El plano astral es la región del universo vecina, si podemos emplear esta palabra, del plano físico.
En el plano astral la vida es más activa y la forma más plástica que en él físico.
El espíritu –materia se encuentra allí, por lo tanto, más altamente vitalizado y más sutil que en todos los grados del mundo físico.
En efecto: según hemos visto ya, el último átomo físico que constituye el éter más sutil, tiene como envoltura innumerables agregados de la materia astral más grosera.
Se dice la palabra vecino la cual es muy impropia, porque sugiere la idea de que los planos del universo están dispuestos en zonas concéntricas de modo que al término de uno señale el principio del otro; cuando más bien son esferas concéntricas penetradas mutuamente y separadas entre sí, no por oposición, sino por diferencia de constitución; lo mismo que el aire y el agua y el éter en el sólido más denso, la materia astral penetra en toda la sustancia física.
El mundo astral está sobre nosotros, bajo nosotros, alrededor de nosotros y también nos atraviesa.
Vivimos y nos movemos en él, pero es intangible, invisible, silencioso e imperceptible, porque estamos separados de él por la presión del cuerpo físico, y las partículas físicas son demasiado densas para vibrar bajo la acción de la materia astral.
En este capítulo vamos a estudiar el aspecto general del plano astral, dejando a un lado, para considerarlas separadamente, las condiciones especiales que presenta la vida de ese plano con relación a los seres humanos que lo atraviesan llenándolo de la tierra al cielo.
El espíritu—materia del plano astral tiene subdivisiones análogas a las del plano físico que acabamos de describir en el capítulo dedicado a dicho plano.
Encontraremos aquí, como en el plano físico, innumerables combinaciones que forman los sólidos, los líquidos, los gases y los éteres astrales.
Pero en este plano la mayoría de las formas materiales tienen, cuando se las compara con las formas del plano físico, un brillo y una traslucidez que les ha valido el epíteto impropio, pero que aceptado por el uso no hemos de cambiarlo.
Como no hay nombres especiales para las subdivisiones del espíritu—materia astral, podemos emplear las designaciones terrestres.
La idea esencial que hemos de fijar, es lo que los objetos astrales son combinaciones de materia física, y que la disposición del mundo astral se asemeja muchísimo a la de la tierra, estando constituida en gran cantidad por los dobles astrales de los objetos físicos.
Una particularidad, sin embargo, detiene y desconcierta al observador poco acostumbrado, en parte, a causa de la traslucidez de los objetos astrales, y en parte también a consecuencia de la naturaleza misma de la visión astral (la conciencia está menos sujeta en la materia astral sutil que en su prisión terrestre); toda cosa es transparente: en anverso y el reverso, lo interior y lo exterior, son visibles al mismo tiempo.
Hace falta mucha experiencia para ver correctamente los objetos, y aquel que ha desarrollado la visión astral sin estar todavía al corriente de su empleo, se expone a ver todas las cosas trastocadas y a cometer los más disparatados yerros.
Otra característica sorprendente, que desconcierta a veces al principiante, es la rapidez con que cambian de contornos las formas astrales, sobre todo las que no se relacionan con ninguna matriz terrestre.
Una entidad astral puede modificar su aspecto por completo con pasmosa rapidez, porque la materia astral toma forma bajo cada impulso del pensamiento, y la vida retoca constantemente esa forma para darse nueva expresión.
Cuando la gran oleada de vida de la evolución de la forma atraviesa de alto a bajo el plano astral, constituyendo sobre este plano el tercer reino elemental, la Mónada atrae a su alrededor combinaciones de materia astral, y da esas combinaciones, conocidas con el nombre de esencia elemental, una vitalidad particular y la propiedad característica de tomar forma instantáneamente bajo el impulso de las vibraciones mentales.
Esa esencia elemental forma muchísimas variedades en cada subdivisión del plano astral.
Podemos formarnos una idea de ello suponiendo el aire visible; fenómeno producido por un gran calor que hiciese la atmósfera perceptible bajo la forma de ondas vibrantes, y que nos pareciera animado de un movimiento ondulatorio continuo iluminando de cambiantes colores como los del nácar.
