Por qué no hacemos obras maestras.- Constante enseñanza de la sabia Antigüedad.
- Todo Maestro no es sino el Discípulo de otro más excelso, en serie indefinida.
- Genealogía física y psíquica.
- El Maestro vive en su obra siempre.
- La eterna historia de las obras maestras.
- El gurú y el chela en el Catecismo Ocultista.
- La “cárcel platónica”.
- Proyectiva psíquica.
- El hombre y su eterno anhelo de conocimiento.
- Manú, pensador y guía.
- Las tres clases de mentes.
- Los Rebeldes o Héroes.
- El Símbolo como enseñanza suprema iniciática y su carácter abstracto.
- Lo ilusorio de nuestras “verdades”.
- En la antigüedad, la ciencia fue iniciática.
- Imposibilidad de comprender ninguna Escritura Sagrada arcaica sin las claves de la Simbología.
- ¿Existió un primitivo lenguaje universal, hoy perdido?.
- Las viejas humanidades “divinas” y las subsiguientes humanidades infantiles.
- El Mito, como velo echado sobre las más altas verdades de la Naturaleza.
- La decadencia del pensamiento colectivo.
- Todas las escuelas esotéricas o iniciáticas han velado sus enseñanzas tras el símbolo y el emblema.- Peligros inauditos de ciertas verdades si fueran difundidas entre los perversos.
- Las pruebas históricas de nuestros asertos ocultistas.
- ¿Qué es, pues, el Símbolo?
Por modesto que sea un escritor, siempre, al comenzar su libro, quisiera hacer de él una obra maestra (13). ¿Cómo es, sin embargo, que tan pocos lo consiguen? Porque no sabemos elevar nuestras mentes y nuestros corazones hacia ese mundo superior en que moran los Maestros para recibir de ellos las necesarias inspiraciones.
Pero este aserto nuestro, tan en firme, no podía menos de suscitar protestas de los críticos, porque empieza sentando dos proposiciones que habrán de antojárseles completamente gratuitas a su ciencia positivista, la cual empezará por decirnos primero que no está comprobada de un modo experimental la existencia de semejante mundo, y segundo, que aún lo está menos el que de él puedan venirnos las grandes inspiraciones de los Maestros.
La antigüedad sabia no pensó, sin embargo, así. Ved, por ejemplo, el profundísimo respeto con el que el divino Platón habla siempre de su maestro Sócrates; ved aquella frase inmortal del Evangelio de San Juan de “mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió”, es decir, su Maestro; ved la serie ininterrumpida de los genios históricos desarrollando una genealogía mil veces más pasmosa que las de la sangre y que, a bien decir, arranca del Logos mismo como primer Iniciador.
Mochus, Hermodamo, Thales, el propio Buddha de Kapilavastu se constituyen, a distancia mayor o menor de siglos, en maestros de Pitágoras; éste, en el de Philolao, y Architas de Tarento, en cuyos escritos fragmentarios se inicia Platón, para iniciar él, a su vez, a través de los siglos, a todos cuantos pensadores de nota ha conocido hasta el día el mundo occidental. Y Herodoto, Tucídides y Jenofonte dan comienzo a la serie magistral de nuestros historiadores; como Bach, Beethoven y Wagner a la de nuestros músicos; como Miguel Ángel a la de nuestros pintores y escultores, etc., lo cual no quiere decir que todos ellos, a su vez, no tuviesen también para sus geniales obras otros precursores y maestros.
Ello es muy natural, por estar en la ley misma del Cosmos el que de la nada no se haga nada y que toda causa -y con mayor razón toda fecunda idea que es causa de causas en interminables sucesiones-, antes de originar efectos según su propia naturaleza, sea ella misma un efecto de otras, y éstas aun de otras más remotas, hasta los orígenes, si es que de orígenes podemos hablar, contra el aserto oriental, que dice que a nosotros no nos es dable conocer en serie alguna de causas y efectos ni el origen ni el término definitivo, cosa harto lógica, después de todo, al estar regido el Cosmos por la ley de la numeración y ser absolutamente indefinida la serie de los números.
Así, la genealogía física más perfecta podría llegar hasta el primer hombre; pero éste, por ley de evolución, resultará tener un predecesor, sea divino o simiesco, que nos llevaría a una nueva genealogía descendente o ascendente, para llegar, ora a la primera manifestación de la Divinidad en el espacio y en el tiempo, ora al átomo, al electrón, al prothilo, que no es también sino la manifestación de la Divinidad en lo infinitamente pequeño, o séase en lo que jamás se anula.
Y si tal es la ley física, la ley meta-fisica o superior no puede ser otra tampoco, porque entonces regirían dos o más leyes diferentes en el Cosmos, y éste no sería tal Cosmos, puesto que dejaría de ser “armonía”, es decir, unión de la Variedad en la Unidad. Por eso es ya un hecho experimental que todos los fenómenos, sea cual fuere su índole, tienen una ley; pero esta ley, a su vez, se integra con otras en una ley superior, y así sucesivamente hasta llegar a una Ley Suprema o Karma, que no es sino la Divinidad misma manifestada...
Todos los fenómenos caloríficos, por ejemplo, se interpretan hoy por muy escasas leyes, las cuales han sido también integradas por la ciencia en una sola ley nacida de la unidad esencial de la Física, o sea la del Movimiento o Vibración, que cae ya, en unión de las demás leyes químicas y biológicas, en el amplísimo campo de la Matemática, lo que equivale a caer en el campo de la Filosofía, o sea de la Metafísica, Física suprema o de la meta, propiamente dicha.
Para hacer, pues, una obra maestra, no hay sino seguir con fe, perseverancia y amor la senda que nos han trazado anteriormente los Maestros con sus obras respectivas, y en las que viven y alientan perpetuamente, aun en el absurdo supuesto positivista de que tales obras sean la única inmortalidad de los muertos, y no, como nosotros creemos, el cebo, el acicate, el puente para pasar, aun en esta miserable y transitoria vida física, al Oriente ETERNO, o sea al mundo en que ellos nos aguardan como verdaderos Pontífices, Hierofantes o Iniciadores, mundo que, a bien decir, no es sino este mundo mismo en una dimensión geométrica superior a las únicas dimensiones que nacen de nuestros tres fundamentales medios perceptivos: el oído, que nos da la noción de línea; la vista, que nos permite considerar la superficie, y el tacto, por el que apreciamos los volúmenes.
Un cuarto “sentido perceptivo”, tal como el de la imaginación, nos permite ya, en cambio, penetrar imaginativamente, o en cuarta dimensión, en el interior de los objetos, o salir de ellos cuando ellos nos aprisionan en cárcel como la que pinta Platón en su República. Un quinto “sentido perceptivo”, tal como la razón, nos permite algo más: el trasladarnos mentalmente o “en quinta dimensión”, a lo que es inaccesible para la imaginación y los sentidos, por ejemplo, hasta las inconcebibles lejanías de las nebulosas, o la no menos inconcebible “lejanía perceptiva” del átomo y de sus iones y electrones...
La historia misma de las obras maestras es muy elocuente prueba de nuestros anteriores asertos. Presupuestas, en efecto, las indispensables condiciones previas de aptitud y de anhelo, sin las cuales es hasta imposible el emular respetuosamente a los Maestros para acercarnos a ellos, lo demás es de lógica abrumadora.
Dadas, en efecto, las cualidades literarias de un Cervantes, ¿cómo no iba a salir de su Don Quijote una obra maestra, si en ella iba a ser cuestión nada menos que la de la lucha entre la mal llamada realidad material y el Ideal, que es lo único que realmente existe, puesto que en el eterno devenir de los tiempos y las cosas es lo único que se realiza para dicha o para desdicha? Pero quitad la literatura caballeresca, es decir, la literatura iniciática y ocultista medioeval, nacida de dispersos y míticos recuerdos de la Atlántida, e ipso facto, el héroe mismo desaparece, es decir, desaparece el Don Quijote, noble discípulo de aquellos Amadis, Arthus, Tristanes, Lohengrines, Caballeros del Sol y demás Iniciados del Ideal, que, verdadera madera de sándalo, con arreglo al conocido aforismo de Oriente, no hacían sino perfumar así el hacha literaria que les cortaba y que acaso hasta venía a ponerlos en el más cruel de los ridículos.
¿Cómo de igual modo no iba a resultar obra maestra de la literatura universal, previas siempre las dotes nativas y cultivadas del autor, una novela como la de El Conde de Montecristo, cuando su autor, Alejandro Dumas, había libado en la misteriosa vida del Conde de Saint Germain -Apolonio de Tyana para algunos- que en las Memorias consultadas de la Condesa de Adhemar aparecía como un verdadero Maestro?
Y son así obras maestras, un Mahabharata que, bajo el velo de una guerra histórica que precedió al hundimiento de la Atlántida, nos canta la lucha eterna del Bien y del Mal sobre la cabeza del Hombre y de la Humanidad a lo largo de su vida física; una Ilíada, que no es sino el argumento griego de aquella otra obra; una Odisea, con todas sus alegorías uliseas de nuestra triste peregrinación por el agitado mar de pasiones o deseos; una Eneida, en la que vemos el mismo mito de peregrinación bajo pretexto de hablar de los troyanos que alzaron la misteriosa Roma; una Divina Comedia, en la que, soslayando el peligro de un dogma tiránico, se nos hace la pagana descripción de los tres mundos que rodean al nuestro, al tenor de lo que nos han enseñado Maestros como Plutarco; un Paraíso Perdido, que es la flor de la poesía semita, cantándonos el verdadero paraíso Jina o de los Maestros, que está oculto a nuestras miradas por el velo religioso; un Fausto, en fin, que nos canta la titánica epopeya moderna de la ciencia y de su duda...
La ley de causa o efecto que se llama paternidad física en el orden espiritual, regida por principios análogos aunque superiores, exige para todo, séase hombre, hecho o idea, otra paternidad espiritual, que no es, a lo largo de la Historia, otra cosa que la augusta paternidad oculta de nuestros maestros.
A la cabeza de éstos, por supuesto, se halla siempre esa Llama, ese Maestro de maestros al que denominamos Conciencia, “el testigo, el fiscal y el juez interior a la vez” que, según el dicho popular, todos nosotros llevamos dentro a guisa de Sol Espiritual y Único, a quien pueden acaso anublar y eclipsar, pero nunca extinguir, las más densas nieblas de nuestra opaca mente, ni las más borrascosas nubes de nuestras pasiones tristísimas.
