domingo, 28 de abril de 2019

CRISTIANISMO ESOTÉRICO - SACRAMENTOS (Continuación)




Vamos ahora a aplicar estos principios generales a ejemplos concretos, donde veremos cómo explican y justifican los ritos sacramentales que en todas las religiones se encuentran.

Será suficiente a nuestro propósito examinar tres de los siete 'Sacramentos usados en la Iglesia Católica. De ellos, dos son reconocidos como obligatorios por todos los cristianos, si bien los protestantes extremados los despojan de su verdadero carácter, atribuyéndoles solamente una importancia declaratoria y conmemorativa, en vez de su valor sacramental, a pesar de lo cual, las personas que de entre ellos están inspiradas de una devoción real y sincera, granjean algo de su influencia benéfica, aun negándolo en teoría. El tercero de los que vamos a estudiar, no es reconocido, ni siquiera nominalmente, como Sacramento por las Iglesias Protestantes, no obstante presentar los signos esenciales de tal sacramento, según se exponen en la definición del catecismo de la Iglesia Anglicana antes citado (1) . El primero en que vamos a ocuparnos, es el Bautismo; el segundo la Comunión; el tercero el Matrimonio. El haber colocado al matrimonio fuera de la dignidad de sacramento, ha degradado mucho su alto ideal; y en gran parte ha sido causa de esa flojedad de su vínculo que tanto deploran los hombres pensadores.

El Sacramento del Bautismo se encuentra en todas las religiones, no sólo al comienzo de la vida terrestre, sino también, y más generalmente, como ceremonia de purificación. En nuestros días, lo mismo que en la antigüedad, para dar ingreso en una religión a cualquier individuo, sea adulto o recién nacido, existe un rito de que es parte esencial el rociarlo con agua. El Reverendo Dr. Giles se expresa así: "La idea de emplear el agua como emblema de limpieza espiritual es demasiado obvia, para que cause sorpresa la antigüedad de la ceremonia. El Dr. Hyde, en su tratado sobre la Religión de los Antiguos Persas, XXXIV, 406, cuenta que prevalecía en este pueblo, y añade: "No usan ellos de la circuncisión para los niños, sino sólo del Bautismo o lavatorio para purificar las almas. Llevan el niño al templo, y presentándolo al sacerdote, lo colocan frontero al sol y al fuego; terminada la ceremonia, lo tienen por más sagrado que antes. Lord dice que para tal propósito llevan el agua en la corteza de la encina este árbol es, a la verdad, el haum de los Magos. A veces proceden de distinto modo, sumergiendo al niño en un gran receptáculo lleno de agua, según Tavernier. Después de esta ablución o bautismo, el sacerdote pone al niño el nombre designado por sus padres" (2) . 

Algunas semanas después del nacimiento de un niño hindú, se verifica una ceremonia, de la cual es parte rociarlo con agua. Tales aspersiones son comunes a todos los actos del culto hindú. Williamson cita autoridades que prueban la existencia del Bautismo entre los egipcios, persas, tibetanos, mogoles, mejicanos, peruanos, griegos, romanos, escandinavos y druidas (3) . Algunas de las plegarias que se recitan, son muy delicadas: "Entre en tu cuerpo esta agua azul celestial y quede en él, para que destruya y arroje de ti todo lo malo y adverso que antes del principio del mundo te fue dado." "¡Oh, niño! recibe el agua del Señor del mundo, vida nuestra: ella lava y purifica; borren estas gotas el pecado que antes de la creación del mundo te fue dado, pues todos nosotros a su poder nos hallamos sometidos."

