sábado, 20 de abril de 2019

CRISTIANISMO ESOTÉRICO - EL PERDÓN DE LOS PECADOS




"Creo en. . . el perdón de los pecados." "Reconozco un bautismo para remisión de los pecados." Estas palabras pronuncian los fieles de todas las comuniones cristianas, cuando recitan los familiares credos llamados de los Apóstoles y de Nicea. Entre los dichos de Jesús es frecuente éste: "Tus pecados te son perdonados"; y es digno de notarse que tal sentencia es siempre compañera del ejercicio de sus poderes curativos, resultando así simultáneas las liberaciones de las enfermedades física y moral. Directamente mostró en cierta ocasión la cura de un paralítico como señal de que tenía derecho a declarar a un hombre que sus pecados le eran perdonados (1).

También dijo a una mujer: ". . . sus muchos pecados son perdonados porque amó mucho." (2). En el famoso tratado gnóstico, Pistis Sophia, se dice que el verdadero propósito de los Misterios es la remisión de los pecados. "Aunque ellos hayan sido pecadores, aunque hayan vivido en todos los pecados e iniquidades del mundo, si cambian de vida y se arrepienten y hacen la renuncia que acabo de describiros, declaradles los misterios del reino de la luz; no se los ocultéis de modo alguno. Por razón del pecado he traído estos misterios al mundo: para remisión de todos los pecados que ellos han cometido desde el principio. Por esto otra vez os he dicho: "Yo no he venido a llamar al justo." Así, pues, he traído los misterios para que puedan ser remitidos los pecados de los hombres, y ellos llevados al reino de la luz. Porque estos misterios representan el don del misterio primero: el de la destrucción de los pecados e iniquidades de todos los pecadores" (3).

En estos Misterios la remisión del pecado se hace por el bautismo, conforme con el Credo de Nicea. Jesús dice: "Sabed, además que yo puedo declararos de qué tipo es el misterio del bautismo que remite pecados. . . Cuando un hombre recibe los misterios del bautismo, tales misterios vienen a ser poderoso fuego, vehemente en exceso, hábil, el cual consume todos los pecados; penetran aquéllos en el alma ocultamente, y devoran los pecados que la falsificación espiritual ha ingerido en ella." Y después de nuevas explicaciones sobre el procedimiento de la purificación, añade Jesús: "Este es el modo como los misterios del bautismo remiten los pecados y toda iniquidad" (4).
"El perdón de los pecados" aparece, en una forma u otra, en la mayoría de las religiones, si no en todas. Y dondequiera que tal concierto de opiniones se encuentra, podemos concluir con toda seguridad, conforme al principio ya expuesto, que existe en la naturaleza algún hecho que le sirve de fundamento.

La naturaleza humana responde también a esta idea de que los pecados son perdonados. Se ve que el hombre sufre bajo la presión de la conciencia de sus malas obras, y que cuando se descarga de su pasado y se desata el apretado nudo del remordimiento, marcha con alegre corazón y visión clara, que antes obscurecían las tinieblas. Siente algo semejante al quitarse un peso de encima, al removerse de un obstáculo en su camino.

"La sensación del pecado" ha desaparecido, y con ella la pena roedora; y reconoce el advenimiento de la primavera del alma, la palabra de poder que todo la renueva. Entona entonces de corazón un canto de gratitud que sube a lo alto; ha llegado el tiempo del cantar de las aves, de que haya "alegría entre los Ángeles." Este cambio, nada raro por cierto, suele causar sorpresa a la persona que lo experimenta en sí, o que lo advierte en otro; y comienza a preguntarse qué es lo que ha sucedido en realidad, qué es lo que ha producido en la conciencia una mudanza cuyos efectos son tan manifiestos.

