Como preparación a
la conferencia el auditorio cantó, a ruego del señor Jinarâjadâsa, el siguiente
himno, compuesto por el Reverendo G. Matheson, Párroco de San Bernardo,
Edimburgo –ya fallecido- con la música “Langran”.
Congréganos, ¡oh amor que todo lo
llenas!
Congrega nuestras rivales fes en Tu
redil;
Rásguese y caiga el velo de la
creencia de cada hombre,
Que podamos percibir que Tú siempre
has sido.
Congréganos; a Ti tan sólo adoramos;
Bajo diversos nombres tendemos una
mano común;
Bajo diversas formas se manifiesta un
alma única;
Navegantes en distintos bajeles
buscamos la patria una del espíritu.
Tuya es la vida mística que la gran India implora;
Tuyo el rayo purificador del parsi;
Tuya la paz que halla el budista del
vaivén de la vida;
Tuyo el imperio en que sueña la China
inmensa.
Tuya es la fuerza del romano, sin su
orgullo;
Tuyo el mundo alegre del griego, sin
su esclavitud;
Tuya la ley judaica, de amor
henchida;
La verdad que alumbra, la caridad que
salva.
Cada uno ve un color en la luz de Tu
arco iris;
Considera un solo matiz y lo cree el
cielo;
Tú eres la plenitud de nuestra visión
parcial.
Seremos imperfectos mientras no
hallemos los siete colores.
Hay quien busca un Padre en los
cielos;
Quien pide una imagen humana que
adorar;
Quien anhela un espíritu vasto como
el amor o la vida.
Todo esto y aún más, hemos de
hallarlo en Tu mansión.
¡Oh trino y glorioso Dios que todo lo
abarcas!
Por muchos senderos se acercan los
hombres a Tu trono.
Todos los senderos conducen a Ti.
Tú oyes todas las llamadas.
Quien en verdad Te busca Te
encuentra.
Cuando un auditorio, como el presente, canta, con profundo júbilo, un
himno de tan espléndida belleza, es prueba evidente de que nos encontramos en
el comienzo de una nueva era religiosa. Ya pasó aquel tiempo en que hombres y
mujeres cultos llegaban a creer que toda la verdadera religión necesaria a la
humanidad, podía únicamente encontrarse en una sola religión. Por lo que
respecta a los cristianos, afortunadamente, pertenece al pasado aquella
creencia de que “los paganos, en su ceguera, reverencian la madera y la
piedra”. La antigua idea de que fue en Palestina, donde, por vez primera, la
luz brilló sobre el mundo, ya ha pasado. El amanecer de un nuevo día se muestra
ya incluso en lo que se refiere a propaganda cristiana, en la manera distinta
como se preparan los jóvenes varones y hembras que han de dedicarse a
misioneros; su preparación exige hoy el conocimiento de las espléndidas ideas
de la India, o de la China, o de Persia. Les es preciso, si su trabajo ha de
desarrollarse en tierras paganas, saber que la Verdad brilló allí, en
pretéritos tiempos, y que si han de reclutar para el redil del Cristianismo
algunos que “no son de este redil” ha de hacerse únicamente, convenciéndoles de
que las enseñanzas de Cristo son una adición a todas las enseñanzas que
existieron anteriormente.
Porque esta nueva actitud se encuentra en aquellos que buscan a Dios
sinceramente, podemos abordar el problema de la Visión Divina de
Dios, libres de los prejuicios de una época afortunadamente desaparecida. Pero
aún tenemos algunos prejuicios –yo los llamaría rémoras- y debemos examinar
algunos de ellos que embarazan todavía nuestro pensamiento.
Una de estas rémoras es la actitud en que nos colocamos respecto al
problema de Dios, tratando siempre de darnos de Él una representación
antropomórfica. No podemos pensar en una Naturaleza Divina que sea la base de
todo, a no ser que, en el lenguaje de Occidente, la tratemos en términos
humanos: hablamos del “Padre” y hablamos de Dios como Él. De vez en cuando pude
alguno que otro hablar de Dios Padre-Madre, pero son muy raros.
Creemos, generalmente, que si la Divinidad ha de llegar cerca de
nosotros, no puede hacerlo sino por el cauce de alguna imagen humana. Algo de esto
sucede también en la India, aunque el esfuerzo se hace sobre una base mucho más
amplia, pues en el hinduismo existen Dioses con muchos brazos y muchas cabezas.
En todo caso el antropomorfismo es una constante limitación para nuestros
pensamientos; es una verdadera traba cuando no podemos encontrar ningún otro
molde en el cual vaciar la concepción de la Naturaleza Divina.
Alguna vez me he preocupado pensando cómo se representarían los
animales el concepto de Dios, si tuvieran el poder superior de razonamiento. Y,
como contestación, dejadme que os cite un delicado poema de W. B. Keats, quien
tomó la idea de una leyenda hindú. Pinta al rishi indo Kauva, escuchando lo que
dicen las criaturas: el poema es una hermosa parábola para todos nosotros.
