KṚṢṆA:
“Esta doctrina inextinguible del Yoga la enseñé yo una vez a
Vivasvat1; Vivasvat se la comunicó al Manu2 y el Manu se la
dio a conocer a Ikṣvāku3; y siendo así transmitida de unos a
otros, la misma fue estudiada por los Rājarṣis4, hasta que, en el
transcurso del tiempo, el poderoso arte fue perdido, ¡Oh
castigador de tus enemigos! Y es esta misma doctrina,
inextinguible, secreta y eterna, la que yo hoy te he comunicado
a ti porque tú eres mi devoto y mi amigo.”
ARJUNA:
“Viendo yo que tu nacimiento es posterior a la vida de
Ikṣvāku, ¿cómo puedo yo entender que tú eras en el comienzo
el maestro de esta doctrina?”
KṚṢṆA:
“Ambos, Yo y tú, hemos pasado a través de muchos
nacimientos, ¡Oh castigador de tus enemigos! pero mientras los
míos me son conocidos, tú no conoces los tuyos.”
“Porque aun siendo yo no nacido, de esencia incambiable y
señor de toda la existencia, aun así, al presidir sobre la
naturaleza —que es mía— yo nazco a través de mi propio
maya5, el místico poder de auto-ideación, el eterno pensamiento dentro de la mente eterna6. Yo me produzco a mí mismo entre
las criaturas, Oh hijo de Bharata, cuando quiera que haya una
declinación de la virtud y una insurrección del vicio y la
injusticia en el mundo; y así encarno, de edad en edad, para la
preservación de los justos, la destrucción de los malvados y el
establecimiento de la justicia. Y quienquiera, oh Arjuna, que
sepa que son divinos mis nacimientos y mis obras, ese, al salir
del marco mortal, ya no entra en otro, porque él entra en mí. Y
muchos que se libertaron de la sed insaciable, del miedo y del
enojo, se llenaron con mi espíritu y se apoyaron en mí; habiendo
sido así purificados por el fuego ascético del conocimiento, han
entrado ya dentro de mi ser.
Porque cualquiera que sea la forma
en que los hombres se acerquen a mí, en esa misma medida yo
los asisto; y cualquiera que sea la senda que tome la humanidad,
esa senda es mía, Oh hijo de Pṛthā.
Y aquéllos que desean el éxito para sus obras en esta vida, hacen sacrificios a los dioses; sólo que, en este mundo, el triunfo logrado por sus acciones pronto llega a su final.”
Y aquéllos que desean el éxito para sus obras en esta vida, hacen sacrificios a los dioses; sólo que, en este mundo, el triunfo logrado por sus acciones pronto llega a su final.”
“La humanidad fue creada por mí en cuatro castas que son
distintas en sus principios y en sus deberes, de acuerdo a la
natural distribución de las acciones y las cualidades7.
Conóceme
entonces, que aun siendo incambiable y no actuante, soy el
autor de todo esto.
Las obras no me afectan, ni tampoco tengo
expectativa alguna de los frutos de las obras.
Y a aquél que así
me comprende, no lo atan los lazos de la acción hacia un nuevo
nacimiento.
Los antiguos que añoraron la salvación eterna,
habiendo descubierto esto, siguieron haciendo obras. Por lo
tanto, ejecuta tus labores tal como fueron ejecutadas por los
antiguos en tiempos pasados.”
“Aun los sabios mismos han sido engañados respecto a lo
que es acción y lo que es inacción.
Por lo tanto, te explicaré a ti
lo que es realmente la acción, a la luz de cuyo conocimiento
quedarás libre de todo mal. Uno ha de aprender: cuál es la
acción que ha de ser ejecutada, cuál aquella que no ha de serlo,
y cuál es inacción. El sendero de la acción es oscuro. Y aquel
hombre que ve la inacción en la acción, y la acción en la
inacción, es sabio entre los hombres, él es un verdadero devoto
y un perfecto ejecutor de toda acción.”
“Aquéllos que son poseedores de la verdadera discriminación
espiritual, llaman sabio a aquél cuyas empresas están libres de
todo deseo, porque sus acciones van quedando consumidas en
las llamas del conocimiento. Pues él renuncia al deseo de llegar
a ver la recompensa por sus obras; y queda así libre y
satisfecho; y de nada depende y en nada se apoya; y aun cuando
él está envuelto en acciones, él en realidad nada hace. Él no
busca resultados, y con su mente y con su cuerpo subyugados y
estando por encima del disfrute que traen las cosas, y haciendo
con el cuerpo sólo las acciones que son corporales, él no se
somete a sí mismo a los renacimientos.
Él ya está satisfecho con
cualquier cosa que reciba, casual y fortuitamente, y está libre de
la influencia de ‘los pares de opuestos’ y también de la envidia; y es él mismo, en el triunfo y en el fracaso; y aun cuando actúa,
no está atado por los lazos de la acción. Y todas las obras de tal
hombre que está libre del auto-interés, que es devoto, cuyo
corazón está fijo en el conocimiento espiritual, y cuyos actos
son sacrificios dedicados a lo Supremo, esas acciones se
disuelven y quedan sin efectos sobre él. El Espíritu Supremo es
el acto mismo de la ofrenda, el Supremo Espíritu es también el
aceite del sacrificio, el cual se ofrece en el fuego que es
igualmente el mismo Espíritu Supremo; y hacia el Espíritu
Supremo va aquél que hace de ese Espíritu Supremo el objetivo
de su meditación en la ejecución de todos sus actos.”
“Algunos devotos hacen sacrificios a los dioses, mientras
que otros, encendiendo el fuego más sutil del Espíritu Supremo,
se ofrecen ellos mismos; y aún otros hacen el sacrificio de sus
sentidos, comenzando con el de la audición, que es dejado en el
fuego de la auto-restricción, mientras otros renuncian a todos
los sonidos deleitosos, y otros, iluminados por el conocimiento
espiritual, sacrifican todas las funciones de sus sentidos y su
vitalidad, en el fuego de la devoción a través de la autorestricción.