Tertuliano, en un pasaje cuya cita hemos hecho ya (4), refiere el uso muy generalizado del Bautismo entre gentes no cristianas, y otros Padres de la c Iglesia hacen igual indicación.
En la mayor parte de las comuniones religiosas se acompañan todas las ceremonias con una forma menor del bautismo, empleándose el agua como símbolo de la purificación, lo cual responde a la idea de que ningún hombre debe ejercitar los  actos del culto, sin que antes haya purificado su corazón y su conciencia, siendo la ablución externa símbolo de la interna limpieza. En las Iglesias Griega y Romana se coloca, próximo a cada puerta, un receptáculo de agua bendita, para que los fíeles, al entrar, mojen sus dedos y hagan con ellos el signo de la cruz sobre Su frente antes de dirigirse hacia el altar. A este propósito dice Robert Taylor: "Las pilas bautismales de nuestras iglesias protestantes, y, apenas hay necesidad de decirlo, los pequeños depósitos de agua bendita colocados a la entrada de nuestras capillas católicas, no son imitaciones, sino una continuación, (más interrumpida, de la misma aqua minaria o amula, que el erudito Montfaucon, en sus Antiquities, manifiesta haber sido vasos de agua santa, colocados por los paganos a entrada de sus templos, para rociarse con ella al poner pie en los sagrados edificios" ( 5) .

Así en el Bautismo de recepción inicial en la Iglesia, como en esas otras abluciones menores, el agente material empleado es el agua, el gran fluido limpiador de la naturaleza, y por tanto, el símbolo más apropiado de la purificación. Sobre esta agua se pronuncia en el ritual anglicano un mantra, representado por la plegaria "Santificad esta agua para el lavado místico del pecado", después de lo cual se añade la fórmula "En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Amén” Esta es la Palabra de Poder, a la que acompaña el Signo de Poder: la Señal de la Cruz hecha sobre la superficie del agua, La Palabra y el Signo comunican al agua, según hemos explicado, una propiedad que antes no tenía, por lo que con razón se la llama "agua bendita." Los poderes tenebrosos no se aproximarán a ella; y esparcida sobre el cuerpo, hará experimentar una sensación de paz, e infundirá nueva vida espiritual. Cuando se bautiza un niño, la energía espiritual comunicada al agua por la Palabra y el Signo, refuerza en él la vida del espíritu; y como de nuevo se pronuncia sobre él la Palabra de Poder y se traza el Signo sobre su frente, sus cuerpos sutiles experimentan las consiguientes vibraciones, y 'el requerimiento hecho para la guarda de esta vida, así santificada, surte sus efectos a través del mundo invisible. El Signo es a la vez purificador y protector: purificador por la vida que por su medio se vierte; protector por las vibraciones que produce en los cuerpos sutiles. Estas vibraciones forman una muralla defensiva contra los ataques de las influencias hostiles de los mundos invisibles, y cada vez que se toca el agua bendita y se pronuncia la Palabra y se hace el Signo, la energía se renueva, y se refuerzan las vibraciones, cosas potentes en los mundos suprafísicos, y como portadoras de ayuda reconocidas.

En la Iglesia primitiva iba el Bautismo precedido de una preparación muy esmerada, pues los que en ella ingresaban, eran, por la mayor parte, conversos de otras religiones. Pasaba el converso por tres grados de instrucción definidos, en cada uno de los cuales permanecía hasta que había dominado sus enseñanzas, siendo después admitido en la Iglesia, mediante el Bautismo. Sólo cuando esto se había efectuado El le enseñaba el Credo, no confiado jamás a la escritura ni recitado en presencia de infiel alguno, pues era señal de reconocimiento, mostrando la situación del que, al pronunciarlo, daba testimonio de ser miembro bautizado de la Iglesia.

Cuán verdaderamente se creía por aquellos tiempos en la gracia que el Bautismo transmitía, pruébalo la costumbre, al fin muy extendida, de bautizarse en el lecho de muerte.
Hombres y mujeres del mundo, ciertos de la realidad de este Sacramento, pero remisos en abandonar tos placeres para llevar vida inmaculada, retardaban la celebración del rito hasta que la muerte sobre ellos extendía su mano, entonces se apresuraban a recibirlo, para gozar de los beneficios de su gracia, y pasar a otra vida limpios y puros, y llenos de espiritual energía. Contra tal abuso lucharon algunos de los grandes Padres de la Iglesia, y lucharon con éxito. Cuéntase una original anécdota, por uno de ellos referida, si mal no recordamos, por San Atanasio, que fue hombre de ingenio cáustico, no ajeno al empleo de la sátira para hacer comprender a sus oyentes la locura y perversidad de su conducta. Refirió una vez a su auditorio que había tenido una visión en que se sintió aproximar a la puerta del cielo, donde se encontró con San Pedro, que, como guardián suyo, estaba en ella. En vez de complaciente sonrisa, mostróle el Santo adusto ceño, y encarándosele, dijo:" Atanasio, ¿por qué estás continuamente enviándome esos sacos vacíos, sellados con esmero, pero que nada contienen?" Es éste uno de los dichos agudos que la antigüedad cristiana nos ofrece, cuando los fieles tenían por realidades estas cosas, y no por meras formas, como con demasiada frecuencia hoy día se tienen.

