martes, 30 de abril de 2019

IMAGINACIÓN Y REALIDAD




La imaginación es una facultad que sobrepasa los niveles de la observación y del razonamiento; es por excelencia la facultad que construye puentes en el mundo mental y aún en el físico. Es en realidad un poder Divino, pues crea en la mente cosas que luego pueden materializarse en una u otra forma. Observamos con los sentidos, si bien no es esta una actividad puramente sensoria puesto que la mente entra en toda observación. Cuando miramos una superficie, digamos las paredes de un edificio, y formamos una imagen o cuadro en tres dimensiones, esa imagen está construida con los elementos de las impresiones que recibimos de esa superficie. Tenemos las impresiones de línea, color, altura, anchura, textura, etc., que se fotografían primero en nuestra visión y luego en nuestro cerebro; pero la perspectiva del con junto nos la da la mente. Así tenemos el uso de la imaginación en la observación misma de las cosas; de otra manera todo lo que obtendríamos no sería más que fragmentos in conexos de impresiones.
            
La imaginación no es idéntica en todos sus aspectos con la visualización. Esta última es más bien un enfoque adecuado; cuando lo gramos enfocar correctamente podemos producir una imagen perfectamente clara, como lo sabe todo fotógrafo. Pero la imaginación incluye la captación de ideas más elevadas y sutiles que parecen estar subyacentes o presidir invisiblemente sobre lo percibido en el primer plano, y la materialización de esas ideas. Es con la imaginación que penetramos más allá de la línea divisoria entre lo conocido y lo desconocido; no hasta el corazón de lo desconocido, o toda su inmensidad, pero si hasta su horizonte cercano donde las cosas existentes allí son apenas tenues sombras que sentimos a medias, pero que llegarán a revelársenos bajo la simple luz de la objetividad. Sentimos algo que parece manifestarse ante nuestra visión, asumiendo forma objetiva. Es con la imaginación que percibimos un trasfondo, y grados de diferencia que traen ante la vista nuevas figuras y contornos. La imaginación se requiere para percibir una analogía entre procesos situados distantemente y ver en ellos reflejos de una relación común invisible. También es con la imaginación que podemos captar en cualquier medida la naturaleza interna de una cosa, guiados por sus señales y manifestaciones externas.
            
Si consideremos el proceso del raciocinio, todo razonar, todo pensar es hacer explícitas las relaciones que están implícitas en las diversas cosas o hechos observados; pero es con la imaginación con la que construimos un edificio y armamos un todo de partes diferentes. La palabra misma “imaginación” implica la creación de imágenes. Todo pensamiento se mueve por medio de imágenes. Aún si pensamos en una abstracción, un símbolo matemático, por ejemplo, también asume una forma o figura en nuestras mentes. Así puede decirse que la imaginación es superior al raciocinio, porque crea y no meramente registra. Para que levante un edificio que se sostenga sobre el terreno de los hechos, tiene que marchar mano a mano con su hermana más prosaica: la mente lógica.
            
¿Qué sucede, exactamente, cuando imaginamos? Imaginamos con base en impresiones recibidas, concernientes a cosas que oímos, vemos, tocamos, olemos, gustamos y sentimos. Claro que estamos recibiendo constantemente nuevas impresiones. Pero cuan do tratamos de crear, seleccionamos algunas experiencias y las elaboramos arreglando en otra forma los elementos de esas experiencias. El material no es nuevo, o sea original, pero lo que configuramos con ese material es nuevo.
            
Cuando hablamos de la imaginación como de un don especial, un atributo noble, pensamos naturalmente en la imaginación y las proezas de los genios. La imaginación es la que da alas a la mente. Hablando en verdad, creamos con la imaginación y la voluntad a la vez. Ellas son las dos facultades por cuyo medio son posibles las más grandes proezas en todo campo; son las gemelas celestes, como dos espléndidas curvas que se unen en una bella cúspide. En el campo de los descubrimientos científicos, en toda literatura grande e inspiradora en toda forma de arte creador, podemos ver la obra de la imaginación en un interminable despliegue de sombras y expresiones posibles.
            
