Hablaremos en primer lugar sobre la parte física del mecanismo. Tenemos en
nuestro cuerpo un gran eje central de materia nerviosa que termina en el
cerebro; desde éste se extiende una fina red de hilos nerviosos en todas las
direcciones. Estos son, según la ciencia moderna, los que por sus vibraciones
transmiten hacia el cerebro, las impresiones del exterior. El cerebro, una vez
recibidas tales impresiones, las traduce en sensaciones o percepciones, de
manera que si yo pongo la mano en un objeto que está caliente, no es realmente
mi mano, sino mi cerebro, que está recibiendo información que le comunican las
vibraciones, por intermedio de sus hilos telegráficos, que son los haces de
nervios.
Es importante, asimismo, considerar que todos los hilos nerviosos de
nuestro cuerpo tienen la misma constitución, y que el haz especial llamado
óptico, que transmite al cerebro las impresiones producidas sobre la retina y así
nos permite la visión, difiere de los haces nerviosos de la mano o del pié
solamente en que a través de largos períodos de evolución fue especializado y
capacitado para recibir y transmitir más rápidamente una serie de vibraciones,
que a nosotros se nos hacen visibles en forma de luz. La misma observación es
correcta en lo que se refiere a nuestros órganos sensoriales; los nervios de la
audición, del olfato o del paladar, sólo se diferencian unos de otros en virtud de
esta especialización. En esencia todos son idénticos y cada cual cumple su tarea
exactamente de la misma manera, a través de la transmisión de vibraciones al
cerebro. Así, el cerebro, que es el gran centro de nuestro sistema nervioso, es
fácilmente influenciado por las vibraciones, por pequeñas que estas sean, de
nuestra salud, y muy especialmente por aquellas que impliquen alteración en la
circulación de la sangre.
Cuando la corriente sanguínea en los vasos de la
cabeza es regular y normal, el cerebro (y todo el sistema nervioso) está
preparado para funcionar de forma ordenada y eficiente; pero si acontece
cualquier perturbación, sea en la cantidad o velocidad de la misma, se produce
inmediatamente el efecto correspondiente en el cerebro, y a través de éste en los
nervios, a lo largo del cuerpo. Si, por ejemplo, hubiera un excesivo aumento del caudal sanguíneo que llega el cerebro, se producirá una congestión de los
vasos, ocasionándose una irregularidad en el desempeño de su función; si se
produjera una insuficiencia, el cerebro (y en consecuencia todo el sistema
nervioso), quedará primeramente excitado y después en estado letárgico. La
calidad de la sangre es también de suma importancia. Al circular por el cuerpo, la
sangre ejerce dos funciones principales: proveer de oxígeno y nutrir los
diferentes órganos del cuerpo. Si fuera incapaz de desempeñar adecuadamente
una de estas dos funciones, sobrevendrá un desorden orgánico.
Si fuera
deficiente la cantidad de oxígeno que llega al cerebro, quedará éste
sobrecargado de dióxido de carbono, sobreviniendo luego torpeza y letargo.
Ejemplo de esto es la sensación de cansancio y somnolencia que se tiene
frecuentemente dentro de una habitación llena de gente y mal ventilada; debido
al agotamiento de oxígeno en el recinto, provocado por la respiración continua de
tantas personas, el cerebro no recibe la cantidad que necesita, volviéndose por
esto incapaz de desarrollar las tareas que le competen. Por otro lado, la
velocidad de la sangre en los vasos influye en la actividad cerebral; si fuera
excesiva provocará fiebre; si fuera demasiado lenta, tendrá lugar el letargo. Es
obvio, por tanto, que nuestro cerebro (a través del cual, y conviene recordarlo,
deben pasar todas las impresiones físicas) está fácilmente sujeto a ser
perturbado y más o menos retrasado en el desempeño de sus funciones por
causas aparentemente triviales - causas a las que es probable que muchas
veces no prestemos atención, incluso durante las horas de vigilia - y que
ciertamente ignoramos durante el sueño. Antes de continuar, debemos registrar
otra peculiaridad de este mecanismo físico: la tendencia a repetir
automáticamente las vibraciones a las que está acostumbrado a responder. Es a
esta peculiaridad del cerebro a la que se le deben atribuir todos los hábitos y
tendencias corporales, que son completamente independientes de la voluntad, y
casi siempre difíciles de vencer. Conforme a lo que veremos, el papel que esta
peculiaridad representa es aún más importante durante el sueño que en el
estado de vigilia.
ETERICO
No es sólo a través del cerebro (como acabamos de mencionar) por donde las
impresiones pueden ser recibidas por el hombre. Casi exactamente coexistente e
interpenetrando su forma visible, hay un doble etérico (anteriormente llamado
linga sharira en la literatura teosófica), el cual también tiene un cerebro que es,
en verdad, no menos físico que el otro, aunque esté compuesto de una materia
en estado más sutil que el gaseoso. Si examinamos con la facultad psíquica el
cuerpo de un recién nacido, le veremos permeado, no sólo por materia astral en todos los grados de densidad, sino también por diferentes grados de materia
etérica; y si nos tomáramos el trabajo de retroceder nuestro examen de esos
cuerpos interiores hasta su origen, veremos que fue con esta última materia con
la que los agentes de los señores del Karma hicieron el doble etérico (el molde
para la construcción del cuerpo físico); mientras que en la materia astral, el ego
descendiente la incorporó (no por supuesto de modo consciente, sino por acción
automática) en su paso por el mundo astral, y es de hecho, el mero desarrollo en
este plano, de tendencias cuyas semillas fueron en él adormecidas durante sus
experiencias en el mundo celeste, nivel en que era imposible que germinaran por
falta de materia, en el grado adecuado a su expresión. Ya se ha dicho que el
doble etérico es el vehículo de la vida en el hombre, o de la fuerza vital (prana en
sánscrito), y todo aquel que tiene facultades psíquicas desarrolladas, puede ver
exactamente como ocurre esto.