Y también hay aquéllos que hacen sacrificio en
riquezas que son dadas como limosnas; también por la
mortificación y la humillación, por devoción, y por el estudio
silencioso. Algunos sacrifican el inhalar de su respiración en la
exhalación, y la exhalación en la inhalación, por el bloqueo
mismo de los canales de inspiración y de expiración; mientras
que otros lo hacen deteniendo los movimientos de ambos
alientos vitales; y otros absteniéndose del alimento, sacrifican la
vida en su vida.”
“Todas estas diferentes clases de adoradores son purificados
de sus pecados por sus sacrificios; pero son aquéllos que
participan de la perfección del conocimiento espiritual que se
alza de tales sacrificios, los que pasan hacia el eterno Espíritu
Supremo. Pero para aquel que no hace sacrificio alguno no hay
parte ni espacio en este mundo; y entonces, ¿cómo podría él
participar en el otro, Oh tú, mejor de los Kurus?”
“Todas estas formas de sacrificios de tantas clases son
desplegados a la vista de Dios; y sabe que todos ellos surgen de
la acción, y al comprender esto, tú obtendrás una liberación
eterna. Oh tú castigador de tus enemigos, el sacrificio a través
del conocimiento espiritual es superior al sacrificio que se hace
con las cosas materiales; toda acción, sin excepción alguna, está
comprendida en el conocimiento espiritual, oh hijo de Pṛthā.
Busca esta sabiduría a través del servicio, por intensa búsqueda,
por preguntas y cuestionamientos, y también por humildad; y el
sabio que ve la verdad, te la comunicará, y sabiéndola, tú jamás
caerás en el error, oh hijo de Bharata. Por este conocimiento, tú
verás en ti mismo todas las cosas y todas las criaturas,
cualesquiera que sean, y entonces las verás en mí. Y aun cuando fueras el más grande de todos los pecadores, serás capaz de
cruzar sobre todos los pecados, en la barca del conocimiento
espiritual. Porque al igual que el fuego natural, Oh Arjuna,
reduce el combustible a cenizas, así también el fuego del
conocimiento reduce todas las acciones a cenizas. Pues no hay
purificador en este mundo que pueda comparársele al
conocimiento espiritual; y aquél que se ha perfeccionado en la
devoción, encuentra, con el transcurrir del tiempo, el conocimiento
espiritual manando espontáneamente desde dentro de sí mismo.
El hombre que restringe los sentidos y órganos y tiene fe,
obtiene el conocimiento espiritual, y habiéndolo obtenido, él
prontamente alcanza la suprema tranquilidad; pero los ignorantes,
aquéllos que están llenos de dudas y sin fe, esos están perdidos.
El hombre de mente dubitativa no encuentra felicidad ni en este
mundo ni en el próximo, ni en ningún otro. Ninguna acción ata
al hombre que a través de la discriminación espiritual ha
renunciado así a la acción y cortado de un tajo toda duda por
medio del conocimiento, Oh despreciador de la riqueza. Por lo
tanto, Oh hijo de Bharata, habiendo cercenado tú de un tajo y
con la espada de la sabiduría espiritual, esta duda que ata tu
corazón, entrégate a la ejecución de la acción. ¡Levántate!”
Y así, en la Upanishad, llamada la sagrada Bhagavad Gita, en la ciencia del Supremo Espíritu, en el libro de la devoción, en el coloquio entre el santo Kṛṣṇa y Arjuna, está el Septimo Capítulo, de nombre—
Y así, en la Upanishad, llamada la sagrada Bhagavad Gita, en la ciencia del Supremo Espíritu, en el libro de la devoción, en el coloquio entre el santo Kṛṣṇa y Arjuna, está el Septimo Capítulo, de nombre—
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1- Vivasvat, el sol, primera manifestación de la sabiduría divina en los
comienzos de la evolución.
2- Manu, titulo genérico dado al espíritu reinante del universo sensorial;
siendo el actual, el Vaivasvata Manu.
3- Iksavaku, el fundador de la dinastia solar indostana.
4-Rajarsis, Sabios Reales.
5-Maya, Ilusión.
6- Ver aquí la Varaha Upanishad de Krishna-Yajur Veda: “El universo todo es
desarrollado sólo a través del Saṃkalpa (pensamiento o ideación); y es sólo
a través del Saṃkalpa que el universo retiene su apariencia”.
7- Esto hace referencia a las cuatro grandes castas de la India: el Brahman, el
soldado, el mercader, y el sirviente. Y esa división queda claramente visible
en cada país, aun cuando no se le llame por esos nombres.
COMENTARIO AL CAPITULO III
En el tercer capítulo, Kṛṣṇa había abordado el tema del Yoga
o Unión con lo Supremo y el método para su logro y ahora, en
el cuarto capítulo, abiertamente habla de ello. Él le ha dicho a
Arjuna que la pasión es más grande que ambos, el corazón y la
mente, teniendo el poder de vencerlos y le aconseja a Arjuna
que refuerce su dominio sobre el Yo verdadero, porque solamente
por medio de ello podría él sobrepasar la pasión.
En el comienzo de este capítulo nos encontramos con algo
importante: la doctrina de que en los principios de una nueva
Creación, llamada Manvantara en el idioma Sánscrito, un gran
Ser desciende entre los hombres y les imparte ciertas ideas y
aspiraciones que reverberan por todas las edades sucesivas
hasta el día cuando llega la gran disolución general, la noche de
Brahmā. Él le dice:
“Este Yoga inmortal, esta profunda unión,
Yo la enseñé a Vivasvat, el Señor de la Luz;
Vivasvat la enseñó a Manu; él
La enseñó a Ikṣvāku; y así fue descendiendo por toda la
línea
De mis Regios Ṛṣis. Pero entonces, con los años,
La verdad fue palideciendo llegando a perecer, ¡noble
Príncipe!
