miércoles, 20 de marzo de 2019

LA CONSTRUCCIÓN DE UN COSMOS - SABIDURÍA ANTIGUA



En nuestro presente estado de evolución, tan sólo podemos indicar sumariamente algunos puntos en el vasto examen del bosquejo cósmico, en el que nuestro globo desempeña insignificante papel. Entendemos por “cosmos”, un sistema que, según nuestro punto de vista, parece formar un todo completo, procedente de un Logos único y mantenido por Su Vida. Tal es nuestro sistema solar, y así el sol físico puede considerarse como la última manifestación del Logos al actuar en el centro de Su cosmos. En realidad, cada forma es una de Sus manifestaciones concretas; pero el sol es su última manifestación como poder central, fuente de vida y de fuerza que penetra, dirige, regula y coordina todas las cosas en su sistema. 

Un comentario oculto dice: “Surya (el sol)..., en su reflejo visible, exhibe el último estado del séptimo, el estado superior de la PRESENCIA universal, lo puro de lo puro, el primer Hálito manifestado del Siempre Inmanifestado SAT (Seidad). Todos los soles centrales físicos y objetivos son, en su substancia, el estado último del primer Principio del Hálito” (La Doctrina Secreta, I, pág. 268, edición primera española). Más claro: cada sol es el último aspecto del “cuerpo físico” del Logos correspondiente. Todas las fuerzas y energías físicas son transformaciones de la vida emitida por el sol, Señor y fuente de toda vida en el sistema. 

De aquí que en muchas religiones antiguas el sol fuese símbolo del Dios Supremo; símbolo que, en verdad, estaba menos expuesto a las falsas interpretaciones del ignorante. Mr. Sinnett dice con razón: “El sistema solar es indudablemente en la Naturaleza un área cuyo contenido nadie, excepto los más elevados seres que nuestra humanidad pueda concebir, se halla en situación de investigar. Teóricamente podemos creernos seguros –como lo vemos en el cielo durante la noche— de que el sistema solar no es más que una simple gota de agua en el océano del gran Kosmos (“Cosmos” con C se refiere a un solo sistema solar, y “Kosmos” con K al Kosmos universal, o conjunto de todos los sistemas solares existentes en el incomprensible e infinito Espacio.—N.del E.); pero gota que a su vez es un océano desde el punto de vista de la conciencia de seres tan poco desarrollados como nosotros, y, por lo tanto, sólo podemos esperar al presente adquirir nociones vagas e imperfectas acerca de su origen y constitución. 

Sin embargo, por imperfectas que sean, nos permiten señalar el orden de las series planetarias a que nuestra evolución pertenece, su lugar especial en el sistema del cual forma parte, y, sobre todo, nos dan amplia idea de la relativa magnitud de todo el sistema, de nuestra cadena planetaria, del mundo en que al presente evolucionamos y de los respectivos períodos de evolución en que como seres humanos estamos interesados. Porque, en verdad, no podremos concebir intelectualmente nuestra posición sin tener alguna idea, por vaga que sea, de nuestra relación con el conjunto. 
Mientras algunos estudiantes se contentan con trabajar en la esfera de su deber, y dejan a un lado más amplios horizontes para el día en que hayan de trabajar en ellos, otros necesitan darse cuenta de que ocupan un puesto en un sistema más vasto, y experimentan un placer intelectual en elevarse muy alto para obtener la vista general de todo el campo de la evolución. 

Semejante necesidad ha sido reconocida por los guardianes espirituales de la humanidad en la magnificente delineación del cosmos trazada desde el punto de vista ocultista por su discípulo y mensajero H.P.Blavatsky, quien ha dado un magnífico esbozo del cosmos en La Doctrina Secreta, en cuya obra, los estudiantes de la sabiduría antigua, descubrirán cada vez más luminosas enseñanzas a medida que exploren y dominen las regiones inferiores de nuestro mundo en evolución. Se nos ha dicho que la aparición del Logos es el anuncio del nacimiento de nuestro cosmos. “Cuando aparece, todo aparece después de El; por su manifestación, todo se manifiesta” Lleva consigo los resultados de un cosmos pasado, es decir, las inteligencias más espirituales que han de ser sus agentes auxiliares en la construcción del nuevo universo. Las cosas elevadas entre ellas son “Los Siete”, a que también se da con frecuencia el nombre de Logos, porque cada una tiene su lugar en el centro de una región distinta del cosmos, como el Logos es el centro del conjunto. 

