En el primer capítulo hablamos ya de la identidad de todas las religiones
del mundo, y vimos que el estudio de esta identidad, por lo que se refiere a
creencias, simbolismo, ritos, ceremonias, historias y fiestas conmemorativas,
ha producido una escuela moderna que asigna a todo ello un origen común: la
ignorancia humana, y la explicación primitiva de los fenómenos naturales. De
esta identidad se han sacado armas para herir de muerte a cada religión en
particular; y los ataques más rudos contra el Cristianismo y contra la
existencia histórica de su fundador han partido de este campo. Así es que para
hacer el estudio de la vida de Cristo y de los ritos del Cristianismo, de sus
sacramentos y de sus doctrinas, resultaría fatal la ignorancia de los hechos
tal cual se presentan ordenados por los autores de Mitología Comparada. Bien
comprendidos, pueden ser de provecho más bien que dañosos.
Hemos visto que los Apóstoles y sus sucesores interpretaban el Antiguo
Testamento con la mayor libertad, atribuyéndole un sentido alegórico y místico,
mucho más importante que el histórico, aunque no negasen éste en modo alguno; y
no hacían escrúpulos de enseñar al creyente instruido que algunas de sus
narraciones, históricas al parecer, eran en realidad puramente alegóricas. En
ningún otro caso, quizá, es más necesario hacerse de esta inteligencia, que cuando
se trata del estudio de la historia de Jesús, llamado el Cristo; pues si no
desenredamos los enmarañados hilos, y no vemos dónde han sido tomados los
símbolos como sucesos y las alegorías como historias, perderemos la mayor parte
de la instrucción encerrada en el relato y mucho de su rarísima belleza.
Nunca
insistiremos lo bastante en afirmar que el Cristianismo tiene que ganar y nada
que perder, añadiendo a la fe y a la virtud el conocimiento, conforme lo
ordenaron los Apóstoles (1). Temen los hombres que el Cristianismo se debilite
si se le mira a la luz de la razón, y consideran "peligroso" el
admitir que los sucesos que se han considerado históricos, tienen el alcance
más profundo de un significado mítico o místico. Pero es al contrario, pues se fortalece; y el que así lo estudia, ve con alegría que
la perla de gran valor brilla con una luz más clara y más pura, cuando se la
despoja de la cubierta de ignorancia, y saltan a la vista sus múltiples
matices.
Hay al presente dos escuelas, diametralmente opuestas, que sostienen una
contienda acerca de la historia del gran Maestro hebreo. Según una, los relatos
de su vida sólo contienen mitos y leyendas creados para explicar fenómenos
naturales: restos de un método pintoresco de enseñanza de ciertos hechos de la
Naturaleza, encaminado a imprimir en las mentes incultas determinadas
clasificaciones de acontecimientos naturales, importantes en sí mismos, y que
se prestaban a la educación moral. Forman los que así opinan; una escuela bien
definida, en la que figuran hombres de gran erudición y elevado entendimiento,
en derredor de los cuales se amontona una turba menos instruida, que se
pronuncia con cruda vehemencia, aportando las teorías más destructoras.
A esta escuela se opone la de los cristianos ortodoxos, que sostienen que
la vida entera de Jesús es histórica, sin mezcla de leyendas ni de mitos.
Afirman que se trata de la historia de un hombre que nació hace diecinueve
siglos en Palestina, y que pasó por todas las vicisitudes y acontecimientos
expresados en los Evangelios, sin que la narración tenga otro significado que
el de una vida divina y humana.
Están, pues, las dos escuelas en completo antagonismo, asegurando la una
que todo es leyenda, y declarando la otra que todo es historia. Median entre
ellas pensadores de muchos y diversos matices, que en general son llamados
"librepensadores", los cuales consideran la narración de aquella
vida, legendaria en parte, y en parte histórica, pero no ofrecen método alguno
definido y racional de interpretación, ni alguna explicación adecuada del
complicado conjunto. Y asimismo encontramos dentro de la comunión cristiana un
número considerable y siempre creciente de fieles y devotos creyentes, cuya inteligencia es refinada, su fe ardiente y sus aspiraciones sinceramente
religiosas, y que ven en la narración de los Evangelios algo más que la
historia de un solo y particular Hombre divino.
