La teosofía es una sabiduría
que incluye todas las cosas y cuyo sentido es la unidad que subyace en todas
ellas.
Para comprender su
naturaleza, uno debe acercarse a esta Sabiduría tanto objetiva como
subjetivamente. Pues, en un aspecto, muestra un plan definido; y, en otro, es
el descubrimiento del significado espiritual de la vida expresado a través de
ese plan.
Este incluye muchos esquemas
y diseños subsidiarios, cada uno de los cuales tiene una individualidad que le
es propia.
En lo más grande, como en lo
más pequeño; en el universo astronómico, como en el átomo; en un árbol, en una
planta o en cualquier otra cosa, hay un diseño adoptado para la expresión de la
vida que fluye a su través; un diseño que está desenvolviéndose constantemente.
Entender esto como un todo
requiere una comprensión que no excluya nada; que, a la vez que perciba el plan
y su diversidad y todas sus relaciones, esté al mismo tiempo abierta a la
expresión de la vida, expresión que abarca hasta lo más sutil. La función de
cada uno de los diseños, y de todos ellos juntos, es permitir la expresión de
la infinita belleza, y significado de la vida.
De modo, que por un lado,
existe un plan que puede ser fijado en un diagrama o por medio de ecuaciones;
al mismo tiempo, hay algo que elude toda definición pero que aparece a través
de cada forma viviente, en cada movimiento del proceso evolutivo. Necesitamos,
por lo tanto, el tipo de inteligencia que pueda aprehender lo indefinible, es
decir, la verdad y la belleza en el proceso total.
Nuestra concepción del
universo como un todo puede incluir un cierto numero de secciones diferentes,
relacionadas la una a la otra.
H.P.B. describe a la
evolución como la objetivación de lo que, en un comienzo, es totalmente
subjetivo.
O sea que hay una verdad que
sólo puede sentirse, experimentarse, conocerse muy en lo profundo de nosotros
mismos, y existe esa naturaleza de la que, por gradaciones, se desenvuelve el
vasto universo objetivo.
No hay absolutamente ninguna
brecha entre la verdad de la consciencia o vida y la materia.
Solo en lo objetivo uno
puede descubrir los valores reales o ultérrimos de la vida.
Toda la existencia se halla
en cuatro niveles: uno de ellos es la materia, la substancia, y todas las
formas construidas de esa substancia. Luego está la vida que habita las formas;
según la interpretación teosófica esta vida es universal y encuentra expresión
individual en todas las cosas.
Vida significa experimentar, responder a estímulos, y
también acción de diferentes clases.
En tercer lugar, inseparable
de la vida esta la consciencia que encuentra su expresión más profunda y más
completa en el ser humano. La consciencia en el hombre da lugar al pensamiento
que es múltiple y que se expresa en diferentes clases de actividades.
Finalmente, más allá de todo
esto -de la materia, de la vida o consciencia y del pensamiento del hombre-,
está aquello que surge en la consciencia cuando se encuentra libre de toda
reacción, de todo apego.
El pensamiento es tan sólo
una proyección desde cierto trasfondo que se forma en el individuo. Cuando nos
ponemos en contacto con la gente, las cosas, y las situaciones, reaccionamos
hacia ellas.
Estas reacciones no se
diluyen inmediatamente, sino que a través de ellas, se forma un cierto esquema
en cada persona, de acuerdo al cual imagina y piensa.
Pero, lo que surge en la
consciencia cuando se encuentra absolutamente libre de todo apego, de toda
reacción, es completamente diferente.
En ese estado se manifiestan
los verdaderos valores de la vida. Estos valores no consisten simplemente en
experimentar las cosas sino en el modo en que actúa la consciencia humana,
porque la mente- o la consciencia- experimenta el modo de su propio
funcionamiento.
Cuando funciona de cierto
modo, experimenta felicidad; de otro modo, belleza. De manera similar, puede
haber una experiencia de amor y de verdad, entendiendo por verdad, aquella de
su propia naturaleza.
La experiencia de los modos
de su propia acción da lugar a los verdaderos valores de la vida.