Existe aquello que puede llamarse la imaginación científica, que siempre ha desempeñado un gran papel en el logro de nuevos descubrimientos e inventos. Ejemplo notorio, el inalámbrico y la radio. Antes del invento del inalámbrico por Marconi, hubiera sido sorprendente hablar de que hay en el espacio algo, ya sea éter u otro elemento, capaz de conducir ondas en torno del globo, y que esas ondas podían transformarse y retransformarse en sonidos audibles a enormes distancias. ¿Cómo llegó Marconi al concepto de su invento? Tuvo que imaginar primero la posibilidad de viaje de ciertas ondas a través del espacios estando familiarizado con el fenómeno de las ondas; y luego la de que un tipo de ondas se transformara en otro, habiendo visto la similaridad entre los movimientos de unas y otras ondas. Juntó varios elementos de experiencias previas en un nuevo orden, de modo de producir un nuevo efecto. El inalámbrico fue posible como materialización de la forma construida por la imaginación de Marconi, claro que después de diversas pruebas e incidentes físicos.
            
La teoría de la relatividad, de Einstein, es un caso notorio de hipótesis imaginativa. Ciertas partes de ella no son aceptables sobre la base de un razonamiento con base en nuestra experiencia práctica, pues cuando habla de espacio curvo y de universo finito está adelantando proposiciones totalmente ajenas a nuestra experiencia. No obstante, su teoría ofrece el mejor método que la Ciencia ha encontrado hasta ahora para explicar y predecir fenómenos. Se sostiene porque ha respondido a las numerosas pruebas prácticas a que ha sido sometida.
            
La naturaleza de la imaginación debe estar de acuerdo, naturalmente, con la naturaleza de la persona que imagina. Por tanto hay muchas clases diferentes de imaginación. El lunático, por ejemplo, forma imágenes de cosas fantásticas de toda suerte, que son las creaciones de una imaginación desordenada y enfermiza. Un enamorado imagina, diríamos, o puede percibir, una gracia y belleza divina en el objeto de su amor. Debido a una sensibilidad agudizada ve lo que otros no pueden ver, y hasta algo que él mismo posiblemente no había visto antes o no verá después. Un poeta usa otro tipo más de imaginación atribuyendo a las cosas externas toda clase de sentimientos humanos y reacciones a menudo muy maravillosas.
Puede argüirse justificadamente que cualquier cosa que no hemos experimentado nos otros mismos, sino que sólo la hemos imaginado, es meramente una proyección de nosotros mismos; que con una mente condicionada proyectamos algo a lo cual le atribuimos una existencia independiente u objetiva. ¿Hasta qué punto es nuestra imaginación, pues, una creación real, y hasta qué punto es meramente una proyección de uno mismo?
            
¿Le es posible a un ciego congénito, por ejemplo, imaginar los gloriosos colores de un atardecer, por muy vivida y comprensiva mente que se le describan esos colores? El no puede interpretarlos sino en términos de tacto o quizá de fragancia, y por tanto todo el cuadro aparecerá ante él en términos extrañamente engañosos. Cuando se nos presenta o se nos describe algo completamente fuera del campo de nuestra experiencia, es casi imposible para nosotros visualizarlo como es. Por eso parecería imposible imaginar una fragancia enteramente nueva, una que hasta entonces no hubiéramos olido jamás. Claro que uno puede imaginarse porciones de varias fragancias conocidas entremezcladas, pero eso no sería una nueva fragancia, hasta entonces desconocida, que la Naturaleza pueda producir o que pueda ser elaborada sintéticamente por procesos químicos. Es obvio, pues, que la imaginación tiene sus limitaciones definidas.
            
Esa limitación es evidente con respecto a cualquier idea o cosa perteneciente a un plano más allá de nuestra visión normal o de aquel en que operan nuestros, sentidos. Todo lo que pertenece al lado subjetivo de la Naturaleza, a distinción del objetivo, todo lo que se relaciona con la consciencia del hombre, pide el uso de la imaginación. Si queremos conocer la relación de lo visto con lo no visto; si deseamos tener siquiera un concepto fragmentario y parcial fuera del muy limitado campo en que se mueven los sentidos, tenemos que recurrir a la facultad de formar imágenes. ¿Cómo podríamos darnos siquiera leve cuenta de la índole o de los procesos de la consciencia de un mineral, de una planta, de un animal, o hasta de otro ser humano, excepto por medio de una comprensión simpática? Aún entonces, no podemos imaginar lo que otra persona piensa o siente, saliéndonos de lo que nosotros mismos hemos pensado o experimentado, ya sea consciente o subconscientemente. Podemos seguir los movimientos de un animal y, por identificación en pensamiento con ese animal, imaginarnos nosotros mismos como haciendo esos movimientos, y así ver cómo es afectada nuestra consciencia por esta imaginación.
            
