miércoles, 20 de febrero de 2019

EL SUEÑO



Cuando el hombre entra en sueño profundo, conforme a abundantes testimonios de la observación de los clarividentes, los principios superiores como el vehículo astral, invariablemente se ausentan del cuerpo físico, en cuya proximidad quedan flotando. Es en verdad al proceso de este alejamiento a lo que generalmente llamamos "ir a dormir". Al considerar el fenómeno de los sueños, debemos tener en la mente esta situación, para ver como ella influye en el ego y en sus varios mecanismos. 
Así, en el caso que vamos a examinar, presumimos que nuestro sujeto está inmerso en un sueño profundo, permaneciendo el cuerpo físico quieto en la cama (incluso aquella parte sutil que se acostumbra a llamar doble etérico), mientras que el ego en el cuerpo astral, flota encima con la misma tranquilidad. ¿Cual será en tales circunstancias la condición de la conciencia de aquellos diversos principios?. 

 EL CEREBRO 

Cuando el ego dejó de dominar el cerebro, no perdió éste enteramente la conciencia, como tal vez pudiéramos esperar. Se evidenció en varias experiencias que el cuerpo físico está dotado de una cierta conciencia intrínseca, enteramente distinta del ego y distinta también del mero agregado de la conciencia de sus células. Observó el autor durante varias ocasiones, el efecto de esta conciencia, al presenciar una extracción de dientes bajo la acción de un gas anestésico. 
El cuerpo dejó escapar un grito confuso y las manos se irguieron en un movimiento instintivo, indicando claramente que hasta cierto punto fue sentida la operación. Pero cuando el ego reasumió el mando veinte minutos después, declaró que no había sentido absolutamente nada. 
Se que tales movimientos son generalmente atribuidos a la acción refleja, y semejante afirmación acostumbra a ser aceptada como si fuese una explicación real; la verdad, sin embargo, es que no pasa de ser una frase cuyas palabras no aclaran nada de lo que realmente ocurrió. 

Tal conciencia, por lo tanto, aún funciona en el cerebro físico, aunque el ego esté flotando encima de él. Pero su alcance es sin duda mucho menor que el del hombre propiamente dicho, y, consecuentemente todas aquellas causas antes mencionadas como de probable repercusión en la actividad del cerebro, son entonces capaces de influenciarlo en mucha mayor escala. 
La más ligera alteración en la alimentación o en la circulación de la sangre, produce ahora graves trastornos, y es por esto que la indigestión, perturbando el flujo sanguíneo, da origen a sueños agitados o malos sueños con frecuencia. Pero aunque alterada, esta extraña y desordenada conciencia, presenta muchas peculiaridades dignas de tomar en cuenta. 

Su acción parece en gran medida automática, y sus resultados habitualmente incoherentes, desconexos y confusos en extremo. Parece incapaz de aprender una idea excepto cuando reviste la forma de una escena en que él es el propio actor; y de ahí el porqué todos los estímulos, sean de dentro o de fuera, son inmediatamente traducidos en imágenes perceptibles. Es incapaz de asimilar ideas abstractas o de retener recuerdos de este orden, las cuales se convierten en nociones imaginarias. Si por ejemplo, la idea de la gloria pudiera ser sugerida a esta conciencia, no tomará forma sino como una visión de algún ser glorioso, apareciendo delante del soñado; si fuera un pensamiento de odio, éste solamente será apreciado como una escena en la cual un actor imaginario manifestó un violento rencor hacia el soñador. Además de esto, toda dirección local del pensamiento significa para él de modo absoluto un transporte espacial. 

Si durante las horas de vigilia pensamos en la China o en Japón, es como si nuestro pensamiento, en ese mismo instante, estuviera en esos países; sin embargo, sabemos perfectamente que nuestro cuerpo no sale de donde se encontraba un momento antes. En el estado de conciencia ahora considerado, el ego no se encuentra presente para distinguir y comparar las impresiones más groseras, por consiguiente, cualquier pensamiento transitorio sugerido a la China o a Japón, puede representarse apenas como un transporte instantáneo y efectivo hacia aquellos países, el soñador allí se encontraría de repente, rodeado de todas las circunstancias propias que en este momento pudiera recordar. Se ha notado que aunque espantosas transiciones de este tipo son demasiado frecuentes en los sueños, jamás el soñador parece sentir cualquier sorpresa o imprevisto por ellas. Este fenómeno es fácilmente explicable cuando se ha examinado a la luz de observaciones como las presentes, porque en la restrictiva conciencia del cerebro físico, no existe nada que nos pueda comportar tal sentimiento de sorpresa: simplemente él percibe las escenas como se presentan delante de él, careciendo de discernimiento para enjuiciar su secuencia o falta de ella. 