Ahora, una vez más, a ti te es declarada—
Esta ciencia antigua, este supremo misterio—
Pues veo en ti un devoto y un amigo.”
Las autoridades exotéricas están de acuerdo en que Vivasvat es un nombre para el sol; y que, después de él, llegó Manu y su hijo fue Ikṣvāku. Este último fundó el linaje de Reyes Solares, que en sus primeros días de la India fueron hombres de supremo conocimiento. Cada uno de ellos fue un adepto y gobernaron la tierra como sólo los adeptos podrían hacerlo, porque las edades más obscuras no habían llegado aún y tales grandes Seres podían naturalmente vivir entre la humanidad. Cada uno de los hombres les respetaban, y no había rebelión ni siquiera en el pensamiento, ya que no había motivo ni ocasión de reclamo. Aunque “Vivasvat”, como un nombre para el sol, no significa nada a nuestros oídos occidentales, hay una gran verdad escondida detrás de esto, así como hasta la fecha hay un gran misterio detrás de nuestra órbita solar. Él fue el Ser elegido para ayudar a guiar la raza en su comienzo. Edades antes, él había, por sí mismo, pasado por encarnaciones durante otras creaciones y habiendo alcanzado, paso a paso, la larga escalera de la evolución, hasta que por derecho natural llegó a ser como un dios.
Él mismo proceso está pasando a la fecha, preparando algún Ser para un trabajo similar en edades por venir. Y así ha sucedido en el ilimitado pasado también; y siempre el Espíritu Supremo como Kṛṣṇa, enseña al Ser, de manera que él pueda sembrar esas ideas necesarias para nuestra salvación. Cuando la raza ha crecido lo suficiente, el Ser llamado “El Sol” le entrega la sucesión espiritual a Manu, ya sea que lo conozcamos por ese nombre o por algún otro, quien continúa la labor hasta que los hombres han arribado al punto en que ellos proveen, de la enorme masa, uno de entre ellos que sea capaz de fundar un linaje de Regios Sacerdotes Gobernantes; entonces el Manu se retira, dejando la sucesión en manos del Regio Sabio, quien, a su vez, la transmite a sus sucesores. Esta sucesión dura hasta que el curso de la era ya no lo permite y entonces todas las cosas crecen espiritualmente confusas, aumenta el progreso material y la era de obscuridad llega de pleno, trayendo consigo el tiempo que precede a la disolución. Tal es la época presente.
Hasta aquel período que fue marcado por el primer Rey terreno llamado Ikṣvāku, el Gobernante era un Ser espiritual que todos los hombres conocían como tal, porque su poder, gloria, benevolencia y sabiduría eran evidentes. Él vivió un inmenso número de años, y enseñó a los hombres no sólo el Yoga sino también las artes y las ciencias. Las ideas implantadas entonces, habiendo sido puestas en movimiento por uno que sabía todas las leyes, han permanecido hasta hoy como ideas inherentes. Por lo tanto puede verse que no hay base para ningún orgullo en las ideas que son sentidas por muchos de nosotros. Esas ideas no son originales. Nosotros nunca las hubiéramos desarrollado por nosotros mismos, sin ayuda; y si no hubiera sido por la gran sabiduría de esos espíritus planetarios del comienzo de las cosas, andaríamos ahora a la deriva sin ninguna esperanza.
Las historias de todos los pueblos y razas acerca de grandes personajes, héroes, magos, dioses, que existieron entre ellos al comienzo, viviendo largas vidas, son todas debidas a las causas que se han esbozado más arriba. A pesar de todas las burlas y laboriosos esfuerzos de los científicos despectivos empeñados en demostrar que no hay alma y tal vez tampoco un más allá; la creencia innata en lo supremo, en el cielo, en el infierno, en la magia y tantas cosas más, permanecerá incólume. Ellas son preservadas por las masas ineducadas, quienes, al no tener teorías escolásticas que distraigan sus mentes, mantienen aquello que pudo quedar de la sucesión de las ideas. Arjuna queda ahora sorprendido al oír a uno de cuyo nacimiento él conocía y que declara aquí que Vivasvat había sido su contemporáneo, y a ese respecto le pregunta a Kṛṣṇa cómo podía eso ser cierto. Kṛṣṇa le contesta, asegurándole que él y Arjuna ya habían pasado por incontables renacimientos, los cuales él podía ver y recordar, pero que Arjuna, no estando aun perfeccionado en el Yoga, no podía conocer sus nacimientos ni recordarlos. Tal como en el poema a Arjuna también se le llama Nara, que significa Hombre y aquí tenemos un antiguo postulado sobre la Reencarnación para toda la familia humana en términos directos e inequívocos.
Entonces, él abre en forma muy natural esta doctrina que es bien conocida en la India, la de reapariciones de los Avatāras. Hay disputas menores entre los hindúes en lo referente a lo que es un Avatāra; o sea, si él mismo es el Supremo Espíritu o sólo un hombre iluminado por el Supremo en un grado mayor que el del hombre ordinario. Sin embargo, todos admiten que Kṛṣṇa presenta la verdadera doctrina en estas palabras: * * “Yo vengo, voy y vengo. Cuando la Justicia Declina,
¡Oh Bhārata! cuando la Maldad Es fuerte, Yo aparezco, de edad en edad y tomo Forma visible, y me muevo como un hombre entre los hombres, Ayudando a los buenos, rechazando a los malos,
Y restableciendo la Virtud de nuevo sobre su sitial.” Estas apariciones entre los hombres, con el propósito de restaurar el equilibrio, no son las mismas que el gobierno de Vivasvat y de Manu, del cual se habló anteriormente, se trata más bien del advenimiento a la tierra de los Avatāras o Salvadores. El que haya una periodicidad envuelta en ello, queda claramente dicho en estas palabras “de edad en edad”.