Supongamos que alguien trata de describir la naturaleza de una experiencia que ha tenido. ¿Cómo comprenderemos esa experiencia? Sólo podemos hacer uso de una imaginación basada en nuestra propia experiencia. Tal imaginación puede ser inexacta y fracasar en darnos una comprensión fiel de la experiencia de esa persona. Pero es la única facultad que tenemos para ese propósito, si bien al utilizarla podemos hacernos sensitivos a la descripción como una placa foto gráfica, tal como podemos en verdad hacerlo hacia cualquier objeto o persona presente ante nosotros, y de este modo reflejar en nosotros la experiencia relatada, o la persona o cosa, según el caso. Normalmente a ese intento se le describiría como un esfuerzo de la imaginación. Pero ahí la imagen es un espejo de lo que se presenta al conocimiento de la consciencia; ahí la imaginación es pasiva y no activa.
            
La imaginación no sólo tiene sus limitaciones sino también sus peligros definidos. Con respecto a lo oculto, a lo que está oculto en un estado puramente subjetivo, la imaginación puede fácilmente ser mero anhelo. En ese caso es una proyección de lo que ya está en nosotros como en un estado de ensueño. El ocultismo no significa cargar con un cúmulo de antojos favoritos. La imaginación puede ser volátil, errática, desquiciada y hasta enferma y mórbida. Vemos ejemplos tales en muchos tipos de personas sicopáticas, en locos que sufren de ilusiones torturantes de su propia inventiva. Hasta en la vida ordinaria, cuando el elemento personal entra en algún recuerdo, afecta las líneas y sombras de la impresión hecha por los acontecimientos mismos, cobra y exagera sus diferentes partes, y así tuerce y deforma todo el cuadro.
            
Necesitamos reconocer estos peligros y limitaciones a fin de realizar que nuestras ideas acerca de la naturaleza de la consciencia en los planos superiores y cualquier cosa que percibamos con esa consciencia, se exponen a ser sumamente parciales, aunque represen ten alguna verdad. Siempre sucede que la visión de una persona asume la forma de su acondicionamiento particular, En las experiencias religiosas, la forma y el colorido, se parados del contenido activo de tales experiencias, casi siempre provienen de elementos de la fe y de las leyendas que han moldeado el pensamiento del experimentador. Cuando hablamos de Dios, del Nirvana, del Atman, etc., no hay palabras que cubran estas realidades, ni aún siquiera la posibilidad de pensamientos justos acerca de ellas, y meramente estamos creando imágenes de acuerdo con nuestra naturaleza y capacidad.
            
El hombre, cuando piensa en Dios crea una imagen a semejanza de si mismo. El Dios de un salvaje, por ejemplo, está limitado por la imaginación del salvaje. Esas limitaciones se aplican a toda cosa que trascienda nuestra experiencia, ya sea Dios o la cuarta dimensión. ¿Cuántas personas pueden en verdad visualizar la cuarta dimensión en su consciencia cerebral, aunque puedan deducir su existencia por analogías? Sólo es posible alcanzar la verdad perteneciente a los niveles más finos del ser, a los planos superiores de la consciencia, cuando la mente se ha librado absolutamente de toda especie de acondicionamiento, de toda clase de prejuicios y predilecciones.
            
Al tratar de imaginar el estado llamado Nirvana, probablemente imaginamos un estado de bienaventuranza y paz, semejante a algo que hemos experimentado, y luego lo elevamos conceptualmente, por una serie de peldaños mentales, a una potencia mayor. Usamos las palabras como los símbolos en álgebra, y las elevamos hasta cierto punto. La substancia de nuestro pensamiento se basa en la experiencia pasada, pero se la envuelve en un número de palabras y símbolos para indicar los aspectos generales del concepto o quizá sólo la dirección que el concepto representa. El Señor Buddha describió el Nirvana como ni Ser ni no-Ser. ¿Qué podemos sacar de esa declaración, conforme a nuestra experiencia? Así sucede con todas las cosas que están completamente más allá de nosotros. Se dice que cuando la gente le hablaba de estas cosas, El permanecía callado. Nosotros formulamos algo que, no es sino un mero rótulo o símbolo de la Realidad y nos con tentamos con el símbolo.
            
