martes, 23 de abril de 2019

La Naturaleza sustancial del Magnetismo

     
                                            
                                                    Helena P. Blavatsky




Tomado de “Sophia” Noviembre y Diciembre 1895

Rogamos a los Materialistas que atacan a los Ocultistas y Teosofistas, porque creen que cada Fuerza (así llamada) de la Naturaleza tiene su origen en un Noumeno sustancial, una Entidad consciente e inteligente, ya sea un Dhyan Ohohan Planetario o un Elemental, que se fijen primero en una corporación mucho más peligrosa que la Sociedad Teosófica. Nos referimos a la Sociedad que existe en los Estados Unidos de
América, cuyos miembros se llaman a sí mismos Sustancialistas.

La tenemos por peligrosa, porque esa asociación, combinando en su seno el Cristianismo dogmático de la Iglesia, o sea el elemento antropomórfico de la Biblia, con las ciencias exactas, convierte, sin embargo, en esclavas del primero a estas últimas. Esto equivale a decir, que la nueva organización conducirá a las generaciones venideras en su dogmatismo fanático -si es que triunfa- al antropomorfismo más irremediable. Y
lo conseguirá tanto más fácilmente en nuestra época adoradora de la ciencia, cuanto que una corriente de innegable ilustración ha de contribuir a vigorizar la creencia en un dios humano gigantesco, ya que sus hipótesis, semejantes a las de la ciencia materialista moderna, pueden fácilmente formularse, de modo que sirvan su objeto particular. Las clases educadas y pensadoras de la sociedad, una vez rotos los lazos de la esclavitud clerical, podrían reírse de los datos científicos de un San Agustín o de un «venerable» Beda, que les obligaran a sostener, basándose en la autoridad y en la letra muerta de aquello que consideraban como una Revelación, que nuestra Tierra, en vez de ser una esfera, era plana y estaba colgada en el espacio debajo de un dosel cristalino, tachonado con brillantes clavos de cobre y un sol no mayor de lo que aparece. Mas estas mismas clases se verán siempre obligadas por la opinión pública a respetar las hipótesis de la ciencia moderna, sea cual fuese la dirección en que las lleve la naturaleza de la especulación científica. Desde el siglo pasado se las ha conducido al materialismo grosero; puede conducírselas de nuevo en una dirección opuesta. 

El ciclo ha terminado; y si la ciencia cae alguna vez en manos de la oposición -los sabios «Reverendos» y los hombres de Iglesia fanáticos- puede el mundo irse aproximando gradualmente al foso de la parte opuesta y caer en tiempo no lejano en un grosero antropomorfismo. Una vez más habrían rechazado las masas la verdadera filosofía, la imparcial y antisectaria, y se verían de nuevo prisioneras en las redes urdidas por ellas mismas: fruto y resultado de la reacción creada por una época de negación constante. El ideal sublime de un Noumeno del Espíritu universal, infinito, omnipresente, de una Divinidad impersonal y absoluta, se borrará de, la mente humana una vez más, para ceder el paso al DIOS MONSTRUO de las pesadillas de los sectarios.

Ahora bien; la ciencia oficial moderna se compone al presente de un cinco por ciento de verdades y hechos axiomáticos innegables, y de un noventa y cinco por ciento de pura especulación. Además, se ha expuesto ella misma a interminables ataques, merced a sus numerosas hipótesis contradictorias entre .sí, aunque tan científicas al parecer unas como otras. Por otra parte, los Sustancialistas que se enorgullecen de contar en sus filas a algunos de los hombres de ciencia más eminentes de los Estados Unidos, han descubierto y acumulado, sin duda, un gran número de hechos destinados a echar por tierra las teorías modernas sobre la Fuerza y la Materia; y una vez comprobada la exactitud de sus datos en ese conflicto entre la Ciencia materialista y una religión más materialista aún, no es difícil prever el resultado de la batalla ya próxima: la Ciencia
moderna será vencida. No puede negarse la Sustancialidad de ciertas Fuerzas de la Naturaleza, porque es un hecho del Kosmos. No hay Energía o Fuerza sin Materia; no hay Materia sin Fuerza, Energía o Vida, aunque esté latente. Pero esa Materia última es la Sustancia o el Noumeno de la materia. 

Así, pues, caerá por tierra la cabeza del Idolo de oro; de la verdad científica, pues descansa sobre pies de arcilla. No habríamos de deplorar ese resultado, si no fuese por sus inmediatas consecuencias: la cabeza de oro será la misma, sólo que quedará reemplazado su pedestal por otro tan débil y tan deleznable como el actual. En lugar de apoyarse en el Materialismo, se apoyará la ciencia en la superstición antropomórfica, si los Sustancialistas ganan la batalla. Porque en vez de atenerse a la filosofía sola, cultivada con espíritu de absoluta imparcialidad, tanto los materialistas como los partidarios de lo que tan pomposamente llaman «Filosofía del Sustancialismo», trabajan guiados por la  preocupación y con un propósito fijado de antemano, y ambos amoldan los hechos a la medida de sus respectivos caprichos. Los hechos son los que por fuerza han de amoldarse a sus teorías, aun a riesgo de mutilar la inmaculada naturaleza de la Verdad.

Antes de presentar al lector algunos extractos sacados de la obra de un Sustancialista
-pues esos extractos revelan la verdadera naturaleza de las afirmaciones de la «Filosofía Sustancial» mejor que podría hacerlo cualquiera revista crítica- no es nuestra intención seguir más adelante, ya que, en realidad, muy poco tenemos que ver con aquellos, y no queremos gastar palabras respecto a sus pretensiones. No obstante, como sus ideas acerca de la naturaleza de las Fuerzas físicas y de los fenómenos, se asemejan de modo singular - sólo en algunos puntos - a las doctrinas ocultas, nuestra intención es utilizar sus argumentos, respecto al Magnetismo en primer lugar. Estos no pueden rebatirse, y podemos así derrotar a la ciencia exacta con sus propios métodos de observación y con sus propias armas. Sólo conocemos hasta ahora las teorías de los Sustancialistas por sus escritos. 