Él está aquí hablando de los grandes ciclos de los cuales, hasta ahora, los Maestros han permanecido silenciosos, excepto el que hayan dicho que hay tales ciclos. Hoy es generalmente admitido que la ley cíclica es de la más alta importancia en la consideración de los grandes asuntos de la evolución y del destino del Hombre. Pero el advenimiento de un Avatāra debe estar estrictamente en concordancia con la ley natural y esa ley exige que en el momento de tal evento, también ha de aparecer un ser que representa el otro polo, porque, como dice Kṛṣṇa, la gran ley de los dos opuestos está eternamente presente en el mundo. Y así encontramos en la historia de la India que, cuando Kṛṣṇa apareció hace tanto tiempo, hubo también un gran tirano, un mago negro llamado Kaṃsa, cuya maldad igualaba, en proporción, la bondad de Kṛṣṇa. Y a tal posibilidad es que se refiere el poema, cuando dice que Kṛṣṇa viene cuando la maldad ha alcanzado un máximo desarrollo.
El verdadero significado de esto es que el mal Karma del mundo continúa incrementándose con el paso de las edades, produciendo, al final, una criatura que es, por decirlo así, la flor misma de toda la maldad del pasado, a partir del último Avatāra precedente. Él no solo es malvado, sino que es también sabio y con poderes mágicos de tremendo alcance, porque la magia no es sólo la herencia de los buenos. El número de magos desarrollados entre las naciones de tal época es muy grande, pero uno de ellos sobresale por encima de todos los demás, haciendo que el resto le pague tributo. Esto no es cuento de hadas, sino más bien una sobria verdad y la presente prevalencia del egoísmo y el amor al lucro es exactamente el tipo de entrenamiento de ciertas cualidades que los magos negros ejemplificarán en eras por venir. Entonces, Kṛṣṇa o como quiera que se le llame, aparece “en forma visible, un hombre entre los hombres”.
Su poder es tan grande como el del maligno, pero él tiene a su favor lo que los otros no tienen: el espíritu, las fuerzas preservadoras y conservadoras. Con estas él es capaz de entrar en batalla con los magos negros y en ello está asistido por todos nosotros que somos realmente devotos de la Hermandad, el resultado es la victoria para los buenos y la destrucción de los malvados. Estos últimos pierden toda oportunidad de salvación en ese Manvantara y son precipitados a los planos inferiores en los cuales emergen al comienzo de la próxima nueva creación. Por lo tanto, ni siquiera ellos se pierden y de su salvación final habla Kṛṣṇa en esta forma: “Quienes así me adoran, A ellos exalto; pero hombres por todas partes Caerán a mi paso; a menos que esas almas Que tanto buscan recompensas por sus obras, hagan sacrificio Ahora, a los dioses menores.” Él también declara que la justa y completa comprensión del misterio de sus nacimientos u obras sobre la tierra nos confiere el Nirvāṇa, con lo cual el renacer ya no vuelva a ocurrir. Esto es porque no es posible para un hombre el comprender ese misterio a menos que él no se haya liberado completamente de la cadena de la pasión y haya adquirido la concentración total.
Él ya ha aprendido a mirar detrás de la mascara de las apariencias que engaña a una mente no pensante. Esto nos trae hasta a un arrecife sobre el que muchas personas, ya sean teósofos o no, quedan hechos pedazos. Se trata de la personalidad. La personalidad siempre es una ilusión, una imagen falsa ocultando la realidad interior. Ninguna persona es capaz de hacer que su ambiente corporal corresponda exactamente a lo mejor que hay dentro de él y por lo tanto, los otros continuamente lo juzgan por el espectáculo externo. Si intentamos, como lo señala Kṛṣṇa, encontrar lo divino en todas las cosas, muy pronto aprenderemos a no juzgar por las apariencias, y si seguimos el consejo que se nos da en este capítulo, de hacer nuestro deber sin esperanza de recompensa y sin el sólo deseo de resultados que tenemos a la vista, entonces el fin será la paz. Kṛṣṇa menciona varios sistemas de práctica religiosa y le muestra a Arjuna que al final todos ellos conducen a Él, pero sólo después de muchos nacimientos, en razón de las tendencias puestas en marcha. Las diferentes escuelas son todas mencionadas en unas pocas líneas.
El dictum de Él es de que ellas “destruyen los pecados”, significando que una cierta purificación de la naturaleza es lograda, a lo que le sigue, después de la muerte, una larga estadía en Dewachen, sin embargo es solamente a una práctica que él le atribuye la prerrogativa de ser eso que traerá la unión con el Espíritu Supremo. Después de enumerarlas todas, no sólo en la ejecución sino también en la omisión del sacrificio, él le muestra a Arjuna que el conocimiento espiritual incluye todas las acciones y vuelve cenizas a los enlazadores efectos de toda obra, confiriendo sobre nosotros el poder de tomar el Nirvāṇa por la sola emancipación de la ilusión en la cual el yo inferior fue el actor.
La perfección de este conocimiento espiritual se alcanza por el fortalecimiento espiritual, por el fortalecimiento de la fe y la expulsión de la duda que surgen de la devoción y del freno. Entonces tiene lugar un verso, que es casi idéntico a uno del Nuevo Testamento, “el hombre de mente dubitativa no goza ni de este mundo ni del otro, ni de la bendición final”.