Pasé siguiendo el borde de las aguas
bajo los árboles húmedos;
Mi espíritu se meció en la quietud de
la tarde, los juncos rodeaban mis rodillas.
Mi espíritu se mecía en el sueño y
suspiraba: vi entonces las huellas de unas cercetas
Que goteaban sobre una ladera musgosa
abandonar su caza
y reunirse y oír al más viejo hablar
así:
“El que tiene el mundo entre su pico
y nos hace fuertes o débiles
es una cerceta inmortal que vive más
allá de los cielos.
La lluvia son las gotas de agua que
resbalan de sus alas,
los rayos de luna proceden de sus
ojos”
Pasé un poco más adelante y oí al
loto hablar así:
“Quien hizo el mundo y lo gobierna se
encuentra suspendido de un tallo,
pues yo he sido hecho a su imagen y
toda esta gárrula corriente
no es otra cosa que una gota de
lluvia que resbala de sus anchos pétalos”.
Un poco más en la espesura un corzo
levantó sus ojos
rebosantes de luz estelar y dijo:
“El que estampó los cielos
es un noble corzo, pues ¿de qué otra
manera podría Él
haber concebido algo tan triste y tan
manso, tan noble como yo?
Seguí un poco más allá y oí al pavo
real decir:
“Quien hizo la hierba y los gusanos,
quien concibió mis gayas plumas
es un monstruoso pavo real que
tremola toda la noche
su lánguida cola sobre nosotros,
iluminada con miríadas de lunares de luz”.
Seguramente, si fuéramos pavos reales, veríamos la admirable cola del
Divino Pavo Real claramente abierta delante de nosotros en toda su belleza; ¿y
no sería ésta una razón para afirmar que Dios era un pavo real? Para nosotros,
todas las experiencias por que hemos pasado nos prueban que Dios es un Padre, o
una Madre, o un Amado. Como somos seres humanos, nos acercamos a Dios
apoyándonos en este concepto. Pero yo trataré de demostraros seguidamente que,
aunque llena de inspiración, esta inspiración tiene en ella algunas trabas.
Hay una segunda traba, común para muchos de nosotros, especialmente en
Occidente, donde creemos que los dos grandes sectores de la Ciencia y del Arte
nada tienen que ver con la
Religión. Basados en que en muchos casos existe un antagonismo
entre la Ciencia y nuestras ideas preconcebidas de religión, no acertamos a ver
que hay un entrejuego entre la ciencia y nuestras convicciones y realizaciones
religiosas. Propendemos a imaginar que la religión es cuestión de intensa
emoción, de misticismo y de profundas intuiciones. ¡Qué lejos estamos de
aquellos días de la
antigua Grecia , en los que un discípulo de Pitágoras dijo que
“una inteligencia purificada es un coro de la divinidad”! Nuestra moderna
posición, en el problema religioso, debido a que la Ciencia no se siente capaz
de avalar todas nuestras exigencias religiosas es la de que la Ciencia está
completamente al margen de quién y qué sea Dios.
Parecida es la actitud de muchas gentes, respecto al Arte. Al encontrar
las Artes demasiado independientes y que no se restringen fácilmente a los
moldes ofrecidos por la religión, ya no se inquietan del Arte. No reconocen
que, en las creaciones del artista, creaciones, no lo olvidemos, que marcan el
límite más alto de la marea de la civilización, pueden, tal vez, encontrarse
revelaciones sobre la Naturaleza de Dios.
Debe ser obvio, sin embargo, para todo aquel que se esfuerza en buscar
la Verdad, no sólo siguiendo los cauces de la tradición, sino inquiriendo
directamente por sí mismo, que dondequiera que se encuentre una Verdad que
ayude al hombre, en cualquier sector en que se encuentre esa Verdad debe
revelar algo de la
última Realidad. Porque la Verdad es indudablemente una, y es
sólo la limitación humana la que la divide en Verdad de la Ciencia, de la
Religión, de la Filosofía y del Arte. La Verdad de Dios puede ser sólo una e
indivisible. El buscador libre de prejuicios, pronto se da cuenta de que
cualquier Verdad que ha ayudado a la humanidad, sin distinción del campo donde
se encuentre, cuando se comprende y se incorpora a la vida, entraña algo de la Naturaleza Divina.
Si hay una clase de Divinidad que ha creado el universo, no solamente
este átomo de polvo llamado La Tierra; si este vasto proceso de vida no es una
“reunión fortuita de átomos”, sino, por el contrario, la espléndida
manifestación de una Mente y un Designio Divinos, hay que reconocer que este
nuestro mezquino cerebro no podrá abarcar más que un solo aspecto de ese
Designio. ¿Cómo puede esperarse que hombres y mujeres con cerebros que no se
distinguen extraordinariamente de los de los monos antropoides, según demuestra
la Ciencia, puedan comprender el misterio completo del universo? Una parte de
este misterio, conforme; pero, ¿cómo podemos justificar nuestro atrevimiento de
querer conocer todo lo que este universo puede enseñarnos a través de la
Ciencia, la Filosofía, el Arte, la Religión y las muchas organizaciones
sociales que irán desarrollándose en el transcurso de la edades?
