martes, 2 de abril de 2019

CRISTIANISMO ESOTÉRICO - EL CRISTO HISTÓRICO




En el primer capítulo hablamos ya de la identidad de todas las religiones del mundo, y vimos que el estudio de esta identidad, por lo que se refiere a creencias, simbolismo, ritos, ceremonias, historias y fiestas conmemorativas, ha producido una escuela moderna que asigna a todo ello un origen común: la ignorancia humana, y la explicación primitiva de los fenómenos naturales. De esta identidad se han sacado armas para herir de muerte a cada religión en particular; y los ataques más rudos contra el Cristianismo y contra la existencia histórica de su fundador han partido de este campo. Así es que para hacer el estudio de la vida de Cristo y de los ritos del Cristianismo, de sus sacramentos y de sus doctrinas, resultaría fatal la ignorancia de los hechos tal cual se presentan ordenados por los autores de Mitología Comparada. Bien comprendidos, pueden ser de provecho más bien que dañosos.

Hemos visto que los Apóstoles y sus sucesores interpretaban el Antiguo Testamento con la mayor libertad, atribuyéndole un sentido alegórico y místico, mucho más importante que el histórico, aunque no negasen éste en modo alguno; y no hacían escrúpulos de enseñar al creyente instruido que algunas de sus narraciones, históricas al parecer, eran en realidad puramente alegóricas. En ningún otro caso, quizá, es más necesario hacerse de esta inteligencia, que cuando se trata del estudio de la historia de Jesús, llamado el Cristo; pues si no desenredamos los enmarañados hilos, y no vemos dónde han sido tomados los símbolos como sucesos y las alegorías como historias, perderemos la mayor parte de la instrucción encerrada en el relato y mucho de su rarísima belleza. 

Nunca insistiremos lo bastante en afirmar que el Cristianismo tiene que ganar y nada que perder, añadiendo a la fe y a la virtud el conocimiento, conforme lo ordenaron los Apóstoles (1). Temen los hombres que el Cristianismo se debilite si se le mira a la luz de la razón, y consideran "peligroso" el admitir que los sucesos que se han considerado históricos, tienen el alcance más profundo de un significado mítico o místico. Pero es al contrario, pues se fortalece; y el que así lo estudia, ve con alegría que la perla de gran valor brilla con una luz más clara y más pura, cuando se la despoja de la cubierta de ignorancia, y saltan a la vista sus múltiples matices.

Hay al presente dos escuelas, diametralmente opuestas, que sostienen una contienda acerca de la historia del gran Maestro hebreo. Según una, los relatos de su vida sólo contienen mitos y leyendas creados para explicar fenómenos naturales: restos de un método pintoresco de enseñanza de ciertos hechos de la Naturaleza, encaminado a imprimir en las mentes incultas determinadas clasificaciones de acontecimientos naturales, importantes en sí mismos, y que se prestaban a la educación moral. Forman los que así opinan; una escuela bien definida, en la que figuran hombres de gran erudición y elevado entendimiento, en derredor de los cuales se amontona una turba menos instruida, que se pronuncia con cruda vehemencia, aportando las teorías más destructoras.

A esta escuela se opone la de los cristianos ortodoxos, que sostienen que la vida entera de Jesús es histórica, sin mezcla de leyendas ni de mitos. Afirman que se trata de la historia de un hombre que nació hace diecinueve siglos en Palestina, y que pasó por todas las vicisitudes y acontecimientos expresados en los Evangelios, sin que la narración tenga otro significado que el de una vida divina y humana.

Están, pues, las dos escuelas en completo antagonismo, asegurando la una que todo es leyenda, y declarando la otra que todo es historia. Median entre ellas pensadores de muchos y diversos matices, que en general son llamados "librepensadores", los cuales consideran la narración de aquella vida, legendaria en parte, y en parte histórica, pero no ofrecen método alguno definido y racional de interpretación, ni alguna explicación adecuada del complicado conjunto. Y asimismo encontramos dentro de la comunión cristiana un número considerable y siempre creciente de fieles y devotos creyentes, cuya inteligencia es refinada, su fe ardiente y sus aspiraciones sinceramente religiosas, y que ven en la narración de los Evangelios algo más que la historia de un solo y particular Hombre divino. 