Es posible que, exceptuando la gran divergencia que existe entre nuestras respectivas creencias sobre la naturaleza de las «causas productoras de los fenómenos» empleando el término singular que aplican a las fuerzas físicas- exista poca diferencia entre nuestras opiniones acerca de la naturaleza sustancial de la Luz, del Calor, de la Electricidad, del Magnetismo, etc, etc; tan solo, quizás, haya una diferencia en la forma y términos usados. Ningún teosofista, sin embargo, aceptaría expresiones como las empleadas en la Nueva Doctrina; por ejemplo: «Si son ciertos sus principios, entonces cada fuerza o forma de la Energía conocidas por la ciencia, debe ser una Entidad sustancial» . Porque, si bien las pruebas del Dr. Hall respecto a ser el fluido magnético algo más que un «modo de movimiento» son irrefutables, existen, sin embargo, otras «fuerzas» cuya naturaleza es completamente distinta. No obstante, como intentamos demostrar en este artículo la sustancialidad del magnetismo -ya sea animal o físico- sacaremos ahora de la revista Scientific Arena (Julio 1886) los mejores argumentos que jamás han salido a luz contra las teorías materialistas de la ciencia moderna.

«El admitir por un momento que una sola fuerza de la naturaleza -como el sonido, la luz o el calor- no sea otra cosa más que el movimiento vibratorio de la materia, ya sea que el cuerpo material se encuentre sumamente atenuado, como en el caso del supuesto éter, o menos atenuado, como en el caso del aire, o sólido, como tratándose de una barra de hierro candente, es ceder a las rancias afirmaciones del materialismo toda la analogía de la naturaleza y de la ciencia en favor de una vida futura para la Humanidad. Bien lo saben los sabios materialistas de este país y de Europa; y así temen la propagación y aceptación general de la Filosofía Sustancial, comprendiendo que, desde el momento en que las escuelas reconozcan y enseñen que las fuerzas de la naturaleza son entidades sustanciales reales, y en que las doctrinas -hoy en boga- del modo de ser del movimiento con relación al sonido, la luz, el calor, etc., se abandonen, desde aquel momento mismo, su profesión materialista habrá muerto para siempre. . .
»Por lo tanto, el fin que se propone este artículo, a más de reiterar y reforzar el objeto general del argumento, en la forma que fue presentado el mes pasado, es demostrar que la fuerza, per se, es una sustancia inmaterial, y de ningún modo un movimiento de partículas materiales.

De este modo nos proponemos hacer resaltar la absoluta necesidad que tienen los sabios cristianos de adoptar en todas partes los amplios principios de la Filosofia Sustancial, y de hacerlo en el acto, si quieren destruir el ateísmo materialista en este país o defender lógicamente la religión por medio de la analogía científica, y probar así la existencia sustancial de Dios, tanto como la probable existencia sustancial del alma humana después de la muerte. Se les presenta ahora la ocasión de hacerlo con éxito y de dar fuerza victoriosa a los argumentos sacados de la Escritura, por medio del testimonio favorable de la naturaleza misma.

»Podríamos elegir como piedra de toque de la nueva filosofía o del sustancialismo, cualesquiera de las varias formas físicas de la fuerza; mas para evitar en lo posible los circunloquios y los detalles de innecesarias explicaciones en esta demostración fundamental y superior, elegimos aquello a que ningún sabio en el mundo entero se atreverá a negar la cualidad de fuerza natural representativa, o sea lo que se llama forma de energía, a saber: el magnetismo. Esta fuerza, por la manifestación sencillísima y directa de sus fenómenos, al trasladar cuerpos ponderables distantes del imán, sin que haya sustancia tangible alguna que relacione al imán con ellos, es a propósito para nuestro objeto; pues ha resultado ser el gran enigma físico para los filósofos modernos partidarios de la teoría de la forma de movimiento, tanto en este país como en Europa.
»Aun para los físicos más célebres que viven actualmente, como son Helmholtz, Tyndall, Sir William Thomson y otros, la misteriosa acción del magnetismo, bajo cualquier aspecto que pueda presentarla la ciencia moderna, ofrece, sin duda alguna, un problema en extremo embarazoso para sus inteligencias, simplemente porque, por desgracia, jamás han vislumbrado los principios fundamentales de la Filosofía Sustancial, que tan claramente descubre el misterio.

»A la luz de esos principios, un pensador de la talla de Sir William Thomson, en vez de enseñar, como lo hizo en su discurso inaugural acerca de los cinco sentidos ante el Instituto de Midland, en Birmingham, Inglaterra, que el magnetismo no era otra cosa más que el movimiento molecular, o, según expresión suya,  “la calidad de la materia” o “la rotación de las moléculas” del imán, hubiera visto en el acto la falta completa de relación de causa y efecto entre semejantes moléculas movibles del imán (admitiendo que se muevan), y el hecho de alzarse la masa de hierro a distancia.

