Cuando el hombre entra en sueño profundo, conforme a abundantes testimonios
de la observación de los clarividentes, los principios superiores como el vehículo
astral, invariablemente se ausentan del cuerpo físico, en cuya proximidad
quedan flotando. Es en verdad al proceso de este alejamiento a lo que
generalmente llamamos "ir a dormir". Al considerar el fenómeno de los sueños,
debemos tener en la mente esta situación, para ver como ella influye en el ego y
en sus varios mecanismos.
Así, en el caso que vamos a examinar, presumimos
que nuestro sujeto está inmerso en un sueño profundo, permaneciendo el cuerpo
físico quieto en la cama (incluso aquella parte sutil que se acostumbra a llamar
doble etérico), mientras que el ego en el cuerpo astral, flota encima con la misma
tranquilidad. ¿Cual será en tales circunstancias la condición de la conciencia de
aquellos diversos principios?.
EL CEREBRO
Cuando el ego dejó de dominar el cerebro, no perdió éste enteramente la
conciencia, como tal vez pudiéramos esperar. Se evidenció en varias
experiencias que el cuerpo físico está dotado de una cierta conciencia intrínseca,
enteramente distinta del ego y distinta también del mero agregado de la
conciencia de sus células. Observó el autor durante varias ocasiones, el efecto
de esta conciencia, al presenciar una extracción de dientes bajo la acción de un
gas anestésico.
El cuerpo dejó escapar un grito confuso y las manos se irguieron
en un movimiento instintivo, indicando claramente que hasta cierto punto fue
sentida la operación. Pero cuando el ego reasumió el mando veinte minutos
después, declaró que no había sentido absolutamente nada.
Se que tales
movimientos son generalmente atribuidos a la acción refleja, y semejante
afirmación acostumbra a ser aceptada como si fuese una explicación real; la
verdad, sin embargo, es que no pasa de ser una frase cuyas palabras no aclaran
nada de lo que realmente ocurrió.
Tal conciencia, por lo tanto, aún funciona en el
cerebro físico, aunque el ego esté flotando encima de él. Pero su alcance es sin
duda mucho menor que el del hombre propiamente dicho, y, consecuentemente
todas aquellas causas antes mencionadas como de probable repercusión en la
actividad del cerebro, son entonces capaces de influenciarlo en mucha mayor
escala.
La más ligera alteración en la alimentación o en la circulación de la
sangre, produce ahora graves trastornos, y es por esto que la indigestión,
perturbando el flujo sanguíneo, da origen a sueños agitados o malos sueños con
frecuencia. Pero aunque alterada, esta extraña y desordenada conciencia,
presenta muchas peculiaridades dignas de tomar en cuenta.
Su acción parece
en gran medida automática, y sus resultados habitualmente incoherentes,
desconexos y confusos en extremo. Parece incapaz de aprender una idea
excepto cuando reviste la forma de una escena en que él es el propio actor; y de
ahí el porqué todos los estímulos, sean de dentro o de fuera, son
inmediatamente traducidos en imágenes perceptibles. Es incapaz de asimilar
ideas abstractas o de retener recuerdos de este orden, las cuales se convierten
en nociones imaginarias. Si por ejemplo, la idea de la gloria pudiera ser sugerida
a esta conciencia, no tomará forma sino como una visión de algún ser glorioso,
apareciendo delante del soñado; si fuera un pensamiento de odio, éste
solamente será apreciado como una escena en la cual un actor imaginario
manifestó un violento rencor hacia el soñador. Además de esto, toda dirección
local del pensamiento significa para él de modo absoluto un transporte espacial.
Si durante las horas de vigilia pensamos en la China o en Japón, es como si
nuestro pensamiento, en ese mismo instante, estuviera en esos países; sin
embargo, sabemos perfectamente que nuestro cuerpo no sale de donde se
encontraba un momento antes. En el estado de conciencia ahora considerado, el ego no se encuentra presente para distinguir y comparar las impresiones más
groseras, por consiguiente, cualquier pensamiento transitorio sugerido a la China
o a Japón, puede representarse apenas como un transporte instantáneo y
efectivo hacia aquellos países, el soñador allí se encontraría de repente, rodeado
de todas las circunstancias propias que en este momento pudiera recordar. Se
ha notado que aunque espantosas transiciones de este tipo son demasiado
frecuentes en los sueños, jamás el soñador parece sentir cualquier sorpresa o
imprevisto por ellas. Este fenómeno es fácilmente explicable cuando se ha
examinado a la luz de observaciones como las presentes, porque en la restrictiva
conciencia del cerebro físico, no existe nada que nos pueda comportar tal
sentimiento de sorpresa: simplemente él percibe las escenas como se presentan
delante de él, careciendo de discernimiento para enjuiciar su secuencia o falta de
ella.