Al defender su posición, en lo que se refiere a las escrituras recibidas, declaran que la historia de Cristo tiene un sentido más profundo y trascendental que el que aparece en la superficie, y aún sosteniendo el carácter histórico de Jesús, afirman que EL CRISTO es más que el hombre Jesús, y que tiene un significado místico. En su apoyo mencionan frases tales como la de San Pablo, donde dice: "Hijitos míos que vuelvo otra vez a estar de parto de vosotros hasta que Cristo sea formado en vosotros" (2); y es notorio, en verdad, que en este pasaje no pudo referirse San Pablo a un Jesús histórico, sino a cierta florescencia del alma humana, que para él constituía la formación de Cristo en ella. Este mismo maestro declara también que, aunque había conocido a Cristo según la carne, en adelante no volvería a conocerle más así (3); con lo que sin duda daba a entender que, si bien reconocía al Cristo de carne -a Jesús-, había alcanzado, sin embargo, un punto de vista más alto, desde el cual el Cristo histórico le aparecía en la penumbra.

Este es el punto de vista tras el que andan muchos en estos nuestros tiempos; suspensos frente a los hechos puestos en claro por la Mitología Comparada, perplejos a la vista de las contradicciones contenidas en los Evangelios y confundidos al reconocer su incapacidad para resolver tales problemas, mientras permanezcan ligados al mero superficial sentido de las Sagradas Escrituras, gritan desesperadamente proclamando que la letra mata y que sólo el espíritu vivifica; y, entretanto, ponen todo su esfuerzo en rastrear algún significado amplio y profundo en una narración tan antigua como las religiones del mundo, y centro y vida de cada una de ellas, conforme han ido apareciendo. Estos asendereados pensadores, demasiadamente indefinidos y desligados entre sí para que pueda considerárseles formando escuela, tienden una mano a los que juzgan que todo es leyenda, sugiriéndoles la aceptación de una base histórica; la otra tienden a sus compañeros cristianos, avisándoles del peligro que corren, y que aumenta por días, de que se pierda por completo el sentido espiritual, si continúan apegados a la mera significación literal, indefendible ya frente a los conocimientos invasores de la edad en que vivimos. 

Hay peligro de que se pierda "la historia del Cristo", juntamente con la idea del Cristo, que ha sido la inspiradora y ha servido de arrimo, así en Oriente como en Occidente, a millones de almas nobles, sean cuales fueren los nombres con que al Cristo se conozca y las formas en que se le adore. Sí, se corre el riesgo de que la perla de gran precio se escape de nuestras manos, y quede el hombre por siempre más pobre.

Para desvanecer el peligro, es necesario desenredar los diferentes hilos de la historia del Cristo y colocarlos uno al lado de otro con la debida separación: el hilo de la historia, el hilo de la leyenda, el hilo del misticismo. Los tres fueron torcidos en una sola cuerda, para confusión de los hombres pensadores; mas, al desenredarlos, nos encontramos con que la narración se hace más valiosa con el conocimiento que se le añade; y mientras más clara sea la luz que se arroje sobre ella, tanto mayor será su belleza, como pasa con todo lo que tiene la verdad por fundamento.

Estudiaremos primero el Cristo histórico, después el Cristo mítico. Y en tercer lugar el Cristo místico, y veremos que al Jesucristo de las Iglesias lo forman elementos sacados de todos ellos. Todos entran en la composición de la grandiosa y patética figura que domina los pensamientos y emociones de la Cristiandad: el hombre de las amarguras, el Salvador del mundo, el amoroso Señor del género humano.

