Vamos ahora a aplicar estos principios generales a ejemplos concretos, donde veremos cómo explican y justifican los ritos sacramentales que en todas las religiones se encuentran.
Será suficiente a nuestro propósito examinar tres de los siete 'Sacramentos
usados en la Iglesia Católica. De ellos, dos son reconocidos como obligatorios
por todos los cristianos, si bien los protestantes extremados los despojan de
su verdadero carácter, atribuyéndoles solamente una importancia declaratoria y
conmemorativa, en vez de su valor sacramental, a pesar de lo cual, las personas
que de entre ellos están inspiradas de una devoción real y sincera, granjean
algo de su influencia benéfica, aun negándolo en teoría. El tercero de los que
vamos a estudiar, no es reconocido, ni siquiera nominalmente, como Sacramento
por las Iglesias Protestantes, no obstante presentar los signos esenciales de
tal sacramento, según se exponen en la definición del catecismo de la Iglesia
Anglicana antes citado (1) . El primero en que vamos a ocuparnos, es el
Bautismo; el segundo la Comunión; el tercero el Matrimonio. El haber colocado
al matrimonio fuera de la dignidad de sacramento, ha degradado mucho su alto
ideal; y en gran parte ha sido causa de esa flojedad de su vínculo que tanto
deploran los hombres pensadores.
El
Sacramento del Bautismo se encuentra en todas las religiones, no sólo al
comienzo de la vida terrestre, sino también, y más generalmente, como ceremonia
de purificación. En nuestros días, lo mismo que en la antigüedad, para dar
ingreso en una religión a cualquier individuo, sea adulto o recién nacido,
existe un rito de que es parte esencial el rociarlo con agua. El Reverendo Dr.
Giles se expresa así: "La idea de emplear el agua como emblema de limpieza
espiritual es demasiado obvia, para que cause sorpresa la antigüedad de la
ceremonia. El Dr. Hyde, en su tratado sobre la Religión de los Antiguos
Persas, XXXIV, 406, cuenta que prevalecía en este pueblo, y añade: "No
usan ellos de la circuncisión para los niños, sino sólo del Bautismo o
lavatorio para purificar las almas. Llevan el niño al templo, y presentándolo
al sacerdote, lo colocan frontero al sol y al fuego; terminada la ceremonia, lo
tienen por más sagrado que antes. Lord dice que para tal propósito llevan el
agua en la corteza de la encina este árbol es, a la verdad, el haum de
los Magos. A veces proceden de distinto modo, sumergiendo al niño en un gran
receptáculo lleno de agua, según Tavernier. Después de esta ablución o
bautismo, el sacerdote pone al niño el nombre designado por sus padres"
(2) .
Algunas semanas después del nacimiento de un niño hindú, se verifica una
ceremonia, de la cual es parte rociarlo con agua. Tales aspersiones son comunes
a todos los actos del culto hindú. Williamson cita autoridades que prueban la
existencia del Bautismo entre los egipcios, persas, tibetanos, mogoles,
mejicanos, peruanos, griegos, romanos, escandinavos y druidas (3) . Algunas de
las plegarias que se recitan, son muy delicadas: "Entre en tu cuerpo esta
agua azul celestial y quede en él, para que destruya y arroje de ti todo lo
malo y adverso que antes del principio del mundo te fue dado." "¡Oh,
niño! recibe el agua del Señor del mundo, vida nuestra: ella lava y purifica;
borren estas gotas el pecado que antes de la creación del mundo te fue dado,
pues todos nosotros a su poder nos hallamos sometidos."
Tertuliano,
en un pasaje cuya cita hemos hecho ya (4), refiere el uso muy generalizado del
Bautismo entre gentes no cristianas, y otros Padres de la c Iglesia hacen igual
indicación.
