A pesar de su variedad, toda actuación en el plano astral converge a impulsar, si bien en
débil grado, el proceso evolutivo de la raza. Ocasionalmente se relaciona con el
desenvolvimiento de los mundos inferiores, que es posible acelerar ligeramente bajo
determinadas condiciones.
Nuestros preceptores Adeptos reconocen distintamente un
deber hacia los mundos elemental, vegetal y animal, cuyo progreso en algunos casos
sólo se efectúa por medio de sus relaciones con el hombre. Pero naturalmente, la mayor
y más importante parte de esta acción está relacionada, de uno u otro modo, con el
género humano.
Los servicios prestados son de muchas y varias clases, aunque
principalmente concernientes al desarrollo espiritual del hombre, pues como al principio
dijimos, son rarísimas las mediaciones con objeto material.
No obstante, pueden suceder ocasionalmente, y por más que mi deseo fuera mostrar la
posibilidad de prestar auxilio mental y moral a nuestros prójimos, tal vez convenga
exponer dos o tres ejemplos en que amigos míos auxiliaron materialmente a quienes
estaban en extrema necesidad, a fin de ver por esos ejemplos, cómo concuerda la
experiencia de los protectores con el relato de los protegidos. Estos ejemplos pertenecen
al orden de los que comúnmente se llaman «sucesos providenciales».
Durante la última sublevación de los matabeles, uno de nuestros consocios fue enviado
en comisión de salvamento, lo cual, dicho sea de paso, puede servir como una muestra
de los medios de ejercer protección sobre este mundo inferior. Según parece, cierto
labriego y su familia, habitantes en aquel país, estaban una noche durmiendo
tranquilamente en imaginada seguridad y del todo ajenos a que, cerca de allí,
implacables hordas de salvajes enemigos estaban emboscados ideando infernales
arterías de muerte y depredación.
Nuestro consocio llevaba el encargo de infundir en la
dormida familia el sentimiento del terrible peligro que tan inadvertidamente la
amenazaba, pero no veía manera fácil de cumplirlo. Inútilmente trató de suscitar en el
cerebro del colono la idea del inminente peligro, y como la urgencia del caso requería
medidas extremas, resolvió nuestro amigo materializarse lo suficiente para sacudir por
el brazo a la esposa del labriego e incitarla a levantarse y mirar en torno. Desvanecióse
nuestro amigo en cuanto vió que había logrado su intento, y la mujer del labriego ignora
todavía quién de sus vecinos la despertara tan oportunamente para salvar la vida de toda
la familia que, sin aquella misteriosa intervención, hubiera sido asesinada en sus camas
hora y media más tarde. No comprende aún la buena mujer cómo el compasivo vecino
pudo protegerla en aquella ocasión, estando cuidadosamente atrancadas todas las
puertas y ventanas de la granja.
Al verse tan bruscamente despertada, creyó la labriega que había soñado. Sin embargo,
se levantó de la cama y exploró la granja para convencerse de que todo estaba en su
sitio, siendo gran fortuna el que así lo hiciese, pues si bien nada notó de anormal en la
puertas, echó de ver, en el momento de abrir un postigo, que el cielo estaba enrojecido
por efecto de un lejano incendio. Despertó entonces a su marido y familia, pudiendo
refugiarse, gracias a este oportuno aviso, en el poblado próximo, a donde llegaron en el
preciso momento en que los salvajes arrasaban los campos y destruían la granja, aunque
contrariados por no hallar la presa humana que esperaban. Puede el lector imaginarse la
emoción que experimentaría nuestro consocio, al leer algún tiempo después en los
periódicos la providencial salvación de aquella familia.
Charles Webster Leadbeater
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