EL CRISTO HISTÓRICO O JESÚS EL SANAOOR y EL MAESTRO


El hilo de la narración histórica de la vida de Jesús puede desenredarse sin gran dificultad de los demás con que se halla entretejido. Para este estudio debemos utilizar la ayuda que pueden prestarnos esos anales del pasado que son capaces de comprobar las personas experimentadas en su averiguación, anales de los que se han extraído y publicado ciertos detalles relativos al Maestro hebreo, por H. P. Blavatsky y por otros peritos en la investigación oculta. Ahora bien; esta palabra "perito", con relación al Ocultismo, es a propósito para suscitar una recusación en el ánimo de muchos. Sin embargo, sólo indica una persona que por sus estudios especiales y por su especial educación, ha acumulado conocimientos especiales también y ha desarrollado facultades o poderes que le permiten emitir una opinión, fundada en su propio conocimiento individual sobre el asunto de que se trata. 

Así como calificamos a Huxley de perito en biología, al Mayor Wrangler de perito en matemáticas, y a Lyell de perito en geología, de igual modo podremos muy bien llamar perito en Ocultismo al individuo que, por haber primero dominado intelectualmente ciertas teorías fundamentales de la constitución del hombre y del universo, y por haber después desarrollado en sí mismo ciertos poderes que están latentes en todos los hombres -y que pueden desenvolverse por los que se dedican a estudios apropiados-, adquiere facultades que le ponen de manifiesto los procesos más obscuros de la Naturaleza. Así como un hombre puede nacer con disposiciones para las matemáticas, y, ejercitándolas año tras año, puede aumentar enormemente su aptitud, asimismo puede nacer un hombre con ciertas facultades que corresponden al Alma, las cuales le es dado desarrollar por medio de la educación y de la disciplina. 

Si después de desarrolladas, las aplica al estudio del mundo invisible, este individuo llega a ser perito en la Ciencia Oculta, y puede, a voluntad, pasar revista a los anales a que antes me he referido. Semejante revista se halla tan fuera del alcance del hombre vulgar, como lo está un libro escrito con los símbolos de las altas matemáticas, respecto a los profanos en tales ciencias. Nada hay exclusivo en el conocimiento, salvo en lo que toda ciencia es exclusiva; los que nacen con una facultad y la educan, pueden dominar la ciencia que le sea apropiada, al paso que los que vienen a la vida sin facultad alguna o los que, poseyéndola, no la desarrollan, tienen que contentarse con permanecer ignorantes. Estas son las reglas para obtener el conocimiento en todo: lo mismo en Ocultismo que en cualquiera otra ciencia.

Los anales ocultos, en parte confirman la narración de los Evangelios y en parte no; nos muestran la vida de Jesús, y de este modo nos facilitan el separarla de los mitos que con ella están entrelazados.
El niño, cuyo nombre judío se ha transformado en el de Jesús, nació en Palestina 105 años antes de nuestra Era, siendo cónsules Publio Rutilio Rufo y Gnae Mallio Máximo.

Sus padres, de linaje distinguido, aunque pobres, le educaron en el conocimiento de las Escrituras hebreas. Mas su ferviente devoción y su gravedad, que no emparejaba con sus años, resolvieron a aquéllos a dedicarle a la vida religiosa y ascética; y como poco después, en una visita que hizo a Jerusalén, mostrase su extraordinaria inteligencia y su afán de saber, yendo en busca de los doctores del templo, le enviaron a adquirir la enseñanza de una comunidad de esenios que habitaba el desierto meridional de Judea. A la edad de diecinueve años entró en el monasterio esenio situado en las proximidades del Monte Serbal, instituto muy visitado por los sabios que desde Persia y la India iban a Egipto, y donde existía una magnífica biblioteca de obras ocultas, indas muchas de ellas, de las regiones más allá del Himalaya. Desde este lugar de místico saber, pasó más tarde a Egipto. 

Había sido plenamente instruido en las doctrinas secretas que constituían entre los esenios la verdadera fuente de vida; y en Egipto fue iniciado como discípulo de esa sublime Logia de donde salen los Fundadores de todas las grandes religiones, pues Egipto ha seguido siendo uno de los grandes centros que hay en el mundo, para la guardia de los Misterios verdaderos de los cuales sólo son débiles y lejanos ref1ejos todos los Misterios semi-públicos. 

