Para que sea provechoso el estudio de la Existencia Divina, hay que tomar
como punto de partida su Unidad. Así lo han proclamado todos los sabios; así lo
han afirmado todas las religiones; así lo consignan todas las filosofías:
"solamente Uno sin segundo" (1). "Oye, Israel" -exclamó
Moisés-.
"El Señor Dios nuestro es el único Señor" (2).
"Nosotros, empero, no tenemos más de un Dios" (3) declara San
Pablo. "No hay más Dios que Dios" -afirma el fundador del Islam- y de
esta sentencia hace el símbolo de su fe. Una Existencia sin límites, sólo
conocida de Ella misma en toda su plenitud. Eternas Tinieblas, de las cuales
nace la Luz.
Pero en cuanto Dios Manifestado, el Uno aparece Trino. Trinidad de Seres
Divinos: Uno como Dios, Tres como Poderes manifestados. Esto también ha sido
declarado siempre; y es tan vital esta verdad, por lo que se relaciona con el
hombre y su evolución, que en todos los tiempos ha sido parte esencial de los
Misterios Menores.
Entre los hebreos se conservó secreta esta doctrina por razón de las
tendencias antropomórficas de aquel pueblo, pero los rabinos estudiaban y
adoraban al Anciano de los Días, de quien procede la Sabiduría, y de ésta el
Entendimiento -Kether, Chochmah, Binah-, tales constituían la Trinidad Suprema:
exhibición en el tiempo de lo Uno que está fuera del tiempo. El Libro de la
Sabiduría de Salomón se refiere a esta enseñanza, haciendo de la Sabiduría un
Ser. "'Según Maurice, "El primer Sephiro, denominado Kether, (la
Corona), Kadroon (la Luz pura), y En Soph (el Infinito) (4), es el Padre
omnipotente del universo.". El segundo es Chochmah, el cual, según hemos
comprobado por los escritos sagrados y por los rabínicos, es la Sabiduría
creadora. El tercero es Binah o Inteligencia celeste, de donde los egipcios
sacaron su Cneph, y Platón su Nous Demiurgos.
Es el Espíritu Santo que
"compenetra, anima y gobierna este universo sin límites" (5).
La influencia de esta doctrina sobre las enseñanzas del Cristianismo está
indicada por el Deán Milman en su History of Christianity. Allí dice:
"Este Ser (el Verbo o la Sabiduría) era impersonalizado de modo más o
menos determinado, conforme a las nociones de los países y tiempos respectivos
eran más populares o más filosóficas, más materiales o más abstractas. Estaba
extendida esta doctrina desde el Ganges, y aun desde las orillas del Mar
Amarillo, hasta el Iliso; era el principio fundamental de la religión y de la
filosofía indas; era la base del Zoroastrianismo; era el platonismo puro; era
el judaísmo platónico de la escuela de Alejandría. Podrían citarse muchos
pasajes de Filon sobre la imposibilidad de que el primer Ser existente por sí
llegue a ser conocido por el entendimiento humano; y no es dudoso que hasta en
Palestina, Juan el Bautista y nuestro Señor mismo no expresaron ninguna doctrina
nueva, sino más bien el común sentir de los más ilustres sabios, al declarar
que "ningún hombre había visto jamás a Dios".
De acuerdo con este
principio, al interpretar los judíos las más antiguas Escrituras, en vez de la
comunicación directa y sensible de la gran Divinidad Una, colocasen de
mediadores uno o más seres intermedios. Según la autorizada tradición a que
aludió San Esteban, la ley fue dada “por disposición de ángeles”; según otra,
esta función fue conferida a un ángel solo, llamado a veces el Ángel de la Ley
(véase Gal. III, 19), a veces el Metatron. Pero el más común representante de
Dios, por decirlo así, cerca del sentido y mente del hombre, era el Memra o
Verbo Divino, siendo de notar que este mismo hombre sé encuentra en los sistemas
indostánico, persa, platónico y alejandrino. Con el mismo término designaron al
Mesías los targumistas, primeros comentadores judíos de las Escrituras; y no
hay para qué indicar de qué modo se santificó, al introducirlo en el esquema
cristiano" (6).