En la mayor parte de las comuniones religiosas se acompañan todas las ceremonias con una forma menor del bautismo, empleándose el agua como símbolo de la purificación, lo cual responde a la idea de que ningún hombre debe ejercitar los actos del culto, sin que antes haya purificado su corazón y su conciencia, siendo la ablución externa símbolo de la interna limpieza. En las Iglesias Griega y Romana se coloca, próximo a cada puerta, un receptáculo de agua bendita, para que los fíeles, al entrar, mojen sus dedos y hagan con ellos el signo de la cruz sobre Su frente antes de dirigirse hacia el altar. A este propósito dice Robert Taylor: "Las pilas bautismales de nuestras iglesias protestantes, y, apenas hay necesidad de decirlo, los pequeños depósitos de agua bendita colocados a la entrada de nuestras capillas católicas, no son imitaciones, sino una continuación, (más interrumpida, de la misma aqua minaria o amula, que el erudito Montfaucon, en sus Antiquities, manifiesta haber sido vasos de agua santa, colocados por los paganos a entrada de sus templos, para rociarse con ella al poner pie en los sagrados edificios" ( 5) .
En la mayor parte de las comuniones religiosas se acompañan todas las ceremonias con una forma menor del bautismo, empleándose el agua como símbolo de la purificación, lo cual responde a la idea de que ningún hombre debe ejercitar los actos del culto, sin que antes haya purificado su corazón y su conciencia, siendo la ablución externa símbolo de la interna limpieza. En las Iglesias Griega y Romana se coloca, próximo a cada puerta, un receptáculo de agua bendita, para que los fíeles, al entrar, mojen sus dedos y hagan con ellos el signo de la cruz sobre Su frente antes de dirigirse hacia el altar. A este propósito dice Robert Taylor: "Las pilas bautismales de nuestras iglesias protestantes, y, apenas hay necesidad de decirlo, los pequeños depósitos de agua bendita colocados a la entrada de nuestras capillas católicas, no son imitaciones, sino una continuación, (más interrumpida, de la misma aqua minaria o amula, que el erudito Montfaucon, en sus Antiquities, manifiesta haber sido vasos de agua santa, colocados por los paganos a entrada de sus templos, para rociarse con ella al poner pie en los sagrados edificios" ( 5) .
Así
en el Bautismo de recepción inicial en la Iglesia, como en esas otras
abluciones menores, el agente material empleado es el agua, el gran fluido
limpiador de la naturaleza, y por tanto, el símbolo más apropiado de la
purificación. Sobre esta agua se pronuncia en el ritual anglicano un mantra,
representado por la plegaria "Santificad esta agua para el lavado místico
del pecado", después de lo cual se añade la fórmula "En el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén”
Esta es la Palabra de Poder, a la que acompaña el Signo de Poder: la Señal de
la Cruz hecha sobre la superficie del agua, La Palabra y el Signo comunican al
agua, según hemos explicado, una propiedad que antes no tenía, por lo que con
razón se la llama "agua bendita." Los poderes tenebrosos no se
aproximarán a ella; y esparcida sobre el cuerpo, hará experimentar una
sensación de paz, e infundirá nueva vida espiritual. Cuando se bautiza un niño,
la energía espiritual comunicada al agua por la Palabra y el Signo, refuerza en
él la vida del espíritu; y como de nuevo se pronuncia sobre él la Palabra de
Poder y se traza el Signo sobre su frente, sus cuerpos sutiles experimentan las
consiguientes vibraciones, y 'el requerimiento hecho para la guarda de esta
vida, así santificada, surte sus efectos a través del mundo invisible. El Signo
es a la vez purificador y protector: purificador por la vida que por su medio
se vierte; protector por las vibraciones que produce en los cuerpos sutiles.
Estas vibraciones forman una muralla defensiva contra los ataques de las
influencias hostiles de los mundos invisibles, y cada vez que se toca el agua
bendita y se pronuncia la Palabra y se hace el Signo, la energía se renueva, y
se refuerzan las vibraciones, cosas potentes en los mundos suprafísicos, y como
portadoras de ayuda reconocidas.
En
la Iglesia primitiva iba el Bautismo precedido de una preparación muy esmerada,
pues los que en ella ingresaban, eran, por la mayor parte, conversos de otras
religiones. Pasaba el converso por tres grados de instrucción definidos, en
cada uno de los cuales permanecía hasta que había dominado sus enseñanzas,
siendo después admitido en la Iglesia, mediante el Bautismo. Sólo cuando esto
se había efectuado El le enseñaba el Credo, no confiado jamás a la escritura ni
recitado en presencia de infiel alguno, pues era señal de reconocimiento,
mostrando la situación del que, al pronunciarlo, daba testimonio de ser miembro
bautizado de la Iglesia.