Los modernos pensadores, identificados por completo con la idea de que toda clase de fenómenos es producto de leyes invariables, y después de haber estudiado el funcionamiento de estas leyes, repugnan a primera vista cualquier teoría sobre el perdón de los pecados, por considerarla incompatible con aquella verdad fundamental, del mismo modo que los hombres de ciencia, penetrados de la idea de inviolabilidad de la ley, rechazan todo concepto que con ella sea incompatible. Y están en lo cierto los unos y los otros, al construir sobre el cimiento de una ley inalterable, pues la ley no es más que la expresión de la Naturaleza divina, donde no cabe variación ni aun sombra de mudanza. Así, pues, el concepto que adoptemos sobre el perdón de los pecados, no deberá chocar con esta fundamental idea, tan necesaria a las ciencias éticas como a las físicas. "Faltaría la base de todo", si no pudiésemos reposar seguros en el perdurable abrazo de la Buena Ley.

Mas prosiguiendo nuestras investigaciones, nos encontramos sorprendidos con que los Maestros mismos que con más insistencia proclaman el invariable funcionar de la Ley, afirman de modo enfático el perdón de los pecados. En cierta ocasión dice Jesús: "que toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio" (5); y otra vez dice: "Confía, hijo: tus pecados te son perdonados" (6). Asimismo en el Bhagavad Gita se trata constantemente de las ligaduras de la acción: que "el mundo está atacado por la acción" (7), y que el hombre "recobre las características de su cuerpo anterior" (8); y sin embargo, dice en otra parte: "aun el más pecador, si me rinde culto con ánimo reconcentrado, será tenido también en el número de los santos" (9).
Parece, pues, que lo significado en las Sagradas Escrituras del mundo en la frase "el perdón de los pecados" no se consideraba por los más aptos Conocedores de la ley como cosa opuesta al inviolable eslabonamiento de causa y efecto.

Si examinamos aun la más cruda idea que prevalece en nuestros días acerca del perdón de los pecados, echaremos bien de ver que los que creen en ella no entienden que el pecador perdonado haya de escapar en este mundo a las consecuencias de sus malas obras. El borracho, por ejemplo, cuyo pecado ha obtenido perdón por virtud de su arrepentimiento, tiene que sufrir, sin embargo, el temblor de sus nervios, sus malas digestiones y la falta de confianza que sus semejantes le muestran.
Bien consideradas las declaraciones que a tal perdón se refieren, se contraen en último término a las relaciones del pecador I arrepentido con Dios, ya las penalidades que, conforme a las creencias del declarante, habrán de corresponder después de la muerte al pecado no remitido; mas no comprenden en modo alguno la idea de que hayan de eludirse las consecuencias terrenales del mal llevado a cabo. 

La pérdida de la creencia en la reencarnación y de un concepto sólido sobre la continuidad de la vida, así en lo que se refiere a su prosecución en este mundo como en los dos que le son inmediatos (10), ha dado origen a muchas incongruencias y aseveraciones insostenibles, entre las cuales figura la idea terrible y blasfema de los eternos tormentos del alma humana por pecados cometidos en el corto espacio de una sola vida sobre la tierra. Para librarse de esta pesadilla, idearon los teólogos un perdón que relevase al pecador de la tremenda prisión de un infierno perpetuo. Pero jamás se supuso que tal perdón le excusase en este mundo de las consecuencias naturales de sus malas obras, ni tampoco se sostuvo -a excepción de las modernas comunidades protestantes- que quedase exento de dilatados sufrimientos purgatoriales, resultando forzoso el pecado después de la muerte del cuerpo físico. 