La costumbre del Bautismo infantil creció por grados en la Iglesia, y de aquí que la instrucción que en los primeros tiempos precedía al Bautismo, pasase a ser preparatoria de la Confirmación cuando ya despiertas inteligencia y mente, podían hacerse cargo de las promesas bautismales y ratificarse en ellas. Y es de considerar racional la recepción del niño en la Iglesia, si se reconoce que la vida del hombre discurre por los tres mundos, y que el Espíritu y el Alma que han venido a habitar el cuerpo recién nacido, lejos de ser inconscientes y faltos de entendimiento, son conscientes, inteligentes y poderosos en los mundos invisibles. Justo será y correcto el dar la  bienvenida al "Hombre del corazón que está encubierto" (6) a su ingreso en la nueva etapa de su peregrinación, y el atraer hacia el vehículo que ha de habitar y conformar para su servicio, las influencias mas socorridas. Si los ojos de los hombres se abrieran, como antaño los del criado de Elíseo, sin duda serían el monte lleno de caballos y de carros de fuego rodeando al profeta de Dios (7) .

Vengamos ahora al segundo de los Sacramentos elegidos para nuestro estudio, el de la Eucaristía, símbolo del eterno Sacrificio ya explicado, pues el sacrificio de la misa que la Iglesia Católica celebra diariamente en todas partes, es imagen de aquel Sacrificio eterno, mediante el cual los mundos fueron creados y por siempre jamás son sostenidos. Deber es ofrecerlo diariamente, por cuanto la existencia de su arquetipo es perpetua, y porque con este rito toma parte el hombre en la obra de la Ley de Sacrificio, identificándose con ella, reconociendo su naturaleza obligatoria, y cooperando voluntariamente en su labor universal. Para que tal identificación sea completa, es necesario participar del Sacramento de modo material; mas las personas devotas que mentalmente se asocian a él, aun sin tener intervención física en el acto, pueden granjear muchos de sus beneficios, y contribuir al aumento de las influencias que por su mediación se difunden.

Esta gran función del culto cristiano pierde su fuerza y significado cuando se la considera nada más que como simple conmemoración de un sacrificio pasado, como alegoría pictórica despojada de la profunda verdad que le da vida, como rompimiento de pan y derrame de vino sin participación alguna en el Sacrificio eterno. Así mirada, se la convierte en mera corteza, en pintura muerta, en vez de realidad viviente. "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión  (comunicación; la participación) de la sangre de Cristo? dice San Pablo en I, Corintios, X, l6-. "El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" y continúa indicando que todos los que comen de un sacrificio, se hacen copartícipes de una común naturaleza, y se juntan en un cuerpo especial unido al ser que se halla presente al sacrificio, y participante de su esencia propia. Trátase en esto de un hecho del mundo invisible, del cual habla el Apóstol con la autoridad del que lo conoce. Seres invisibles vierten su esencia en las substancias que se emplean en el rito sacramental, y los que de estas substancias participan -las cuales son asimiladas por el cuerpo, entrando a formar parte de sus componentes- quedan, por lo tanto, unidos a aquellas entidades cuya esencia en ellas se vertió, y así participarán de una común naturaleza.