Al defender su posición, en lo
que se refiere a las escrituras recibidas, declaran que la historia de Cristo
tiene un sentido más profundo y trascendental que el que aparece en la
superficie, y aún sosteniendo el carácter histórico de Jesús, afirman que EL
CRISTO es más que el hombre Jesús, y que tiene un significado místico. En su
apoyo mencionan frases tales como la de San Pablo, donde dice: "Hijitos
míos que vuelvo otra vez a estar de parto de vosotros hasta que Cristo sea
formado en vosotros" (2); y es notorio, en verdad, que en este pasaje no
pudo referirse San Pablo a un Jesús histórico, sino a cierta florescencia del alma
humana, que para él constituía la formación de Cristo en ella. Este mismo
maestro declara también que, aunque había conocido a Cristo según la carne, en
adelante no volvería a conocerle más así (3); con lo que sin duda daba a
entender que, si bien reconocía al Cristo de carne -a Jesús-, había alcanzado,
sin embargo, un punto de vista más alto, desde el cual el Cristo histórico le
aparecía en la penumbra.
Este es el punto de vista tras el que andan muchos en estos nuestros
tiempos; suspensos frente a los hechos puestos en claro por la Mitología
Comparada, perplejos a la vista de las contradicciones contenidas en los
Evangelios y confundidos al reconocer su incapacidad para resolver tales
problemas, mientras permanezcan ligados al mero superficial sentido de las Sagradas
Escrituras, gritan desesperadamente proclamando que la letra mata y que sólo el
espíritu vivifica; y, entretanto, ponen todo su esfuerzo en rastrear algún
significado amplio y profundo en una narración tan antigua como las religiones
del mundo, y centro y vida de cada una de ellas, conforme han ido apareciendo.
Estos asendereados pensadores, demasiadamente indefinidos y desligados entre sí
para que pueda considerárseles formando escuela, tienden una mano a los que
juzgan que todo es leyenda, sugiriéndoles la aceptación de una base histórica;
la otra tienden a sus compañeros cristianos, avisándoles del peligro que
corren, y que aumenta por días, de que se pierda por completo el sentido
espiritual, si continúan apegados a la mera significación literal, indefendible
ya frente a los conocimientos invasores de la edad en que vivimos.
Hay peligro
de que se pierda "la historia del Cristo", juntamente con la idea del
Cristo, que ha sido la inspiradora y ha servido de arrimo, así en Oriente como
en Occidente, a millones de almas nobles, sean cuales fueren los nombres con
que al Cristo se conozca y las formas en que se le adore. Sí, se corre el
riesgo de que la perla de gran precio se escape de nuestras manos, y quede el
hombre por siempre más pobre.
Para desvanecer el peligro, es necesario desenredar los diferentes hilos de
la historia del Cristo y colocarlos uno al lado de otro con la debida
separación: el hilo de la historia, el hilo de la leyenda, el hilo del
misticismo. Los tres fueron torcidos en una sola cuerda, para confusión de los
hombres pensadores; mas, al desenredarlos, nos encontramos con que la narración
se hace más valiosa con el conocimiento que se le añade; y mientras más clara
sea la luz que se arroje sobre ella, tanto mayor será su belleza, como pasa con
todo lo que tiene la verdad por fundamento.
Estudiaremos primero el Cristo histórico, después el Cristo mítico. Y en
tercer lugar el Cristo místico, y veremos que al Jesucristo de las Iglesias lo
forman elementos sacados de todos ellos. Todos entran en la composición de la
grandiosa y patética figura que domina los pensamientos y emociones de la
Cristiandad: el hombre de las amarguras, el Salvador del mundo, el amoroso
Señor del género humano.
