“Por un lado, oh Kṛṣṇa, tú ensalzas la renuncia a la acción, y
sin embargo, también alabas su recta ejecución. Dime, pues,
con certeza, ¿cuál de las dos es mejor?”
KṚṢṆA:
“La renuncia a la acción, así como la devoción a través de la
acción, son ambas medios hacia la emancipación final, pero de
estas dos, la devoción es mejor que la renuncia. Es considerado
como un asceta1, aquél que no busca nada, ni nada rechaza y
que está libre de la influencia de los ‘pares de opuestos’2, oh tú
de poderosos brazos; sin dificultad él es liberado de los lazos
forjados por la acción. Son sólo los niños y no los sabios los
que hablan de renunciar a la acción3 y de la recta ejecución de
la acción4, como si éstas fueran cosas diferentes. Aquél que
practica en forma perfecta una de ellas recibe los frutos de
ambas; y el sitial5 que es ganado por el renunciador de la acción
también es logrado por aquél que es devoto en la acción. Está
viendo en forma clara, aquel hombre que ve que las doctrinas
del Sāṃkhya y del Yoga son idénticas. Sin embargo, el logro de
la verdadera renuncia a la acción sin la devoción a través de la
acción, es bien difícil, oh tú de poderosos brazos; mientras que
el devoto que está comprometido con la recta ejecución de sus deberes, se acerca al Espíritu Supremo en corto tiempo.
El
hombre de corazón ya purificado, que tiene su cuerpo enteramente
controlado, sus sentidos restringidos, y para quien el único yo
es el Yo de todas las criaturas, ese no queda manchado ni aún
en la ejecución de sus propias obras. El devoto que sabe la
divina verdad, piensa: “yo nada hago”, aun cuando él ve, oye,
palpa, huele, come, se mueve, duerme, respira; y aun cuando
habla, expele o ingiere, abre o cierra sus ojos;; pues él dice: “los
sentidos y órganos se mueven tan sólo por natural impulso
hacia sus apropiados objetos”.
Quienquiera que al actuar dedica sus acciones al Espíritu Supremo y pone de lado todo interés egoísta en sus resultados, ese queda sin ser tocado por el pecado, de igual manera que a la hoja del loto no le afecta en nada el agua. Por la purificación del corazón, los verdaderos devotos ejecutan acciones con sus cuerpos, con sus mentes, con su comprensión y con sus sentidos, poniendo de lado todo autointerés. El hombre que es devoto y no está apegado al fruto de sus acciones, logra la tranquilidad; en tanto que aquél, que a través del deseo tiene apego por el fruto de la acción, permanece atado por ello6. El sabio auto-restringido, habiendo renunciado en su corazón a toda acción, habita en el descanso, en la “ciudad de las nueve puertas, que es su morada”7 y ni actúa ni causa acción8.”
“El Señor del mundo, ni crea la facultad de actuar, ni las
acciones, ni la conexión entre la acción y sus frutos; pero es la
naturaleza la que prevalece en todo ello.
El Señor no recibe las
acciones del hombre, ya sean estas pecaminosas o llenas de
méritos9.
La verdad está oscurecida por aquello que no es verdad, es por esto que todas las criaturas son conducidas por sendas
equivocadas. Pero en aquéllos para quienes el conocimiento del
verdadero Yo ha dispersado a la ignorancia, entonces, lo Supremo,
como si esos seres hubieran sido iluminados por un rayo del sol,
queda revelado. Aquéllos cuyas almas están en el Espíritu; cuyo
refugio está en ello, que están determinados a ello y purificados
por el conocimiento de todo pecado, esos van a ese lugar del
cual ya no hay retorno.”
“El sabio iluminado, considera con la misma mentalidad a un
iluminado y desapegado brahmán, a una vaca, a un elefante o a
un perro, y hasta a un descastado que come carne de perro. Esos
que así preservan una mente ecuánime ganan el cielo, aún en
esta misma vida, porque lo Supremo está libre de pecado y es
ecuánime; y es así que ellos descansan en el Espíritu Supremo.