Otra fuente de extraordinaria confusión visible en esta semiconciencia, es la
manera en la que en ella opera la ley de asociación de ideas; es familiar para
todos nosotros la notable acción instantánea de esta ley en la vida de vigilia;
sabemos como una palabra casual, una nota musical e incluso el perfume de
una flor, pueden ser suficientes para redespertar en la mente una cadena de
recuerdos hace mucho tiempo olvidados. Durante el sueño, en el cerebro, esa
ley está siempre activa, pero funciona bajo curiosas limitaciones. Todas las
asociaciones de ideas abstractas o concretas se convierten en una mera
combinación de imágenes; y, porque nuestra asociación de ideas actúa casi
siempre por sincronismo, en forma de acontecimientos que se suceden unos a
otros, aunque realmente sin ninguna interconexión, fácilmente se concibe común
la ocurrencia de inexplicables confusiones de imágenes, tanto o más como que
es prácticamente infinito su número, y todo lo que se puede extraer de esa
inmensa reserva de memoria, aparece bajo la forma de imágenes.
Como es
natural, una tal sucesión de cuadros raramente permite una reconstrucción
perfecta en la memoria, porque a nada ayuda la ausencia de orden; la diferencia
de lo que sucede en vigilia, es que no hay dificultad para recordar una frase o
verso asociados, aunque hayan sido oídos una sola vez; mientras que si se
recurre a un sistema nemotécnico, sería casi imposible reconstruir con exactitud
un simple aglomerado de palabras sin sentido en circunstancias semejantes.
Otra peculiaridad de esa curiosa conciencia del cerebro, es que es singularmente
sensible a muchas pequeñas influencias externas, él todavía las aumenta y las
transforma a un grado casi increíble.
Todos los que escribieron al respecto de los
sueños citan ejemplos de esto; y con seguridad, alguno de éstos serán del
conocimiento de cuantos han dedicado atención a este asunto. Entre las
historias más comunes que se han escuchado, existe la de un hombre que tuvo
un sueño angustioso de estar siendo ahorcado porque el cuello de su camisa
estaba demasiado ajustado; y de otro que exageró una herida que le fue infligida
durante un duelo; y de otro que transformó un pequeño pellizco en una mordedura de un animal feroz. Maury cuenta que cierta vez la barra de la cabecera de
la cama en que dormía, se soltó tocando levemente su cuello, pero que este
insignificante contacto dio origen a un terrible sueño sobre la revolución francesa
en el que sentía que estaba siendo guillotinado.
Relata otro autor que muchas
veces despierta con el recuerdo confuso de sueños llenos de ruidos, voces altas
y sonidos irritantes, y que durante mucho tiempo no le fue posible descubrir la
causa; pero al final consiguió relacionarlos con el sonido murmurante producido
en el oído, tal vez por la circulación de la sangre, cuando tumbado sobre la
almohada escuchaba un poco más alto el mismo murmullo que se oía cuando
una concha se acerca al oído. En este punto ya se habrá evidenciado que es en
el propio cerebro físico donde tienen sede un sinnúmero de exageradas
confusiones en la historia de muchos fenómenos oníricos.
EL CEREBRO ETERICO
Es obvio que esta parte del organismo tan sensible a todas las influencias,
incluso durante nuestras horas de vigilia, debe ser aún más susceptible durante
el estado del sueño. Examinando el cerebro etérico en tales circunstancias por
un clarividente, se observó que por él están siempre pasando corrientes de
pensamientos; no hay pensamientos propios, pues le falta el poder de pensar,
pero hay pensamientos ocasionales que flotan a su alrededor. Es una verdad
perfectamente conocida por los estudiantes de ocultismo, que "los pensamientos
son cosas", porque todo pensamiento queda impreso en la esencia elemental
plástica, y genera una entidad con vida temporal, cuya duración depende de la
energía del pensamiento-impulso. Vivimos, por lo tanto, en medio de un océano
de pensamientos ajenos, los cuales, estemos dormidos o despiertos, se
presentan constantemente a la parte etérica de nuestro cerebro.
Mientras
estamos pensando activamente, y tenemos así nuestro cerebro perfectamente
ocupado, este se vuelve prácticamente impermeable a la incesante intromisión
de pensamientos desde afuera; pero a partir del momento en que lo dejamos
ocioso, la corriente caótica comienza su invasión. Entre los pensamientos, hay
muchos que no son asimilables y que pasan casi desapercibidos; de cuando en
cuando, sin embargo, sobreviene uno que provoca vibraciones a las que no está
acostumbrada la parte etérica del cerebro, y éste lo incorpora como propio y lo
aumenta de intensidad. Tal pensamiento, a su vez, sugiere otro, y así, toda una
serie de ideas comienzan hasta que eventualmente también se disipan.