El comentario oculto, que ya hemos citado antes, dice: “Los Siete Seres en el Sol son los Siete Santos nacidos por sí mismos del poder inherente a la Matriz de la Substancia Madre. Ellos envían las siete Fuerzas principales, llamadas Rayos, que al principio del Pralaya se encontrarán en siete nuevos Soles para el próximo manvántara. A la energía de la cual rotarán a la existencia consciente en cada Sol llaman algunos Vishnú, o sea el Aliento de lo Absoluto. Nosotros la llamamos la Vida única manifestada. Es un reflejo de lo Absoluto” (La Doctrina Secreta, I, pág. 269, edición primera española). Esta Vida única manifestada es el Logos, el Dios manifiesto. 

De esta división primordial toma nuestro Cosmos un carácter septenario, y de todas las divisiones siguientes, en su orden descendente, reproducen esta escala de siete claves. Bajo cada uno de los siete Logos secundarios se agrupa una séptuple Jerarquía descendente de Inteligencias que forman el cuerpo gobernante de su reino. Entre ellas están: los Lipikas, que son los cronistas del Karma del reino y de todas las entidades que contiene; los Maharajas o Devarajas, que presiden el cumplimiento de la ley Kármica; y el gran ejército de los Constructores, que modelan y ejecutan todas las formas según las ideas contenidas en el tesoro del Logos, en al Inteligencia Universal, y que de El se transmiten a los Siete, cada uno de los cuales traza el plan de su propio reino, bajo la dirección suprema de El y con el auxilio de las fuerzas de esa Vida omninspiradora, dándole al propio tiempo su propia coloración individual. 

H.P.Blavatsky llama a los Siete Reinos constitutivos del sistema solar, los siete centros de Laya. Y dice así: “Los Siete Centros de Laya son los siete puntos cero, empleando la palabra cero en el mismo sentido que los químicos para indicar el punto en que en esoterismo comienza la escala de diferenciación. Desde estos Centros –más allá de los cuales nos permite la filosofía esotérica percibir los vagos contornos metafísicos de los “Siete Hijos” de Vida y de Luz, los Siete Logos de los filósofos—comienza la diferenciación de los elementos que entran en la constitución de nuestro sistema solar” (La Doctrina Secreta, I, pág. 141, edición primera española.) 

Cada uno de estos siete reinos planetarios forma un prodigioso sistema de evolución, teatro grandioso en el que se desarrollan los estados de una vida de la cual un planeta físico, como Venus, sólo es encarnación pasajera. A fin de evitar confusiones, llamaremos Logos planetario al ser que gobierna y dirige la evolución de cada reino. La meteria del sistema solar, producida por la actividad del Logos central, suministra al mismo Logos planetario los materiales brutos que necesita y que elabora por medio de sus propias energías vitales. Además, cada Logos planetario especializa para su reino la materia común. Como el estado atómico en cada uno de los siete planos de Su reino es idéntico a la materia de un subplano del sistema entero, establece la continuad a través del conjunto. Así H. P. Blavatsky observa que los átomos cambian “sus equivalentes de combinación en cada planeta”, quedando idénticos los átomos, pero formando combinaciones diferentes. 

Y enseguida dice: “Así, no solamente los elementos de nuestro planeta, son aun los de todos sus hermanos en el sistema solar, difieren tanto unos de otros en sus combinaciones como de los elementos cósmicos de más allá de nuestros límites solares.... se nos enseña que cada átomo tiene siete planos de ser o de existencia”. (La Doctrina Secreta, I, págs. 144-150, edición primera española. Estos son los subplanos de cada gran plano, como los hemos llamado antes. 