Como consecuencia de la absoluta imposibilidad del cerebro humano de
concebir la plenitud de la Verdad, uno de los más grandes filósofos que han
existido, Gautama el Buddha, jamás tocó el problema de quién y qué era Dios.
Indefectiblemente, cuando se le preguntaba acerca de la naturaleza de la
creación, de si existía un Dios finito o infinito, y sobre todos aquellos
problemas para los cuales existe evidentemente inferioridad en el cerebro
humano, permanecía en silencio. Edwin Arnold en “La Luz de Asia” describe acertadamente el punto de vista buddhista
citando las palabras con que abre el Buddha su primer sermón:
“¡Om, Amitaya! No trates de medir con
palabras lo Inmensurable, ni de hundir la sonda del pensamiento en lo
Insondable. El que interroga yerra, el que responde yerra. ¡Nada digas!”
Esta era, exactamente, la posición que, aun antes de Buddha, había
tomado el pueblo indo con relación a este problema. Uno de los más atrevidos
conceptos presentados hoy por los hindúes es el de que, cuando se les
preguntaba si existía un Plan Divino dirigiendo todas las cosas, contestaban
que tal vez el mismo Divino Plan se vería imposibilitado de contestar a
preguntas tales como: “¿Por qué surgió el Universo?” Oíd el final de uno de los
más famosos cantos del Rig Veda:
¿Quién lo sabe con certeza? ¿Quién lo
declarará?
¿En dónde nació y de dónde vino esta
creación?
Los dioses nacieron después de la
creación del mundo:
Entonces, ¿quién puede saber de dónde
surgió?
Nadie conoce el origen de esta
creación,
Ni tampoco si es o no obra de Él.
Aquél que la contempla en el más alto
cielo,
Él solamente lo sabe, no puede, quizá
ni aún Él saberlo.
La más atrevida especulación de la India es, tal vez, la espléndida
sospecha acerca del misterio del Universo, de que ni aun el mismo Creador
conozca su último misterio.
Si algunos de los que os encontráis en esta sala sentíais el esplendor
del concepto de la religión universal mientras cantabais el himno del párroco
de Edimburgo, es porque en otros sitios, en otras vidas, habéis conocido los
conceptos parciales de religiones individuales y las habéis amado,
trascendiendo así la parte para abarcar el todo. Nuestra posibilidad para la
comprensión para el descubrimiento de una más amplia y más completa naturaleza
de Dios se basa en el hecho de que la Reencarnación, cuando comparándoos con un
salvaje de retrasado tipo mental, os dais cuenta de que hay en vosotros una
mayor simpatía, que vuestra comprensión del mundo es más amplia que la suya y
que, como consecuencia de ello, poseéis una más espléndida idea de Dios y
podéis adorarla con amor, con propio sacrificio y no únicamente con holocaustos
ardientes. Es porque mucho, muchísimo tiempo ha, conocisteis y practicasteis
esa forma primitiva del culto; es porque vivisteis en la Atlántida; porque
conocisteis las antiguas enseñanzas de la China referentes a la Tau; porque
vivisteis en la India y compartisteis las enseñanzas sobre Brahman y porque en
edades pretéritas aceptasteis otros aspectos de Dios, y, por eso, de etapa en
etapa habéis llegado a la más amplia visión de que gozáis hoy día.
En la realización de esta más grande visión de la Divinidad,
encontramos varias etapas, no me atrevo a señalar una etapa como anterior a
otra; sólo afirmo que hay etapas, una más altas, otras más bajas, pero cuáles
sean unas u otras, ¿quién podrá decirlo? Una de ellas, muy interesante, aunque
no sea hoy muy conocida, es el Politeísmo, cuando la inteligencia humana
comprende la
Naturaleza Divina por las manifestaciones de muchos Dioses.
Existen los Dioses de la India, los de Grecia, los de Egipto, y, a través de
todos ellos logramos fijar en nosotros los atributos del Uno, de la Indivisible Divinidad.
Los atributos del Dios de poder, sabiduría, amor, fuerza,
paz, belleza y otros más, han llegado a cristalizar en nosotros por
intermediación de las varias manifestaciones de muchos Dioses que adoramos en
anteriores reencarnaciones. La humanidad, sobre todo en sus fases primitivas,
comprende mucho mejor la idea politeísta de Dios. Hay períodos especiales en la
historia del mundo en que la idea de un Dios múltiple se nos revela con mayor
claridad que la de un Dios único. De ahí que el Politeísmo sea franco camino
que nos lleva al conocimiento de la Naturaleza de Dios.