Entonces, la corriente desconexa y confusa recomienza a fluir a través del
cerebro.
La gran mayoría de las personas, si prestaran atención a lo que
habitualmente consideran sus pensamientos íntimos, verán que ellos consisten
en gran medida en una corriente ocasional como aquella, que en verdad no es
de pensamientos propios, pero se compone de meros fragmentos dispersos de los de otras personas. Porque el hombre ordinario no tiene dominio sobre su
mente; casi nunca sabe exactamente lo que está pensando en determinado
momento, o porqué le viene tal o cual pensamiento; en vez de orientar la mente
hacia un rumbo certero, consiente en que ella vague sin voluntad y sin objetivo.
Y así cualquier semilla adventicia traída por los vientos, encuentra terreno
propicio para germinar y fructificar.
El resultado es que aún cuando el ego realmente
desee alguna vez pensar ordenadamente sobre un asunto en particular,
se ve prácticamente imposibilitado de hacerlo; de un lado a otro convergen
súbitamente todo tipo de pensamientos errantes, y no acostumbrado a dominar
la mente, carece de fuerzas para detener su caudal. No sabe que el verdadero
pensamiento se caracteriza por la concentración; y no habiendo ésta, aquella
debilidad de la mente y de la voluntad, hace que para el hombre común sean tan
difíciles los primeros pasos en el sendero del progreso oculto. Además de esto,
ya que en el presente estado de evolución del mundo, hay probablemente, más
pensamientos malos que buenos en circulación alrededor de él, semejante
debilidad de la mente transforma al hombre en un ser expuesto a toda suerte de
tentaciones, que serían del todo evitadas si hubiese un poco de atención y
esfuerzo. En el sueño, entonces, la parte etérica del cerebro se encuentra aún
más que normalmente a merced de aquellas corrientes de pensamiento, dado
que en esta situación, el ego está en asociación menos íntima con él.
Hecho
curioso mostrado en experiencias recientes, es el de que si por cualquier
circunstancia son esas corrientes alejadas de la parte etérica del cerebro, éste
no permanece absolutamente pasivo, sino que evoca para sí mismo escenas de
su almacén de memorias pasadas. Más adelante daremos ejemplos en este
sentido describiendo algunas de las experiencias.
EL CUERPO ASTRAL
Como hemos dicho anteriormente, es en este vehículo en el que el ego funciona
durante el sueño y es generalmente visto por aquellos cuya visión interna esté
abierta, flotando en el aire por encima del cuerpo físico en la cama. Su apariencia,
sin embargo, varía bastante según el grado de evolución alcanzada por el
ego. En el caso de un ser humano atrasado y aún por desarrollarse, no es más
que una nube vaporosa e imperfecta con forma ovoide, de contornos muy
irregulares y mal definidos; y la figura central (la contraparte astral más densa del
cuerpo físico), rodeada por una nube, es también vaga a pesar de ser
reconocible. El cuerpo astral sólo es receptivo a las vibraciones más groseras e
impetuosas del deseo, y es incapaz de alejarse unos metros más allá del cuerpo
físico; pero a medida que se evoluciona, la nube ovoide va ganando contornos
más definidos, y la figura en el interior asume el aspecto de una imagen casi perfecta del cuerpo físico.
Al mismo tiempo aumenta su receptividad y pasa a
responder instantáneamente a las vibraciones de su plano, desde la más sutil a
la más abyecta, si bien en el cuerpo astral de un Ser humano altamente
evolucionado, ya no existe prácticamente materia grosera para responder a las
vibraciones de este último tipo. Se hace mayor también su poder de locomoción,
y es capaz de viajar sin dificultad a considerables distancias de su vehículo
físico, y regresar trayendo impresiones más o menos exactas de los lugares
visitados y de las personas con quienes se ha encontrado. En todos los casos,
es el cuerpo astral extremadamente impresionable por cualquier pensamiento o
sugestión que implique deseo, aunque en algunas personas los deseos de más
fácil repercusión sean de carácter más elevado que en otras.