El hombre que conoce el Espíritu Supremo, que no está
ilusionado, y que está fijo en ello, no se regocija al obtener lo
que es placentero, ni se lamenta cuando se encuentra lo que es
desagradable.
En tanto que aquél cuyo corazón no está apegado
a los objetos de los sentidos, encuentra placer dentro de sí
mismo, y, a través de la devoción, queda unido con lo Supremo
y goza la bienaventuranza imperecedera. Porque esos gozos que
surgen a través del contacto de los sentidos con los objetos
externos, son matrices de dolor, ya que ellos tienen un
comienzo y también un final; ¡oh hijo de Kuntī!, el sabio no se
deleita en esos gozos. Aquél que, mientras vive en este mundo y
antes de la liberación del alma del cuerpo, puede resistir el
impulso que se alza del deseo y de la ira, es devoto y es un
bendito. El hombre que es feliz en sí mismo y que está
iluminado interiormente, es un devoto; y participando de la
naturaleza del Espíritu Supremo, él se sumerge en Eso.
Tales
sabios iluminados, cuyos pecados están extinguidos, que están libres de ilusión, que tienen sus sentidos y sus órganos bajo
control, y que son devotos del bien de todas las criaturas,
obtienen la asimilación en el Espíritu Supremo10. La
asimilación con el Espíritu Supremo es, antes y después de la
muerte, algo para aquéllos que están libres del deseo y de la ira,
que son templados, de pensamientos restringidos, y que están
familiarizados con el verdadero Yo.”
“El anacoreta que cierra su alma plácida a todo sentido del
tacto, con la mirada fija en medio de su entrecejo; que hace que
el aliento pase a través de ambas ventanas nasales con igual
uniformidad, tanto en la inspiración como en la expiración, y
cuyos sentidos y órganos, junto con su corazón y su
comprensión, están bajo control, y que ha puesto su corazón en
la liberación y está siempre libre del deseo y de la ira, ese es
emancipado del nacimiento y de la muerte aún en esta vida. Y
conociendo que Yo, el gran Señor de los mundos, soy el
disfrutador de todos los sacrificios y penitencias y el amigo de
todas las criaturas, él me obtendrá a mí y será bendito.”
Y así, en la Upanishad, llamada la sagrada Bhagavad Gita, en
la ciencia del Supremo Espíritu, en el libro de la devoción, en el
coloquio entre el santo Kṛṣṇa y Arjuna, está el Quinto Capítulo,
de nombre—
DEVOCIÓN POR MEDIO DE LA RENUNCIA A LA ACCIÓN.
________________________________________________
NOTAS
NOTAS
1- Esto es, uno que realmente ha renunciado.
2- Esto es, lo frío y lo caliente, el placer y el dolor, la miseria y la felicidad,
etc.
3- La escuela Sāṃkhya.
4- La escuela del Yoga.
5- El Nirvāṇa o emancipación.
6- Esto se refiere no sólo al efecto en el hombre ahora, en vida, sino también
a la “atadura al renacimiento” que tal acción causa.
7- Esto es el cuerpo con sus nueve aperturas, a través de las cuales las
impresiones son recibidas. Ej: los ojos, los oídos, la boca, la nariz, etc.
8- El sabio que se ha unido él mismo a la verdadera conciencia, permanece
en el cuerpo para beneficio de la humanidad.
9- Para poder comprender claramente esto, es necesario recordar que en la
filosofía Védica se sostiene que todas las acciones, ya sean éstas buenas o malas, son producidas por las tres cualidades o guṇas: sattva, rajas, tamas,
que son inherentes en todo, a través de la evolución. Esto queda establecido
extensamente en el capítulo séptimo; y en el capítulo decimotercero está la
manera por medio de la cual esas cualidades se muestran a sí mismas.
10- Esto es el conocimiento directo del Yo.
COMENTARIO AL CAPÍTULO V
El nombre de este capítulo en Sánscrito es: “Karmasaṃnyāsayoga”, que quiere decir:
“El Libro de la Religión mediante la Renunciación del Fruto de las Obras”.
Este capítulo siempre me ha parecido uno de los más importantes en toda la Bhagavad Gītā.