* * *
Aquel que, ¡mi Príncipe!, dominando a sí mismo, ha vencido la duda, Separando el yo del servicio, el alma de las obras, Iluminado y emancipado, ¡Ya las obras no lo esclavizan más! Corta entonces de un tajo Con la espada de la sabiduría, ¡Hijo de Bharata! ¡Esta duda que ata los latidos de tu corazón! Corta el lazo. ¡Nacido de tu ignorancia! ¡Sé intrépido y sabio! ¡Entrégate conmigo al campo de batalla! ¡Levántate! Estas intensas palabras terminan el capítulo. Ellas están dirigidas a aquellos que pueden ser fuertes y no a los que siempre dudan y que no creen ni en sus propios pensamientos ni en las palabras de los otros, sino a quien está siempre pidiendo más y más. Pero allí no puede haber incertidumbre acerca de la causa de la duda: pues, como dice Kṛṣṇa: “Esto surge de la ignorancia y todo lo que tenemos que hacer es tomar la espada del conocimiento y cortar de inmediato todas las dudas”. Muchos dirán que ellos han estado siempre buscando por esto con la intención de poder encontrar paz y de que son tantos los sistemas que les han sido presentados a su consideración, que se encuentran incapaces de llegar a conclusión alguna.
Esto parecería muy cierto considerando las mil y una filosofías que nos son presentadas por sus exponentes con variados grados de claridad. Sin embargo, nos parece que todas ellas pueden ser fácilmente divididas y clarificadas en dos categorías que las pondrían bajo dos grandes encabezamientos: aquellas que no permiten que nada sea creído hasta que la masa miserable de mentes mediocres haya dicho al fin que acepta esto a aquello; y esas filosofías quienes tienen, cada una, un poco de lo que podría ser verdad y una gran dosis que es sin duda puro desatino. Aquel que duda es un devoto de la primera escuela o es un adherente parcialmente de una y parcialmente de la otra; y en el segundo caso queda casi despedazado por las innumerables ideas convencionales que llevan impresas el sello de autoridad y que lo constriñen a una aceptación de aquello que se revela contra su juicio cuando él le concede libre ejercicio. Si usted le dice a él que la tan alabada mente no es el juez final y que hay facultades superiores que pueden ser ejercitadas para la adquisición del conocimiento, él argumentará sobre las bases establecidas por los profesores eruditos de una escuela o de otra, negando la validez de las pruebas que se le ofrecen con el argumento de que estas son situaciones de “elucubración cerebral” y otras cosas más.
A tales personas este capítulo no le será atractivo, pero hay muchos estudiantes que tienen dudas sinceras y con ellos la dificultad nace de la ignorancia. Ellos temen admitir ante sí mismos que los hombres de la antigüedad pudieran haber encontrado la verdad; y la razón parece ser que ese juicio se hace sobre la consideración del puro estado material de esos pueblos o de las naciones contemporáneas que en algún grado sostienen esa postura filosófica. Nuestra civilización glorifica el progreso y las posesiones materiales y aquellos que no poseen esos dones no pueden ser los poseedores ni de la verdad ni del camino a ella. Pero los guardianes de la verdad nunca han dicho que nosotros seremos ricos o civilizados si seguimos el sistema de ellos. Por el contrario, en los días en que Kṛṣṇa vivió y enseñó su sistema, había mucho más gloria y poder material que ahora y más conocimiento de todas las leyes de la naturaleza que ningún científico nuestro haya logrado alcanzar en sus investigaciones. De aquí que, si algún teósofo enseña que el reinado de las doctrinas de los Maestros de la Sociedad podrá ser el golpe de gracia a todo progreso y comodidad material, él yerra y siembra las semillas de futuros problemas para sí mismo y para sus amigos. ¿Por qué, entonces, no sería sabio admitir, de una vez, que pueda haber verdad en esas doctrinas y, arrojando toda duda, disfrutar de la luz que nos llega del Oriente? Mientras quede la duda no habrá paz, ni certeza, ni esperanza de encontrarla en este mundo o en las próximas vidas, ni tampoco en las grandes vastedades de otros universos en los que podríamos vivir en edades futuras; pues el que está inclinado a la duda hoy, será también dudante entonces y así seguirá mientras la rueda gire por millones de años que están aún delante de nosotros.
Si seguimos el consejo del gran Príncipe, nuestro próximo paso será asumir, en vista de los hechos patentes de la evolución, que existen ciertos grandes Seres que hace mucho tiempo deben haber hollado el mismo camino y que poseen, ahora, el conocimiento y el poder de impartir todo lo que nosotros seamos capaces de captar. A eso Kṛṣṇa se refiere en estas palabras: “Busca este conocimiento rindiendo honor, postrándote, por la intensa búsqueda y por el servicio; a aquellos que están dotados de este conocimiento, que perciben la verdad de las cosas, te enseñarán esta sabiduría.” Y tales son las palabras exactas de los Maestros de nuestra Sociedad. Ellos no gratifican ni enseñan simplemente porque así nosotros lo deseamos, ni tampoco porque nosotros nos sobrevaluamos a nosotros mismos; pues nuestra valoración de nosotros mismos no es la de Ellos. Ellos nos valúan en la medida real y justa y no son movidos por lágrimas ni por súplicas que no son seguidas por las acciones y las acciones que a Ellos les deleitan son esas que son ejecutadas en servicio Suyo y no de otro. ¿Cuál es, entonces, la labor en la cual Ellos quieren ser servidos?
No es ni con el cultivo de nuestros poderes psíquicos, ni con la habilidad de producir fenómenos, ni ningún tipo de labor para sí mismo cuando esa es la única motivación. Ese servicio y ese trabajo han de ser rendidos en favor de la causa de la Humanidad, por quienquiera que sea el que los ejecute, ya sea un miembro de la Sociedad Teosófica u otros fuera de ella. Y todos los miembros de esta última, que están ahora con sus bocas abiertas a la expectativa de lo que ellos quieren llamar alimento, más vale que sepan, de una vez, que no obtendrán nada a menos que la obra sea hecha o intentada. Que tomemos esta actitud correcta y lo que sigue está descrito en este capítulo: “Un hombre que se perfecciona a sí mismo en la devoción encuentra, creciendo dentro de sí, en el curso del tiempo, ese conocimiento espiritual que es superior a toda acción, abarcándola sin excepción alguna.” El cuarto capítulo ha terminado. ¡Dejen que todas nuestras dudas lleguen a su final! “¿Qué espacio hay para la duda y cuál para el pesar, en aquel que sabe que todos los seres espirituales son lo mismo en clase, difiriendo sólo en grado?”