EL EGO DURANTE EL SUEÑO
La condición del cuerpo astral durante el sueño es en sobremanera variable a
medida que progresa en la evolución; pero la del ego que en él habita varía aún
más. Estando aquel bajo la forma de una nube que flota, permanece el ego casi
dormido, como el cuerpo físico; es ciego a las visiones y sordo a las voces de su
propio mundo superior. Si alguna idea perteneciente a este mundo, por
casualidad le alcanzase, escapándose del control del respectivo mecanismo, no
tendría medios de imprimirla en el cerebro físico para recordarla al despertar. Si
un hombre en este estado primitivo captase algo de todo aquello que le sucede
durante el sueño, sería casi invariablemente el resultado de meras impresiones
físicas, internas o externas, recibidas por el cerebro, olvidada cualquier posible
experiencia del ego real.
En casi todas las fases pueden ser observados los que
duermen, desde la del total olvido de las cosas, hasta la de la plena y perfecta
conciencia en el plano astral, si bien sea relativamente rara esta última. Hasta
incluso lo bastante consciente de la importantes experiencias por las que
muchas veces haya pasado en este plano superior, puede el hombre
eventualmente, lo que no es raro que ocurra, sentirse impotente hasta cierto
punto para ejercer dominio sobre el cerebro en el sentido de refrenar sus formaspensamientos
irracionales, sustituyéndolas por las que desease recordar. Y así,
una vez despierto, al cuerpo físico solamente le resta el más confuso recuerdo, o
incluso ninguno, de lo que efectivamente sucedió. Y es una pena que así
suceda, porque se le pueden deparar muchas cosas de la mayor importancia e
interés para él. No sólo le es posible visitar escenarios distantes de
extraordinaria belleza, sino incluso mantener e intercambiar ideas con amigos
vivos o muertos que estén igualmente despiertos en el plano astral.
Es probable
que obtenga felicidad al encontrar personas cuyos conocimientos sean superiores a los suyos, y le proporcione consejos e instrucciones; puede, por otro
lado gozar del privilegio de ayudar y consolar a los que saben menos que él. Y
también entrar en contacto con entidades no humanas de varias especies:
espíritus de la naturaleza, elementales artificiales, o incluso devas, aunque
raramente. Estará más sujeto a varios tipos de influencias benéficas o maléficas,
estimulantes o aterrorizantes.
EL EGO Y SU TRASCENDENTAL
MEDIDA DEL TIEMPO
Tanto si guarda o no recuerdo de alguna cosa cuando esté físicamente
despierto, el ego está dotado de plena, o al menos parcial conciencia del
ambiente astral; está empezando a entrar en posesión de su patrimonio de
poderes, que transcienden con mucho aquellos de que aquí dispone; pues su
conciencia, cuando es así liberada del cuerpo físico, disfruta de amplias
posibilidades.
Su medida del tiempo y el espacio es totalmente diferente de la
que es normal durante nuestra vida de visita.
Desde nuestro punto de vista es
como si para él no existiese el tiempo ni el espacio.
No cabe aquí discutir, ni
deseo hacerlo, el tema, por más que resulte interesante, para poder afirmar si el
tiempo realmente existe, la muerte, parece adoptar una medida trascendental del
tiempo que nada tiene en común con nuestra medida fisiológica. Para
comprobarlo, centenares de historias pueden ser recordadas; basta mencionar
dos; una bien antigua relatada, creo yo, por Addison en "The Spectator", y la otra
que hace referencia a un acontecimiento que ocurrió en época bien reciente y
que fue reflejado por la prensa.
EJEMPLOS ILUSTRATIVOS
Existe en el Corán, parece ser, la maravillosa narración de una visita que en la
mañana de cierto día hizo al cielo el profeta Mahoma. Allí vio muchas y
diferentes regiones sobre las cuales oyó amplias y completas historias; también
tuvo largos coloquios con los ángeles. Mientras tanto, cuando volvió al cuerpo
físico, notó que la cama de donde se levantaba aún estaba caliente y verificó que
habían transcurrido apenas unos segundos; se dio cuenta, en efecto, que no
había acabado de vaciarse un jarro de agua, que él accidentalmente había
derramado al partir hacia la expedición.
La historia de Addison cuenta como un
sultán de Egipto, declarando que era imposible creer aquello que escuchó, pasó
en tono desabrido a apostofrar de mentirosa la narrativa de su instructor
religioso. El instructor, notable y erudito doctor en leyes, dotado de poderes milagrosos, quiso al instante probar al incrédulo monarca que la historia no era
absolutamente imposible. Trajo consigo un gran barreño de agua y le pidió al
sultán que metiera en él la cabeza y la retirase lo más deprisa posible.