Esto es cierto aun respecto al alimento ordinario, tomado de manos de otra persona, pues, parte de su naturaleza, su magnetismo vital se mezcla con el propio nuestro. Cuánto más cierto, pues, será, cuando el alimento ha sido de propósito y solemnemente impregnado con magnetismos superiores que afectan a los cuerpos sutiles a la vez que al físico! Si queremos comprender el significado y el uso de la Eucaristía, debemos comprobar estos hechos de los mundos invisibles, para ver en ella un lazo entre lo celestial y lo terreno, así como también un acto del culto universal, una cooperación, una asociación con la Ley de Sacrificio; pues de otro modo pierde el Sacramento la parte más esencial de su importancia. El uso de pan y vino para materiales de este sacramento -al igual que el agua en el Bautismo-, es muy general y muy antiguo. Los persas ofrecían a Mithra pan y vino, y en el Tibet y en Tartaria se hacían ofertas semejantes. Jeremías habla de las tortas y libaciones que en Egipto ofrecían a la Reina del Cielo los judíos que profesaron el culto de aquella nación ( 8) .
En el Génesis se lee que Melchisedech, el Rey Iniciado, presentó pan y vino para bendecir a Abraham (9). En los diversos Misterios de Grecia se empleaba el pan y vino; y William-son habla también de su uso entre mejicanos, peruanos y druidas (10).

El pan es el símbolo general del alimento que construye ­el cuerpo, y el vino es símbolo de sangre, considerada como el fluido de vida, "porque la vida de la carne está en la sangre" (11). De aquí que se diga de los miembros de una familia que participan de la misma sangre; y ser de la sangre de una persona significa ser pariente suyo. De aquí, también, las antiguas ceremonias del "pacto de sangre":  cuando una persona extraña ingresaba en una familia o tribu, se transfundía a sus venas algunas gotas de sangre de uno de los individuos de la colectividad de que se tratase, o bien aquella la bebía generalmente mezclada con agua, considerándose la desde este momento como si hubiese nacido en la familia o tribu, como si fuese de su propia sangre. De modo semejante participan los fieles que tocan la Eucaristía, del pan y el vino, símbolos del cuerpo y sangre de Cristo, es decir, de Su naturaleza y de Su vida, con lo que quedan hechos de su parentela, o en otros términos, unos con El. La palabra de Poder es la fórmula “Este es Mi Cuerpo”, "Esta es Mi Sangre." Por medio de ella se verifica el cambio que en seguida vamos a considerar: la transformación de las substancias empleadas en vehículos de espirituales energías. 

El signo de Poder es la señal de la cruz hecha con la mano extendida sobre el pan y el vino: ceremonia no siempre efectuada por los protestantes. Estas son las condiciones esenciales externas del Sacramento de la Eucaristía.
Importa mucho comprender el cambio que en este Sacramento se verifica, pues se extiende más allá de la magnetización que hemos explicado, aunque ésta también se realiza. Nos encontramos aquí con una particular muestra de una ley universal.

Toda cosa visible es para el ocultista la última expresión  -la física-, de una verdad invisible; toda cosa es expresión física de un pensamiento; un objeto cualquiera no es más que una idea exteriorizada y condensada. En suma: todos los objetos materiales del universo son ideas Divinas expresadas en materia física. Esto sentado, se hace evidente que la realidad de las cosas no reside en su forma externa, sino en su vida interna, en la idea que ha conformado y modelado la materia para hacerla expresión de sí misma. La materia de los mundos superiores, que es muy sutil y muy plástica, se amolda rápidamente a 1a idea, y cambia de forma tan pronto como el pensamiento cambia. Mas, conforme se desciende de mundo en mundo, la materia se va haciendo más densa y más pesada, siendo cada vez menos dispuesta para mudar las formas, lo cual Se verifica más y más lentamente hasta penetrar en el mundo físico, en el cual la lentitud de los cambios alcanza su mayor grado a causa de la resistencia que ofrece la extrema densidad de su materia. Con tiempo suficiente, sin embargo, aun esta pesada materia efectúa sus mudanzas bajo la presión de la idea que la anima, como puede observarse en los semblantes, donde acaba por grabarse la expresión de los pensamientos y emociones habituales. 