Los Misterios historicamente calificados de egipcios eran sombras de los asuntos de que realmente se trataba "en la Montaña", y allí fue consagrado el joven hebreo de un modo solemne que le preparó para el Sacerdocio Regio, a que llegó más tarde. Era su pureza tan sobrehumana y tan grande su devoción, que en su edad viril, llena de gracia, aventajaba con mucho a los severos y algún tanto fanáticos ascetas con quienes se había educado, derramando entre los adustos judíos que le rodeaban, la fragancia de una sabiduría suave y tierna, corno rosal que plantado por modo extraño en un desierto, esparciera sus perfumes sobre la estéril llanura. La majestuosa gracia y hermosura de su nítida pureza formaban en torno suyo radiante aureola, y sus cortas palabras, dulces y amorosas, despertaban aún en los más duros temporal gentileza, y en los más rígidos pasajera ternura. Así vivió veintinueve años de vida mortal, creciendo de gracia en gracia.

Con pureza y devoción tan sobrehumanas, estaba en condiciones para servir de templo a un Poder más elevado, para ser la morada de una Presencia poderosa. Había sonado la hora de que se realizase una de las Manifestaciones Divinas que de tiempo en tiempo vienen en auxilio de la humanidad, cuando -para apresurar la evolución espiritual se necesita un nuevo impulso, cuando la Aurora de una nueva civilización va a despuntar. Estaba entonces el mundo occidental en la matriz del tiempo, a punto de nacer, y estaba la superraza teutónica dispuesta a empuñar el cetro del imperio que se caía de las manos trémulas de Roma; pero antes que emprendiese su jornada, debía aparecer un Salvador del Mundo y colocarse junto a la cuna del Hércules niño y bendecirlo.

Un poderoso "Hijo de Dios" debía encarnar en la tierra, un Instructor supremo, "lleno de gracia y de verdad" (4), que poseía la Sabiduría Divina en su más plena medida, que era en realidad "el Verbo" encarnado, Luz y Vida desbordadas, Fuente positiva de Aguas vivas. Señor de Compasión y de Sabiduría -éste era Su nombre-, que desde Sus estancias en los Lugares Ocultos bajó al mundo de los hombres.

Mas necesitaba un tabernáculo terrestre, una forma humana, el cuerpo de un hombre. ¿Quién más a propósito para ceder su cuerpo con voluntad y alegría, en servicio de Uno ante el cual ángeles y hombres se humillaban con la más profunda reverencia, que este hebreo, el más noble y puro entre "los Perfectos", cuyo cuerpo y alma inmaculados eran lo mejor que la humanidad podía ofrecer? 
El hombre Jesús se entregó voluntario al sacrificio, "se ofreció sin mancha" al amante Señor, que tomó para sí aquella forma pura como tabernáculo, y vivió en ella tres años de vida mortal.

En las tradiciones contenidos en los Evangelios se encuentra esta época señalada por el Bautismo de Jesús, cuando se vio al Espíritu "que descendió del cielo como paloma y reposó sobre El" (5), y una voz celestial le proclamó el Hijo muy amado a quien los hombres debían prestar oído. Y era él, en verdad, el Hijo amado en quien el Padre tiene su complacencia (6) ; y desde entonces "comenzó Jesús a predicar" (7), y fue aquel grande misterio: "Dios se ha manifestado en la carne" (8). Mas no fue único en ser Dios, porque: "¿No está escrito en vuestra ley; Yo dije, Dioses sois? Si dijo Dioses a aquellos a quienes fue dada la palabra de Dios, y la escritura no puede ser quebrantada, ¿a mí, a quien el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?" (9). De cierto, todos los hombres son Dioses por el Espíritu que llevan dentro; pero no en todos está manifestado el Dios supremo como lo estaba en aquel su muy amado Hijo.