Esa misma atmósfera elemental responde sin cesar a las vibraciones del pensamiento, del sentimiento y del deseo.
Las formas surgen en ella bajo el impulso de esas fuerzas como las burbujas en el agua hirviente.
La duración de la forma así engendrada depende de la fuerza de impulsión que la origina; la nitidez de sus contornos, de la precisión del pensamiento; y su coloración, de la cualidad del mismo. (Intelectual, religioso, pasional, etc.)
Los pensamientos vagos e inconsistentes que engendran con frecuencia las inteligencias poco desarrolladas, reúnen en torno de ellos, cuando llegan al mundo astral, nubes difusas de esencia elemental que van de aquí para allá atraídas por otras nubes de análoga naturaleza, se detienen en el cuerpo astral de las personas cuyo magnetismo bueno o malo los atrae y se disuelven al fin después de cierto tiempo para reintegrarse en la atmósfera general de esencia elemental.
Mientras conservan su existencia separada, son entidades vivas que tienen por cuerpo la esencia elemental y por vida animadora un pensamiento.
Se les da entonces el nombre de elementales artificiales o pensamientos—formas.
Los pensamientos claros y precisos tienen forma definida, un contorno firme y limpio y su aspecto varía al infinito.
Están modeladas por la vibraciones del pensamiento de un modo análogo al de las figuras que encontramos en el plano físico determinadas por las vibraciones del sonido.
Las figuras vocales y las figuras mentales ofrecen gran analogía entre sí, porque la naturaleza, a pesar de su infinita variedad, es en cuanto a sus principios muy económica y reproduce los mismos procedimientos operatorios en todos los planos sucesivos a su imperio.
Esos elementales artificiales, claramente delimitados, tienen una vida más larga y más activa que sus hermanos nebulares, y ejercen una acción muchísimo más poderosa sobre el cuerpo astral, y a través de él sobre el mental, de aquellos de donde han salido.
Originan por su contacto vibraciones análogas a ellos y los pensamientos se extienden así de inteligencia a inteligencia sin necesidad de expresión física.
Además pueden dirigirse por el pensador hacia la persona que desea alcanzar, y su potencia depende de la fuerza de su voluntad y de la intensidad de su potencia mental.
En los hombres de cultura media, los elementales artificiales creados por el sentimiento o el deseo son más vigorosos y precisos que los creados por el pensamiento.
Así, una explosión de ira dará una potente fulguración roja, claramente dibujada, y una cólera sostenida engendrará un peligroso elemental de color rojo, puntiagudo, dentellado, pero bien organizado para dañar.
El amor, según su cualidad, determinará formas más o menos admirables de color y de dibujo, que podrá ofrecer todos los tonos desde el carmín hasta los matices más exquisitos y delicados del rosa, semejantes a los pálidos reflejos de la aurora o del crepúsculo, en nubes difusas o en formas protectoras de vigorosa ternura.
Comúnmente las amantes oraciones de una madre afectan formas angélicas cerca del hijo, que apartan de él las influencias perniciosas que sus propios pensamientos pudieran atraer.
Un rasgo característico de esos elementales, es que dirigidos por la voluntad hacia determinada persona, están animados de la tendencia a cumplir la voluntad del ser que los crea.
Un elemental protector se colocará cerca de su objeto, buscando todas las oportunidades de alejar el mal, de atraer el bien, no conscientemente, sino por espontáneo impulso que lleva por la línea de menor resistencia.
Del mismo modo, un elemental animado por un pensamiento malo, gravitará alrededor de su víctima espiando la ocasión para dañarle.
Pero ni uno ni otro pueden producir impresión, a menos que haya en el cuerpo astral de la persona a quien se dirigen algún elemento susceptible de vibrar acorde con ellos facilitando su fijación.
Si no encuentra en esa persona materia análoga para ello, entonces, por una ley de su misma naturaleza, vuelven a lo largo de la trayectoria que han recorrido, siguiendo la estela magnética que han dejado tras si y caen sobre su propio creador con una fuerza proporcional a la de su proyección.
