Aunque en su gran mayoría inconscientes de ello, pasan los hombres toda su vida en medio de un vasto y poblado mundo invisible. Durante el sueño o éxtasis, cuando los conspicuos sentidos físicos quedan temporalmente en suspenso, se le muestra al hombre algo de dicho otro mundo, y a veces regresa de aquellas condiciones con memoria más o menos vaga de lo que vio y oyó allí.
Cuando en el cambio llamado muerte desecha el hombre completamente el cuerpo físico, pasa a dicho mundo invisible y allí vive durante los siglos que transcurren entre sus encarnaciones en el mundo físico. Pasa el hombre la mayor parte de ese largo período en el mundo celeste; pero ahora hemos de contraernos a considerar la parte inferior del mundo invisible, la condición en que halla inmediatamente después de la muerte, el Hades o mundo inferior de los griegos, el purgatorio o estado intermedio de los católicos, al que llamaron mundo astral los alquimistas medievales.
El objeto de este Manual es recoger y ordenar cuantos informes respecto a esta interesante región están diseminados por la literatura teosófica y complementarlos ligeramente en casos en que nuevos hechos hayan llegado a nuestro conocimiento. Conviene advertir que las adiciones complementarias son el resultado de la investigación de unos cuantos exploradores, por lo que no se han de recibir como testimonio de autoridad, sino tan sólo en su propio valor.
Además, hemos tomado cuantas precauciones ha sido posible para asegurar la exactitud y no hemos aceptado ningún hecho viejo o nuevo sin que lo confirmara el testimonio de al menos dos avezados e independientes investigadores y avalaran su exactitud antiguos estudiantes cuyo conocimiento de estos puntos es necesariamente mucho mayor que el nuestro. Por lo tanto, cabe la esperanza de que el presente estudio del mundo astral, aunque no del todo completo, sea digno de confianza tal como lo relatamos.
El primer punto que ha de evidenciarse al describir el mundo astral, es su absoluta realidad.
Desde luego que no empleo esta palabra en el sentido metafísico de que excepto el Ser inmanifestado todo es ilusorio por inpermanente. Empleo la palabra realidad en su acepción vulgar y corriente, para dar a entender que los objetos y habitantes del mundo astral son reales en el mismo concepto en que lo son nuestros cuerpos, nuestros muebles, nuestras casas y monumentos.
Los objetos y habitantes del mundo astral no durarán eternamente en tal estado como no duran eternamente los objetos en el mundo físico; pero sin embargo, desde nuestro punto de vista son realidades mientras duran, de las que no podemos prescindir aunque la mayoría de la humanidad esté todavía inconsciente o vagamente consciente de su existencia.
Nadie puede tener claro concepto de las enseñanzas teosóficas mientras no se de cuenta de que en nuestro sistema solar hay planos perfectamente definidos, cada uno de ellos con su peculiar materia de diferente grado de densidad, y que algunos de estos planos pueden visitarlos y observarlos personas con aptitudes para ello, exactamente lo mismo que es posible visitar y observar un país extraño; y que de la comparación de las observaciones de quienes están de continuo actuando en dichos planos, puede obtenerse la prueba de su existencia y naturaleza, tan satisfactoriamente al menos como la que la mayoría de las gentes tienen de la existencia de Groenlandia o de Spitzberg.
Los nombres dados a estos planos considerados en orden de materialidad desde el más denso al más sutil, son: físico, astral, mental, búdico, nirvánico, monádico y ádico. Estos dos últimos están todavía tan lejos de nuestra capacidad conceptiva, que de momento podemos prescindir de ellos.
Conviene advertir que la materia de cada uno de estos planos o mundos difiere de la del inmediato inferior en análogo modo, aunque de muchísimo mayor grado, de cómo los gases difieren de los sólidos.
En efecto, los estados de materia a que llamamos sólido, líquido o gaseoso son meramente las tres subdivisiones inferiores de la materia física.
La región astral1 que intento describir es el segundo de los siete grandes planos de nuestro sistema solar, contando desde el mundo o plano físico con el que todos estamos familiarizados. Se le suele llamar el reino de la ilusión, no porque sea de por sí más ilusorio que el mundo físico, sino a causa de la extrema inseguridad de las impresiones que en él recibe el inexperto visitante.
Dos capitales características se han de considerar en el mundo astral:
1ª Que muchos de sus habitantes tienen la maravillosa propiedad de mudar de forma con proteica rapidez y de fascinar a los que escogen para divertirse con ellos.
2ª Que la visión en el mundo astral es muy diferente y mucho más amplia que la visión física.
En el plano astral se ven los objetos de todos lados a la vez, y el interior de un sólido es tan visible como la superficie. Así no es extraño que un visitante inexperto tropiece con dificultades para comprender lo que realmente ve, y que se le agrave la dificultad al expresar su visión en el inadecuado lenguaje de los idiomas corrientes.
Uno de los más frecuentes errores de la inejercitada vista astral es la permutación de las cifras de un número y leer por ejemplo 139 en vez de 931 ó 931 en vez de 139.
En el caso de un estudiante de ocultismo aleccionado por un experto Maestro, tales errores serán imposibles a menos que haya precipitación o descuido, puesto que el estudiante ha seguido un largo y variado curso de instrucción en el arte de ver correctamente, y el Maestro o uno de los discípulos más adelantados le representan repetidamente todas las posibles formas de ilusión y le preguntan: “¿Qué ves?”