Sin embargos tenemos que reconocer que no podemos abstenemos de la creación de imágenes en nuestros procesos mentales. Seria una forma muy rigurosa de Tapas (palabra sánscrita que significa un esfuerzo vehemente y consumidor) negarse uno todo pensamiento excepto la observación de lo que existe. No podemos abstenemos de prever los problemas de la vida práctica para vivir inteligentemente. Sería necio detener el proceso de apreciación imaginativa representado por la música, la literatura y la ciencia. ¿Por qué, entonces, sólo en lo referente a la comprensión del hombre y de la Naturaleza habríamos de rehusar el mirar más allá de lo inmediato, restringiendo así lo verdadero a lo inmediato? La imaginación nos eleva a superiores niveles de pensamiento y así nos inspira a vivir más fina, más noble y más bellamente. Es la imaginación la que ensancha la mente más allá de sus herméticos recintos, la saca de sus surcos, y la guía hacia aquellos lejanos horizontes donde nos da la bienvenida una luz muy diferente a esa luz opaca de la experiencia cotidiana.
            
Necesitamos imaginación, y necesitamos también salvaguardias contra esos peligros y excesos en los que nuestras experiencias pasadas, y nuestros gustos y aversiones, causan estragos en nuestro pensamiento. Lo que imaginamos debemos sostenerlo tan ligeramente como el científico avanzado sostiene hoy sus teorías, y, lo mismo que él, debemos estar listos a someterlas a toda prueba práctica. Sería bueno no estar demasiado ciertos ni presumir de conocer muy íntima mente verdades y estados del ser que están más allá de nuestro alcance. La intensidad de emoción y vivacidad puede ser para nosotros un índice de validez: pero la vivacidad no depende solamente de la verdad intrínseca de la experiencia sino también de nuestras reacciones personales, las que a su vez dependen de nuestros deseos conscientes e inconscientes, de nuestras aspiraciones y expectativas.
            
La objetividad es un requisito en el científico, y la necesita igualmente el ocultista científico. Pureza de vida; exactitud de observación; firmeza en el raciocinio y cuidadosa definición del pensamiento; precisión en el uso del lenguaje, y veracidad en todas las cosas, inclusive en la conducta; eliminación de todo parcialismo y prejuicio; dominio de si mismo en todo respecto; la impersonalidad o desapego que nace de la anchura y universalidad de simpatía; gracia y exactitud hasta en las acciones físicas; todas estas cosas las necesita el hombre que quiera percibir solamente lo Real con su imaginación libre. Tenemos que hacer de nosotros mismos un Stradivarius viviente, con perfecta resonancia y tono para la música del Espíritu.
            
En la antigua Escuela Pitagórica las matemáticas y la música constituían dos partes de una sola disciplina empleada para impartir verdades universales. La imaginación de lo Bello, por medio de la ciencia-arte de la música, se desarrollaba lado a lado con la rigurosa lógica de las matemáticas. 
Estas dos ciencias tienen leyes que gobiernan su desarrollo. Se ha dicho que un análisis del universo y de su construcción revelará un pensamiento matemático. Aún está por descubrirse cómo el sonido, o vibración, en formas rítmicas, melódicas y armoniosas, subyace en la evolución del universo. Pero el concepto de que el sonido o vibración es la base de la arquitectura universal, está implícito en el vocablo “Logos”. También en la Escuela de Pitágoras se hacía mucho énfasis en la vida sencilla, abstemia y bella. Era esencial que todo estudiante viviera una vida pura, sobria y controlada. Además habla de dedicarse al estudio de la Sabiduría Divina por amor a ella misma y no como un medio para un fin personal. Se le enseñaba a acercarse a la Sabiduría por medio de una mentalidad bellamente modelada por la práctica de las matemáticas y la música.



