SIGNIFICADO DE LA PALABRA
La palabra chakra es sánscrita y significa rueda. También se usa en varias acepciones figuradas, incidentales y por extensión, como en inglés y en español. De la propia suerte que hablamos de la rueda del destino o de la fortuna, así también los budistas hablan de la rueda de la vida y de la muerte, y designan con el nombre de Dhamma-chakkappavattana Sutta (1) el primer sermón en que el Señor Buda predicó su doctrina, nombre que el profesor Rhys Davids traduce poéticamente por «la puesta en marcha de las ruedas de la regia carroza del Reino de la Justicia». Este es el exacto significado de la expresión para el budista devoto, aunque la traducción de las palabras en sentido recto es «el giro de la rueda de la Ley». El uso en acepción figurada de la palabra chakra, de que tratamos en este momento, se refiere a una serie de vórtices semejantes a ruedas que existen en la superficie del doble etéreo del hombre.
EXPLICACIONES PRELIMINARES
Como es posible que este libro caiga en manos de alguien no familiarizado con la terminología teosófica, no estará de más una preliminar explicación.
En las superficiales y ordinarias conversaciones, el hombre suele hablar de su alma, como si el cuerpo por cuyo medio habla fuese su verdadero ser, y que el alma fuera una propiedad o feudo del cuerpo, algo semejante a un globo cautivo que sobre el cuerpo flota ligado a él en cierto modo. Esta afirmación es vaga, inexacta y errónea. La verdadera es su contraria. El hombre es un alma que posee un cuerpo, o en realidad varios cuerpos, porque además del cuerpo visible por cuyo medio despacha sus negocios en este bajo mundo, tiene otros cuerpos invisibles a la visión ordinaria con los que se relaciona con los mundos emocional y mental. Sin embargo, de momento no tratamos de estos otros cuerpos.
Durante el pasado siglo se adelantó enormemente en el conocimiento de los pormenores del cuerpo físico, y los fisiólogos están ahora familiarizados con sus desconcertantes complejidades y tienen al menos una idea general de cómo funciona su asombrosamente intrincado mecanismo.
EL DOBLE ETÉREO
Desde luego que los fisiólogos han limitado su atención a la parte del cuerpo físico bastante densa para que la vean los ojos, y la mayor parte de ellos desconocen probablemente la existencia de aquel grado de materia, todavía física, aunque invisible, a que en Teosofía llamamos etérea (2) .
Esta parte invisible del cuerpo físico es de suma importancia para nosotros, porque es el vehículo por el cual fluyen las corrientes vitales que mantienen vivo el cuerpo, y sirve de puente para transferir las ondulaciones del pensamiento y la emoción desde el cuerpo astral al cuerpo físico denso. Sin tal puente intermedio no podría el ego utilizar las células de su cerebro. El clarividente lo ve como una distinta masa de neblina gris violeta débilmente luminosa, que interpenetra la parte densa del cuerpo físico y se extiende un poco más allá de éste.
La vida del cuerpo físico cambia incesantemente y para vivir necesita continua alimentación de tres distintas fuentes.
Ha de tener manjares para la digestión, aire para la respiración y tres modalidades de vitalidad para la asimilación. Esta vitalidad es esencialmente una fuerza, pero cuando está revestida de materia nos parece como si fuera un elemento químico sumamente refinado. Existe dicha fuerza o energía en todos los planos, aunque por de pronto, y para el objeto que nos ocupa sólo hemos de considerar su manifestación y expresión en el plano físico.
Para mejor comprensión de todo esto conviene conocer algún tanto la constitución y ordenamiento de la parte etérea de nuestro cuerpo.
He tratado hace muchos años de este asunto en diversas obras, y el comandante Powell ha coleccionado recientemente todo cuanto hasta ahora se ha escrito sobre el particular, y lo ha publicado en su libro:
The Etheric Double.
LOS CENTROS
Los chakras o centros de fuerza son puntos de conexión o enlace por los cuales fluye la energía de uno a otro vehículo o cuerpo del hombre. Quienquiera que posea un ligero grado de clarividencia los puede ser fácilmente en el doble etéreo, en cuya superficie aparecen en forma de depresiones semejantes a platillos o vórtices, y cuando ya del todo desenvueltos semejan círculos de unos cinco centímetros de diámetro que brillan mortecinamente en el hombre vulgar, pero que el excitarse vívidamente, aumentan de tamaño y se les ve como refulgentes y coruscantes torbellinos a manera de diminutos soles. A veces hablamos de estos centros cual si toscamente se correspondieran con determinados órganos físicos; pero en realidad están en la superficie del doble etéreo que se proyecta ligeramente más allá del cuerpo denso.