- Levanta tu frente, ¡oh Lanú! -dice el maestro o Gurú (14) al Chela o discípulo, en el Catecismo Ocultista-. ¿Qué ves sobre ti, ardiendo en el obscuro cielo de la media noche?
- Yo percibo una Gran Llama, ¡oh Gurú-deva!, con innumerables y no separadas chispas que titilan en ella.
Dices bien -añade el maestro-; pero mira ahora dentro de ti mismo y dime: ¿Sientes de algún modo que aquella luz que arde en ti sea diferente de la que brilla en tus hermanos los demás hombres, ni la que palpita tras los soles del firmamento?
No. No veo que Ella sea diferente.
- Prisioneros de los hombres en la esclavitud del karma, dicen “mi alma”, “tu alma”, “el alma del Sol”. Pero esto sólo es ignorancia o Avidya, no Gñana o Sabiduría...
La ley fundamental de la Ciencia Oculta, en efecto, añade H. P. Blavatsky al darnos esta enseñanza, es la unidad radical de la última esencia de todo cuanto existe en la Naturaleza, desde el átomo y el hombre, hasta el astro, y desde el más ínfimo infusorio hasta el Ángel o el Dhyani más excelso, tanto en el físico mundo que vemos como en los mundos psíquico y espiritual que no percibimos, por aquello que dice Platón en su República de que somos, durante la esclavitud de esta vida ilusoria, como los eternos prisioneros que, de espaldas a la luz, tomamos por realidades las sombras que se proyectan en las paredes de nuestro calabozo.
Admitida dicha ley fundamental, se dibuja ante nuestra vista una verdadera proyectiva que pudiéramos decir en lenguaje geométrico, proyectiva que nos permitiría estudiar en el Hombre las leyes del Cosmos, y recíprocamente, la manera de cómo en geometría descriptiva estudiamos proyectados en un plano los volúmenes. El célebre principio socrático del noscete ipsum adquiría así excepcional relieve, por cuanto semejante conocimiento llevaría implícito, por ley de analogía, nada menos que el conocimiento del Universo.
El hombre sólo es propiamente hombre por su innato deseo de saber, verdadero buitre que, con una duda eterna, le roe las entrañas como al mítico Prometeo. Podrá, pues, estar sometido el hombre a ciertas leyes que le son comunes con el mundo animal, vegetal y mineral, pero aquel anhelo incesante de saber y saber más sin tasa ni medida que le aqueja, le espolea a la continua hasta el punto de que jamás se ve saciado de conocimientos y, no bien adquiere uno por trascendente que sea, cuando ya se siente impulsado a tomarle por base para nuevos anhelos y nuevas investigaciones superiores sin límite conocido.
Haciéndose perfecto cargo de esta característica humana no hay lengua alguna en el mundo que no aluda a ella con el nombre mismo que al ente pensador le asignan todas.
Man, en sánscrito, como en inglés, es el hombre, y Manu el pensador más excelso, el conductor de hombres, la hueste colectiva de pensadores de un tiempo o una raza, hueste simbolizada en un hombre superior y representativo, en un prototipo, en un Maestro... Hu-man o humano, en toda lengua de abolengo atlante equivale al Dios-hombre, “al Ente pensador, al Divino y Rebelde Titán que, encadenado y todo por dioses inferiores envidiosos en esa solitaria roca del Caúcaso” que se llama su cuerpo físico o en esotra mayor que se llama el planeta-Tierra, tiende su brazo hercúleo, “alarga su MANO HUMANA” -acto que es simbólicamente lo mismo que elevar su mente-, y enciende la antorcha de su pensamiento en el Sol, en aquel celeste océano de Viva de Verdad y de Luz, robando el tesoro del Conocimiento para sus hermanos menores, para sus pequeñuelos los hombres que yacen aún dormidos en el dulce regazo de Maya, envueltos en el materno velo tutelar de Isis, velo que, como todas las cubiertas protectoras, es casto cendal de Vida cuando resguarda a un germen, y negro sudario de Muerte cuando el germen a quien envolviera deja de ser ya latente posibilidad germinadora para transformarse en activa realidad de novísimos y mentales testimonios rebeldes...
Por eso si en edades infantiles la Humanidad como el hombre se contenta mal que bien, a guisa de anodino rebaño, con las ideas que por fe le imponen a ciegas ciertos “Padres”, Pastores, pastóforos o “conductores del ganado humano”, llega para cada uno de nosotros, hombre o pueblo, una edad más viril dentro de la eterna ley evolutiva, edad en la que trocamos el paraíso de la falsa felicidad que nos donaron nuestros antecesores por el infierno o “lugar inferior” que supone el vernos solos, abandonados y aparentemente inermes en la tenebrosidad del gran Misterio que por todas partes nos cerca, pero en realidad dotados ya de una "Llama” que antaño fuera mera “Chispa” y que ha de ser más tarde un incoercible “Fuego Devorador”, una mental y física “Luz de luces”, iluminadora de aquellas Tinieblas primordiales, al tenor del poético y filosófico lenguaje de las Estancias de Dzyan comentadas por H. P. Blavatsky en La Doctrina Secreta.
Estas “Chispa”, “Llama” y “Fuego”, según sus grados, se reflejan en las tres clases de Mente de que nos habla el divino Platón, correspondiendo la primera al hombre vulgar o inferior, aquel pequeñuelo humano en quien la mentalidad es perfecta esclava todavía de las pasiones animales inferiores, el hombre gregario, en suma, el hombre de los hechos, que, como aún no puede guiarse por sí, es guiado, y no siempre ¡ay! bien guiado, por sus buenos o sus malos Pastores. La segunda clase de mente, la mente reflexiva, que lucha con creciente esfuerzo para redimirse por sí misma de aquellas pasiones materiales elevándose hacia un creciente Ideal de Conocimiento, es la mente humana propiamente dicha, es la que a los llamados hombres de ciencia o de estudio caracteriza.
Por encima de entrambas insensibles gradaciones de mentes viene, en fin, una tercera clase, la mente intuitiva o espiritual, característica de todos los hombres geniales, los verdaderos quizá de la Humanidad, los Prometeos que han arrancado al Misterio parte de sus grandes secretos constituyendo con ellos otras tantas ciencias, y colectivamente La Ciencia.
La aspiración constante de estos Prometeos es la de reducir a leyes los hechos concretos todos de la vida, elevándose por encima ya de la vida ordinaria misma al otorgarnos las reglas o principios de las respectivas ciencias que han fundado con la inventiva de su esfuerzo. Estos previsores o videntes lograron así anticiparse a los hechos mismos, pudiendo, por ejemplo, como médicos o sociólogos, prever una enfermedad física, social, mental o moral antes de que estalle, y aun curarla cuando haya estallado, o, como astrónomos y químicos, prever la existencia de astros o de átomos anteriormente desconocidos y predecir una reacción o un eclipse.
Gracias a estos divinos Rebeldes, que en lucha siempre con los velsungos del falso orden preestablecido, han sido perseguidos siempre por los del rebaño, crucificados y desconocidos, la Humanidad va codificando el tesoro de las leyes conquistadas por ellos, va aplicándolas a sus vivires, dominando así también a la siempre rebelde Naturaleza.
Esta lucha verdaderamente homérica es la cantada simbólicamente por todas las epopeyas, desde el Mahabharata hasta el Fausto, donde siempre se ensalza al Héroe Humano, bajo sus mil nombres históricos de Krishna, Hércules, Osiris, Ulises, etc., etc., héroe que ha vencido a la ignorancia haciendo un jirón mayor o menor en el Velo de Isis, al formular en leyes de ciencia humana los Principios fundamentales, que Leyes son también de la Naturaleza.
Pero el origen de las ciencias actuales, si bien por causa de nuestra actual condición semianimal, es el de la observación y la experiencia de los hechos que nos rodean, a bien decir no han constituido verdaderas ciencias sistematizadas hasta que han creado un lenguaje que, como todo lenguaje, es un Símbolo, y el Símbolo es la base de toda enseñanza iniciática
El gran sistema arcaico conocido desde las edades prehistóricas como la Ciencia Sagrada o Sabiduría, se halla oculto tras el simbolismo religioso de todos los pueblos, y tiene hoy, como antaño, un lenguaje universal y secreto: la Lengua del Misterio o de los Hierofantes, que consta, por decirlo así, de siete “dialectos” o claves, en relación con los siete misterios respectivos de la Naturaleza y encerrados cada uno en su correspondiente simbolismo astronómico, químico, filológico, etc.
Igual aconteció en la remota antigüedad sabia, con una diferencia: la de que la Ciencia era entonces iniciática, no sólo en el concepto actual de las “iniciaciones técnicas”, sino en otro más excelso que hacía referencia, amén de la “técnica mental”, a una asepsia, excelsitud o “técnica espiritual” que dentro del simbolismo del árbol de la ciencia del bien y del mal evitase el triste espectáculo que hemos dado con una Ciencia que en la guerra ha hecho más triste la condición actual, al lado de unas Religiones que nada hicieron o nada supieron hacer para evitarla.
De la ignorancia, pues, de siempre, y también de nuestra actual “ignorancia ilustrada”, no se puede pasar a una Iniciación Superior, sin poseer las claves necesarias, claves que, antaño como hoy, eran de índole fisiológica o biológica, filológica o de lenguaje adecuado, numérica o aritmética, gráfica o geométrica, astronómica, metafísica, etc., etc., todas por supuesto expresadas en Simbolismo, es decir, en emblemas y símbolos abreviadores y sintetizadores.
Semejantes claves han sido dadas a través de la Historia por los Adeptos, Mahatmas (Grandes Almas) o Maestros, de los que tan por extenso nos hablan los excelsos libros iniciáticos de nuestra Maestra H.P.B., en los que hemos libado todas las modestas enseñanzas teosóficas de nuestros libros. La Humanidad, sin tales Maestros, jamás podría labrar su “piedra bruta”, es decir, habría continuado por evones sin cuento una infancia mental perdurable, vacía y sin ninguno de los ideales que pueden exaltarla, camino del Gran Día, en el cual pueda cantar, al fin, su triunfo regenerador...
H.P.B. nos enseña que las investigaciones de los mitólogos occidentales, especialmente alemanes, demuestran que sin el auxilio de la Simbología (con sus siete claves que los modernos ignoran) no puede ser comprendida ninguna escritura sagrada arcaica, y que menos puede ser leída y aceptada literalmente (16) Respecto de la Biblia, por ejemplo, las Conferencias de Gerard Massey bastan para convencernos de ello. Aún ignoran los orientalistas que cada uno de los símbolos arcaicos es como un diamante que refleja una ciencia diferente en cada una de sus facetas.