Cuán
verdaderamente se creía por aquellos tiempos en la gracia que el Bautismo
transmitía, pruébalo la costumbre, al fin muy extendida, de bautizarse en el
lecho de muerte.
Hombres y mujeres del mundo, ciertos de la realidad de este Sacramento, pero remisos en abandonar tos placeres para llevar vida inmaculada, retardaban la celebración del rito hasta que la muerte sobre ellos extendía su mano, entonces se apresuraban a recibirlo, para gozar de los beneficios de su gracia, y pasar a otra vida limpios y puros, y llenos de espiritual energía. Contra tal abuso lucharon algunos de los grandes Padres de la Iglesia, y lucharon con éxito. Cuéntase una original anécdota, por uno de ellos referida, si mal no recordamos, por San Atanasio, que fue hombre de ingenio cáustico, no ajeno al empleo de la sátira para hacer comprender a sus oyentes la locura y perversidad de su conducta. Refirió una vez a su auditorio que había tenido una visión en que se sintió aproximar a la puerta del cielo, donde se encontró con San Pedro, que, como guardián suyo, estaba en ella. En vez de complaciente sonrisa, mostróle el Santo adusto ceño, y encarándosele, dijo:" Atanasio, ¿por qué estás continuamente enviándome esos sacos vacíos, sellados con esmero, pero que nada contienen?" Es éste uno de los dichos agudos que la antigüedad cristiana nos ofrece, cuando los fieles tenían por realidades estas cosas, y no por meras formas, como con demasiada frecuencia hoy día se tienen.
Hombres y mujeres del mundo, ciertos de la realidad de este Sacramento, pero remisos en abandonar tos placeres para llevar vida inmaculada, retardaban la celebración del rito hasta que la muerte sobre ellos extendía su mano, entonces se apresuraban a recibirlo, para gozar de los beneficios de su gracia, y pasar a otra vida limpios y puros, y llenos de espiritual energía. Contra tal abuso lucharon algunos de los grandes Padres de la Iglesia, y lucharon con éxito. Cuéntase una original anécdota, por uno de ellos referida, si mal no recordamos, por San Atanasio, que fue hombre de ingenio cáustico, no ajeno al empleo de la sátira para hacer comprender a sus oyentes la locura y perversidad de su conducta. Refirió una vez a su auditorio que había tenido una visión en que se sintió aproximar a la puerta del cielo, donde se encontró con San Pedro, que, como guardián suyo, estaba en ella. En vez de complaciente sonrisa, mostróle el Santo adusto ceño, y encarándosele, dijo:" Atanasio, ¿por qué estás continuamente enviándome esos sacos vacíos, sellados con esmero, pero que nada contienen?" Es éste uno de los dichos agudos que la antigüedad cristiana nos ofrece, cuando los fieles tenían por realidades estas cosas, y no por meras formas, como con demasiada frecuencia hoy día se tienen.
La
costumbre del Bautismo infantil creció por grados en la Iglesia, y de aquí que
la instrucción que en los primeros tiempos precedía al Bautismo, pasase a ser
preparatoria de la Confirmación cuando ya despiertas inteligencia y mente,
podían hacerse cargo de las promesas bautismales y ratificarse en ellas. Y es
de considerar racional la recepción del niño en la Iglesia, si se reconoce que
la vida del hombre discurre por los tres mundos, y que el Espíritu y el Alma
que han venido a habitar el cuerpo recién nacido, lejos de ser inconscientes y
faltos de entendimiento, son conscientes, inteligentes y poderosos en los
mundos invisibles. Justo será y correcto el dar la bienvenida al "Hombre del corazón que está encubierto" (6) a su
ingreso en la nueva etapa de su peregrinación, y el atraer hacia el vehículo
que ha de habitar y conformar para su servicio, las influencias mas socorridas.