Viene, después, otra etapa que se conoce con el nombre de Panteísmo,
con la afirmación de que, puesto que todo es Dios, puesto que el Universo, en
su totalidad, fue creado por Él, puesto que de un modo más o menos misterioso,
tiene que existir en Él, es consecuencia lógica de que Dios Mismo debe ser este
Universo. Este era el concepto que, en otros tiempos, cristalizó en el
pensamiento cristiano como “la Inmanencia de Dios”; “La Trascendencia de Dios”,
es, por otra lado, la idea de Dios creando su Universo, pero manteniéndose
separado de Su creación. Enfrente de este concepto del Dios Trascendente, se
levanta el del Dios Inmanente que nos enseña que en todo aquello donde existe
misterio, doquiera se manifiesta belleza o se siente pavor, puede verse y debe
reverenciarse la
Naturaleza Divina. La doctrina de la Inmanencia de Dios,
llega a nosotros como un fragmento de la enseñanza de Cristo, que se descubrió
en las excavaciones de Oxyrhyncus, en Egipto, y que dice:
“Levanta la piedra y allí me
encontrarás.
Hiende la madera y allí estoy Yo”.
Este concepto del Panteísmo nos lo ofrecen en bellas y nobles palabras
los pitagóricos:
“Dios es Uno y no está, como algunos suponen, en las formas exteriores
de las cosas, sino en su interior; y la totalidad de su Ser se encuentra en
toda existencia, vigilando toda la Naturaleza, fundiéndose en armónica unión
con el todo; el autor de todas Sus propias fuerzas y Sus obras; el dispensador
de luz en el cielo y Padre de todo, la mente y poder vital de todo el mundo, el
que mueve todas las cosas”. De aquí que sea el Panteísmo otra avenida de
acercamiento a la
Visión Divina.
Vosotros nacidos en una religión deísta, como el Cristianismo, sabéis
qué camino especial os lleva a Dios, por el intermedio de las varias formas de
una religión monoteísta. El Cristianismo, el Zoroastrismo, el Islamismo son
religiones monoteístas. Frecuentemente pienso que la forma más perfecta del
Monoteísmo, que no tolera ni imágenes, ni símbolos, ni limitación humana de
ningún género, se encuentra en el Islam. Tan abstracta y, al mismo tiempo, tan
íntima es la concepción de Allah, que un musulmán devoto encarna la más pura
devoción de una religión monoteísta: hasta tal punto que aun en la India, donde
encontramos tantas imágenes de Dios, donde la proximidad de Dios la sentimos
como una atmósfera que nos circunda por todos lados, se propende a la creencia
de que muchos musulmanes han llegado a una comprensión y a una realización de
la idea monoteísta, más completa que la mayor parte de los hindúes de hoy en
día.
Y, a pesar de ello, fue en la India donde elaboraron un concepto de
religión, para designar el cual, tuvo Max Müller que acuñar una palabra
especial. También lo encontramos en Egipto, aunque más borroso. Se llama
Henoteísmo. Existen en el Hinduismo varios Dioses, pero también existe el Uno
con varios nombres; a tal Dios Uno lo llaman Parabrahman. Un verso famoso del Rig Veda así lo proclama: “El
sabio llama al Ser Uno con varios nombres, lo llama Agni, Yama, Matarishvan”.
De aquí que nos encontramos en el Rig Veda con la sorprendente afirmación –como
por ejemplo en los himnos de Agni, Dios del Fuego-, de que después de
describirlo como uno de los varios Dioses, se identifica súbitamente con todos
los Dioses posibles del Panteón. Varuna, Dios del Firmamento; Indra, Dios de
los Cielos; Surya, el Sol; todos se nos presentan como personificaciones del
Panteón completo. De ese modo el Dios politeísta se transforma en el Dios
monoteísta, y, para dar un nombre a esta fase de la religión inventó Max Müller
la palabra
Henoteísmo.
De manera que en la religión encontramos Politeísmo, Panteísmo, Teísmo
y el Henoteísmo. Pero aún hay más; pues se ha llegado al descubrimiento de Dios
por otro camino, completamente distinto, aunque muchos nieguen rotundamente
que, por ese camino, puede llegarse a descubrirlo. Me refiero al Ateísmo.
Afirmé que por dondequiera que aparece una verdad que sirve de ayuda al hombre,
detrás de esa verdad se encuentra la revelación de la Naturaleza Divina. De
aquí que cuando observamos una vida dedicada al sacrificio, como la de Carlos Bradlaugh ,
que no creía en la existencia de Dios, que no bebía su inspiración en doctrina
alguna de salvación, que no necesitaba sentirse actuado por idea alguna de
recompensa celestial para vivir una vida de alta moralidad dictada por los
principios ordinarios del humanitarismo; cuando ese hombre tiene una vida de
lucha y no de descanso, soñando y trabajando por el engrandecimiento del
hombre, sufriendo por sus ideales y, firme como la roca de las edades, para que
sobre ella se puedan edificar los sueños de los hombres; cuando encontramos
cientos como él que sufren noblemente ofreciendo sus vidas a fin de que el
futuro de la humanidad pueda libertarse de la teocracia del levitismo y de la
superstición, ¿podemos creer que el Dios del Universo es tan pequeño que no
pueda encontrar lugar en Su Plan para tan hermosos sueños? De ahí que afirme
que hasta por el Ateísmo llegamos al descubrimiento de Dios; no os dejéis
dominar por los marbetes: ¿creéis, por ventura, que Dios se preocupa de las
etiquetas? Donde hay un anhelo de Servicio allí está Él.