Como dice el sabio Deán, el concepto del Verbo, el Logos, era universal, y
formaba parte de la idea de una Trinidad.
Los filósofos hindúes hablan de Brahman manifestando como Sat-Chit-Ananda:
Existencia, Inteligencia y Felicidad.
En el concepto popular, el Dios manifestado es una Trinidad: Shiva,
Principio y Fin; Vishnu, Conservador; Brahma, Creador del Universo. La religión
mazdeista presenta una Trinidad semejante: Ahuramazda, el Gran Uno, el Primero;
luego "los gemelos", la Segunda Persona dual -pues la segunda persona
de la Trinidad es siempre dual, desfigurada en los tiempos actuales como un
Dios y un Diablo opuestos-; y la Sabiduría Universal, Armaiti. En el Budismo
del Norte vemos a Amitâbha, la Luz infinita; Avalokiteshvara, origen de las
encarnaciones; y la Mente Universal, Mandjusri.
En el Budismo del Sur, la idea de Dios se ha desvanecido, pero con
tenacidad significativa reaparece la triplicidad, como refugio a que se acoge
el Budismo meridional: el Buda, el Dharma (la doctrina), el Sangha (la Orden).
Pero el mismo Buda es a veces adorado como una Trinidad. En una piedra de Buda
Gaya se halla inscrita una salutación dirigida a El, como a una encarnación del
Eterno y dice: "¡Oh! Tú eres Brahma, Vishnu y Mahesha (Shiva)."
"A Ti adoro, el que eres celebrado, con mil nombres y bajo diversas
formas, en la figura de Buda, el Dios de Misericordia" (7).
En las religiones que han desaparecido, se encontraba la misma idea de la
Trinidad. Ella dominaba todo el culto religioso de Egipto. Tenemos una
inscripción jeroglífica en el Museo Británico que se remonta al reinado de
Senecho en el siglo VIII antes de la Era Cristiana, la cual demuestra que la
doctrina de la Trinidad en la Unidad formaba ya parte de su religión" (8).
Así era la verdad desde una fecha mucho más antigua. Ra, Osiris y Horus
formaban una Trinidad, cuyo culto se hallaba muy extendido. Osiris, Isis y
Horus eran adorados en Abidos; con otros nombres recibían culto en diversas
ciudades; y el triángulo era el símbolo usado comúnmente para representar al
Dios Trino. La idea fundamental de estas Trinidades, como quiera que se las
llamase, está manifiesta en un pasaje citado de Marutho, en el cual un oráculo,
censurando el orgullo de Alejandro Magno, dice: "Primero Dios, después el
Verbo, y con ellos el Espíritu" (9).
En Caldea formaban la Trinidad Suprema Anu, Ea y Bel, siendo Anu el Origen
de todo, Ea la Sabiduría, y Bel el Espíritu Creador. Respecto a China,
observaba Williamson: "En la China antigua acostumbraban los emperadores
sacrificar cada tercer año a "Aquel que es uno y tres." Había una
sentencia china de que "Fo es una persona, pero tiene tres formas".
En el elevado sistema filosófico, conocido en China por el Taoísmo, figura
también una trinidad: "La razón Eterna produjo el Uno, el Uno produjo el
Dos, el Dos produjo el Tres, y el Tres produjo todas las cosas"; lo cual,
como Le Compte dice "parece demostrar que tenían algún conocimiento de la
Trinidad" (10).