Ralston Skinner, en su The Key to the Hebrew-Egyptiam Mystery in the Source of Measures, dice: “Hubo un antiguo lenguaje, hoy perdido, pero cuyos vestigios existen en abundancia. La particularidad de este lenguaje era que podía estar contenido dentro de otro de un modo oculto, y para cuya interpretación se precisaban ciertas instrucciones o claves.
Las letras y signos silábicos poseían al par los poderes o significado de los números, de las figuras geométricas, de las pinturas o ideografías y símbolos, cuyo objeto dibujado era eficazmente auxiliado por parábolas narrativas, y al par podían ser expuestas separada e independientemente de varios modos (pinturas, tallados, cerámicas, etc.)”
Lenguaje significa expresión oral de las ideas; pero puede extenderse el concepto a la expresión de las ideas en cualquiera otra forma. Este antiguo lenguaje está de tal modo compuesto en el texto hebreo, que por medio de los caracteres escritos, que al ser pronunciados forman el lenguaje primeramente definido, pueden comunicarse intencionadamente una serie de ideas muy distintas de las que se expresan por la mera lectura de los signos fonéticos. Este segundo idioma manifiesta veladamente series de ideas, copias en la imaginación de cosas sensibles que pueden ser dibujadas y de otras que pueden considerarse como reales sin ser sensibles, como, por ejemplo, el número abstracto 9, o una revolución lunar considerada como algo aparte de la Luna misma. Este lenguaje de ideas puede consistir en símbolos que se hallen concretados a términos y signos arbitrarios que tengan un campo muy limitado de conceptos sin importancia, o puede ser una expresión de la Naturaleza en algunas de sus manifestaciones, expresión de incalculable valor para la civilización humana. Un cuadro puede dar origen a ideas que irradien en varias y hasta opuestas direcciones que resulten al fin muy alejadas de la aparente tendencia de aquél.
Cada noción arrastra a otra y todas las ideas así resultantes, por muy incongruentes que puedan resultar en apariencia, todas surgen del mismo cuadro original (17) y están armónicamente relacionadas.
Así, con una idea dibujada, lo suficientemente radical, puede llegarse hasta la entraña misma que informa al Cosmos. Semejante lenguaje común no se emplea ya; pero quien esto escribe se pregunta si en alguna época muy remota esta lengua u otra análoga no era de uso universal, y moldeada más y más en la forma de arcano pudo resultar patrimonio de la flor y nata de la Humanidad (18). Es decir, que el lenguaje popular o primitivo comenzó a ser usado como vehículo de este modo especial de comunicar ideas. Sobre este punto los testimonios son de mucha fuerza, y verdaderamente parece como si en la historia de la Humanidad y por causas ignoradas se hubiese perdido un lenguaje primitivo perfecto, hijo de un sistema rigurosamente científico, y al que, en concepto de tal, podríamos calificar como de origen y revelación divinas.
Éste fue el legado, no de un Dios antropomórfico entre relámpagos y truenos, sino de una Humanidad tan elevada sobre aquella otra naciente, que a sus ojos resultase verdaderamente divina. ¿Quién osará afirmar que los Egos divinos de nuestra Humanidad, a lo menos los elegidos de entre las miríadas que pasen a otras esferas planetarias al caer la Tierra en su último sueño, no se convertirán a su vez en Instructores “divinos” de una nueva Humanidad, por ellos generada en un nuevo Globo, llamado a la vida por los “principios” desencarnados de nuestra Tierra? (19)
Todo esto puede haber sido la experiencia del pasado, y anales tan extraños yacen archivados en el “Lenguaje del Misterio” de las edades prehistóricas: el lenguaje ahora llamado Simbolismo.
La Lengua del Misterio, o de las razas prehistóricas, no es fonética, sino pictórica y simbólica en el más alto sentido, y en la actualidad muy pocos son los que la conocen, pues que hace más de cinco mil años se convirtió para las masas en una lengua absolutamente muerta. La mayor parte de los sabios gnósticos, griegos y judíos, la conocían y usaban, aunque de bien distinto modo.
Contra los que atribuyen a la Mitología un origen puramente astronómico, o bien la consideran como el fruto de la superstición de los antiguos, ningún mito es pura ficción, sino un contenido verdaderamente histórico.
El poeta egiptólogo Gerard Massey se expresa, con razón, así: “El profesor Max Müller ha afirmado durante treinta años que la Mitología es una enfermedad del lenguaje y el fruto de una aberración mental primitiva. Los sabios expositores de los mitos solares han presentado al hombre primitivo como estúpidamente guiado por las más descabelladas fantasías... La Mitología fue un modo primitivo de pensar y estaba fundada en hechos naturales aún comprobables. Nada hay de insano ni de irracional en ella cuando se la considera a la luz de la evolución. Es el depósito más antiguo de la ciencia, y el día que vuelva a ser correctamente interpretada matará a cuantas falsas teogonías ha dado inconscientemente origen. La locura está en tomarla por historia humana o por Revelación Divina, aunque existe “historia” en la mayor parte de las alegorías y “mitos” de la India y bajo ellos se ocultan sucesos reales. Cuando las “falsas teologías” desparezcan se encontrarán las verdaderas realidades prehistóricas.”
Diríase que así como la continuación de la vida en los organismos va labrando al par su muerte por incrustación o endurecimiento fósil de los tejidos activos, así la vida de los organismos colectivos o históricos va endureciendo, atrofiando y perdiendo elementos poderosamente vitales del lenguaje que recibiera perfecto de su pueblo antecesor, porque las lenguas vivas actuales presentan en sus letras muertas e insonoras toda una paleontología que hace referencia directa a su herencia ancestral, a su lengua matriz, ya desaparecida y por lo común más perfecta que ella misma, pese a sus disculpables vanidades juveniles.
En las obras de Biología y Paleontología lingüísticas apreciamos cómo, por ejemplo, murió en las lenguas romances la vieja y dulce declinación latina, incrustándose con el carbonato y fosfato de cal, digámoslo así, de unas cuantas preposiciones auxiliares, todas sus vivas y musicales cadencias. El latín a su vez, como lengua que hubo de tener su juventud, como todo la tiene en el Universo, también fue hija de múltiples incrustaciones operadas con la vejez de su lengua antecesora, sea ella el sánscrito, sea un perdido idioma celto-etrusco, desapareciendo así los casos instrumental y vocativo, el misteriosísimo número llamado dual, el perdido modo de expresar quizá el amor más místico, y, en fin, los mil matizados que aún hoy se aprecian en el sánscrito de los que no tenemos ni idea, con una gramática en la que, a la manera del viejo lituanio, todas las partes de la oración son declinables o conjugables.
Decayendo, pues, siglos tras siglos, el instrumento de expresión, o sea el lenguaje según al pormenor puede estudiarse en Grim, Boop, Sprengel, etcétera, nada tiene de extraño que decayese la expresión oral y escrita, y, como consecuencia, el pensamiento colectivo, cada vez más desprovisto de medios de adecuada expresión.
De este modo, ideas científico-religiosas, antes claras y comprensibles, hijas de un ciclo anterior de cultura que alzase tan prodigiosos edificios de lenguaje con su ciencia, tenían forzosamente que ir decayendo, haciéndose sus enseñanzas cada vez más difíciles, complicadas y hasta paradójicas. Entonces fue cuando esas grandes ciencias del pasado fueron recubriéndose con la grosera corteza incrustante del mito y la vieja Ciencia-Religión se degradó en fábulas exotéricas envolviéndose sus enseñanzas, antes claras, en el llamado misterio esotérico, y pasando así, no por obra de la convicción racional, propia de mentes púberes, sino por la fe infantil, que es propia de las mentes impúberes, a través de una inmensa noche de incultura.
Hoy volvemos a hacer luz en tamaño esotericismo, descubriendo tras las groserías mitopeicas de las viejas religiones las gentiles líneas de la ciencia perdida.
Es ello el abrirse, en la nueva Primavera, de la yema joven que el otoño anterior formó y que, para poder atravesar incólume el crudo invierno de la barbarie social, se había envuelto en el mito como férula protectora. El mismo Pablo decía que a los hombres carnales se les predicaba sobre Jesús y su resurrección, mientras que a los ya iniciados (gnósticos) se les comunicaba el Verbo, la Palabra, sin velos ni alegorías... La ciencia hoy conspira, sin saberlo, al mismo fin: ¿qué más simbolismos ni más parábolas que las notaciones y fórmulas químicas, algebraicas, geométricas, astronómicas, musicales, pictóricas, que son otros tantos dialectos de la lengua universal: el Número?
Una ciencia es un lenguaje bien hecho, ha dicho el positivista Condillac; es algo difícil de entender para los iniciados, mientras que para quienes no lo están aún resulta un símbolo, una parábola, una cosa incomprensible, una cosa incomprensible, un mito, en fin, o sea una férula protectora de una verdad científica, cuya posesión no se logra con plegarias, sino por el estudio, que es el portal del Ocultismo.
“Según nos dice el sabio escritor simbólico K. Mackencie, en su Royal Masonic Cyclopaedia, existe gran diferencia entre el emblema y el símbolo, porque éste encierra una sola idea especial y aquél una amplia serie de concatenados pensamientos. Los símbolos solares y lunares de varios países, por ejemplo, forman colectivamente un emblema esotérico. Un emblema es una serie de representaciones gráficas, consideradas y explicadas alegóricamente, y que desarrollan todo un panorama ideológico. Por eso los Pûranas, la Biblia y, en general, todas las Escrituras esotéricas, son emblemas escritos.
“Todas las Sociedades esotéricas, como la Pitagórica, la Eleusina, la Hermética, la Rosacruz y la Masónica, han usado los emblemas y los símbolos. Muchos de estos emblemas son de inconveniente divulgación, y una diferencia muy pequeña puede hacer que el emblema o símbolo difiera grandemente en su significado. Están ellos fundados además en ciertos principios de los números, y participan de su carácter. Aunque al profano puedan parecer ignorantes, demuestran todo un cuerpo de doctrina a cuantos han aprendido a reconocerlos.