Las autoridades exotéricas están de acuerdo en que Vivasvat es un nombre para el sol; y que, después de él, llegó Manu y su hijo fue Ikṣvāku. Este último fundó el linaje de Reyes Solares, que en sus primeros días de la India fueron hombres de supremo conocimiento. Cada uno de ellos fue un adepto y gobernaron la tierra como sólo los adeptos podrían hacerlo, porque las edades más obscuras no habían llegado aún y tales grandes Seres podían naturalmente vivir entre la humanidad. Cada uno de los hombres les respetaban, y no había rebelión ni siquiera en el pensamiento, ya que no había motivo ni ocasión de reclamo. Aunque “Vivasvat”, como un nombre para el sol, no significa nada a nuestros oídos occidentales, hay una gran verdad escondida detrás de esto, así como hasta la fecha hay un gran misterio detrás de nuestra órbita solar. Él fue el Ser elegido para ayudar a guiar la raza en su comienzo. Edades antes, él había, por sí mismo, pasado por encarnaciones durante otras creaciones y habiendo alcanzado, paso a paso, la larga escalera de la evolución, hasta que por derecho natural llegó a ser como un dios.
Él mismo proceso está pasando a la fecha, preparando algún Ser para un trabajo similar en edades por venir. Y así ha sucedido en el ilimitado pasado también; y siempre el Espíritu Supremo como Kṛṣṇa, enseña al Ser, de manera que él pueda sembrar esas ideas necesarias para nuestra salvación. Cuando la raza ha crecido lo suficiente, el Ser llamado “El Sol” le entrega la sucesión espiritual a Manu, ya sea que lo conozcamos por ese nombre o por algún otro, quien continúa la labor hasta que los hombres han arribado al punto en que ellos proveen, de la enorme masa, uno de entre ellos que sea capaz de fundar un linaje de Regios Sacerdotes Gobernantes; entonces el Manu se retira, dejando la sucesión en manos del Regio Sabio, quien, a su vez, la transmite a sus sucesores. Esta sucesión dura hasta que el curso de la era ya no lo permite y entonces todas las cosas crecen espiritualmente confusas, aumenta el progreso material y la era de obscuridad llega de pleno, trayendo consigo el tiempo que precede a la disolución. Tal es la época presente.
Hasta aquel período que fue marcado por el primer Rey terreno llamado Ikṣvāku, el Gobernante era un Ser espiritual que todos los hombres conocían como tal, porque su poder, gloria, benevolencia y sabiduría eran evidentes. Él vivió un inmenso número de años, y enseñó a los hombres no sólo el Yoga sino también las artes y las ciencias. Las ideas implantadas entonces, habiendo sido puestas en movimiento por uno que sabía todas las leyes, han permanecido hasta hoy como ideas inherentes. Por lo tanto puede verse que no hay base para ningún orgullo en las ideas que son sentidas por muchos de nosotros. Esas ideas no son originales. Nosotros nunca las hubiéramos desarrollado por nosotros mismos, sin ayuda; y si no hubiera sido por la gran sabiduría de esos espíritus planetarios del comienzo de las cosas, andaríamos ahora a la deriva sin ninguna esperanza.
Las historias de todos los pueblos y razas acerca de grandes personajes, héroes, magos, dioses, que existieron entre ellos al comienzo, viviendo largas vidas, son todas debidas a las causas que se han esbozado más arriba. A pesar de todas las burlas y laboriosos esfuerzos de los científicos despectivos empeñados en demostrar que no hay alma y tal vez tampoco un más allá; la creencia innata en lo supremo, en el cielo, en el infierno, en la magia y tantas cosas más, permanecerá incólume. Ellas son preservadas por las masas ineducadas, quienes, al no tener teorías escolásticas que distraigan sus mentes, mantienen aquello que pudo quedar de la sucesión de las ideas. Arjuna queda ahora sorprendido al oír a uno de cuyo nacimiento él conocía y que declara aquí que Vivasvat había sido su contemporáneo, y a ese respecto le pregunta a Kṛṣṇa cómo podía eso ser cierto. Kṛṣṇa le contesta, asegurándole que él y Arjuna ya habían pasado por incontables renacimientos, los cuales él podía ver y recordar, pero que Arjuna, no estando aun perfeccionado en el Yoga, no podía conocer sus nacimientos ni recordarlos. Tal como en el poema a Arjuna también se le llama Nara, que significa Hombre y aquí tenemos un antiguo postulado sobre la Reencarnación para toda la familia humana en términos directos e inequívocos.
Entonces, él abre en forma muy natural esta doctrina que es bien conocida en la India, la de reapariciones de los Avatāras. Hay disputas menores entre los hindúes en lo referente a lo que es un Avatāra; o sea, si él mismo es el Supremo Espíritu o sólo un hombre iluminado por el Supremo en un grado mayor que el del hombre ordinario. Sin embargo, todos admiten que Kṛṣṇa presenta la verdadera doctrina en estas palabras: * * “Yo vengo, voy y vengo. Cuando la Justicia Declina,
¡Oh Bhārata! cuando la Maldad Es fuerte, Yo aparezco, de edad en edad y tomo Forma visible, y me muevo como un hombre entre los hombres, Ayudando a los buenos, rechazando a los malos,
Y restableciendo la Virtud de nuevo sobre su sitial.” Estas apariciones entre los hombres, con el propósito de restaurar el equilibrio, no son las mismas que el gobierno de Vivasvat y de Manu, del cual se habló anteriormente, se trata más bien del advenimiento a la tierra de los Avatāras o Salvadores. El que haya una periodicidad envuelta en ello, queda claramente dicho en estas palabras “de edad en edad”.