EL CRISTO HISTÓRICO O JESÚS
EL SANAOOR y EL MAESTRO
El hilo de la narración histórica de la vida de Jesús puede desenredarse
sin gran dificultad de los demás con que se halla entretejido. Para este
estudio debemos utilizar la ayuda que pueden prestarnos esos anales del pasado
que son capaces de comprobar las personas experimentadas en su averiguación,
anales de los que se han extraído y publicado ciertos detalles relativos al
Maestro hebreo, por H. P. Blavatsky y por otros peritos en la investigación
oculta. Ahora bien; esta palabra "perito", con relación al Ocultismo,
es a propósito para suscitar una recusación en el ánimo de muchos. Sin embargo,
sólo indica una persona que por sus estudios especiales y por su especial
educación, ha acumulado conocimientos especiales también y ha desarrollado
facultades o poderes que le permiten emitir una opinión, fundada en su propio
conocimiento individual sobre el asunto de que se trata.
Así como calificamos a
Huxley de perito en biología, al Mayor Wrangler de perito en matemáticas, y a
Lyell de perito en geología, de igual modo podremos muy bien llamar perito en
Ocultismo al individuo que, por haber primero dominado intelectualmente ciertas
teorías fundamentales de la constitución del hombre y del universo, y por haber
después desarrollado en sí mismo ciertos poderes que están latentes en todos
los hombres -y que pueden desenvolverse por los que se dedican a estudios
apropiados-, adquiere facultades que le ponen de manifiesto los procesos más
obscuros de la Naturaleza. Así como un hombre puede nacer con disposiciones
para las matemáticas, y, ejercitándolas año tras año, puede aumentar
enormemente su aptitud, asimismo puede nacer un hombre con ciertas facultades
que corresponden al Alma, las cuales le es dado desarrollar por medio de la
educación y de la disciplina.
Si después de desarrolladas, las aplica al
estudio del mundo invisible, este individuo llega a ser perito en la Ciencia
Oculta, y puede, a voluntad, pasar revista a los anales a que antes me he
referido. Semejante revista se halla tan fuera del alcance del hombre vulgar,
como lo está un libro escrito con los símbolos de las altas matemáticas,
respecto a los profanos en tales ciencias. Nada hay exclusivo en el
conocimiento, salvo en lo que toda ciencia es exclusiva; los que nacen con una
facultad y la educan, pueden dominar la ciencia que le sea apropiada, al paso
que los que vienen a la vida sin facultad alguna o los que, poseyéndola, no la
desarrollan, tienen que contentarse con permanecer ignorantes. Estas son las
reglas para obtener el conocimiento en todo: lo mismo en Ocultismo que en cualquiera
otra ciencia.
Los anales ocultos, en parte confirman la narración de los Evangelios y en
parte no; nos muestran la vida de Jesús, y de este modo nos facilitan el
separarla de los mitos que con ella están entrelazados.
El niño, cuyo nombre judío se ha transformado en el de Jesús, nació en
Palestina 105 años antes de nuestra Era, siendo cónsules Publio Rutilio Rufo y
Gnae Mallio Máximo.
Sus padres, de linaje distinguido, aunque pobres, le educaron en el
conocimiento de las Escrituras hebreas. Mas su ferviente devoción y su
gravedad, que no emparejaba con sus años, resolvieron a aquéllos a dedicarle a
la vida religiosa y ascética; y como poco después, en una visita que hizo a
Jerusalén, mostrase su extraordinaria inteligencia y su afán de saber, yendo en
busca de los doctores del templo, le enviaron a adquirir la enseñanza de una
comunidad de esenios que habitaba el desierto meridional de Judea. A la edad de
diecinueve años entró en el monasterio esenio situado en las proximidades del
Monte Serbal, instituto muy visitado por los sabios que desde Persia y la India
iban a Egipto, y donde existía una magnífica biblioteca de obras ocultas, indas
muchas de ellas, de las regiones más allá del Himalaya. Desde este lugar de
místico saber, pasó más tarde a Egipto.
Había sido plenamente instruido en las
doctrinas secretas que constituían entre los esenios la verdadera fuente de
vida; y en Egipto fue iniciado como discípulo de esa sublime Logia de donde
salen los Fundadores de todas las grandes religiones, pues Egipto ha seguido
siendo uno de los grandes centros que hay en el mundo, para la guardia de los
Misterios verdaderos de los cuales sólo son débiles y lejanos ref1ejos todos
los Misterios semi-públicos.