“Los estudiantes de las más antiguas escuelas se abstienen de divulgar ciertos secretos que poseen, respecto al significado psicofisiológico y cósmico del símbolo y el emblema, porque bajo de éstos existe un guía seguro de correlación de elementos que pueden dar lugar a poderes tremendos, armas de dos filos, según que se manejen para fines altruistas o egoístas. Un adepto está siempre pronto a comunicar al estudiante ansioso el secreto del pensamiento arcaico que abre los horizontes del pasado y da la clave del origen del hombre, la evolución de las razas y de la tierra. ¿Cómo han de hacerse, sin embargo, tamañas revelaciones en nuestros días, en los que tremola victorioso el más bajo egoísmo y materialismo, y cuando el abecé de la Doctrina Oculta, representada por las enseñanzas teosóficas, es rechazado sistemáticamente por tantos sin estudiarlas y practicarlas? (20)
“Las pruebas de nuestros asertos se hallan esparcidas por todas las Escrituras de las antiguas civilizaciones.
Los “Puranas”, el “Zend-Avesta” y los clásicos antiguos están llenos de ellos; pero nadie se toma la molestia de recopilar estos hechos y confrontarlos entre sí, ya que todos fueron registrados simbólicamente y los más perspicuos de entre nuestros arianistas y egiptólogos han sido obscurecidas sus mentes por prejuicios o por vislumbres de un solo significado secreto. Una parábola es un símbolo hablado que parece mera fábula cuando es una representación alegórica de realidades y hechos, y así como se deduce de ella siempre una enseñanza moral, siendo esta moral un hecho real en la vida humana, del mismo modo se deducía un hecho histórico verdadero de ciertos emblemas y símbolos registrados en los archivos de los templos por aquellos que estaban versados en las ciencias hieráticas. La historia religiosa y esotérica de todas las naciones se encontraba comprendida en los símbolos; nunca fue literalmente expresada en palabras, y todos los pensamientos y emociones, todos los conocimientos de las primeras razas tenían su representación en la alegoría y la parábola. ¿Por qué esta última? Porque el sonido y el ritmo están estrechamente relacionados con los cuatro elementos antiguos y las vibraciones correspondientes en el aire despiertan poderes benéficos o maléficos.”
Aquel a quien parezcan dudosos estos asertos de H.P.B., que recuerde el mágico poder de la oratoria, arrastrando al crimen o al heroísmo; el de la música, despertando en nuestro pecho toda clase de sentimientos que más o menos traducimos luego a la práctica; el del ritmo del paso militar, hundiendo puentes de hierro o derrumbando murallas, como en Jericó.
¿Qué hombre puede aguantar una estridencia o simplemente un timbre sonando quince minutos?
¿Qué encantos profundos no tiene para los enamorados la magia de las palabras? ¿Qué dulzura y qué emociones no atesora una buena poesía? ¿Qué “mantrams” sacratísimos no han sido para nosotros los cantos infantiles de nuestras madres?
Esto, que acontece en la naturaleza inferior, con mayor razón se cumple en la superior, donde las reacciones son más inmediatas y perfectas, como las de los gases respecto de las de los sólidos. Por eso nunca se permitió a ningún estudiante recitar sucesos históricos religiosos ni elevados con palabras que claramente los determinasen, para evitar que pudiesen ser atraídos de nuevo los poderes correspondientes. Éstos se narraban tan sólo durante la iniciación, y los estudiantes tenían que registrarlos en símbolos adecuados ideados por ellos y aprobados por el Maestro. Así, paulatinamente, se formaron los primitivos alfabetos.
En chino y en egipcio primitivo existen muchos miles de estos símbolos, letras o logogramas, cada uno de los cuales significa de por sí una palabra entera.
Símbolo es, pues, en resumen, una conquista de nuestra mente cuando logra con su esfuerzo atesorar una ley de la vida en un signo. Por eso la historia de nuestras ciencias comienza a ser de nuevo la historia del símbolo. La química no fue ciencia, sino empirismo, hasta que con Lavoisier comenzó a usar símbolos y emblemas o fórmulas para expresar los átomos y las reacciones. A todas las demás ciencias les ha pasado igual hasta que no han caído bajo uno u otro modo simbólico. No hablemos del simbolismo de los colores. La guirnalda de azahar de la desposada, el anillo, el bastón de autoridad, la firma, la rúbrica, los recuerdos de amistad, todo, todo en la vida es un símbolo.
NOTAS
13 “¿Qué diferencia hay entre un canto bello y un canto de Maestro?”, pregunta el enarmorado Walther al gran renunciador Hans Sach en Los Maestros Cantores, de Wagner. A lo que el sabio zapateo de Nuremberg responde conmovido: “¡Amigo mío! En los felices días de la juventud, cuando poderosas aspiraciones remueven profundamente nuestras almas, levantándonos el pecho y dilatando nuestro corazón hacia el éxtasis del amor primero, cualquiera canta una bella canción... ¡La primavera canta por él...! Mas cuando, tras el estío, llegan el otoño y el invierno, y con ellos las urgencias de la vida, la dicha conyugal, los hijos, los negocios, las preocupaciones y los conflictos, aquellos que, a pesar de todo, consiguen crear todavía bellos cantos, reciben el nombre de Maestros... Aprended, pues, las reglas de los Maestros; estudiadlas, puesto que aún es tiempo, para que, siendo ellas vuestro guía más fiel, os ayuden algún día a conservar y volver a encontrar en vuestro corazón los tesoros que allí depositara la primavera de vuestra juventud, cuando todavía no conocíais más que la alegría de las ilimitadas aspiraciones. ¡Todos esos tesoros que sólo las reglas magistrales os devolverán intactos más tarde!” “Pero, ¿quién creó esas reglas que tanto prestigio tienen?”, replica Walther. A lo que el maestro Hans Sach contesta: “Los que las instituyeron fueron Maestros que, al promulgarlas, sólo obedecían a profundas necesidades de la humana naturaleza... Fueron ellos espíritus cruelmente oprimidos por las tristezas de la vida, y ellos, en respuesta a sus propias angustias, asperezas y desengaños, hubieron de forjarse, rebeldes y gallardos, una imagen superior, un modelo ideal, por decirlo así, que contuviese firme y preciso el recuerdo bendito de su juventud y de su amor, conservando puro y ya para siempre el perfume primaveral que en las brumas del pasado se desvaneciera...”
14 H.P.B., en su artículo Chelas regulares y chelas laicos, publicado en el Lotus Rouge, de París, nos dice así: “Chela es la persona que se ofrece a un Maestro como discípulo para aprender los misterios de la Naturaleza y pone en práctica los poderes psíquicos latentes en el hombre. El Maestro que le acepta se llama en la India un gurú, y el verdadero gurú es siempre un Adepto de la ciencia oculta; un hombre de profundo saber exotérico, y sobre todo esotérico, que ha sometido a la esclavitud su naturaleza carnal y desarrollado en sí mismo el poder (siddi) de dominar las fuerzas de la Naturaleza y sondar sus misterios por medio de poderes latentes antes y al presente activos en su ser. “Ofrecerse como aspirante al Chelado es relativamente fácil. Desarrollarse hasta lograr el Adeptado es la tarea más difícil que el hombre puede emprender.
14 H.P.B., en su artículo Chelas regulares y chelas laicos, publicado en el Lotus Rouge, de París, nos dice así: “Chela es la persona que se ofrece a un Maestro como discípulo para aprender los misterios de la Naturaleza y pone en práctica los poderes psíquicos latentes en el hombre. El Maestro que le acepta se llama en la India un gurú, y el verdadero gurú es siempre un Adepto de la ciencia oculta; un hombre de profundo saber exotérico, y sobre todo esotérico, que ha sometido a la esclavitud su naturaleza carnal y desarrollado en sí mismo el poder (siddi) de dominar las fuerzas de la Naturaleza y sondar sus misterios por medio de poderes latentes antes y al presente activos en su ser. “Ofrecerse como aspirante al Chelado es relativamente fácil. Desarrollarse hasta lograr el Adeptado es la tarea más difícil que el hombre puede emprender.
Hay muchas personas que nacen poetas, matemáticos, estadistas, etc.; pero un adepto de naturaleza es imposible, porque si bien a veces oímos hablar, con muy raros intervalos, de personas naturalmente dotadas de extraordinaria aptitud para la adquisición de la ciencia y de los poderes ocultos, éstos tienen forzosamente que pasar por las mismas pruebas y la misma educación que sus menos favorecidos coaspirantes. Sobre todo en este punto cabe decir con razón que no hay camino real para los privilegiados.
“Aparte de un grupo hereditario adscrito al gon-pa (templo), los chelas fueron, durante siglos, escogidos por los Mahatmas del Himalaya en persona, entre la clase de místicos naturales, muy numerosos en el Tíbet. Sólo ha habido excepciones a favor de occidentales como Fludd, Tomás Vaughan, Paracelso, Pico de la Mirandola, el conde de Saint-Germain y otros, cuya afinidad de constitución para esta elevada ciencia forzó, hasta cierto punto, a los Adeptos a entrar en relación personal con ellos, y así obtuvieron una porción más o menos extensa de la verdad completa en relación con el ambiente social que les rodeaba.
En el libro IV de Kni-te, encontramos las siguientes cualidades exigidas al chela: Perfecta salud corporal. Absoluta pureza física y mental. Deseos inegoístas; caridad universal; compasión con todos los seres animados. Constancia y fe inquebrantable en la ley del Karma, independiente de la intervención de poder de la Naturaleza, ley cuyo curso no puede desviar intermediario alguno, ni detenerlo ningún ruego ni ceremonia propiciatoria exotérica. Indomable valor ante toda ocurrencia, así sea la muerte. Percepción intuitiva de que nuestro ser es el vehículo del Avalokistewara, Atma, espíritu divino o manifestado. Indiferencia; pero a la vez justa apreciación de todo lo que constituye el mundo objetivo y transitorio y sus relaciones con las regiones invisibles.
“Tales deben ser las circunstancias especiales del que aspire a ser chela perfecto.
Invariablemente se ha insistido en cada uno de estos puntos, con excepción del primero, que puede haber sido modificado en raras y excepcionales ocasiones. El chela debe haber desarrollado en mayor o menor grado todas estas cualidades en su naturaleza íntima, por sus propios esfuerzos y sin ayuda ninguna, antes de ser puestos a prueba. Cuando el asceta en vías de espontáneo desarrollo, bien en el seno de la actividad mundana, o bien fuera de ella, según su natural aptitud, se ha adueñado y elevado por cima del cuerpo, los sentidos, el pecado y el dolor; cuando está presto a ser uno con Manas, su mente, Buddhi, la inteligencia espiritual, y Atma, la Fuerza suprema, el Espíritu, cuando está dispuesto, en fin, a reconocer en Atma el absoluto gobernador del mundo de las percepciones, y a la Voluntad, como poder ejecutivo o suprema energía, puede, siguiendo las reglas consagradas por el tiempo, ser admitido como un iniciado e introducido en el misterioso sendero, a cuyo término se obtiene el infalible discernimiento, fruto de las causas producidas, y los medios de alcanzar Apavarga, emancipación de la miseria de renovados renacimientos, en cuya determinación no se escucha al ignorante.