Como el poema está dividido en dieciocho partes, este capítulo se encuentra más allá de la primera división, porque el número total ha de ser dividido en seis grupos de tres capítulos y nosotros acabamos de terminar cuatro. Arjuna ha traído a colación los argumentos, las objeciones y los puntos de vista que pertenecen a dos grandes escuelas Indas llamadas Sāṃkhya y Yoga, una de las cuales recomienda a sus devotos renunciar a todas las obras y no hacer nada en absoluto, mientras que la otra llama a la ejecución de obras.
Estas visiones divergentes causan naturalmente grandes diferencias en la práctica, porque a los seguidores de un sistema se les encontrará en continua labor y, a los del otro, en continua inacción. Por lo tanto, en la India encontramos, aún en nuestros días, un gran número de ascetas que permanecen inertes, mientras que, por otro lado, nos encontramos con aquellos que continúan creando Karma teniendo en perspectiva la salvación. Tan sólo una pequeña reflexión le mostrará al estudiante que el único resultado de una acción, como tal, será la continuación de esa acción y, por lo tanto, que ninguna cantidad de meras obras conferirá por, sí misma, el Nirvāṇa o el descanso del Karma. El único producto directo del Karma es Karma y esta dificultad se alza delante de Arjuna en esta quinta conversación.
Él dice: “Tú encomias, Oh Kṛṣṇa, la renunciación de las obras; por otra parte, la devoción a través de ellas. Dime, entonces, con precisión, cual de estas dos es el mejor camino.” A lo que Kṛṣṇa contesta: “El cesar de obrar Está bien y hacer las obras por santidad Está bien; y ambos conducen a la bienaventuranza suprema; Pero de estos dos el mejor camino es el de Quien, obrando piadosamente, no se abstiene. Ese es el verdadero Renunciante, firme y fijo, Quien, buscando nada, rechazando nada, vive a prueba Contra los ‘opuestos’.” El significado de las palabras del maestro ha sido interpretado por algunos así: en tanto que la vida del asceta es muy dura y casi imposible para la mayoría de los hombres, es más sabio hacer acciones buenas, ahora, con la esperanza de que ellas conducirán más adelante hacia un nacimiento favorable en ambientes tales que la renuncia completa de la acción, en lo externo, será entonces una tarea fácil.
Por lo tanto, no se intentó presentar estas dos clases de prácticas ante el estudiante para que él eligiera, ni se le pone en un dilema obligándole a escoger. Yo no creo que este sea el significado, sino que, por el contrario, la aparente alternativa fácil de ejecutar acciones apropiadamente es, en realidad, la más difícil de las empresas. Y, no importa todo lo que nosotros queramos esperar por un nacimiento favorable, por un muy esperado ambiente, que no sólo nos permitirá el nuevo estilo de vida, sino que de hecho, nos lo imponga, ello nunca nos llegará hasta que hayamos aprendido cuál es la recta forma de acción. Este aprendizaje no puede ser adquirido por una renunciación a las obras ahora mismo. En verdad, se puede tomar por un hecho que ninguna persona podrá renunciar al mundo a menos de que haya pasado ya a través de la otra experiencia en alguna otra vida. Es posible encontrar unas cuantas personas que intentan hacerlo, pero si ellos no han pasado por toda acción y obra, no pueden seguir adelante.
El carácter del hombre interno mismo es la verdadera prueba. No importa cuántas veces y durante cuántas vidas él haya renunciado al mundo, si su naturaleza interior no ha hecho la renuncia, él será el mismo hombre durante todo el período y, cuando quiera que sea, en una de sus vidas ascéticas, se presente la nueva y apropiada tentación o circunstancia, el caerá de su elevado y externo ascetismo. El hecho de que nuestra visión, en cuanto a la extrema dificultad de la recta renunciación a través de la acción, es correcta, podemos referirnos a lo que Kṛṣṇa dice más adelante en el capítulo: “¡Pero semejante abstracción, Jefe! Es difícil de conquistar sin gran santidad.” Kṛṣṇa alaba a ambas escuelas, diciéndole a Arjuna que los discípulos de cada una llegarán a un fin similar; pero él dice que la recta ejecución de la acción es mejor. Nosotros tenemos entonces que reconciliar estas dos. Si una es mejor que la otra y, no obstante ambas conducen a la misma meta, entonces debe haber alguna razón para hacer tal comparación o, de lo contrario, el resultado será una confusión desesperante. Actuando sobre su aparente conclusión de ambos sistemas, muchos buscadores han abandonado la acción esperando con ello ganar la salvación.
