Otro caso de intervención en el plano físico ocurrió hace poco tiempo, aunque esta vez
solo tuvo por objeto la salvación de una vida humana. Pero digamos antes unas cuantas
palabras a modo de preliminar. En la cohorte de protectores que planea sobre Europa,
hay dos que fueron hermanos en el antiguo Egipto y que todavía están estrechamente
ligados uno a otro.
En su actual encarnación hay entre ellos mucha diferencia de edad,
pues mientras uno promedia la vida, el otro es aún niño por lo concerniente al cuerpo
físico, aunque un ego de considerable perfeccionamiento y grandes esperanzas.
Naturalmente, corresponde al mayor conducir y guiar al menor en la oculta tarea a que
tan cordialmente se entregan, y como ambos son plenamente conscientes y activos en el
plano astral, emplean la mayor parte del tiempo, durante el sueño de sus cuerpos físicos,
en trabajar bajo la dirección de su común Maestro, dando a vivos y muertos toda la
protección de que son capaces.
Supliré la relación pormenorizada del caso con la copia de una carta escrita por el
mayor al menor; inmediatamente después del sucedido, pues la descripción que se da en
ella es más viva y pintoresca que el relato que pudiera hacer un tercero.
«Buscábamos nueva labor cuando de pronto exclamó Cirilo: «¿Qué es eso?»
Habíamos
oído un terrible grito de angustioso horror. En un instante nos trasladamos al lugar de
donde partiera y vimos un niño de once a doce años que se había caído de una peña y
estaba muy mal parado con una pierna y un brazo rotos; y lo que todavía era peor, con
una horrenda herida en el muslo, por la que salía la sangre a borbotones. Cirilo exclamó:
«Déjamelo curar en seguida, porque si no va a morir».
»En circunstancias semejantes es necesaria la rapidez de pensamiento.
Dos cosas era
posible hacer: cortar la hemorragia y procurar asistencia médica. Para ello era preciso
que yo o Cirilo nos materializáramos, porque teníamos necesidad de manos físicas, no
solo para atar las vendas, sino además para que el infeliz muchacho viese a alguien
junto a él en tal peripecia.
Yo conocía que si por una parte estaría el herido más a su
gusto con Cirilo que conmigo, por otra sospechaba que me sería más fácil a mí que a
Cirilo el prestarle auxilio.
La división de la tarea era evidente.
»El plan se realizó a la perfección. Materialicé a Cirilo instantáneamente (pues él no
sabía aún efectuarlo por sí mismo) y le sugerí la idea de que tomase el pañuelo que el
herido llevaba al cuello y se lo atara vendado al muslo con dos vueltas. «¿No le haré
sufrir terriblemente?» , repuso Cirilo; pero hizo lo que yo le ordenaba y se contuvo la
hemorragia.
El herido parecía medio inconsciente y apenas podía balbucir palabra; pero
contemplaba en su mutismo la refulgente aparición que sobre él se inclinaba y preguntó:
«¿Sóis un ángel, señor mío?" Cirilo sonrió levemente y respondió: «No; soy un niño
que ha venido en tu auxilio.»
Entonces dejé que le consolase y me fui en busca de la
madre del niño, que vivía a una milla de distancia.
»No puedes imaginarte el trabajo que me costó infundir en aquella mujer la idea de que
sucedía una desgracia y persuadirla a inquirir cuál pudiera ser. Por fin dió de mano al
utensilio de cocina que estaba limpiando y exclamó en alta voz: «¡Ay! No sé que me
pasa, pero siento como si me excitaran a ir en busca del chico.» Ya puesta en sobresalto,
pude guiarla sin gran dificultad, por más que al mismo tiempo tenía que sostener la
materialización de Cirilo con mi fuerza de voluntad, a fin de que no se desvaneciera la
visión angélica a los ojos del herido.»
Tú sabes que al materializar una forma mudamos la materia de un estado en otro
transitoriamente opuesto, por decirlo así, a la ley cósmica; y que si distraes de ello la
atención por medio segundo, vuelve a su prístina condición con la instantaneidad del
relámpago.
Así yo no podía atender sino a medias a la mujer; más no obstante la conduje como
pude, y apenas llegó al pié de la peña, hice que desapareciera Cirilo, no sin que ella
pudiese verlo, y desde entonces tiene la aldea entre sus más hermosas tradiciones la de
la mediación de un ángel en aquel memorable suceso.
»Ocurrió el accidente por la mañana temprano, y aquella misma tarde observé desde el
plano astral lo que sucedía en casa del lisiado. El pobre niño yacía en la cama muy
pálido y débil con los rotos huesos de pierna y brazo ya en su sitio y vendada la ancha
herida, pero con seguro pronóstico de recobrar la salud.