“La admisión de un individuo como chela laico, no le confiere otro privilegio que el de trabajar en su desenvolvimiento, bajo la dirección de un Maestro, y bien vea o no a éste, no hay la menor diferencia en el resultado, porque sus buenos pensamientos, palabras o acciones producirán sus frutos, así como los malos acarrearán los suyos. Envanecerse y hacer ostentación del título de chela laico es el más seguro medio de reducirlo a un hombre sin sentido en las relaciones con el gurú, porque es una prueba manifiesta de vanidad e ineptitud para progresar. Hace ya muchos años que, por todas partes, enseñamos esta máxima: “Mereced primero; después desead” la intimidad con los Mahâtmas o Maestros.
“Obra al presente en la Naturaleza una ley terrible e inalterable, cuya actuación explica el aparente misterio de elección de ciertos chelas que han llegado a ser tristes muestras de moralidad durante los últimos años.
“El antiguo proverbio: “No despertéis al león que duerme”, contiene un gran significado oculto.
Ninguna persona, hombre o mujer, conoce su fuerza moral antes de haberla ensayado; son a miles los que el mundo reputa por muy dignos y respetables, porque jamás fueron sometidos a prueba. Ésta es, sin duda, una vulgar verdad; pero con adecuada aplicación al caso presente. Al emprender uno el camino de chela despierta a latigazos todas las dormidas pasiones de su naturaleza animal. Comienza un terrible combate con enemigos que no piden ni dan cuartel. De una vez para siempre se trata de ser o no ser; vencer es el adeptado; sucumbir es un innoble martirio, porque fracasar víctima del orgullo, la lujuria, la avaricia, la vanidad, el egoísmo o cualquier otro sentimiento es, en efecto, innoble a los ojos de todo hombre digno de llamarse tal.
El chela, no sólo ha de afrontar todas las malas inclinaciones latentes en su naturaleza, sino también la velocidad adquirida por las fuerzas siniestras acumuladas por la comunidad o la nación de que forma parte, porque él es parte integrante de estas colectividades, y las causas que afectan, sean al individuo, sea al grupo (ciudad o nación), reaccionan unas sobre otras. La lucha por el bien de nuestro héroe arroja la discordia sobre todo el cuerpo del mal que le rodea y atrae su furor. Mientras él se contente con marchar al paso de sus vecinos y ser, poco más o menos, como ellos, un poco mejor o un poco peor que el término medio, nadie se ocupará de él; pero en cuanto se sepa que ha sido capaz de descubrir el irrisorio vacío de la vida social, la hipocresía, el egoísmo, la sensualidad, la concupiscencia y otros rasgos que la desfiguran, y que ha resuelto elevarse a superior nivel, en seguida el odio y cuanto mora en las naturalezas perversas, gazmoñas o malévolas le lanzarán una corriente contraria. Si posee una gran fuerza innata se desembarazará de ellas, como el potente nadador se lanza y atraviesa la corriente que arrastra al débil; pero si en esta batalla moral tiene el chela una sola tara disimulada, haga lo que hiciera, saldrá ésta a la superficie.
El barniz de las conveniencias sociales, de que todos estamos cubiertos, debe perder hasta su última capa, y el yo interno debe manifestarse si el menor velo que encubra su desnudez.
Las costumbres sociales mantienen a las gentes, hasta cierto punto, en límites morales que las obligan a pagar tributo a la verdad, apareciendo como buenos, séanlo o no; estas costumbres son de tal naturaleza que todas las ha de olvidar y trascender el chela. El vicio reviste su más seductora forma, y las tentadoras pasiones atraen al inexperto chela hacia las profundidades de la degradación psíquica. No se parece su posición a la pintada por un gran artista en que Satanás juega al ajedrez con un hombre, cuya alma ha ganado, pero que tiene al lado al ángel guardián para ayudarle con sus consejos.
En nuestro caso, la lucha se entabla entre la voluntad del chela y su naturaleza carnal, y el Karma prohibe e impide que ni el ángel ni gurú alguno intervengan hasta conocer el resultado. Bulver Lytton ha idealizado este hecho en su Zanoni, obra que siempre tendrán en estima los ocultistas; en su Historia Extraña ha mostrado con no menor relieve el aspecto negro de las investigaciones ocultas y sus mortales peligros. Un Mahâtma definió el proceso de formación de los chelas diciendo: “Es un disolvente psíquico que consume todas las escorias y sólo deja el oro puro.” Si el candidato tiene latente la pasión por el dinero, la baja política, escepticismo materialista, la ostentación, la mentira, la crueldad, u otras concupiscencias de cualquiera otra especie, crecerá el germen poco a poco, sucediendo lo mismo con las cualidades nobles de la Naturaleza humana. El hombre real se revela, pues, así.
“¿No sería, por tanto, el colmo de la locura abandonar el llano sendero de la vida a ras de tierra para escalar las escarpadas rocas del chelado, si no está razonablemente seguro de poseer en sí mismo la conveniente vestidura?
Dice bien la Biblia: “El que esté de pie mire no caiga”, texto que los aspirantes a chelas deben considerar antes de arrojarse de cabeza en la pelea. Algunos de nuestros chelas hubieran hecho muy bien en reflexionar más de una vez antes de arrostrar las pruebas. Recordamos varios deplorables fracasos ocurridos en el último año. En un caso el aspirante perdió el juicio retractándose de los nobles sentimientos que acababa de profesar algunos días antes e ingresando como miembro de una religión, cuya falsedad había demostrado con profundo desdén e irrebatibles argumentos. Otro cometió un abuso de confianza y desapareció con los fondos de su patrón, que también era teósofo. Un tercero se entregó al más desenfrenado libertinaje, confesándolo al gurú que había escogido, con inútiles lágrimas y suspiros. Un cuarto se unió con una persona de distinto sexo, rompiendo con sus más queridos y sinceros amigos.
Otro mostró signos de aberración mental y fue acusado ante los Tribunales por su vergonzosa conducta.
Un sexto se levantó la tapa de los sesos por escapar a las consecuencias de un acto criminal, a punto de ser descubierto, y aún podríamos continuar la lista. Todos eran, en apariencia, sinceros investigadores de la verdad, y pasaban en el mundo por personas respetables. En apariencia, eran dignos de ser elegidos como candidatos al chelado; pero “por dentro”, todo era podredumbres y sepulcros blanqueados. El mundano barniz era bastante espeso para ocultar la ausencia del verdadero oro, y al obrar “el disolvente” mostraron aquellos candidatos el caso que sólo era una dorada estatua de escorias morales, desde la epidermis hasta el corazón.
“En todo cuanto antecede sólo nos hemos ocupado de los chelas laicos que fracasaron; pero también algunos obtuvieron éxitos y se hallan en camino de pasar gradualmente a través de las primeras fases de su prueba, haciéndose algunos útiles a la Sociedad Teosófica y al mundo en general por sus buenos ejemplos y enseñanzas.
“Jamás serán menores las dificultades para el chela, a menos que cambiase la naturaleza humana y evolucionase un nuevo orden de cosas. San Pablo puede que aluda al chelado, cuando dice: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido a sujeción del pecado. Porque lo que hago no lo entiendo, ni lo que quiero hago; antes lo que aborrezco, aquello hago.” (Romanos, 7, 15.) Y el sabio Teratarjurinjan de Bhâravi ha escrito: “Los enemigos difíciles de vencer (las malas pasiones), que se levantan en el cuerpo, deben ser virilmente combatidos. ¡Aquel que los venza, se iguala al conquistador de los mundos!
15 Pero, tratándose de símbolos, es preciso no olvidar que todo símbolo es en sí abstracto, y de él, por tanto, pueden deducirse infinidad de conceptos concretos. Sírvanos de ejemplo esta fabulita nuestra inspirada en cierta parábola de Ramakrishna:
En aquella tarde, Tres veces sabio y poderoso Tattágata, el bienaventurado Buddha, el Maestro de Maestros, en fin, dibujó con su divino dedo algo redondo sobre la arena sagrada de Ganges.
- ¡El Señor bendito ha trazado un redondel! -exclamó candoroso el benjamín de los discípulos, recién llegado de entre los infantiles malayos polinesios.
- Más bien lo que ha querido diseñar, sin duda, el Maestro -replicó un alumno guanchi-tenerife canario- es la letra O; la inicial del Nombre Inefable; el sacrosanto Om-Mani Padme-Hum de mis antepasados los atlantes; la letra que, con la A y la M, representa todos los poderes creadores, conservadores y destructivos de la Trimurti.
- Antes yo colijo -objetó el discípulo tercero, originario del misterioso Gaedhil o la Galicia irlandesa- que el bienaventurado gurú nos ha trazado el símbolo aritmético de la nada; el cero-límite hacia el que, decreciendo sin cesar, tienden todos los infinitamente pequeños diferenciales; ese punto de origen de todo sistema de numeración; ese límite matemático, en fin, de donde nunca se pasa...
- ¡O, por el contrario, donde nunca se llega! -interrumpió el discípulo rajputano de los valles del Kuen Lun, la Montaña lunar, que es centro orográfico del Planeta.
- ¡No, no! -exclamó vivamente un geómetro griego de la escuela de Elea-.
Lo que pretende representar el Maestro, para que sobre ello meditemos, es meramente el círculo, como límite de todas las hipérbolas, parábolas y elipses, con su centro admirabilísimo, que es el Punto Trino y Uno formado por los dos focos y el centro de estas últimas. Nos lo demuestra el mismo nombre egipcio o jeroglífico de 10 o Φ, que es el Diez Sagrado inicial; la Nada y la Mónada primievales; el número pi o razón suprema, paterno-materna, de la circunferencia al diámetro, y radical, por tanto, de cuantas palabras lleve implícito el concepto de paternidad: pitar, pitri, pater, padre...
- Más me figuro -dijo el discípulo caldeo, constante observador de los cielos en la Torre de Belo en Babilonia- que el Tattágata, con diseño tan sublimemente sencillo, ha querido invitarnos a que meditemos acerca de las eternas armonías del Cosmos, en el que planetas, satélites, soles y nebulosas describen círculos o elipses en torno de su respectivo centro de atracción, en las más concertadas Danzas Celestes...