Ellos han ignorado el sexto verso que dice: “Oh tú de poderosos brazos, es difícil alcanzar la verdadera renunciación sin la recta ejecución de la acción; el devoto que rectamente ejecuta la acción, alcanza la verdadera renunciación en poco tiempo”. Aquí, otra vez, un alto sitial es asignado a la ejecución de la acción. Parece bien claro que lo que Kṛṣṇa quiso decir fue que la renuncia a la acción en cualquier vida, seguida por la misma conducta en todas las vidas sub-siguientes, que son así afectadas, al fin conducirán al renunciante a llegar a considerar cómo es que él ha de empezar el abandono de ese tipo de renuncia a los frutos de ellas. Muchos ocultistas consideran que esta es la perspectiva correcta. Es bien conocido que el ego, volviendo a la regeneración, es afectado por las acciones de sus nacimientos previos, no sólo circunstancialmente, en las variadas vicisitudes de la vida, sino también en la tendencia de la naturaleza hacia cualquier tipo particular de práctica religiosa y este efecto opera por largo tiempo o número de nacimientos exactamente proporcionado con la intensidad de la práctica previa.
Y naturalmente, en el caso de uno que deliberadamente renunció a todo en el mundo, dedicándose al ascetismo por muchos años, el efecto sería sentido por muchas vidas y mucho tiempo después que las otras impresiones temporales se han desvanecido. Siguiendo en esta forma por muchos nacimientos, el hombre adquiere, al fin, esa claridad de visión interna que le induce a percibir el método que realmente debe seguir. Además del desarrollo natural, él será asistido por esas mentes que de seguro ha de ir encontrando, que han pasado por toda la experiencia necesaria. Apoyo adicional para estas sugerencias pueden ser encontrados en el sexto capítulo, en los versos que se refieren al renacimiento de tales discípulos: “Así tiene él detrás aquellas cumbres del corazón Que él logró, y así se esfuerza de nuevo Hacia la perfección, con mayor esperanza, ¡querido Príncipe! Porque por el viejo deseo él es inducido Inadvertidamente1.
Aquello por el cual debemos esforzarnos comprender, es como renunciar al fruto de nuestras acciones y qué es lo que Kṛṣṇa quiere decir cuando nos habla de ejecutar acciones como una forma de renunciación. El efecto contaminador de una acción no se halla en la naturaleza misma de la cosa que se hace, ni el resultado purificador resulta de cual labor podemos hacer, sino que, en ambos casos: el pecado o el mérito se encuentra en el sentimiento interior que acompaña a la acción. Un individuo puede donar millones en limosnas y sin embargo no beneficiar su carácter verdadero en lo más mínimo. Es verdad que él cosechará la recompensa material, tal vez en otra vida, pero eso aún no traerá ningún beneficio, ya que él continuará siendo el mismo ser. Y sin embargo, otro puede dar solamente palabras amables o muy pequeñas sumas, ya que eso es todo lo que él tiene para dar, pero saliendo con ello mucho más beneficiado por el sentimiento que acompaña cada acto a lo largo de su progreso acelerado por el ascendente arco hacia la unión con el espíritu.
En el Testamento Cristiano encontramos a Jesús de Nazaret aplicando este punto de vista en la parábola acerca de la limosna de la viuda, que él consideró de mayor valor que todo lo que habían dado los otros. El no pudo haberse referido al valor intrínseco de la moneda, ni tampoco a la acción que allí se evaluaba, pues esa cantidad era fácilmente determinable; él sólo vio el sentimiento interior de la pobre mujer cuando ella dio todo lo que tenía. No importa cual sea la dirección en que actuamos, podemos percibir cuán difícil es ser un renunciante verdadero.