Otra fuente de extraordinaria confusión visible en esta semiconciencia, es la manera en la que en ella opera la ley de asociación de ideas; es familiar para todos nosotros la notable acción instantánea de esta ley en la vida de vigilia; sabemos como una palabra casual, una nota musical e incluso el perfume de una flor, pueden ser suficientes para redespertar en la mente una cadena de recuerdos hace mucho tiempo olvidados. Durante el sueño, en el cerebro, esa ley está siempre activa, pero funciona bajo curiosas limitaciones. Todas las asociaciones de ideas abstractas o concretas se convierten en una mera combinación de imágenes; y, porque nuestra asociación de ideas actúa casi siempre por sincronismo, en forma de acontecimientos que se suceden unos a otros, aunque realmente sin ninguna interconexión, fácilmente se concibe común la ocurrencia de inexplicables confusiones de imágenes, tanto o más como que es prácticamente infinito su número, y todo lo que se puede extraer de esa inmensa reserva de memoria, aparece bajo la forma de imágenes. 

Como es natural, una tal sucesión de cuadros raramente permite una reconstrucción perfecta en la memoria, porque a nada ayuda la ausencia de orden; la diferencia de lo que sucede en vigilia, es que no hay dificultad para recordar una frase o verso asociados, aunque hayan sido oídos una sola vez; mientras que si se recurre a un sistema nemotécnico, sería casi imposible reconstruir con exactitud un simple aglomerado de palabras sin sentido en circunstancias semejantes. Otra peculiaridad de esa curiosa conciencia del cerebro, es que es singularmente sensible a muchas pequeñas influencias externas, él todavía las aumenta y las transforma a un grado casi increíble. 

Todos los que escribieron al respecto de los sueños citan ejemplos de esto; y con seguridad, alguno de éstos serán del conocimiento de cuantos han dedicado atención a este asunto. Entre las historias más comunes que se han escuchado, existe la de un hombre que tuvo un sueño angustioso de estar siendo ahorcado porque el cuello de su camisa estaba demasiado ajustado; y de otro que exageró una herida que le fue infligida durante un duelo; y de otro que transformó un pequeño pellizco en una mordedura de un animal feroz. Maury cuenta que cierta vez la barra de la cabecera de la cama en que dormía, se soltó tocando levemente su cuello, pero que este insignificante contacto dio origen a un terrible sueño sobre la revolución francesa en el que sentía que estaba siendo guillotinado. 

Relata otro autor que muchas veces despierta con el recuerdo confuso de sueños llenos de ruidos, voces altas y sonidos irritantes, y que durante mucho tiempo no le fue posible descubrir la causa; pero al final consiguió relacionarlos con el sonido murmurante producido en el oído, tal vez por la circulación de la sangre, cuando tumbado sobre la almohada escuchaba un poco más alto el mismo murmullo que se oía cuando una concha se acerca al oído. En este punto ya se habrá evidenciado que es en el propio cerebro físico donde tienen sede un sinnúmero de exageradas confusiones en la historia de muchos fenómenos oníricos. 

EL CEREBRO ETERICO 

Es obvio que esta parte del organismo tan sensible a todas las influencias, incluso durante nuestras horas de vigilia, debe ser aún más susceptible durante el estado del sueño. Examinando el cerebro etérico en tales circunstancias por un clarividente, se observó que por él están siempre pasando corrientes de pensamientos; no hay pensamientos propios, pues le falta el poder de pensar, pero hay pensamientos ocasionales que flotan a su alrededor. Es una verdad perfectamente conocida por los estudiantes de ocultismo, que "los pensamientos son cosas", porque todo pensamiento queda impreso en la esencia elemental plástica, y genera una entidad con vida temporal, cuya duración depende de la energía del pensamiento-impulso. Vivimos, por lo tanto, en medio de un océano de pensamientos ajenos, los cuales, estemos dormidos o despiertos, se presentan constantemente a la parte etérica de nuestro cerebro. 