Verá el principio de la vida casi incoloro, aunque
intensamente luminoso y activo, que constantemente se difunde en la atmósfera
de la tierra a través del sol. Verá como la parte etérica del bazo, en el ejercicio de
su admirable función, absorbe esa vida universal especializándola en prana, a fin
de ser más prontamente asimilable para el cuerpo; como el prana recorre todo el
cuerpo a lo largo de los hilos nerviosos, sobre la forma de minúsculos glóbulos
de agradable color rosáceo, produciendo el calor de la vida, la salud y la
actividad para penetrar los átomos del doble etérico; y como, cuando las
partículas rosáceas son absorbidas, el éter vital superfluo, finalmente se irradia
del cuerpo en todas las direcciones como una luz de color azul claro. Si
examináramos después la acción de este éter vital, tendríamos razón para creer
que la transmisión de las impresiones al cerebro depende más de su flujo regular
a lo largo de la parte etérica de los hilos nerviosos, que de la mera vibración de
las partículas de su parte más densa y visible, como generalmente se supone.
Ocuparía demasiado espacio describir todas las experiencias que demuestran
esta teoría; bastará la indicación de una o dos más simples, para demostrarles
las principales líneas de dirección. Cuando un dedo queda completamente entorpecido
por el frío, es incapaz de sentir; el mismo fenómeno de insensibilidad
puede ser fácilmente producido por un hipnotizador; éste, por medio de algunos
pases sobre el brazo del hipnotizado, consigue llevarlo a una condición en que
puede ser atravesado por una aguja sin la más mínima sensación de dolor.
¿Por
qué el hipnotizado no siente nada en ninguno de estos dos casos?
Los hilos
nerviosos aún están allí; en el primer caso fueron paralizados por el frío y por la
ausencia de sangre en los vasos, se puede afirmar; pero esa no será
ciertamente la causa en el segundo caso, en que el brazo conserva su
temperatura normal y la sangre circula como habitualmente. Si recurrimos a la
ayuda del clarividente será posible que obtengamos una explicación más
próxima a la realidad. Diría el que la razón de que parezcan muerto el dedo
congelado es que la sangre es incapaz de circular a través de los vasos, donde el éter vital dejó de fluir por los hilos nerviosos; debemos pues recordar que a
pesar de ser invisible la materia en estado etérico a la vista del común de los
mortales, ella es todavía puramente física, y está por tanto sujeta a sufrir la
influencia del frío y del calor.
En el segundo caso diría que, al hacer los pases
que insensibilizan el brazo del hipnotizado, lo que el hipnotizador realmente hace
es inducir su propio éter nervioso en el brazo o su magnetismo, conforme se ha
denominado, alejándolo así del hipnotizado. El brazo está aún activo y con vida,
porque a través de él fluye el éter vital; pero ya no es el propio éter vital del
hipnotizado, y no se encuentra, por lo tanto, en "rapport" con el cerebro, dejando
de haber, consecuentemente, una sensación en el brazo. Parece entonces
evidente que aunque no sea absolutamente el propio éter vital el que realiza el
trabajo de transportar las impresiones externas hacia el cerebro del hombre, la
presencia de él especializada por este mismo hombre, es ciertamente necesaria
para aquella transmisión a lo largo de los hilos nerviosos. Ahora, así como
cualquier cambio en la circulación de la sangre influye en la receptividad de la
materia más densa del cerebro, codificando la seguridad de las impresiones
venidas a través suyo, del mismo modo, los cambios en el volumen o la
velocidad de las corrientes de vida, ejercen influencia en la parte etérica del
cerebro.
Por ejemplo: cuando la cantidad de éter nervioso especializado por el
bazo cae, por alguna razón, por debajo de la media, inmediatamente se hace
sentir debilidad o cansancio físico; y si en tales circunstancias ocurre también
que es aumentada la velocidad de su circulación, el hombre se vuelve
hipersensible, altamente irritable e incluso histérico; y siendo él, en semejante
estado, mucho más sensible de lo que lo es normalmente a las presiones físicas,
esa es la razón por la que una persona enferma pueda tener visiones o ver
apariciones completamente imperceptibles a otras que gocen de buena salud. Si
por otro lado, el volumen y la velocidad del éter vital, son reducidos al mismo
tiempo, el hombre experimenta un fuerte cansancio, y queda menos sensible a
las influencias externas, y con una sensación general de extrema debilidad para
prestar la menor atención a lo que sucede. Es preciso recordar que la materia
etérica de la que hablamos, es materia más densa, generalmente reconocida
como perteneciente al cerebro. Son ambas, en verdad, partes de un sólo y
mismo organismo físico; y, por lo tanto, cualquier alteración en una de ellas,
repercute instantáneamente en la otra.
No puede haber, por consiguiente,
certeza de que las impresiones serán correctamente transmitidas por medio de
este mecanismo, a menos que sus partes estén ambas operando en completa
normalidad; el funcionamiento irregular de una, puede fácilmente entorpecer o
perturbar la receptividad del mecanismo, empañando o retorciendo las imágenes
que le son presentadas. Además de esto, como va a ser ahora explicado, está él
mucho más sujeto a tales aberraciones, durante el sueño, que en el estado de
vigilia.
Charles Webster Leadbeater
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