La ley seguía su curso así en la tierra como en el purgatorio, y la pena iba tras el pecado, como las ruedas de la carreta tras los bueyes. Solo las torturas eternas -que únicamente en la imaginación nebulosa de los creyentes existían - habrían de eludirse con el perdón de los pecados; no siendo aventurado el presumir que después de haber afirmado los dogmatizadores la existencia de un infierno eterno como resultado monstruoso de errores transitorios, se sintieran compelidos a buscar escapatoria de tan injusto e increíble destino, y, en su consecuencia, afirmaran más adelante la realidad de un perdón increíble e injusto también. Los sistemas elaborados por la especulación humana sin tener en cuenta los hechos de la vida, son abonados para meter al especulador en ciénagas mentales, de donde sólo le es dado salir dando tumbos a través del lodo en una dirección opuesta. Un perdón superfluo sirvió de contrapeso a un superfluo infierno eterno, y de este modo la desequilibrada balanza de la justicia fue repuesta en el fiel. Pero dejemos ya estas aberraciones de inteligencias sin luz, y tornemos a la región de los hechos y de la recta razón.

Cuando el hombre ejecuta una mala obra, él mismo se liga a una aflicción -planta que siempre brota de la semilla del pecado-. Aun es más exacto decir que pecado y aflicción, más que dos sucesos separados, constituyen los dos lados de un acto único. Al modo que todos los objetos tienen dos lados, anverso y reverso, a la vista el uno, y encubierto el otro a nuestra mirada, así también todo acto tiene dos lados que no pueden verse a la vez en el mundo físico. El bien y la felicidad, o el mal y la desdicha, se ven en otros mundos como anversos y reversos correspondientes a los actos.

A esta correlación se llama karma, voz original sánscrita, cuyo uso oportuno se ha extendido mucho; literalmente significa acción, y expresa la conexión o identidad explicadas; de aquí que le llame al sufrimiento resultado kármico de una obra mala. Este resultado, el reverso, no puede seguir inmediatamente, ni aun acaecer siquiera en la misma encarnación, pero más tarde o más temprano tiene que aparecer, estrechando al pecador en su doloroso abrazo. Ahora bien: un resultado en el mundo físico, un efecto experimentado por nuestra conciencia física, es la operación final de una causa puesta en acción en el pasado; es el fruto llegado a madurez; en él una fuerza particular se manifiesta y se extingue. Esta fuerza ha venido obrando hacia fuera, y antes que aparezca en el cuerpo, han desaparecido de la mente sus efectos. Su manifestación corporal, su aparición en el mundo físico, señala el término de su carrera (11). 

Si en tal momento, cuando el karma del pecado se ha agotado, se encontrase el pecador, por una circunstancia cualquiera, en presencia de uno de esos sabios que ven en el pasado como en el presente, que ven lo que para otros es invisible, lo mismo que lo que les es visible, podría suceder que, al distinguir semejante Ser el final de determinado karma, al percibir que la sentencia se halla cumplida, declare al cautivo en libertad. Ejemplo de este evento, y típico por cierto, es el caso del paralítico, antes aludido. Una dolencia física es la última expresión de pasado entuerto; el proceso mental y moral ha llegado ya a su término; alguna entidad celestial, ejerciendo sus funciones como ministro de la ley, induce al paciente a colocarse al paso de uno de aquellos Seres que son capaces de sanar enfermedades físicas mediante la aplicación de una energía superior. El Iniciado declara primero que los pecados de aquel hombre están perdonados, y luego, para justificar lo profundo de su vista interna, pronuncia las autoritarias palabras: "Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa." De no haberse encontrado allí un Ser de luz tan supremo, la enfermedad habría desaparecido al toque restaurador de la naturaleza, con la aplicación de la fuerza adecuada por Inteligencias angélicas invisibles que tienen el cargo de las operaciones de la ley kármica en el mundo. Pero cuando el Uno superior es quien actúa, esta fuerza adquiere mayor y más rápida eficacia; pues instantáneamente pone a las vibraciones físicas en el tono propio de la armonía que constituye el estado de salud. Tales perdones de pecados pueden llamarse declaratorios: el karma está agotado, y uno que lo conoce declara el hecho. La declaración alboroza el ánimo al modo que la orden de libertad al prisionero, orden que es tanta parte de la ley como la sentencia condenatoria; pero entre uno y otro alborozo hay esta diferencia: que el del hombre que así es notificado de la extinción de su mal karma, es más intenso, por no ver de antemano el punto en que su acción se remata.