La Sabiduría Divina es Teosofía y si Dios usó la imaginación para crear, nosotros también estamos obligados a usarla, a fin de comprender Su Sabiduría. Tenemos que apelar a ella para comprender aquellas cosas que pertenecen al arte y poesía de la creación. En la Teosofía hay el intento de trazar un esquema, naturalmente muy fragmentario, del universo; pero ese esquema tenemos que llenarlo con nuestro pensamiento. Existen descripciones que nos dan una idea de lo que puede significar para nosotros la perfección, y que así nos permiten construir en una imagen de belleza el tipo de perfección que nosotros mismos podemos alcanzar individualmente. Tenemos que estirar nuestra consciencia para obtener una vislumbre de algunas de las glorias de esos mundos superiores, a los que todavía no tenemos accesos Todo esto no puede ser malo mientras lo que busquemos no sea un fin personal, sino la Verdad, lo Bueno y lo Bello, aunque nos equivoquemos en seguir el medio dorado, el camino de perfecto equilibrio, libre, tanto de exceso como de defecto.
            
Podría preguntarse si hay algún valor en que alguien que haya experimentado cosas que están fuera de nuestro alcance, nos las describa. La respuesta debe ser afirmativa, si esas descripciones nos dan una visión del todo del cual nuestras experiencias son parte. Pues solamente a la luz del todo podemos percibir la importancia de la parte. El todo se nos revela “como en un espejo oscuramente”, a fin de permitirnos examinar la parte que tenemos al frente, en vez de dejarnos en el eclipse de una ignorancia total. Nuestra consciencia se mueve apenas en un pequeño arco del círculo completo, y la Teosofía nos revela la naturaleza de ese círculo, e ilumina un poco las extensiones del arco. Las impresiones que nos formamos de las cosas que están más allá de nuestro alcance cotidiano tienen que ser como bocetos, y sin embargo, si somos prudentes y cautos pueden representar una verdad en ese modo fragmentario. Pueden servir de base para un cuadro que continuaremos pintando por largo tiempo. Aún si esa base no nos da sino un sentido del inmenso valor del cuadro, tiene su lugar en el proceso de nuestra comprensión.
            
Más aún, una descripción de una verdad que todavía no hemos realizado, puede servir de guía a una imaginación que de otra manera vagaría en el yermo, y así ayudarnos a obtener una idea de la dirección que debemos seguir. Nuestra imaginación se ensancha, no meramente por el crecimiento de nuestra capacidad mental (de la capacidad de recordar experiencias pasadas y de saber un creciente número de cosas que pueden reordenarse de nuevas maneras), sino también por el crecimiento de la sensibilidad a todo lo que nos rodea en el mundo en que estamos. Estamos en un rinconcito de un ilimitado cosmos viviente, y apenas muy poco de ese rincón está en verdad abierto a nuestra experiencia actual. En cuanto al resto, que yace oculto en profundidades inconmensurables, podemos sentir vagamente ciertos aspectos de nuestro vecindario inmediato, pero son un fragmento infinitesimal de lo que es posible sentir aún con relación a ellos. De manera similar, las ideas que tenemos acerca de la naturaleza de las cosas en su interminable diversidad, no son sino polvo precioso de un infinito almacén.
            
Si comparamos la sensibilidad de un salvaje con la de un hombre culto, la diferencia es mucho mayor de lo que podríamos imaginar. Esa diferencia es cuestión de crecimiento que no puede lograrse en el decurso de una sola vida; un crecimiento en riqueza de ideas y sentimientos con relación a toda clase de cosas. Hay un continuo crecimiento de sensibilidad en el proceso de la evolución, que podemos acelerar muchísimo, aumentando así el caudal de nuevas experiencias, tanto en volumen como en variedad. Cada individuo va desenrollando, como si dijéramos, desde su porción subjetiva, una cinta cada vez más sensitiva, sobre la cual se registran todas las cosas externas en forma de percepciones y sensaciones. A medida que más y más de esta cinta va descendiendo dentro de la consciencia física, hay una nueva y cada vez mayor capacidad para registrar las vibraciones que vienen del mundo externo y una interpretación de esas vibraciones en formas de nuevas experiencias subjetivas.
            