Si los ojos de los hombres se abrieran, como antaño los del criado de Elíseo,
sin duda serían el monte lleno de caballos y de carros de fuego rodeando al
profeta de Dios (7) .
Vengamos
ahora al segundo de los Sacramentos elegidos para nuestro estudio, el de la
Eucaristía, símbolo del eterno Sacrificio ya explicado, pues el sacrificio de
la misa que la Iglesia Católica celebra diariamente en todas partes, es imagen
de aquel Sacrificio eterno, mediante el cual los mundos fueron creados y por
siempre jamás son sostenidos. Deber es ofrecerlo diariamente, por cuanto la
existencia de su arquetipo es perpetua, y porque con este rito toma parte el
hombre en la obra de la Ley de Sacrificio, identificándose con ella,
reconociendo su naturaleza obligatoria, y cooperando voluntariamente en su labor
universal. Para que tal identificación sea completa, es necesario participar
del Sacramento de modo material; mas las personas devotas que mentalmente se
asocian a él, aun sin tener intervención física en el acto, pueden granjear
muchos de sus beneficios, y contribuir al aumento de las influencias que por su
mediación se difunden.
Esta
gran función del culto cristiano pierde su fuerza y significado cuando se la
considera nada más que como simple conmemoración de un sacrificio pasado, como
alegoría pictórica despojada de la profunda verdad que le da vida, como
rompimiento de pan y derrame de vino sin participación alguna en el Sacrificio
eterno. Así mirada, se la convierte en mera corteza, en pintura muerta, en vez
de realidad viviente. "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la
comunión (comunicación; la
participación) de la sangre de Cristo? dice San Pablo en I, Corintios, X, l6-.
"El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" y
continúa indicando que todos los que comen de un sacrificio, se hacen
copartícipes de una común naturaleza, y se juntan en un cuerpo especial unido
al ser que se halla presente al sacrificio, y participante de su esencia
propia. Trátase en esto de un hecho del mundo invisible, del cual habla el
Apóstol con la autoridad del que lo conoce. Seres invisibles vierten su esencia
en las substancias que se emplean en el rito sacramental, y los que de estas
substancias participan -las cuales son asimiladas por el cuerpo, entrando a
formar parte de sus componentes- quedan, por lo tanto, unidos a aquellas
entidades cuya esencia en ellas se vertió, y así participarán de una común
naturaleza.
Esto
es cierto aun respecto al alimento ordinario, tomado de manos de otra persona,
pues, parte de su naturaleza, su magnetismo vital se mezcla con el propio
nuestro. Cuánto más cierto, pues, será, cuando el alimento ha sido de propósito
y solemnemente impregnado con magnetismos superiores que afectan a los cuerpos
sutiles a la vez que al físico! Si queremos comprender el significado y el uso
de la Eucaristía, debemos comprobar estos hechos de los mundos invisibles, para
ver en ella un lazo entre lo celestial y lo terreno, así como también un acto
del culto universal, una cooperación, una asociación con la Ley de Sacrificio;
pues de otro modo pierde el Sacramento la parte más esencial de su importancia.
El uso de pan y vino para materiales de este sacramento -al igual que el agua
en el Bautismo-, es muy general y muy antiguo. Los persas ofrecían a Mithra pan
y vino, y en el Tibet y en Tartaria se hacían ofertas semejantes. Jeremías
habla de las tortas y libaciones que en Egipto ofrecían a la Reina del Cielo
los judíos que profesaron el culto de aquella nación ( 8) .
En
el Génesis se lee que Melchisedech, el Rey Iniciado, presentó pan y vino para
bendecir a Abraham (9). En los diversos Misterios de Grecia se empleaba el pan
y vino; y William-son habla también de su uso entre mejicanos, peruanos y
druidas (10).