Es de advertir que estas declaraciones de perdón van siempre unidas a la manifestación de que el paciente tuvo "fe", sin lo cual nada hubiera podido hacerse; esto significa qué el verdadero agente en la terminación del karma es el pecador mismo. En el caso de la "mujer que había sido pecadora", las dos declaraciones son conjuntas: "Los pecados te son perdonados. . . Tu fe te ha salvado: ve en paz" (12). Es esa fe el surgir en el hombre de su propia esencia divina que va en busca del divino océano de su esencia similar; y cuando sale de la naturaleza inferior que la detiene, como brota el agua de la tierra rompiendo por las capas que estorban su salida, el poder, así liberado, ejerce su acción sobre la naturaleza toda, poniéndola en armonía consigo mismo. El hombre del poder no llega a tener conciencia de él, hasta tanto que su fuerza quiebra la corteza kármica del mal; y esta alegría conciencia de un poder dentro de sí que le era desconocido, y que se le ha manifestado tan pronto como el mal karma se ha extinguido, es la parte principal en el regocijo, consuelo y nuevos ánimos que siguen al sentimiento de que el pecado está "perdonado", de que sus resultas se han desvanecido.

Y esto nos lleva al corazón mismo del asunto, o sea a tratar de los cambios que se verifican en la naturaleza íntima del hombre, desconocidos para aquella parte de la conciencia que actúa dentro de los límites del cerebro, hasta que de improviso se afirman a sí mismos dentro de esos límites, sin que, en la apariencia, vengan de parte alguna, como caídos "de las nubes", de procedencia ignorada. ¿Qué maravilla, pues, que el hombre, confundido por su aparición repentina, ignorante de los misterios de su propia naturaleza y "del Dios interno", que es realmente él mismo, se imagine que procede del exterior lo que de hecho procede del interior, e inconsciente de su Divinidad propia, piense sólo en las Divinidades que le son exteriores? y este error es tanto más posible cuanto que el toque final, la vibración que rompe la aprisionante corteza, es a menudo obra de la Divinidad que mora en otro hombre o en algún ser sobrehumano, la que responde al insistente grito de la Divinidad que está dentro de él mismo; con frecuencia reconoce la fraternal ayuda, pero no sabe que fue él quien la promovió: la voz de socorro lanzada por su naturaleza íntima. 

Así como la explicación de un individuo más sabio que nosotros puede aclarar a nuestra mente una dificultad intelectual, y sin embargo, es nuestra mente misma la que con tal ayuda encuentra la solución; así como la voz animadora de una persona más pura que nosotros puede avivarnos para realizar un esfuerzo moral que acaso considerábamos fuera de nuestro alcance, y no obstante, es nuestro poder propio quien lo efectúa, así también un Espíritu superior al nuestro, un Ser más consciente de su Divinidad, nos ayuda a poner en acción nuestra propia energía divina, pero, en realidad, es el funcionamiento de esta misma energía quien nos levanta a una esfera más elevada. Todos vivimos ligados por un encadenamiento de fraternales auxilios que de igual modo nos enlaza a los que nos están por encima que a los que nos están por debajo. ¿Por qué, pues, si nos juzgamos capaces de ayudar en su desarrollo a seres más atrasados, hemos de dudar de la posibilidad de que recibamos ayuda semejante de otros más adelantados, y de que con tal auxilio sean más rápidos nuestros progresos?