Si miramos en derechura hacia abajo la corola de una convulvácea, tendremos una idea del aspecto general del chakra.
El pecíolo de la flor arranca de un punto del pedúnculo, de suerte que según otro símil (lámina VIII) semejaría la espina dorsal un tallo céntrico del que de trecho en trecho brotan las flores con sus corolas en la superficie del cuerpo etéreo.
La fig. I, representa los siete centros de que tratamos, y la Tabla I da sus nombres en sánscrito y en español.
Todas estas ruedas giran incesantemente, y por el cubo o boca abierta de cada una de ellas fluye de continuo la energía del mundo superior, la manifestación de la corriente vital dimanante del Segundo Aspecto del Logos Solar, a la que llamamos energía primaria, de naturaleza séptuple, todas cuyas modalidades actúan en cada chakra, aunque con particular predominio de una de ellas según el chakra. Sin este influjo de energía no existiría el cuerpo físico.
Por lo tanto, los centros o chakras actúan en todo ser humano, aunque en las personas poco evolucionadas es tardo su movimiento, el estrictamente necesario para formar el vórtice adecuado al influjo de energía.
En el hombre bastante evolucionado refulgen y palpitan con vívida luz, de suerte que por ellos pasa una muchísimo mayor cantidad de energía, y el individuo obtiene por resultado el acrecentamiento de sus potencias y facultades.
FORMA DE LOS VÓRTICES
La divina energía que desde el exterior se derrama en cada centro, determina en la superficie del cuerpo etéreo, y en ángulo recto con su propia dirección, energías secundarias en circular movimiento ondulatorio, de la propia suerte que una barra imanada introducida en un carrete de inducción provoca una corriente eléctrica que fluye alrededor del carrete en ángulo recto con la dirección del imán.
Una vez que entra en el vórtice la energía primaria, vuelve a irradiar de sí misma en ángulos rectos, pero en líneas rectas, como si el centro del vórtice fuese el cubo de una rueda y las radiaciones de la primaria energía sus radios, los cuales enlazan a guisa de corchetes el doble etéreo con el cuerpo astral. El número de radios difiere en cada uno de los centros y determina el número de ondas o pétalos que respectivamente exhiben. Por esto los libros orientales suelen comparar poéticamente los chakras con flores.
Cada una de las energías secundarias que fluyen alrededor de la depresión semejante a un platillo tiene su peculiar longitud de onda y una luz de determinado color; pero en vez de moverse en línea recta como la luz, se mueve en ondas relativamente amplias de diverso tamaño, cada una de las cuales es múltiplo de las menores ondulaciones que entraña.
El número de ondulaciones está determinado por el de radios de la rueda, y la energía secundaria ondula por debajo y por encima de las radiaciones de la energía primaria, a la manera de una labor de cestería que pudiera entretejerse alrededor de los radios de una rueda de carruaje. Las longitudes de onda son infinitesimales y probablemente cada ondulación las contiene a millares.
Según fluyen las energías alrededor del vórtice, las diferentes clases de ondulaciones se entrecruzan unas con otras como en labor de cestería y producen la forma semejante a la corola de convulvácea a que ya anteriormente me he referido.
Sin embargo, todavía se parecen más los chakras a una salserillas de ondulado cristal iridiscente como las que se fabrican en Venecia. Todas estas ondulaciones o pétalos tienen el tornasolado y trémulo brillo de la concha, aunque generalmente cada una de ellas ostenta su predominante color según denotan las ilustraciones. Este nacarino aspecto argéntico suele estar comparado en los tratados sánscritos con el rielar de la luna en la superficie de las aguas del mar.
LAS ILUSTRACIONES
Las ilustraciones que adornan el texto (3) representan los chakras tal como los percibe un muy evolucionado y discreto clarividente que ya ha disciplinado los suyos lo bastante para que actúen ordenadamente.
