jueves, 18 de abril de 2019

CRISTIANISMO ESOTÉRICO - LA PLEGARIA




Gran oposición muestra el llamado "espíritu moderno" a la plegaria, pues no alcanza a ver la relación de causa y efecto entre la emisión de una súplica y la realización de un suceso. 
Mientras tanto, tan apegado a ella se mantiene el espíritu religioso, que en la plegaria funda su misma vida. Sin embargo, aun las personas religiosas sienten a veces ciertas dudas sobre si debe considerarse la plegaria cosa racional.

¡Cómo! -piensan- ¿ha de darse lecciones al QUE TODO LO SABE? ¿Ha de instarse beneficencia del QUE ES TODO BONDAD? ¿Ha de alterarse la voluntad de AQUEL en quien "no hay mudanza, ni sombra de variación"? (2). A pesar de esto, "saben, por experiencia propia y ajena, que hay plegarias con respuesta"; resultas definidas de una súplica, realización de lo pedido.
Muchas de ellas no están relacionadas con experiencias del género subjetivo, sino con hechos reales del que se llama mundo objetivo. Un hombre hace plegarías por dinero, y el correo le trae la cantidad requerida; una mujer dirige sus súplicas por alimento, y el alimento llama a su puerta. En la historia de las asociaciones de caridad hay multitud de casos de necesidades apremiantes en que el remedio ha acudido inmediatamente a las oraciones en que se pedía auxilio. Mas, por otra parte, hay multitud de ejemplos en que los ruegos han quedado sin contestación: hambrientos que han desfallecido hasta morir, madres a quienes una enfermedad ha arrancado a sus hijos de los brazos, a despecho de los más apasionados llamamientos a la bondad divina. Un estudio serio de la plegaria debe tener en cuenta todos estos hechos.

Y aún hay más. Muchos casos se ofrecen en la materia que extrañan y confunden. Plegarias hay triviales que encuentran su respuesta, al paso que resultan fallidas otras sobre importantes asuntos; una pena pasajera es aliviada, y mientras tanto, súplicas encaminadas a salvar la existencia puesta en peligro de seres muy amados, se malogran. Imposible parece que el común investigador descubra la ley conforme a la cual la plegaria ha de ser o no provechosa.

Lo primero que se requiere para entender esta ley, es un análisis de la plegaria misma; pues comúnmente se hace uso de esta palabra para expresar actividades diversas de la conciencia, y no es cosa de considerar a las plegarias como si formasen un simple conjunto. Hay plegarias que consisten en demandas de determinadas ventajas mundanas, de satisfacciones de necesidades físicas: suplicaciones de alimento, de vestido, de dinero, empleos, buen suceso en los negocios, cura de enfermedades. Estas pueden agruparse en una clase que llamaremos A. Vienen luego las plegarias por las que se pide auxilio en las dificultades de un orden moral o intelectual, o por las que se requiere ayuda para el desarrollo espiritual: ruegos dirigidos para dominar las tentaciones, para adquirir fortaleza, visión interna, iluminación. A éstas las agruparemos en la clase B. 

Finalmente, hay plegarias por las que nada se pide, mera concentración en lo Supremo, adoración de la Perfección divina, aspiración intensa a unirse con Dios: el arrobamiento del santo, el éxtasis del místico, la contemplación del sabio. Es ésta la verdadera "comunión entre lo Divino y lo humano", cuando el hombre se espacía en veneración y amor por AQUELLO que es atrayente de suyo, que promueve la efusión del alma. A estas plegarias llamaremos clase C.

Existen en los mundos invisibles Inteligencias de especies múltiples y varias que tienen deudas con la humanidad y son la verdadera escala de Jacob, por donde los ángeles de Dios suben y bajan, sobre la cual se apoya el Señor mismo (3). Algunas de estas Inteligencias son poderosos Seres espirituales; otras son entidades muy limitadas, cuya conciencia es inferior a la humana. Todas las religiones reconocen la realidad de este aspecto oculto de la Naturaleza, del cual trataremos en breve con más extensión (4). Todo el mundo está lleno de seres vivos, invisibles a los ojos de la carne. Nuestro mundo visible está compenetrado por mundos que no se ven, y cuyas muchedumbres de inteligentes moradores nos rodean por todas partes. 