Conocidos son los casos en que un pensamiento de odio mortal, impotente para alcanzar a quien iba dirigido, a causado la muerte de su proyector.
En cambio los pensamientos saludables, dirigidos a una persona indigna, recaen como bendiciones sobre aquel que los engendra.
La comprensión, siquiera rudimentaria, del mundo astral, obrará como poderoso estímulo del buen pensamiento.
Hará nacer en nosotros la noción de una gran responsabilidad respecto a los pensamientos, las emociones y los deseos que hemos desencadenado en esa región.
Hay muchas fieras, que desgarran y devoran, entre los pensamientos de que el hombre puebla el plano astral.
Pero por ignorancia y no sabe lo que hace.
Uno de los fines que se propone la enseñanza teosófica levantando parcialmente el velo del mundo desconocido, es dar a los hombres una base más firme de conducta, una apreciación más racional de las causas sólo visibles por sus efectos en el mundo terrestre.
Pocas doctrinas hay más importantes por su alcance moral que esta doctrina de la creación y dirección de los pensamientos—formas, o elementales artificiales.
Por ella aprende el hombre que el pensamiento no le afecta exclusivamente, que sus pensamientos no le afectan a él solo, sino que en cada instante de su vida pone en libertad, en el ambiente, ángeles y demonios de cuya creación es responsable y de cuya influencia se le pedirá cuenta.
Al conocer la ley regularán los hombres su pensamiento en concordancia de la misma.
Si en vez de considerar los elementales artificiales separadamente, los tomamos en conjunto, comprenderemos sin dificultad la importante acción que ejercen en la producción de los sentimientos nacionales y de la raza, y por lo tanto en la formación de los prejuicios.
Todos crecemos en una atmósfera en que pululan elementales acopiadores de ciertas ideas.
Los prejuicios nacionales, la manera nacional de considerar las cosas, los tipos nacionales de sentimiento y de pensamiento, todo eso obra sobre nosotros desde que nacemos y aun antes de nacer.
Todo lo vemos a través de esa atmósfera que refracta más o menos los pensamientos y en la que vibra nuestro propio cuerpo astral acordonándose con ella.
De ahí que la misma idea sea apreciada diferentemente por un indo, un inglés, un español o un ruso.
Las concepciones fáciles para uno son casi inabordables para otro.
Estamos todos dominados por nuestra atmósfera nacional, es decir, por esa porción del mundo astral que más inmediatamente nos rodea.
Los pensamientos de los demás, vaciados así en el mismo molde, obran sobre nosotros y provocan vibraciones sincrónicas, refuerzan los puntos de concordancia que nos rodean y afinan y suavizan las divergencias.
Esa influencia continua, sufrida por medio de nuestro cuerpo astral, nos imprime el sello nacional y traza en nuestras energías mentales los canales por donde se deslizarán más fácilmente.
Día y noche esas corrientes influyen sobre nosotros y la misma inconsciencia en que nos hallamos sobre su acción nos la hace más afectiva.
Como la mayoría de las gentes tiene más receptividad que iniciativa, reproduce así automáticamente los pensamientos que hasta ellos llegan.
Y de esa manera se alimenta y refuerza la atmósfera nacional.
Cuando el hombre comienza a ser sensible a las influencias astrales ocurre, a veces que se abate de pronto, o se siente por lo menos exaltado por un terror completamente inexplicable y casi irracional, que arroja sobre él una fuerza capaz de paralizarle.
Toda resistencia es inútil contra ello y no puede por lo menos de indignarse quien la sufre.
La mayoría de los hombres han debido experimentar más o menos, en tal caso, ese temor indefinible, ese dolor, al aproximarse un invisible no sé qué, el sentimiento de una presencia misteriosa, de no estar solo.
Este sentimiento procede, en parte, de una hostilidad que anima al mundo elemental natural contra la raza humana, hostilidad debida a la reacción sobre el astral de las fuerzas destructoras puestas en juego por la humanidad en el plano físico.
Pero es también atribuible a la presencia de elementales artificiales de naturaleza hostil, engendrados por el pensamiento del hombre.