Desde luego que ni los colores de las ilustraciones ni ningún color de este mundo tienen la suficiente luminosidad para igualar al del chakra respectivo; pero al menos da el dibujo una idea del verdadero aspecto de estas ruedas de luz.
Por lo ya expuesto, se comprenderá que los centros difieren de tamaño y brillo según la persona, y aun en un mismo sujeto pueden ser unos más vigorosos que otros.
Todos están dibujados en tamaño natural, excepto el sahasrara o centro coronario, que ha convenido ampliarlo para distinguir su asombrosa riqueza de pormenores.
En el caso de un hombre que sobresalga excelentemente en las cualidades expresadas por medio de determinado centro, no sólo aparecerá éste de mucho mayor tamaño, sino especialmente radiante y emitiendo fúlgidos rayos de oro. Ejemplo de esto nos ofrece la precipitación que del aura de Stainton Moseyn hizo la señora Blavatsky, que se conserva en el relicario de la Sede Central de la Sociedad Teosófica en Adyar y se reprodujo, aunque muy imperfectamente, en la obra del coronel Olcott titulada Old Diary Leaves.
Los chakras se dividen naturalmente en tres grupos: inferior, medio y superior. Pueden denominarse respectivamente: fisiológico, personal y espiritual.
Los chakras primero y segundo tienen pocos radios o pétalos y su función es transferir al cuerpo dos fuerzas procedentes del plano físico. Una de ellas es el fuego serpentino de la tierra y la otra la vitalidad del sol. Los centros tercero, cuarto y quinto, que constituyen el grupo medio, están relacionados con las fuerzas que por medio de la personalidad recibe el ego.
El tercer centro las transfiere a través de la parte inferior del cuerpo astral; el cuarto por medio de la parte superior de este mismo cuerpo; y el quinto por el cuerpo mental. Todos estos centros alimentan determinados ganglios nerviosos del cuerpo denso. Los centros sexto y séptimo, independientes de los demás, están respectivamente relacionados con el cuerpo pituitario y la glándula pineal, y solamente se ponen en acción cuando el hombre alcanza cierto grado de desarrollo espiritual.
He oído decir que cada pétalo de los chakras representa una cualidad moral cuya actualización pone el chakra en actividad. Por ejemplo, según el upanishad Dhyiinabindu, los pétalos del chakra cardíaco representan devoción, pereza, cólera, claridad y otras cualidades análogas. Por mi parte no he observado todavía nada que compruebe esta afirmación, y no se comprende fácilmente cómo puede ser así, porque los pétalos resultan de la acción de ciertas fuerzas notoriamente distinguibles, y en cada chakra están o no activas, según se hayan o no actualizado dichas fuerzas, de suerte que el desenvolvimiento de los pétalos no tiene más directa relación con la moralidad del individuo que la que pueda tener el robustecimiento del biceps.
He observado personas de no muy alta moralidad en quienes algunos chakras estaban plenamente activos, mientras que otras personas sumamente espirituales y de nobilísima conducta los tenían escasamente vitalizados, por lo que me parece que no hay necesaria conexión entre ambos desenvolvimientos.
Sin embargo, se observan ciertos fenómenos en que bien pudiera apoyarse tan extraña idea. Aunque la semejanza con los pétalos está determinada por las mismas fuerzas que giran alrededor del centro, alternativamente por encima y debajo de los radios, difieren éstos en carácter porque la fuerza o energía influente se subdivide en sus partes o cualidades componentes; y por lo tanto, cada radio emite una influencia peculiar, siquiera débil, que afecta a la energía secundaria que por él pasa y altera algún tanto su matiz. Varios de estos matices pueden denotar una modalidad de la energía favorable al desenvolvimiento de una cualidad moral; y luego de fortalecida esta cualidad, son más intensas las correspondientes vibraciones. En consecuencia la tenuidad o reciedumbre del matiz denotará la posesión en menor o mayor grado de la respectiva cualidad.
EL CHAKRA FUNDAMENTAL
El primer centro, el rádico o fundamental situado en la base del espinazo, recibe una energía primaria que emite cuatro radios; y por lo tanto, dispone sus ondulaciones de modo que parezca dividida en cuadrantes alternativamente rojos y anaranjados con oquedades entre ellos, de lo que resulta como si estuviesen señalados con el signo de la cruz, y por ello se suele emplear la cruz por símbolo de este centro, una cruz a veces flamígera para indicar el fuego serpentino residente en este chakra.
