"¿Qué
es la Verdad,?" preguntó Pilatos a uno que debía conocerla, si las
pretensiones de la Iglesia Cristiana son, aún aproximadamente, correctas. Sin
embargo, él permaneció en silencio. Así, la verdad que no divulgó, se quedó sin
revelarse tanto para sus seguidores como para el gobernante romano. El silencio
de Jesús en esta y en otras ocasiones, no impide a sus actuales acólitos actuar
como si hubiesen recibido la Verdad última y absoluta y de ignorar el hecho de
que se les proporcionó ciertas Palabras de Sabiduría que contenían una porción
de la verdad, la cual se ocultaba en parábolas y dichos hermosos aunque
obscuros. 1
Esta
actitud condujo, gradualmente, al dogmatismo y a la afirmación. Dogmatismo en
las iglesias, en la ciencia y en todas partes. Las verdades posibles, vagamente
percibidas en el mundo de la abstracción, análogamente a aquellas inferidas
mediante la observación y el experimento en el mundo de la materia, se imponen,
bajo la forma de revelación
Divina y autoridad
Científica, a las muchedumbres profanas, excesivamente atareadas
para pensar con su propia cabeza. Sin embargo, la misma pregunta quedó en
suspenso desde los días de Sócrates y Pilatos, hasta nuestra edad de negación
completa. ¿Existe algo de verdad
absoluta en las manos de algún grupo o de algún ser humano? La
razón responde: "que no puede ser posible." En un mundo tan finito y
condicionado como es el del ser humano, no hay espacio para la verdad absoluta
tocante a ningún tema. Sin embargo, existen verdades relativas y debemos libar
de ellas lo mejor que podamos.
En cada
edad han habido Sabios que han dominado el absoluto; pero sólo podían enseñar
verdades relativas; ya que, aún, ninguna prole de mujer mortal, en nuestra raza, ha divulgado, ni
pudo haber divulgado, la verdad completa y final a otro ser humano, en cuanto
todo individuo debe encontrar este conocimiento final en sí mismo. Como no hay
dos mentes absolutamente idénticas, cada una debe recibir la iluminación
suprema mediante sus
esfuerzos, en consonancia con sus capacidades y no por conducto de una luz humana.
La cantidad de
Verdad Universal que el sumo adepto viviente puede revelar, depende de la
capacidad asimilativa de la mente a la que está imprimiendo, la cual no puede
ir más allá de su habilidad receptiva. Tantos
hombres, tantas afirmaciones, es una verdad inmortal. El sol es
uno; sin embargo, sus rayos son incontables y los efectos producidos son
benéficos o maléficos según la naturaleza y la constitución de los objetos
sobre los cuales brilla. La polaridad es universal, pero el polarizador yace en
nuestra conciencia. Nosotros, los seres humanos, asimilamos la verdad suprema
de manera más o menos absoluta, en proporción al ascenso de nuestra conciencia
hacia ella. Todavía, la conciencia humana es simplemente el girasol de la
tierra. La planta, añorando los rayos cálidos, sólo puede dirigirse hacia el
sol y circunvalar a su alrededor siguiendo la trayectoria de la estrella inasequible:
sus raíces la mantienen anclada al suelo y mitad de su vida transcurre en la
sombra [...]
Sin
embargo, cada uno de nosotros puede alcanzar, relativamente, el Sol de la
Verdad aún en esta tierra y asimilar sus rayos más cálidos y directos a pesar
del estado diferenciado en que puedan tornarse después de su largo viaje a
través de las partículas físicas del espacio. A fin de alcanzar esto, existen
dos métodos. En el plano físico podemos usar nuestro polariscopio mental y,
analizando las propiedades de cada rayo, escoger el más prístino. Para arribar
al Sol de la Verdad, en el plano de la espiritualidad, debemos trabajar con
ahínco para el desarrollo de nuestra naturaleza superior. Sabemos que, al
paralizar, gradualmente, dentro de nosotros, los apetitos de la personalidad
inferior, sofocando, entonces, la voz de la mente puramente fisiológica, la
cual depende y es inseparable de su medio o vehículo:
el cerebro orgánico; el ser animal en nosotros puede hacer espacio a lo
espiritual y, una vez levantado de su estado latente, los sentidos y las
percepciones espirituales más elevadas crecen y se desarrollan en nosotros, en
proporción y pari passu con
el "ser divino." Esto es lo que los grandes adeptos, yogis
orientales, místicos occidentales, han hecho siempre y aún continúan haciendo.