De ellos hay que son accesibles a los ruegos humanos; otros hay que son dúctiles a la imposición de nuestra voluntad. El Cristianismo reconoce la existencia de las clases más elevadas de estos Seres, bajo la denominación general de Ángeles, y enseña que ellos son "espíritus administradores, enviados para ministerio" (5) ; pero lo que se entiende por este ministerio, la naturaleza de su labor, su parentesco con la humanidad, eran asuntos que se trataban en la instrucción recibida en los Ministerios Menores, así como la comunicación efectiva con tales Espíritus se verificaba en los Mayores: verdades todas éstas que en los tiempos modernos han quedado en la penumbra, excepción hecha de lo poco que se enseña en las comuniones Griega y Romana, pues para la Protestante, "el ministerio de los ángeles" es ya casi una frase.

A más de lo dicho, existen otros seres invisibles creados sin cesar por las vibraciones que los pensamientos y deseos humanos ponen en acción sobre la materia sutil de los mundos suprafísicos, con lo que se modelan en esta materia formas que tienen a modo de alma los pensamientos o deseos que les han dado origen, creándose así el hombre un enjambre de servidores invisibles que, ocultos a su vista, discurren, sin embargo, por el espacio, tratando de realizar su voluntad, de la cual se ha derivado la única vida que los anima.

Hay también en esos mundos seres humanos compasivos que trabajan allí en sus cuerpos sutiles durante el reposo de sus cuerpos físicos en el sueño profundo, y cuyo atento oído logra percibir algún angustioso acento en demanda de socorro.
Y finalmente, por remate y coronamiento está la omnipresente y omnisciente Vida Divina que a todo responde poderosa en cualesquiera términos de sus reinos, la Vida de Aquel sin cuyo conocimiento ni un pajarillo cae a tierra (6), ni ser viviente se estremece de pena o de alegría, ni pequeñuelo gime o sonríe: Vida y Amor que todo lo compenetra, todo lo abarca, a todo sostiene, y en quien vivimos y nos movemos y  somos (7). Así como nada de lo que causa placer o dolor, puede tocar el cuerpo humano, sin que al punto los nervios sensores lleven el mensaje del contacto a los centros cerebrales, y de ellos parta a través de los nervios motores la respuesta de bienvenida o de repulsa, del mismo modo toda vibración producida en el Universo, que es el Cuerpo de Dios, llega a Su Conciencia y de ella arranca una acción por respuesta.

Células nerviosas, hilos nerviosos, fibras musculares pueden ser agentes del sentir y del moverse; pero el hombre es quien siente y obra. Así pueden ser agentes miríadas de Inteligencias, pero es Dios quien conoce y responde. Nada puede haber tan pequeño que deje de afectar a Su delicada Conciencia omnipresente; nada puede haber tan vasto que la trascienda. Tan estrecha es nuestra limitación, que la sola idea de una conciencia que todo lo abarca, nos pone confusos y perturba; tal quedaría el mosquito, si por acaso pudiese aventurarse a medir la conciencia de Pitágoras. 

El profesor Huxley ha consignado en notable pasaje la posibilidad de que existan seres cuya inteligencia, subiendo más y más alto, cuya conciencia, ensanchándose sin cesar, alcance un nivel tan elevado por encima de la del hombre, como la del hombre lo está por encima de la del escarabajo (8). No es esto un vuelo de la imaginación científica, sino descripción de un hecho. Hay un Ser del cual la conciencia, presente en todos los puntos de Su universo, puede ser, por ende, afectada desde cualquiera de ellos. Conciencia es esta, no sólo inmensa por el campo que abarca, sino inconcebiblemente aguda además; pues al extenderse en todas direcciones de su vasta área, no merma su delicada capacidad para dar respuestas; es más sensible a la interrogación, más exacta en hacerse cargo que las conciencias más restringidas y limitadas. No es cierto que mientras más excelso sea el Ser, sea más difícil llegar a Su conciencia, sino al contrario: mientras más elevado esté el Ser, será su conciencia más fácilmente afectada.