La doctrina cristiana de la Trinidad concuerda por completo con la de otras
religiones en lo que se refiere a las funciones de las tres Personas Divinas,
debiendo advertirse que la palabra Persona procede de la latina persona,
máscara, lo que cubre algo, la máscara de la Existencia Una, la revelación de
Sí mismo bajo una forma. El Padre es él Origen y el Fin de todo; el Hijo es de
naturaleza doble, y es el Verbo o la Sabiduría; el Espíritu Santo es la
Inteligencia creadora que, incubando la caótica materia primordial, la organiza
en elementos adecuados para la construcción de las formas.
Esta identidad de funciones, con tal diversidad de nombres, demuestra que
no se trata de una mera semejanza externa, sino de la expresión de una verdad
íntima. Hay algo de que esta triplicidad es una manifestación, algo cuya huella
debe encontrarse en la naturaleza y en la evolución, y que, al ser reconocido,
haga inteligible el progreso humano, las etapas del desarrollo de la vida.
Además, en el lenguaje simbólico universal, las Personas se distinguen por
ciertos emblemas, y por ellos pueden reconocerse bajo la diversidad de formas y
de nombres.
Otro punto más debe recordarse antes de terminar el examen exotérico de la
Trinidad, a saber: que en relación con todas estas Trinidades, hay una cuarta
manifestación fundamental -el poder del Dios-, la cual tiene siempre una forma
femenina. En el Hinduismo cada Persona de la Trinidad tiene Su Poder
manifestado; por donde lo Uno y los seis aspectos indicados constituyen el
sagrado Siete. Juntamente con muchas Trinidades aparece una forma femenina,
especialmente relacionada con la Segunda Persona, y en este caso se da el
sagrado Cuaternario.
Veamos ahora la verdad interna.
Lo Uno viene a manifestarse como el Ser Primero, el Señor que existe por Sí
mismo, la Raíz de todo, el Padre Supremo; la palabra Voluntad, o Poder, parece
la mejor para expresar esta primaria revelación de sí mismo, porque hasta que
no haya Voluntad de manifestarse, no puede haber manifestación, y hasta que no
haya Voluntad manifestada, falta impulso para desarrollos ulteriores. Puede
decirse que el universo tiene sus cimientos en la Voluntad divina. Sigue luego
el segundo aspecto de lo Uno: la Sabiduría. El Poder es guiado por la
Sabiduría; por eso está escrito que "sin El nada de lo que es hecho, fue
hecho" (11). La Sabiduría es de naturaleza doble, como se verá pronto.
Cuando los aspectos Voluntad y Sabiduría se han revelado, un tercer aspecto
debe seguir, para hacer a aquéllos efectivos: la Inteligencia Creadora, la
mente divina en Acción. Un profeta judío escribió: "El que hizo la tierra
con Su Poder, compuso el mundo con su Sabiduría, y extendió los cielos con Su
Inteligencia" (12). La referencia a las tres funciones es muy clara (13).
Estos Tres son inseparables, indivisibles; tres aspectos del Uno. Sus funciones
pueden imaginarse separadamente para mayor claridad, pero no pueden desunirse. Cada una es necesaria y está presente en las
demás. En el Primer Ser la Voluntad, el Poder, predomina como característica,
pero la Sabiduría y la Acción Creadora están también presentes; en el Segundo
Ser la Sabiduría es predominante, pero el Poder y la Acción Creadora no le son
menos inherentes; en el Tercer Ser predomina la Acción Creadora, mas también se
hallan en El el Poder y la Sabiduría. y aunque se haga uso de las palabras
Primero, Segundo y Tercero, porque los Seres se manifiestan así en el orden del
tiempo, en la sucesión del propio desenvolvimiento, sin embargo, en relación a
la Eternidad se les considera iguales y en dependencia mutua.
"Ninguno es mayor ni menor que el otro" (14). Esta Trinidad es el
Yo divino, el Espíritu divino, el Dios Manifestado, El que "era, y que es,
y que ha de venir" (15); y es la raíz de la triplicidad fundamental de la
vida, de la conciencia.