Los pensamientos de odio, envidia, venganza, rencor, mala intención y descontento se producen por millones, de suerte que el plano astral esta lleno de elementales artificiales cuya vida consiste en tales sentimientos.
¡Qué oleadas de desconfianza y de suspicacia nos encontramos también, como veneno arrojado por el ignorante contra todos los que por su maneras o su aspecto tienen para él algo raro y poco común!
La ciega desconfianza respecto de todo forastero, el desdeñoso menosprecio hacia naturales de otras comarcas, contribuyen también a las malas influencias del mundo astral.
Tales pensamientos crean día y noche en el plano astral legiones ciegamente hostiles, y el choque sobre nuestro propio cuerpo astral engendra ese sentimiento de terror vago, resultante de las vibraciones antagónicas que se sienten sin poder comprenderlas.
Además de los elementales artificiales, el mundo astral contiene una población densa, en la que se omiten, como lo hacemos aquí, los seres humanos desembarazados de su cuerpo físico por la muerte.
Encontramos aquí innumerables legiones de elementales naturales o espíritus de la naturaleza, divididos en cinco clases: del éter, del fuego, del aire, del agua y de la tierra.
Los cuatro últimos fueron llamados por los ocultistas de la Edad Media: salamandras, silfos, ondinas y gnomos.
Es inútil decir que otras dos clases complementan el septenario; pero no nos interesan por ahora, puesto que aun no se manifiestan.
Estos son los verdaderos elementales o criaturas de los elementos tierra, agua, aire, fuego y éter.
Estos seres tienen por misión realizar las actividades que se refieren a sus elementos respectivos.
Constituyen los canales a través de los que las energías divinas operan en medios diversos; y son en cada elemento la expresión viva de la ley.
A la cabeza de cada una de esas divisiones se encuentra un Ser superior (I) (llamados deva o dios por los indos. —El estudiante querrá conocer, sin duda, los nombres sánscritos de los cinco dioses de los elementos manifestados. Helos aquí: Indra, señor del Akasha o éter del espacio. Agni, señor del fuego. Pavana, señor del aire.
Varuna, señor del agua. Kshiti, señor de la tierra), jefe de un ejército poderoso, inteligencia suprema y directora de la demarcación de la naturaleza que los elementales de la clase considerada administran y en donde realizan sus energías.
Agni, el dios del fuego, es, por lo tanto, una entidad espiritual superior que preside las manifestaciones del fuego en todos los planos del universo y ejerce su administración por medio de las legiones de elementales del fuego.
Una vez conocida la naturaleza de esos seres y los métodos que permiten dirigirles, se hacen posibles y comprensibles los llamados milagros u obras mágicas, que atraen de cuando en cuando la atención de la prensa.
El procedimiento es el mismo, ya se admita francamente como resultado de las artes mágicas, ya se atribuya a los espíritus.
Existen personas que pueden tomar en sus manos una braza de carbón encendido sin experimentar daño alguno.
El fenómeno de la levitación (suspensión de un cuerpo grave en el aire sin sostén visible) y el que consiste en andar sobre el agua, pueden efectuarse con el auxilio de los elementales del aire y del agua respectivamente, aunque se emplee con frecuencia otro método.
Como los elementos entran en la constitución del cuerpo humano y uno de ellos predomina en él según la naturaleza de la persona, todo ser está relación con los elementales, y aquellos que particularmente le son favorables predominan en el mismo.
Las, consecuencias de este hecho, frecuentemente observable, se atribuyen por el vulgo a la “suerte”.
Se dice que una persona “tiene buena mano” para los cuidados de las plantas, para encender el fuego o para encontrar manantiales, etc.
La naturaleza, con sus fuerzas ocultas, nos advierten a cada paso; pero somos muy tardos en recibir sus indicaciones.
La tradición oculta muchas veces una verdad en un proverbio o en una fábula; pero nosotros hemos pasado ya, según parece, la edad de todas esas “supersticiones”.
Encontramos igualmente en el plano astral espíritus de la naturaleza—este nombre les cuadra mejor que el de elementales—que se ocupan de la construcción de formas en los reinos mineral, vegetal, animal y humano.
