado de nada, que es supremo, que es el contenedor, el todo, va hacia Eso, y, convirtiéndose en Eso, todo lo conoce por ese conocimiento y cesa de estar sujeto al cambio porque Eso es incambiable. Esto también es ley, no sentimiento. 

El capítulo concluye mostrando cómo es que el ignorante que cree en el Ser Supremo que tiene forma, cae en el error y en la oscuridad al momento de su nacimiento, por el poder que los recuerdos de su vida pasada tienen sobre su mente. Esto incluye el poder de los Skandhas o agregados de sensaciones y deseos que fueron acumulados en vidas anteriores. A la hora del nacimiento y siendo ellos una parte natural de nosotros, se precipitan hacía nosotros y nosotros hacia ellos, de manera que una nueva unión queda hecha para una nueva vida. 

En la otra vida, no habiendo visto el Yo como al todo en el todo, y habiendo adorado muchos Dioses, las sensaciones de gustos y de disgustos son tan fuertes que la oscuridad del renacimiento resulta irresistible. En cambio, el sabio murió, en su vida anterior, con un conocimiento pleno del Yo a la hora de su muerte, lo cual impidió que se imprimieran sobre su naturaleza toda una multitud de sensaciones y deseos que, de otra manera, al reencarnar, lo conducirían al error. Este es el capítulo sobre la Unidad, cuya enseñanza es que el Yo es todo o, si usted prefiere, Dios. Un Dios que lo es todo y que no está fuera de la naturaleza y hemos de reconocer esta gran unidad de todas las cosas y todos los seres en el Yo. Este y el siguiente capítulo están basados sobre el mismo tema y divididos tan sólo por una pregunta puesta por Arjuna.

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