Esta Presencia manifestada puede llamarse correctamente "el Cristo," Ella fue quien vivió y anduvo por las colinas y llanuras de Palestina, bajo la forma del hombre Jesús, enseñando, curando enfermos y reuniendo en torno suyo como discípulos algunas almas más desarrolladas. El encanto extraordinario de Su Amor Real, que irradiaba de Sí como el Sol sus rayos, atraía a Su lado a los que sufrían, a los fatigados, a los oprimidos; y la magia tierna y penetrante de Su gentil sabiduría purificaba, dulcificaba y ennoblecía aquellas vidas que se ponían en contacto con la Suya. 

Enseñaba con parábolas y luminosas imágenes a las ignorantes multitudes que alrededor de El se apiñaban, y, haciendo uso de las facultades del Espíritu en libertad, sanaba muchos enfermos con la palabra y el tacto, multiplicando las energías magnéticas de Su cuerpo puro con la fuerza impulsiva de Su vida interna. Rechazáronle Sus hermanos esenios, entre los cuales trabajó al principio, porque comunicaba a las gentes la sabiduría espiritual -en la historia de la tentación están sintetizados los argumentos empleados en contra de Su vida dedicada a una obra de amor-, la sabiduría espiritual que ellos guardaban con orgullo como su secreto tesoro, y porque su amor anchísimo, dirigido siempre al Yo Divino, presente así en los elevados como en los humildes, atraía dentro de su esfera a los degradados ya los proscriptos. 

Por esto vio muy pronto cómo se condensaban sobre Su cabeza las negras nubes de la sospecha y del odio. Los instructores y gobernantes de Su nación vinieron presto a mirarle con celos y rabia; Su espiritualidad era la constante censura de su materialismo; Su poder, la continua, aunque muda, prueba de su impotencia. Tres años habían transcurrido apenas de Su bautismo, cuando estalló la tempestad que venía formándose, y el cuerpo humano de Jesús sufrió castigo por llevar en sí la gloriosa Presencia de un Instructor sobrehumano.

El pequeño círculo de discípulos escogidos que había elegido como guardadores de 'Su enseñanza, fue privado así de la presencia física de su Maestro, antes que le fuese dado asimilarse Sus instrucciones; pero eran ellos almas avanzadas de elevado tipo, aparejados para el aprendizaje de la Sabiduría, y aptos para transmitirla a hombres de menores vuelos. Entre todos, el más abierto a la enseñanza fue aquel "discípulo que Jesús amaba", joven, entusiasta, ferviente, profundamente devoto de su Maestro y coparticipe de Su espíritu de amor amplísimo. En la centuria que siguió a la desaparición de Cristo del mundo físico, fue el representante de la devoción mística que va tras el éxtasis, tras la visión divina, tras la unión con lo Supremo; mientras que el último gran Apóstol, San Pablo, representó el aspecto de la Sabiduría de los Misterios.

El Maestro no olvidó la promesa que les hizo de venir a ellos después que el mundo hubiese dejado de verle (10), y por más de cincuenta años les estuvo visitando con Su cuerpo sutil espiritual, prosiguiendo las enseñanzas que había comenzado cuando entre ellos vivía, y adoctrinándolos en el conocimiento de las verdades ocultas. Ellos vivieron bastante tiempo reunidos en un lugar apartado de los confines de Judea, sin llamar la atención entre las muchas comunidades aparentemente similares de aquel entonces. Estudiaban las profundas verdades que El les enseñaba, y adquirían "los dones del Espíritu”.

Estas instrucciones íntimas, comenzadas en su vida física y continuadas después de abandonado el cuerpo constituyeron el fundamento de los "Misterios de Jesús", que hemos visto en la historia de la Iglesia primitiva, y que formaron su vida interna: núcleo a que se fueron adhiriendo los materiales heterogéneos que al cabo formaron al Cristianismo eclesiástico.

En el notable fragmento, llamado Pistis Sophia, figura un documento del mayor interés, el cual se refiere a la enseñanza oculta, y está escrito por el famoso Valentino. En él se dice que las lecciones de Jesús a sus discípulos llegaron en los once años que siguieron a Su muerte, tan sólo a "las regiones de los primeros estatutos, al primer misterio dentro del velo (11).