Ahora bien: esta Vida, inmanente en todo, se sirve de las vidas a que ha dado origen, como medios de comunicación en el extenso Cosmos, pudiendo así cualquiera de ellas ser utilizada como ministro de Su Voluntad omniconsciente. Para que esta Voluntad se manifieste en el mundo externo, se hace preciso un medio de expresión; y ofreciéndole aquellas vidas en proporción a su receptividad, se convierten en obreros intermediarios entre dos puntos del universo, sean cuales fuesen.
Ellas funcionan como los nervios motores de Su cuerpo, llevando a cabo la acción requerida. Pasemos ya revista a las diversas clases en que hemos dividido las plegarias, y veamos las distintas maneras en que pueden obtener respuesta.

Cuando se hace una plegaria de la clase A, puede ser contestada de varios modos. Supongamos un hombre de natural sencillo, que tenga de Dios un concepto también sencillo, según es la etapa de la evolución en que se encuentra. Considera a Dios como su providencia, en contacto inmediato con sus necesidades diarias y, por tanto, se dirige a El en busca de su ración cotidiana con la misma naturalidad que un niño se dirige a su madre pidiéndole pan. Ejemplo típico de esto es el caso de Jorge Müller, de Bristol, antes de que fuese conocido como filántropo, cuando comenzaba su empresa caritativa, y no tenía amigos ni dinero. Oraba en demanda de alimento para las infelices criaturas que de todo, excepto de su liberalidad, estaban desprovistas, y siempre obtenía dinero suficiente para las necesidades más apremiantes. Pero ¿qué es lo que sucedía? Su plegaria consistía en un deseo potente que creaba una forma cuya vida y energía directora era el deseo mismo. Esta entidad viva y vibradora tenía una sola idea: la idea que le servía de alma; hace falta ayuda, hace falta alimento; y en condiciones tales, se lanzaba al espacio, persiguiendo su fin. Había en alguna parte un hombre caritativo que deseaba socorrer la miseria, y que andaba en busca de ocasiones oportunas para ello. Como el imán al hierro era este individuo para la forma de deseo: la atraía. Ella transmitía al cerebro del tal sus propias vibraciones: Jorge Müller, sus huerfanitos, sus necesidades; y entonces aquél encontraba salida para sus impulsos caritativos; sacaba un cheque y lo enviaba. Natural es que Jorge Müller dijese que a este individuo te había tocado Dios en el corazón para que diese el socorro que se necesitaba. Esto es cierto en el sentido más profundo de la palabra, pues no hay vida ni energía en el Universo que no vengan de Dios; mas la agencia mediadora, conforme a las leyes divinas, era la forma de deseo creada por el suplicante,

El mismo resultado podría obtenerse, sin oración alguna, por la persona que, conociendo el mecanismo correspondiente y su modo de funcionar, ponga su voluntad deliberada en el asunto. Para ello pensaría con toda claridad en lo que necesitaba, se atraería después la clase de materia sutil más adecuada a su propósito, con el fin de revestir con ella su pensamiento, y mediante un impulso deliberado de su voluntad, lanzaría esta forma hacia un individuo determinado a quien deseara hacer presente su necesidad; y en el caso de no fijarse en ninguno, la haría recorrer su vecindad para que fuese atraída por alguien que estuviese predispuesto a prestar ayuda al menesteroso. En esto no hay plegaria; sólo hay un ejercicio consciente de la voluntad y del conocimiento.

La mayor parte de las gentes, que ignoran las fuerzas de los mundos invisibles, y no predispuestos a ejercitar la voluntad, logran más fácilmente la concentración del pensamiento y la vehemencia del deseo indispensable para un resultado fructuoso, elevando una plegaria que no haciendo un deliberado esfuerzo mental para hacer actuar su propia energía, pues quizás desconfíen de sus propios poderes, aun habiéndose hecho cargo de la teoría, y la duda es fatal siempre que se trata de ejercitar la voluntad. El que la persona que ora, desconozca por completo el mecanismo que pone en movimiento, no afecta en lo más mínimo el resultado. El niño que, extendiendo el brazo, ase un objeto cualquiera, no necesita entender cómo funcionan sus músculos, ni saber los cambios químicos y eléctricos verificados con el movimiento de aquellos y de los nervios, ni necesita tampoco calcular la distancia a que el objeto se halla, midiendo el ángulo formado por los ejes ópticos; quiere coger el objeto que desea, y el aparato de su cuerpo obedece a su voluntad, aunque desconoce la existencia del uno y de la otra. Así el hombre que ruega, aun ignorando la fuerza creadora de su pensamiento, construye una entidad viva, y la envía a realizar su mandamiento. Obra tan inconscientemente como el niño, y como el niño coge lo que desea. En ambos casos es Dios el Agente primario, pues todo poder de El emana; en ambos casos también la obra efectiva ha sido hechura del aparato proveído por Sus leyes.