El rey se
puso de acuerdo en meter la cabeza dentro del barreño de agua y, para su gran
sorpresa, se vio inmediatamente en un lugar que jamás conoció, una larga playa
cercana al pié de una gran montaña. Después de volver en sí de su asombro, la
idea más natural que le pasó por la mente, como soberano oriental, fue la de
haber sido hechizado; comenzó entonces a proclamar contra la innominable
traición del sabio. Pero el tiempo transcurría; sintió hambre, y no le quedaba otra
alternativa sino salir en busca de alimento en esa extraña región. Después de
errar durante algún tiempo, dio con unos hombres que se ocupaban en derrumbar
árboles en un bosque.
A ellos se dirigió pidiéndoles ayuda. Aceptaron la
propuesta y le llevaron en su compañía hasta la ciudad en que residían. Allí
quedó él viviendo y trabajando durante años; economizó dinero y más tarde
contrajo matrimonio con una mujer rica. Pasó muchos años felices de vida
matrimonial, constituyendo una pequeña familia de catorce hijos; pero después
de perder su esposa y sufrir muchas adversidades, por fin reducido a la miseria,
fue obligado, ya en edad adulta a volver al antiguo oficio de cargador de leña. Un
día cuando paseaba junto al mar se quitó la ropa y se zambulló en el agua para
darse un baño. Al erguir la cabeza y sacudir los ojos, se quedó pasmado de
verse en pié en medio de sus antiguos cortesanos con el viejo instructor a su
lado y el recipiente con agua enfrente.
No es de extrañar que sólo después de
algún tiempo le fuese posible creer que todos aquellos años de incidentes y
aventuras no pasaron de ser el sueño de un momento, provocado por la sugestión
hipnótica del instructor, y que él realmente no hiciera sino meter la cabeza
por un instante en el recipiente con agua y erguirla a continuación. Una buena
historia que sirve para ilustrar lo que hemos dicho antes; cierto es, sin embargo,
que no tenemos pruebas para demostrarlo.
Es bien diferente lo que le ocurrió
otro día a un conocido hombre de ciencia. Tuvo que someterse a la extracción de
dos dientes, para lo que le fue aplicada la anestesia apropiada. Interesado en
problemas de este tipo, decidió observar cuidadosamente sus sensaciones
durante el curso de la operación; pero en el momento en que inhaló el gas, se
apoderó de él tal entorpecimiento que olvidó inmediatamente su intención,
pareciendo caer en un sueño profundo. Despertó a la mañana siguiente,
conforme él supuso, y salió como de costumbre a reanudar sus trabajos y
experiencias científicas, dar conferencias en varias corporaciones eruditas, etc.,
todo con un exaltado sentimiento de alegría y de redoblada capacidad: la
conferencia representó un notable triunfo; cada experiencia condujo a nuevos y
magníficos descubrimientos; se sucedieron a este ritmo los días y las semanas
durante un considerable período, aunque el tiempo exacto no se pudiera
precisar.
Hasta que finalmente, cuando estaba haciendo una exposición delante de los miembros de la Real Sociedad se vio importunado por el insólito
comportamiento de uno de los presentes que le perturbó diciendo: "ahora todo
está terminado"; y deteniéndose para saber que significaba tal observación, oyó
otra voz que decía así: "ambos están fuera". Fue entonces cuando se dio cuenta
de que se encontraba sentado en la silla del dentista: todo aquel período de
intensa actividad él lo había vivido en cuarenta segundos exactamente.
Se
puede decir que ninguno de estos casos fue propiamente un sueño común. Pero
acontecimientos semejantes se dan frecuentemente en los sueños comunes,
habiendo, por consiguiente, innumerables testimonios que lo comprueban.
Steffens, uno de los autores alemanes que se ocuparon de este asunto, relata
que, aún siendo niño, dormido al lado de su hermano, soñó que estaba siendo
perseguido por un terrible animal feroz, en una calle lejana. Huyó poseído por un
gran pánico y sin poder gritar, hasta que alcanzó una escalera en la cual se
subió; pero exhausto por la carrera y por el terror, fue agarrado por el animal,
que le mordió gravemente en el muslo. Se despertó asustado, y vio entonces
que su hermano le había pellizcado el muslo.
Richers, otro escritor alemán,
cuenta la historia de un hombre a quien el estampido de un tiro le despertó,
siendo este momento el final de un largo sueño en el cual él se hiciera soldado,
desertara, y, vencido por un inmenso cansancio, fuera capturado y sometido a
proceso, condenado y finalmente fusilado; todo este gran drama se desarrolló
hasta el instante en que le despertó del sueño el sonido del tiro. Existe también
la historia del hombre que se durmió en un sillón mientras fumaba un cigarro, y
que después de soñar con la existencia de incidentes durante años y años, se
despertó con el cigarro todavía encendido. Casos como estos se pueden
multiplicar en número casi infinito.