El
pan es el símbolo general del alimento que construye el cuerpo, y el vino es símbolo
de sangre, considerada como el fluido de vida, "porque la vida de la carne
está en la sangre" (11). De aquí que se diga de los miembros de una
familia que participan de la misma sangre; y ser de la sangre de una persona
significa ser pariente suyo. De aquí, también, las antiguas ceremonias del
"pacto de sangre": cuando una
persona extraña ingresaba en una familia o tribu, se transfundía a sus venas
algunas gotas de sangre de uno de los individuos de la colectividad de que se
tratase, o bien aquella la bebía generalmente mezclada con agua, considerándose
la desde este momento como si hubiese nacido en la familia o tribu, como si
fuese de su propia sangre. De modo semejante participan los fieles que tocan la
Eucaristía, del pan y el vino, símbolos del cuerpo y sangre de Cristo, es
decir, de Su naturaleza y de Su vida, con lo que quedan hechos de su parentela,
o en otros términos, unos con El. La palabra de Poder es la fórmula “Este es Mi
Cuerpo”, "Esta es Mi Sangre." Por medio de ella se verifica el cambio
que en seguida vamos a considerar: la transformación de las substancias
empleadas en vehículos de espirituales energías.
El signo de Poder es la señal
de la cruz hecha con la mano extendida sobre el pan y el vino: ceremonia no
siempre efectuada por los protestantes. Estas son las condiciones esenciales
externas del Sacramento de la Eucaristía.
Importa
mucho comprender el cambio que en este Sacramento se verifica, pues se extiende
más allá de la magnetización que hemos explicado, aunque ésta también se realiza.
Nos encontramos aquí con una particular muestra de una ley universal.
Toda
cosa visible es para el ocultista la última expresión -la física-, de una verdad invisible; toda
cosa es expresión física de un pensamiento; un objeto cualquiera no es más que
una idea exteriorizada y condensada. En suma: todos los objetos materiales del
universo son ideas Divinas expresadas en materia física. Esto sentado, se hace
evidente que la realidad de las cosas no reside en su forma externa, sino en su
vida interna, en la idea que ha conformado y modelado la materia para hacerla
expresión de sí misma. La materia de los mundos superiores, que es muy sutil y
muy plástica, se amolda rápidamente a 1a idea, y cambia de forma tan pronto
como el pensamiento cambia. Mas, conforme se desciende de mundo en mundo, la
materia se va haciendo más densa y más pesada, siendo cada vez menos dispuesta
para mudar las formas, lo cual Se verifica más y más lentamente hasta penetrar
en el mundo físico, en el cual la lentitud de los cambios alcanza su mayor
grado a causa de la resistencia que ofrece la extrema densidad de su materia.
Con tiempo suficiente, sin embargo, aun esta pesada materia efectúa sus
mudanzas bajo la presión de la idea que la anima, como puede observarse en los
semblantes, donde acaba por grabarse la expresión de los pensamientos y
emociones habituales.
Esta verdad es fundamento de la que se llama doctrina de
la Transubstanciación, sobre cuya inteligencia andan descaminados por modo
extraordinario los protestantes en general. Mas éste es el signo de las
verdades ocultas cuando se ofrecen al ignorante. La "substancia" que
experimenta el cambio, es la idea que hace que una cosa sea lo que es. El
“pan" no es mera harina y agua ; la idea que preside a la mezcla y
manipulación del agua y de la harina, es realmente la "substancia"
que lo hace "pan", y la harina y el agua son lo que en términos
técnicos se llama los "accidentes", adaptaciones de materia que dan
forma a la idea. Con una idea o substancia diferente la harina y el agua
tomarían diferente forma, como lo hacen sin duda cuando son asimiladas por el
cuerpo. En completa conformidad con este concepto, los químicos han
descubierto que la misma especie y el mismo número de átomos químicos pueden
coordinarse de bien distintas maneras, produciéndose, en consecuencia, cosas
completamente diferentes en sus propiedades, aunque los materiales de que se compongan
permanezcan inalterables. Estos "compuestos isoméricos" figuran entre
los descubrimientos más interesantes de la química moderna. La ordenación de
átomos semejantes presidida por ideas diferentes, da por resultado cuerpos
distintos.
¿Cuál
es, pues, el cambio de substancia en los materiales que en la Eucaristía se
emplean?