Hay otra razón para que una descripción de lo que hay del otro lado pueda ser de valía para nuestra limitada consciencia física. Lo que conocemos con las partes más sutiles de nosotros -y conocemos algo con ellas- puede, por un tirón magnético desde este lado, por la creación de una gravitación, superar los obstáculos para que ese conocimiento llegue á la consciencia física. Cuando aquí abajo llegamos a una verdad que toca la consciencia espiritual, ello no es sino el recuerdo o reconocimiento de una verdad que hemos conocido en otra parte y más de cerca.
            
Todos los intentos por imaginar cosas que están más allá de nuestra experiencia actual, es obvio que desarrollan nuestra capacidad para saber. Nuestros sentimientos, nuestras experiencias y nuestras impresiones, todo modo de percibir, y la manera como el mundo externo nos afecta, todo esto crece continuamente, y al reunir así más y mejor material, nuestras ideas e ideales crecen a la par en belleza y en veracidad.
            
¿En dónde encontramos el material para cualquier concepto ideal? En nuestra experiencia, desde luego. Tomemos como ejemplo las figuras geométricas, un punto y una línea recta. No existe en ninguna parte un punto sin longitud, anchura, altura o profundidad; ni existe en verdad una línea recta. Estos son simplemente conceptos ideales, basados en la línea y el punto que conocemos. Son cosas crudas que conocemos, pero de ellas abstraemos la cualidad de la línea y del punto, y luego refinamos el concepto hasta el grado máximo posible. Por medio de la imaginación trazamos, aunque vagamente, un límite en alguna parte, y a eso lo llamamos el punto geométrico y la línea recta geométrica. Tales conceptos ideales son la base de las matemáticas, que han demostrado su valor en todos los desarrollos de la Ciencia moderna, en sus inventos y en los milagros que ha realizado. La Ciencia se apoya totalmente en hechos matemáticos.
            
En el Ocultismo, que es un conocimiento del Universo, que abarca la naturaleza de la vida y de la consciencia lo mismo que la de la materia, nos ocupamos no sólo de medidas y cantidades sino también de estados y cualidades. Pero como algunas de estas cualidades se manifiestan por grados, también subimos por peldaños en nuestra imaginación hasta el límite con el cual identificamos cierto estado definido.
            
Lo ideal es siempre una creación de la imaginación. Al principio hay que crearlo del material existente, reunido por la parte más elevada y sensitiva de nuestra Inteligencia. Con este material se construye un ideal cuya contemplación es atractiva. Gradualmente el ideal crece en belleza y poder a medida que el material con que está construido se hace más rico, más delicado y de mejor calidad. Cuando pensamos en un Hombre Perfecto -ya sea el Cristo o cualquier otro Gran Ser- la imagen que formamos es más bella, más digna y serena e inspiradora, a medida que somos capaces de realizar en nosotros mismos más de esas cualidades.
            
Así como las matemáticas se basan en conceptos últimos y limitadores, también necesitamos conceptos de moralidad para formar el cimiento para construir un sistema ético perfecto. Nuestros ideales de Belleza, Virtud y Bondad son el cimiento de cualquier moralidad genuina (no meramente convencional) que poseamos. La Bondad pertenece a la esencia de la Moral; la Belleza, a la esencia del arte; y sobre tales conceptos ideales de Bondad y Belleza basamos nuestro conocimiento del verdadero arte y de la verdadera moralidad. Cuando creamos un ideal y lo investimos de las cualidades más elevadas que hemos sentido o experimentado en la parte más sensitiva de nuestra consciencia, estamos en realidad reconociendo su valor y haciéndonos más sensibles a ellas. Al contemplar ideales de pureza, serenidad, belleza, virtud, bondad, etc., y fijar toda nuestra atención en ellos, experimentamos más plenamente la naturaleza de esas cualidades.
            