Ahora bien; entre los cambios que, encubiertos a la conciencia inferior del hombre, se realizan en su íntimo ser, háyanse los relativos al funcionamiento de su voluntad. El Ego contempla su pasado, y al efectuar el balance de sus resultados, afligido bajo el peso de sus equivocaciones, se resuelve a cambiar de actitud, a hacer mudanza en su modo de obrar. Mientras su vehículo inferior sigue sometido a sus antiguos impulsos, entregado a actividades que le llevan a fieras colisiones con la ley, el Ego hace determinación de encaminar su conducta en dirección opuesta. Hasta entonces había mirado con la vehemencia del deseo a lo animal: los placeres del bajo mundo le tenían encadroado; de hoy en adelante les vuelve la espalda, y da la cara a la verdadera meta de la evolución: se decide a trabajar por más elevados goces. Ve que el universo entero está evolucionando, y que si se coloca en contra de tan formidable corriente, será arrojado a la orilla con gran quebranto suyo; mientras que si sigue su curso, ella misma lo empujará hacia adelante, envuelto en su seno, hasta ponerlo en la deseada tierra.

Se resuelve, pues, a cambiar de vida, vuelve decididamente sobre sus pasos, torna el rostro a otro camino. Gran perturbación y angustia grande son el resultado inmediato de esfuerzos espasmódicos por el mejoramiento; más frustrados por nuevo rumbo. Los hábitos contraídos a influjo de las antiguas miras, resisten tenazmente los impulsos que de las nuevas proceden, y un amargo conflicto se produce en consecuencia. Paulatinamente va aceptando la conciencia que obra en el cerebro, los propósitos formados en los planos superiores, y entonces, mediante el reconocimiento de la ley que aquéllos implican, se da cuenta del pecado." El sentimiento del error crece, el remordimiento hace presa en el alma; síganse esfuerzos espasmódicos por el mejoramiento; más frustrados por las costumbres viejas, decaen repetidas veces, hasta que el hombre, abrumado bajo el peso del dolor por el pasado y de la desesperación por el presente, se siente sumergir en una oscuridad de la cual no percibe la salida. El sufrimiento, siempre creciente, arranca, al fin, al Ego un grito de socorro, que es contestado desde las profundidades de su propia naturaleza por el Dios que está así dentro como alrededor de él: la vida de su misma vida. y con esta ocasión vuelve la espalda a la naturaleza inferior que le estorba, y mira a la superior que es su íntimo ser; abandona el yo separado que le da tormento, y se dirige al Yo Uno que es el corazón de todo.

Este cambio de frente significa que ha vuelto la cara de las tinieblas a la luz. La luz estuvo allí siempre, pero él le daba la espalda; ahora mira al sol, cuya irradiación alegra su vista y colma de deleite todo su ser. Su corazón estaba cerrado; ahora está de par en par abierto, y el océano de vida lo invade con sus risueñas olas que llevan envueltas delicias  que ofrecerle. Elevándole van por grados oleada tras oleada  de la nueva vida, en tanto que experimenta el regocijo del  alba. Como pasado contempla ya a su pasado, pues tiene  puesta su voluntad en más alto sendero, y se cura poco de los  sufrimientos que ha heredado de aquél, en la seguridad de que  no ha de transmitir la amarga herencia a su futuro. Este sentimiento de paz, de alegría y de libertad, es el que se indica como resultado del perdón de los pecados. Han sido removidos los obstáculos que entre Dios en lo interno y el Dios en  lo externo había atravesado la naturaleza inferior; ella, sin  embargo, reconoce con dificultad que el cambio se ha verificado en ella misma, no en el Alma superior. Como  un niño que de cara a la pared, después de haber rechazado la guiadora  mano de su madre, puede creerse solo y abandonado, hasta  que, volviéndose con un grito, se encuentra rodeado de los brazos maternos, que nunca estuvieron más de un palmo de él distanciados, así es el hombre que, rechazando, obstinado, el amante abrazo de la divina Madre de los mundos, encuentra al fin, tornando el rostro, que jamás estuvo fuera de su sombra protectora, y que dondequiera que haya podido vagar, su guardián amor le ha seguido siempre amparando.