»Es más que extraño que hombres tan inteligentes como Sir William Thomson y el profesor Tyndall, no hayan llegado hace tiempo a la conclusión de que por fuerza debe ser el magnetismo una cosa sustancial, aunque invisible e intangible, cuando de ese modo tiende sus mecánicos pero invisibles dedos hasta cierta distancia del imán, y atrae o repele una pieza de metal inerte! Que no hayan visto la absoluta necesidad de semejante conclusión, como la única explicación concebible de los efectos mecánicos producidos, y la incompatibilidad manifiesta de otra suposición cualquiera. es uno de los resultados extraordinarios de la influencia de las falsas teorías actuales de ]a ciencia, que ciega y desconcierta a inteligencias natura]mente lógicas y profundas; siendo extraño "que hombres semejantes queden satisfechos, al suponer que las vibraciones pequeñísimas y locales de las moléculas y átomos del imán (necesariamente limitadas a las dimensiones del acero mismo), puedan llegar a cualquier distancia fuera de éste, y atraer o repeler de ese modo una barra de metal, venciendo su inercia; todo lo cual  predispone a perder todo respeto por lo que se refiere a la sagacidad y profundidad de las inteligencias de aquellos nombres eminentes en la ciencia. De todos modos, esta falta manifiesta de perspicacia en los físicos modernos, pide a voz en grito a los hombres jóvenes de este país y de Europa, que piensen por sí mismos sobre las materias relativas a la ciencia y la filosofía, y no acepten cosa alguna bajo la simple palabra o la mera aprobación de cualquier nombre célebre.

»Otra anomalía muy extraña. que se ,refiere a los físicos a quienes hemos aludido, es la siguiente: mientras se les escapa la inevitable necesidad de una sustancia real de alguna especie que, saliendo de los polos del imán y relacionándose con el pedazo de hierro, lo eleve, produciendo así un resultado físico, que de ningún otro modo podría verificarse, están prontos a admitir la intervención de un éter universal (sustancia nada
necesaria en la Naturaleza ), para producir la luz sobre la tierra como simple movimiento, y amoldarlo así a las supuestas ondas sonoras del aire. De esta manera, gracias a la pura invención de una sustancia material innecesaria, han tratado de convertir en modos de movimiento no sólo la luz, el calor y el magnetismo, sino todas las demás fuerzas de la Naturaleza, sin más motivo que el de haber sido el sonido considerado erróneamente como un modo de movimiento por sabios anteriores. Y ¡cosa extraña! 

A pesar de que ese supuesto éter es tan ajeno a nuestros sentidos, y tan desconocido en cualquiera de los procedimientos familiares a la química o mecánica, como lo es la sustancia que forzosamente ha de emanar de los polos del imán para apoderarse de la barra de hierro y levantarla, los físicos, no obstante, admiten satisfechos el primero, no habiendo exigencia científica alguna ni en la tierra ni en otra parte, que lo imponga, mientras se empeñan en no reconocer al último, que es absolutamente necesario para producir los resultados observados! ¿Se ha visto jamás falta semejante de lógica en una teoría científica?

»Analicemos este asunto más a fondo. Si la mera rotación de las moléculas del acero del imán, puede producir un efecto mecánico a distancia sobre un trozo de hierro, aun a través del vacío, según afirma Sir William Thomson, ¿por qué no había de producir la rotación de las moléculas del Sol la luz a distancia, sin que el espacio intermedio esté lleno de una especie de sustancia material gelatinosa 'de rigidez enorme' que se convierte en ondas? Toda inteligencia capaz de pensar científicamente, ha de darse cuenta de que el hacho de la primera invención de un éter universal 'material', 'rígido' e inerte, como causa esencial de la luz a distancia de un cuerpo luminoso, fue uno de los derroches de ingenio mecánico más inútiles que jamás llevó a cabo el cerebro humano, si es cierta la doctrina de Sir William Thomson, de que la simple rotación de las moléculas del imán levanta una barra de hierro a distancia. ¿Por qué no ha de poder la rotación de las moléculas del Sol producir tan fácilmente la luz a distancia?
»Si por mera desesperación contestasen los filósofos partidarios del modo de movimiento, que el éter que llena el espacio entre el imán y el pedazo de hierro, es puesto en estado de vibración por las moléculas giratorias del acero, y que así levanta el hierro a distancia, sería todavía peor.

Si la vibración material del imán de acero, que escapa por completo a la observación, se comunica a una barra distante por medio de una sustancia material y sus movimientos vibratorios, que tampoco son observables, ¿acaso no resulta evidente que sus efectos sobre la barra debieran ser del mismo carácter mecánico, es decir, no observables? ¡En vez de esto, el hierro se levanta y se ve claramente, yeso sin que se observe vibración alguna, como sucedería en el caso de una gelatina vibratoria, como se pretende que es el éter! Además, el hecho de alzarse materialmente una masa ponderable, es incompatible por completo con la simple vibración, por poderosa y visible que sea, según todos los principios conocidos de la mecánica. Debiera bastar el sentido común para que cualquier hombre se convenciese de que la simple vibración, por poderosa y sensible que sea, no puede atraer ni impeler cosa alguna. Imposible es concebir la producción de semejante resultado, a menos que intervenga algún agente sustancial que, saliendo del imán, se apodere del hierro, y atrayéndolo por fuerza, lo haga variar de sitio. Cualquier otra suposición equivaldría a la pretensión de atraer un bote a la orilla de un lago, sin cuerda alguna ú otra cosa sustancial cualquiera que nos uniese a aquel. No pretenderá el mismo Sir William Thomson que el bote pueda atraerse recibiendo una vibración molecular desde la orilla, ni siquiera produciendo una trepidación visible en el agua, como tan lógicamente demostró el Dr. Hamlin en su reciente y notable trabajo acerca de la Fuerza. (Véase Microcosm, vol. V, pág. 98.)