Esta verdad es fundamento de la que se llama doctrina de la Transubstanciación, sobre cuya inteligencia andan descaminados por modo extraordinario los protestantes en general. Mas éste es el signo de las verdades ocultas cuando se ofrecen al ignorante. La "substancia" que experimenta el cambio, es la idea que hace que una cosa sea lo que es. El “pan" no es mera harina y agua ; la idea que preside a la mezcla y manipulación del agua y de la harina, es realmente la "substancia" que lo hace "pan", y la harina y el agua son lo que en términos técnicos se llama los "accidentes", adaptaciones de materia que dan forma a la idea. Con una idea o substancia diferente la harina y el agua tomarían diferente forma, como lo hacen sin duda cuando son asimiladas por el cuerpo. En completa conformidad con este concepto, los químicos han descubierto que la misma especie y el mismo número de átomos químicos pueden coordinarse de bien distintas maneras, produciéndose, en consecuencia, cosas completamente diferentes en sus propiedades, aunque los materiales de que se compongan permanezcan inalterables. Estos "compuestos isoméricos" figuran entre los descubrimientos más interesantes de la química moderna. La ordenación de átomos semejantes presidida por ideas diferentes, da por resultado cuerpos distintos.

¿Cuál es, pues, el cambio de substancia en los materiales que en la Eucaristía se emplean? 
Ha cambiado la idea que moldea el objeto. En su condición normal, el pan y el vino son materias alimenticias, las cuales expresan ideas divinas relativas a la nutrición adecuada para la construcción de los cuerpos. La idea nueva es la de la naturaleza y vida de Cristo, adecuada a la construcción de la naturaleza y vida espiritual del hombre este es el cambio de substancia; el objeto permanece inalterable en sus "accidentes", en sus materiales físicos; pero la materia sutil con él relacionada, ha variado a impulsos de la trocada idea, y en virtud de tal mudanza, adquiere aquél propiedades nuevas que afectan a los cuerpos sutiles de los participantes, poniéndolos en el tono de la vida y  naturaleza de Cristo. De los "merecimientos" del participante depende la extensión que haya de alcanzar la consonancia.

Los participantes indignos, sometidos al mismo proceso, serán poderosamente  afectados; pues su naturaleza, que resiste él benéfico impulso, sufrirá quebranto, llegando hasta a romperse por la acción de fuerzas a las cuales es incapaz de responder, ni más ni menos que como se hace pedazos un objeto por efecto de vibraciones que es incapaz de reproducir.

El participante digno se hará uno con el Sacrificio, con el, Cristo, y en su consecuencia, quedará también unido a la Vida  divina, que es el Padre del Cristo; pues siendo así que el sacrificio, por lo que respecta a la forma, viene a ser la entrega de la vida que contiene separada de otras, para, que haga parte  de la Vida común, la ofrenda del aislado cauce para el curso de la Vida total, resultará que el que hace esta ofrenda y esta entrega efectúa, se volverá uno con Dios. Es donación de sí mismo, que a lo inferior se refiere, para formar parte de lo superior, cesión de la sombra carnal, instrumento de la voluntad separada, para constituirse en instrumento de la Voluntad del Todo: el presente de los "cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios" (12). Con razón, pues, enseña la iglesia que los que reciben la Eucaristía de manera adecuada, participan de la vida de Cristo, ofrecida por amor de los hombres. Transmutar lo más bajo en lo más alto, es el fin así de éste como de todos los demás Sacramentos. Los que a él se acercan, van buscando el permutar la fuerza inferior por la Superior, mediante su unión con esta última y aquellos que  conocen la verdad interna son capaces de comprobar la existencia  más elevada; cualquiera sea la religión a que pertenezcan, pueden llegar con el empleo de sus sacramentos a un completo contacto con la Vida divina que sostiene los mundos,  a condición solamente de que acudan a la ceremonia con la naturaleza receptiva, el acto de fe y el corazón abierto que son indispensables para que las posibilidades del Sacramento se conviertan en realidad.

El Sacramento del Matrimonio contiene las características de todo Sacramento tan clara y definidamente como el Bautismo y la Comunión. En él se exhiben lo mismo el signo externo que la gracia interna. El Material físico es el anillo -el círculo, emblema de lo perdurable-; la Palabra de Poder es la antigua fórmula: "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" ; el Signo de Poder es la unión de las manos que simboliza la unión de las vidas. Estas son las exterioridades esenciales del Sacramento.