Adorando el Dios del Teísmo, o
el Dios del Panteísmo, o el Dios del Politeísmo, o el Dios del Humanitarismo,
nos vamos elevando etapa tras etapa, por los peldaños de la escalera. Por eso he
designado esta conferencia “La
Visión Divina de los Dioses y de Dios”. Porque afirma que
únicamente después que hayáis visto el esplendor de los colores separadamente,
y hayáis estudiado la ciencia de la vida en las miríadas de sus
manifestaciones, seréis capaces de sentiros atraídos a la Vida Una y no quedaréis
deslumbrados por la brillantez de una sola Luz. Porque en vidas anteriores
hemos sido teístas, y panteístas, politeístas y ateos, algunos de nosotros,
buscamos la Visión
Divina en el Hombre y en la Naturaleza.
Ese camino que tantos de nosotros buscamos hoy, ha sido descrito en
espléndido lenguaje por uno de los más grandes hombres que el Oriente ha
producido: el emperador de la India Akbar. Era este gran musulmán uno de los
más fervientes buscadores de la Verdad. Edificó en su capital de Patehpur Sikri
una sala de audiencia donde todos los viernes -el domingo de los musulmanes-,
cuando los cuidados de la guerra se lo permitían, reunía a los doctos para
sostener discusiones religiosas. Invitaba a mulvis musulmanes, padres
católico-romanos, mobeds zoroastrianos y shastris hindúes para que expusieran su
fe, y escuchaba cuanto cada uno tenía que argumentar acerca de su Dios. Durante
varios años meditó Akbar sobre el problema de “qué era Dios”. Lentamente le fue
invadiendo el conocimiento de la Visión Divina de Dios y así lo ha descrito en un
famoso poema:
“Dios mío: en todos los tiempos veo gente que Te busca,
y en todas las lenguas que oigo hablar,la gente Te alaba.
y en todas las lenguas que oigo hablar,
El Politeísmo y el Islamismo van
hacia Ti.
Cada religión dice que Tú eres Uno,
sin igual.
Si es una mezquita, la gente murmura un santo rezo;
si es una Iglesia cristiana, las campanas voltean por Tu amor.
si es una Iglesia cristiana, las campanas voltean por Tu amor.
A veces frecuento el claustro cristiano; a veces la mezquita.
Pero eres Tú a quien busco de templo
en templo.
Tu elegido nada tiene que ver con la herejía, ni con la ortodoxia,
puesto que la herejía y la ortodoxia no existen detrás de la mampara de la Verdad.
La herejía para los herejes; la ortodoxia para los ortodoxos,
y sólo queda el polvo del pétalo de la rosa para el que vende perfume”.
Tu elegido nada tiene que ver con la herejía, ni con la ortodoxia,
puesto que la herejía y la ortodoxia no existen detrás de la mampara de la Verdad.
La herejía para los herejes; la ortodoxia para los ortodoxos,
y sólo queda el polvo del pétalo de la rosa para el que vende perfume”.
Cuando alborea para el buscador la Visión Divina , hay
algo de que podemos estar completamente seguros. Tal vez no pueda explicarlo en
el lenguaje que para sus elucubraciones usan los hombres; pero habría algo muy cierto y es que, sea
cual sea la verdad final que se encuentre respecto a la naturaleza de Dios o
del Absoluto, el hombre y el Absoluto son uno, no dos. Todo aquel que impelido
por su aspiración; que, a través del sufrimiento, se eleva al conocimiento,
aunque sea imperfecto, de cual sea la última consecución, llega a ese estado en
el que sabe que cada uno de sus pensamientos, sus más elevados sueños de
realización, son, exclusivamente, los grandes sueños y pensamientos de Dios que
vuelven a Él. El hombre vino de esa Unidad: originado de ella desarrolló su
naturaleza y llegó a ser un alma individual: de ahí que a Él haya de volver.
Así como un círculo trazado en una esfera es sólo uno de los muchos que pueden
trazarse separadamente; así como todos esos círculos posibles son solamente
segmentos de dos dimensiones en una esfera de tres; así como entre ellos, los
millones de círculos posibles no llegarán a revelar la tercera cualidad
dimensional de la esfera, de igual manera el hombre de mente espiritual sabe
que sus pensamientos, sueños y aspiraciones más elevados son pensamientos
divinos, retornando otra vez a Dios por su conducto.
El hombre es el sostén del jarrón de flores que ofrece: cuando cree que
se eleva, cuando cree que adora, no es sino Dios que se reintegra a sí mismo;
es aquel misterioso Todo que vino de Él y a Él se devuelve.
