Las diferentes piezas del mecanismo, son todas realmente meros instrumentos
del ego mientras el dominio de estas sobre ellas esté aún muy incipiente. Importa
por ello tener siempre presente que el ego es una entidad en desarrollo, no
pasando en la mayoría de nosotros de ser una simple semilla de lo que un día
llegará a ser. Una estancia del libro de Dzyan dice: "aquellos que no recibieron
sino una chispa permanecerán desprovistos de entendimiento: la chispa brillaba
débilmente"; y la señora Blavatsky explica: "aquellos que no recibieron sino una
chispa constituyen la base humana que tiene que adquirir su intelectualidad
mediante la presente evolución manvantárica" (La doctrina Secreta, Cap. 2).
En
el caso de la mayoría, la chispa está ardiendo aún muy floja, y muchas eras
transcurrirán antes de que su lento crecimiento alcance el estado de una llama
fija y resplandeciente. Es verdad que en la literatura teosófica hay pasajes que
parecen dar a entender que nuestro ego superior no necesita evolución, siendo
ya perfecto y divino en su propio plano; pero donde quiera que tales expresiones
hayan sido usadas sea cual fuera la terminología empleada, debe aplicarse tan
sólo al alma, el verdadero dios dentro de nosotros, que, ciertamente, está mucho
más allá de la necesidad de cualquier especie de evolución de la que podamos
saber.
El ego reencarnante, sin duda evoluciona, pudiendo ser claramente visto
el proceso de su evolución por los que desarrollaron la visión clarividente, en la
medida necesaria a la perfección de lo que existe en los niveles superiores del
plano mental. Como ya fue observado, es de materia de este plano (si le
podemos dar el nombre de materia) de lo que se compone el cuerpo causal,
relativamente permanente, que el ego lleva con él a través de nacimientos y
nacimientos hasta el estadio final evolutivo humano. Pero aunque todo ser
individualizado deba poseer necesariamente cuerpo causal (pues es su posesión
lo que constituye la individualidad), la apariencia de ese cuerpo no es la misma
en todos los casos: en el hombre común no desarrollado sus contornos son
imprecisos, y malamente se distinguen incluso entre los dotados de visión que
les abra los secretos de aquel plano; por lo tanto no pasa de ser una simple
película incolora, apenas lo bastante para mantener su conexión y constituir una
individualidad reencarnante y no más.
Sin embargo, cuando el hombre comienza a desarrollar su
intelectualidad, o incluso su intelecto superior, sobreviene un cambio. El
Individuo real comienza a tener una característica propia, y las partes de las que
fueron modeladas en cada una de sus personalidades por las circunstancias
ambientales, inclusive la educación: y aquella característica es representante por
el tamaño, color, luminosidad y precisión del cuerpo causal, del mismo modo que
de la personalidad se muestra el cuerpo mental, con la diferencia de que el
primer vehículo superior es naturalmente, más bello y sutil (véase "Ibidem",
lámina XXI). Sobre otro aspecto difiere también de los cuerpos inferiores: en
ninguna de las circunstancias ordinarias puede el mal manifestarse a través de
él.
El peor de los hombres ha de mostrarse en este plano superior solamente
como entidad no desarrollada; sus vicios, aunque transmitidos de vida a vida, no
pueden manchar su vehículo superior, apenas volverán más difícil el desarrollo
de las virtudes opuestas. Por otro lado, la perseverancia en el camino recto se
refleja inmediatamente en el cuerpo causal; en el caso del discípulo que
progresó en la senda de la santidad, es una visión maravillosa que transciende
toda concepción terrenal (Ipid., lámina XXVI); y en el adepto, es una deslumbrante
esfera de luz y de vida, cuya gloria radiante no hay palabras que lo describan.
Aquel que contempló una vez un espectáculo tan sublime como este y puede
también ver a su alrededor individuos en todas las fases de desarrollo desde esa
película incolora de la persona vulgar, jamás alimentará dudas en cuanto a la
evolución del ego reencarnante. El poder que tiene el ego sobre sus diversos
instrumentos y, por lo tanto, la influencia que en ellos ejerce, es naturalmente
poco apreciable en los estados iniciales. Ni su mente ni sus pasiones están
sobre su control total; en verdad, el hombre común casi no hace esfuerzos para
frenarlos, sino que se deja llevar por aquí y por allá, como sugieren sus
pensamientos o deseos de orden inferior. De esto se difiere porqué en el sueño
las diferentes piezas del mecanismo se encuentran libres para operar casi
enteramente por cuenta propia, sin dependencia del ego, y el estado de su
progreso espiritual es uno de los factores que tenemos que ponderar en la
cuestión de los sueños.
Es importante considerar también la parte que el ego
desempeña en la formación de nuestras concepciones de objetos externos.
Debemos recordar que las vibraciones de los hilos nerviosos simplemente se
limitan a comunicar impresiones al cerebro, y que pertenece al ego, actuando a
través de la mente, la tarea de clasificarlas, combinarlas y recombinarlas.
Cuando por ejemplo, yo miro por la ventana y veo una casa y un árbol,
inmediatamente las identifico, aunque la información transmitida a mí por los ojos
sea por si sola insuficiente para esta identificación. Lo que sucede es que ciertos
rayos luminosos (esto es, corrientes de éter vibrando en determinada longitud de
onda) son reflejados por aquellos objetos e hieren la retina de mi ojo, y los hilos
nerviosos sensibles se ocupan de conducir estas vibraciones al cerebro. ¿Pero
qué es lo que ellos nos tienen que decir?
La información que realmente
transmiten es la de que en determinada dirección existen bloques de colores
variados, limitados por contornos más o menos definidos. Es la mente la que en
virtud de experiencias pasadas, es capaz de discernir que un objeto particular de
superficie blanca representa una casa, y otro rodeado de verde a un árbol; y que
son ambos probablemente de uno u otro orden de tamaño, situándose a esta o
aquella distancia de donde me encuentro.
Aquel que es ciego de nacimiento, que
adquiere la visión por medio de una operación, queda durante largo tiempo sin
saber que son los objetos que ve, y no puede enjuiciar a que distancia se
encuentran. Se da el mismo caso con los recién nacidos. Les vemos muchas
veces queriendo agarrar cosas que están fuera de su alcance (la luna por
ejemplo); pero a medida que van creciendo, aprenden inconscientemente por la
experiencia, el tamaño probable de las formas por él vistas. E incluso las
personas adultas pueden con facilidad engañarse en cuanto a la distancia y la
dimensión de cualquier objeto que no les sea familiar, especialmente si lo ve con
luz difusa e incierta. Se comprende por lo tanto que la visión sólo por sí misma,
no es en absoluto suficiente para una percepción exacta; y que el discernimiento
del ego, actuando a través de la mente, es lo que conduce a la identificación de
las cosas vistas. Y ese discernimiento, además de esto, no es un instinto peculiar
de la comparación inconsciente de muchas experiencias, puntos que deben ser
objetos de cuidadosa atención cuando lleguemos a la próxima división de
nuestro asunto.
C.W. LEADBEATER
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