Junto a él estaban la madre y gran golpe de vecinos a quienes ella refería el caso de
modo que por conseja tomara la relación quien conociese la verdad de los hechos.
»
En atropellada frase explicó ella como había tenido la presunción de la desgracia por la
idea que de repente le sobrevino de que al chico le pasaba algún percance y que por lo
tanto debía ir en su busca; como al principio, creyéndose presa de alucinación pasajera,
trató de desechar la idea, pero que por fin se resolvió a escuchar el aviso. También
refirió que, sin darse cuenta de ello, se había dirigido derechamente a la peña en vez de
tomar por otro camino, y que al descubrir el paraje, halló a su hijo caído contra una
roca, viendo que arrodillado junto a él estaba el más hermoso niño que hasta entonces
imaginara, todo vestido de blanco, resplandeciente como un sol, con mejillas de rosa,
ojos negros y sonrisa de ángel.
Que en aquel punto había desaparecido súbitamente el niño, dejándola por de pronto sin
saber que pensar; pero que luego conoció quien era y cayó de rodillas dando gracias a
Dios por haberle enviado un ángel en socorro de su pobre hijo.
Prosiguió relatando
cómo al levantarlo para llevárselo a casa, quiso quitarle el pañuelo que le vendaba la
pierna; pero él no lo consintió en manera alguna, diciendo que el mismo ángel se lo
había vendado. También contó que poco después de llegar a casa había declarado el
cirujano que de desatar la venda hubiera muerto el niño sin remedio.
»Después repitió las manifestaciones del herido, asegurando que en el momento de
acercársele el ángel (presumía que era un ángel porque desde la cima de la peña no
había visto a nadie en media milla a la redonda, aunque no podía comprender por que
no tenía alas ni por que le había dicho que solo era un niño) le había levantado de la
peña y vendándole la pierna, diciéndole entonces que estuviera tranquilo, porque ya
habían ido a avisar a su madre, que llegaría sin tardanza; de como le había besado
prodigándole consuelos, y como su blanda y tibia manecita le sostuvo durante todo
aquel rato, mientras le contaba hermosas y maravillosas narraciones de las que tan solo
podía recordar que eran muy conmovedoras, porque casi se olvidó de que estaba herido
hasta la llegada de su madre; como entonces el ángel le prometió que pronto volverían a
verse, y sonriendo y estrechándole la mano desapareció instantáneamente.
»Desde aquel día se inició una enérgica reacción religiosa en la aldea.
El párroco les
dijo a sus feligreses que aquella prueba de la intervención de la Providencia divina era
un aviso para que no se burlaran de las cosas santas y además una prueba de la verdad
de las Sagradas Escrituras y de la religión cristiana. Nadie echó de ver, sin embargo, el
extraño concepto que implicaba tan peregrina afirmación.
»Pero en el niño el efecto del suceso fue indudablemente provechoso, tanto moral como
físicamente; pues según se sabe había sido hasta entonces muy aficionado a escapatorias
atrevidas; pero ya conoce que su ángel puede acercársele en toda ocasión, y se guardará muchísimo de decir o hacer cosa alguna deshonesta, vil o iracunda, por temor de que
pudiese verle o oírle. Su mayor anhelo es de que llegue el día de contemplarlo otra vez,
y presiente que su amable rostro será el primero con quien al morir se encuentre más
allá del sepulcro».
Verdaderamente es hermoso y patético caso.
La moral inferida del suceso por los aldeanos y su párroco, tal vez no pueda servir de
ejemplo; pero la evidencia de que existe algo más allá de este mundo físico, debe
contribuir sin duda a que las gentes sean más buenas que malas, y sobre todo,
contribuirá a ello la afirmación de la madre al asegurar que vio un ser real y verdadero,
aunque de tener más sólidos conocimientos, tal vez se hubiera expresado de distinto
modo.
Un interesante pormenor, descubierto después en sus investigaciones por el autor de la
carta, da luz sobre los motivos del suceso.
Supo que los dos niños habían vivido en la tierra, algunos miles de años antes, siendo el
despeñado esclavo del otro, y que como aquel salvara en cierta ocasión la vida de su
amo con riesgo de la propia, le había concedido la libertad en recompensa; y que ahora,
al cabo de luengos siglos, el dueño no solo satisfacía la deuda cumplidamente, sino que
infundía en su antiguo esclavo un elevado concepto de la vida y un estímulo a la
moralidad de conducta que de fijo había de alterar favorablemente el proceso de su
futura evolución.
Tan verdad es que no hay obra buena sin recompensa en el karma, aunque pueda
parecer tardía en su acción. Aunque los molinos de Dios muelan lentamente, todavía
muelen demasiado poco; pues aunque con paciencia esperen, exactamente lo muelen
todo.
Charles Webster Leadbeater
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