Pero hemos visto que hay una cuarta Persona femenina -en algunas religiones
una segunda Trinidad-, la Madre.
Es ésta la que hace posible la manifestación; es la que constituye en lo
Uno la eterna raíz de la limitación y de la división, la cual, cuando se
manifiesta, es llamada Materia. Es el No Yo divino, la Materia divina, la
Naturaleza manifestada.
Considerada como Uno, hace el Cuarto, el cual posibilita la actividad de
los Tres, de cuyas operaciones constituye el campo, por razón de su infinita
divisibilidad; y es a la vez “la Sierva del Señor” (16) y también la Madre,
pues da su sustancia para formar el Cuerpo de Aquél, el Universo, cuando la
virtud del Altísimo la cobija (17). Examinada con atención, se ve que también
Ella es triple, que tiene tres aspectos inseparables, sin los cuales no podría
existir. Estos son: Estabilidad (Inercia o Resistencia), Movimiento y Ritmo; se
les llama las cualidades fundamentales o esenciales de la Materia. Sólo ellas
pueden hacer efectivo el Espíritu, y por esto se las ha considerado como los
Poderes manifestados de la Trinidad. La Estabilidad o Inercia suministra la
base, el punto de apoyo de la palanca; el Movimiento se manifiesta en seguida,
pero sólo podría hacer el caos; entonces se impone el Ritmo, y he aquí la
Materia en vibración, apta para ser modelada y recibir forma. Cuando las tres
cualidades están en equilibrio, es lo Uno: la Virgen Madre improductiva. Cuando
la virtud del Altísimo la cobija, y "el aliento del Espíritu viene sobre
ella, las cualidades se desequilibran, y entonces se hace Ella la divina Madre
de los mundos.
La primera acción mutua acontece entre Ella y la Tercera Persona de la
Trinidad; por la acción de ésta adquiere aquélla aptitud para producir formas.
Entonces se revela la Segunda Persona, quien se reviste de los materiales así
proveídos, y de este modo se constituye en Mediador, enlazando en su propia
Persona el Espíritu y la Materia, el Arquetipo de todas las formas. Sólo por Su
medio se revela la Primera Persona como Padre de todos los Espíritus.
Ahora es ya posible entender cómo la Segunda Persona de la Trinidad del
Espíritu es siempre dual; Ella es quien se reviste de Materia, apareciendo en
Ella, por lo tanto, las mitades gemelas de la Divinidad en unión, no como uno.
De aquí que sea también Ella Sabiduría; pues la Sabiduría del lado del Espíritu
es la Razón Pura que se reconoce a sí misma como el Yo Uno, ya todas las cosas
en su Yo, y del lado de la Materia es Amor, que mantiene unidas las formas de
diversidad infinita, y de cada forma constituye una unidad, no un mero cúmulo
de partículas; es el principio de atracción que sostiene los mundos y todo
cuanto en ellos existe, en orden perfecto y equilibrio.
Esta es la Sabiduría de
la cual se ha dicho que "potente y suavemente ordena todas las cosas"
(18), que sostiene y conserva el universo.
En el sistema de símbolos que en todas las religiones se encuentra, se ha
considerado el Punto -lo que sólo tiene posición- como símbolo de la Primera
Persona de la Trinidad. A propósito de esto observa San Clemente de Alejandría,
que si sustraemos de un cuerpo sus propiedades, luego su profundidad, después
su longitud y en seguida su latitud, el punto que queda es una unidad que, por
decirlo así, tiene posición; si de él sustraemos la posición quedará el
concepto de unidad" (19).