Cuando actúa vigorosamente es de ígneo color roji-anaranjado, en íntima correspondencia con el tipo de vitalidad que le transfiere el chakra esplénico. En efecto, observaremos en cada chakra análoga correspondencia con el color de su vitalidad.
EL CHAKRA ESPLÉNICO
El segundo chakra está situado en el bazo y su función es especializar, subdividir y difundir la vitalidad dimanante del sol. Esta vitalidad surge del chakra esplénico subdividida en siete modalidades, seis de ellas correspondientes a los seis radios del chakra y la séptima queda concentrada en el cubo de la rueda. Por lo tanto, tiene este chakra seis pétalos u ondulaciones de diversos colores y es muy radiante, pues refulge como un sol. En cada una de las seis divisiones de la rueda predomina el color de una de las modalidades de la energía vital. Estos colores son: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul y violado; es decir, los mismos colores del espectro solar menos el índigo o añil.
EL CHAKRA UMBILICAL
El tercer chakra está situado en el ombligo, o mejor diríamos en el plexo solar, y recibe la energía primaria que subdivide en diez radiaciones, de suerte que vibra como si estuviese dividido en diez ondulaciones o pétalos. Está íntimamente relacionado con sentimientos y emociones de diversa índole. Su color predominante es una curiosa combinación de varios matices del rojo, aunque también contiene mucha parte del verde. Las divisiones son alternativas y principalmente rojas y verdes.
EL CHAKRA CARDÍACO
El cuarto chakra situado en el corazón es de brillante color de oro y cada uno de sus cuadrantes está dividido en tres partes, por lo que tiene doce ondulaciones, pues su energía primaria se subdivide en doce radios.
EL CHAKRA LARÍNGEO
El quinto centro está situado en la garganta y tiene diez y seis radios correspondientes a otras tantas modalidades de la energía. Aunque hay bastante azul en su color, el tono predominante es el argéntico brillante, parecido al fulgor de la luz de la luna cuando riela en el mar. En sus radios predominan alternativamente el azul y el verde.
EL CHAKRA FRONTAL
El sexto chakra situado en el entrecejo, parece dividido en dos mitades, una en que predomina el color rosado, aunque con mucho amarillo, y la otra en que sobresale una especie de azul purpúreo. Ambos colores se corresponden con los de la vitalidad que el chakra recibe. Acaso por esta razón dicen los tratados orientales que este chakra sólo tiene dos pétalos; pero si observamos las ondulaciones análogas a las de los chakras anteriores, veremos que cada mitad está subdividida en cuarenta y ocho ondulaciones, o sean noventa y seis en total, porque éste es el número de las radiaciones de la primaria energía recibida por el chakra.
El brusco salto de diez y seis a noventa y seis radios, y la todavía mayor variación súbita de noventa y seis a novecientos setenta y dos radios que tiene el chakra coronario, demuestran que son chakras de un orden enteramente distinto de los hasta ahora considerados. No conocemos todavía todos los factores que determinan el número de radios de un chakra; pero es evidente que representan modalidades de la energía primaria, y antes de que podamos afirmar algo más sobre el particular, será necesario hacer centenares de observaciones y comparaciones repetidamente comprobadas.
Entretanto, no cabe duda de que mientras las necesidades de la personalidad pueden satisfacerse con limitados tipos de energía, en los superiores y permanentes principios del hombre encontramos una tan compleja multiplicidad que requiere para su expresión mucho mayores y selectas modalidades de energía.
EL CHAKRA CORONARlO
El séptimo chakra en lo alto de la cabeza, es el más refulgente de todos cuando está en plena actividad, pues ofrece abundancia de indescriptibles efectos cromáticos y vibra con casi inconcebible rapidez. Parece que contiene todos los matices del espectro, aunque en el conjunto predomina el violado.
Los libros de la India le llaman la flor de mil pétalos, y no dista mucho esta denominación de la verdad, pues son novecientas sesenta las radiaciones de la energía primaria que recibe. Cada una de estas radiaciones aparece fielmente reproducida en la lámina del frontispicio, aunque es muy difícil señalar la separación de pétalos. Además,tiene este chakra una característica que no poseen los otros, y consiste en una especie de subalterno torbellino central de un blanco fulgurante con el núcleo de color de oro.