»Bien conocido es el hecho de que un imán levanta un trozo de hierro, precisamente a la misma distancia, a través de varias capas de cristal, tal y como si no se interpusiesen éstas. El reconocido ateo Mr. Smith, de Cincinnati, Ohio, a quien nos referimos en nuestros escritos sobre el Sustancialismo en el Microcosm (vol. III, págs. 278 y 311), quedó completamente confundido ante esta exhibición de la fuerza sustancial del magnetismo, obrando a distancia a través de planchas impenetrables de cristal.

Cuando colocamos una cantidad de agujas y clavos sobre la plancha, y pasamos los polos del imán debajo de ésta, haciéndoles mover con el imán, vio por primera vez en su vida la operación de una sustancia real ejerciendo un efecto mecánico, al mover de su sitio cuerpos ponderables de metal independientemente de toda condición material, y sin relación material posible o paso libre entre el origen y el término de semejante agente sustancial. y admirándose, dijo: si esto es así, ¿acaso no podría haber un Dios sustancial, inteligente e inmaterial, y no podría yo poseer un alma sustancial, pero inmaterial, capaz de existir separadamente de mi cuerpo después que éste haya muerto?
»Preguntó entonces si estábamos seguros de que no penetrase la fuerza magnética por los poros invisibles de la plancha de cristal, y por lo tanto, de que no fuese esa fuerza más que una forma refinada de la materia. Nos ayudó entonces a llenar la plancha de agua hirviendo, sobre la cual pudiese flotar una cartulina con agujas colocadas sobre ella; a fin de interponer entre aquellas y el imán, el menos poroso de todos los cuerpos
conocidos. Mas no se observó la menor diferencia, moviéndose la cartulina con sus agujas de aquí para allí, conforme se movía el imán debajo de las planchas y del agua. Esto bastó  aun a ese materialista, tan crítico como cándido, y confesó que en su filosofía atea existían entidades sustanciales pero inmateriales.

»He aquí, pues, el argumento concluyente, por el cual demostramos que el magnetismo, una de las fuerzas de la naturaleza, y un buen representante de todas las fuerzas naturales, no sólo es una entidad real, sustancial, sino una sustancia absolutamente inmaterial (1), confirmando así nuestra clasificación original de las entidades del Universo, en sustancias materiales e inmateriales.

»I -Si no fuese el magnetismo una sustancia real, no podría levantar un trozo de metal a distancia del imán, de igual modo que no podría nuestra mano alzar un peso sin la existencia de alguna relación sustancial entre ambos. Es una verdad evidente por sí misma y un axioma de la mecánica, que ningún cuerpo puede mover a otro a distancia sin un medio real sustancial que ponga a ambos en relación, por intervención del cual tiene lugar el resultado; de otro modo, habría un efecto mecánico sin causa, absurdo evidente en filosofía. Por la tanto, la fuerza del magnetismo es una entidad verdadera y sustancial.

»II -Si no fuese el magnetismo una sustancia inmaterial, en ese caso todo cuerpo prácticamente no poroso, interpuesto entre el imán y el objeto atraído, impediría, hasta cierto punto al menos, el paso a la corriente magnética, lo cual no sucede. Si fuese el magnetismo una forma de materia muy refinada o atenuada, y dependiese su paso a través de otros cuerpos materiales de los imperceptibles poros de éstos, entonces es evidente que resultaría alguna diferencia por lo que respecta a la facilidad de su paso y a la fuerza atractiva consiguiente del imán distante, por razón de la gran diferencia de porosidad de los distintos cuerpos puestos a prueba, como sucedería, por ejemplo, soplando con fuerza a través de una red formada de alambres, que según presentase mayores o menores intersticios, ofrecería una resistencia en proporción inversa. 
Pero en el caso de esa sustancia magnética, no resulta diferencia alguna en la energía de su atracción mecánica sobre una pieza de hierro distante, cualquiera que sea el número de las capas de cristal, goma o de otra materia prácticamente no porosa que se interpongan, así como si no se interpone sustancia alguna, excepto el aire, y aunque se experimente en un vacío perfecto. Siempre tiene la atracción exactamente la misma fuerza, y mueve la pieza de hierro colocada a la misma distancia de ella en todos los casos, por precisos y delicados que sean los instrumentos con los cuales se haga la experimentación.”

Los pasajes arriba citados, son positivamente incontestables. Respecto a lo que se refiere a la fuerza o fluido magnético, los sustancialistas han acertado innegablemente, y su triunfo lo aplaudirán con alegría todos los Ocultistas. Imposible es, en verdad, explicar de otro modo, más que admitiendo un fluido magnético material o sustancial, los fenómenos del magnetismo, bien sea terrestre o animal. Hasta algunos sabios no lo niegan -ya que Helmholtz cree que la electricidad debe ser tan atómica como la materia- (Helmholtz, “Faraday Lecture”); y a no ser que la ciencia se halle dispuesta a separar la fuerza de la materia, no vemos cómo pueda sostener por mucho tiempo su posición.
Pero de ningún modo abrigamos la misma seguridad respecto a otras fuerzas -en lo que se relaciona con sus efectos; siendo fácil a la filosofía Esotérica el encontrar argumentos para combatir todas las suposiciones de los Sustancialistas, por ejemplo, respecto al sonido. Como el día en que la nueva teoría ha de combatir al Ocultismo se aproxima, quizás convenga anticipar las objeciones y concluir con ellas desde ahora.
La expresión “Sustancia inmaterial” empleada más arriba en relación con el magnetismo es muy singular, y además se contradice a sí misma.