Hay espíritus de la naturaleza que dirigen las energías vitales en las plantas, que construyen los cuerpos, molécula por molécula, en el reino animal, y que presiden la construcción del cuerpo astral de los minerales, las plantas y los animales, así como de la construcción del cuerpo físico humano.
Tales son la hadas y los silfos de las leyendas, “los seres pequeños” que juegan tan gran papel en la demótica o folklore en cada nación, los niños encantadores e irresponsables de la naturaleza, fríamente relegados por la ciencia en manos de las nodrizas.
Día vendrá en que los sabios más esclarecidos de futuras épocas los restituyan al lugar que les corresponde en el orden natural; pero entre tanto el poeta y el ocultista creen en su existencia, uno por la intuición de su genio y otro por la visión de sus sentidos internos ampliamente desarrollada.
La multitud se burla de ambos, del segundo sobre todo; pero no importa: la sabiduría se rehabilitará un día por sus hijos.
La circulación activa de las corrientes de vida en el doble etéreo de las formas minerales, vegetales y animales, despierta poco a poco de su estado latente la materia astral implicada en su constitución atómica y molecular.
Semejante materia empieza a vibrar muy débilmente primero en los minerales.
La Mónada de la Forma ejerce su poder organizador y atrae sobre sí algunos materiales con cuya ayuda los espíritus de la naturaleza construyen el cuerpo astral mineral, masa difusa sin organización precisa.
En el reino vegetal, el cuerpo astral se encuentra más organizado y comienza a manifestarse su característica especial: la sensación; así pueden observarse en la mayoría de las plantas, sensaciones sordas y difusas de bienestar o de enfermedad, que son el resultado de la actividad creciente del cuerpo astral.
Las plantas gozan vagamente del aire, del sol y de la lluvia, que buscan como a tientas, mientras se alejan cuando esas condiciones son nocivas.
Unas buscan la luz, otras la oscuridad, responden a las excitaciones y se adaptan a las condiciones externas; en fin, en algunos tipos más elevados, aparece definido el sentido del tacto.
En el reino animal, el cuerpo astral está más desarrollado, y en los individuos superiores alcanza una organización bastante clara para mantener su conexión durante cierto tiempo después de la muerte del cuerpo físico, y para tener existencia independiente en el plano astral.
Los espíritus de la naturaleza que presiden la construcción del cuerpo astral animal y humano han recibido el nombre especial de elementales del deseo (I) (Se les llama kamadevas, dioses del deseo) Porque están poderosamente animados por deseos de toda clase que introducen continuamente en la constitución de los cuerpos astrales del hombre y de los animales, las variedades de esencia elemental análogas a las de que su propia forma está compuesta, de suerte que esos cuerpos adquieren, como parte integrante de su estructura, los centros sensoriales y las diversas actividades pasionales.
Esos centros se excitan a la actividad por los impulsos que reciben de los órganos físicos densos y se trasmiten a través de los órganos físicos etéreos hasta el cuerpo astral, y mientras los centros astrales no son atacados, el animal no experimenta ni placer ni dolor.
Herid una piedra y no expresará dolor; contiene moléculas físicas densas y etéreas, pero no tiene cuerpo astral organizado.
El animal, en cambio, siente dolor inmediatamente al choque, porque posee centros astrales de sensación, que los elementales del deseo han tejido con su propia naturaleza.
Como en la obra de esos elementales sobre el cuerpo astral interviene una nueva consideración, terminaremos desde luego la revista de habitantes del plano astral, antes de pasar al examen de la forma astral humana más compleja.
Según acabamos de decir, el cuerpo del deseo (I) (Kamarupa es el nombre teosófico del cuerpo astral, de Kama, deseo, y rupa, forma.), O cuerpo astral de los animales lleva en el plano astral existencia independiente, aunque efímera, así que la muerte destruye su envoltura física.
En los países “civilizados” esos cuerpos astrales animales contribuyen muchísimo al sentimiento general de hostilidad de que se ha hablado más arriba.