La gracia interna es la unión de mente con mente, de corazón con corazón, lo cual hace posible la realización de la unidad de espíritu; sin ésta el Matrimonio no es tal Matrimonio, sino una mera conjunción temporal de cuerpos. La alegoría pictórica la forman la entrega y aceptación del anillo, la invocación de los sagrados nombres, el contacto de las manos.  'Si no se recibe la gracia interna, si los participantes no se abren a ella mediante el deseo de que se efectúe la unión íntima de sus respectivas naturalezas en toda su integridad, el Sacramento estará para ellos desprovisto de sus propiedades benéficas, quedando reducido solamente a una fórmula vacía.

Pero el Matrimonio tiene todavía una significación más profunda. Las religiones han proclamado a una voz que es la imagen en la tierra de la unión de lo terrenal con lo celeste, de la unión del hombre con Dios. Y no para en esto su significado, porque además  es imagen de la relación entre el Espíritu y la Materia, entre la Trinidad y el Universo. A tanto alcanza y tan hondo llega el sentido del ayuntamiento del hombre y la mujer en el Matrimonio.

En él figura el varón como representante del Espíritu -Trinidad de Vida- y la hembra como representante de la Materia - Trinidad de la substancia proveedora de la forma-. El uno da la vida, la otra la recibe y alimenta. Mutuamente se contemplan los dos, mitades inseparables de un todo, sin existencia separada. Así como Espíritu implica Materia, y Materia Espíritu, así también implica el esposo a la esposa, y la esposa al esposo.  La Existencia abstracta se manifiesta en dos aspectos, dualismo de Espíritu y Materia, no dependientes el uno del otro, sino venidos a la manifestación en unión mutua; de igual manera se manifiesta la humanidad bajo dos aspectos, marido y mujer, incapaces de existir separados, mas mostrándose conjuntos, pues no son dos, sino uno unidad. Así declaró Isaías a Israel: “Tu Hacedor es tu Esposo: Señor de huestes es Su nombre, Como el novio goza con la novia, así gozará tu Dios contigo" (13). Así escribió San Pablo que el misterio del Matrimonio representaba a Cristo ya la Iglesia (14).

Si imaginamos el Espíritu y la Materia en estado latente,  o lo que es igual, sin manifestarse, veremos que la producción no es posible; juntamente manifestados, concebimos la evolución. De modo semejante, cuando las dos mitades humanas no se manifiestan como marido y mujer, no es posible la producción de nueva vida. Han de unirse además, para que la vida acrezca en cada uno, para que su evolución sea más rápida, más veloces sus- progresos, en razón a que cada cual puede dar al otro una mitad, supliendo el uno lo que al otro le falta. Fundidos en uno, dan a luz las posibilidades espirituales humanas, y muestran a la vez al Hombre perfecto, en quien el Espíritu y la Materia están completamente desarrollados y equilibrados, al Hombre divino que en sí contiene marido y mujer, los elementos masculino y femenino de 1a naturaleza, a la manera que "Dios y Hombre forman un Cristo" (15).

Al estudiar el Sacramento del Matrimonio con este criterio, se comprende por qué las religiones lo han considerado lazo indisoluble, juzgando preferible el que unas cuantas parejas mal avenidas sufran durante un corto período, a que el  ideal del verdadero Matrimonio se rebaje de un modo permanente para todos. Las naciones elegirán si han de adoptar como ideal público del Matrimonio un vínculo celestial o terreno, si ha de procurarse con él la unidad espiritual o la unión meramente física: lo primero es la idea religiosa de la conjunción de ambos sexos, como Sacramento; lo segundo es la idea materialista de su contacto mediante un pacto ordinariamente soluble. El estudiante de los Misterios Menores debe siempre ver en él un rito sacramental.

ANNIE BESANT





Notas del capítulo 

(1) Véase: Antes, Páginas 204 y 205.
(2) Christian Records, pág. 129.
(3) The Great Law, págs. 161-166.
(4) Véase Antes, pág. 98,
(5) Diégesis, pág. 219,
(6) I. San Pedro, III, 4.
(7) Libro cuarto de los Reyes, VI, 17
(8) Jeremías, XLIV.
(9) Génesis XIV, 18-19
(10) The Great Law , págs. 177-181, 185.
(11) Levítico, XVII, II.
(12) Romanos, XII, 1.
(13) Isaías LIV. 5.-LXII. 5.
(14) Efesios, V. 23-32.
(15) Credo de Atanasio.

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