Si en vez de decir que “no sólo el magnetismo. . . es una verdadera entidad sustancial, sino una sustancia absolutamente inmaterial” , hubiese aplicado el autor esa definición a la luz, al sonido, o a cualquier otra fuerza en sus efectos, nada tendríamos que decir, excepto observar que el adjetivo “suprasensible” pudiera haberse aplicado mejor a cualquier fuerza que la palabra “inmaterial” (2). Mas el decir esto del fluido magnético es un error, puesto que es una esencia perfectamente perceptible a cualquier clarividente, bien sea en la oscuridad -como en el caso de las emanaciones ódicas- o a la luz, cuando se practica el magnetismo animal.
Siendo, pues, un fluido en un estado suprasensible, materia aún, no puede ser “inmaterial”; y la expresión se convierte en el acto en ilógica y sofística. Tocante a las otras fuerzas, si por “inmaterial” se entiende sólo aquello que es objetivo, pero que traspasa el límite de nuestros sentidos o percepciones normales presentes, perfectamente; pero entonces, sea lo que fuere lo que puedan significar con ello los Sustancialistas, nosotros, Ocultistas y Teosofistas, nos oponemos a la forma en que expresan su idea. La sustancia, dícennos los diccionarios y enciclopedias filosóficas,
es aquello que forma la base de los fenómenos externos, el substratum, el asunto o causa permanente de los fenómenos, ya sea material o espiritual; aquello a que las propiedades son inherentes; aquello que es real en oposición a lo que tan sólo es aparente, especialmente en este mundo de maya. Es, en una palabra, la única Esencia real. Mas las Ciencias Ocultas, si bien llaman a la Sustancia el noumeno de toda forma material, explican que ese noumeno es, sin embargo, materia: sólo que perteneciente a otro plano. Aquello que para nuestras percepciones humanas es noumeno, para los Dhyan Chohan es materia. Según explicó nuestro ilustrado hermano vedantino, Subba Row: Mulaprakriti, el primer aspecto universal de Parabrahma, su Velo Kósmico, cuya esencia es para nosotros impenetrable, es para el Logos «tan material como lo es cualquier objeto para nosotros». (Notas sobre el Bhagavad Gita). Por consiguiente, ningún Ocultista definiría la Sustancia como “inmaterial” in esse.

De todos modos, la palabra sustancia es un término confuso. Podemos llamar “sustancial” a nuestro cuerpo, a un mono o a una piedra, como a cualquier cosa fabricada. Llamamos “Esencia”, por lo tanto, más bien al material de los cuerpos de aquellas Entidades -los Seres suprasensibles en los cuales creemos, y que existen, pero a quienes la ciencia y sus admiradores consideran como un contrasentido supersticioso, llamando ficciones lo mismo a un dios “personal” y a los ángeles de los Cristianos, que a nuestros Dhyan-Chohans, o a los Devas, “Hombres Planetarios”, Genios, etc., etc., de los kabalistas y Ocultistas.

Pero jamás soñarían estos últimos en llamar Entidades, los fenómenos de la Luz, del Sonido, del Color, de la Cohesión, etc., como hacen los Sustancialistas. Definirían esas fuerzas como efectos perceptibles, puramente inmateriales, externamente, de CAUSAS sustanciales y esenciales, internamente: al último término o al origen de las cuales se encuentra una ENTIDAD, cuya esencia cambia con la del Elemento (3) a que pertenece.
(Véase “Mónadas, Dioses y Atomos”, del volumen I de la Doctrina Secreta, libro II). Tampoco puede confundirse al Alma con las FUERZAS, que se hallan sobre un plano de percepción completamente distinto. Choca, por lo tanto, a un Teosofista, el ver que los Sustancialistas incluyen tan antifilosóficamente el Alma con las Fuerzas.
»Habiendo basado nuestro argumento en las analogías claramente definidas de la Naturaleza», el editor de la Arena Científica, escribe en un artículo titulado “La Evidencia Científica de una Vida Futura” lo que sigue:

»Si son ciertos los principios del Sustancialismo, entonces, según en ellos se demuestra, cada fuerza o forma de energía conocida de la ciencia debe ser una entidad sustancial. Hemos tratado, además, de demostrar que si se probase de un modo concluyente que una forma de fuerza es una existencia sustancial u objetiva, el dejar de suponer que todas las fuerzas o causas productoras de los fenómenos de la naturaleza también son entidades sustanciales, sería separarse evidentemente de la razón y de la lógica. Mas si pudiese demostrarse claramente que una forma de la fuerza física o una sola causa productora de algún fenómeno, como el calor, la luz o el sonido, no es más que el simple movimiento de partículas materiales, y no una cosa o una entidad sustancial, entonces por analogía racional y por la uniformidad armónica de las leyes de la Naturaleza, todas las demás fuerzas o causas productoras de fenómenos, bien sean
físicas, vitales, mentales o espirituales, habrían de quedar comprendidas en la misma categoría de modos de vibración, y no de entidades de partículas materiales. En tal caso resultaría que lejos de ser el alma, la vida, la mente o el espíritu, una entidad sustancial que pudiera constituir el fundamento de una esperanza en una existencia inmortal después de la vida presente, debería, según el materialismo, y como simple movimiento de las partículas del cerebro y de los nervios, dejar de existir cuando esas partículas físicas cesen de moverse después de la muerte.»

¡¡El ESPÍRITU, una Entidad sustancial!!  No pretenderá en tal caso el Sustancialismo que en serio se le considere como una filosofía. Pero leamos los argumentos hasta el fin. ¡Aquí encontramos un justo ataque al Materialismo herido por la misma afirmación antifilosófica! . . .