Hay valores verdaderos y
falsos; permanentes y transitorios, etc. Pero los valores reales y últimos son
aquéllas experimentadas por la consciencia en el modo mismo de su accionar; en
su verdadera, inafectada e inmodificada naturaleza.
Podemos decir, (y esta es
una verdad expresada desde hace tiempo), que todo lo que tiene lugar, es
realmente el desenvolvimiento del misterio escondido en la individualidad de
cada cosa, y que surge a través del proceso de sus contactos y relaciones con
los demás.
También podemos decir que
todos los valores están incluidos en la belleza, que es la verdad de la
naturaleza del alma. Cada cosa viviente está formada por diferentes capas. Para
la interna, podríamos usar la palabra alma,
y la verdad de su naturaleza es idéntica a la belleza expresada en su
funcionamiento. Hay una visión de esta naturaleza- alma en cada cosa que existe
en la Naturaleza, en cada árbol, hoja, en un diamante, en cada substancia. Cada
una tiene una belleza escondida que trae a la superficie el proceso evolutivo,
y todo lo que tiene lugar en el universo tiene el propósito de hacer surgir da
cada individualidad aquello que está escondido al principio dentro de ella, el
misterio interior.
Lo único que realmente puede
satisfacer al hombre es una visión de la naturaleza-alma de las cosas.
Un hombre puede lograr lo
que él quiere, satisfacer todos sus deseos, puede adquirir conocimiento, llegar
a ser muy inteligente, importante a los ojos de los demás; pero nada le
producirá un verdadero contento a menos que algo de esta naturaleza de sí
mismo, profunda y escondida, pueda hallar salida y expresión. Debido a que en
las condiciones actuales, ese aspecto de la naturaleza del hombre se halla muy
en el trasfondo hay tanto descontento en las mentes de los pobres y de los
ricos, de los simples y de los ignorantes.
Sólo a la luz de los valores
del alma, diferenciándolos de los valores que la mente ignorante pueda asignar
a las cosas, todo lo demás puede volverse realmente interesante.
Uno puede devorar
enciclopedias, almacenado en la mente gran cantidad de conocimiento, y, sin
embargo no encontrar ese toque de felicidad necesario para el verdadero
crecimiento; pues si no resplandece la luz de los valores que brillan desde el
alma (la verdadera naturaleza) todo lo demás carece de sentido.
Se necesita un cierto
sentido de estos verdaderos valores para comprender la Teosofía, el Plan, los
Ciclos, las rondas aún ese aspecto de la Teosofía que se expresa en diseños de
varias clases. Debemos conocer el todo y la vida que pertenece al todo y une
todas las parte, a fin de evaluar esta partes y su funcionamiento. Para que el
significado de las diferentes partes se haga evidente se debe conocer todo el
drama. Este drama es la evolución, que es un proceso más profundo y
significativo de lo que podemos entender nosotros, o los científicos comunes,
mirando sólo los hechos superficiales.
El significado total del
proceso evolutivo debe ser entendido en los productos acabados de la evolución
es decir, en la consciencia que encarna los valores últimos.
Si uno puede sentir simpatía
de mil maneras diferentes, entonces, cada modo en que se siente esa simpatía
constituye un valor. Estos valores se pueden manifestar también en formas
externas, tales como la arquitectura, la música, la literatura o las
instituciones sociales. Aun en los modales, en la calidad del comportamiento
hay un enfoque que posee belleza; por ello puede haber valores en los
movimientos de todo tipo. No hay ningún movimiento en la vida que no pueda
expresar estos valores escondidos que pertenecen a la verdadera naturaleza del
hombre y constituyen, en su totalidad la belleza del alma.
La concentración de todos
los valores expresables se halla en el individuo, al igual que la gota que es
de la misma naturaleza del océano.
Desde un punto de vista, la
evolución, es un proceso de individualización, ya se trate de un pájaro, un
árbol, un hombre, una piedra o cualquier otra cosa en la Naturaleza. Todo está
siendo moldeado cada vez más de acuerdo a cierto modelo que existe desde el
principio en la Mente Arquetípica.
Pero junto con esto va
aparejada la cualidad profundamente espiritual de la belleza, de la armonía, es
decir, el modo en que las cosas se relacionan unas con las otras.
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