Este vórtice subsidiario es menos activo y tiene doce ondulaciones propias.
Generalmente, el chakra coronario es el último que se actualiza.
Al principio no difiere en tamaño de los demás; pero a medida que el hombre adelanta en el sendero del perfeccionamiento espiritual, va acrecentándose poco a poco hasta cubrir toda la parte superior de la cabeza.
Otra particularidad acompaña a su desenvolvimiento. Al principio es, como todos los demás chakras, una depresión del doble etéreo, por la que penetra la divina energía procedente del exterior; pero cuando el hombre se reconoce rey de la divina luz y se muestra longánime con cuanto le rodea, el chakra coronario se revierte por decirlo así de dentro afuera, y ya no es un canal receptor, sino un radiante foco de energía, no una depresión, sino una prominencia erecta sobre la cabeza como una cúpula, como una verdadera corona de gloria.
Las imágenes pictóricas y esculturales de las divinidades y excelsos personajes de Oriente, suelen mostrar esta prominencia, como se ve en la estatua del Señor Buda en Borobudur (isla de Java) reproducida en la figura 2.
Este es el acostumbrado método de representar la prominencia y en tal forma aparece sobre la cabeza de millares de imágenes del Señor Buda en el mundo oriental.
En algunos casos, los dos tercios de este chakra se representan en forma de bóveda, constituí da por los novecientos sesenta pétalos y encima otra bóveda menor constituida por las doce radiaciones del vórtice subalterno. Así aparece en la cabeza de la derecha de la fig. 2, que es la de la estatua o imagen de Brahma en el Hokkédo de Todaiji de Nara (Japón), cuya antigüedad se remonta al año 749.
El tocado de esta cabeza representa el chakra coronario con la guirnalda de llamas que de él brotan, y es diferente de la representación del mismo chakra en la cabeza de la estatua de Buda.
También se echa de ver dicha prominencia en la simbología cristiana, como, por ejemplo, en las coronas de los veinticuatro ancianos, quienes las echaban delante del trono del Señor.
En el hombre muy evolucionado, el chakra coronarlo fulgura con esplendor tanto, que ciñe su cabeza como una verdadera corona; y el significado del antedicho pasaje del Apocalipsis es que todo cuanto el hombre ha conseguido, el magnificente karma acumulado, toda la asombrosa energía espiritual que engendra, todo lo echa perpetuamente a los pies del Logos para que lo emplee en su obra.
Así una y otra vez, repetidamente, está echando ante el trono del Señor su áurea corona, porque continuamente la restaura la energía dimanante de su interior.
OTROS DATOS REFERENTES A LOS CHAKRAS
Los Upanishads menores, los Puranas, las obras tántricas y algunas otras de la bibliografía sánscrita suelen describir los siete chakras, y hoy día los utilizan muchos yoguis indos. Un amigo mío, familiarizado con la vida íntima de la India, me aseguró que existe en este país una escuela que hace libre uso de los chakras y cuenta con 16.000 afiliados esparcidos por un extenso territorio. De las fuentes índicas de información se obtienen muy valiosos datos referentes a los chakras, que trataremos de compendiar en el último capítulo de la presente monografía.
También parece que algunos místicos europeos conocieron los chakras, según denota la obra Theosophia Practica del místico alemán Juan Jorge Gichtel, discípulo de Jacobo Boehme, que tal vez pertenecía a la secreta sociedad de los rosacruces (4) . Dicha obra se publicó por vez primera en 1696, y se dice que las ilustraciones de la edición de 1736, de las que es descripción el texto del volumen, se estamparon en 1720, diez años después de la muerte del autor, ocurrida en 1710.
La obra citada no ha de confundirse con la colección de cartas de Gichtel que lleva el mismo nombre de Theosophia Práctica, pues el volumen a que nos referimos no está en forma de cartas sino en la de seis capítulos concernientes a la mística regeneración que tan importante dogma era para los rosacruces.
La lámina VII que damos en esta monografía es reproducción fotográfica del dibujo intercalado en la traducción francesa de Theosophia Practica publicada en 1897 por la Biblioteca Chacornac de París, en el volumen núm. 7 de la Biblioteca Rosicruciana.