Mas no es éste el único camino por donde pueden recibir contestación las plegarias de esta clase. 
La voz del que pide auxilio, puede ser oída por alguno que, estando fuera de su cuerpo físico temporalmente, se dedique a trabajar en los mundos invisibles; puede asimismo ser oída por un Ángel que pase cerca del que dirige la súplica; y entonces uno u otro, movido de compasión, se apresura a inspirar el pensamiento de enviar la ayuda requerida a alguna persona caritativa. Tal persona diría: "La idea de que Fulano está necesitado, me ha ocurrido de improviso esta mañana; paréceme que le vendría bien recibir algún dinero." Y muchas plegarias reciben su respuesta de este modo, constituyéndose alguna Inteligencia invisible como medianera entre la necesidad y su satisfacción.
Parte es ésta del ministerio de los Ángeles inferiores, quienes acuden tanto al socorro de las necesidades personales, como prestan su cooperación en las empresas caritativas.
El fracaso de estas plegarias se debe a otra causa oculta.

Todo hombre ha contraído deudas que es forzoso que pague. Sus pensamientos torcidos, sus deseos perversos, sus acciones injustas han levantado obstáculos en su camino, que a veces hasta le cercan por todas partes como las murallas de una prisión. La deuda de los males hechos ha de ser amortizada por medio de sus propios sufrimientos; el hombre tiene que experimentar las consecuencias de sus entuertos. En vano elevará vehementes súplicas si está condenado a morir de hambre por sus maldades de otros tiempos; la forma de deseo que crea con sus intensas oraciones, buscará una y otra vez almas piadosas, sin jamás encontrarlas, pues tropezará con corrientes determinadas por sus pasadas fechorías, que la desviarán de su ruta, sin dejarla tocar al término de su destino. En esto, como en todo, hemos de reconocer que vivimos en los dominios de la Ley. Las fuerzas pueden ser modificadas o neutralizadas del todo por otras fuerzas que con ellas se pongan en contacto. Si de dos bolas exactamente iguales, impulsadas respectivamente por dos fuerzas también iguales entre sí, la una no es afectada en su camino por ninguna fuerza distinta, mientras la otra recibe el choque lateral de una nueva fuerza, es indudable que la primera llegará al término deseado, en tanto que la segunda se saldrá fuera de su curso primitivo. Así sucede con dos plegarias iguales: la una puede seguir su rumbo sin oposición alguna y alcanzar su objeto, al paso que la otra puede ser herida de costado por la fuerza más poderosa de un pasado de iniquidades. Una plegaria es contestada, la otra no. En ambos casos, sin embargo, el resultado es obra de la Ley.

Consideremos ahora la clase B. Las plegarias elevadas para pedir ayuda en las dificultades morales e intelectuales tienen un doble resultado: obran directamente para obtener la ayuda, y reaccionan además sobre la persona que ruega. Atraen la atención de los Ángeles y de los discípulos que trabajan fuera de sus cuerpos físicos, y que andan siempre en busca de mentes desoladas a quienes prestar auxilio. En consecuencia, imprimen consejos en la conciencia cerebral, le dan alientos, y la iluminan, siendo ésta la respuesta más directa a la plegaria.

"Y El se apartó. . . y puesto de rodillas oró. . . y se le apareció un ángel del cielo, confortándole" (9). Se sugiere ideas que esclarecen una dificultad intelectual, se arroja luz sobre un oscuro problema moral, se vierte dulce consuelo en el corazón apenado, suavizando su consternación y calmando sus ansias.