El brilla en el fondo de las Tinieblas
infinitas, Punto de Luz, centro de un futuro universo, Unidad en la cual todo
existe sin separación. La materia que ha de formar el universo, campo de Su
labor, es determinada por la vibración oscilatoria del Punto en todas
direcciones: vasta esfera limitada por Su Voluntad, por su Poder. Este es el
hacer "la tierra con su poder" que dijo Jeremías (20). Así, el
símbolo pleno es un Punto dentro de una esfera, representado comúnmente por un
punto dentro de un círculo. La Segunda Persona se representa por una Línea, un diámetro
de un círculo, una simple vibración completa del Punto: línea que atraviesa
igualmente la esfera en toda dirección.
Esta línea al dividir el círculo en dos
mitades, simboliza también Su dualidad; esto es, que en la Segunda Persona la
Materia y el Espíritu -que constituyen una unidad en la Primera Persona- son
visiblemente dos, aunque unidas. La Tercera Persona se representa por una Cruz
formada de dos diámetros que se cortan en ángulo recto dentro del círculo; la
segunda línea de la Cruz separa la parte superior del círculo de la inferior.
Esta es la Cruz griega (21).
Cuando se representa la Trinidad como una Unidad, se emplea el Triángulo o
bien inscrito en un círculo, o bien libre. El universo se simboliza por dos
triángulos unidos: el que representa la Trinidad del Espíritu, con el ápice
hacia arriba; y el que representa la Trinidad de la Materia, con el ápice hacia
abajo; cuando se les figura con colores, el primero es blanco, amarillo, dorado
o del color de la llama, y el segundo negro o de algún color oscuro.
Ahora podrá seguirse el proceso cósmico sin dificultad. El Uno se ha hecho
Dos, y el Dos Tres, y la Trinidad se revela. La materia del universo ha quedado
demarcada y aguardando la acción del Espíritu. Esto es "el principio"
del Génesis, cuando "creó Dios el cielo y la tierra" (22): expresión
más adelante aclarada por las repetidas frases de que "El echó los
cimientos de la tierra" (23); sólo quedaba hecho el amojonamiento del
material -un mero caos, "sin forma y vacío" (24).
Después comenzó la obra de la Inteligencia Creadora, el Espíritu Santo, que
"era llevado sobre las aguas" (25) -el vasto océano de materia. Así
El fue la primera actividad, aun que era la Tercera persona; punto éste de la
mayor importancia.
Esta obra se declaraba a menudo en los Misterios, mostrándose la
preparación de la materia del universo, la formación de los átomos, la
constitución de sus agregados, la reunión de éstos en elementos, y la
agrupación a su vez de estos últimos en sus compuestos gaseosos, líquidos y
sólidos. Labor que abarca no sólo la clase de materia llamada física, sino
también la correspondiente a todos los estados más sutiles de los mundos
invisibles. Además, El, como "Espíritu de la Inteligencia", concibió
las formas en que aquélla había de modelarse; mas no construyó las formas, sino
que, en función de Inteligencia Creadora, produjo las Ideas de ellas, los
prototipos celestes, como comúnmente se las llama. Esta es la tarea descrita
cuando se dice: El "extendió los cielos con Su Inteligencia" (26).
La obra de la Segunda Persona sigue a la de la Tercera. Por virtud de Su
Sabiduría "compuso el mundo" (27), construyendo los globos y todas
las cosas que en ellos hay, “todas las cosas por él fueron hechas” (28). Ella
es la Vida organizadora de los mundos, y todos los seres tienen en Ella su raíz
(29). La vida del Hijo, así manifestada en la materia preparada por el Espíritu
Santo -otra vez el gran "Mito" de la Encarnación-, es la vida que
construye, conserva y sostiene todas las formas, porque El es el Amor, la
fuerza atrayente que da cohesión a las formas, haciéndolas capaces de crecer
sin desmoronarse -Conservador, Sostenedor, Salvador. Por eso todas las cosas
han de ser sujetadas al Hijo (30), todo ha de reunirse en El; por eso
"nadie viene al Padre sino por El" (31).
Porque la obra de la Primera Persona sigue a la de la Segunda, como la de
ésta a la de la Tercera.