Mientras estamos pensando activamente, y tenemos así nuestro cerebro perfectamente ocupado, este se vuelve prácticamente impermeable a la incesante intromisión de pensamientos desde afuera; pero a partir del momento en que lo dejamos ocioso, la corriente caótica comienza su invasión. Entre los pensamientos, hay muchos que no son asimilables y que pasan casi desapercibidos; de cuando en cuando, sin embargo, sobreviene uno que provoca vibraciones a las que no está acostumbrada la parte etérica del cerebro, y éste lo incorpora como propio y lo aumenta de intensidad. Tal pensamiento, a su vez, sugiere otro, y así, toda una serie de ideas comienzan hasta que eventualmente también se disipan. Entonces, la corriente desconexa y confusa recomienza a fluir a través del cerebro. 
La gran mayoría de las personas, si prestaran atención a lo que habitualmente consideran sus pensamientos íntimos, verán que ellos consisten en gran medida en una corriente ocasional como aquella, que en verdad no es de pensamientos propios, pero se compone de meros fragmentos dispersos de los de otras personas. Porque el hombre ordinario no tiene dominio sobre su mente; casi nunca sabe exactamente lo que está pensando en determinado momento, o porqué le viene tal o cual pensamiento; en vez de orientar la mente hacia un rumbo certero, consiente en que ella vague sin voluntad y sin objetivo. Y así cualquier semilla adventicia traída por los vientos, encuentra terreno propicio para germinar y fructificar. 

El resultado es que aún cuando el ego realmente desee alguna vez pensar ordenadamente sobre un asunto en particular, se ve prácticamente imposibilitado de hacerlo; de un lado a otro convergen súbitamente todo tipo de pensamientos errantes, y no acostumbrado a dominar la mente, carece de fuerzas para detener su caudal. No sabe que el verdadero pensamiento se caracteriza por la concentración; y no habiendo ésta, aquella debilidad de la mente y de la voluntad, hace que para el hombre común sean tan difíciles los primeros pasos en el sendero del progreso oculto. Además de esto, ya que en el presente estado de evolución del mundo, hay probablemente, más pensamientos malos que buenos en circulación alrededor de él, semejante debilidad de la mente transforma al hombre en un ser expuesto a toda suerte de tentaciones, que serían del todo evitadas si hubiese un poco de atención y esfuerzo. En el sueño, entonces, la parte etérica del cerebro se encuentra aún más que normalmente a merced de aquellas corrientes de pensamiento, dado que en esta situación, el ego está en asociación menos íntima con él. 

Hecho curioso mostrado en experiencias recientes, es el de que si por cualquier circunstancia son esas corrientes alejadas de la parte etérica del cerebro, éste no permanece absolutamente pasivo, sino que evoca para sí mismo escenas de su almacén de memorias pasadas. Más adelante daremos ejemplos en este sentido describiendo algunas de las experiencias. 

EL CUERPO ASTRAL 

Como hemos dicho anteriormente, es en este vehículo en el que el ego funciona durante el sueño y es generalmente visto por aquellos cuya visión interna esté abierta, flotando en el aire por encima del cuerpo físico en la cama. Su apariencia, sin embargo, varía bastante según el grado de evolución alcanzada por el ego. En el caso de un ser humano atrasado y aún por desarrollarse, no es más que una nube vaporosa e imperfecta con forma ovoide, de contornos muy irregulares y mal definidos; y la figura central (la contraparte astral más densa del cuerpo físico), rodeada por una nube, es también vaga a pesar de ser reconocible. El cuerpo astral sólo es receptivo a las vibraciones más groseras e impetuosas del deseo, y es incapaz de alejarse unos metros más allá del cuerpo físico; pero a medida que se evoluciona, la nube ovoide va ganando contornos más definidos, y la figura en el interior asume el aspecto de una imagen casi perfecta del cuerpo físico. 

Al mismo tiempo aumenta su receptividad y pasa a responder instantáneamente a las vibraciones de su plano, desde la más sutil a la más abyecta, si bien en el cuerpo astral de un Ser humano altamente evolucionado, ya no existe prácticamente materia grosera para responder a las vibraciones de este último tipo. Se hace mayor también su poder de locomoción, y es capaz de viajar sin dificultad a considerables distancias de su vehículo físico, y regresar trayendo impresiones más o menos exactas de los lugares visitados y de las personas con quienes se ha encontrado. En todos los casos, es el cuerpo astral extremadamente impresionable por cualquier pensamiento o sugestión que implique deseo, aunque en algunas personas los deseos de más fácil repercusión sean de carácter más elevado que en otras. 