Además,
sabemos que, salvo pocas excepciones, ningún hombre de mundo, ni ningún
materialista, creerá jamás en la existencia de tales adeptos o aún en la
posibilidad de este desarrollo espiritual o psíquico. "El incauto del
pasado, en su corazón pronunció que no existe ningún Dios," el individuo
moderno dice: "No hay adeptos en la tierra, éstos son simplemente el
producto de vuestra imaginación desquiciada." Al estar conscientes de
esto, nos apresuramos a reafirmar a nuestros lectores Santo Tomases. Les
rogamos que se dediquen a la lectura de otros artículos de esta revista más
compatibles con sus intereses: los misceláneos ensayos sobre el Hilo-Idealismo
por varios autores.2
Desde
luego, la revista Lucifer trata de satisfacer a sus
lectores de cualquier "escuela de pensamiento," demostrándose
igualmente imparcial hacia el teísta y el ateo, el místico y el agnóstico, el
cristiano y el gentil. Nuestros artículos de fondo, los Comentarios relativos a
La Luz en el Sendero, etc., no se dirigen a los
materialistas; sino a los teósofos o a esos lectores conscientes, en su
corazón, de la verdadera existencia
de los Maestros de Sabiduría. Y si bien la verdad absoluta no se alberga en la tierra y se
debe buscar en regiones más elevadas, aún en este irrisorio y pequeño globo
rotante existen ciertas cosas que la filosofía occidental aún no ha, ni
siquiera, imaginado.
Volviendo a
nuestro tema: sigue que aunque "la verdad abstracta general, es la bendición más
preciosa," por el momento, igualmente para muchos de nosotros como para
Rousseau, tenemos que satisfacernos con verdades relativas. En realidad, en la
mejor hipótesis, somos un pobre grupo de mortales que siempre siente pavor aún
frente a una verdad relativa, en cuanto podría devorarnos junto a nuestros
preconceptos anodinos. En la vertiente de una verdad absoluta, la mayoría de
nosotros no logra verla, así como no alcanza a llegar a la luna en bicicleta.
En primer lugar, porque la verdad absoluta es tan inconmovible como la montaña
de Mahoma, la cual rehusó molestarse para el profeta, el cual tuvo que ir a
ella. Debemos seguir su ejemplo si queremos acercarnos a ésta aún a distancia.
En segundo lugar, porque el reino de la verdad absoluta no es de este mundo; y nosotros
estamos demasiado identificados con éste. Y, finalmente, porque a pesar de que
en la fantasía del poeta, el ser humano es:
[...] El abstracto
De toda perfección, que la obra
Del cielo ha modelado [...],
en realidad es una triste mezcla de anomalías y paradojas, un globo inflado con su propia importancia, con todo tipo de opiniones contradictorias y con facilidad aceptadas. Es a la vez una criatura arrogante y débil; quien, y si bien en un constante temor de alguna autoridad terrenal o celestial
[...] como un mono iracundo
Juega tales trucos fantásticos delante del Cielo elevado
Que hace sollozar a los ángeles.
Ahora bien,
como la verdad es una joya polifacética, cuyos aspectos son imposibles de
percibir todos a la vez y como no existen dos hombres, a pesar de su ansia por
discernir la verdad, capaces de ver, siquiera una de estas facetas de manera
similar, ¿qué podemos hacer para ayudarlos a percibirla? Visto que el ser
físico, cuyas ilusiones lo limitan y obstaculizan por todos lados, no puede alcanzar
la verdad mediante la luz de sus percepciones terrenales, os decimos que
desarrolléis vuestro conocimiento interno.
Desde el período en el cual el oráculo délfico dijo al
investigador: "Hombre, conócete a ti mismo," no se ha enseñado una
verdad más grande o más importante. Sin tal percepción, el ser humano
permanecerá, para siempre, ciego a muchas verdades relativas por no mencionar
la absoluta.