Y no podemos esperar alcanzar la perfección de esta mejor forma de renunciación por la acción en esta vida, sea esta la vida que hemos comenzado o sea el veinteavo de tales esfuerzos. Sin embargo podemos intentarlo y tal es nuestro deber; si perseveramos, la tendencia hacia la recta comprensión aumentará con cada vida, más rápidamente de lo que sería posible de otra manera. Y aún en la alta meta que es la aspiración al discipulado bajo un maestro y hasta en el mismo Adeptado, nos encontramos con la misma dificultad.
Esta aspiración es loable por encima de la mayor parte de las cosas que podemos formularnos, pero cuando fríamente nos preguntamos, después que la aspiración ha sido formada: “¿Por qué tengo esta aspiración; por qué quiero estar próximo al Maestro?”, nos vemos obligados a admitir que el motivo impulsador para la adquisición de la aspiración estaba manchado por el egoísmo. Podemos fácilmente probar esto con solo inquirir dentro de nuestra propia conciencia si tuvimos esa aspiración para nosotros mismos o para la gran masa de la humanidad, ya sean ricos o pobres, despreciables o nobles; y si seríamos capaces de sentirnos contentos si nos dijeran súbitamente que nuestro hondo anhelo le ha dado beneficio a otros y que nosotros hemos de esperar unas diez vidas más.
Podríamos estar seguros de que la respuesta es que estaríamos muy apesadumbrados. En el doceavo verso del poema encontramos el remedio a esta dificultad, así como con la dificultad misma, porque claramente dice allí: “El recto ejecutante de la acción, abandonando el fruto de la misma, logra el descanso a través de la devoción; el errado ejecutante de la acción, apegado al fruto de aquello, permanece atado por causa del deseo”. Estas instrucciones resultarán bien difíciles para todos aquellos que viven para sí mismos y que en ningún grado menor han comenzado a creer que ellos no están aquí por sus propios beneficios.
Pero cuando sentimos que no hay separación entre nosotros y ninguna otra criatura y que nuestro Yo Superior nos conduce a través de todas las experiencias de la vida hasta el final de que nosotros habremos de reconocer la unidad de todo, entonces, en vez de actuar continuamente en modo contrario a los objetos de ese Yo Superior, tratamos de adquirir la recta creencia y aspiración.
Ni debemos tampoco ser detenidos, como son algunos, por la extrema dificultad de eliminar el deseo egoísta por el progreso. Esa será la labor durante muchas vidas y debemos comenzarla voluntariamente tan pronto como nos es conocida, en vez de esperar a que se nos imponga forzosamente a través del sufrimiento y de múltiples derrotas.
El error común cometido por los estudiantes de Teosofía, así como por los estudiantes que están fuera del movimiento, es rectificado en este capítulo. Es el hábito de muchos decir que, si estas doctrinas son seguidas al pie de la letra, el resultado sería un ser a quien no le importa nada sino la calma que viene con la extinción en el Supremo Espíritu, esto es: el egoísmo extremo. Y los escritores populares contribuyen a esta ridícula impresión, como lo podemos ver en los numerosos artículos sobre el tema. Entre esos escritores, el sólo seguir de la “idea del engrandecimiento personal”, es el veneno de la era actual, tal como lo piensan los ocultistas, pero que resulta ser la principal belleza a los ojos de aquellos a quienes me estoy refiriendo. Kṛṣṇa lo pone bien claro en el verso veinticinco:
El nombre de este capítulo en Sánscrito es: “Karmasaṃnyāsayoga”, que quiere decir:
“El Libro de la Religión mediante la Renunciación del Fruto de las Obras”.
Este capítulo siempre me ha parecido uno de los más importantes en toda la Bhagavad Gītā.
Como el poema está dividido en dieciocho partes, este capítulo se encuentra más allá de la primera división, porque el número total ha de ser dividido en seis grupos de tres capítulos y nosotros acabamos de terminar cuatro. Arjuna ha traído a colación los argumentos, las objeciones y los puntos de vista que pertenecen a dos grandes escuelas Indas llamadas Sāṃkhya y Yoga, una de las cuales recomienda a sus devotos renunciar a todas las obras y no hacer nada en absoluto, mientras que la otra llama a la ejecución de obras.