Los Misterios historicamente calificados de
egipcios eran sombras de los asuntos de que realmente se trataba "en la
Montaña", y allí fue consagrado el joven hebreo de un modo solemne que le
preparó para el Sacerdocio Regio, a que llegó más tarde. Era su pureza tan
sobrehumana y tan grande su devoción, que en su edad viril, llena de gracia,
aventajaba con mucho a los severos y algún tanto fanáticos ascetas con quienes
se había educado, derramando entre los adustos judíos que le rodeaban, la
fragancia de una sabiduría suave y tierna, corno rosal que plantado por modo
extraño en un desierto, esparciera sus perfumes sobre la estéril llanura. La
majestuosa gracia y hermosura de su nítida pureza formaban en torno suyo
radiante aureola, y sus cortas palabras, dulces y amorosas, despertaban aún en los
más duros temporal gentileza, y en los más rígidos pasajera ternura. Así vivió
veintinueve años de vida mortal, creciendo de gracia en gracia.
Con pureza y devoción tan sobrehumanas, estaba en condiciones para servir
de templo a un Poder más elevado, para ser la morada de una Presencia poderosa.
Había sonado la hora de que se realizase una de las Manifestaciones Divinas que
de tiempo en tiempo vienen en auxilio de la humanidad, cuando -para apresurar
la evolución espiritual se necesita un nuevo impulso, cuando la Aurora de una
nueva civilización va a despuntar. Estaba entonces el mundo occidental en la
matriz del tiempo, a punto de nacer, y estaba la superraza teutónica dispuesta
a empuñar el cetro del imperio que se caía de las manos trémulas de Roma; pero
antes que emprendiese su jornada, debía aparecer un Salvador del Mundo y
colocarse junto a la cuna del Hércules niño y bendecirlo.
Un poderoso "Hijo de Dios" debía encarnar en la tierra, un
Instructor supremo, "lleno de gracia y de verdad" (4), que poseía la
Sabiduría Divina en su más plena medida, que era en realidad "el
Verbo" encarnado, Luz y Vida desbordadas, Fuente positiva de Aguas vivas.
Señor de Compasión y de Sabiduría -éste era Su nombre-, que desde Sus estancias
en los Lugares Ocultos bajó al mundo de los hombres.
Mas necesitaba un tabernáculo terrestre, una forma humana, el cuerpo de un
hombre. ¿Quién más a propósito para ceder su cuerpo con voluntad y alegría, en
servicio de Uno ante el cual ángeles y hombres se humillaban con la más profunda
reverencia, que este hebreo, el más noble y puro entre "los
Perfectos", cuyo cuerpo y alma inmaculados eran lo mejor que la humanidad
podía ofrecer?
El hombre Jesús se entregó voluntario al sacrificio, "se
ofreció sin mancha" al amante Señor, que tomó para sí aquella forma pura
como tabernáculo, y vivió en ella tres años de vida mortal.
En las tradiciones contenidos en los Evangelios se encuentra esta época
señalada por el Bautismo de Jesús, cuando se vio al Espíritu "que
descendió del cielo como paloma y reposó sobre El" (5), y una voz
celestial le proclamó el Hijo muy amado a quien los hombres debían prestar
oído. Y era él, en verdad, el Hijo amado en quien el Padre tiene su
complacencia (6) ; y desde entonces "comenzó Jesús a predicar" (7), y
fue aquel grande misterio: "Dios se ha manifestado en la carne" (8).
Mas no fue único en ser Dios, porque: "¿No está escrito en vuestra ley; Yo
dije, Dioses sois? Si dijo Dioses a aquellos a quienes fue dada la palabra de
Dios, y la escritura no puede ser quebrantada, ¿a mí, a quien el Padre
santificó y envió al mundo, vosotros decís: tú blasfemas, porque dije: Hijo de
Dios soy?" (9). De cierto, todos los hombres son Dioses por el Espíritu
que llevan dentro; pero no en todos está manifestado el Dios supremo como lo estaba
en aquel su muy amado Hijo.