En los tres planos inferiores de Su reino de evolución, el Logos planetario establece siete globos o mundos. Para mayor comodidad, y según la nomenclatura aceptada los llamaremos A, B, C, D, E, F y G. Son, las “Siete Ruedas giratorias que nacen una de otra”, según dice la VI estancia del Libro de Dzyan. “Los construye a semejanza de viejas Ruedas, colocándolas en los Centros Imperecederos.” Imperecederos, porque cada rueda no sólo da nacimiento a la siguiente, sino que, aunque no lo veamos, se reencarna en el mismo centro. Se pueden representar estos globos dispuestos en tres pares sobre un arco de elipse con el globo central en el punto extremo. 

En general, los globos A y G, el primero y el séptimo, están en los niveles arúpicos del plano mental; los globos B y F, segundo y sexto, en los niveles rúpicos; los globos C y E, tercero y quinto, en el plano astral; y el globo D, cuarto, en el plano físico. H.P.Blavatsky dice de estos globos “que constituyen una gradación en los cuatro planos inferiores del mundo de formación”, es decir, en los planos físico y astral y en las dos subdivisiones rúpica y arúpica del plano mental. Esto puede representarse por el esquema siguiente (Es de notar que aquí el mundo arquetípico no es el mundo tal como existe en el pensamiento del Logos, sino sencillamente el primer modelo construido):



Tal es el orden típico, pero se modifica en ciertos períodos de la evolución. Estos siete globos forman una cadena planetaria (Para más detalles sobre el estudio de cadenas y Rondas planetarias, Razas, etc., etc., (Véase la notable obra de la misma autora Genealogía del Hombre. —Biblioteca Orientalista. – Traducción de D. Federico Climent Terrer.), que considerada como un todo, como una entidad o una vida individual planetaria, pasa en su evolución por siente períodos distintos. 
Los siente globos en conjunto forman un cuerpo planetario que se disgrega y reúne siete veces en el curso de la vida planetaria. Esta cadena planetaria tiene, pues, siete encarnaciones, y los resultados de cada una se transmiten a la siguiente: “Cada una de tales cadenas de mundos es la progenie y la creación de otra anterior y ya muerta; es su reencarnación por decirlo así” (La Doctrina Secreta, I, pág. 152, edic. primera española.) Estas siete encarnaciones (manvántaras) constituyen la evolución planetaria, el campo de acción de un Logos planetario. 

Como hay siete de estas evoluciones planetarias (Mr. Sinnett las llama “siete esquemas de evolución”) distintas las unas a las otras, constituyen el sistema solar. Esta emanación de los siete Logos procedentes del Uno, y de las siete cadenas sucesivas de siete globos cada una, está indicada como sigue en un comentario oculto: “De una luz, siete luces; de cada una de las siete, siete veces siete” (La Doctrina Secreta, I, pág. 140). Se enseña que las encarnaciones o manvántaras de una misma cadena se subdividen también en siete períodos. Una oleada de vida procedente del Logos planetario recorre la cadena por completo, y siete de estas grandes oleadas de vida sucesivas –siete rondas, como se las llama técnicamente –constituyen un manvántara. 

Así, durante un manvántara, cada globo tiene siete períodos de actividad, en los que cada uno de ellos, a su vez, cumple la evolución. Si consideramos ahora un globo solo, veremos que durante cada período de actividad, evolucionan en él siete razas –raíces de una humanidad, al mismo tiempo que seis reinos no humanos, en mutua dependencia unos de otros. Estos siete reinos comprenden las normas en todos los grados de la evolución, y ante todos ellos se extiende la perspectiva de un desenvolvimiento superior. Así, cuando el período de actividad del primer globo llega a su fin, las formas evolutivas pasan al globo siguiente para continuar su desarrollo. 