A la primera se llama "Padre de los
Espíritus" (32), "Dios de los Espíritus de toda carne" (33) , y
Suyo es el don del Espíritu divino, el verdadero Yo del hombre. El espíritu
humano es la Vida divina del Padre vertida, derramada en el vaso que el Hijo
construye de los materiales vivificados por el Espíritu. y este espíritu del
hombre, proviniendo del Padre -de quien proceden el Hijo y el Espíritu Santo- es,
como El mismo, una Unidad, con los tres aspectos en Uno; así está el hombre
verdaderamente hecho "a nuestra imagen y semejanza" (34), y así es
capaz de hacerse "perfecto, como vuestro- padre que está en los cielos es
perfecto" (35).
Tal es el proceso cósmico, repetido en la evolución humana: "como
arriba, así es abajo."
La Trinidad espiritual del hombre, hecha a semejanza de la divina, tiene
que exhibir las divinas características; y así encontramos en él el Poder que,
ora en su forma más elevada de Voluntad, ora en su forma inferior de Deseo, da
impulso a su evolución. También encontramos en él la Sabiduría -la Razón Pura,
cuya expresión en el mundo de las formas es el amor; y finalmente la
Inteligencia o Mente, la energía activa modeladora. Asimismo vemos que la
manifestación de estas características en la evolución humana, procede de la
tercera a la segunda y de la segunda a la primera.
La masa de la humanidad está
desenvolviendo la mente, evolucionando la inteligencia, cuya acción separadora
podemos observar en todas partes aislando los átomos humanos, por así decirlo,
y desarrollando a cada uno separadamente, a fin de que lleguen a ser materiales
apropiados para la construcción de una Humanidad divina. Solamente este punto
ha alcanzado hasta ahora la especie humana, y en él está aún trabajando.
Si nos fijamos en una exigua minoría de nuestra raza, veremos cómo está
despuntando en ella el segundo aspecto del Espíritu divino del hombre, al cual
se refiere el Cristianismo al hablar del Cristo en el hombre. Su evolución se
verifica, como hemos visto, después de la primera de las Grandes Iniciaciones,
por lo que la Sabiduría y el Amor son los distintivos del Iniciado, los cuales
brillan más y más, conforme se va desarrollando este aspecto del Espíritu. Entonces
se hace cierto una vez más que "nadie viene al Padre sino por Mí",
pues sólo cuando la vida del Hijo está tocando a su plenitud
puede El rogar: "Ahora, pues. Padre glorifícame Tú cerca de ti mismo,
con aquella gloria que tuve cerca de Ti antes que el mundo fuese" (36). Y
sube el Hijo al Padre, y se hace uno con El en la gloria divina; y manifiesta su existencia propia, la
existencia inherente a su naturaleza divina, desarrollada desde la semilla a la
flor, porque "como el Padre tiene vida en Sí mismo, así dio también al
Hijo que tuviese vida en Sí mismo" (37). El se convierte en Centro vivo de
conciencia en la Vida de Dios, Centro capaz de existir como tal, no sujeto ya a
las limitaciones de su existencia primitiva, ensanchándose en conciencia divina,
mientras conserva fija la identidad de su vida, como Centro vivo de fuego
dentro de la Llama divina.
En tal evolución entra la posibilidad de Encarnaciones divinas en el
porvenir, del mismo modo que una evolución idéntica en el pasado hizo posibles
las divinas Encarnaciones en nuestro propio mundo. Estos Centros vivos no
pierden Su identidad ni la memoria de su pasado, ni cosa alguna de lo que han
experimentado en su larga subida; y tales Seres, conscientes de Sí mismos,
pueden surgir del Seno del Padre y revelarse para ayuda de la humanidad. Han
conservado en Sí la unión del Espíritu y la Materia, dualidad de la Segunda
Persona, por lo que las Encarnaciones divinas de todas las religiones están
relacionadas con la Segunda Persona de la Trinidad; de aquí que puedan con
facilidad volver a revestir para la manifestación física, y hacerse hombres de
nuevo. Han conservado esta naturaleza de Mediadores, constituyéndose así en
eslabón entre la Trinidad celeste y la terrestre; “Dios con nosotros”, (38) han
sido siempre llamados.