Él está aquí hablando de los grandes ciclos de los cuales, hasta ahora, los Maestros han permanecido silenciosos, excepto el que hayan dicho que hay tales ciclos. Hoy es generalmente admitido que la ley cíclica es de la más alta importancia en la consideración de los grandes asuntos de la evolución y del destino del Hombre. Pero el advenimiento de un Avatāra debe estar estrictamente en concordancia con la ley natural y esa ley exige que en el momento de tal evento, también ha de aparecer un ser que representa el otro polo, porque, como dice Kṛṣṇa, la gran ley de los dos opuestos está eternamente presente en el mundo. Y así encontramos en la historia de la India que, cuando Kṛṣṇa apareció hace tanto tiempo, hubo también un gran tirano, un mago negro llamado Kaṃsa, cuya maldad igualaba, en proporción, la bondad de Kṛṣṇa. Y a tal posibilidad es que se refiere el poema, cuando dice que Kṛṣṇa viene cuando la maldad ha alcanzado un máximo desarrollo.
El verdadero significado de esto es que el mal Karma del mundo continúa incrementándose con el paso de las edades, produciendo, al final, una criatura que es, por decirlo así, la flor misma de toda la maldad del pasado, a partir del último Avatāra precedente. Él no solo es malvado, sino que es también sabio y con poderes mágicos de tremendo alcance, porque la magia no es sólo la herencia de los buenos. El número de magos desarrollados entre las naciones de tal época es muy grande, pero uno de ellos sobresale por encima de todos los demás, haciendo que el resto le pague tributo. Esto no es cuento de hadas, sino más bien una sobria verdad y la presente prevalencia del egoísmo y el amor al lucro es exactamente el tipo de entrenamiento de ciertas cualidades que los magos negros ejemplificarán en eras por venir. Entonces, Kṛṣṇa o como quiera que se le llame, aparece “en forma visible, un hombre entre los hombres”.
Su poder es tan grande como el del maligno, pero él tiene a su favor lo que los otros no tienen: el espíritu, las fuerzas preservadoras y conservadoras. Con estas él es capaz de entrar en batalla con los magos negros y en ello está asistido por todos nosotros que somos realmente devotos de la Hermandad, el resultado es la victoria para los buenos y la destrucción de los malvados. Estos últimos pierden toda oportunidad de salvación en ese Manvantara y son precipitados a los planos inferiores en los cuales emergen al comienzo de la próxima nueva creación. Por lo tanto, ni siquiera ellos se pierden y de su salvación final habla Kṛṣṇa en esta forma: “Quienes así me adoran, A ellos exalto; pero hombres por todas partes Caerán a mi paso; a menos que esas almas Que tanto buscan recompensas por sus obras, hagan sacrificio Ahora, a los dioses menores.” Él también declara que la justa y completa comprensión del misterio de sus nacimientos u obras sobre la tierra nos confiere el Nirvāṇa, con lo cual el renacer ya no vuelva a ocurrir. Esto es porque no es posible para un hombre el comprender ese misterio a menos que él no se haya liberado completamente de la cadena de la pasión y haya adquirido la concentración total.
Él ya ha aprendido a mirar detrás de la mascara de las apariencias que engaña a una mente no pensante. Esto nos trae hasta a un arrecife sobre el que muchas personas, ya sean teósofos o no, quedan hechos pedazos. Se trata de la personalidad. La personalidad siempre es una ilusión, una imagen falsa ocultando la realidad interior. Ninguna persona es capaz de hacer que su ambiente corporal corresponda exactamente a lo mejor que hay dentro de él y por lo tanto, los otros continuamente lo juzgan por el espectáculo externo. Si intentamos, como lo señala Kṛṣṇa, encontrar lo divino en todas las cosas, muy pronto aprenderemos a no juzgar por las apariencias, y si seguimos el consejo que se nos da en este capítulo, de hacer nuestro deber sin esperanza de recompensa y sin el sólo deseo de resultados que tenemos a la vista, entonces el fin será la paz. Kṛṣṇa menciona varios sistemas de práctica religiosa y le muestra a Arjuna que al final todos ellos conducen a Él, pero sólo después de muchos nacimientos, en razón de las tendencias puestas en marcha. Las diferentes escuelas son todas mencionadas en unas pocas líneas.
El dictum de Él es de que ellas “destruyen los pecados”, significando que una cierta purificación de la naturaleza es lograda, a lo que le sigue, después de la muerte, una larga estadía en Dewachen, sin embargo es solamente a una práctica que él le atribuye la prerrogativa de ser eso que traerá la unión con el Espíritu Supremo. Después de enumerarlas todas, no sólo en la ejecución sino también en la omisión del sacrificio, él le muestra a Arjuna que el conocimiento espiritual incluye todas las acciones y vuelve cenizas a los enlazadores efectos de toda obra, confiriendo sobre nosotros el poder de tomar el Nirvāṇa por la sola emancipación de la ilusión en la cual el yo inferior fue el actor.
La perfección de este conocimiento espiritual se alcanza por el fortalecimiento espiritual, por el fortalecimiento de la fe y la expulsión de la duda que surgen de la devoción y del freno. Entonces tiene lugar un verso, que es casi idéntico a uno del Nuevo Testamento, “el hombre de mente dubitativa no goza ni de este mundo ni del otro, ni de la bendición final”.
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Aquel que, ¡mi Príncipe!, dominando a sí mismo, ha vencido la duda, Separando el yo del servicio, el alma de las obras, Iluminado y emancipado, ¡Ya las obras no lo esclavizan más! Corta entonces de un tajo Con la espada de la sabiduría, ¡Hijo de Bharata! ¡Esta duda que ata los latidos de tu corazón! Corta el lazo. ¡Nacido de tu ignorancia! ¡Sé intrépido y sabio! ¡Entrégate conmigo al campo de batalla! ¡Levántate! Estas intensas palabras terminan el capítulo. Ellas están dirigidas a aquellos que pueden ser fuertes y no a los que siempre dudan y que no creen ni en sus propios pensamientos ni en las palabras de los otros, sino a quien está siempre pidiendo más y más. Pero allí no puede haber incertidumbre acerca de la causa de la duda: pues, como dice Kṛṣṇa: “Esto surge de la ignorancia y todo lo que tenemos que hacer es tomar la espada del conocimiento y cortar de inmediato todas las dudas”. Muchos dirán que ellos han estado siempre buscando por esto con la intención de poder encontrar paz y de que son tantos los sistemas que les han sido presentados a su consideración, que se encuentran incapaces de llegar a conclusión alguna.