Y si ningún ángel cruzase el espacio, el grito de angustia llegaría al "Secreto Corazón de los cielos", desde donde sería enviado un mensajero a mitigar la pena, a infundir ánimos: algún ser celestial, siempre dispuesto a volar al socorro del afligido, portador de la voluntad divina para prestar auxilio.
También acontece lo que alguna vez se llama respuesta subjetiva a esta clase de plegarias: la reacción de la súplica sobre el que la hace. La plegaria coloca al corazón ya la mente en una actitud receptiva, que acalla la naturaleza inferior, permitiendo que la fuerza y el poder iluminador de la más alta penetre en ellos sin obstáculos. Las corrientes normales de energía que fluyen del Hombre Interno, son, por lo general, encaminadas al mundo externo, y aprovechadas por la conciencia cerebral en el funcionamiento de su actividad para la realización de los asuntos ordinarios de la vida. Pero cuando esta conciencia cerebral abandona el mundo exterior. Y cerrando todas las puertas que a él se abren, fija su atención en el interior, cuando se abstrae de lo externo y se concentra en lo interno, se convierte en vaso capaz de recibir y retener, en vez de mero tubo de desagüe entre aquellos dos mundos. En el silencio que sucede a la cesación de los ruidos y tumultos de las actividades físicas, puede hacerse oír la "callada vocecita" del Espíritu, y la mente, en su atención reconcentrada, es capaz de percibir el suave murmullo del Yo Intimo.

Más notoria es la entrega de la ayuda, tanto de la parte externa como de la interna, cuando por la plegaria se demanda luz y crecimiento espiritual. No sólo hay deseo por parte de los auxiliadores angélicos y humanos de favorecer todo progreso espiritual, para lo cual aprovechan cuantas oportunidades puedan ofrecerles las almas que aspiran a lo alto, sino que además por el anhelo de tal crecimiento se emite energía de una especie elevada, que recaba para las aspiraciones espirituales una moción correspondiente en el reino del Espíritu. Una vez más se confirma la Ley de las vibraciones simpáticas: la nota de las altas aspiraciones hace sonar su nota similar por la liberación de energía de su misma especie, por la vibración sincrónica.

La Vida divina desde arriba ejerce presión continua sobre los límites que la cercan, y cuando la fuerza dirigida desde abajo hacia lo alto, choca en esos límites, el muro divisorio queda roto, y la Vida divina inunda el Alma. El hombre que siente la invasión de esta oleada espiritual, exclama: "Mi plegaria ha obtenido respuesta: Dios ha enviado Su Espíritu a mi corazón," y verdaderamente es así; sólo que rara vez entiende que este Espíritu está siempre tratando de entrar; pero "viniendo a lo que era suyo, los suyos no le recibieron " (10). “'He aquí que estoy a la puerta, y llamo: si alguno oyere mi voz, y abriere la puerta, entraré a él" (11).

El principio general a que se ajustan las plegarias de esta clase, es que, la respuesta de la vida más amplia que está dentro y fuera de nosotros será proporcionada a la postergación de la personalidad ya la intensidad de la aspiración hacia arriba. Somos nosotros mismos los que nos apartamos. Si cesamos en nuestro alejamiento, y nos hacemos uno con lo más grande, veremos cómo fluyen dentro en nosotros luz, vida y fortaleza. Cuando la voluntad separada vuelve la espalda a sus peculiares designios, y se pone a servir los propósitos divinos, la energía divina se vierte en ella. El hombre que nada contra la corriente, adelanta poco, pero el que va a favor de ella, se siente llevado por su fuerza. En todas las regiones de la Naturaleza están obrando las energías divinas; y cuanto hace el hombre lo efectúa sirviéndose de las energías que funcionan en la dirección en que él desea obrar. Sus mayores proezas las lleva a cabo, no por energías propias, sino por la habilidad con que elige y combina las fuerzas que han de ayudar a sus intentos, neutralizando los contrarios o los mismos con las favorables. Fuerzas que nos arremolinarían como a pajas el viento, se convierten en nuestras humildes esclavas si marchamos con ellas. ¿Será, pues, de admirar que las divinas energías se asocien al hombre que en sus plegarias muestra su empeño de cooperar en la labor Divina?