Esta Presencia manifestada puede llamarse correctamente "el
Cristo," Ella fue quien vivió y anduvo por las colinas y llanuras de
Palestina, bajo la forma del hombre Jesús, enseñando, curando enfermos y
reuniendo en torno suyo como discípulos algunas almas más desarrolladas. El
encanto extraordinario de Su Amor Real, que irradiaba de Sí como el Sol sus
rayos, atraía a Su lado a los que sufrían, a los fatigados, a los oprimidos; y
la magia tierna y penetrante de Su gentil sabiduría purificaba, dulcificaba y
ennoblecía aquellas vidas que se ponían en contacto con la Suya.
Enseñaba con
parábolas y luminosas imágenes a las ignorantes multitudes que alrededor de El
se apiñaban, y, haciendo uso de las facultades del Espíritu en libertad, sanaba
muchos enfermos con la palabra y el tacto, multiplicando las energías
magnéticas de Su cuerpo puro con la fuerza impulsiva de Su vida interna.
Rechazáronle Sus hermanos esenios, entre los cuales trabajó al principio,
porque comunicaba a las gentes la sabiduría espiritual -en la historia de la
tentación están sintetizados los argumentos empleados en contra de Su vida
dedicada a una obra de amor-, la sabiduría espiritual que ellos guardaban con
orgullo como su secreto tesoro, y porque su amor anchísimo, dirigido siempre al
Yo Divino, presente así en los elevados como en los humildes, atraía dentro de
su esfera a los degradados ya los proscriptos.
Por esto vio muy pronto cómo se
condensaban sobre Su cabeza las negras nubes de la sospecha y del odio. Los
instructores y gobernantes de Su nación vinieron presto a mirarle con celos y
rabia; Su espiritualidad era la constante censura de su materialismo; Su poder,
la continua, aunque muda, prueba de su impotencia. Tres años habían
transcurrido apenas de Su bautismo, cuando estalló la tempestad que venía
formándose, y el cuerpo humano de Jesús sufrió castigo por llevar en sí la
gloriosa Presencia de un Instructor sobrehumano.
El pequeño círculo de discípulos escogidos que había elegido como
guardadores de 'Su enseñanza, fue privado así de la presencia física de su
Maestro, antes que le fuese dado asimilarse Sus instrucciones; pero eran ellos
almas avanzadas de elevado tipo, aparejados para el aprendizaje de la
Sabiduría, y aptos para transmitirla a hombres de menores vuelos. Entre todos,
el más abierto a la enseñanza fue aquel "discípulo que Jesús amaba",
joven, entusiasta, ferviente, profundamente devoto de su Maestro y coparticipe
de Su espíritu de amor amplísimo. En la centuria que siguió a la desaparición
de Cristo del mundo físico, fue el representante de la devoción mística que va
tras el éxtasis, tras la visión divina, tras la unión con lo Supremo; mientras
que el último gran Apóstol, San Pablo, representó el aspecto de la Sabiduría de
los Misterios.
El Maestro no olvidó la promesa que les hizo de venir a ellos después que
el mundo hubiese dejado de verle (10), y por más de cincuenta años les estuvo
visitando con Su cuerpo sutil espiritual, prosiguiendo las enseñanzas que había
comenzado cuando entre ellos vivía, y adoctrinándolos en el conocimiento de las
verdades ocultas. Ellos vivieron bastante tiempo reunidos en un lugar apartado
de los confines de Judea, sin llamar la atención entre las muchas comunidades
aparentemente similares de aquel entonces. Estudiaban las profundas verdades
que El les enseñaba, y adquirían "los dones del Espíritu”.
Estas instrucciones íntimas, comenzadas en su vida física y continuadas
después de abandonado el cuerpo constituyeron el fundamento de los
"Misterios de Jesús", que hemos visto en la historia de la Iglesia
primitiva, y que formaron su vida interna: núcleo a que se fueron adhiriendo
los materiales heterogéneos que al cabo formaron al Cristianismo eclesiástico.
En el notable fragmento, llamado Pistis Sophia, figura un documento del
mayor interés, el cual se refiere a la enseñanza oculta, y está escrito por el
famoso Valentino. En él se dice que las lecciones de Jesús a sus discípulos
llegaron en los once años que siguieron a Su muerte, tan sólo a "las
regiones de los primeros estatutos, al primer misterio dentro del velo (11).