Este descubrimiento es el que hace al hombre espiritual; ese
conocimiento de que existe un artífice más poderoso que él, una Vida más
majestuosa que la suya. La
espiritualidad se le figura la realización de que él es sólo una ventana, un
canal, un dedo de una mano. Intentará el hombre espiritual describir de cien
maneras esa gran experiencia y, cuando ha llegado a sentirla, entonces su
corazón se ha purificado. Para él, pudo decir San Agustín: “Ama y haz lo que
quieras”, ya que nada desea para sí mismo. De ahí que el yugo de la tradición
encuentre al hombre que ha llegado a esa realización, directamente, impaciente
por sacudirlo. El hombre espiritual no es hombre de tradición. Cuando un
cristiano que ha subido, por su propio esfuerzo, a la idealización del Nuevo Testamento,
vive la vida, crea en sí mismo un nuevo tipo de cristiano, y florece en el
mundo cristiano como flor de una nueva variedad. Ese cristiano es un verdadero
santo, canonícelo o no la
Iglesia. Mientras que el cristiano que se deja guiar
únicamente por las tradiciones de los siglos, de su Iglesia, puede afirmarse
que no ha descubierto aún a Cristo.
Cuando por vuestro propio esfuerzo descubrís vuestra verdad, vuestro
Señor, vuestro Salvador, y no a través de ninguna tradición, entonces entráis y
continuáis por vuestra propia carretera real. Y para descubrir la verdad
directamente, para llegar directamente a la comprensión del misterio de las
cosas, no tenéis más que un camino: necesitáis crear. Hasta por vuestros
sufrimientos, por vuestras angustias, podéis crear algo y ofrecer al universo
eso que no existía anteriormente. ¿Sois capaces de extraordinaria devoción?
Leed, si os place, todas las descripciones que de la devoción podáis encontrar
y saturaros de los éxtasis de todos los Santos; de nada os servirá, y,
únicamente, cuando por las ofrendas de vuestra propia devoción lleguéis a crear
algo nuevo –y eso entraña siempre profundo dolor- es cuando por vosotros
mismos, alcanzáis directamente a la Visión Divina. ¿Sois capaces de acendrado amor?
Cuando después de haber vivido las experiencias de toda la gama de amores que
el mundo ha conocido, descubrís, sin embargo, un nuevo tipo de amor y anunciáis
al mundo vuestra propia verdad referente al amor, es cuando llegáis a la Visión Divina.
Cuando la Visión
Divina llega a vosotros, encontraréis en ella una gran
maravilla: la de que no podéis enfocarla en un sitio especial, porque
continuamente está variando. Durante un día, durante un año podéis sentir que la Visión Divina se os
acerca, en su verdad y su intimidad más profunda, a través del Teísmo, o del
Monoteísmo o del Politeísmo; más tarde, al desplazarse el esplendor de la
Visión la encontraréis llegando por distinta dirección: Politeísmo, Panteísmo,
Ateísmo, todos ellos se os representarán como espejos que girarán a vuestro
alrededor, como ventanas a las cuales os asomáis, y a través de las cuales
conocéis la verdad de lo que está fuera y dentro de vosotros. De ahí que cuando
el hombre llega al conocimiento de la vida espiritual, nada puede mantenerlo
ligado; se deshace de todos los conceptos y formas y rompe todas las ligaduras.
El hombre que llega a la
Visión Divina es, casi siempre, un hereje; rechaza toda
tradición; si es cristiano, no se dejará apresar ni aún siquiera por la
deslumbradora maravilla de los sucesos de Palestina; porque a él se le revelan
nuevas maravillas, nuevas creaciones a medida que el universo se desdobla para
él, edad tras edad.
En esta etapa, cuando recibe la Visión Divina , por
varias avenidas, es cuando, como un misterio, se le enfrentará constantemente
un hecho importante: el Misterio de la Trascendencia y de la Inmanencia de
Dios. En el Hinduismo se conocen estos misterios con los nombres de Nirguna Brahman y Saguna Brahman, el Aquello que carece de atributos y el Dios que
posee atributos. Hay dos senderos bien delineados en el Hinduismo: uno el
sendero hacia el Dios Mediador, el otro hacia el Dios Absoluto. En el famoso
poema Bhagavad Gîtâ, Arjuna pregunta a Shri Krishna cuál de estos dos caminos
debe el hombre esforzarse por seguir:
Arjuna dijo:
Entre los hombres piadosos, ¿quiénes
son los más versados en el yoga: los que así con incesante devoción Te adoran a
Ti, o aquellos otros que adoran al Imperecedero e Inmanifestado?
El Señor Bendito dijo:
Aquellos que, teniendo puesto en Mí
el pensamiento, Me sirven con asidua devoción y fe inquebrantable, son a mis
ojos los que mejor practican el yoga.