Yendo, pues, de globo en globo hasta que termina la ronda, y siguen su curso de ronda en ronda hasta el término de los siete manvántaras. Continúan, empero, ascendiendo de manvántara en manvántara hasta el fin de las reencarnaciones de la cadena planetaria, cuando ya los resultados de la evolución planetaria están definitivamente reunidos por el Logos planetario. Es inútil decir que no sabemos casi nada de semejante evolución. Los Maestros nos han indicado tan sólo los puntos más salientes de este prodigioso conjunto. Tampoco conocemos el proceso evolutivo durante los dos primeros manvántaras de los siete globos de la cadena planetaria de que forma parte nuestro globo. 

En cuanto al tercer manvántara, sólo sabemos que nuestra luna fue el globo D de la cadena. Este hecho puede ayudarnos a comprobar lo que significan las reencarnaciones sucesivas de las cadenas planetarias. Los siete globos que constituyeron la cadena lunar terminaron su séptuple evolución cíclica. La oleada de vida, el Soplo del Logos planetario, dio siete vueltas a la cadena, despertando, a su vez, cada globo a la vida, como si el Logos, al guiar su reino, dirigiese su atención primeramente al globo A, haciendo sucesivamente surgir a la existencia las innúmerables formas cuyo conjunto constituye un mundo. Cuando la evolución en el globo A llega a cierto punto, dirige su atención al globo B, y el globo A se sume lentamente en pacífico sueño. 

La oleada de vida va así de globo en globo hasta terminar la ronda. Una vez terminada la evolución en el globo G sigue un periodo de reposo (Pralaya), durante el que cesa la actividad evolutiva exterior. Al fin de este período vuelve a manifestares la actividad, empezando la segunda ronda por el globo A. Este proceso se repite seis veces; pero en la séptima o última ronda sufre una modificación, pues habiendo cumplido el globo A su séptimo período de vida, se disgrega gradualmente, y sobreviene el estado de centro laya imperecedero. Al despuntar la aurora del manvántara siguiente, se desenvuelve un nuevo globo A (tal como un cuerpo nuevo), en el que vuelven a habitar los “principios” del anterior. 

Pero decimos esto tan sólo para dar idea de la realización entre el globo A del primer manvántara y el globo A del segundo, porque la naturaleza de esta relación permanece oculta. Menos conocemos aún la que hay ente el globo D del manvantara lunar (nuestra Luna) y el globo D del manvantara terrestre (nuestra tierra). Mr. Sinnett, en su conferencia acerca de El sistema al cual pertenecemos (Folleto publicado en español por la Biblioteca Orientalista), ha dado un buen resumen de los escasos datos que poseemos sobre el particular. Dice así: “La nueva nebulosa terrestre se desarrolló alrededor de un centro que poco más o menos conservaba la misma relación con el moribundo planeta que los centros de la Tierra y de la Luna conservan actualmente entre sí. Pero esta agregación de materia ocupaba en su condición nebulosa un volumen inmensamente mayor que el que ahora ocupa la materia sólida de la Tierra. Se extendía en todas direcciones lo suficiente para abarcar dentro de su ígneo perímetro al viejo planeta. 

La temperatura de una nueva nebulosa parece ser mucho más elevada que cualquiera de las que nos son conocidas, y debido a esta circunstancia el viejo planeta recibió nuevamente de un modo superficial un grado de calor de naturaleza tal, que toda la atmósfera, agua y materia volatilizable que contenía, se convirtió en gases, y de esta suerte fue supeditado a la influencia del nuevo centro de atracción establecido en el punto central de la nueva nebulosa. 