»De la declaración anterior acerca de los principios fundamentales de la ciencia materialista en lo que se refiere a la negación de la existencia del alma después de la muerte, sacamos la conclusión lógica de que ningún filósofo cristiano que acepte las doctrinas corrientes sobre el sonido, la luz y el calor, como que son sólo modos de vibración molecular, podrá contestar jamás al razonamiento analógico del materialista contra la inmortalidad del hombre. Insistimos, como ya tantas veces hemos hecho, en que ninguna teoría posible puede combatir semejante razonamiento materialista, o hallar una contestación a ese gran argumento de Haeckel y Huxley contra el alma como entidad y su posible existencia separada del cuerpo, excepto la doctrina del Sustancialismo, que con tanta lógica sostiene que el alma, la vida, la mente y el espíritu, son necesariamente fuerzas sustanciales o entidades por las analogías de la ciencia física; a saber, la naturaleza sustancial de todas las fuerzas físicas, la g ravedad, la electricidad, el magnetismo, la cohesión, el sonido, el calor etc., incluidos.

«Esta posición inexpugnable del Sustancialista, hija de la analogía lógica, basada en la uniformidad armónica de las leyes y fuerzas de la Naturaleza, constituye el baluarte de la fiilosofía Sustancial, y debe, por la naturaleza misma de las cosas, ser el baluarte más poderoso de ese sistema. Si el edificio del Sustancialismo, así fundado y fortificado, pudiese ser invadido y saqueado por las fuerzas del materialismo, entonces nuestros trabajos durante tantos años continuos, resultarían nulos. Decid, si queréis, que los ejércitos del Sustancialismo queman así los puentes que dejaron tras ellos Sea. 

Preferimos la muerte a la capitulación o a la retirada; porque si no puede esta posición fundamental mantenerse ante las fuerzas combinadas del enemigo, entonces todo estará perdido, el materialismo habrá ganado la batalla, y la muerte será el aniquilamiento eterno de la raza humana. En esta ciudadela central de principios nos hemos atrincherado, pues, para sobrevivir o perecer, y aquí amparados por esta muralla de diamante, hemos acumulado todos nuestros tesoros y municiones de guerra, y si las agnósticas hordas de la ciencia materialista desean apoderarse de ellos, empleen su más poderosa artillería. . .

“¡Qué tiene de extraño, pues, que cuando los materialistas reconocen lo desesperado de su situación, y tan fácilmente comprenden el verdadero alcance de este argumento de analogía fundado en la naturaleza sustancial de las fuerzas físicas, nos veamos obligados a razonar con Sustancialistas declarados, presentándoles argumento tras argumento, a fin de demostrarles que no son tales Sustancialistas, en el verdadero sentido de la palabra, mientras excluyan de la categoría de las entidades sustanciales, una sola fuerza de la naturaleza o una sola causa productora de fenómenos naturales!
“Un ministro protestante, conocido nuestro, habla con entusiasmo del triunfo final de la Filosofía Sustancial, y se vanagloria de ser Sustancialista; pero se niega a incluir el sonido entre las fuerzas y entidades sustanciales, aceptando virtualmente así la teoría ondulatoria. 

En nombre de la lógica, ¿qué podría contestar este ministro a otro Sustancialista que insistiese en la belleza y verdad del Sustancialismo, pero que no quisiese incluir la luz ? ¿Y a otro que no incluyese el calor, o la electricidad, o el magnetismo, o la gravedad? ¡Todos ellos, no obstante, son buenos “Sustancialistas”, partiendo del mismo principio, como también es buen Sustancialista aquel que separa el sonido de la categoría sustancial, pretendiendo 'todavía al mismo tiempo ser un Sustancialista ortodoxo! ¿Por qué no suprimen la fuerza vital, la fuerza mental y la fuerza espiritual de la lista de entidades, convirtiéndolas así, como la fuerza del sonido (según afirman los materialistas), en simple vibración de partículas materiales, y no reivindican aún su derecho a llamarse buenos Sustancialistas? Haeckel y Huxley podrían aspirar entonces a ingresar en la iglesia del Sustancialismo.

«La verdad es que el ministro capaz de admitir por un momento siquiera que el sonido consiste tan sólo en el movimiento de las partículas del aire, y que por lo tanto, no es una entidad sustancial, es un materialista en el fondo, aunque inconsciente de la impetuosa y lógica corriente que hacia la destrucción científica le arrastra. Todos hemos oído hablar de la obra «Hamlet » , con exclusión del Príncipe de Dinamarca. Cosa parecida le pasaría al Sustancialismo excluyendo la cuestión del sonido y abandonando la teoría de la acústica al Materialismo. (Véase nuestro artículo sobre el Significado de la Discusión respecto al Sonido, The Microcosm, vol. V, pág. 197) .
Simpatizamos con el “ministro” que se niega a incluir el Sonido entre las “Entidades Sustanciales”. Creemos en FOHAT, pero difícilmente nos referiríamos a su Voz y Emanaciones como a «Entidades», aunque son producidas por un choque eléctrico de átomos y por repercusiones que originan el Sonido y la Luz. No recibiría la ciencia mejor a nuestro Fohat que al Sonido o las Entidades de la Luz de la “Filosofía Sustancial.”

Pero al menos, tenemos la satisfacción de que, una vez claramente explicado, resultará Fohat más filosófico que las teorías materialistas o sustancialistas, respecto a las fuerzas de la Naturaleza.
¿Cómo puede aquel que pretenda poseer un modo de pensar científico y psicológico, hablando del Alma y especialmente del Espíritu, colocarlos al mismo nivel que los fenómenos físicos de la Naturaleza, y esto en un lenguaje únicamente aplicable a hechos físicos? Hasta el mismo profesor Bain, considerado como «monista, creyente en la aniquilación», confiesa que «los estados mentales y corporales son completamente opuestos» (4).