Hasta entonces no habían aprendido la distribución de los órdenes
angélicos, de lo cual habla en parte Ignacio (12). Después Jesús, estando
"en la Montaña" con Sus discípulos, que recibieron Su Vestidura
mística, el conocimiento de todas las regiones y las Palabras de Poder para
entrar en ellas, les enseñó más aún, prometiéndoles: “Yo os perfeccionaré en
toda la perfección, desde los misterios del interior a los misterios del
exterior; yo os colmaré de Espíritu de suerte que seáis llamados espirituales,
perfectos en todas las perfecciones" (13) y los instruyó acerca de lo que era Sophia, la Sabiduría, y de su caída en
la materia, en su intento de elevarse a lo más Alto, y de sus clamores a la Luz
en quien había puesto su confianza. y del envío de Jesús para redimirla del caos, y de su coronación
con la luz de Aquél, y de su liberación de la servidumbre. Y aún siguió más
adelante, hablándoles del más elevado Misterio, el inefable, el más sencillo y
claro de todos, aunque el más alto, el que sólo debía ser conocido de aquel que
renunciare el mundo de un modo completo (14); por este conocimiento los hombres
,se convertían en Cristos, pues tales "hombres son yo mismo, y yo soy esos
hombres", pues Cristo es ese Misterio más elevado (15).
Conocimiento de
que los hombres son transformados en pura luz y llevados dentro de la luz”
(16). Y celebró para ellos la gran ceremonia de la Iniciación, el bautismo,
"que conduce a la región de la verdad ya la región de la luz", y les
mandó celebrarlo para otros que fuesen dignos: "Pero ocultad este
misterio, no lo comuniquéis a todos, sino a aquellos solamente que hagan todas
las cosas que os he señalado en mis prescripciones" (17).
Después de esto, los apóstoles, instruidos por completo, salieron a
predicar, ayudados siempre de su Maestro.
Además, tanto ellos mismos como sus primitivos compañeros, trasladaron de
su memoria a la escritura todos los discursos públicos y las parábolas que a su
Maestro habían oído, y de igual modo, reuniendo con gran cuidado todas las
noticias que pudieron recoger, las pusieron por escrito y las hicieron circular
entre los que se iban adhiriendo a su pequeña comunidad. Formáronse varias
colecciones, escribiendo cada cual lo que recordaba, y añadiendo lo más selecto
de los relatos de los demás. Las enseñanzas íntimas dadas por Cristo a Sus
elegidos, no se escribieron, sino que fueron transmitidas oralmente a los
dignos de recibirlas, a discípulos constituidos en pequeñas comunidades para hacer
vida retirada, aunque siempre en contacto con el cuerpo central.
Es, pues, el Cristo histórico un Ser glorioso que forma parte de la gran
jerarquía cuyo cometido es guiar la evolución espiritual de la humanidad; el
cual ocupó por espacio de tres años enseñando públicamente por toda la Jadea y
Samaria, curó enfermos, llevó a cabo obras ocultas señaladas, y reunió en torno
Suyo una pequeña agrupación de discípulos a quienes comunicó las verdades más
profundas de la vida del espíritu, y con rara ternura, singular amor y preciosa
sabiduría conquistó los ánimos de las gentes, y acabó su carrera terrestre
muriendo como blasfemo, que tal fue considerado, por la honda doctrina de la
Divinidad. inherente a Sí mismo y a todos los hombres, que predicara. Vino a dar
al mundo un nuevo impulso de vida espiritual, a resucitar las íntimas
enseñanzas referentes a esta vida, a apuntar de nuevo al antiguo estrecho
sendero. a proclamar la existencia del "Reino de los Cielos", de la
Iniciación, que da acceso al conocimiento de Dios que es vida eterna, ya dar
entrada en este Reino a unos pocos capaces de ser maestros. Alrededor de esta
Figura gloriosa se acumularon los mitos que la enlazaban con la larga serie de
Sus predecesores, mitos alegóricos de sus vidas, que simbolizan la obra del
Logos en el Kosmos y la evolución superior del alma individual humana.