Ha cambiado la idea que moldea el objeto. En su condición normal, el pan y el vino son materias alimenticias, las cuales expresan ideas divinas relativas a la nutrición adecuada para la construcción de los cuerpos. La idea nueva es la de la naturaleza y vida de Cristo, adecuada a la construcción de la naturaleza y vida espiritual del hombre este es el cambio de substancia; el objeto permanece inalterable en sus "accidentes", en sus materiales físicos; pero la materia sutil con él relacionada, ha variado a impulsos de la trocada idea, y en virtud de tal mudanza, adquiere aquél propiedades nuevas que afectan a los cuerpos sutiles de los participantes, poniéndolos en el tono de la vida y naturaleza de Cristo. De los "merecimientos" del participante depende la extensión que haya de alcanzar la consonancia.
Ha cambiado la idea que moldea el objeto. En su condición normal, el pan y el vino son materias alimenticias, las cuales expresan ideas divinas relativas a la nutrición adecuada para la construcción de los cuerpos. La idea nueva es la de la naturaleza y vida de Cristo, adecuada a la construcción de la naturaleza y vida espiritual del hombre este es el cambio de substancia; el objeto permanece inalterable en sus "accidentes", en sus materiales físicos; pero la materia sutil con él relacionada, ha variado a impulsos de la trocada idea, y en virtud de tal mudanza, adquiere aquél propiedades nuevas que afectan a los cuerpos sutiles de los participantes, poniéndolos en el tono de la vida y naturaleza de Cristo. De los "merecimientos" del participante depende la extensión que haya de alcanzar la consonancia.
Los
participantes indignos, sometidos al mismo proceso, serán poderosamente afectados; pues su naturaleza, que resiste él
benéfico impulso, sufrirá quebranto, llegando hasta a romperse por la acción de
fuerzas a las cuales es incapaz de responder, ni más ni menos que como se hace
pedazos un objeto por efecto de vibraciones que es incapaz de reproducir.
El
participante digno se hará uno con el Sacrificio, con el, Cristo, y en su
consecuencia, quedará también unido a la Vida
divina, que es el Padre del Cristo; pues siendo así que el sacrificio,
por lo que respecta a la forma, viene a ser la entrega de la vida que contiene
separada de otras, para, que haga parte
de la Vida común, la ofrenda del aislado cauce para el curso de la Vida
total, resultará que el que hace esta ofrenda y esta entrega efectúa, se
volverá uno con Dios. Es donación de sí mismo, que a lo inferior se refiere,
para formar parte de lo superior, cesión de la sombra carnal, instrumento de la
voluntad separada, para constituirse en instrumento de la Voluntad del Todo: el
presente de los "cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios"
(12). Con razón, pues, enseña la iglesia que los que reciben la Eucaristía de
manera adecuada, participan de la vida de Cristo, ofrecida por amor de los
hombres. Transmutar lo más bajo en lo más alto, es el fin así de éste como de
todos los demás Sacramentos. Los que a él se acercan, van buscando el permutar
la fuerza inferior por la Superior, mediante su unión con esta última y
aquellos que conocen la verdad interna
son capaces de comprobar la existencia
más elevada; cualquiera sea la religión a que pertenezcan, pueden llegar
con el empleo de sus sacramentos a un completo contacto con la Vida divina que
sostiene los mundos, a condición
solamente de que acudan a la ceremonia con la naturaleza receptiva, el acto de
fe y el corazón abierto que son indispensables para que las posibilidades del
Sacramento se conviertan en realidad.
El
Sacramento del Matrimonio contiene las características de todo Sacramento tan
clara y definidamente como el Bautismo y la Comunión. En él se exhiben lo mismo
el signo externo que la gracia interna. El Material físico es el anillo -el
círculo, emblema de lo perdurable-; la Palabra de Poder es la antigua fórmula:
"en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" ; el Signo
de Poder es la unión de las manos que simboliza la unión de las vidas. Estas
son las exterioridades esenciales del Sacramento.
La
gracia interna es la unión de mente con mente, de corazón con corazón, lo cual hace posible la
realización de la unidad de espíritu; sin ésta el Matrimonio no es tal
Matrimonio, sino una mera conjunción temporal de cuerpos. La alegoría pictórica
la forman la entrega y aceptación del anillo, la invocación de los sagrados
nombres, el contacto de las manos. 'Si
no se recibe la gracia interna, si los
participantes no se abren a ella mediante el deseo de que se efectúe
la unión íntima de sus respectivas naturalezas en toda su integridad, el
Sacramento estará para ellos desprovisto de sus propiedades benéficas, quedando
reducido solamente a una fórmula vacía.