EL PODER DE LA DRAMATIZACIÓN
Otra notable peculiaridad del ego a acrecentar su trascendental medida del
tiempo, es sugerida por algunas de estas historias y viene a ser su facultad, o tal
vez sea mejor decir su costumbre de dramatizar, instantánea. Se observará en
los casos de los disparos y en el pellizco, que precisamente acabamos de referir:
el efecto físico que despertó a la persona surgió como el clímax de un sueño que
aparentemente se prolongó durante un largo espacio de tiempo, mientras que en
verdad, fue obviamente sugerido por el propio efecto físico. La noticia, por así
decirlo, de este efecto físico, tanto si ha sido un sonido como un contacto, fue
comunicado al cerebro por los hilos nerviosos, y semejante transmisión exige
cierto lapso de tiempo, sólo una insignificante fracción de segundo sin duda pero
aún así, una cantidad definida que es calculable y mesurable por los delicadísimos instrumentos usados en la moderna investigación científica.
El
ego, cuando está fuera del cuerpo, es capaz de percibir con absoluta
instantaneidad, y sin uso de los nervios; consecuentemente, se da cuenta de lo
que ocurre justamente en aquella infinitesimal fracción de segundo antes que la
información llegue cerebro físico. En ese inapreciable espacio de tiempo, parece
que él compone una especie de drama o serie de escenas, que culminan y
finalizan en el evento que despierta al cuerpo físico; y después de despertar
sufre la limitación de los órganos de este cuerpo, volviéndose incapaz de
distinguir en la memoria entre lo subjetivo y lo objetivo y de ahí imaginar haber
realmente participado en el drama durante el sueño. Ese estado de cosas, con
todo, parece ser peculiar al ego que desde el punto de vista espiritual está aún
relativamente subdesarrollado; a medida que ocurre la evolución, y el hombre
real pasa a comprender su posición y sus responsabilidades, trasciende él la
fase de los alegres pasatiempos de la infancia. Se asemeja al hombre primitivo,
que ve todo fenómeno natural bajo la forma del mito: el ego no evolucionado
dramatiza todos los eventos que caen en sus manos. Pero el hombre que
alcanzó la continuidad de la conciencia, se encuentra de tal modo absorto en su
trabajo en los planos más elevados, que no le sobra energía para otras cosas y
por eso deja de soñar.
FACULTADES DE PREVISIÓN
Otro resultado del método paranormal de medir el tiempo consiste en la
posibilidad de que el ego haga previsiones dentro de ciertos límites. Presente,
pasado y futuro se abren ante él siempre que él los sepa leer; y no hay duda que
él así puede ver a priori sucesos de importancia o interés para su personalidad
inferior, en los cuales sus intentos para grabarlos tendrán mayor o menor éxito.
En el caso del hombre común son tremendas las dificultades del camino. Ni
incluso semidespierto él se encuentra; casi no ejerce ningún dominio sobre sus
diversos vehículos; no puede así impedir que su mensaje sea transformado o
aumentado por las ondas del deseo, o por las corrientes del pensamiento que
sobrepasan en la parte etérica del cerebro, o por algunos pequeños problemas
fisiológicos en el cuerpo denso.
Teniendo en cuenta todo esto, no es de extrañar
que solo raramente tengan éxito sus intentos. Una y otra vez, la previsión
completa y perfecta de un acontecimiento es traída con nitidez de dominios del
sueño; pero la mayoría de las veces la escena llega desfigurada e irreconocible,
mientras otras veces todo no pasa de ser una sensación imprecisa de una
densidad inminente, y con más frecuencia, nada alcanza al cuerpo. Se
argumenta a veces, que si la previsión se cumple, debe ser mera coincidencia;pues si los hechos pudieran ser previsibles es porque estarían preordenados, no
existiendo entonces el libre albedrío en el hombre. Sin duda existe este libre
albedrío; he aquí por qué dijimos antes que la premonición sólo es posible dentro
de ciertos límites.
Los asuntos que dicen respecto al hombre común, es probable
que esta posibilidad sea en escala más amplia, porque él carece de voluntad
propia desarrollada, digámoslo así, y es por consiguiente, criatura en manos de
las circunstancias. Su karma hace que se vea en medio de circunstancias
especiales cuya acción sobre él constituye el factor más importante de su vida,
de tal modo que su futuro curso es previsible con una certidumbre casi
matemática.