Esta forma más elevada de la plegaria de la clase B es un paso casi imperceptible dentro de la clase C, donde ya la plegaria pierde su carácter de petición, y se convierte en meditación o adoración de Dios. Meditación es la firme y reposada fijación de la mente en Dios, con lo cual la mente inferior se sosiega, y permanece en tal quietud, que el Espíritu puede escapar de ella, y elevarse a la contemplación de la Divinidad, para reflejar en sí mismo la divina Imagen. "La meditación es plegaria muda o no pronunciada, o como dijo Platón: "el fervoroso tornarse del Alma hacia lo Divino, no en demanda de algún bien particular (como en la común plegaria), sino en consideración del bien mismo, del Bien Supremo Universal" (12).

Tal plegaria, porque liberta al Espíritu, es el medio adecuado del hombre para unirse a Dios. Por la acción ineludible de las leyes del pensamiento, el hombre se convierte en aquello que piensa; así, pues, si medita sobre las perfecciones divinas, reproduce gradualmente e, sí mismo aquello en que su mente está fija. Esta mente, modelada conforme a lo más alto y no a lo más bajo, no puede ya contener al Espíritu, que al verse libre, se eleva a su origen. La plegaria se ha convertido en unión; la separación se ha dejado atrás.

La adoración ferviente, ajena a toda idea de súplica, e inspirada sólo en el puro amor de lo Perfecto, que vagamente se vislumbra, es también medio eficaz de unirse a Dios, y el más sencillo, por cierto. Durante ella la conciencia, desde la estrechez de los órganos cerebrales, contempla en mudo éxtasis la imagen que se forma de Aquel que es superior a todo poder imaginativo; y es caso frecuente el de individuos que, arrebatados por la intensidad de su amor más allá de los límites del intelecto, se encuentran como espíritus libres en regiones donde, trascendidos aquellos límites, sienten y comprenden mucho más de lo que a su vuelta pueden descubrir por medio de palabras o expresar en forma alguna.

Así ve el Místico en la Visión Beatífica; así reposa el Sabio en las profundidades de la Sabiduría que se escapan al conocimiento; así contempla a Dios el Santo que alcanza la pureza. En esta plegaria el orante se torna luminoso, y cuando desde la montaña en que se verifica tan alta comunión, desciende a las llanuras de la tierra, su rostro resplandece con luz suprema, como una transparencia de la llama que arde en su interior. ¡Feliz aquel cuyos ojos han visto "al Rey en Su gloria"! (13). Ellos recordarán, ellos comprenderán.

Entendida así la plegaria, se hace patente su necesidad, que siempre han sentido todos los cultos religiosos, y también es claro el porqué ha sido tan recomendada su práctica por todos los que se aplican a conocer la vida más elevada. Los que estudian los Misterios Menores, deben hacer plegarias de las comprendidas en la clase B, poniendo además empeño en ascender a la meditación pura ya la adoración de la clase última, y excusando del todo plegarias de la clase inferior. A éstos vendrá bien tener una idea de las enseñanzas de Jámblico sobre el asunto. 

Dice Jámblico que las plegarias "establecen una comunión sagrada e indisoluble con los Dioses", y pasa luego a dar algunos pormenores interesantes acerca de la plegaria, según se la considera en el Ocultismo práctico. "Cosa es esta, por su naturaleza, digna de ser sabida, pues perfecciona la ciencia que atañe a los Dioses. Diré, pues, que la primera especie de plegaria requiere el Recogimiento, que a la par que nos pone en contacto con la divinidad, despierta en nosotros su conocimiento. La segunda especie es lazo de armoniosa Comunión, por cuya virtud se promueven, antes que la energía de lenguaje, los dones que los Dioses comparten con nosotros, y se perfeccionan nuestras obras antes que los conceptos intelectuales.

Es la tercera y más acabada especie, sello de la inefable Unión con las deidades, en quienes la plegaria cifra todo su poder y autoridad, con lo que da al alma descanso en ellas, como en puerto de seguridad inalterable. Pero de estos tres actos, suma de todas las medidas divinas, granjea quien con adoración suplica, no sólo la amistad de los Dioses, sino también tres frutos, y éstos en grado máximo, los cuales son otras tantas manzanas de oro del jardín de las Hespérides. 