Estas visiones divergentes causan naturalmente grandes diferencias en la práctica, porque a los seguidores de un sistema se les encontrará en continua labor y, a los del otro, en continua inacción. Por lo tanto, en la India encontramos, aún en nuestros días, un gran número de ascetas que permanecen inertes, mientras que, por otro lado, nos encontramos con aquellos que continúan creando Karma teniendo en perspectiva la salvación. Tan sólo una pequeña reflexión le mostrará al estudiante que el único resultado de una acción, como tal, será la continuación de esa acción y, por lo tanto, que ninguna cantidad de meras obras conferirá por, sí misma, el Nirvāṇa o el descanso del Karma. El único producto directo del Karma es Karma y esta dificultad se alza delante de Arjuna en esta quinta conversación.
Él dice: “Tú encomias, Oh Kṛṣṇa, la renunciación de las obras; por otra parte, la devoción a través de ellas. Dime, entonces, con precisión, cual de estas dos es el mejor camino.” A lo que Kṛṣṇa contesta: “El cesar de obrar Está bien y hacer las obras por santidad Está bien; y ambos conducen a la bienaventuranza suprema; Pero de estos dos el mejor camino es el de Quien, obrando piadosamente, no se abstiene. Ese es el verdadero Renunciante, firme y fijo, Quien, buscando nada, rechazando nada, vive a prueba Contra los ‘opuestos’.” El significado de las palabras del maestro ha sido interpretado por algunos así: en tanto que la vida del asceta es muy dura y casi imposible para la mayoría de los hombres, es más sabio hacer acciones buenas, ahora, con la esperanza de que ellas conducirán más adelante hacia un nacimiento favorable en ambientes tales que la renuncia completa de la acción, en lo externo, será entonces una tarea fácil.
Por lo tanto, no se intentó presentar estas dos clases de prácticas ante el estudiante para que él eligiera, ni se le pone en un dilema obligándole a escoger. Yo no creo que este sea el significado, sino que, por el contrario, la aparente alternativa fácil de ejecutar acciones apropiadamente es, en realidad, la más difícil de las empresas. Y, no importa todo lo que nosotros queramos esperar por un nacimiento favorable, por un muy esperado ambiente, que no sólo nos permitirá el nuevo estilo de vida, sino que de hecho, nos lo imponga, ello nunca nos llegará hasta que hayamos aprendido cuál es la recta forma de acción. Este aprendizaje no puede ser adquirido por una renunciación a las obras ahora mismo. En verdad, se puede tomar por un hecho que ninguna persona podrá renunciar al mundo a menos de que haya pasado ya a través de la otra experiencia en alguna otra vida. Es posible encontrar unas cuantas personas que intentan hacerlo, pero si ellos no han pasado por toda acción y obra, no pueden seguir adelante.
El carácter del hombre interno mismo es la verdadera prueba. No importa cuántas veces y durante cuántas vidas él haya renunciado al mundo, si su naturaleza interior no ha hecho la renuncia, él será el mismo hombre durante todo el período y, cuando quiera que sea, en una de sus vidas ascéticas, se presente la nueva y apropiada tentación o circunstancia, el caerá de su elevado y externo ascetismo. El hecho de que nuestra visión, en cuanto a la extrema dificultad de la recta renunciación a través de la acción, es correcta, podemos referirnos a lo que Kṛṣṇa dice más adelante en el capítulo: “¡Pero semejante abstracción, Jefe! Es difícil de conquistar sin gran santidad.” Kṛṣṇa alaba a ambas escuelas, diciéndole a Arjuna que los discípulos de cada una llegarán a un fin similar; pero él dice que la recta ejecución de la acción es mejor. Nosotros tenemos entonces que reconciliar estas dos. Si una es mejor que la otra y, no obstante ambas conducen a la misma meta, entonces debe haber alguna razón para hacer tal comparación o, de lo contrario, el resultado será una confusión desesperante. Actuando sobre su aparente conclusión de ambos sistemas, muchos buscadores han abandonado la acción esperando con ello ganar la salvación.