De este modo la atmósfera y mares del viejo planeta pasaron a formar parte de la constitución del nuevo, por cuya razón la Luna es al presente una masa árida, estéril y sin nubes, inhabitable para toda clase de seres físicos. Cuando el presente manvantara toque a su término en la séptima ronda, la Luna se desintegrará completamente, y la materia que todavía en ella se conserva unida, se convertirá en polvo meteórico”. (A. P. Sinnett. Obra citada, traducción española de J. Granés, Págs. 28 y 29) 

En el tercer volumen de La Doctrina Secreta, donde se han reunido algunas enseñanzas orales que H. P. Blavatsky dio a algunos de sus más adelantados discípulos, se dice: “En el comienzo de la evolución de nuestro globo, la Luna estaba más cerca de la tierra y era mayor que ahora. Se ha alejado de nosotros y sus dimensiones se han reducido bastante. (La Luna dio todos sus principios a la Tierra...). Durante la séptima ronda aparecerá una nueva Luna, y la nuestra se disgregará hasta desaparecer” (La Doctrina Secreta. III, Pág. 562). La evolución durante el manvantara lunar produjo siete clases de seres, llamados en términos técnicos Pitris (Antepasados), porque engendraron los seres del manvantara terrestre. Se les menciona en La Doctrina Secreta con el nombre de Pitris Lunares. Más avanzados que éstos se encuentran además (con los diversos nombres de Pitris Solares, Hombres y Dhyânis inferiores) otras dos categorías de seres, demasiado adelantados para entrar en las primeras etapas del manvantara terrestre, aunque necesitaban para su desarrollo futuro del auxilio de condiciones físicas ulteriores. 

La más elevada de estas dos categorías está formada por seres individualizados, exteriormente parecidos a los animales, y tienen alma embrionaria, es decir, que han alcanzado el desarrollo del cuerpo causal. La segunda categoría está próxima a la formación de este cuerpo. En cuanto a los Pitris Lunares, su primera clase está en el comienzo del período preparatorio para la formación del cuerpo causal; pero sin embargo manifiesta ya la mentalidad, mientras que las clases segunda y tercera sólo han desenvuelto el principio Kámico. Las siete clases de Pitris Lunares son producto de la cadena lunar que se enlaza con el desarrollo ulterior de la terrena o sea la cuarta reencarnación de la cadena planetaria. Como mónadas –con el principio Kámico desenvuelto en la segunda y tercera, en germen en la cuarta, inicial en la quinta e imperceptible finalmente en la sexta y séptima—, estas entidades entran en la cadena terrestre para dar alma a la esencia elemental y a las formas modeladas por los Constructores. (H. P. Blavatsky, en La Doctrina Secreta, no coloca a los Pitris de las dos primeras clases en la “jerarquía de las mónadas procedentes de la cadena lunar”. 
Los considera aparte, como hombres, como Dhyânis Chohans.) 

En este nombre de “Constructores” se incluyen las innumerables  Inteligencias jerárquicas cuyo poder y estado consciente varían a lo infinito, según su grado de desenvolvimiento. Estos son los seres que en cada plano realizan la construcción efectiva de las formas. Los más elevados dirigen y vigilan, mientras los inferiores labran los materiales, según los modelos que se les dan. Ahora se comprende claramente el papel de los globos sucesivos de la cadena planetaria. El globo A es el mundo arquetípico, en el que se construyen los modelos de las formas que habrán de elaborarse durante la ronda. Los Constructores más elevados toman del Pensamiento del Logos planetario las ideas arquetipos y dirigen el trabajo de los Constructores que en los niveles arrúpicos elaboran las formas arquetipos para la ronda. En el globo B, estas formas se reproducen de diversas maneras en materia mental por los Constructores de categoría inferior, y evolucionan lentamente en distintas modalidades, hasta que están prontas a recibir la infiltración de materia más densa. Entonces los Constructores en materia astral ejecutan en el globo C las formas astrales, cuyos detalles de construcción se efectúan con mayor detenimiento. 

Cuando las formas han evolucionado tanto como las condiciones del mundo astral lo permiten, los Constructores del globo D emprenden el trabajo de modelar las formas en el plano físico. Las últimas modalidades de la materia se ejecutan así en tipos apropiados, y las formas alcanzan su más densa y completa condición. A partir de este punto medio, la naturaleza de la evolución cambia en cierto modo. Hasta aquí la atención se ha dirigido, sobre todo, hacia la construcción de las formas; pero al ascender en el arco se dirige esencialmente hacia la utilidad de la forma como vehículo de la vida evolutiva. Durante la segunda mitad de al evolución en el globo D, y luego en los E y F, la conciencia se manifiesta, primero, en el plano físico, y después en los planos astral y mental inferior por medio de los equivalentes de las formas elaboradas en el arco descendente. 