La matanza organizada en los mataderos y la afición al deporte de la caza, lanzan todos los años al mundo astral millones de seres llenos de horror, de temor y de aversión hacia el hombre.
El número comparativamente mínimo de los seres a quienes se deja morir en paz, se pierde entre las innumeras legiones de los asesinados; y las corrientes que engendran, arrojan del mundo astral sobre las razas humanas y animales influencias que tienden a acrecentar su división porque de un lado suscitan el temor y la desconfianza “instintivas” y de otro la propensión a la crueldad.
Semejantes sentimientos se han excitado sobremanera hace algunos años por los métodos fríamente meditados de tortura científica, conocidos con el nombre de vivisección; métodos cuyas crueldades sin cuento han introducido nuevos horrores en el mundo astral por su reacción sobre los culpables, agregando al mismo tiempo el abismo que separa al hombre de sus “pobres parientes”.
Independientemente de lo que podemos llamar la población normal del mundo astral, encuéntrense en él transeúntes llevados por su trabajo y que no podemos por menos de mencionar.
Algunos de ellos vienen de nuestro propio mundo terrestre, mientras otros vienen de regiones elevadas.
Entre los primeros, muchos son Iniciados de diversos grados, algunos de ellos miembros de la Gran Logia Blanca, la Hermandad del Thibet o del Himalaya, como se la llama frecuentemente (I) (Algunos miembros de esta Logia han dado origen a la Sociedad Teosófica), mientras que otros pertenecen a diferentes logias ocultas extendidas por el mundo, cuyo color característico varía desde el blanco hasta el negro pasando por todos los matices del gris (II) (Los ocultistas desinteresados, consagrados por completo al cumplimiento de la voluntad divina, o que trabajan por adquirir esas virtudes, se llaman blancos. Los egoístas que trabajan contra el fin divino se llaman negros.
La abnegación que irradian el amor y la devoción caracterizan a los primeros; y el egoísmo, el odio y la arrogancia son los signos de los segundos.
Entre ambos hay clases cuyo motivo es mixto, que no han comprendido claramente la necesidad de evolucionar hacia el Ser Único o hacia el Yo separado. A estos les llamamos grises, y se dirigen a uno u otro de ambos grupos indicados.)
Todos son hombres que viven en un cuerpo físico y que han aprendido a despojarse a voluntad de su envoltura corpórea para obrar, en plena conciencia, en su astral.
Los hay de todos los grados de saber y virtud; benéficos y malhechores, fuertes y débiles, pacíficos y terribles.
Encontramos aquí además muchos aspirantes jóvenes, no iniciados todavía, que aprenden a servirse de su vehículo astral y que se ocupan en obras de beneficencia o de maleficio, según el sendero que se disponen seguir.
Se encuentran igualmente en este plano simples psíquicos y otros soñolientos, errando a la ventura mientras sus cuerpos físicos duermen o se hallan en trance.
Viene, en fin, la multitud de hombres ordinarios.
Millones de cuerpos astrales flotan así inconscientes del mundo que los envuelve, a una distancia mayor o menor de los cuerpos físicos profundamente dormidos.
En cada una de esas formas astrales, la conciencia humana se repliega sobre sí misma absorta en sus pensamientos, retirada, por decirlo así. En lo íntimo de su seno astral.
Como veremos muy pronto, el ser consciente de su vehículo astral, se escapa cuando el cuerpo duerme, y pasa al cuerpo astral; pero permanece inconsciente de lo que le rodea hasta que el cuerpo astral está bastante desarrollado para funcionar independientemente del cuerpo físico.
Alguna vez se puede ver en este plano a un discípulo (Chela) que ha franqueado el umbral de la muerte, y se prepara a una reencarnación inmediata bajo la dirección de su Maestro.
Goza evidentemente de plena conciencia, y trabaja como los demás discípulos que tan sólo se separan de su cuerpo físico dormido.
Veremos que en cierto grado le esta permitido al discípulo reencarnar inmediatamente después de la muerte.
Debe entonces esperar en el mundo astral una ocasión favorable para renacer.