Ellos han ignorado el sexto verso que dice: “Oh tú de poderosos brazos, es difícil alcanzar la verdadera renunciación sin la recta ejecución de la acción; el devoto que rectamente ejecuta la acción, alcanza la verdadera renunciación en poco tiempo”. Aquí, otra vez, un alto sitial es asignado a la ejecución de la acción. Parece bien claro que lo que Kṛṣṇa quiso decir fue que la renuncia a la acción en cualquier vida, seguida por la misma conducta en todas las vidas sub-siguientes, que son así afectadas, al fin conducirán al renunciante a llegar a considerar cómo es que él ha de empezar el abandono de ese tipo de renuncia a los frutos de ellas. Muchos ocultistas consideran que esta es la perspectiva correcta. Es bien conocido que el ego, volviendo a la regeneración, es afectado por las acciones de sus nacimientos previos, no sólo circunstancialmente, en las variadas vicisitudes de la vida, sino también en la tendencia de la naturaleza hacia cualquier tipo particular de práctica religiosa y este efecto opera por largo tiempo o número de nacimientos exactamente proporcionado con la intensidad de la práctica previa.
Y naturalmente, en el caso de uno que deliberadamente renunció a todo en el mundo, dedicándose al ascetismo por muchos años, el efecto sería sentido por muchas vidas y mucho tiempo después que las otras impresiones temporales se han desvanecido. Siguiendo en esta forma por muchos nacimientos, el hombre adquiere, al fin, esa claridad de visión interna que le induce a percibir el método que realmente debe seguir. Además del desarrollo natural, él será asistido por esas mentes que de seguro ha de ir encontrando, que han pasado por toda la experiencia necesaria. Apoyo adicional para estas sugerencias pueden ser encontrados en el sexto capítulo, en los versos que se refieren al renacimiento de tales discípulos: “Así tiene él detrás aquellas cumbres del corazón Que él logró, y así se esfuerza de nuevo Hacia la perfección, con mayor esperanza, ¡querido Príncipe! Porque por el viejo deseo él es inducido Inadvertidamente1.
Aquello por el cual debemos esforzarnos comprender, es como renunciar al fruto de nuestras acciones y qué es lo que Kṛṣṇa quiere decir cuando nos habla de ejecutar acciones como una forma de renunciación. El efecto contaminador de una acción no se halla en la naturaleza misma de la cosa que se hace, ni el resultado purificador resulta de cual labor podemos hacer, sino que, en ambos casos: el pecado o el mérito se encuentra en el sentimiento interior que acompaña a la acción. Un individuo puede donar millones en limosnas y sin embargo no beneficiar su carácter verdadero en lo más mínimo. Es verdad que él cosechará la recompensa material, tal vez en otra vida, pero eso aún no traerá ningún beneficio, ya que él continuará siendo el mismo ser. Y sin embargo, otro puede dar solamente palabras amables o muy pequeñas sumas, ya que eso es todo lo que él tiene para dar, pero saliendo con ello mucho más beneficiado por el sentimiento que acompaña cada acto a lo largo de su progreso acelerado por el ascendente arco hacia la unión con el espíritu.
En el Testamento Cristiano encontramos a Jesús de Nazaret aplicando este punto de vista en la parábola acerca de la limosna de la viuda, que él consideró de mayor valor que todo lo que habían dado los otros. El no pudo haberse referido al valor intrínseco de la moneda, ni tampoco a la acción que allí se evaluaba, pues esa cantidad era fácilmente determinable; él sólo vio el sentimiento interior de la pobre mujer cuando ella dio todo lo que tenía. No importa cual sea la dirección en que actuamos, podemos percibir cuán difícil es ser un renunciante verdadero.