En el arco descendente obra la mónada en la medida de su fuerza en las formas evolucionantes, y su influencia se manifiesta de un modo vago bajo la forma de impresiones, intuiciones, etc. En el arco ascendente, la mónada se manifiesta a través de las formas como su principio director interno. En el globo G se alcanza la perfección de la ronda, y la mónada reside en las formas arquetipos del globo A y de ellas se vale como de vehículos. Durante estos diversos estados, los Pitris Lunares actúan como almas de las formas, cobijándolas primero para luego habitarlas. A estos Pitris de la primera clase incumbe la más ruda tarea durante las tres primeras rondas. 
Los Pitris de la segunda y tercera clase no tienen más que infundirse en las formas elaboradas por los anteriores. Estos preparan las formas animándolas durante cierto tiempo; después pasan ellos a otras y abandonan esas formas para el uso de la segunda y tercera categoría. A la conclusión de la primera ronda, todas las formas arquetipos del mundo universal se han colocado en los planos inferiores y sólo resta elaborarlas a través de las rondas sucesivas, hasta que alcancen su máximum de densidad en la cuarta ronda. 

El “Fuego” es el “elemento” de la primera ronda. En la segunda ronda, los Pitris de la primera clase prosiguen su evolución humana, apuntando tan sólo los estados inferiores, como el feto los apunta hoy todavía. Al fin de esta ronda, los de la segunda clase han alcanzado ya el estado de humanidad rudimentaria. La gran tarea de esta ronda consiste en el descenso de los arquetipos de la vida vegetal, que alcanzarán su perfección en la quinta ronda. El “aire” es el “elemento” de la segunda ronda. 
En la tercera ronda, la primera clase de Pitris adquiere definida forma humana. Aunque su cuerpo sea gelatinoso y gigantesco, se vuelve, sin embargo, en el globo D bastante compacto para comenzar a mantenerse en posición vertical; su aspecto es simiesco y están cubiertos de cerdas.
Los Pitris de la tercera categoría alcanzan el comienzo del estado humano. 

En esta ronda, los Pitris solares de la segunda categoría aparecen en el globo D y van a la cabeza de la evolución humana. Las formas arquetipos de los animales descienden para ser elaboradas y alcanzan su perfección al fin de la sexta ronda. “El “agua” es el “elemento” característico de la tercera ronda”. La cuarta ronda, ronda central o intermedia de las siete que constituyen el manvantara terrestre, es muy distintamente humana, como sus precursoras fueron respectivamente animales, vegetales y minerales. Está caracterizada por apartar al globo A las formas arquetipos de la humanidad. Todas las posibilidades de la forma humana se manifiestan en los arquetipos de la cuarta ronda; pero su realización completa se efectuará en la séptima. La “Tierra” es el “elemento” de esta cuarta ronda, la más densa y material. Puede decirse que los Pitris solares de la primera categoría se ponen, en cierto modo, alrededor del globo D durante sus periodos primitivos de actividad en esta ronda, pero no encarnan definitivamente antes de la tercera gran efusión de vida del Logos planetario, que acaece en medio de la tercera raza. 