Así, la conclusión directa a que pueden llegar los Ocultistas y los Teosofistas, al menos según la prueba que a primera vista les proporcionan ciertos escritos que ninguna filosofía puede rechazar al presente, es la de que la Filosofía Sustancial, que vino al mundo para combatir a la ciencia materialista y matarla, la sobrepuja inconmensurablemente en materialismo. Ni Bain, ni Huxley, ni siquiera Haeckel, confundieron jamás hasta tal punto los fenómenos mentales y físicos. Al mismo tiempo, los «Apóstoles del Materialismo» se encuentran sobre un plano filosófico superior al de sus adversarios. Porque el cargo que se les dirige de enseñar que el alma es «el simple movimiento de las partículas del cerebro y de los nervios», es falso, pues jamás enseñaron cosa semejante. Pero aun suponiendo que tal fuese su teoría, resultaría acorde con la del Sustancialismo, puesto que este último nos asegura que el Alma y el Espíritu, así como todas «las causas productoras de los fenómenos», bien sean físicos, mentales o espirituales, si no so las considera como ENTIDADES SUSTANCIALES, «deben ser incluidas en la misma categoría de modos de movimiento que no son entidades de partículas materiales.»

No sólo es todo esto lastimosamente vago, sino que casi carece de sentido. 
La inferencia de que el aceptar las teorías científicas admitidas acerca de la luz, del sonido y del calor, etc., equivaldría a aceptar el movimiento de las moléculas del alma, seguramente apenas merece discutirse. 
Es perfectamente cierto que treinta o cuarenta años atrás, Büchner y Moleschott trataron de demostrar que la sensación y el pensamiento son un movimiento de la materia. Mas un inglés, partidario de la doctrina de la aniquilación, bien conocido por cierto, declaró que eso era “indigno del nombre de filosofía”.

Ningún hombre de verdadera reputación científica o de alguna nota, ni Tyndall, lluxley, Maudsley, Clifford, Bain, Spencer o Lewis, en Inglaterra, ni tampoco Virchow, ni Haeckel en Alemania, llegaron jamás hasta el punto de decir: “El pensamiento es un movimiento de las moléculas”. Su única contienda con los partidarios de la existencia del alma, consistía y consiste en que mientras sostienen los últimos que el alma es la causa del pensamiento, ellos (los hombres de ciencia) afirman que el pensamiento es concomitante de ciertos procesos físicos que tienen lugar en el cerebro. Ni tampoco han dicho nunca (los verdaderos hombres de ciencia y filósofos, aunque sean materialistas) que fuesen idénticos el pensamiento y el movimiento nervioso, sino que son «los lados subjetivo y objetivo de la misma cosa».

Buena autoridad y ejemplo respecto a este punto es John Stuart Mill, que rechaza aquella acusación. Porque, hablando del método rudo y grosero empleado para intentar resolver la sensación en el movimiento nervioso (tomando como ejemplo el caso de las vibraciones nerviosas obrando sobre el cerebro, que son el lado físico de la percepción de la luz), dice. . .

“al término de todos esos movimientos, hay algo que no es movimiento, hay un sentimiento o una sensación del color”. Por consiguiente, es perfectamente exacto el decir que “el sentimiento de que habla aquí Stuart Mill, sobrevivirá aún a la admitida teoría ondulatoria acerca de la luz o del calor, como modo de movimiento.” Porque la última se funda en una especulación física, y la primera se inspira en la filosofía eterna, aunque de modo imperfecto, por resentirse de materialismo.

No atacamos tanto a los materialistas a causa de sus Fuerzas sin alma, como por su negación de la existencia de todo “portador de Fuerza”, el Noumeno de la Luz, de la Electricidad, etc. Acusarles de no hacer diferencia entre los fenómenos mentales y los físicos, es igual a confesar que se ignora sus teorías. Los negadores más eminentes son hoy día los primeros en admitir que la PROPIA CONCIENCIA y el MOVIMIENTO «se encuentran en los polos opuestos de la existencia» . Lo que hemos de zanjar entre
nosotros y los IDEALISTAS materialistas- paradoja viviente, dicho sea de paso, personificada ahora por los más afamados escritores sobre filosofía Idealista en Inglaterra- es la cuestión de si aquella conciencia se experimenta sólo en relación con moléculas orgánicas del cerebro o no. Nosotros decimos que el pensamiento o la mente es quien pone las moléculas del cerebro físico en movimiento; ellos niegan a la mente toda existencia independiente del cerebro. 

Pero aun así, no llaman al asiento de la mente “una construcción molecular”, sino dicen que es el principio mental -el centro o la base orgánica de la mente en manifestación. Que es ésta la verdadera actitud de la ciencia materialista, puede demostrarse, recordando al lector las confesiones de Mr. Tyndall en sus Fragments of Science; porque desde la época de sus discusiones con el Dr. Martineau, la actitud de los materialistas no ha cambiado. Esta actitud no ha sufrido alteración, a no ser que coloquemos a los Hylo-Idealistas al mismo nivel que Mr. Tyndall, lo cual sería absurdo. Tratando la cuestión del fenómeno de la conciencia, cita el gran físico esta pregunta de Mr. Martineau: “Un hombre puede decir 'yo siento, yo pienso, yo amo'; mas, ¿cómo interviene la conciencia en el problema?”; y contesta del modo siguiente: 
“El paso desde la físico del cerebro a los hechos correspondientes de la conciencia es inimaginable. Admitimos que un pensamiento definido y una acción molecular tienen lugar simultáneamente en el cerebro; no poseemos el órgano intelectual, ni al parecer rudimentos algunos del órgano que nos permitan pasar del uno a la otra, por medio del razonamiento. Aparecen juntos, pero no sabemos por qué. Si nuestra mente y sentidos fueran tan vastos, tan potentes y luminosos que nos permitiesen ver y sentir las moléculas mismas del cerebro; si fuéramos capaces de seguir todos sus movimientos, todas sus agrupaciones, todas sus descargas eléctricas, si las hay; y si conociésemos íntimamente los estados correspondientes del pensamiento y de la sensación, nos encontraríamos igualmente lejos de la solución del problema. ¿Cómo se hallan relacionados estos procedimientos físicos con los hechos de la conciencia ? El abismo entre las dos clases de fenómenos continuaría siendo intelectualmente infranqueable.”
Así, pues, parece que hay mucha menos discrepancia entre los ocultistas y la ciencia moderna, que entre los primeros y los sustancialistas.