Huelga decir que cualquier concepto sobre una realidad abstracta tal como la de nuestro propio ser superior está inmensamente coloreado por la índole de nuestra propia Imaginación, y por tanto de nuestra propia índole. No es posible que tengamos un concepto del Ego espiritual distinto a nuestro concepto de sus cualidades. Cuando pensamos en ese Ego, tenemos que pensar no en una forma, un rasgo, una peculiaridad sine en las cualidades que deben pertenecer a la naturaleza y consciencia del Ego. Al Ser superior sólo puede “sentírsele”, si es el Ser espiritual; y cualquier imaginación desprovista de ese “sentimiento” no puede darnos la realidad de él. Un hombre que no haya sentido algo de la cualidad de la belleza no será capaz de tener ninguna idea de la belleza. Un hombre que en toda su vida no haya sentido ni una partícula de simpatía o bondad hacia alguien, no será capaz de formarse una idea de esas cualidades si le habláramos sobre ellas. De ahí que para que nuestras ideas de las cosas correspondan en algún grado con la realidad, deben tener un poco de la cualidad de esa realidad, y ese poco debe ser cuestión de experiencia. Así pues la efectividad, poder y valor de nuestra imaginación dependen de la cualidad que somos capaces de impartirle a cualquier acto de imaginación.
            
Cuando se trata de un concepto sobre el Ser más elevado -la Mónada- es sólo por medio del máximo refinamiento de la imaginación que podemos esperar alcanzar siquiera la más vaga, idea de las cualidades que pertenecen a él. La Mónada es indivisible y primaria, así como la línea recta o el punto son algo primario que no puede refinarse o idealizarse más. No podemos ir más allá de esa sencillez y absolutividad que es la Mónada; pero podemos tener alguna tenue y distante idea de ella cuando somos suficientemente puros para reflejarla en nosotros mismos, porque ella es una parte de nosotros: nosotros mismos en la más profunda realidad. Podemos por lo menos enviar los rayos de nuestra inteligencia y de nuestra imaginación en la dirección en que ella existe, por oscura que sea. Si no podemos tocar la realidad misma si podemos, con la saeta de nuestra imaginación, trazar una marca que indica la dirección de ese punto supremo.
            
La imaginación debiera operar menos sobre la base de experiencias pretéritas, y guiarse más por otra facultad con la cual debiera aliarse en el proceso de abstraer las cualidades o la esencia con que creamos nuestros conceptos ideales. Miramos un cuadro, lo analizamos en todas sus partes, y sentimos y decimos que es bello. Pero, ¿con qué hemos percibido la belleza? Esa valuación no se basa en alguna clase de raciocinio, sino que viene de algo más sutil que la mente, de una fuente más elevada y oculta. Cuando miramos o tocamos un objeto, obtenemos cierta sensación muy diferente de la sensación o magnetismo perteneciente a cualquier otro objeto. La cosa no puede en realidad sentirse con una imaginación que sólo puede trabajar a base de experiencias pasadas, ni puede sentirse con la razón, ni ser observada con cualquier otra facultad de la mente. La cualidad, naturaleza, vida o esencia de una cosa -ya sea un metal, un árbol, un trozo de madera, un cuadro, un animal, un ser humano- solamente puede sentirse subjetivamente con aquella facultad superior, a la que sólo podemos llamar Intuición, una forma de conocimiento directo.
            
Hablé de tratar de imaginar una fragancia enteramente nueva. ¿Cómo puede ser posible, igualmente, imaginar una melodía enteramente nueva, no una modificación o semblanza de otras melodías conocidas, sino algo que produzca un efecto enteramente nuevo? Es posible mediante la facultad de la Intuición o Buddhi, crear cosas que son enteramente nuevas: pues cuando se desarrolla la facultad, crea centros en la consciencia de donde emergen ideas que son nuevas y veraces, y porque son veraces son también bellas. La intuición juega realmente un papel en las estimaciones de nuestra consciencia, mucho mayor de lo que generalmente se supone. Es una facultad que aún no hemos desarrollado, y por tanto tenemos poca idea de todo su alcance y posibilidades estando todavía apenas en la etapa del desarrollo mental. Pero aún ahora, y más de lo que nos damos cuenta, se infiltran en la mente ideas de la consciencia intuicional o Búddhica.
            