El hombre debe conocerse
a sí mismo: adquirir las percepciones interiores que nunca engañan, antes de que domine
alguna verdad absoluta. La verdad absoluta es el símbolo de la Eternidad y ninguna mente finita podrá jamás asir
lo eterno. Por lo tanto, ninguna verdad podrá descender a ella en su totalidad.
Para alcanzar el estado durante el cual el ser humano la ve y la percibe,
debemos paralizar los sentidos del hombre externo de arcilla. Se nos dirá que
ésta es una tarea complicada y, en tal coyuntura, la mayoría de las personas
preferirá, indudablemente, satisfacerse con verdades relativas. Sin embargo,
aún el acercarse a las verdades terrenales exige, en primer lugar, amor hacia la verdad por la verdad
misma, de otra manera no se le podrá reconocer. ¿Quién ama a la
verdad, en esta edad, por la verdad misma? ¿Cuántos, entre nosotros, están
preparados a buscarla, aceptarla y ponerla en práctica, en una sociedad en que
cualquier cosa que tenga éxito debe
construirse en las apariencias y no en la realidad, en el egocentrismo y no en
el valor intrínseco? Estamos completamente conscientes de las
dificultades que se interponen en el camino para recibir la verdad. La doncella
de belleza celestial desciende sólo al terreno que le conviene, el suelo de una
mente imparcial, sin prejuicios e iluminada por la pura Conciencia Espiritual y
ambos son raros habitantes en las tierras civilizadas.
En nuestro siglo de
vapor y de electricidad, en el que el ser humano vive a una velocidad febril,
dejándole muy poco tiempo para la reflexión, por lo general se deja ir a la
deriva, de la cuna a la tumba, clavado a la cama de Procuste de las usanzas y
convencionalidades. Ahora bien, el convencionalismo puro y simple es una mentira congénita, ya
que, en cada caso, es una "simulación
de los sentimientos según un patrón recibido" (definición de
F. W. Robertson) y donde hay alguna simulación, no puede haber ninguna verdad. Aquellos
obligados a vivir en la atmósfera sofocante del convencionalismo social y que,
aún cuando deseen y añoren aprender, no osan aceptar las verdades que anhelan
por temor al Moloch feroz llamado sociedad, saben muy bien cuán honda es la
observación de Byron según el cual: "la verdad es una joya que se
encuentra en una gran profundidad, mientras, en la superficie de este mundo, se
sopesan todas las cosas mediante
las falsas escalas de la costumbre."
Que el
lector mire a su alrededor; que estudie los relatos de viajeros de fama
mundial, que tenga presente las observaciones conjuntas de pensadores
literarios, los datos científicos y estadísticos. Que elabore, en su vista
mental, un esbozo general de la imagen de la sociedad, de la política, de la
religión y de la vida moderna. Que recuerde las usanzas y las costumbres de
todas las razas cultas y naciones bajo el sol. Que observe el comportamiento y
la actitud moral de la gente en los centros civilizados europeos y americanos y
hasta del lejano oriente y de las colonias, en cualquier lugar donde el hombre
blanco ha transportado los "beneficios" de la llamada civilización.
Ahora bien, después de haber pasado revista a todo esto, que se detenga y
reflexione y luego que nombre, si
puede, aquel El
Dorado bendito, aquel lugar excepcional en el globo, donde la Verdad es la invitada de
honor, mientras la Mentira y el Engaño son los marginados so pena de
ostracismo; y constatará que no
puede. Pero nadie podrá, a menos que esté preparado y determinado a
agregar su fragmento a la masa de falsedades que reina suprema en cada
departamento de la vida nacional y social. "¡La Verdad!" clamó
Carlyle, "la verdad, a pesar de que los cielos me aplasten por seguirla y
no la falsedad, no obstante que todo el reino celestial fuese el premio de la
Apostasía." Estas son nobles palabras. Sin embargo, ¿cuántos piensan y osarían hablar como
Carlyle, en nuestro siglo XIX? ¿Acaso no prefiere, la gigantesca y pasmosa
mayoría, el "paraíso de los perezosos," el país del egoísmo cruel?
Esta es la mayoría que se retira llena de pánico ante el esbozo más nebuloso de
cada nueva verdad impopular, inducida por un simple miedo cobarde, no sea que
el señor Harris denunciara y la señora Grundy condenara a sus paladines a la
tortura infligida por su lengua asesina, la cual desmenuza gradualmente.