Gichtel nació el año 1638 en Ratisbona (Baviera). Estudió teología y jurisprudencia y ejerció la abogacía; pero poco después, al reconocer su interior mundo espiritual, renunció a todo interés mundano e inició un movimiento místico cristiano.
Su oposición a la ignorante ortodoxia de su época le atrajo el odio de aquellos a quienes combatía, por lo que hacia el año 1670 lo desterraron del país y le confiscaron los bienes. Por fin logró refugiarse en Holanda, donde permaneció los cuarenta años restantes de su vida.
Evidentemente consideraba Gichtel de índole secreta las figuras estampadas en su obra Theosophia Practica y las mantuvo reservadas para sus discípulos durante algunos años, pues como él mismo dice, eran resultado de una iluminación interior, probablemente lo que ahora llamamos clarividencia. En la portada de su libro dice Gichtel que es: «Breve exposición de los tres principios de los tres mundos del hombre, representados en clara imágenes, que demuestran cómo y en dónde tienen sus respectivos centros en el hombre interno, según lo que el autor observó en sí mismo en divina contemplación, y lo que sintió, experimentó y percibió».
Sin embargo, como todos los místicos de su tiempo, Gichtel carece de la exactitud que debe caracterizar al ocultismo y misticismo, y al describir las figuras se desvía en prolijas, aunque a veces interesantes digresiones, sobre las dificultades y problemas de la vida espiritual. Por es tanto, no es su libro una obra maestra en lo atinente a la descripción de las figuras, si bien acaso no se atrevió a decir demasiado o quiso inducir a sus lectores a que aprendieran a ver por sí mismos aquello de lo cual escribía.
Asimismo se infiere de su conducta verdaderamente espiritual, que había actualizado bastante clarividencia para ver los chakras, pero que incapaz de conocer su genuino carácter y servicio, les aplicó, en su intento de explicarlos, el usual simbolismo de la escuela a que pertenecía.
Según se advertirá, trata Gichtel del natural hombre terreno sumido en tinieblas, por lo que cabe disculparlo de ser algún tanto pesimista respecto de los chakras.
No se detiene a comentar el primero y segundo, tal vez porque sabía que estaban principalmente relacionados con el proceso fisiológico; pero califica el plexo solar de asiento de la ira, como en efecto así es. Considera el chakra cardíaco lleno de amor propio, el laríngeo de envidia y avaricia, y en el coronario sólo ve radiante orgullo.
También adscribe Gichtel planetas a los chakras. La Luna al fundamental; Mercurio al esplénico; Venus al umbilical; el Sol al cardíaco (5) ; Marte al laríngeo; Júpiter al frontal y Saturno al coronario. Además nos dice que el fuego reside en el corazón, el agua en el hígado, la tierra en los pulmones, y el aire en la vejiga, aunque todo ello en lenguaje simbólico.
Conviene notar que Gichtel traza una espiral desde la sierpe enroscada al corazón, que pasa sucesivamente por todos los chakras; pero no se advierte razón alguna del orden en que la espiral pasa por ellos. El simbolismo del perro corredor no está explicado, y por tanto, quedamos en libertad de interpretarlo según nos plazca o de eludir toda interpretación.
El autor nos da últimamente una ilustración del hombre regenerado por el Cristo que ha aplastado del todo a la serpiente; pero substituye el sol por el Sagrado Corazón, horriblemente sangrante.
El interés que para nosotros tiene este dibujo no consiste en las interpretaciones del autor, sino en que demuestra sin sombra de duda, que al menos algunos místicos del siglo XVII conocían la existencia de los chakras y su respectiva situación en las diversas regiones del cuerpo humano.
Adicional prueba del primitivo conocimiento de los chakras nos la ofrecen los rituales masónicos cuyos puntos capitales se remontan a un tiempo inmemorial, pues los monumentos arqueológicos demuestran que dichos puntos ritualísticos ya se conocían y practicaban en el antiguo Egipto, y se han ido transmitiendo fielmente hasta el día de hoy.
Los masones los cuentan entre sus secretos, y al utilizarlos estimulan positivamente algún chakra con propósito de su trabajo masónico, aunque por lo general poco o nada conocen de lo que ocurre más allá del ordinario campo de la visión.
Aquí es imposible dar más claras explicaciones, pero ya he dicho mucho de lo que está permitido decir, en mi obra: La Vida oculta en la Masonería.
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