EL EGO DURANTE EL SUEÑO 

La condición del cuerpo astral durante el sueño es en sobremanera variable a medida que progresa en la evolución; pero la del ego que en él habita varía aún más. Estando aquel bajo la forma de una nube que flota, permanece el ego casi dormido, como el cuerpo físico; es ciego a las visiones y sordo a las voces de su propio mundo superior. Si alguna idea perteneciente a este mundo, por casualidad le alcanzase, escapándose del control del respectivo mecanismo, no tendría medios de imprimirla en el cerebro físico para recordarla al despertar. Si un hombre en este estado primitivo captase algo de todo aquello que le sucede durante el sueño, sería casi invariablemente el resultado de meras impresiones físicas, internas o externas, recibidas por el cerebro, olvidada cualquier posible experiencia del ego real. 

En casi todas las fases pueden ser observados los que duermen, desde la del total olvido de las cosas, hasta la de la plena y perfecta conciencia en el plano astral, si bien sea relativamente rara esta última. Hasta incluso lo bastante consciente de la importantes experiencias por las que muchas veces haya pasado en este plano superior, puede el hombre eventualmente, lo que no es raro que ocurra, sentirse impotente hasta cierto punto para ejercer dominio sobre el cerebro en el sentido de refrenar sus formaspensamientos irracionales, sustituyéndolas por las que desease recordar. Y así, una vez despierto, al cuerpo físico solamente le resta el más confuso recuerdo, o incluso ninguno, de lo que efectivamente sucedió. Y es una pena que así suceda, porque se le pueden deparar muchas cosas de la mayor importancia e interés para él. No sólo le es posible visitar escenarios distantes de extraordinaria belleza, sino incluso mantener e intercambiar ideas con amigos vivos o muertos que estén igualmente despiertos en el plano astral. 

Es probable que obtenga felicidad al encontrar personas cuyos conocimientos sean superiores a los suyos, y le proporcione consejos e instrucciones; puede, por otro lado gozar del privilegio de ayudar y consolar a los que saben menos que él. Y también entrar en contacto con entidades no humanas de varias especies: espíritus de la naturaleza, elementales artificiales, o incluso devas, aunque raramente. Estará más sujeto a varios tipos de influencias benéficas o maléficas, estimulantes o aterrorizantes. 

EL EGO Y SU TRASCENDENTAL MEDIDA DEL TIEMPO 

Tanto si guarda o no recuerdo de alguna cosa cuando esté físicamente despierto, el ego está dotado de plena, o al menos parcial conciencia del ambiente astral; está empezando a entrar en posesión de su patrimonio de poderes, que transcienden con mucho aquellos de que aquí dispone; pues su conciencia, cuando es así liberada del cuerpo físico, disfruta de amplias posibilidades. 
Su medida del tiempo y el espacio es totalmente diferente de la que es normal durante nuestra vida de visita. 
Desde nuestro punto de vista es como si para él no existiese el tiempo ni el espacio. 
No cabe aquí discutir, ni deseo hacerlo, el tema, por más que resulte interesante, para poder afirmar si el tiempo realmente existe, la muerte, parece adoptar una medida trascendental del tiempo que nada tiene en común con nuestra medida fisiológica. Para comprobarlo, centenares de historias pueden ser recordadas; basta mencionar dos; una bien antigua relatada, creo yo, por Addison en "The Spectator", y la otra que hace referencia a un acontecimiento que ocurrió en época bien reciente y que fue reflejado por la prensa. 

EJEMPLOS ILUSTRATIVOS 

Existe en el Corán, parece ser, la maravillosa narración de una visita que en la mañana de cierto día hizo al cielo el profeta Mahoma. Allí vio muchas y diferentes regiones sobre las cuales oyó amplias y completas historias; también tuvo largos coloquios con los ángeles. Mientras tanto, cuando volvió al cuerpo físico, notó que la cama de donde se levantaba aún estaba caliente y verificó que habían transcurrido apenas unos segundos; se dio cuenta, en efecto, que no había acabado de vaciarse un jarro de agua, que él accidentalmente había derramado al partir hacia la expedición. 
La historia de Addison cuenta como un sultán de Egipto, declarando que era imposible creer aquello que escuchó, pasó en tono desabrido a apostofrar de mentirosa la narrativa de su instructor religioso. El instructor, notable y erudito doctor en leyes, dotado de poderes milagrosos, quiso al instante probar al incrédulo monarca que la historia no era absolutamente imposible. Trajo consigo un gran barreño de agua y le pidió al sultán que metiera en él la cabeza y la retirase lo más deprisa posible. 