La clave de este cambio constitutivo del "perdón", está consignada en el verso del Bhagavad-Gítá  ya en parte citado: "Aun el más pecador, si me rinde culto con ánimo reconcentrado, será tenido también en el número de los santos, pues él ha resuelto derechamente." A esta derecha resolución se sigue un resultado inevitable: "Rápidamente se convierte en cumplidor del deber y vive en paz" (13) .Tan pronto como se hace el cambio, tan pronto como el Ego pone su voluntad separada al unísono con la voluntad que trabaja por la evolución, el hombre "es contado entre los santos" en el mundo donde querer es hacer, en el mundo donde se ven los efectos presentes en sus causas. En los planos inferiores se seguirán inevitablemente los efectos; "rápidamente se convertirá en cumplidor del deber" de hecho, el que ya se ha convertido en cumplidor del deber en la voluntad. Nosotros juzgamos aquí abajo por las acciones, hojas muertas del pasado; allá arriba se juzga por las voliciones, semillas germinadoras del futuro. Por eso el Cristo decía siempre a los moradores del bajo mundo: "No juzguéis" (l4).

Aun después de adoptada definitivamente la nueva dirección y de constituida en hábito normal de la vida, sobrevienen tiempos de caídas, a los cuales hace alusión el Pitis Sophia en la pregunta dirigida a Jesús, sobre si puede ser admitido de nuevo en los Misterios el hombre que, habiéndolos abandonado, vuelve otra vez arrepentido. La respuesta de Jesús fue afirmativa, pero declara que tal vez puede acontecer que una nueva admisión está fuera del alcance de todo poder que no sea el del más elevado Misterio, el cual perdona siempre. "Amén, amén, os digo que cualquiera que reciba los misterios del primer misterio y luego se vuelve atrás y claudica aunque sea dos veces, y otras tantas vuelve a arrepentirse, ofreciendo su plegaria en el misterio del misterio primero, este tal debe ser perdonado. Mas si claudica después de la duodécima vez, si se vuelve atrás y claudica de nuevo, nunca deberá hacérsele remisión para que pueda tornar a su misterio, sea éste cual fuere. El no tiene medio de arrepentirse, a menos que haya recibido los misterios del inefable que en todos tiempos siente compasión, y por siempre jamás perdona los pecados" (15).

Tales restauraciones subsiguientes a fracasos, las cuales llevan consigo "la remisión del pecado", acontecen en la vida humana, especialmente en las etapas más adelantadas de la evolución. Si a un hombre se ofrecen oportunidades, que, aprovechadas, han de proporcionarle nuevos medios de crecimiento, y las deja escapar, queda fuera de la posición que había ganado y que habían hecho posibles esas nuevas coyunturas de mayor avance. Por lo pronto, el camino de ulteriores progresos le queda interceptado; se ve reducido a poner todo su esfuerzo en recorrer fatigosamente el camino ya andado, y en conquistar de nuevo la posición perdida, afirmando en ella sus pies, y solamente cuando haya realizado esto, oirá la voz gentil que le dice que el pasado se ha gastado ya, que la debilidad se ha vuelto fortaleza y que la puerta está abierta de nuevo para que pase. En esto es el "perdón", una vez más, La declaración tan sólo del estado real de las cosas, hecha por una voz autorizada: la apertura de la puerta al competente, su clausura al incompetente. 