Estos confunden lastimosamente las fases subjetivas con las objetivas de todos los fenómenos, la cual no hacen los hombres de ciencia, a pesar de que limitan lo subjetivo tan sólo a los fenómenos terrestres. En este punto han escogido el método cartesiano respecto de los átomos y de las moléculas; nosotros somos partidarios de las antiguas creencias filosóficas primitivas, tan intuitivamente percibidas por Leibnitz. Nuestro sistema puede, pues, llamarse lo que era: “Espiritualista y Atomista.”
Los sustancialistas hablan con gran desdén de la teoría vibratoria de la ciencia. Pero ti menos que prueben que sus opiniones pueden explicar también como aquélla los fenómenos, llenando, además, los presentes vacíos de las hipótesis modernas, no tienen derecho a emplear semejante tono. 
Como todas esas teorías y especulaciones son tan sólo provisionales, mejor es que no nos ocupemos de ellas. 
La ciencia ha hecho maravillosos descubrimientos en el aspecto objetivo de todos los fenómenos físicos. En donde realmente se equivoca, es cuando percibe sólo en la materia -esto es, en la materia que conoce- el alfa y la omega de todos los fenómenos.

El rechazar, sin embargo, la teoría científica de las vibraciones del sonido y de la luz, es exponerse al ridículo tanto como los hombres de ciencia, cuando rechazan los fenómenos físicos y objetivos espiritistas, atribuyéndolos al fraude. La ciencia ha determinado y probado con exactitud la rapidez de la marcha de las ondas sonoras, y ha imitado artificialmente -fundándose en la transmisión del sonido por estas ondas- la voz humana y otros fenómenos acústicos. La sensación del sonido -la respuesta de los
sentidos a un estimulante objetivo (vibraciones atmosféricas)- es un asunto de conciencia: y llamar al sonido una “Entidad” en este plano, es objetivar del modo más ridículo un fenómeno subjetivo, que, después de todo, no es más que un efecto -el extremo inferior de una sucesión de causas.

Si el Materialismo lo atribuye todo a la materia objetiva, y no puede ver el origen y las causas primarias de las Fuerzas, tanto peor para los materialistas; pues sólo demuestra la limitación de sus propias facultades de ver y oir, limitación que Huxley reconoce, puesto que según confesión propia, no puede determinar los límites de nuestros sentidos, y, sin embargo, confirma su tendencia materialista, localizando el sonido tan sólo en las células de materia y en nuestro plano de sensación. Véase el gran biólogo empequeñeciendo nuestros sentidos y los poderes del hombre y de la Naturaleza en su lenguaje ultra poético usual. Oídle (según lo cita Sterling en Concerning Protoplasm) hablar de “el silencio maravilloso de un bosque tropical al medio día”, el cual, “después de todo, sólo es debido a la torpeza de nuestro oído; y si éste pudiera percibir solamente los murmullos de los diminutos maelstroms al girar en las innumerables miríadas de células vivas que constituyen a cada árbol, nos aturdiría como el ruido de una gran ciudad.”

Además, ahí están el teléfono y el fonógrafo para echar por tierra toda teoría que no sea la vibratoria, por más materializada que haya sido. Por tanto, el intento de los sustancialistas «de demostrar la falsedad de la teoría ondulatoria del sonido, según se enseña universalmente, y de presentar el bosquejo de la teoría sustancial de la acústica, no puede tener resultado. Si demostrasen que el sonido no es un modo de movimiento en su origen, y que las fuerzas no son las meras cualidades y propiedad de la materia, inducidas y producidas, en, por y a través de la materia bajo ciertas condiciones, obtendrían un gran triunfo. Pero ya sea como sustancia, como materia o como efecto, el sonido y la luz nunca podrán ser divorciados de sus modos de manifestación por medio de vibraciones; pues toda la Naturaleza oculta o subjetiva, es un movimiento continuo perpetuo de vibraciones VORTIJINOSAS.



NOTAS

(1) Esto es emplear una palabra muy errónea. Véase el texto. – H.P.B.
(2) El empleo de los términos “materia o sustancia existente en condiciones suprasensibles” o “estados suprasensibles de la materia” evitaría una severa pero justa crítica, no sólo por parte de los hombres de ciencia, sino por parte de cualquier persona de mediana ilustración que conozca el valor de los términos.
(3) Inútil es recordar de nuevo al lector, que por Elementos no deben entenderse el aire, el agua y la tierra compuestos, que están presentes a nuestras percepciones terrestres y sensibles, sino los Elementos noumenos de los Antiguos.

(4) Además, los Sustancialistas llaman Espíritu a aquello que llamamos la mente (Manas), y así es el Alma, quien, entre ellos toma el lugar de ATMA ; en una palabra, confunden el vehículo con el Conductor interno.

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