Hasta entonces no habían aprendido la distribución de los órdenes angélicos, de lo cual habla en parte Ignacio (12). Después Jesús, estando "en la Montaña" con Sus discípulos, que recibieron Su Vestidura mística, el conocimiento de todas las regiones y las Palabras de Poder para entrar en ellas, les enseñó más aún, prometiéndoles: “Yo os perfeccionaré en toda la perfección, desde los misterios del interior a los misterios del exterior; yo os colmaré de Espíritu de suerte que seáis llamados espirituales, perfectos en todas las perfecciones" (13) y los instruyó acerca de lo que era Sophia, la Sabiduría, y de su caída en la materia, en su intento de elevarse a lo más Alto, y de sus clamores a la Luz en quien había puesto su confianza. y del envío de Jesús para redimirla del caos, y de su coronación con la luz de Aquél, y de su liberación de la servidumbre. Y aún siguió más adelante, hablándoles del más elevado Misterio, el inefable, el más sencillo y claro de todos, aunque el más alto, el que sólo debía ser conocido de aquel que renunciare el mundo de un modo completo (14); por este conocimiento los hombres ,se convertían en Cristos, pues tales "hombres son yo mismo, y yo soy esos hombres", pues Cristo es ese Misterio más elevado (15). 

Conocimiento de que los hombres son transformados en pura luz y llevados dentro de la luz” (16). Y celebró para ellos la gran ceremonia de la Iniciación, el bautismo, "que conduce a la región de la verdad ya la región de la luz", y les mandó celebrarlo para otros que fuesen dignos: "Pero ocultad este misterio, no lo comuniquéis a todos, sino a aquellos solamente que hagan todas las cosas que os he señalado en mis prescripciones" (17).
Después de esto, los apóstoles, instruidos por completo, salieron a predicar, ayudados siempre de su Maestro.

Además, tanto ellos mismos como sus primitivos compañeros, trasladaron de su memoria a la escritura todos los discursos públicos y las parábolas que a su Maestro habían oído, y de igual modo, reuniendo con gran cuidado todas las noticias que pudieron recoger, las pusieron por escrito y las hicieron circular entre los que se iban adhiriendo a su pequeña comunidad. Formáronse varias colecciones, escribiendo cada cual lo que recordaba, y añadiendo lo más selecto de los relatos de los demás. Las enseñanzas íntimas dadas por Cristo a Sus elegidos, no se escribieron, sino que fueron transmitidas oralmente a los dignos de recibirlas, a discípulos constituidos en pequeñas comunidades para hacer vida retirada, aunque siempre en contacto con el cuerpo central.

Es, pues, el Cristo histórico un Ser glorioso que forma parte de la gran jerarquía cuyo cometido es guiar la evolución espiritual de la humanidad; el cual ocupó por espacio de tres años enseñando públicamente por toda la Jadea y Samaria, curó enfermos, llevó a cabo obras ocultas señaladas, y reunió en torno Suyo una pequeña agrupación de discípulos a quienes comunicó las verdades más profundas de la vida del espíritu, y con rara ternura, singular amor y preciosa sabiduría conquistó los ánimos de las gentes, y acabó su carrera terrestre muriendo como blasfemo, que tal fue considerado, por la honda doctrina de la Divinidad. inherente a Sí mismo y a todos los hombres, que predicara. Vino a dar al mundo un nuevo impulso de vida espiritual, a resucitar las íntimas enseñanzas referentes a esta vida, a apuntar de nuevo al antiguo estrecho sendero. a proclamar la existencia del "Reino de los Cielos", de la Iniciación, que da acceso al conocimiento de Dios que es vida eterna, ya dar entrada en este Reino a unos pocos capaces de ser maestros. Alrededor de esta Figura gloriosa se acumularon los mitos que la enlazaban con la larga serie de Sus predecesores, mitos alegóricos de sus vidas, que simbolizan la obra del Logos en el Kosmos y la evolución superior del alma individual humana.