Pero el Matrimonio tiene todavía una significación más profunda. Las religiones han proclamado a una voz que es la imagen en la tierra de la unión de lo terrenal con lo celeste, de la unión del hombre con Dios. Y no para en esto su significado, porque además es imagen de la relación entre el Espíritu y la Materia, entre la Trinidad y el Universo. A tanto alcanza y tan hondo llega el sentido del ayuntamiento del hombre y la mujer en el Matrimonio.
En
él figura el varón como representante del Espíritu -Trinidad de Vida- y la
hembra como representante de la Materia - Trinidad de la substancia proveedora
de la forma-. El uno da la vida, la otra la recibe y alimenta. Mutuamente se
contemplan los dos, mitades inseparables de un todo, sin existencia separada.
Así como Espíritu implica Materia, y Materia Espíritu, así también implica el
esposo a la esposa, y la esposa al esposo.
La Existencia abstracta se manifiesta en dos aspectos, dualismo de Espíritu
y Materia, no dependientes el uno del otro, sino venidos a la manifestación en
unión mutua; de igual manera se manifiesta la humanidad bajo dos aspectos,
marido y mujer, incapaces de existir separados, mas mostrándose conjuntos, pues
no son dos, sino uno unidad. Así declaró Isaías a Israel: “Tu Hacedor es tu
Esposo: Señor de huestes es Su nombre, Como el novio goza con la novia, así
gozará tu Dios contigo" (13). Así escribió San Pablo que el misterio del
Matrimonio representaba a Cristo ya la Iglesia (14).
Si
imaginamos el Espíritu y la Materia en estado latente, o lo que es igual, sin manifestarse, veremos
que la producción no es posible; juntamente manifestados, concebimos la
evolución. De modo semejante, cuando las dos mitades humanas no se manifiestan
como marido y mujer, no es posible la producción de nueva vida. Han de unirse
además, para que la vida acrezca en cada uno, para que su evolución sea más
rápida, más veloces sus- progresos, en razón a que cada cual puede dar al otro
una mitad, supliendo el uno lo que al otro le falta. Fundidos en uno, dan a luz
las posibilidades espirituales humanas, y muestran a la vez al Hombre perfecto,
en quien el Espíritu y la Materia están completamente desarrollados y
equilibrados, al Hombre divino que en sí contiene marido y mujer, los elementos
masculino y femenino de 1a naturaleza, a la manera que "Dios y Hombre
forman un Cristo" (15).
Al
estudiar el Sacramento del Matrimonio con este criterio, se comprende por qué
las religiones lo han considerado lazo indisoluble, juzgando preferible el que
unas cuantas parejas mal avenidas sufran durante un corto período, a que
el ideal del verdadero Matrimonio se
rebaje de un modo permanente para todos. Las naciones elegirán si han de
adoptar como ideal público del Matrimonio un vínculo celestial o terreno, si ha
de procurarse con él la unidad espiritual o la unión meramente física: lo
primero es la idea religiosa de la conjunción de ambos sexos, como Sacramento;
lo segundo es la idea materialista de su contacto mediante un pacto
ordinariamente soluble. El estudiante de los Misterios Menores debe siempre ver
en él un rito sacramental.
ANNIE BESANT
Notas del capítulo
(1) Véase: Antes, Páginas 204 y 205.
(2) Christian
Records, pág. 129.
(3) The Great
Law, págs. 161-166.
(4) Véase Antes, pág. 98,
(5) Diégesis, pág. 219,
(6) I. San Pedro, III, 4.
(7)
Libro cuarto de los Reyes, VI, 17
(8)
Jeremías, XLIV.
(9) Génesis XIV, 18-19
(10) The
Great Law , págs. 177-181,
185.
(11) Levítico, XVII, II.
(12) Romanos, XII, 1.
(13) Isaías LIV. 5.-LXII. 5.
(14) Efesios, V. 23-32.
(15) Credo de Atanasio.
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