El rey se puso de acuerdo en meter la cabeza dentro del barreño de agua y, para su gran sorpresa, se vio inmediatamente en un lugar que jamás conoció, una larga playa cercana al pié de una gran montaña. Después de volver en sí de su asombro, la idea más natural que le pasó por la mente, como soberano oriental, fue la de haber sido hechizado; comenzó entonces a proclamar contra la innominable traición del sabio. Pero el tiempo transcurría; sintió hambre, y no le quedaba otra alternativa sino salir en busca de alimento en esa extraña región. Después de errar durante algún tiempo, dio con unos hombres que se ocupaban en derrumbar árboles en un bosque. 

A ellos se dirigió pidiéndoles ayuda. Aceptaron la propuesta y le llevaron en su compañía hasta la ciudad en que residían. Allí quedó él viviendo y trabajando durante años; economizó dinero y más tarde contrajo matrimonio con una mujer rica. Pasó muchos años felices de vida matrimonial, constituyendo una pequeña familia de catorce hijos; pero después de perder su esposa y sufrir muchas adversidades, por fin reducido a la miseria, fue obligado, ya en edad adulta a volver al antiguo oficio de cargador de leña. Un día cuando paseaba junto al mar se quitó la ropa y se zambulló en el agua para darse un baño. Al erguir la cabeza y sacudir los ojos, se quedó pasmado de verse en pié en medio de sus antiguos cortesanos con el viejo instructor a su lado y el recipiente con agua enfrente. 

No es de extrañar que sólo después de algún tiempo le fuese posible creer que todos aquellos años de incidentes y aventuras no pasaron de ser el sueño de un momento, provocado por la sugestión hipnótica del instructor, y que él realmente no hiciera sino meter la cabeza por un instante en el recipiente con agua y erguirla a continuación. Una buena historia que sirve para ilustrar lo que hemos dicho antes; cierto es, sin embargo, que no tenemos pruebas para demostrarlo. 
Es bien diferente lo que le ocurrió otro día a un conocido hombre de ciencia. Tuvo que someterse a la extracción de dos dientes, para lo que le fue aplicada la anestesia apropiada. Interesado en problemas de este tipo, decidió observar cuidadosamente sus sensaciones durante el curso de la operación; pero en el momento en que inhaló el gas, se apoderó de él tal entorpecimiento que olvidó inmediatamente su intención, pareciendo caer en un sueño profundo. Despertó a la mañana siguiente, conforme él supuso, y salió como de costumbre a reanudar sus trabajos y experiencias científicas, dar conferencias en varias corporaciones eruditas, etc., todo con un exaltado sentimiento de alegría y de redoblada capacidad: la conferencia representó un notable triunfo; cada experiencia condujo a nuevos y magníficos descubrimientos; se sucedieron a este ritmo los días y las semanas durante un considerable período, aunque el tiempo exacto no se pudiera precisar. 

Hasta que finalmente, cuando estaba haciendo una exposición delante de los miembros de la Real Sociedad se vio importunado por el insólito comportamiento de uno de los presentes que le perturbó diciendo: "ahora todo está terminado"; y deteniéndose para saber que significaba tal observación, oyó otra voz que decía así: "ambos están fuera". Fue entonces cuando se dio cuenta de que se encontraba sentado en la silla del dentista: todo aquel período de intensa actividad él lo había vivido en cuarenta segundos exactamente. 

Se puede decir que ninguno de estos casos fue propiamente un sueño común. Pero acontecimientos semejantes se dan frecuentemente en los sueños comunes, habiendo, por consiguiente, innumerables testimonios que lo comprueban. Steffens, uno de los autores alemanes que se ocuparon de este asunto, relata que, aún siendo niño, dormido al lado de su hermano, soñó que estaba siendo perseguido por un terrible animal feroz, en una calle lejana. Huyó poseído por un gran pánico y sin poder gritar, hasta que alcanzó una escalera en la cual se subió; pero exhausto por la carrera y por el terror, fue agarrado por el animal, que le mordió gravemente en el muslo. Se despertó asustado, y vio entonces que su hermano le había pellizcado el muslo. 

Richers, otro escritor alemán, cuenta la historia de un hombre a quien el estampido de un tiro le despertó, siendo este momento el final de un largo sueño en el cual él se hiciera soldado, desertara, y, vencido por un inmenso cansancio, fuera capturado y sometido a proceso, condenado y finalmente fusilado; todo este gran drama se desarrolló hasta el instante en que le despertó del sueño el sonido del tiro. Existe también la historia del hombre que se durmió en un sillón mientras fumaba un cigarro, y que después de soñar con la existencia de incidentes durante años y años, se despertó con el cigarro todavía encendido. Casos como estos se pueden multiplicar en número casi infinito. 