Los seres humanos ordinarios, en vías de reencarnación, pasan igualmente a través del plano astral como se indicará luego.
No tiene ninguna relación consciente con la vida general del plano; pero las actividades pasionales y sensorias de su pasado determinaron una afinidad entre ellos y algunos elementales del deseo, y estos últimos se agrupan a su alrededor favoreciendo la construcción del nuevo cuerpo astral para la existencia terrestre que se prepara.
Pasemos al examen del cuerpo astral humano durante el período de existencia física.
Estudiaremos su naturaleza y su constitución al mismo tiempo que sus relaciones con el mundo astral; y para ello consideraremos sucesivamente:
A) el cuerpo astral de un hombre poco evolucionado;
B) el de un hombre medianamente evolucionado; y
C) el de un hombre espiritualmente desarrollado.
A) —El cuerpo astral de un hombre poco evolucionado forma una masa nebulosa mal organizada e imprecisa.
Contiene materiales (materia astral y esencia elemental) tomados de todas las subdivisiones del plano astral, pero con predominio de los elementos procedentes del astral inferior; de suerte que es denso y de textura gruesa, a propósito para responder a todas las excitaciones relativas a las pasiones y a los apetitos.
Los colores engendrados por los ritmos vibratorios de esos materiales son compactos, cenagosos y sombríos.
Los matices dominantes son: rojo oscuro y verde sucio.
Ningún cambiante, ni chispazo alguno hay en esos cuerpos astrales.
Las diversas pasiones se manifiestan en forma de vagas oleadas pesadísimas, o muy violentas, como relámpagos.
Así la pasión sexual producirá una oleada de carmín sucio, y la ira un relámpago rojo siniestro.
El cuerpo astral es mayor que el físico, y se extiende 25 a 30 centímetros alrededor de aquél, en el caso que consideramos.
Los centros de los órganos sensorios claramente señalados, actúan cuando les afecta desde fuera; pero en reposo, las corrientes vitales son apáticas, y el cuerpo astral permanece inerte e indiferente porque no recibe excitación de los mundos físico ni del mundo mental (I) (El estudiante reconocerá aquí el predominio de la guna Tâmasica, la cualidad de tinieblas o inercia de la naturaleza)
Característica constante del estado primitivo es que la actividad se determina más bien por excitación externa que por iniciativa interna del ser consciente.
Para que una piedra se mueva es preciso empujarla; una planta crece bajo la acción de la luz y de la humedad; y un animal se hace más activo cuando le aguijonea el hambre.
El hombre poco desarrollado necesita excitarse de una manera análoga.
Es menester que la inteligencia haya evolucionado parcialmente para que empiece a tomar la iniciativa de la acción.
Los centros de las facultades superiores (I) (Las siete ruedas. Estos centros se llaman así por el aspecto giratorio que presentan, parecido a las ruedas de fuegos artificiales cuando se ponen en movimiento); emparentados con el funcionamiento independiente de los sentidos astrales, apenas son visibles.
En este grado, el hombre necesita toda suerte de sensaciones violentas para su evolución, a fin de sacudir su naturaleza y ejercitarse en la actividad.
Los choques violentos, tanto de placer como de dolor, procedentes del mundo externo, son necesarios para despertar y aguijonear la acción que tanto más se acrecienta y favorece, cuanto más numerosas y violentas sean las sensaciones.
En este estado primitivo, la calidad importa poco: la cantidad y el vigor son condiciones esenciales.
La moralidad del hombre dimanará de sus pasiones.
Un leve movimiento de abnegación en sus relaciones con la esposa, con el hijo o el amigo, constituirá el primer paso en el camino ascendente.
Este movimiento provocará vibraciones en la materia más sutil del cuerpo astral, y atraerá hacia él mayor proporción de esencia elemental de la misma naturaleza.
El cuerpo astral renueva constantemente sus materiales por influencia de las pasiones. Apetitos, deseos y emociones.
Todo buen impulso fortifica las partes más sutiles de ese cuerpo, expulsa algunos elementos groseros y permite la recepción de materiales más delicados, atrayendo sobre sí elementales de naturaleza benéfica, que ayudan a favorecer el proceso de renovación.