Y no podemos esperar alcanzar la perfección de esta mejor forma de renunciación por la acción en esta vida, sea esta la vida que hemos comenzado o sea el veinteavo de tales esfuerzos. Sin embargo podemos intentarlo y tal es nuestro deber; si perseveramos, la tendencia hacia la recta comprensión aumentará con cada vida, más rápidamente de lo que sería posible de otra manera. Y aún en la alta meta que es la aspiración al discipulado bajo un maestro y hasta en el mismo Adeptado, nos encontramos con la misma dificultad.
Esta aspiración es loable por encima de la mayor parte de las cosas que podemos formularnos, pero cuando fríamente nos preguntamos, después que la aspiración ha sido formada: “¿Por qué tengo esta aspiración; por qué quiero estar próximo al Maestro?”, nos vemos obligados a admitir que el motivo impulsador para la adquisición de la aspiración estaba manchado por el egoísmo. Podemos fácilmente probar esto con solo inquirir dentro de nuestra propia conciencia si tuvimos esa aspiración para nosotros mismos o para la gran masa de la humanidad, ya sean ricos o pobres, despreciables o nobles; y si seríamos capaces de sentirnos contentos si nos dijeran súbitamente que nuestro hondo anhelo le ha dado beneficio a otros y que nosotros hemos de esperar unas diez vidas más.
Podríamos estar seguros de que la respuesta es que estaríamos muy apesadumbrados. En el doceavo verso del poema encontramos el remedio a esta dificultad, así como con la dificultad misma, porque claramente dice allí: “El recto ejecutante de la acción, abandonando el fruto de la misma, logra el descanso a través de la devoción; el errado ejecutante de la acción, apegado al fruto de aquello, permanece atado por causa del deseo”. Estas instrucciones resultarán bien difíciles para todos aquellos que viven para sí mismos y que en ningún grado menor han comenzado a creer que ellos no están aquí por sus propios beneficios.
Pero cuando sentimos que no hay separación entre nosotros y ninguna otra criatura y que nuestro Yo Superior nos conduce a través de todas las experiencias de la vida hasta el final de que nosotros habremos de reconocer la unidad de todo, entonces, en vez de actuar continuamente en modo contrario a los objetos de ese Yo Superior, tratamos de adquirir la recta creencia y aspiración.
Ni debemos tampoco ser detenidos, como son algunos, por la extrema dificultad de eliminar el deseo egoísta por el progreso. Esa será la labor durante muchas vidas y debemos comenzarla voluntariamente tan pronto como nos es conocida, en vez de esperar a que se nos imponga forzosamente a través del sufrimiento y de múltiples derrotas.
El error común cometido por los estudiantes de Teosofía, así como por los estudiantes que están fuera del movimiento, es rectificado en este capítulo. Es el hábito de muchos decir que, si estas doctrinas son seguidas al pie de la letra, el resultado sería un ser a quien no le importa nada sino la calma que viene con la extinción en el Supremo Espíritu, esto es: el egoísmo extremo. Y los escritores populares contribuyen a esta ridícula impresión, como lo podemos ver en los numerosos artículos sobre el tema. Entre esos escritores, el sólo seguir de la “idea del engrandecimiento personal”, es el veneno de la era actual, tal como lo piensan los ocultistas, pero que resulta ser la principal belleza a los ojos de aquellos a quienes me estoy refiriendo. Kṛṣṇa lo pone bien claro en el verso veinticinco:
“La disolución en el Espíritu Supremo es ganada por el
sabio de recta visión cuyos pecados han sido agotados,
que ha cortado de un tajo todas las dudas, cuyos sentidos
y órganos están bajo control, y que es devoto al bienestar
de todas las criaturas.”
Si falta esta última calificación, entonces él no es un “sabio
de recta visión” y no puede lograr la unión con el Supremo.
Hemos de concluir entonces que el más humilde imitador y
cada uno que desee llegar a esta condición, ha de tratar, de la
mejor manera posible, de imitar al sabio que lo ha logrado. Tal
es la palabra del Maestro; porque Él dice en varios lugares que,
si esperamos tener Su ayuda, hemos de aplicarnos al trabajo de
ayudar a la humanidad en la medida de nuestras capacidades.
No se exige nada más que esto.
________________________________________1- Las letras bastardillas son mías. –B.
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