El Egoísmo
es el primogénito de la Ignorancia y el fruto de la enseñanza según la cual:
por cada recién nacido se "crea" una nueva alma, separada y distinta del
Alma Universal. Este Egoísmo es la pared inexpugnable entre el Ser personal y la Verdad. Es
la madre prolífica de todos los vicios humanos, la mentira nace de la necesidad de disimular,
mientras la hipocresía procede
del deseo de encubrir la mentira.
Es el hongo que crece y se refuerza con la edad en cada corazón
humano en el cual ha devorado todos los mejores sentimientos. El egoísmo mata
todo impulso noble en nuestras naturalezas y es la deidad que no teme, por
parte de sus acólitos, la falta de fe o la deserción. Por lo tanto, vemos que
reina supremo en el mundo y en la llamada sociedad de rango. Consecuentemente,
vivimos, nos movemos y existimos en esta deidad de la oscuridad bajo su aspecto
trinitario de Engaño, Hipocresía y Falsedad, llamado RESPECTABILIDAD.
¿Es esto Verdad
de Hecho o es calumnia? Podéis dirigiros hacia cualquier dirección y
discerniréis que, desde el escaño más alto de la escala social hasta el más
bajo, el engaño y la hipocresía operan para beneficio del querido Ego en toda
nación y en cada individuo. Sin embargo, las naciones, por acuerdo tácito, han
determinado que los motivos políticos egoístas deberían llamarse: "noble
aspiración nacional, patriotismo", etc.; mientras el ciudadano los
considera, en su círculo familiar, como "virtud doméstica." A pesar
de todo, el Egoísmo, que alimenta el deseo de extensión territorial o la
competencia comercial a expensas del prójimo, jamás se podrá considerar como
una virtud. Vemos que al Engaño perpetrado con panegíricos y a Fuerza Bruta, el
Jachin y el Boaz de todo Templo
Internacional de Salomón, se le llama Diplomacia, mientras nosotros les damos
su nombre adecuado. ¿Deberíamos aplaudir al diplomático que, postrándose ante
estas dos columnas de gloria nacional y de política, pone su simbolismo
masónico en práctica diariamente: "esta casa mía se establecerá a la
fuerza (astuta)" y obtiene, con el engaño, lo que no puede alcanzar a la
fuerza? La siguiente calificación del diplomático: "destreza o habilidad
en asegurarse las ventajas" para su propio país a expensas de otros, no
puede alcanzarse diciendo la verdad;
sino hablando de manera astuta y engañosa. Por lo tanto, la revista Lucifer llama a esta acción una Mentira viviente y ostensible.
Sin
embargo, no es solamente en la política donde, la costumbre y el egoísmo han
avenido a llamar virtud al engaño y a la patraña, recompensando a aquel que
sabe mentir mejor en público. Cada una de las clases, en la sociedad vive en la
MENTIRA y se derrumbaría sin ella. La aristocracia culta y temerosa de Dios,
estando prendada del fruto prohibido como cualquier plebeyo, se ve obligada a
mentir constantemente a fin de encubrir lo que le gusta llamar sus
"pecadillos," al paso que la Verdad los considera inmoralidad burda.
La sociedad de la clase media rebosa de falsas sonrisas, palabras mentirosas y
engaños mutuos. Para la mayoría, la religión se ha convertido en un sutil velo
arrojado sobre el cadáver de la fe espiritual. El patrón va a la iglesia para
engañar sus sirvientes; el cura hambriento, predicando lo que ya ha cesado de creer,
embauca a su obispo, el cual, a su vez, burla a su Dios. Diarios políticos y
sociales podrían adoptar como lema, la pregunta inmortal de George Dandin, y
aún beneficiarse: Lequel
de nous deux trompe-t-on ici? "A quiénes de nosotros dos
engañamos?—"Aún la ciencia, en un tiempo la tabla de salvación de la
Verdad, ha cesado de ser el templo del Hecho escueto.
Casi todos los científicos se esfuerzan sólo para imponer a sus
colegas y al público, la aceptación de alguna idea personal predilecta, de
alguna teoría recién elaborada, que dará lustre y fama a su nombre. Un
científico está tan pronto a suprimir evidencias que podrían dañar una
hipótesis científica corriente, como un misionero en tierras paganas o un
predicador en su patria, persuade a su congregación de que la geología moderna
es una mentira y la evolución es puramente una vanidad y una aberración del
espíritu.