Esto parecería muy cierto considerando las mil y una filosofías que nos son presentadas por sus exponentes con variados grados de claridad. Sin embargo, nos parece que todas ellas pueden ser fácilmente divididas y clarificadas en dos categorías que las pondrían bajo dos grandes encabezamientos: aquellas que no permiten que nada sea creído hasta que la masa miserable de mentes mediocres haya dicho al fin que acepta esto a aquello; y esas filosofías quienes tienen, cada una, un poco de lo que podría ser verdad y una gran dosis que es sin duda puro desatino. Aquel que duda es un devoto de la primera escuela o es un adherente parcialmente de una y parcialmente de la otra; y en el segundo caso queda casi despedazado por las innumerables ideas convencionales que llevan impresas el sello de autoridad y que lo constriñen a una aceptación de aquello que se revela contra su juicio cuando él le concede libre ejercicio. Si usted le dice a él que la tan alabada mente no es el juez final y que hay facultades superiores que pueden ser ejercitadas para la adquisición del conocimiento, él argumentará sobre las bases establecidas por los profesores eruditos de una escuela o de otra, negando la validez de las pruebas que se le ofrecen con el argumento de que estas son situaciones de “elucubración cerebral” y otras cosas más.
A tales personas este capítulo no le será atractivo, pero hay muchos estudiantes que tienen dudas sinceras y con ellos la dificultad nace de la ignorancia. Ellos temen admitir ante sí mismos que los hombres de la antigüedad pudieran haber encontrado la verdad; y la razón parece ser que ese juicio se hace sobre la consideración del puro estado material de esos pueblos o de las naciones contemporáneas que en algún grado sostienen esa postura filosófica. Nuestra civilización glorifica el progreso y las posesiones materiales y aquellos que no poseen esos dones no pueden ser los poseedores ni de la verdad ni del camino a ella. Pero los guardianes de la verdad nunca han dicho que nosotros seremos ricos o civilizados si seguimos el sistema de ellos. Por el contrario, en los días en que Kṛṣṇa vivió y enseñó su sistema, había mucho más gloria y poder material que ahora y más conocimiento de todas las leyes de la naturaleza que ningún científico nuestro haya logrado alcanzar en sus investigaciones. De aquí que, si algún teósofo enseña que el reinado de las doctrinas de los Maestros de la Sociedad podrá ser el golpe de gracia a todo progreso y comodidad material, él yerra y siembra las semillas de futuros problemas para sí mismo y para sus amigos. ¿Por qué, entonces, no sería sabio admitir, de una vez, que pueda haber verdad en esas doctrinas y, arrojando toda duda, disfrutar de la luz que nos llega del Oriente? Mientras quede la duda no habrá paz, ni certeza, ni esperanza de encontrarla en este mundo o en las próximas vidas, ni tampoco en las grandes vastedades de otros universos en los que podríamos vivir en edades futuras; pues el que está inclinado a la duda hoy, será también dudante entonces y así seguirá mientras la rueda gire por millones de años que están aún delante de nosotros.
Si seguimos el consejo del gran Príncipe, nuestro próximo paso será asumir, en vista de los hechos patentes de la evolución, que existen ciertos grandes Seres que hace mucho tiempo deben haber hollado el mismo camino y que poseen, ahora, el conocimiento y el poder de impartir todo lo que nosotros seamos capaces de captar. A eso Kṛṣṇa se refiere en estas palabras: “Busca este conocimiento rindiendo honor, postrándote, por la intensa búsqueda y por el servicio; a aquellos que están dotados de este conocimiento, que perciben la verdad de las cosas, te enseñarán esta sabiduría.” Y tales son las palabras exactas de los Maestros de nuestra Sociedad. Ellos no gratifican ni enseñan simplemente porque así nosotros lo deseamos, ni tampoco porque nosotros nos sobrevaluamos a nosotros mismos; pues nuestra valoración de nosotros mismos no es la de Ellos. Ellos nos valúan en la medida real y justa y no son movidos por lágrimas ni por súplicas que no son seguidas por las acciones y las acciones que a Ellos les deleitan son esas que son ejecutadas en servicio Suyo y no de otro. ¿Cuál es, entonces, la labor en la cual Ellos quieren ser servidos?
No es ni con el cultivo de nuestros poderes psíquicos, ni con la habilidad de producir fenómenos, ni ningún tipo de labor para sí mismo cuando esa es la única motivación. Ese servicio y ese trabajo han de ser rendidos en favor de la causa de la Humanidad, por quienquiera que sea el que los ejecute, ya sea un miembro de la Sociedad Teosófica u otros fuera de ella. Y todos los miembros de esta última, que están ahora con sus bocas abiertas a la expectativa de lo que ellos quieren llamar alimento, más vale que sepan, de una vez, que no obtendrán nada a menos que la obra sea hecha o intentada. Que tomemos esta actitud correcta y lo que sigue está descrito en este capítulo: “Un hombre que se perfecciona a sí mismo en la devoción encuentra, creciendo dentro de sí, en el curso del tiempo, ese conocimiento espiritual que es superior a toda acción, abarcándola sin excepción alguna.” El cuarto capítulo ha terminado. ¡Dejen que todas nuestras dudas lleguen a su final! “¿Qué espacio hay para la duda y cuál para el pesar, en aquel que sabe que todos los seres espirituales son lo mismo en clase, difiriendo sólo en grado?”
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