Pero aquellos que adoran al
imperecedero e inefable Inmanifestado, que es omnipresente, inconcebible,
excelso, inmutable y eterno; y teniendo a raya todos los sentidos y órganos de
acción, guardan perfecta ecuanimidad y se regocijan en el bien de todas las
criaturas; aquellos ciertamente llegan también a Mí.
Muy arduo es el afán de aquellos cuyo
pensamiento se dirige a lo Inmanifestado, por cuanto la meta inmanifestada con
gran trabajo la consiguen los seres encarnados.
Ambos llegan a Dios. Pero duro es el camino para aquellos que escogen
el Sendero directo, que encuentran sus inspiraciones, no en la forma, ni en los
credos, ni aún en los Avataras o encarnaciones de Dios, sino únicamente dentro
de ellos mismos. Fijaos cómo lo explica Shri Krishna:
Muy arduo es el afán de aquellos cuyo
pensamiento se dirige a lo Inmanifestado, por cuanto la meta inmanifestada con
gran trabajo la consiguen los seres encarnados.
Mas tarde o más temprano todo individuo hollará esta difícil senda,
pues más allá del Dios Mediador habrá de encontrar la que guíe a la Trascendencia Divina. De
ahí que cuando llega a la
Visión Divina se vuelve hereje; ni los credos, ni las formas
pueden ya sujetarlo. Puede o no aceptar las ceremonias; algunas veces las
tolera con el fin de ayudar a aquellos que no han alcanzado aún esa altura, con
la diferencia de que mientras adora la Inmanencia de Dios, posee el
conocimiento de aquel otro admirable misterio de Su Trascencencia y ansía
encontrarse cegado por aquella visión que nadie dice para los demás, para
quienes no hay otro camino de consecución, sino el más bajo de un Dios
Mediador.
Permitidme que os cite cómo un sufí místico, Ybn-i-Yamin, explica estas
mismas verdades. Habla de sí mismo y observa cómo se va elevando escalón tras
escalón hasta llegar a trasponer su mismo ser íntimo y sentirse como si cesara
de ser.
Del vacío de la no-existencia vine a
esta morada de arcilla
y de la piedra me alcé hasta la planta. Mas aquello ya
pasó.
Desde entonces, por obra de los
afanes y esfuerzos del espíritu,
alcancé y abandoné pronto alguna
forma inferior de la vida;
también aquello pasó.
En un regazo humano, no siendo ya un
mero bruto,
transmuté esta diminuta gota del Ser
en una perla;
eso también pasó.
Ante el sagrado templo me uní con un
tropel de ángeles,
lo rodee con ellos y lo contemplé
largo tiempo;
también aquello pasó.
Abandoné a Ybn-i-Yamin, y de éste
también remontándome libre,
lo abandoné todo, aparte de Él, de
tal manera que nada quedó sino Él.
Todo lo demás pasó.
Así llegamos a ese magnífico estado descrito por Plotino en términos
tales que nos resultan faltos de sentido, sobre todo para los que vivimos en
este mundo moderno. Porque, en la actualidad, rodeándonos por todas partes, hay
tantas iglesias y templos, tantos intermediarios y jerarquías eclesiásticas que
casi hemos llegado a olvidar que existe otra visión posible de la verdad fuera
de la que ellos revelan. Plotino nos describe el camino directo que encontró,
con las siguientes palabras: “Esta es, en efecto, la vida de los Dioses y de
los hombres divinos y felices; la liberación de todas las preocupaciones
terrenas; una vida para la cual los placeres humanos son innecesarios y el
vuelo de lo único al Único. Pero en estos tiempos cuando encontramos tantos
Salvadores y Mediadores, hay pocos, entre nosotros, que preferimos conservarnos
aislados y emprender ese vuelo de lo único al Único”. Y, sin embargo, la
evolución de la humanidad no se completará mientras cada uno de nosotros no
realice ese gran descubrimiento, y libre de cuantas escrituras y salvadores
existen, se arriesgue a volar “sólo hacia el Único” directamente a la Divinidad Trascendente.
Cuando se ha conquistado ese estado, recibe el que lo alcanzó un nombre
muy significativo en la India: se le llama Muni,
“el silencioso”, porque ha llegado al descubrimiento de la última verdad
referente a la naturaleza de Dios y sus labios quedan sellados. ¿Cómo podría
describirla? Podría intentarlo sirviéndose de esos moldes que las religiones
han creado para los pensamientos; podría usar las etiquetas de las grandes
filosofías; pero siempre fracasará; siempre, siempre, porque llegó a la verdad
por sí mismo y no a través de tradición alguna. De aquí que, en la India, más
allá de esa consecución de íntima comunión con el Divino Amado, se señale otro
estado, un estado muy difícil de comprender por las gentes devocionales, porque
aparece demasiado frío, demasiado abstracto, completamente aislado. Cuando el
Muni se deleita en la contemplación de la felicidad de la comunión, cuando fija
su mirada en la Visión
Divina que se manifiesta delante de él, debe murmurar en su
interior: “¡Neti! ¡Neti! Esto no es
aquello, esto no es aquello”. Regocijarse en el esplendor de los Dioses,
adorar al Dios verdadero del Dios verdadero cara a cara y, sin embargo, tener
que decir: “Esto es sólo el fenómeno, no el nóumeno; busco a aquello que no pueda expresarse por
visión alguna”, ésta puede decirse que es la más grande enseñanza que nos da la
India. “Neti, neti”, es la mayor contribución que la India ha brindado al
problema espiritual, aunque son pocos los que lo pueden apreciar en toda su
magnitud. No hay por qué negar que las enseñanzas de todas las religiones son
auxiliadoras; que los Mediadores auxilian a los hombres en el camino hacia
Dios; pero son sólo postes indicadores en el camino hacia la Visión Divina que
nos lleva más allá de las experiencias que ellos describen.