El primero se refiere a la iluminación; el segundo a una comunidad de obra; mas con la virtud del tercero se recibe la perfecta plenitud del divino fuego. . . Ninguna operación puede tener buen suceso en la esfera de lo sagrado, como no medie la plegaria. Finalmente, su ejercicio continuo vigoriza el entendimiento, y hace al receptáculo del alma mucho más apto para la comunicación con los Dioses. De igual modo es la llave divina que abre al hombre la puerta del santuario de aquellos; nos habitúa a mirar las espléndidas corrientes de la suprema luz; en corto espacio purifica nuestros más escondidos, senos, y los dispone para el contacto y abrazo indecible de los Dioses, y no cesa hasta dejarnos en la más alta cima. De igual modo, por grados y en silencio, endereza las costumbres del alma, despojándola de toda cosa extraña a una naturaleza divina, y revistiéndola de las perfecciones de los Dioses. Establece asimismo una comunión y amistad indisolubles con la divinidad, alimenta el amor hacia ella, y enardece la parte divina del alma. Lo que en ésta haya de contrario y opuesto, lo redime y purifica; y expulsa todo lo que a la generación propenda y cuantos residuos de mortalidad permanezcan en su espíritu etéreo y luminoso. Da la última mano a la esperanza ya la fe en la recepción de la divina luz; y en resumen, convierte a los que la emplean en domésticos y familiares de los Dioses" (14).

De tal estudio y de tal práctica se deriva un resultado inevitable, tan pronto como el hombre comienza a entender, ya darse cuenta del género de vida humana más amplio que se despliega ante su vista. Echa de ver que con el conocimiento se ha hecho más poderoso, pues se contempla rodeado de fuerzas que es capaz de comprender y manejar; y advierte además que sus poderes aumentan en la proporción que aumenta su sabiduría. Aprende luego que dentro de sí mismo lleva oculta la Divinidad, a la cual nada efímero puede satisfacer, cuyos anhelos sólo puede calmar la unión con lo Uno, con lo perfecto. Gradualmente se despierta en él entonces la voluntad de marchar al unísono con lo Divino, y deja de buscar con vehemencia las mudanzas, y de arrojar, por tanto, nuevas causas sobre la corriente de efectos que constituyen su vida mundana, y que son el producto de aquellas otras causas que en anteriores existencias engendrara. Se reconoce más gerente que dueño, más servidor que amo: no fuente, sino canal; y en consecuencia, procura descubrir los designios divinos para obrar con ellos de consuno.

Cuando un hombre ha llegado a tal punto, está por encima de toda plegaria -salvo la que consiste en meditación y adoración- pues nada tiene que pedir, ni en este mundo ni en otro alguno; y así, permanece sereno, tratando sólo de servir a Dios. Este es el estado de Hijo, donde Su voluntad es una con la del Padre, y donde la sosegada entrega se verifica: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad, Dios mío. Quíselo; y tu ley está en medio de mi corazón" (15). Toda plegaria, entonces, se considera innecesaria; toda petición impertinente. No es posible desear cosa alguna que no esté ya en los propósitos de esta Voluntad, los cuales se traducen en manifestación activa, a medida que los agentes de esa Voluntad se van perfeccionando en la tarea.

ANNIE BESANT


Notas del capítulo 10

(1) Gran parte de este capítulo se publicó antes en otra obra de la misma autora, titulada Same Problems of Life.
(2) Santiago, I, 17.
(3) Gén. XXVIII, 12, 13.
(4) Véase el capítulo XII.
(5) Heb. I, 14.
(6) San Mateo, X, 29.
(7) Hechos, XVII, 28.
(8) T. H. Huxley. Essays on some Controverted Questions, página 36.
(9) San Lucas, XXII. 41, 43
(10) San Juan, I, II.
(11) Apocalipsis, III, 20.
(12) "Clave de la Teosofía", pág. 10, por H. P. Blavatsky.
(13) Isaías, XXXIII, 17.
(14) En los Misterios, sección V, cap. 26.
(15) Salmo XXXIX, 8 y 9. (Vulgata latina). - En el original se cita: Ps. XL, 7, 8. Prayer Book versión.

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