Estos Seres, frutos gloriosos de anteriores universos, pueden venir al
mundo actual con las perfecciones de Su Sabiduría y Amor divinos, con la
memoria de Su pasado, capaces, por esta razón, de ser perfectos ayudadores de
todos los seres vivos, pues conocen todos los pasos del progreso, por haberlos
ellos andado, y hábiles para auxiliarlos en cualquier coyuntura, pues las han
pasado todas. "Por cuanto El mismo padeció, al ser tentado, es poderoso
para socorrer también a los que son tentados" (39).
A una humanidad posterior a Ellos corresponde la posibilidad de Su
Encarnación divina.
Ellos descienden, después de haber subido, a fin de ayudar
a otros que suban a su vez.
Conforme entendemos estas verdades y algo del sentido de la Trinidad arriba
y abajo, lo que un tiempo era duro e ininteligible dogma, se convierte en
verdad viva y vivificadora. Sólo por la existencia de la Trinidad en el hombre
se hace inteligible la evolución humana, dejándonos ver cómo se desenvuelve la
vida de la inteligencia y luego la vida del Cristo. En este hecho está fundado
el misticismo y la esperanza cierta de que conoceremos a Dios. Así lo han
enseñado los Sabios. Y a medida que recorremos el Sendero que ellos nos han
mostrado, reconocemos la verdad de su testimonio.
Notas del capítulo 9
(l) Chhándogyopanishat, VI. 11. I.
(2) Deut., VI, 4.
(3) I. Cor. VIII, 6.
(4) Esto es erróneo. En, o Ain, Soph no es un elemento de la Trinidad, sino
la Existencia Una, manifestada en los Tres; ni tampoco es Kadmon, o Adam
Kadmon, uno de los Sephiros, sino el conjunto de todos.
(5) Citado en
The Great Law, de Williamson, páginas 201, 202.
(6) The History
of Christianity, 1867, págs. 70 y 72, por H. H. Milman.
(7) Asiatic
Researches, I, 285.
(8) Egyptian
Mythology and Egyptian Christology, pág. 14, por S. Sharpe.
(9) Véase The
Great Law, pág. 196, de Williamson.
(10) Lug. cit.,
págs. 208. 209.
(11) San Juan,
I, 3.
(12) Jer. LI, 15.
(13) Véase Antes, págs. 115-116.
(14) Credo de Atanasio.
(15) Apos. IV, 8.
(16) San Lucas, I, 38.
(17) Ibid,35.
(18) Libro de la Sabiduría, VIII, I.
(19) Vol. IV. Biblioteca Ante-Nicena. San Clemente de Alejandría. Stromata,
lib. V, cap. II.
(20) Véase Antes, pág. 164.
(21) Véase Antes, págs. 131-132.
(22) Gén. I. 1.
(23) Job.
XXXVIII, 4. Zach. XII, I, etc.
(24) Gén. I, 2.
(25) Gén. I, 2.
(26) Véase
Antes, pág. 164.
(27) Idem, id.
(28) San Juan 1. 3.
(29) Bhagavad Gita, IX, 4.
(30) I. Cor. XV, 27-28.
(31) San Juan, XIV, 6. Véase el alcance más amplio de este texto en la
página siguiente.
(32) Heb. XII, 9.
(33) Núm. XVI, 22.
(34) Gén. I, 26.
(35) San Mateo, V, 48.
(36) San Juan, XVII, 5.
(37) San Juan, V, 26.
(38) San Mateo, I, 23.
(39) Heb., II, 18.
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