Aquel que ha adelantado tanto en su camino hacia la realización final,
y vive como Muni, jamás intenta describir con palabras la esplendorosa visión
de lo que ve, pues es indescriptible. Pero, aun dentro de su silencio, su vida
se convierte en una parábola, y sin hablar, sin discutir, realiza en el mundo
del pensamiento cambios extraordinarios por la fuerza de lo que él es, pues
irradia en el mundo el poder de Dios Trascendente. Referente a la verdad última
acerca de Brahman, verdad que sólo el Muni conoce, desde tiempo inmemorial se
dijo en la India: “Si explicáis eso a una rama ya seca, la veréis cubrirse de
hojas y flores”. Porque esa verdad no es una negación, una fría verdad
intelectual abstracta. Es verdad que es poder; el poder que creó todas las
cosas pronunciando una Palabra.
Alrededor de donde vive un tal silencioso, se reúnen discípulos que
tratan con sus limitadas mentes de abarcar la grandeza de su consecución. Y
después de su muerte, discuten entre sí diciéndose: “¿Qué significaba?”. Les es
imposible comprender que era como un brillante que refleja un color tras otro
con sólo moverse, sin que el mismo tenga color alguno. ¿No era éste el caso de
Cristo, de Buddha, de Krishna y de todos los grandes Instructores? Sus
discípulos disputan, pelean, fundan sectas e iglesias y establecen caminos
secundarios; mientras que Ellos significaban una Verdad, la Visión Divina de
Dios que es, al mismo tiempo, la Visión Divina del Hombre.
Toda duda cae por su base para quién posee la Visión Divina. Y
todos vosotros llegaréis un día a conseguirla, ya que todos nos encontramos en
el camino que a ella nos conduce. Debemos, sin embargo, aprender ahora ciertas
lecciones. La primera es reconocer la Visión Divina en la cara de nuestros semejantes y
después en la faz de la Naturaleza, pues ellos nos hablan de los misterios de la Divinidad Inmanente. Al
llegar a esta etapa, es cuando empieza para nosotros la visión del Dios
Trascendente, aquel Absoluto que está por encima de todo nombre. Y al llegar a
un atisbo, aunque parcial, de Ello, debemos ofrecernos a la vida como el Mártir, el “testigo” de la verdad de que
hay sólo una Divinidad, una Ley Divina, una Humanidad, una
Salvación, una Vida indivisible, y
como decimos en la India, Ekam advitîyam
“Uno sin segundo”.
Aquel que así ha llegado a la realización del “Uno sin segundo” es el
alma más recia del mundo. Pueden las iglesias martirizarle, pero su sangre se
vuelve el cemento con que unir a los hombres en un amor más fuerte hacia él; la
ortodoxia puede hacerlo arder en la hoguera, pero con su sacrificio enciende una
llama que arderá por toda la eternidad.
Tales son las almas que han alcanzado la Liberación, el conocimiento
del Uno, el Indivisible. Y hacia esta culminación, vosotros y yo, vamos
caminando. Si mientras seguimos nuestra ruta, al encontrarnos en niveles más
bajos, comprendemos que no ha sonado aún para nosotros la hora de la
Trascendencia y que nos sentimos satisfechos con la Inmanencia, que no podemos
prescindir del ansia de un Mediador, de algún ritual de adoración, evitemos,
cuando menos, levantar barreras entre una fórmula de adoración y otra, entre un
credo y otro.
Pues es seguro que un día trascenderemos toda barrera y
aprenderemos a cobijar el mundo entero dentro de nuestro corazón y decir con el
Cristo: “Venid a mí”. Porque cuando alcancemos la Liberación tendremos que
hacer nuestro el mundo; cuando lleguemos a la sabiduría tendremos que desterrar
la ignorancia de la humanidad; cuando seamos fuertes, tendremos que cambiar la
debilidad de nuestros hermanos en la fortaleza de Dios.
Y, serán tan vuestros como míos todos estos esplendores a medida que
etapa tras etapa, y cada uno por nuestro propio esfuerzo, lleguemos a la Visión Divina de
Dios.
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