EL PODER DE LA DRAMATIZACIÓN 

Otra notable peculiaridad del ego a acrecentar su trascendental medida del tiempo, es sugerida por algunas de estas historias y viene a ser su facultad, o tal vez sea mejor decir su costumbre de dramatizar, instantánea. Se observará en los casos de los disparos y en el pellizco, que precisamente acabamos de referir: el efecto físico que despertó a la persona surgió como el clímax de un sueño que aparentemente se prolongó durante un largo espacio de tiempo, mientras que en verdad, fue obviamente sugerido por el propio efecto físico. La noticia, por así decirlo, de este efecto físico, tanto si ha sido un sonido como un contacto, fue comunicado al cerebro por los hilos nerviosos, y semejante transmisión exige cierto lapso de tiempo, sólo una insignificante fracción de segundo sin duda pero aún así, una cantidad definida que es calculable y mesurable por los delicadísimos instrumentos usados en la moderna investigación científica. 

El ego, cuando está fuera del cuerpo, es capaz de percibir con absoluta instantaneidad, y sin uso de los nervios; consecuentemente, se da cuenta de lo que ocurre justamente en aquella infinitesimal fracción de segundo antes que la información llegue cerebro físico. En ese inapreciable espacio de tiempo, parece que él compone una especie de drama o serie de escenas, que culminan y finalizan en el evento que despierta al cuerpo físico; y después de despertar sufre la limitación de los órganos de este cuerpo, volviéndose incapaz de distinguir en la memoria entre lo subjetivo y lo objetivo y de ahí imaginar haber realmente participado en el drama durante el sueño. Ese estado de cosas, con todo, parece ser peculiar al ego que desde el punto de vista espiritual está aún relativamente subdesarrollado; a medida que ocurre la evolución, y el hombre real pasa a comprender su posición y sus responsabilidades, trasciende él la fase de los alegres pasatiempos de la infancia. Se asemeja al hombre primitivo, que ve todo fenómeno natural bajo la forma del mito: el ego no evolucionado dramatiza todos los eventos que caen en sus manos. Pero el hombre que alcanzó la continuidad de la conciencia, se encuentra de tal modo absorto en su trabajo en los planos más elevados, que no le sobra energía para otras cosas y por eso deja de soñar. 

FACULTADES DE PREVISIÓN 

Otro resultado del método paranormal de medir el tiempo consiste en la posibilidad de que el ego haga previsiones dentro de ciertos límites. Presente, pasado y futuro se abren ante él siempre que él los sepa leer; y no hay duda que él así puede ver a priori sucesos de importancia o interés para su personalidad inferior, en los cuales sus intentos para grabarlos tendrán mayor o menor éxito. En el caso del hombre común son tremendas las dificultades del camino. Ni incluso semidespierto él se encuentra; casi no ejerce ningún dominio sobre sus diversos vehículos; no puede así impedir que su mensaje sea transformado o aumentado por las ondas del deseo, o por las corrientes del pensamiento que sobrepasan en la parte etérica del cerebro, o por algunos pequeños problemas fisiológicos en el cuerpo denso. 

Teniendo en cuenta todo esto, no es de extrañar que solo raramente tengan éxito sus intentos. Una y otra vez, la previsión completa y perfecta de un acontecimiento es traída con nitidez de dominios del sueño; pero la mayoría de las veces la escena llega desfigurada e irreconocible, mientras otras veces todo no pasa de ser una sensación imprecisa de una densidad inminente, y con más frecuencia, nada alcanza al cuerpo. Se argumenta a veces, que si la previsión se cumple, debe ser mera coincidencia;pues si los hechos pudieran ser previsibles es porque estarían preordenados, no existiendo entonces el libre albedrío en el hombre. Sin duda existe este libre albedrío; he aquí por qué dijimos antes que la premonición sólo es posible dentro de ciertos límites. 
Los asuntos que dicen respecto al hombre común, es probable que esta posibilidad sea en escala más amplia, porque él carece de voluntad propia desarrollada, digámoslo así, y es por consiguiente, criatura en manos de las circunstancias. Su karma hace que se vea en medio de circunstancias especiales cuya acción sobre él constituye el factor más importante de su vida, de tal modo que su futuro curso es previsible con una certidumbre casi matemática. 