Cuando consideramos el caudal de conocimientos sobre los cuales
la acción del hombre tiene apenas una diminuta influencia, y también los
efectos, ha de parecernos un poco espantoso que en el plano donde se hace
visible el resultado de todas las causas actualmente en juego, se pueda predecir
una extensa parte del futuro, incluyendo sus pormenores. De que tal cosa sea
factible tenemos un sin número de pruebas, no solamente a través de los sueños
proféticos como por la segunda-vista de los habitantes del norte de Escocia y por
las tradiciones de los clarividentes; en que se basa todo el esquema de la
astrología. Pero cuando pasamos a tratar con un hombre desarrollado, un
hombre dotado de conocimiento y voluntad, entonces nos falla la profecía,
porque ya no es él una criatura en manos de las circunstancias sino el señor de
casi todas ellas. En verdad, los acontecimientos principales de su vida se
disponen de antemano por su karma pasado.
Con todo, la manera por la cual él
deja que le influencien y su método de comportamiento de cara a los mismos es
su posible triunfo; eso no depende de él y no puede ser objeto de previsión
excepto como probabilidades. Sus actos en este sentido, por su turno se
convierten en causas, generándose cadenas de efectos que escapan al
ordenador original, y por vía de la consecuencia, a la exactitud del pronóstico.
Encontramos una analogía en una simple experiencia mecánica. Si fuera
empleada cierta cantidad de fuerza para empujar una pelota, nos será imposible
anular o disminuir la fuerza a partir del momento en que la pelota entra en
movimiento; pero podremos neutralizar o modificar el impulso mediante la
aplicación de una nueva fuerza en sentido diferente. Una fuerza rigurosamente
igual en dirección opuesta inmovilizará la pelota. Una fuerza menor, reducirá la
velocidad; y cualquier fuerza de otro lado tendrá el efecto de alterar, tanto la
velocidad como la dirección. Este es el "modus operandi" del destino. Es obvio
que en un momento dado están en juego una serie de causas.
No habiendo
interferencia serán inevitables ciertos resultados, resultados que en los planos ya
elevados parecen ya presentes, pudiendo ser trazados con exactitud. Pero
también es obvio que un hombre con voluntad fuerte podrá, recurriendo al
empleo de fuerzas nuevas, variar estos resultados; y tales modificaciones no podrían normalmente ser previstas por un clarividente a menos que nuevas
fuerzas hubiesen entrado después en acción.
ALGUNOS EJEMPLOS
Dos incidentes que llegaron recientemente al conocimiento de este autor
representan excelentes ilustraciones de la posibilidad de previsión y de su
modificación por efecto de una firme voluntad.
Un caballero que poseía el don de
la escritura automática recibió cierta vez por este medio, una comunicación que
se decía procedente de una dama con la que él mantenía relaciones superficiales.
En la carta se mostraba ella muy contrariada y en estado de profunda
indignación: teniendo preparada una conferencia que iba a dar, no había nadie
en el salón a la hora concertada. Sintiose por esto frustrada en la presentación
de su discurso.
Encontrándose con la dama días después, y suponiendo que la
carta se refería a un acontecimiento pasado, le expresó él su pesar por su
frustración. Con gran sorpresa respondió ella que era todo muy extraño, puesto
que aún no estaba lista la conferencia, siendo su intención pronunciarla la
próxima semana. Añadió que esperaba que la comunicación no significase una
profecía. Pero por el contrario, lo que quedó probado es que se trataba
realmente de una profecía: nadie estuvo presente en el salón, la conferencia no
se realizó y la interesada se manifestó contrariadísima y afligida, tal como había
vaticinado la escritura automática. ¿Que especie de entidad inspiró la
comunicación?. No se sabe; pero seguro que fue una que se situó en un plano
donde la previsión era posible; y bien podría haber sido realmente como se
mencionó, el propio ego de la conferencista, ansioso por mitigarle la frustración
que previó tendría la mente en el plano inferior.