Todo mal impulso produce en cambio efectos contrarios; tiende a fortificar los elementos groseros, a expulsar los elementos sutiles, hace entrar en el cuerpo astral materiales impuros y atrae elementales que favorecen el proceso de deterioro.
En el caso que consideramos, las potencias morales e intelectuales del hombre son de tal modo embrionarias, que podemos decir que la construcción de su cuerpo astral y su modificación se cumple más bien en él que por él.
Esas operaciones dependen antes de circunstancias externas que de su propia voluntad; pues como acaba de decir, el carácter distintivo de su ínfimo grado de evolución estriba en que el hombre está moviendo desde el exterior por medio de su cuerpo, y no desde el interior mediante su inteligencia,
Así denota considerable progreso el que el hombre pueda moverse por su voluntad, por su propia energía, por su iniciativa, en vez de moverse por el deseo, es decir, por la respuesta a una atracción o a una repulsión externa.
Durante el sueño, el cuerpo astral, que sirve de envoltura al ser consciente, se desliza fuera del organismo físico, dejando juntamente dormidos el cuerpo denso y al etéreo.
Pero en este grado, la conciencia del hombre no está despierta todavía en su cuerpo astral, porque no puede encontrar nada parecido a los contactos violentos que le estimulan cuando está en forma física.
Sólo los elementales de naturaleza densa pueden afectarle, provocando en su envoltura astral vibraciones difusas que se reflejan en el cerebro etéreo y denso, donde determinan los sueños de sexualidad bestial.
En el cuerpo astral flota inmediato al cuerpo físico, retenido por su poderosa atracción, y no puede alejarse de él.
B) — En el hombre medianamente desarrollado desde el punto de vista moral e intelectual, el cuerpo astral manifiesta inmenso progreso respecto del tipo anterior. Sus dimensiones son más considerables, sus materiales de naturaleza diversa mejor escogida, y las esencias, más sutiles, dan al conjunto cierta potencia luminosa; mientras que la expresión de las emociones superiores determina en él admirables corrientes de color.
La forma del cuerpo es menos vaga y ondulante que en el caso anterior; es clara, precisa, y reproduce la imagen de su poseedor.
Este cuerpo astral está evidentemente en camino de ser un vehículo práctico para uso del hombre interior, vehículo límpido y establemente organizado, apto al mismo tiempo para funcionar, prestar servicio y mantenerse independientemente del cuerpo físico.
No obstante su gran plasticidad, tiene forma determinada, a la que vuelve invariablemente así cesa el esfuerzo que ha modificado su aspecto.
Su actividad es constante y está en vibración perpetua, revistiendo tonos cambiantes que varían al infinito.
Las “ruedas” son más claramente visibles, aunque no funcionen todavía (I) (Notarán aquí la preponderancia de la guna rajásica o cualidad—pasional de la naturaleza.)
Esta forma astral responde vivamente a todos los contactos que lleguen a ella a través del cuerpo físico, y la afectan igualmente las influencias internas procedentes del ser consciente.
La memoria y la imaginación estimulan, pues, el cuerpo astral, y éste, a su vez, pone el cuerpo físico en actividad en vez de estar movido exclusivamente por él como en el caso anterior.
La purificación sigue siempre la misma marcha: expulsión de elementos inferiores por la producción de vibraciones contrarias, y asimilación de materiales más sutiles en reemplazo de los eliminados.
Pero en el caso presente, el desarrollo moral e intelectual del hombre coloca esta construcción casi enteramente en sus propias manos, puesto que las excitaciones de la naturaleza exterior no le balancean de un lado para otro, sino que razona, juzga y resiste o cede según lo que estima bueno.
Por el ejercicio de su pensamiento conscientemente dirigido puede afectar profundamente a su cuerpo astral, cuyo perfeccionamiento prosigue desde entonces con rapidez creciente.
Y para llegar a ese resultado no es necesario que el hombre comprenda con exactitud el modus operandi, como para ver tampoco necesita comprender las leyes de la luz.
ANNIE BESANT