- Y también nos ha querido recordar el gran Shamano -añadió el miniaturista chino- la ley complementaria de lo infinitamente pequeño cosmogónico, pues que lo que ha dibujado es la proyección de esa esfera característica de todo átomo, en el que el ion central es a manera de un sol y los electrones giratorios otros tantos planetas; el agrupamiento circular de la molécula orgánica en torno del exágono-círculo nuclear del benceno; la esfera, en fin, de la primitiva célula masculino-femenina del óvulo recién fecundado, antes de comenzar su primera cariocinesis...
- O bien el simbolismo que algún día, según nuestras profecías brahmánicas, emplearán los bárbaros mlechas o europeos, en los comienzos de su ciencia química, para designar al oxígeno, el cuerpo dador de toda vida -insinuó un vindhya de las montañas Nilgiri.
- O la sección del tallo de toda planta; la figura de toda semilla; la forma que toma sobre la verde hoja la gota matinal de rocío; la forma del astro, de la perla, de la lágrima, de todo cuanto, en suma, se separa de lo que le ha dado el ser, para iniciar su nueva e independiente vida -dijeron varios discípulos a una.
- Y también el simbolismo de cuanto se repliega sobre sí mismo, al modo de la Serpiente egipcia de los Tiempos, que se muerde la cola; de todo cuanto decae, se arruga, se reconcentra o muere.
- ¡Cuán inocentes sois al querer particularizar en lo abstracto! -exclamó el más cauto y viejo de los discípulos-.
Bien está cuanto decís y cuanto añadirse podría; pero el dibujo en sí es algo mucho más alto, como Símbolo de símbolos de la ciencia tres veces sagrada, o de la Traividhya; es decir, la Negación filosófica, el Cero-Aster o “no astro”; la Nada-Todo, emblema inefable y único de la Divinidad Abstracta e Incognoscible, Matriz de todos los universos pasados y futuros; Seno Insondable de donde todo vuelve en el eterno devenir de lo Uno en el Espacio y en el Tiempo...
Cuando todos hubieron así hablado, trayendo a colación los postulados más fundamentales de las diversas ciencias, se hizo un gran silencio en la Asamblea.
La fronda y el río parecieron cesar también en su monorritmo, deseosos de oír y de entender al Maestro a su manera.
Entonces el Tattágata, el célico Instructor de dioses, de demonios y de hombres, habló así:
- Cierto día, cuatro ciegos amigos fueron a ver a un elefante para formarse una idea acerca del rey de las selvas. Sucesivamente le fueron palpando. Pero acaeció que obraron harto de ligero, como siempre ocurre entre los hombres, porque uno, con sus brazos abiertos, le abarcó la panza; otro le abrazó una de las patas traseras; otro le palpó la trompa, y el otro se limitó a percibir junto a su rostro la sacudida de las orejas... Este último, sin pararse a más, salió gritando:
¡El elefante es como un gran abanico, que echa aire!
- ¡No es sino una grande y flexible serpiente! -exclamó quien le había tocado la trompa.
- ¡Más bien se parece a una firme columna! -exclamó quien le había abarcado la pata trasera.
- ¡O, mejor, una gran tinaja! -terminó diciendo el cuarto ciego, aquel que con sus brazos no alcanzó a abarcarle la panza.
Los ciegos se separaron casi riñendo, porque a su ceguera material, que era bien triste, añadían esotra ceguera peor que nace de las pasiones exclusivistas, hijas de una manera de ver el mundo, que es ciega, sorda y necia...
- En verdad, en verdad os digo -terminó diciendo el Maestro- que todo cuanto habéis visto en el símbolo, e infinitas cosas más en él implícitamente contenidas, son ciertas; pero el Símbolo en sí no le agotaréis jamás, como no podréis agotar el agua del Océano. De su abstracción, que es Ciencia de ciencias, podréis estar deduciendo indefinidamente verdades concretas, que sólo vuestras pasiones y limitación pueden hacer contradictorias, pues cada una de vuestras particulares ciencias no es sino una visión parcial, relativa, una maya o ilusión, en fin, como la de los consabidos ciegos, porque las cosas todas no son sino Sombras de sombras de aquella Suprema Obscuridad que es la Única Luz; de aquella Inefable Divinidad también que en vosotros mora, sin que vosotros, cegados como estáis por vuestras pasiones, podáis, no ya verla, sino ni aun casi presentirla todavía..
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El rostro del Maestro,
al decir esto, se transfiguró,
brillando más que el Sol.
Los discípulos, deslumbrados por aquella trascendente Luz, no vieron ya más con los ojos materiales de las diversas ciencias, sino con el Ojo-Uno de la Intuición, o de Dagma, es Amor-Sabiduría que, por derivar del bienaventurado Tattágata, Instructor de dioses, de demonios y hombres, nuevamente vuelto entonces a la Tierra, se viene denominando Buddhi, en la lengua sanscritánica, y en lengua griega, El Ungido o Cristhos.
16 D.S., t. I, parte II, secciones 1ª y 2ª.
17 ¡Cuánto de esto no sucede, por ejemplo, con los motivos musicales que ora nos sumergen en un abismo de ideas, ora nos agobian bajo un mundo de recuerdos!
18 Arcanos de esta clase los tenemos hoy a centenares, aunque en grado inferior: v. gr., el lenguaje matemático de las funciones, el geométrico de las ene dimensiones, el pictórico de los simbolistas, el musical del drama lírico de Wagner, etc., etc.
19 Si la verdad, en efecto, es la conformidad de nuestro entendimiento con la realidad de las cosas, hay tantas verdades como modalidades pueda presentar en su obra el entendimiento mismo, lo que equivale a decir, con la Maestra, que no hay ninguna verdad verdadera o absoluta en este nuestro bajo mundo.
La única verdad para el recién nacido es el pecho que le alimenta; para el niño, el juguete, que en cada momento absorbe la atención de sus sentidos y de su mente en vías de formación evolutiva; para el joven, la serie infinita de pasiones que se le disputan y a las que cree en cada momento su verdad definitiva, sin perjuicio de que, más tarde, cuando los desengaños consiguientes florezcan en otras tantas canas, llegue a cantar con el poeta:
Hojas del árbol caídas,
juguetes del viento son.
¡Las ilusiones perdidas
son hojas ¡ay! desprendidas
del árbol del corazón!
Son, pues, nuestras verdades otras tantas realidades transitorias o ilusorias en cuya ilimitada serie no hace sino cumplirse la eterna ley de Inercia y de Movimiento que al Cosmos rige.
Es cierto que conquistamos cada una de nuestras respectivas verdades con un adecuado esfuerzo integral más que meramente intelectual, dado que en él han entrado por partes proporcionales, de un lado, el soñado diseño previo trazado a guisa de señuelo por la propia imaginación que nos da ilusoriamente como poseída aquella misma verdad, en pos de cuya conquista caminamos, y de otro, el anhelo o “amor” de conquistarla; el empuje o “voluntad” encaminada a lograrlo, y, en fin, la dura labor discernidora o selectiva, a la que llamamos “raciocinio”. Pero, puesto que todo ello es esfuerzo, este esfuerzo tiene que irnos presentando, alternativamente, esas dos facetas o “momentos” que la mecánica denomina estados de inercia y de movimiento; la física, estados latentes y radiantes; la química, estados de combinación y de afinidad activa para ulteriores combinaciones; la biología, estados de semilla y de germinación, estados de larva, crisálida, etc., etc.
A través de estos ciclos de esfuerzo y de descanso que caracterizan a la vida, el Ego humano adquiere experiencias a lo largo no de una, sino de múltiples vidas, remontando así progresivamente esa mística Escala de Jacob, que, a partir de su estado actual, continúa la evolución del hombre.
A la cabeza de esta escala se encuentran los Maestros o Mahatmas, que vienen a ser así los Hermanos Mayores de las razas en esa triple jerarquía de héroes, semidioses y dioses de que siempre nos hablaron los griegos, o la de santos, confesores, mártires, etc., que veneran las Iglesias, grados sucesivos de la humana evolución a los que sabiamente alude la segunda parte de aquel aforismo cabalista, tan superior a las ideas darwinianas, que nos dice: “Un cristal se transforma en vegetal; un vegetal, en amimal; un animal, en hombre; el hombre, en un espíritu, y el espíritu, en un dios.”
Estos Seres superiores, frutos excelsos de evoluciones pasadas, son llamados también Maestros de la Compasión, Mahatmas o “Grandes Almas”, porque desde evones sin cuento vienen practicando, abnegados, aquel precepto del Libro de Oro que dice: ¿Quieres hacer tuyo el inmenso dolor de la Humanidad? ¿Quieres renunciar a todo daño en las vivientes criaturas, consagrándote por entero al Bien Universal? ¿Estás dispuesto a trabajar en el mundo por la doctrina salvadora del Shuddha Dharma Mandalam, o sea, de la primitiva Religión-Sabiduría, conservada por Ellos?
Tan pronto como se supo que una de las acusaciones más necias contra H.P.B., por parte de la Sociedad psíquica de Londres, era la de que los Mahatmas no existían, sino que eran mera impostura suya para engañar a los incrédulos, dice el Boston Courrier de Julio de 1886, llegaron a sus manos cientos de cartas de todas las regiones de la India, suscritas por personas que aseguraban haber tenido conocimiento de ellos antes de haber oído cosa alguna sobre Teosofía. Finalmente, vino una carta de Negapatam, la morada de los pundits (doctores), con la firma de setenta y siete de sus sabios, afirmando enfáticamente la existencia de esos seres superiores, demasiado bien conocidos en la historia de las razas arias para que sus descendientes pudieran dudar de su existencia.
“Desde el día en que el Cuartel General de la S.T. se trasladó a Bombay, o sea cuando H.P.B. y el coronel Olcott se establecieron en la India (1879), arreciaron las dudas y hasta la acusaciones de falsedad respecto de la existencia de la Fraternidad Blanca del Tíbet, de sus Mahatmas o Iniciados, varios de ellos protectores augustos de la S.T.”, dice Subramanya Iyer, en su trabajo sobre Una Organización Esotérica en la India, antiquísima institución de la Arya-Varta, que enseña uno de los métodos de yoga más primitivos y bastante parecida en el fondo a la llamada Sección esotérica o interna de dicha S.T. El trabajo alude a la Gran Fraternidad Blanca o Logia central de los Iniciados en el Tíbet y a la manera como ellos tienen, al parecer, organizadas sus enseñanzas ocultistas.
Esta organización antiquísima tiene dos fases: la más elemental se denomina Uttara Mukha, y la superior, Dhakshina Mukha, o poder taumatúrgico sobre los elementales, es decir, sobre las inteligencias de todos los grados que presiden e impulsan a las fuerzas de la Naturaleza (gnomos, ondinas, sílfides, salamandras, etc., de los cabalistas).