Para el que ha caído y ha experimentado los consiguientes sufrimientos, esta declaración sonará a "bautismo para remisión de pecados", que vuelve a admitir al aspirante el goce de un privilegio por culpa propia perdido, y de cierto suscitará en él sentimientos de paz y de alegría, consuelos por el relevo de la carga del dolor, barruntos de haber sacudido de sus pies el lodo del pasado. Una cosa hay segura que jamás debe ponerse en olvido: vivimos en un océano de luz, de amor y de dicha que en todo momento nos circunda -la Vida de Dios. Como el sol invade la tierra con su radiación, así esta Vida lo ilumina todo; mas este Sol del mundo nunca deja de iluminar parte alguna de él. Nosotros interceptamos su luz a nuestra conciencia con el egoísmo, el desamor, la impureza, la intolerancia; pero él nos alumbra siempre lo mismo, bañándose a través del muro por nosotros levantado. Cuando el alma derriba el obstáculo, fluye la luz dentro de ella, anegándola en sus resplandores, y dándole a respirar el venturoso ambiente de los cielos. "Pues el Hijo del hombre está en los cielos", aunque no lo conozca, y sus brisas aventarán sus sienes, sólo con que las exponga al  curso de su soplo. Dios respeta siempre la individualidad del hombre, no queriendo entrar en su conciencia hasta tanto que esté dispuesta a darle la bienvenida: "He aquí que estoy a la puerta y llamo" (16) es la actitud de toda Inteligencia espiritual hacia el alma humana en evolución. Este aguardar a que la puerta se abra, no entraña falta de simpatía, sino la sabiduría más profunda.

El hombre no debe ser compelido; ha de permanecer libre.
No es un esclavo sino un Dios en el obrar; su crecimiento no puede ser forzado, sino apetecido. Sólo cuando la voluntad presta su consentimiento -así lo enseñó Giordano Bruno- , influye Dios en el hombre, aunque "está en todas partes, pronto a prestar ayuda a quienquiera que hacia El se torne por acto de su inteligencia, y que sin reservas se presente con voluntad decidida" (17). "La potencia divina, que está entera en cualquier dosis, no se ofrece ni se niega, salvo por asimilación o repulsión de uno mismo" (18). "Se obtiene con la rapidez de la luz solar, sin vacilación; y se hace presente a cualquiera que hacia ella se vuelve ya ella se abre. . . abiertas las ventanas, el sol entre al momento; igual es la que pasa en este caso" (19). La sensación de "perdón" es, pues, el sentimiento que colma el corazón de júbilo cuando la voluntad del hombre concuerda con la divina, cuando el alma abre todas sus ventanas y se siente inundada por la corriente de amor, de luz y de dicha que en ella penetra, cuando la parte se da cuenta de su unidad con el todo y adquiere el convencimiento de que la Vida Una discurre por sus venas. Esta es la noble verdad que vivifica hasta el concepto más rudo del "perdón de los pecados", y que, a despecho de su deficiencia intelectual, lo hace a menudo inspirador de las más puras y espirituales existencias y ésta es también la verdad que en los Misterios Menores se enseña.

ANNIE BESANT


Notas del capítulo 11

(1) San Lucas, V, 18-26.
(2) Ibid, VII, 47.
(3) Traducción de G. R. S. Mead. Lugar citado, libro II, 260-261.
(4) Traducción de G. R. S. Mead. Lugar citado, libro II, Idem.
(5) San Mateo, XII, 36.
(6) Ibid, IX. 2.
(7) Lugar citado, III, 9.
(8) Ibid, VI, 43.
(9) Ibid, IX, 30.
(10) Véase Antes, cap. VIII.
(11) Esta es la razón de la paciencia y dulzura con que soportan sus desdichas las almas puras. Han aprendido la lección del sufrimiento, y se abstienen de engendrar al mal karma de nuevo, como sucedería si se dejasen dominar de la Impaciencia ante el mal karma del pasado que está extinguiéndose.
(12) San Lucas, VII, 48-50.
(13) Lugar citado, IX, 31.
(14) San Mateo, VII, I.
(15) Lugar citado, lib. II, § 305.
(16) Apocalipsis III, 20.
(17) G. Bruno, traducción inglesa de L. Williams. The Heroic
        Enthusiasts,
vol. I, pág. 133.
(18) G. Bruno, traducción inglesa de L. Williams. The Heroic
        Enthusiasts,
vol. II, págs. 27 y 28.
(19)  Ibid, págs. 102 y 103.

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