A partir de ese momento se encarnan poco a poco, pero cada vez más, a medida que progresa la raza; la generalidad llega al comienzo de la cuarta raza. La evolución de la humanidad en el globo D, nuestra Tierra, ofrece de manera muy señalada esta constante diferencia septenaria de que tan frecuentemente hemos hablado. Siete razas de hombres se habían ya mostrado en la tercera ronda, y en la cuarta, estas divisiones fundamentales llegaron a ser clarísimas en el globo C, donde evolucionaron siete razas, con sus sub-razas. En el globo D, la humanidad comienza por una Primera Raza –ordinariamente llamada Raza-Raíz—, que apareció en siete puntos diferentes: “Eran siete, cada uno en su lote”. (La Doctrina Secreta, Vol. II. —Libro de Dzyan, 13). Estos siete tipos, que aparecen simultáneamente y no sucesivamente, constituyeron la primer raza raíz, y cada raza raíz tienen a su vez siete subdivisiones o sub-razas. 

De la primera raza raíz (criaturas gelatinosas amorfas), evolucionó la segunda raza madre, cuyas formas tuvieron consistencia más definida; de ésta procedió la tercera, formada por criaturas simiescas que luego fueron hombres de formas pesadas y gigantescas. Hacia el promedio de la evolución de esta tercer raza raíz (llamada lemuriana), vinieron a la tierra Seres pertenecientes a otra cadena planetaria, la de Venus, mucho más avanzada en su evolución. Estos miembros de una humanidad altamente evolucionada, Seres gloriosos a quienes su aspecto radiante les valió el título de “Hijos del Fuego”, constituyen una orden sublime entre los Hijos de la Mente. (Mânasaputra; esta vasta jerarquía de inteligencias semiconscientes, comprende gran número de órdenes). Habitaron en la tierra como Instructores divinos de la joven humanidad. Algunos de ellos obraron como vehículos de la tercera efusión de vida y proyectaron en el hombre animal la chispa de vida monádica que dio nacimiento al cuerpo causal. 

Así se individualizaron los Pitris Lunares de las tres primeras clases que forman la gran masa de nuestra humanidad. Las dos clases de Pitris Solares ya individualizados (la primera antes de dejar la cadena lunar y la segunda más tarde) forman dos órdenes inferiores de Hijos de la Mente. La segunda se encarna hacia el promedio de la tercera raza; la primera, más tarde y por la mayor parte, en al cuarta raza o de los Atlantes. La quinta raza, la aria, que actualmente está guiando la evolución humana, fue seleccionada en la quinta sub-raza atlante, segregando de ella, en el Asia Central, las familias más escogidas, y el nuevo tipo de raza evolucionó bajo la dirección inmediata de un gran Ser que, en términos técnicos, se llama un Manú. Al salir del Asia Central la primera sub-raza, se estableció en la India al Sur de los Himalayas, y con sus cuatro castas de instructores, guerreros, comerciantes y obreros (Brahmanes, Kshattryas, Vaishyas y Shudras) llegó a ser la raza dominante en la gran península India, después de haber sojuzgado las naciones de la tercera y de la cuarta raza que la poblaron en época remota. 

Al fin de la séptima raza de la séptima ronda, es decir, al concluir el manvantara, la cadena terrestre estará en disposición de transmitir a la que ha de sucederle los frutos de su vida. Estos frutos serán, por una parte, hombres perfectos y divinos, los Budas, Manús, Chohans y Maestros, prontos a emprender la tarea de guiar la evolución bajo las órdenes del Logos planetario; y por otra parte, multitud de entidades menos evolucionadas en sus respectivos estados de conciencia, que tendrán aun necesidad de experiencias físicas para actualizar sus posibilidades divinas. Después de nuestro manvantara, que es el cuarto, vendrán el quinto, sexto y séptimo, que aun se hallan envueltos en el misterio de lo porvenir. Después, el Logos planetario reunirá en sí todos los frutos de su evolución y entrará con sus hijos en un período de reposo y de felicidad. Nada podemos decir de este sublime estado. ¿Cómo podríamos, en la actual etapa de evolución, soñar siquiera su gloria inimaginable? Tan sólo sabemos, vagamente, que nuestros espíritus felices “entrarán en la alegría del Señor”, y al reposar en Él veremos extenderse ante nosotros infinitos horizontes de vida y de amor sublime, cumbres y abismos de poder y de goce, ilimitados como la Existencia Una, inagotables como el Único que Es.

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