La adquisición de la Uttara o yoga, según los más antiguos métodos, supone el remontar cinco grados sucesivos: asa, da-asa, thirtha, baruham y ananda, o sean, respectivamente, los grados primero, segundo, tercero, cuarto y quinto; algo así como los grados de aprendiz, compañero, maestro, maestro secreto y maestro perfecto de casi todas las clásicas instituciones iniciáticas de Occidente.
El nombre de asa, por otra parte, parece aludir en su significado de “salud” a los antiguos terapeutas y assanios o esenios del Líbano, con los que está tan ligado, como enseña Isis sin velo, el abolengo ocultista de Jesús. El mismo detalle de que los miembros usan un nombre simbólico, “completa tamañas analogías”. Diríase, en fin, que para remontar dichos cinco grados se cuenta con esa vida post-mortem que nosotros hemos denominado “vida en el mundo de los jinas” o de allende la tumba, por cuanto Subramanya nos dice que cada uno de aquéllos supone un período de veinticuatro años, cifra que es, por cierto, la de la duración de la vida humana que, de acuerdo con la higiene integral, asigna el Génesis al hombre post-diluviano o post-atlante.
La disciplina en cuestión es puramente mental o meditativa y de estudio, sin mezcla alguna de hatha-yoga, o prácticas físicas, prácticas ya, en parte, conocidas en Occidente por las obras de este título, y que preconizan ciertas reglas previas, por ejemplo, las de la respiración llamada yoga, las cuales, como de puro naturismo físico, podrán, a lo sumo, y a costa quizá de lamentables trastornos, darnos un más fuerte cuerpo físico, que es como no darnos nada, por cuanto el arma de una robustez y una salud física perfecta lo mismo puede servir para nuestra salvación que para nuestra ruina moral, según la empleemos en un sentido o en otro. A partir del período segundo, o antes, parece ser necesaria la abstención perfecta del sexo, lo que la hace prácticamente inaplicable al 90 por 100 de los hombres de nuestro tiempo. Se dice que actualmente no hay en la India más de un millar de discípulos.
Por los indicios, H.P.B. fue uno de los discípulos de esta disciplina, por cuanto los que merecen el honor de entrar en tal sendero no tardan en recibir, como recibiera ella, los más ocultos poderes de los que, por desgracia, ella hiciese excesivo uso para tratar de convencer en vano al ciego mundo occidental.
La meritísima obra de Olcott, Old diary leaves (“Historia auténtica de la S.T.”), está llena de hechos referentes a dichos poderes, tales como el ver en los cuerpos sutiles de los hombres (doble vista) y en la historia de sus vidas pasadas, obtener respuestas de los Jefes o Maestros escribiendo las preguntas sobre hojas de papel, cerradas, donde luego aparecían las contestaciones, etc., cosas todas que fueron causa de los calumniosos informes emanados de la Sociedad de Investigaciones psíquicas de Londres, contra la incomprendida y excelsa personalidad de la fundadora de la S.T.
Los ritos que afectan a dichos grados guardan perfecta identidad con los de los druidas o sacerdotes de los celtas, tales como los relativos a las ofrendas del fuego y del agua lustral y las solemnes fiestas de Vaishakh o de la Primavera, en cuyo plenilunio (Abril-Mayo) parece ser que la Fraternidad Blanca, como la más genuina y elevada de las instituciones de la Religión de la Naturaleza o Sabiduría de las Edades, viene repartiendo desde el principio de la Historia sus más bienhechoras y restauradoras influencias sobre el mundo, mediante un célebre mantram o fórmula mágica que puede verse en el Anushthana-Chandrika.
El nombre mismo de Vai-shakh o Bai-shah, parece envolver la idea de la Raja-Yoga o Yoga-Real (tanto en el sentido “regio” como en el de “real y efectivo” o shah) y Radha-bai, acaso por eso, fue uno de los seudónimos favoritos de H.P.B. en las cartas ocultistas. La escuela, por otra parte, se denomina Jina-yana o “del estrecho sendero”.
La Organización, como la de la S.T., que no es sino una sombra de la misma en el mundo, no está limitada por diferencia de raza, sexo, credo, casta, pueblo o color.
Su único y exclusivo objeto ha sido siempre el de sostener un cuerpo de yoguis dedicado al bien, no ya de toda la Humanidad, sino de la creación entera, y parece ser que, ora por el progreso de los tiempos, ora por una como extensión del buen karma colectivo que ellos vienen derramando sobre el mundo con sus heroísmos, las durísimas reglas anteriores se han suavizado no poco a partir de 1917 al terminar el llamado ciclo de Nala, cosa que ha venido a coincidir con la gran revolución mundial en beneficio de las clases hasta aquí desheredadas y menospreciadas, comenzada en Rusia.
H.P.B., al fundar por ello la Sección Interna de la S.T., pareció anticiparse a semejante reforma con las cuatro célebres disciplinas: hermética, o de la redención de cada uno por sí mismo con arreglo al dicho de Prodo, de que: “Las almas grandes se inician por sí mismas, sin necesidad de que nadie las inicie, y estas almas se salvan, dice el Oráculo”, además de que siempre tienen ellas como auxiliares a uno o más Maestros; pitagórica o matemática occidental de la vieja Cábala (matemática del orden, que es la cima tetrahédrica de ese triángulo constituido por los tres conceptos irreductibles y distintos del bien, la verdad y la belleza); cristiano-gnóstica, esenia o de los Caballeros de San Juan (lo-agnes, “sabiduría de lo”), e hindú (en la que, por supuesto, van envueltas las doctrinas de las grandes religiones troncales de Jainismo y Parsismo, Brahmanismo o Hinduismo).
El libro Anushthana Chandrika (que acaso debería llamarse Lanú-sathana-Chamdra o Instrucciones yoguis para los lanús o discípulos), es un libro tal, que su publicación podría esclarecer más de un problema relativo a la existencia y alcance de la Gran Logia que hubo de dictarle, y a sus periódicas asambleas, tales como la llamada Badari-Vana, en Shambala, la principal de las cinco residencias de los sabios. Por cierto que la misma denominación de Shambala o isla santa equivale a la inca de Cozco u ombligo, es decir, de la raíz de la Humanidad, por donde ésta recibe sus más espirituales alimentos, a la manera de cómo el feto cuando está arraigado por el cordón umbilical en la placenta materna durante su vida intrauterina.
Sobre los particulares del Cozco, o sea el Shambala inca, debe consultarse el capítulo XI del tomo VII de nuestra BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS. Allí se ve que la palabra Cozco, o Cuzco, si por un lado proviene de la vasca “tierra”, por otro también significa “ombligo”, porque mediante él aparece el feto arraigado en la entraña materna o “tierra”, en la que habita durante los nueve meses de la gestación.
Por eso el Cozco inca es, como el Shambala ario, literalmente, el “cordón umbilical” psíquico que liga al mundo humano con los mundos superiores donde moran esos Seres que son los Hermanos Mayores de las Razas.
El libro nos habla, entre otras, de figuras prominentes de Rishis o Maestros primitivos: Narayana, Nanada y Joga-Devi, Narottama, Saraswati, Vyasa, cuyos nombres tienen siete significados distintos en las respectivas claves del Misterio: la metafísica, la numérica, la geométrica, la astronómica, la química, la sexual y la filológica. Aplicando sólo y en parte esta última, diremos que Narayana es el Logos terrestre, Satán, el Lucifer o Ser de Venus (la hermana mayor y guía del planeta Tierra), que descendió como “el primer nacido” para desarrollar la Humanidad, dando lugar con ello al hoy desnaturalizado mito de la Caída de los Ángeles, de que habla Isaías. Nara es el Hombre Primordial o Adam el-Kadmon terrestre; Yoga-Devi es el prototipo búddhico de cuanto late sobre la Tierra, algo así como el Alma de nuestro Planeta, alma integrada de Amor y de Conocimiento; Narot-tama es como la Humanidad dominando a la ignorancia (tama, o grados inferiores del Planeta); Saraswati es la ehumerización de la Naturaleza entera, el elemento femenino o lunar, como si dijéramos; Vyasa es el excelso rishi, revelador o inspirador de la Ley (o Vedas).
La síntesis de todos estos personajes es Narada, el más excelso, acerca del cual se expresan así los comentaristas. “Es el nombre que se asigna en Oriente al Logos solar, o también a los Logos superiores a éste de los otros tres Soles invisibles (el Ecuatorial, el Polar y el Central, a los que se refieren las Cronologías tamiles y otros ciclos secretos). Se le denomina también el Gran Baniano o Árbol norso de la Vida, porque todo cuanto late en nuestro universo depende de él, como único Iniciador Supremo y realizador del Gran Sacrificio, que ha puesto para aquellos excelsos Seres la formación de nuestro Planeta. Se nos enseña que Narayana, su Representante o Reflejo en la Tierra, bajó del planeta Venus hace unos dieciocho millones de años para fundar en su Nombre la Fraternidad Oculta, y tiene a su cargo la evolución de todos los reinos de la Naturaleza hasta que la oleada actual de vida pase a otro Globo o Manifestación terrestre, tras la muerte del que actualmente habitamos.
Él es en sí Trino y Uno, como Brahma, o creador (de la raíz brigh, extenderse); como Vishnú, o conservador, y, en fin, como Siva, o destructor de las formas para hacerlas evolucionar en tipos nuevos y más perfectos, por lo que se le llama también Dakshinamurti o Rudra (la Rueda o Ciclo).
Ya en lo meramente humano, o sea por bajo de estos Siete primitivos, vienen los Adhi-purushas, con Narada a la cabeza, recibiendo los nombres de Vama-deva (el que enlaza el ciclo anterior de evolución o sivaítico, con el nuevo ciclo actual), y se le representa en el plano 6° o búddhico consagrado constantemente a la devoción o vida contemplativa (tapas); Kashyapa, el representante o síntesis del 5° plano, o sea el plano de la Mente, cuyo término es el nirvana, o séase la visión beatífica del plano 6°; Chandabhanú, que rige el plano 4°, plano de la emoción pasional o sentimental, en su acepción más pura, representando, por consiguiente, todo cuanto pueda referirse a la disciplina ocultista; Kala-deva, o deva del Mundo inferior (Kali), presidiendo al mundo astral propiamente dicho; Subramanya, el purificador astral de todas las impurezas físicas, y, por último, Devapi, jefe del Bhuvarloka o mundo físico, en el que se encuentran, entre otros, los dos Maestros inspiradores de la S.T., cuyos inefables nombres no damos, pero que son bien conocidos de todos los estudiantes de Teosofía.