Esta es la
situación en el año 1888. ¡Aún, ciertos periódicos nos atacan por verlo en
colores más tétricos!
La mentira
se ha extendido a tal extremo—apoyada por costumbres y convencionalismos—que
hasta la cronología obliga a la gente a mentir. Los sufijos A.C. y D.C.,
añadidos después de las fechas por los hebreos y los paganos, en tierras de
Europa y Asia, así como por materialistas y agnósticos o como por cristianos en
casa, son—una mentira usada
para sancionar otra Mentira.
Entonces,
¿dónde podemos encontrar, siquiera, la verdad relativa? Si ya en el lejano
siglo de Demócrito le apareció bajo la forma de una diosa que yacía en el fondo
de un pozo tan profundo que daba poca esperanza para su liberación; en las
actuales circunstancias tenemos cierto derecho a creer que se esconda por lo
menos, en un lugar tan lejos, como el lado siempre invisible y oscuro de la luna. Quizá
ésta sea la razón por la cual, a todos los defensores de las verdades ocultas
se les tilda de lunáticos. Pase lo que pase, en ningún caso y bajo ninguna
amenaza, la revista Lucifer jamás será obligada a
gratificar alguna mentira universal, tácitamente reconocida y universalmente
practicada, pero se atendrá al hecho puro y simple, tratando de pregonar la
verdad dondequiera que se encuentre y bajo ninguna máscara de cobardía. El
fanatismo y la intolerancia podrán considerarse actitudes ortodoxas y
congruentes, mientras el fomentar los prejuicios sociales y las predilecciones
personales a expensas de la verdad, podrán reputarse como un comportamiento
sabio a seguir a fin de asegurarse el éxito de una publicación. Que así sea.
Los editores del Lucifer son Teósofos y su apotegma ya
se escogió: Vera pro
gratiis (La verdad sobre todo).
Están muy
conscientes de que las libaciones y los sacrificios del Lucifer
a la diosa Verdad no dejan un humo dulce y rico en el olfato de los
señores de la prensa, ni el brillante "Hijo de la Mañana," emite un
dulce aroma en sus orificios nasales. Se le ignora, cuando no se abusa; ya que veritas odium paret. Hasta
sus amigos están empezando a detectar faltas. No entienden por qué no puede ser una revista
puramente teosófica o, en substancia, por qué se niega a ser
dogmática y fanática. En lugar de dedicar cada línea de sus columnas a las
enseñanzas teosóficas y ocultas, abre sus páginas "a la publicación de los
más grotescos, herogéneos elementos y doctrinas conflictivas." Esta es la
acusación principal, a la cual contestamos ¿y por qué no? La teosofía es
conocimiento divino y el conocimiento es verdad. Por lo tanto, cada hecho verdadero, cada palabra
sincera, es parte integrante de la teosofía. La persona versada en la alquimia
divina o que haya alcanzado sólo un vislumbre de la verdad, encontrará y
extraerá esta última, tanto de una declaración errónea como de una correcta. A
pesar de lo pequeño que sea un fragmento de oro en un montón de basura, es
siempre el noble metal y vale la pena rescatarlo aun cuando se requiera un poco
de trabajo adicional. Como se ha dicho, a menudo es tan útil saber lo que una
cosa no es como
aprender lo que es.