Mas no se crea que la labor del Cristo en pro de Sus seguidores quedó
terminada con el establecimiento de los Misterios, ni que se limitara a
aparecer en ellos rara vez. Aquella Poderosa Entidad que usó del cuerpo de
Jesús como vehículo, y cuya solicitud tutelar abarca toda la evolución
espiritual de la quinta raza humana, dejó a cargo del santo discípulo que le
había provisto de cuerpo, el cuidar de la Iglesia naciente. Jesús, habiendo
dado cima a su evolución humana, "llegó a ser uno de los Maestros de
Sabiduría y, habiendo aceptado el encargo especial de la Cristiandad, procura
siempre guiarla por derecho derrotero y escudarla y protegerla y proveerla de
alimento. El fue el Hierofante de los Misterios Cristianos, el Instructor
directo de los Iniciados. Suya fue la inspiración que mantuvo viva la Gnosis en
la Iglesia, hasta que la flotante masa de ignorancia llegó a tener tal
magnitud, que ahogó la llama aún aventada por Su poderoso aliento. Suya fue la
paciente labor que reforzó un alma tras otra para resistir la lobreguez de las
tinieblas, y alimentar dentro de sí la chispa de la aspiración mística, el
anhelo en buscar el Dios escondido.
Suyo fue el continuo imprimir la verdad en todo cerebro preparado para
ella, de modo que la antorcha del conocimiento pasase de mano en mano a través
de los siglos sin que jamás se extinguiese. Suya era la Figura enhiesta detrás
del tormento y de las llamas, que alentaba a Sus confesores ya Sus mártires, y
suavizaba las angustias de su muerte y colmaba de paz sus corazones. Suyo el
impulso expresado en la voz de trueno de Savonarola, en la sabiduría sosegada
de Erasmo, en la ética profunda del teomaníaco Espinosa. Suya la energía de
Roger Bacon, de Galileo y de Paracelso en sus investigaciones de la Naturaleza.
Suya la belleza que sedujo a Fra Angelico, a Rafael y a Leonardo da Vinci, que
inspiró el genio de Miguel Ángel, que brilló ante los ojos de Murillo, que
comunicó el poder de erigir las maravillas del Duomo de Milán, de San Marcos de
Venecia y de la Catedral de Florencia, las sonatas de Beethoven, los oratorios
de Handel, las fugas de Bach, el austero esplendor de Brahms. Suya la Presencia
que animaba a los solitarios místicos, a los perseguidos ocultistas, a los
pacientes investigadores de la verdad.
El fue siempre el que por la persuasión
o por la amenaza, por la elocuencia de San Francisco o por los sarcasmos de
Voltaire, por la dulce sumisión de Tomás de Kempis o por la ruda virilidad de
Lutero, trató de instruir o despertar a los hombres, de ganarlos a la santidad
o de fustigarlos si, sordos, permanecían en el mal. En tantos siglos ha
trabajado y luchado, y aun llevando encima el enorme peso de las Iglesias, no
ha descuidado jamás ni dejado sin consuelo a alma humana que a El haya acudido.
Ahora pone todo su empeño en convertir en beneficio de la Cristiandad parte de
la grande oleada de Sabiduría que se está haciendo fluir para renovar el mundo,
y busca en las Iglesias quien tenga oídos para oír la Sabiduría, quien responda
a su llamamiento de mensajero, para llevarlo a su rebaño: “Aquí estoy;
enviadme.”
ANNIE BESANT
Notas del capítulo 4
(1) II, San Pedro I. 5.
(2) Gal., IV, 19.
(3) II, Cor., V,
16.
(4) San Juan I,
14.
(5) Ibid, I. 32.
(6) S. Mateo
III, 17.
(7) Ibid, IV,
17.
(8) I. Timoteo III, 16.
(9) S. Juan X, 34-36.
(10) S. Juan XIV, 18, 19.
(11) Valentino. Trad. por G. R. S. Mead. Pistis
Sophia, lib. I, I.
(12) Antes, pág. 52
(13) Antes, 60.
(14) Ibid, lib. II, 218.
(15) Ibid, 230.
(16) Ibid, 357.
(17) Ibid, 377.
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