Cuando consideramos el caudal de conocimientos sobre los cuales la acción del hombre tiene apenas una diminuta influencia, y también los efectos, ha de parecernos un poco espantoso que en el plano donde se hace visible el resultado de todas las causas actualmente en juego, se pueda predecir una extensa parte del futuro, incluyendo sus pormenores. De que tal cosa sea factible tenemos un sin número de pruebas, no solamente a través de los sueños proféticos como por la segunda-vista de los habitantes del norte de Escocia y por las tradiciones de los clarividentes; en que se basa todo el esquema de la astrología. Pero cuando pasamos a tratar con un hombre desarrollado, un hombre dotado de conocimiento y voluntad, entonces nos falla la profecía, porque ya no es él una criatura en manos de las circunstancias sino el señor de casi todas ellas. En verdad, los acontecimientos principales de su vida se disponen de antemano por su karma pasado. 

Con todo, la manera por la cual él deja que le influencien y su método de comportamiento de cara a los mismos es su posible triunfo; eso no depende de él y no puede ser objeto de previsión excepto como probabilidades. Sus actos en este sentido, por su turno se convierten en causas, generándose cadenas de efectos que escapan al ordenador original, y por vía de la consecuencia, a la exactitud del pronóstico. Encontramos una analogía en una simple experiencia mecánica. Si fuera empleada cierta cantidad de fuerza para empujar una pelota, nos será imposible anular o disminuir la fuerza a partir del momento en que la pelota entra en movimiento; pero podremos neutralizar o modificar el impulso mediante la aplicación de una nueva fuerza en sentido diferente. Una fuerza rigurosamente igual en dirección opuesta inmovilizará la pelota. Una fuerza menor, reducirá la velocidad; y cualquier fuerza de otro lado tendrá el efecto de alterar, tanto la velocidad como la dirección. Este es el "modus operandi" del destino. Es obvio que en un momento dado están en juego una serie de causas. 

No habiendo interferencia serán inevitables ciertos resultados, resultados que en los planos ya elevados parecen ya presentes, pudiendo ser trazados con exactitud. Pero también es obvio que un hombre con voluntad fuerte podrá, recurriendo al empleo de fuerzas nuevas, variar estos resultados; y tales modificaciones no podrían normalmente ser previstas por un clarividente a menos que nuevas fuerzas hubiesen entrado después en acción. 

ALGUNOS EJEMPLOS 

Dos incidentes que llegaron recientemente al conocimiento de este autor representan excelentes ilustraciones de la posibilidad de previsión y de su modificación por efecto de una firme voluntad. 
Un caballero que poseía el don de la escritura automática recibió cierta vez por este medio, una comunicación que se decía procedente de una dama con la que él mantenía relaciones superficiales. En la carta se mostraba ella muy contrariada y en estado de profunda indignación: teniendo preparada una conferencia que iba a dar, no había nadie en el salón a la hora concertada. Sintiose por esto frustrada en la presentación de su discurso. 

Encontrándose con la dama días después, y suponiendo que la carta se refería a un acontecimiento pasado, le expresó él su pesar por su frustración. Con gran sorpresa respondió ella que era todo muy extraño, puesto que aún no estaba lista la conferencia, siendo su intención pronunciarla la próxima semana. Añadió que esperaba que la comunicación no significase una profecía. Pero por el contrario, lo que quedó probado es que se trataba realmente de una profecía: nadie estuvo presente en el salón, la conferencia no se realizó y la interesada se manifestó contrariadísima y afligida, tal como había vaticinado la escritura automática. ¿Que especie de entidad inspiró la comunicación?. No se sabe; pero seguro que fue una que se situó en un plano donde la previsión era posible; y bien podría haber sido realmente como se mencionó, el propio ego de la conferencista, ansioso por mitigarle la frustración que previó tendría la mente en el plano inferior. 