Si lo fue nos preguntaremos,
¿por qué no la influenció directamente?; es admisible que estuviese del todo
imposibilitado de hacerlo, y que la mediumnidad del amigo fuese el canal único
del que disponía para transmitir el aviso. Aunque el método es indirecto, conocen
los estudiantes de estos asuntos numerosos ejemplos de comunicaciones
idénticas en que fue imposible recurrir a otros medios. En otra ocasión el mismo
caballero recibió por el mismo proceso lo que parecía ser otra carta de otra
amiga femenina, relatándole la larga y triste historia de su vida. Se mostraba ella
en estado de gran aflicción y decía que toda la dificultad se originó en una
versación, cuyos pormenores expuso, con cierta persona que la persuadió contra
sus propios sentimientos, a adoptar un determinado comportamiento. Y pasó a
describir como poco más o menos después de un año tuvieron inicio una serie
de acontecimientos directamente atribuibles a ese comportamiento, y que
culminaron en la práctica de un crimen hediondo, arruinándole la vida para siempre. Como en el caso precedente, inmediatamente que nuestro caballero se
encontró con la supuesta autora de la carta, se refirió al contenido de esta. Nada
sabía ella a tal respecto; y sin embargo, de la fuerte impresión que le causaron
las singularidades de la historia, convinieron los dos en no prestarle ningún
significado. Pasado algún tiempo, y para gran sorpresa de la joven, la
conversación aludida en la carta vino a realizarse, siendo instada a asumir un
comportamiento cuyo trágico destino le hubiera sido pronosticado. Por cierto que
ella hubiera aceptado, insegura de su propio discernimiento, si no fuera porque
recordó la profecía; y fue este recuerdo lo que le dio fuerza para resistir con la
mayor de las determinaciones, aunque tal actitud acusase extrañeza y decepción
a su interlocutor.
Como no fue seguido el comportamiento indicado en la carta, el
tiempo de la catástrofe vaticinado llegó y pasó sin ningún incidente fuera de lo
normal. Así podría haber ocurrido cualquiera que fuese el caso. Entretanto, si
recordamos que la otra predicción se cumplió exactamente, tendremos que
admitir que la advertencia transmitida por la carta probablemente impidió la
práctica del crimen. Si esto es verdad, ahí tenemos un buen ejemplo de cómo
podemos modificar nuestro futuro mediante el ejercicio de una voluntad firme.
EL PENSAMIENTO SIMBOLICO
Otro punto digno de atención con referencia a la condición del ego cuando está
ausente del cuerpo durante el sueño, es que él parece pensar por medio de
símbolos. Queremos decir: lo que en nuestro plano sería una idea cuya
expresión exigiría gran número de palabras, para el ego es perfectamente
transmisible apenas a través de una imagen simbólica. Ahora, cuando un pensamiento
como ese viene a imprimirse en el cerebro, y es recordado en la
conciencia de la vigilia, sin duda es que necesita una traducción. Muchas veces
la mente ejecuta esta función; pero en otras el símbolo no viene acompañado de
su llave, permaneciendo por así decirlo sin traducción; y entonces surge la
confusión. Muchas personas, sin embargo, traen de este modo los símbolos e
intentan aquí darles interpretación. En casos así cada persona tiene su propio
sistema de simbología.
La señora Crowe, en un párrafo de su libro "Night side of
nature", escribe: "sé de una señora que sueña con tener un gran pez siempre
que está cercana a sufrir un infortunio. Soñó una noche que el pez había
mordido dos dedos de su hijo. Inmediatamente después un colega del niño le
produjo una herida en los mismos dedos con una pequeña hacha. Encontré
varias personas que aprendieron por experiencia a considerar determinado tipo
de sueño como una premonición segura de un acontecimiento infausto". Sin
embargo, existen muchos puntos en que están de acuerdo muchos de estos soñadores; por ejemplo, el de que soñar con aguas profundas significa un
disgusto que va a venir, y que soñar con perlas es señal de lágrimas.
LOS FACTORES DE LOS SUEÑOS
Examinada así la condición del hombre durante el sueño, vemos cuales son los
factores capaces de influir en la producción de sueños:
1. El ego, que puede encontrarse en estado de conciencia, desde la
insensibilidad casi completa, hasta el dominio total de sus facultades, y
que al aproximarse a esta última condición va entrando cada vez más en
la posesión de ciertos poderes, los cuales trascienden los que generalmente
poseemos en estado normal de vigilia.
2. El cuerpo astral, siempre agitado por turbulentas ondas de emoción y
deseo.
3. La parte etérica del cerebro, por la cual pasa una incesante colección de
cuadros entre sí.
4. El cerebro físico inferior, con su semiconciencia inferior y su costumbre de
expresar todos los estímulos en forma pictórica.
Al dormirnos, nuestro ego se recoge más en sí mismo y deja que sus cuerpos
más libres sigan su propio camino; debe recordarse, sin embargo, que la
conciencia de estos vehículos, separada cuando les es dado mostrarla, es de
carácter muy rudimentario. Si añadimos que cada uno de aquellos factores es
entonces infinitamente más susceptible a las impresiones exteriores que en otros
momentos, veremos que no hay muchas razones para extrañarnos de que la
memoria de la vigilia (una especie de síntesis de todas las diferentes actividades
que se verifican) sea casi siempre confusa. Vamos ahora, con tales
pensamientos en nuestra mente, a ver cómo los diferentes tipos de sueños
habituales deben ser expuestos.
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