El
lector común difícilmente podrá esperar encontrar algún hecho en una
publicación sectaria bajo todos sus aspectos, en favor y en contra, ya que, de
una forma u otra, su presentación ha de ser, seguramente, influenciada y las
escalas tenderán a inclinarse hacia el lado al cual se dirige la proclividad
del editor. Por lo tanto, quizá una revista teosófica sea la única publicación
donde se pueda esperar encontrar, al menos, la verdad y los hechos imparciales,
aún siendo aproximativos. La verdad escueta se refleja en Lucifer
bajo sus múltiples aspectos; ya que de sus páginas no se excluye a
ninguna filosofía y a ninguna concepción religiosa. Además, como toda filosofía
y religión, a pesar de lo incompleto, lo inadecuado y hasta de lo insensato que
ocasionalmente algunas de ellas pueden ser, debe estribar en alguna verdad y en
algún hecho, el lector tiene la oportunidad de comparar, analizar y escoger,
entre las varias filosofías que aquí se discuten. Lucifer ofrece
tantas facetas de la Unica joya universal en conformidad con su espacio
limitado y dice a sus lectores: "Escoged, en este día, a quien serviréis:
¿ya sea a los dioses que estaban del otro lado de la inundación que sumergió a
los poderes del razonamiento humano y al conocimiento divino, o a los dioses de
los Amorites de la costumbre
y de la falsedad
social o aún, al Señor del Ser (superior), el brillante destructor
de los poderes lóbregos de la ilusión? Seguramente, la mejor filosofía es
aquella que tiende a disminuir en lugar de incrementar, el total de la miseria
humana.
De todos
modos, hay posibilidad de elección que es el único motivo por el cual hemos
abierto nuestras páginas a todo género de colaboradores, por lo tanto: se
encuentran los conceptos de un clérigo cristiano quien cree en su Dios y en el
Cristo; pero rechaza las interpretaciones malignas y los dogmas impuestos de su
iglesia ambiciosa y orgullosa, en concomitancia con las doctrinas del
hilo-idealista que niega a Dios, al alma y a la inmortalidad, no creyendo en
nada salvo en sí mismo. Los materialistas más empedernidos encontrarán
hospitalidad en nuestra revista; sí, hasta aquellos que no tuvieron ningún
escrúpulo en llenar las páginas con escarnios y observaciones personales sobre
nosotros, abusando las doctrinas teosóficas que tanto queremos. Cuando una
revista de libre
pensamiento, editada por un ateo, inserte un artículo de un místico
o de un teósofo en el cual se elogien sus conceptos ocultos y el misterio de
Parabrahman aunque el editor se limite a expresar sólo algunas observaciones
casuales, diremos que el Lucifer
ha encontrado un rival. Cuando un periódico cristiano o de los
misioneros, acepte un artículo de un libre pensador que se burle de la creencia
en Adán y su costilla, acogiendo la crítica al cristianismo—la fe de su
editor—en manso silencio, entonces, habrá alcanzado un nivel digno del Lucifer y se podrá decir que ha arribado al grado de
tolerancia donde se puede equiparar con alguna publicación teosófica.
Sin
embargo, mientras que ninguno de dichos órganos cumpla con esto, son todos
sectarios, fanáticos, intolerantes y jamás podrán tener una idea de la verdad y
de la justicia. Pueden lanzar alusiones contra el Lucifer y
sus editores, sin afectar a ninguno de los dos. En realidad, los editores de
tal revista están orgullosos de dicha crítica y acusación ya que atestiguan la
ausencia absoluta de fanatismo o arrogancia de algún tipo en la teosofía, el
resultado de la belleza divina de las doctrinas que predica. Desde luego, como
se ha dicho, la teosofía concede una audiencia y una justa oportunidad a todos.
Considera que ninguna concepción, si es sincera, está completamente exenta de verdad.
Respeta a los hombres pensantes, sin importar a la clase de pensamiento que
puedan pertenecer. Está siempre dispuesta a impugnar las ideas y las
concepciones capaces de crear simplemente confusión sin beneficiar la
filosofía, deja a sus divulgadores libres de creer, personalmente, en lo que
quieran y rinde justicia a sus ideas cuando son buenas. De hecho, las
conclusiones o las deducciones de un escritor filosófico, pueden ser totalmente
antitéticas a las nuestras y a las enseñanzas que exponemos. A pesar de esto,
sus premisas y afirmaciones pueden ser muy correctas y cabe que otras personas
se beneficien de la filosofía opuesta, aun cuando nosotros la rechazamos,
creyendo que tenemos algo más elevado y más próximo. En todo caso, ahora se ha
clarificado nuestra profesión de fe y todo lo que se ha dicho en las páginas
anteriores justifica y explica nuestra conducta editorial.