Mas no se crea que la labor del Cristo en pro de Sus seguidores quedó terminada con el establecimiento de los Misterios, ni que se limitara a aparecer en ellos rara vez. Aquella Poderosa Entidad que usó del cuerpo de Jesús como vehículo, y cuya solicitud tutelar abarca toda la evolución espiritual de la quinta raza humana, dejó a cargo del santo discípulo que le había provisto de cuerpo, el cuidar de la Iglesia naciente. Jesús, habiendo dado cima a su evolución humana, "llegó a ser uno de los Maestros de Sabiduría y, habiendo aceptado el encargo especial de la Cristiandad, procura siempre guiarla por derecho derrotero y escudarla y protegerla y proveerla de alimento. El fue el Hierofante de los Misterios Cristianos, el Instructor directo de los Iniciados. Suya fue la inspiración que mantuvo viva la Gnosis en la Iglesia, hasta que la flotante masa de ignorancia llegó a tener tal magnitud, que ahogó la llama aún aventada por Su poderoso aliento. Suya fue la paciente labor que reforzó un alma tras otra para resistir la lobreguez de las tinieblas, y alimentar dentro de sí la chispa de la aspiración mística, el anhelo en buscar el Dios escondido.

Suyo fue el continuo imprimir la verdad en todo cerebro preparado para ella, de modo que la antorcha del conocimiento pasase de mano en mano a través de los siglos sin que jamás se extinguiese. Suya era la Figura enhiesta detrás del tormento y de las llamas, que alentaba a Sus confesores ya Sus mártires, y suavizaba las angustias de su muerte y colmaba de paz sus corazones. Suyo el impulso expresado en la voz de trueno de Savonarola, en la sabiduría sosegada de Erasmo, en la ética profunda del teomaníaco Espinosa. Suya la energía de Roger Bacon, de Galileo y de Paracelso en sus investigaciones de la Naturaleza. Suya la belleza que sedujo a Fra Angelico, a Rafael y a Leonardo da Vinci, que inspiró el genio de Miguel Ángel, que brilló ante los ojos de Murillo, que comunicó el poder de erigir las maravillas del Duomo de Milán, de San Marcos de Venecia y de la Catedral de Florencia, las sonatas de Beethoven, los oratorios de Handel, las fugas de Bach, el austero esplendor de Brahms. Suya la Presencia que animaba a los solitarios místicos, a los perseguidos ocultistas, a los pacientes investigadores de la verdad. 

El fue siempre el que por la persuasión o por la amenaza, por la elocuencia de San Francisco o por los sarcasmos de Voltaire, por la dulce sumisión de Tomás de Kempis o por la ruda virilidad de Lutero, trató de instruir o despertar a los hombres, de ganarlos a la santidad o de fustigarlos si, sordos, permanecían en el mal. En tantos siglos ha trabajado y luchado, y aun llevando encima el enorme peso de las Iglesias, no ha descuidado jamás ni dejado sin consuelo a alma humana que a El haya acudido. Ahora pone todo su empeño en convertir en beneficio de la Cristiandad parte de la grande oleada de Sabiduría que se está haciendo fluir para renovar el mundo, y busca en las Iglesias quien tenga oídos para oír la Sabiduría, quien responda a su llamamiento de mensajero, para llevarlo a su rebaño: “Aquí estoy; enviadme.”

ANNIE BESANT


Notas del capítulo 4

(1) II, San Pedro I. 5.
(2) Gal., IV, 19.
(3) II, Cor., V, 16.
(4) San Juan I, 14.
(5) Ibid, I. 32.
(6) S. Mateo III, 17.
(7) Ibid, IV, 17.
(8) I. Timoteo III, 16.
(9) S. Juan X, 34-36.
(10) S. Juan XIV, 18, 19.
(11) Valentino. Trad. por G. R. S. Mead. Pistis Sophia, lib. I, I.
(12) Antes, pág. 52
(13) Antes, 60.
(14) Ibid, lib. II, 218.
(15) Ibid, 230.
(16) Ibid, 357.
(17) Ibid, 377.



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