Todos ellos, bajo la dependencia de los anteriores, constituyen la gran fraternidad Iniciática llamada Shuddha-Dharma-Mandalam, literalmente “la excelsa fraternidad sin mancha”, la Logia Blanca y Suprema que rige los destinos del mundo. Por eso las instituciones iniciáticas del Líbano, extendidas por el Asia Menor, África y Europa en la Edad Media, y dependientes directamente de aquéllas, han sido denominadas “Hermanos de la pureza”, y su jefe o gurú, aunque desnaturalizado como siempre por la grosería europea, figura en la Historia profana con el nombre de “El Viejo de la Montaña”, quien hubo de tener con el cruzado San Luis, rey de Francia, una entrevista del todo falseada por nuestros historiógrafos.
Lo que antecede puede ser traducido más claramente y a terminología occidental, diciendo que por encima de nuestro Sol físico con sus planetas, hay otros tres soles sucesivos, hiperfísicos o invisibles, de ulteriores dimensiones, que diría un geómetra, a saber: un sol astral o ecuatorial, o por mejor decir una serie de soles también encargados de agrupar en diversas familias los soles físicos (Hyadas, familia de los soles vecinos al nuestro, etc.); un sol mental o polar, o más bien una serie de soles, centros mentales respectivos de las correspondientes nebulosas, una de las cuales es la de la Vía Láctea con sus cien millones de soles físicos.
Todos estos centros juntos de las respectivas nebulosas están subordinados, en fin, a un Sol Central o Espiritual, que es el Uno-Único, o el Logos cósmico, del cual los demás Logoi sucesivos no son sino reflejos cada vez más inferiores, limitados y concretos, el del orden 4° nuestro Logos solar, o Narada el del orden 5°, el Logos de nuestra Tierra, bajado de Venus al comenzar el Ciclo con el nombre de Nara-yana, y que tiene a sus órdenes inmediatas a Nara, el Logos de la Humanidad terrestre o 6°, y en último término al Logos particular de cada Hombre, o séase Atma, el 7° de las dos palabras, at, movible, y ma, inmóvil, es decir, el Primer Móvil o Centro, del Hombre como síntesis.
Acontece, pues, a los Logoi sucesivos lo que a las unidades numéricas de los diversos órdenes. Así, los Logoi humanos tienen su síntesis o unidad superior en Nara, el Logos de la Humanidad terrestre actual toda; este ultimo la tiene, a su vez, con todos los demás seres vivos en Nara-yana, el Ishvara o Alma entera del planeta Tierra, el cual, a su vez, no es sino una unidad de orden superior, que, con otras semejantes, forma el gran tronco o unidad excelsa a la que denominan Narada o “gran Árbol del mundo” e “Iniciador el Gran Sacrificio de la Existencia” las teogonías de Oriente, consagrándole H.P.B. a semejante Ser hermosas palabras que nos lo pintan como supremo Hijo de la Luz, que, mirando hacia ella, permanece, sin embargo, en el borde del Círculo de la Obscuridad, límite que se niega a franquear hasta el Gran Día futuro, porque no se puede abandonar su puesto hasta el último instante de este ciclo de vida. Por eso Él dice: “Yo no duermo jamás, porque si tornase a mi supremo Reposo, el mundo entero caería en el caos de las edades primeras. ¿Por qué razón este Silencioso Vigilante, alpha y omega de los tiempos, primogénito de los muertos que, remedando al Libro de Enoch, diría el Apocalipsis, permanece así en su puesto por Él mismo elegido en el más heroico de los sacrificios?
¿Por qué al borde mismo de la Fuente de la Sabiduría, Él no bebe jamás sus aguas...? Porque si no existiendo nada que Él no sepa en los Cielos y en la Tierra, Él nos abandonase, nosotros, solitarios y errantes peregrinos, no estaríamos jamás seguros de no extraviarnos en este ilimitado desierto de ilusión y de materia, al que llamamos vida terrestre, y no podríamos regresar en el Gran Día a esa gran Patria Nativa de la libertad y de la Luz de la que Él es, durante el Kalpa, un desterrado voluntario, por mero amor a la pobre Humanidad, y aunque tan pocos de los miembros de ésta sean capaces de aprovechar tamaño sacrificio...”
(Véanse los artículos de Subramanya Iyer, publicados en el Theosophist, revista de Adyar, India, Cuartel general de la S.T., Julio a Septiembre de 1915, y el admirable artículo de A. Besant, Los Maestros de Sabiduría, publicados en El Loto Blanco, de Barcelona, en 1920, si se desean más detalles.)
20 Son tan ciertos los anteriores asertos, que, para el espionaje, tan mágicamente organizado en la Gran Guerra, se ha hecho enorme uso del Simbolismo, con lenguajes simbólicos, encapsulados unos en otros, que pasman al investigador.
Para demostración de ello y de que la Humanidad siempre ha empleado la Magia, o Ciencia del Símbolo, en los momentos supremos, aunque, por desgracia, siempre con mal fin, véase lo que un periódico, entre mil, nos refería acerca de los empleos del Simbolismo como lengua del espionaje, es decir, lengua iniciática, sólo conocida de los de un bando contra otro:
“De los sistemas de espionaje descubiertos se puede deducir a qué especulaciones se entrega el Estado Mayor de un ejército en tiempo de paz para obtener la mayor y más precisa información de las condiciones, situaciones, movimientos y otras circunstancias que conocer convenga del enemigo. El progreso ha extendido a lo fantástico los medios de que el espía pueda valerse para informar a su Gobierno. Tiempo ha, mujeres especialmente, han sido sorprendidas con planos de fortalezas dibujados en la espalda, o bien trazados en papeles finísimos y envueltos en cera, para ser tragados al correr peligro de ser descubiertas. Sin que falten procedimientos más audaces de enviar planos por correo, en que los cañones son sustituidos por aperos de labranza, los muros por arboledas, los rieles y estaciones por otras líneas convencionales, pareciendo así como paisaje inofensivo lo que en verdad es un plano, hecho a escala, de una fortaleza enemiga. Aun por telégrafo y por cable se pide y obtiene el Estado Mayor planos completos de puertos, baterías y fuertes enemigos. El corresponsal dispone de un papel cuadriculado que tiene una letra o cifra en cada cuadrado. El cable o el telégrafo da una serie de letras divididas en palabras o en cifras, que no pueden llamar la atención del neófito.
El Estado Mayor recibe el despacho, y con un lápiz va uniendo con líneas el orden de cuadrados que indica, y va así surgiendo en la cuadrícula un plano completo. El inventor del sistema parece que fue un yanqui, que lo puso en práctica cuando la guerra con España; pero desde entonces se han hecho cosas más acabadas, especializándose los japoneses, quienes, por un sistema taquigráfico, dan el plano de un fuerte en una sola línea quebrada. En 1913, el cónsul japonés en una ciudad norteamericana puso su firma y rúbrica al pie de un documento oficiar del que un yanqui iba a ser portador. El buen hombre no podía imaginarse que llevaba al enemigo los planos de la isla Goat, de la bahía de San Francisco. En Francia, los espías alemanes fueron innumerables. La movilización francesa no ha tenido secreto alguno para el kaiser. Anuncios de productos, fijados en las esquinas, indicaban los movimientos de las tropas.
Los puentes que debían ser volados estaban marcados. Durante la invasión alemana, a pesar de que los franceses habían repintado los postes de las carreteras con falsas direcciones, los jefes de columna podían leer las verdaderas por medio de signos especiales, hechos por ellos de antemano en las Guías, que les determinaban las distancias y las direcciones.
Pero la parte más interesante y peligrosa de los espías la han jugado los que operan en la propia línea del enemigo. Causó la desesperación de los jefes del ejército francés la prontitud con que las baterías teutonas hacen explotar sus granadas sobre las trincheras ocultas, y cómo dan en el blanco, por elevación, sobre los reductos ocultos con maleza.
Los cambios de posición de la infantería son seguidos con tal precisión por los obuses alemanes, que parece como si un espejo oculto en el firmamento condujese la mirada de los artilleros a lo más recóndito del campo opuesto. Disfrazados de oficiales ingleses o belgas, que extraviados buscan su compañía, y con frecuencia en las mismas filas francesas, señalan los espías los cambios y las posiciones, disponiendo de concertado modo ramas de árboles o valiéndose de otros medios. En los pueblos que se asaltan, los espías hacen señales desde las ventanas. El jefe de columna alemana, al atacar a un pueblo, le basta una ojeada para descubrir las ventanas desde donde los espías le indicarán el número y disposición de los defensores. Gran número de mujeres están alistadas en tan peligroso servicio.
Una jaula colgada de un clavo en el balcón de una casa, dos medias que penden de una cuerda u otras prendas de ropa, sustituyen sin desventaja a un semáforo militar. Las avanzadas de caballería y los motociclistas se acercan a un poblado y regresan con la más cierta información de su estado y condiciones de defensa. De noche, las luces, de cierto modo dispuestas, y apagándose y encendiéndose con regularidad de faro, dan detalles precisos. Los pararrayos, en los edificios más altos de las ciudades, hablan también.”
Véase, en fin, lo que ha ocurrido mil veces con la divulgación de los secretos químicos relativos a venenos y abortivos, o con el triste dilema que, para la Ciencia sin Virtud, entraña la siguiente noticia que leemos en la Prensa:
“Estocolmo
20.- Los periódicos Aften Gridningen y Social Democraten critican a la Academia de Ciencias por haber concedido el premio Nobel de química al profesor alemán Haber.
El jurado sueco -añaden- ha carecido en absoluto de tacto al premiar a un químico que durante la lucha se consagró a perfeccionar todos los medios de destrucción de la guerra moderna.”
La Academia sueca, en efecto, ha sido lógica consigo misma; con la letra muerta del legado Nobel, “el legado hijo de la dinamita”, porque la que es ilógica, y hasta criminal en el sentido oculto, es una Ciencia como la nuestra, que se da a todos, buenos y malos, sin las previas garantías iniciáticas de antaño respecto de la virtud del candidato, o sea respecto al uso para bien o para mal (Magia blanca y negra) que éste pueda hacer luego del conocimiento adquirido. ¡Con razón dice la Maestra que “el error se precipita por un plano inclinado, mientras que la verdad sólo penosamente puede ir remontando hacia la meta!”
MARIO ROSO DE LUNA
MARIO ROSO DE LUNA
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