martes, 22 de enero de 2019

Intervención oportuna



A pesar de su variedad, toda actuación en el plano astral converge a impulsar, si bien en débil grado, el proceso evolutivo de la raza. Ocasionalmente se relaciona con el desenvolvimiento de los mundos inferiores, que es posible acelerar ligeramente bajo determinadas condiciones. 
Nuestros preceptores Adeptos reconocen distintamente un deber hacia los mundos elemental, vegetal y animal, cuyo progreso en algunos casos sólo se efectúa por medio de sus relaciones con el hombre. Pero naturalmente, la mayor y más importante parte de esta acción está relacionada, de uno u otro modo, con el género humano. 

Los servicios prestados son de muchas y varias clases, aunque principalmente concernientes al desarrollo espiritual del hombre, pues como al principio dijimos, son rarísimas las mediaciones con objeto material. No obstante, pueden suceder ocasionalmente, y por más que mi deseo fuera mostrar la posibilidad de prestar auxilio mental y moral a nuestros prójimos, tal vez convenga exponer dos o tres ejemplos en que amigos míos auxiliaron materialmente a quienes estaban en extrema necesidad, a fin de ver por esos ejemplos, cómo concuerda la experiencia de los protectores con el relato de los protegidos. Estos ejemplos pertenecen al orden de los que comúnmente se llaman «sucesos providenciales». 

Durante la última sublevación de los matabeles, uno de nuestros consocios fue enviado en comisión de salvamento, lo cual, dicho sea de paso, puede servir como una muestra de los medios de ejercer protección sobre este mundo inferior. Según parece, cierto labriego y su familia, habitantes en aquel país, estaban una noche durmiendo tranquilamente en imaginada seguridad y del todo ajenos a que, cerca de allí, implacables hordas de salvajes enemigos estaban emboscados ideando infernales arterías de muerte y depredación. 

Nuestro consocio llevaba el encargo de infundir en la dormida familia el sentimiento del terrible peligro que tan inadvertidamente la amenazaba, pero no veía manera fácil de cumplirlo. Inútilmente trató de suscitar en el cerebro del colono la idea del inminente peligro, y como la urgencia del caso requería medidas extremas, resolvió nuestro amigo materializarse lo suficiente para sacudir por el brazo a la esposa del labriego e incitarla a levantarse y mirar en torno. Desvanecióse nuestro amigo en cuanto vió que había logrado su intento, y la mujer del labriego ignora todavía quién de sus vecinos la despertara tan oportunamente para salvar la vida de toda la familia que, sin aquella misteriosa intervención, hubiera sido asesinada en sus camas hora y media más tarde. No comprende aún la buena mujer cómo el compasivo vecino pudo protegerla en aquella ocasión, estando cuidadosamente atrancadas todas las puertas y ventanas de la granja. 

Al verse tan bruscamente despertada, creyó la labriega que había soñado. Sin embargo, se levantó de la cama y exploró la granja para convencerse de que todo estaba en su sitio, siendo gran fortuna el que así lo hiciese, pues si bien nada notó de anormal en la puertas, echó de ver, en el momento de abrir un postigo, que el cielo estaba enrojecido por efecto de un lejano incendio. Despertó entonces a su marido y familia, pudiendo refugiarse, gracias a este oportuno aviso, en el poblado próximo, a donde llegaron en el preciso momento en que los salvajes arrasaban los campos y destruían la granja, aunque contrariados por no hallar la presa humana que esperaban. Puede el lector imaginarse la emoción que experimentaría nuestro consocio, al leer algún tiempo después en los periódicos la providencial salvación de aquella familia. 

 Charles Webster Leadbeater

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