Si lo fue nos preguntaremos, ¿por qué no la influenció directamente?; es admisible que estuviese del todo imposibilitado de hacerlo, y que la mediumnidad del amigo fuese el canal único del que disponía para transmitir el aviso. Aunque el método es indirecto, conocen los estudiantes de estos asuntos numerosos ejemplos de comunicaciones idénticas en que fue imposible recurrir a otros medios. En otra ocasión el mismo caballero recibió por el mismo proceso lo que parecía ser otra carta de otra amiga femenina, relatándole la larga y triste historia de su vida. Se mostraba ella en estado de gran aflicción y decía que toda la dificultad se originó en una versación, cuyos pormenores expuso, con cierta persona que la persuadió contra sus propios sentimientos, a adoptar un determinado comportamiento. Y pasó a describir como poco más o menos después de un año tuvieron inicio una serie de acontecimientos directamente atribuibles a ese comportamiento, y que culminaron en la práctica de un crimen hediondo, arruinándole la vida para siempre. Como en el caso precedente, inmediatamente que nuestro caballero se encontró con la supuesta autora de la carta, se refirió al contenido de esta. Nada sabía ella a tal respecto; y sin embargo, de la fuerte impresión que le causaron las singularidades de la historia, convinieron los dos en no prestarle ningún significado. Pasado algún tiempo, y para gran sorpresa de la joven, la conversación aludida en la carta vino a realizarse, siendo instada a asumir un comportamiento cuyo trágico destino le hubiera sido pronosticado. Por cierto que ella hubiera aceptado, insegura de su propio discernimiento, si no fuera porque recordó la profecía; y fue este recuerdo lo que le dio fuerza para resistir con la mayor de las determinaciones, aunque tal actitud acusase extrañeza y decepción a su interlocutor. 

Como no fue seguido el comportamiento indicado en la carta, el tiempo de la catástrofe vaticinado llegó y pasó sin ningún incidente fuera de lo normal. Así podría haber ocurrido cualquiera que fuese el caso. Entretanto, si recordamos que la otra predicción se cumplió exactamente, tendremos que admitir que la advertencia transmitida por la carta probablemente impidió la práctica del crimen. Si esto es verdad, ahí tenemos un buen ejemplo de cómo podemos modificar nuestro futuro mediante el ejercicio de una voluntad firme. 

EL PENSAMIENTO SIMBOLICO 

Otro punto digno de atención con referencia a la condición del ego cuando está ausente del cuerpo durante el sueño, es que él parece pensar por medio de símbolos. Queremos decir: lo que en nuestro plano sería una idea cuya expresión exigiría gran número de palabras, para el ego es perfectamente transmisible apenas a través de una imagen simbólica. Ahora, cuando un pensamiento como ese viene a imprimirse en el cerebro, y es recordado en la conciencia de la vigilia, sin duda es que necesita una traducción. Muchas veces la mente ejecuta esta función; pero en otras el símbolo no viene acompañado de su llave, permaneciendo por así decirlo sin traducción; y entonces surge la confusión. Muchas personas, sin embargo, traen de este modo los símbolos e intentan aquí darles interpretación. En casos así cada persona tiene su propio sistema de simbología. 

La señora Crowe, en un párrafo de su libro "Night side of nature", escribe: "sé de una señora que sueña con tener un gran pez siempre que está cercana a sufrir un infortunio. Soñó una noche que el pez había mordido dos dedos de su hijo. Inmediatamente después un colega del niño le produjo una herida en los mismos dedos con una pequeña hacha. Encontré varias personas que aprendieron por experiencia a considerar determinado tipo de sueño como una premonición segura de un acontecimiento infausto". Sin embargo, existen muchos puntos en que están de acuerdo muchos de estos soñadores; por ejemplo, el de que soñar con aguas profundas significa un disgusto que va a venir, y que soñar con perlas es señal de lágrimas. 

LOS FACTORES DE LOS SUEÑOS 

Examinada así la condición del hombre durante el sueño, vemos cuales son los factores capaces de influir en la producción de sueños: 

1. El ego, que puede encontrarse en estado de conciencia, desde la insensibilidad casi completa, hasta el dominio total de sus facultades, y que al aproximarse a esta última condición va entrando cada vez más en la posesión de ciertos poderes, los cuales trascienden los que generalmente poseemos en estado normal de vigilia. 

2. El cuerpo astral, siempre agitado por turbulentas ondas de emoción y deseo. 

3. La parte etérica del cerebro, por la cual pasa una incesante colección de cuadros entre sí. 

4. El cerebro físico inferior, con su semiconciencia inferior y su costumbre de expresar todos los estímulos en forma pictórica. Al dormirnos, nuestro ego se recoge más en sí mismo y deja que sus cuerpos más libres sigan su propio camino; debe recordarse, sin embargo, que la conciencia de estos vehículos, separada cuando les es dado mostrarla, es de carácter muy rudimentario. Si añadimos que cada uno de aquellos factores es entonces infinitamente más susceptible a las impresiones exteriores que en otros momentos, veremos que no hay muchas razones para extrañarnos de que la memoria de la vigilia (una especie de síntesis de todas las diferentes actividades que se verifican) sea casi siempre confusa. Vamos ahora, con tales pensamientos en nuestra mente, a ver cómo los diferentes tipos de sueños habituales deben ser expuestos.

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