Al resumir
la idea concerniente a la verdad absoluta y relativa, cabe repetir sólo lo que
ya hemos dicho. Fuera de
cierto estado mental altamente elevado y espiritual durante el cual el Hombre
es Uno con la Mente Universal—lo más que él podrá captar en cualquier religión
o filosofía serán verdad o verdades relativas. Aun cuando la diosa
que se alberga en el fondo del pozo, saliera de su lugar de cautiverio, no
podría transmitir al ser humano más de lo que él puede asimilar. Entretanto,
todos nosotros podemos sentarnos en las inmediaciones del pozo, cuyo nombre es
Conocimiento y, atisbando en las profundidades, esperar ver, al menos, el
reflejo de la hermosa imagen de la Verdad en las aguas oscuras. Sin embargo,
según la observación de Richter, esto presenta un cierto peligro. Por supuesto,
de vez en cuando, alguna verdad puede reflejarse, como en un espejo, en el
sitio donde estamos observando, recompensando, entonces, al paciente
estudiante. Pero el pensador alemán agrega: "He oído que algunos filósofos
en pos de la Verdad, a fin de tributarle un homenaje, han visto su propia
imagen en el agua, acabando por adorar a ésta en lugar de la verdad."[...]
A fin de
evitar tal calamidad, la cual se ha abatido sobre todo fundador de escuela
religiosa o filosófica, los editores se dedican, con esmero, a no ofrecer al
lector sólo esas verdades que encuentran reflejadas en sus cerebros personales.
Entregan al público una amplia gama de elección y rechazan mostrar fanatismo e
intolerancia, que son las indicaciones principales a lo largo de la senda del
sectarismo. A la par que dejamos el margen más extenso posible para el cotejo,
nuestros oponentes no pueden esperar encontrar sus caras reflejadas en las aguas prístinas
de nuestro Lucifer, sin que las acompañen ciertas
observaciones o una justa crítica referente a los aspectos prominentes de sus
doctrinas, si contrastan con las concepciones teosóficas.
Sin
embargo, todo esto se circunfiere dentro de la revista pública y abarca sólo el
aspecto meramente intelectual de las verdades filosóficas. En lo que concierne
a las creencias más espirituales y casi podríamos decir religiosas, ningún
verdadero teósofo debería degradarlas sometiéndolas a la discusión públicas,
sino que debería atesorarlas y esconderlas en las reconditeces del santuario
más interno de su alma. Tales creencias y doctrinas no deberían exponerse
imprudentemente porque corren el riesgo inevitable de que las personas
indiferentes y críticas las traten de forma áspera, profanándolas. Ni deberían
incorporarse a ninguna publicación excepto como hipótesis ofrecidas a la
consideración del público pensante. Las verdades teosóficas, una vez que transcienden
un cierto límite de especulación, es mejor que permanezcan escondidas al
público; ya que "la prueba de las cosas no vistas" no es una prueba
salvo para aquel que la ve, la oye y la percibe. No debe arrastrarse fuera del
"Sanctum Sanctorum," el templo del Ego
divino e impersonal o el Yo que se alberga dentro; ya que, mientras
la percepción de todo hecho externo puede ser, como ya hemos demostrado, en la
mejor de las hipótesis, sólo una verdad relativa, un rayo de la verdad absoluta
puede reflejarse únicamente en el espejo inmaculado de su propia llama, nuestra
Conciencia Espiritual superior. ¿Cómo puede, la oscuridad (de la ilusión),
comprender la Luz que brilla dentro de ella?
BLAVATSKY
Lucifer, Octubre de 1888
Notas
1 Jesús dice a los "Doce": "A vosotros
se os da el misterio del Reino de Dios, sin embargo, para ellos que están fuera, todas las
cosas se les expresan en parábolas, " etc.
(Marcos iV. II.)
2 Véase el
breve artículo "Autoconcentrismo" tocante a la misma
"filosofía," o el ápice de la pirámide Hilo-Idealista en este número.
Es una carta de protesta que el erudito Fundador de la Escuela en cuestión nos
envió para impugnar un error
nuestro. Se queja por el hecho de que "acopiamos" su
nombre con los de Spencer, Darwin, Huxley y otros, en lo concerniente al asunto
del ateísmo y del materialismo; ya que el Doctor Lewins considera estas luces
de las ciencias psicológicas y físicas excesivamente fatuas,
"transigentes" y débiles para merecerse el honorable título de ateos
o aún agnósticos.
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