Se ha dicho que la naturaleza del Ser es conocimiento. Ser, conocer y gozar son los tres aspectos del Espíritu o Ser Divino, de acuerdo con la filosofía India. Esa facultad que llamamos Buddhi es conocimiento en su naturaleza misma, de modo que toda actividad suya expresa una verdad oculta. Lo que ella capta es la esencia, lo “aquello” de las cosas, y no meramente lo que ellas parecen ser. Cuando la mente está perfectamente sosegada y cesa de hacer imágenes que no son sino prejuicios, deformaciones o preconceptos, cuando se ha convertido en un espejo perfecto ni convexo ni cóncavo, es capaz de reflejar esa verdad que es la naturaleza misma del Espíritu. Podrá crear, moverse y funcionar a la luz de esa verdad.
            
Podemos entrenar nuestra consciencia hasta ese punto en que todo movimiento, toda simple construcción suya, sea un ejemplo de Belleza; y la Belleza perfecta es siempre una revelación de la Verdad. Así como cada curva en el espacio sigue una ley o ecuación matemática, así también todo movimiento de belleza incorpora una ley que es la fórmula y el carácter de su ser. La Belleza consiste en su fidelidad a la ley. De ahí que antes de que nuestra imaginación pueda moverse espontáneamente por caminos de Verdad y Belleza, tiene que ser una imaginación que se mueva de acuerdo con una ley no impuesta desde fuera, sino inherente en ella misma; no ha de ser una imaginación operada por acondicionamiento previo, sino una imaginación que sea ley de si misma, en el sentido de que en su naturaleza misma esté operando una ley secreta, que es la Sabiduría de Dios
            
Cuando no hay deformación ni falsedad en la naturaleza de una persona, entonces con seguridad no puede haber falsedad en su imaginación, y lo que ella conciba será por su propio impulso libre. Cualquier cosa sujeta a compulsión se corrompe y ya no es pura. Por tanto, una naturaleza pura tiene que ser una naturaleza inherentemente libre, es decir, incondicionada; entonces toda modalidad de funcionamiento de esa naturaleza ha de resultar en una expresión de la Verdad.
            
Lo que podemos hacer con la imaginación depende mucho de su adiestramiento. Nuestras instituciones educacionales necesitan incluir en sus pénsums el entrenamiento científico de la imaginación del niño, sin darle ningún sesgo, excepto en dirección hacia la Verdad y la Belleza. Hasta ahora el desarrollo y adiestramiento de la imaginación no se ha considerado como un arte educacional, excepto quizá entre artistas. Parte del entrenamiento que necesitamos es el de libertarnos de toda clase de deformaciones que hemos aceptado como parte de nuestro ser normal. Somos incapaces de pensar recta y fielmente, pues, como se ha dicho, la mente es el matador de lo Real”. Mas es posible controlar de tal modo el funcionamiento de la mente que se la convierta en un espejo cada vez más claro, que refleje cuanto de la Verdad nos sea posible en nuestro actual estado de desarrollo.
            
Lo que podamos hacer con la imaginación depende de la pureza de nuestra vida y de nuestros motivos; de lo ‘veraces, bellos y sensibles que seamos. ¿Es nuestra imaginación la de una mente terrenal, teñida por el deseo? En tal caso sólo reflejará nuestra relación con la tierra. No es suficiente imaginar simplemente; tiene que ser recta imaginación. El primer paso en el Noble Octuple Sendero es la recta imaginación, lo mismo que el recto pensar y la recta resolución, y tenemos que afirmarnos en esa rectitud si queremos que nuestra imaginación provenga de la mente celestial, una emanación de Atma-Buddhi, que puede escudriñar todas las cosas con su pura luz interior.
            
La imaginación debe convertirse en una facultad cuyos rayos puedan proyectarse hacia el cielo, hasta el arquetipo y las maravillas de la Mente Divina. Debe ser como el moderno radar, un rayo que pueda recorrer el espacio para descubrir esas formas ocultas que están envueltas en las tinieblas, que rodean lo que actualmente llamamos nuestra visión. Algún día seremos capaces de proyectar los rayos de la Verdad que llevamos dentro, y para la cual nada es impenetrable, de tal modo que conoceremos la naturaleza de cada cosa como es. En la consciencia del Atman, al convertirnos en canales de su influencia aún aquí abajo, podremos ver todas las cosas bajo una luz que revela sus riquezas ocultas. Todas las cosas del universo nos revelarán entonces su significado, y podremos conocer ese significado y regocijarnos en él.

N. SRI RAM



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