Cualquier error en la respuesta queda inmediatamente corregido y se explica en qué consistió el error, hasta que poco a poco adquiere el neófito seguridad y confianza en la observación de los fenómenos del plano astral incomparablemente superiores a cuanto es posible en el plano físico.
Pero el estudiante de ocultismo no sólo ha de aprender a ver correctamente, sino también a transferir de uno a otro plano el recuerdo de lo que vio; y para ayudarle a conseguirlo se le enseña a transportar ininterrumpidamente su conciencia del plano físico al astral y del astral al devachánico2 y regresar sin cambio de conciencia al mundo físico, pues mientras no sea capaz de esta continuidad de conciencia en los tres mundos, cabe la posibilidad de que sus recuerdos se pierdan en parte o se tergiversen durante el intervalo en blanco que separa los estados de conciencia en cada uno de los planos.
Cuando el estudiante adquiera continuidad de conciencia, podrá usar ventajosamente sus facultades no sólo cuando durante el sueño o el éxtasis actúe fuera del cuerpo físico, sino también cuando esté plenamente consciente en la ordinaria vida física.
Teósofos hubo que hablaron despectivamente del plano astral diciendo que no merecía la menor atención; pero me parece que se equivocan, pues con toda seguridad debemos aspirar a la vida espiritual y sería desastroso para un estudiante desdeñar el superior desenvolvimiento y descanso que entraña el logro de la conciencia astral.
Se conoce el caso de quienes primeramente actualizaron las facultades mentales, y por decirlo así saltaron por encima del plano astral; pero este no es el ordinario método que con sus discípulos emplean los Maestros de Sabiduría. Donde es posible el salto, no cabe duda que ahorra muchas tribulaciones; pero a la inmensa mayoría de los seres humanos les está prohibido el progreso a brincos y saltos a causa de sus faltas y locuras en el pasado.
Todo cuanto nos cabe esperar es ir recorriendo poco a poco y paso a paso nuestro camino; y como quiera que el plano astral es el inmediatamente superior al físico, es natural que en él tengamos nuestras primeras experiencias superfísicas.
Por lo tanto, para los principiantes en estos estudios es interesantísimo el del plano astral y de suma importancia la clara comprensión de sus misterios, pues capacita para explicar los fenómenos de las sesiones espiritistas, de las casas frecuentadas por duendes, etc., que de otro modo no tienen racional explicación, así como preserva dicha comprensión de posibles peligros.
De diversas maneras puede percibirse el primer contacto con el plano astral.
Algunos sólo una vez en toda su vida, por influjo de una extraordinaria circunstancia llegan a ser lo suficientemente sensitivos para reconocer la presencia de un habitante del mundo astral; y si no se repite la experiencia, quizás con el tiempo se figuren haber sido en aquella ocasión víctimas de alucinaciones. Otros ven y oyen con creciente frecuencia algo para lo que los de su alrededor están ciegos y sordos. La más común experiencia consiste en ir recordando cada vez más claramente lo que vieron y oyeron en otro plano durante el sueño.
Entre quienes ya han estudiado estos asuntos, los hay que tratan de actualizar la vista astral por medio de la esfera cristalina u otros artificios; pero quienes gocen de la inestimable ventaja de la guía directa de un idóneo instructor, probablemente pasará por vez primera al plano astral bajo su protección y se la continuará otorgando hasta que por la aplicación de varias pruebas se convenza de que su alumno ya está abroquelado contra todo posible peligro o terror que le amenace.
Sin embargo, sea como quiera, no pude menos de formar época memorable en la existencia del hombre, el positivo reconocimiento de que siempre se halla en medio de un mundo henchido de activa vida, del que la mayoría es enteramente inconsciente.
Tan copiosa y múltiple es la vida del plano astral, que al principio aturde por completo al neófito, y aun para los más expertos investigadores no es fácil tarea el intento de clasificarla y catalogarla.
Si al explorador de alguna desconocida selva tropical se le demandara no sólo la descripción del terreno explorado con exactos pormenores de su fauna, flora y gea, sino además la de los géneros y especies de cada una de las miríadas de insectos, reptiles, aves y mamíferos que vio, seguramente que le asombraría la magnitud de la empresa. Sin embargo, no tiene este ejemplo comparación posible con los apuros del investigador psíquico cuya tarea es todavía muchísimo más complicada, tanto por la dificultad de transferir exactamente del plano astral al físico el recuerdo de lo que percibió, como por la insuficiencia de los idiomas humanos para expresar mucho de lo que ha de transferir.
Sin embargo, así como el explorador en el plano físico, comenzaría probablemente su relato por la descripción general del escenario y características del país explorado, así también convendrá comenzar este ligero bosquejo del plano astral con el propósito de dar alguna ideal del escenario de sus maravillosas y siempre cambiantes actividades. Pero aun en el comienzo, la extrema complejidad del asunto nos opone una casi insuperable dificultad.
Todos cuantos tienen plena visión en el plano astral están acordes en afirmar que el intento de representar una vívida descripción del escenario astral ante quienes no abrieron todavía los ojos, es como hablarle a un ciego de la exquisita variedad de tonos matices de una puesta de sol. Por muy detallada y minuciosa que fuese la descripción, no habría certeza de que la idea forjada en la mente del ciego oidor del relato fuese adecuada representación de la verdad.
C.W.Leadbeater
NOTAS
1 Ha de tener presente el lector novel en Teosofía que los planos o divisiones materiales del sistema solar a que alude el autor, reciben en los tratados teosóficos, indistintamente las denominaciones de planos, reinos, mundos, niveles, regiones y esferas (N. del T.)
2 Otra denominación del plano mental.
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